AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
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Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
No sabía dónde estaba ni cómo había llegado a aquellas sábanas que distaban bastante de la seda a la que estaba tan acostumbrada, aunque en realidad su calidad no fuese importante en absoluto, sino que lo que sucedía bajo ellas.
Una muchacha se retorcía entre incontrolables escalofríos y trataba en vano de refugiarse en las cobijas de la cama, pero alguien insistía en desabrigarla y ponerle paños fríos en la cabeza ¿¡Qué no se daba cuenta que se sentía a punto de morir congelada!? ¿¡Quién demonios era!? Apenas podía entornar la vista para averiguar de quien se trataba, y la verdad, es que dejó de importar cuando vio aquella enorme herida que desgarraba su piel desde el hombro hasta en canalillo entre sus pechos. Al parecer ya no sangraba a pesar de verse profunda, y al contrario del resto de su cuerpo que parecía que en cualquier momento iba a desquebrajarse por el frío, aquella porción de piel dolía y ardía como si le estuvieran atizando del mismo modo en que marcaban al ganado.
Se retorcía hasta que en un vano intento trató de llevar una mano la herida, pero alguien la tomó bruscamente de la muñeca antes de conseguirlo - ¡Déjenme en paz! – gritó de la forma más alejada a una súplica mientras aun intentaba forcejear. Nunca se había caracterizado por ser alguien amable, y esta no era la situación propicia para comenzar a serlo, si tan solo hubiese tenido el valor de negarse en el momento en que le habían hecho saber que iba a dejar Roma, probablemente para siempre, nada de ello hubiese pasado, el cochero de su carruaje no habría muerto, aquellos extraños no estarían intentando mantenerla quieta, y esa repugnante herida no estaría desgarrando su nívea piel.
Pero las cosas se habían dado así, y a pesar de no recordar más que los alaridos de los caballos y el posterior golpe en el pecho cuando se bajó para averiguar lo que había sucedido, hace tiempo había decidido que se bastaría a sí misma, y si bien aunque aún no pudiese dimensionar las consecuencias del accidente, en su tozudez no dejaría que un tonto rasguño acabara con ella porque había sacrificado demasiado para ser libre de su familia.
Isabella Di Visconti no iba a morir en unas mugrosas sábanas como esas, se negaría a ello aunque tuviese que disputarle su alma al diablo, y el solo hecho de pensar en ello la calmó. Respiraba agitada mientras trataba de prestar atención a lo que hacía la gente a su alrededor, pero duró hasta que escuchó a una mujer en un susurro decirle a alguien que “la muchacha estaba ardiendo en fiebre”. ¿Fiebre? ¿Era tonta o qué? ¿Acaso no se deba cuenta que hacía todo lo posible por abrigarse con las cobijas que insistían en arrebatarle?
De la nada, tomó del antebrazo a la mujer que intentaba limpiarle la herida y la miró con algo que se asimilaba bastante a la ira - ¡Te ordeno que me dejes en paz! – le gritó antes de empujarla con unas irreconocibles fuerzas que hicieron que la mujer acabara en el suelo, víctima de una arrogancia amplificada por una nueva condición que cambiaría su vida para siempre. Mientras, en la habitación se cernía un aterrador silencio, a tal punto que pudo escuchar las respiraciones agitadas en todo su esplendor y el roce de los zapatos ajenos por el suelo de mármol al alejarse de la cama.
Quería suspirar aliviada, pero una alarma se activó en ella cuando sintió la puerta de la habitación abrirse, por lo que se apresuró a incorporarse sobre la cama. No importaba de quien se tratara, porque iba a enfrentarse a quien fuera con tal de obtener una explicación, o al menos eso pensaba ahora que las aguas se resistían a calmarse, porque nada podía dar por sentado lo que fuese a pasar con el tiempo.
Una muchacha se retorcía entre incontrolables escalofríos y trataba en vano de refugiarse en las cobijas de la cama, pero alguien insistía en desabrigarla y ponerle paños fríos en la cabeza ¿¡Qué no se daba cuenta que se sentía a punto de morir congelada!? ¿¡Quién demonios era!? Apenas podía entornar la vista para averiguar de quien se trataba, y la verdad, es que dejó de importar cuando vio aquella enorme herida que desgarraba su piel desde el hombro hasta en canalillo entre sus pechos. Al parecer ya no sangraba a pesar de verse profunda, y al contrario del resto de su cuerpo que parecía que en cualquier momento iba a desquebrajarse por el frío, aquella porción de piel dolía y ardía como si le estuvieran atizando del mismo modo en que marcaban al ganado.
