La noche en la que apareció mi ángel | Gianella Massone

Le habían contado de ella durante el desayuno. Una niña que trabajaba en una taberna bajo las órdenes de una mujer déspota y sin corazón a quien le importaba sólo su beneficio. El pan comenzó a ser desgarrado y masticado con la firmeza de quien tiene ganas de un famélico que quiere devorar piedras, y el jugo de naranja recién exprimido llegó al estómago en un único viaje sin detenciones. Había escuchado una y otra vez historias similares por años –por no decir desde siempre-, pero siempre reaccionaba igual a la hora de escuchar una nueva. El cuerpo se tensaba y la sangre fluía hirviendo como si cada gota estuviera inmersa en una carrera; pero su mente estaba clara y al mismo tiempo tranquila, lo que resultaría contradictorio hace un par de años viniendo de ella. Todos sabían lo que iba a hacer y decir cuando la última hogaza de pan acompañó el sabor anaranjado a su estómago, y acompañaron la declaración de la pelinegra con amplias sonrisas de esperanza y algunos gritos provenientes de los más entusiasmados con esa actitud heroica tan contagiosa de la Loba Milanesa.

Esperó a que se hiciera de noche, y con ayuda de sus inseparables camaradas y compañeros dentro de la Casa de Acogida consiguió ropas –masculinas, obviamente y por cierto- que le permitieran parecer una persona más pudiente a diferencia de lo que siempre vestía por gusto y por repudio a lo ostentoso. A la camisa limpia se le agregó un abrigo con capucha y los pantalones semi harapientos fueron reemplazados por unos hermanos de tela sin coseduras ni parches que pudieran hacer dudar de su procedencia. Unos guantes blancos fueron el detalle que le hizo sonreír cómplice y bastó una bolsa con unos pocos francos en el bolsillo para terminar aquel plan que más bien le parecía un concurso de disfraces. – Sería más fácil que fuera directamente a salvarla – reclamó mientras Jeanne le acomodaba las mangas del abrigo para que no pareciera una bata de baño, ganándose una risa conciliadora de la anciana que le reconvenció con una facilidad que recordó a la persuasión vampírica. – Está bien…pero si no resulta, lo haré a mi manera favorita. – Advirtió haciendo algunos movimientos para acostumbrarse y para ver lo que sería capaz de hacer sin que la ropa se rompiera. Sonrió conforme luego de toda esa parafernalia, y se marchó arrepintiéndose de volver a despeinar sus cabellos negros a los que Emily había puesto tanto esmero en ordenar.

No tardó mucho en llegar al lugar y en mimetizarse con el resto de los clientes, pidiendo una jarra de cerveza en cuanto se acomodó en la barra. Su actitud y su porte daban la impresión infalible que estaban ante un hombre, y sus sentidos le ayudaron a encontrar sus objetivos en muy poco tiempo, cuando la jarra ni siquiera estaba a la mitad de vacía. La niña limpiaba el piso mientras la mujer se servía un bizcocho. No necesitó estar ebria para imaginarlas con roles cambiados –y con unos cuantos moretones en el rostro de la adulta-, pero sí hubiera necesitado estarlo para dejar pasar aquella bofetada y aquella escapada desesperada al exterior sin que su puño enguantado se apretara con impotencia. - *Ya te sacaré de aquí…* - Pensó mirando la puerta, y suspiró luego de darle un trago a su cerveza para recuperar la compostura. El trago que había elegido era de los más ligeros, por lo que una posible ebriedad efectivamente no era posible, no en ese momento tan tenso e importante.

Escuchó hablar a la fuente del sufrimiento de la niña, y también le vio conversando con un hombre. Pudo ver su aura, y lo reconoció para su desgracia como uno de los suyos. Y lo que escuchó le repugnó al igual que le irritó, sin sacar de milagro un gruñido furioso de sus labios. Devolvió la vista a la niña y sus intentos de escape, sabiendo que dependía sólo de ella que aquella jovencita no viera arruinada su vida para siempre. Se levantó y les siguió con sigilo, tanto que cuando la mujer se devolvía al salón principal tras guardar la llave de aquella habitación en el bolsillo, ésta se desmayó golpeándose la cabeza contra el piso tras ver a un auténtico espectro de ojos amarillos caer desde el techo. No perdió el tiempo buscando la llave: rompió la puerta embistiéndola, encontrándose con que la joven estaba a punto de ser desnudada a pesar de sus pataleos en el aire gracias a la enorme diferencia de alturas entre uno y otro. El “cliente” dejó caer a la niña sobre la cama, y con expresión molesta arremetió contra quien había arruinado su inmoral velada, pero lo inmoral fue la combinación de movimientos de pulida arte marcial que dejó al tipo inmovilizado con Gianella detrás de él, pisoteándole la cabeza. Se acercó a su oído y le dijo en un susurro cuyo aire parecía ser capaz de rebanar cabezas.- Vuelve a intentar acercarte a ella…y te juro que me encargaré de violarte con tu propio pene.

Lo soltó para que emprendiera marcha rumbo a la salida, tropezándose de paso con la mujer que yacía inconsciente a pocos metros de la puerta, y volvió la vista a la niña tras incorporarse, con una sonrisa de lo más conciliadora como si allí no hubiera pasado nada.- ¿Estás bien? ¿No te hizo nada? – Mantuvo la distancia, permitiéndole asumir lo que había vivido de manera tan frenética.- He venido a salvarte. A sacarte de esta taberna para siempre. – Anunció.