El escapista {Gianella Massone}

Aquel sonrojo le desarmó, y se sorprendió por ello en su mente. Su corazón latía nervioso a diferencia de lo que la vampiresa pudiera sentir, y un extraño apremio en su estómago se hizo presente sin asociarse a hambre alguna, ya que había comido hace poco lo suficiente para pasar una buena noche. En cuanto se vio liberada del peso de Pierre se llevó las manos a la cintura, buscando mitigar ese incómodo nerviosismo que había empezado a saciar con el tacto del pequeño que se quedaba con parte de su abrigo como recuerdo de esa noche tan agitada. Por un segundo pensó que estaba siendo víctima de una de las desalmadas tácticas del vamprismo – como las calificaba ella -, pero estaba en pleno control de sus pensamientos y de sus movimientos. Entonces… ¿por qué esa joven le “movía tanto el piso”, habiéndola visto apenas una vez? Creyó esos sentimientos olvidados producto del dolor de las pérdidas, pero al final todo había quedado en eso, una simple creencia. Entrecerró los ojos sabiendo lo que implicaba en su cabeza pero alzó ésta rápidamente como un perro al ser llamado al escuchar aquella voz. Su finísimo oído se sentía privilegiado, y eso le puso más nerviosa de lo que debía. De hecho, no debía estar nerviosa. No tenía por qué… ¿O sí?

-  No fue nada, sólo hice mi deber. – Se excusó mirando hacia un costado, sin atreverse a mirarle directamente por lo que únicamente movió sus orbes azules para verle de reojo y apreciar en parte sus atributos, algo inevitable en ella. Y también era inevitable rechazar cualquier ofrecimiento producto de la primera respuesta producto de su propia personalidad tan antisocial, pero las excepciones se fueron dando una por una tal y como si las estuviera enseñando en una clase. Le podía inventar excusas a Jeanne por su tardanza: tenía la imperiosa necesidad de estar más tiempo con esa joven, conocerla más. – No quiero ser una molestia…- dijo haciendo una mueca mientras se rascaba la nuca, pero terminó accediendo al llevarse las manos a los bolsillos del pantalón – pero aceptaré. Es de mala educación rechazar una invitación…o un agradecimiento. – Dijo con algo de reticencia al no estar acostumbrada a dar ese tipo de respuesta, como si los labios le molestaran al hacerlo, o tuviera que ponerlos de otra forma. Se sentía tan extraña que le disgustaba y le gustaba al mismo tiempo, y este segundo grado se incrementó cuando la joven de cabellos rubios caminó delante de ella. Sonrió relajándose un poco y entró, cerrando la puerta tras de sí.
 
Siguió el trayecto por el pasillo hacia el salón en silencio, observando con curiosidad disfrazada de indiferencia la decoración y la infraestructura del lugar. No tenía nada que envidiarle a la Casa de la Esperanza que ella manejaba, a excepción quizás de disponer de más recursos, aunque no sabía con exactitud con cuánto se manejaban en ese edificio. No había ido a robar allí, así que lo desconocía. Llegando al salón la joven le invitó a sentarse en uno de los sofás, y así lo hizo mientras aquella cabellera rubia desaparecía rumbo a otro pasillo en búsqueda del café. Cruzó la pierna a la usanza masculina sin importarle lo que pudieran pensar ella y las demás mujeres que se pasaban de vez en cuando a mirarle con algo de desconfianza y suspiró tocándose el rostro y luego el pecho. Su corazón latía con fuerza. Se acomodó en el sofá y miró hacia el techo, buscando una explicación. ¿No se suponía que no iba a permitir una tercera vez?

Su aroma y su aura eran inconfundibles. Su tono de piel no daba lugar a otra conclusión, agregando además su forma de actuar, tan elegante y delicada como los que asumía eran parte de la raza de aquella mujer, porque estaba claro que humana no era. Odiaba a los de su especie y a los de su tipo, esa era una de las principales características psicológicas de Gianella; sin embargo, ¿Por qué le atraía tanto? ¿Era por ser “su opuesto”? ¡Ni siquiera eran enemigas! –y no era su intención serlo- ¿Era porque no tenía motivos para odiarla? Juntó los colmillos en un gruñido mudo por lo inquietos que estaban su mente y su corazón, iniciando una confrontación en su cabeza igual de silenciosa que le tenía particularmente frágil. Detestaba sentirse así, más aún en frente de una criatura que era parte de sus enemigos más acérrimos. Botó un poco de aire ocultando sus puntiagudos marfiles y se quedó mirando un cuadro de la pared del frente, como si eso sirviera para desconcentrarse un poco de tanta incomodidad.
 
Gracias a su habilidad de rastreo percibió a alguien junto a la vampiresa en la cocina, pero no se molestó en agudizar el oído para cotillear. No quería ni le interesaba. Sólo quería saber más de esa chica: su nombre, su personalidad, si tenía novia… - *¡Maldición!* - gruñió en silencio cerrando los ojos con fuerza. Si esa rubia había usado persuasión, resultaba ser una vampira de altísimo nivel por sus resultados. Una oponente digna de enfrentar en batalla, y digna de destro…no, no podía. De sólo pensarlo se sentía amansada, incapaz de tocarle un solo cabello con intenciones agresivas. Se miró la mano derecha con la incredulidad de sus conclusiones, y fingió serenidad como nunca cuando la vio venir, dejando descansar las manos en sus muslos y dejando inevitablemente que su corazón latiera con más fuerza cuando se sentó a su lado.
 
La chica empezó a hablar rápido, con una incomodidad notoria. ¿Acaso le estaba mirando con mala cara? No, ya la habría echado de ahí con la taza de café en la cabeza. Se rascó la mejilla para quitarse algo – y “algo”- de estrés y se acomodó en el sofá, mirando de reojo la taza mientras el aroma a café se impregnaba lentamente en aquella sala – Lo encontré en un callejón. Lo estaban persiguiendo unos tipos. – Dijo tratando de sonar despreocupada, mirando hacia la rubia pero sin “verla” realmente. Sus ojos le ponían nerviosa.- Conversamos un rato, y es un buen niño. Sólo se sentía un poco reprimido…a veces el deseo de aventuras es más fuerte que todo. – Comentó y miró la mano blanquecina, cogiéndola en una transición lenta y cuidadosa como si estuviera tejiendo. ¿Dónde había quedado la Loba impulsiva?  - Me llamo Gianella…- dijo subiendo la mirada, viendo cómo quien se identificaba como Summer no le miraba.- Y el placer es mío. – Sin quitarle la vista de encima besó su mano, quedándose así por largos segundos silenciosos que le torturaron. Se espabiló, babosa, y cogió la taza para soplar y beber un poco. No le importó que no tuviera azúcar. Con aquella chica tenía dulzura suficiente.