Se retorcía hasta que en un vano intento trató de llevar una mano la herida, pero alguien la tomó bruscamente de la muñeca antes de conseguirlo - ¡Déjenme en paz! – gritó de la forma más alejada a una súplica mientras aun intentaba forcejear. Nunca se había caracterizado por ser alguien amable, y esta no era la situación propicia para comenzar a serlo, si tan solo hubiese tenido el valor de negarse en el momento en que le habían hecho saber que iba a dejar Roma, probablemente para siempre, nada de ello hubiese pasado, el cochero de su carruaje no habría muerto, aquellos extraños no estarían intentando mantenerla quieta, y esa repugnante herida no estaría desgarrando su nívea piel.
Pero las cosas se habían dado así, y a pesar de no recordar más que los alaridos de los caballos y el posterior golpe en el pecho cuando se bajó para averiguar lo que había sucedido, hace tiempo había decidido que se bastaría a sí misma, y si bien aunque aún no pudiese dimensionar las consecuencias del accidente, en su tozudez no dejaría que un tonto rasguño acabara con ella porque había sacrificado demasiado para ser libre de su familia.
Isabella Di Visconti no iba a morir en unas mugrosas sábanas como esas, se negaría a ello aunque tuviese que disputarle su alma al diablo, y el solo hecho de pensar en ello la calmó. Respiraba agitada mientras trataba de prestar atención a lo que hacía la gente a su alrededor, pero duró hasta que escuchó a una mujer en un susurro decirle a alguien que “la muchacha estaba ardiendo en fiebre”. ¿Fiebre? ¿Era tonta o qué? ¿Acaso no se deba cuenta que hacía todo lo posible por abrigarse con las cobijas que insistían en arrebatarle?
De la nada, tomó del antebrazo a la mujer que intentaba limpiarle la herida y la miró con algo que se asimilaba bastante a la ira - ¡Te ordeno que me dejes en paz! – le gritó antes de empujarla con unas irreconocibles fuerzas que hicieron que la mujer acabara en el suelo, víctima de una arrogancia amplificada por una nueva condición que cambiaría su vida para siempre. Mientras, en la habitación se cernía un aterrador silencio, a tal punto que pudo escuchar las respiraciones agitadas en todo su esplendor y el roce de los zapatos ajenos por el suelo de mármol al alejarse de la cama.
Quería suspirar aliviada, pero una alarma se activó en ella cuando sintió la puerta de la habitación abrirse, por lo que se apresuró a incorporarse sobre la cama. No importaba de quien se tratara, porque iba a enfrentarse a quien fuera con tal de obtener una explicación, o al menos eso pensaba ahora que las aguas se resistían a calmarse, porque nada podía dar por sentado lo que fuese a pasar con el tiempo.
Isabella Di Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
Abrió los ojos, y lo primero que escuchó fue un suspiro de alivio que conocía bastante bien, o se podría decir que a la perfección. Era el suspiro que precedía a la calma después de una preocupación extrema, aunque en el caso de quien estaba recostada en su cama era una preocupación hasta rutinaria. Una vez al mes, doce veces al año por casi dos años y ya se había acostumbrado – le gustase o no – al desespero de quienes convivían con ella, al temor ajeno en los discursos de “No queremos perderte” o “No sabemos si volverás con vida”, y al llanto de más de uno de los niños cuando se tardaba más de medio día en pisar temblorosa las escaleras de la residencia. Eran los “costos” de vivir acompañada después de décadas en soledad, pero los solventaba bien. Era extraño para ella, pero a pesar de todo lo sucedido reciente y no tan recientemente, se sentía bien. No sabía exactamente si conforme y/o satisfecha, pero sí bien.
En cuanto recuperó el dominio sobre sus sentidos, algo le hizo sentarse de golpe como si le hubieran clavado una fecha en la espalda. El problema fue que el dolor al hacer el movimiento fue similar y por ello juntó los colmillos que aún no desaparecían del todo aún con la transformación suprimida, cerrando un ojo con fuerza cada vez menor debido a los masajes que la jovencita le daba en la zona con esmero.
- No tienes que moverte así, Gianella, ¡Me asustas! ¡Además no me gusta verte sintiendo dolor!
- L- Lo siento, Emily…- respondió con una sonrisa forzada igual que la posición - Es que hay algo que me perturba – le comentó mirándole como pudo – Percibo otra persona dentro de la Casa…- Y recordó algo más que no tardó en agregar - ¿Y Jeanne? ¿Dónde está?
Emily suspiró nuevamente, y mientras le ayudaba a sentarse de manera más cómoda le respondió – En la madrugada encontramos a una chica inconsciente en las escaleras. Tenía muchas heridas, al parecer hechas con garras – El corazón de Gianella se detuvo un instante – Costó mucho curarla, gritaba y pataleaba diciendo que la dejáramos en paz. En el forcejeo empujó a Jeanne y se golpeó la espalda…-hizo una mueca- Ahora está descansan- - No alcanzó a terminar, ya que Gianella sacó las sábanas de su camino en un solo movimiento. Se vistió con la ropa que siempre dejaban para ella y con esfuerzo empezó a caminar soportando el dolor de todo su cuerpo en pos de aquel aroma, de aquella esencia que no saldría de su olfato hasta conseguir respuestas. Emily le siguió todo el camino y fue quien le abrió la puerta, dejando ver al huésped más reciente, quien estaba en una evidente posición defensiva.
- ¡Vaya! ¡Estás despierta! Y te ves bien, ¡Me alegro mucho! – Dijo la humana con su habitual carisma e inocencia, mientras que la Loba Milanesa no dejaba de mirar a la joven con una sensación extremadamente extraña en su pecho.
En cuanto recuperó el dominio sobre sus sentidos, algo le hizo sentarse de golpe como si le hubieran clavado una fecha en la espalda. El problema fue que el dolor al hacer el movimiento fue similar y por ello juntó los colmillos que aún no desaparecían del todo aún con la transformación suprimida, cerrando un ojo con fuerza cada vez menor debido a los masajes que la jovencita le daba en la zona con esmero.
- No tienes que moverte así, Gianella, ¡Me asustas! ¡Además no me gusta verte sintiendo dolor!
- L- Lo siento, Emily…- respondió con una sonrisa forzada igual que la posición - Es que hay algo que me perturba – le comentó mirándole como pudo – Percibo otra persona dentro de la Casa…- Y recordó algo más que no tardó en agregar - ¿Y Jeanne? ¿Dónde está?
Emily suspiró nuevamente, y mientras le ayudaba a sentarse de manera más cómoda le respondió – En la madrugada encontramos a una chica inconsciente en las escaleras. Tenía muchas heridas, al parecer hechas con garras – El corazón de Gianella se detuvo un instante – Costó mucho curarla, gritaba y pataleaba diciendo que la dejáramos en paz. En el forcejeo empujó a Jeanne y se golpeó la espalda…-hizo una mueca- Ahora está descansan- - No alcanzó a terminar, ya que Gianella sacó las sábanas de su camino en un solo movimiento. Se vistió con la ropa que siempre dejaban para ella y con esfuerzo empezó a caminar soportando el dolor de todo su cuerpo en pos de aquel aroma, de aquella esencia que no saldría de su olfato hasta conseguir respuestas. Emily le siguió todo el camino y fue quien le abrió la puerta, dejando ver al huésped más reciente, quien estaba en una evidente posición defensiva.
- ¡Vaya! ¡Estás despierta! Y te ves bien, ¡Me alegro mucho! – Dijo la humana con su habitual carisma e inocencia, mientras que la Loba Milanesa no dejaba de mirar a la joven con una sensación extremadamente extraña en su pecho.
Su olor era casi idéntico al suyo.
Gianella Massone- Licántropo Clase Baja
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Re: Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
Era la muchacha de antes, no sabía cómo pero la recordaba, quizás no a ella pero sí su aroma que antes había atestado la habitación, y que ahora volvía para dedicarle unas infantiles y poco acertadas palabras. Isabella estuvo a punto de responderle hasta que notó que esta vez no venía sola ¿Era una especie de refuerzo o algo así? Porque distaba de serlo con ese semblante mal… malherido.
La mujer no le quitaba la vista de encima, y lo cierto es que aquello era recíproco, porque había algo, algo que no tenía nombre, que la volvía profundamente familiar y que provocaba un ceño evidentemente fruncido en Isabella, que no tardó en abrir esa boca suya para seguir exigiendo de forma brusca algo que en realidad era lo más lógico en este momento. Respuestas.
- ¿Quién demonios eres para decir que me veo bien? – dijo malhumorada mientras le señalaba la herida, que constituía el punto culmine de un malestar general que incluía ¿Moretones? ¿Dónde estaba el resto de los moretones? No había forma de que las mujeres la hubiesen curado tan rápidamente… pero bueno, eso no importa ahora - ¿Acaso no han sido ustedes las que han evitado responder mis preguntas? – agregó al tiempo que se cruzaba de brazos y miraba a la pobre muchacha con una autoridad que había salido prácticamente de la nada - ¿Y tú? ¿Quién eres tú? ¿Vienes a ver el espectáculo? – habló ahora, remitiendo aquellas preguntas a la extraña mujer que seguía mirándola como si fuese una especie de fenómeno de feria - ¿O vas a explicarme qué está pasando? – volvió a insistir, aunque al mismo tiempo casi sin darle chance de responderle.
¿Tenía miedo? Quizás era eso lo que trataba de ocultar con tanta agresividad, la que en todo caso era una reacción natural después de todo lo que había ocurrido, aunque no supiera exactamente qué era aquello porque tenía apenas un par de retazos de recuerdos.
Se había bajado del carruaje para reprender al cochero por haberse detenido y por conducir por un lugar poco apropiado que provocó que todo el carruaje se remeciera, casi como si hubiese sido golpeado, pero entonces, la presión en el pecho y nada más. El resto se había borrado, y por más que intentara repasarlo una y otra vez, no conseguía atar los cabos sueltos.
En fin. Había algo muy extraño en aquella mujer algo desaliñada y de aspecto bastante rústico, en parte porque parecía no intimidarse por sus gritos y palabras fuertes. ¿Sería la especie de líder o algo? No tenía como saberlo, pero de momento ella parecía ser su oportunidad de saber que era lo que estaba pasando. Algo que distaba de ser lógico porque no la recordaba en la habitación mientras las otras trataban de curar sus heridas, pero sin embargo, algo en su pecho, algo instintivo, le decía que ella podría darle las respuestas que buscaba.
- Dile al resto que salga – dijo ordenándole con un poco menos de arrogancia en la voz – Vas a darme las respuestas que busco, o los denunciaré a la policía o a instancias superiores por retenerme aquí – agregó con seriedad mientras desviaba la mirada, esperando que la mujer hiciera aquella petición, o bien que voluntariamente quienes aún quedaban en la habitación se retiraran. Cualquier cosa sería mejor que quedarse a presenciar la pelea de dos animales heridos.
La mujer no le quitaba la vista de encima, y lo cierto es que aquello era recíproco, porque había algo, algo que no tenía nombre, que la volvía profundamente familiar y que provocaba un ceño evidentemente fruncido en Isabella, que no tardó en abrir esa boca suya para seguir exigiendo de forma brusca algo que en realidad era lo más lógico en este momento. Respuestas.
- ¿Quién demonios eres para decir que me veo bien? – dijo malhumorada mientras le señalaba la herida, que constituía el punto culmine de un malestar general que incluía ¿Moretones? ¿Dónde estaba el resto de los moretones? No había forma de que las mujeres la hubiesen curado tan rápidamente… pero bueno, eso no importa ahora - ¿Acaso no han sido ustedes las que han evitado responder mis preguntas? – agregó al tiempo que se cruzaba de brazos y miraba a la pobre muchacha con una autoridad que había salido prácticamente de la nada - ¿Y tú? ¿Quién eres tú? ¿Vienes a ver el espectáculo? – habló ahora, remitiendo aquellas preguntas a la extraña mujer que seguía mirándola como si fuese una especie de fenómeno de feria - ¿O vas a explicarme qué está pasando? – volvió a insistir, aunque al mismo tiempo casi sin darle chance de responderle.
¿Tenía miedo? Quizás era eso lo que trataba de ocultar con tanta agresividad, la que en todo caso era una reacción natural después de todo lo que había ocurrido, aunque no supiera exactamente qué era aquello porque tenía apenas un par de retazos de recuerdos.
Se había bajado del carruaje para reprender al cochero por haberse detenido y por conducir por un lugar poco apropiado que provocó que todo el carruaje se remeciera, casi como si hubiese sido golpeado, pero entonces, la presión en el pecho y nada más. El resto se había borrado, y por más que intentara repasarlo una y otra vez, no conseguía atar los cabos sueltos.
En fin. Había algo muy extraño en aquella mujer algo desaliñada y de aspecto bastante rústico, en parte porque parecía no intimidarse por sus gritos y palabras fuertes. ¿Sería la especie de líder o algo? No tenía como saberlo, pero de momento ella parecía ser su oportunidad de saber que era lo que estaba pasando. Algo que distaba de ser lógico porque no la recordaba en la habitación mientras las otras trataban de curar sus heridas, pero sin embargo, algo en su pecho, algo instintivo, le decía que ella podría darle las respuestas que buscaba.
- Dile al resto que salga – dijo ordenándole con un poco menos de arrogancia en la voz – Vas a darme las respuestas que busco, o los denunciaré a la policía o a instancias superiores por retenerme aquí – agregó con seriedad mientras desviaba la mirada, esperando que la mujer hiciera aquella petición, o bien que voluntariamente quienes aún quedaban en la habitación se retiraran. Cualquier cosa sería mejor que quedarse a presenciar la pelea de dos animales heridos.
Isabella Di Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
No esperaban ese tipo de reacción. Sus facciones cambiaron de manera más ostensible una que la otra, pero aún así era un cambio a considerar. Emily se sobresaltó con el primero de los muchos reclamos, terminando por enojarse y a la vez angustiarse por la evidente falta de gratitud –y la hostilidad, claro- de su aparentemente desafortunada invitada; y Gianella le cerró la boca a la sorpresa, abriéndole la puerta a esas fuerzas instintivas que producto del desprecio ajeno quisieron salir de inmediato a la luz. Se encargaría de ella aún si apenas podía caminar.
Antes de aguantar un nuevo ladrido –porque eso parecían-, la licántropa italiana miró a su joven amiga ya casi hermana y, notando sus lágrimas, posó con firmeza una mano en su hombro más cercano. No necesito hablarle para expresarle lo que debía hacer. La puerta se cerró por fuera unos segundos después y la jaula ahora contenía a las dos bestias en soledad y silencio. La más veterana de las presentes se acercó hasta la cama en donde descansaba la joven con algo de dificultades; e ignorando forcejeos y reclamos estoicamente a pesar de sus reducidas fuerzas cogió a la chica y la arrojó contra una de las esquinas de la habitación, escuchándose el estruendo pero nadie acudiendo a la cita que no fuera nuevamente la Milanesa, quien miraba con cada vez más desprecio a aquella visita que se hacía más indeseada que deseada a cada segundo que pasaba.
- En primer lugar... no te han retenido, te han salvado tu arrogante hocico y tu asqueroso trasero de una muerte horrible – Era la bestia la que hablaba junto con ella, escuchándose únicamente la voz cortante y casi militarizada de la italiana – Segundo, estás en la Casa de la Esperanza, una casa de acogida en la Corte de los Milagros que ayuda a los más necesitados, pero de haber sabido que eras una malagradecida de mierda hubiera pedido que te dejaran agonizar hasta que los ratones se comieran tus restos podridos – Se volvió a acercar a ella, cogiéndole de la ropa con las fuerzas renovadas que daba por unos momentos el sentir una ira tan fuerte. Acercó su rostro al de ella, y no le importaron los posibles efectos que pudieran haber en la mujer por la aparición del brillo en sus ojos ahora amarillos y sus colmillos – Y tercero… no voy a darle ninguna respuesta a una pendeja que cree tener alguna autoridad para tratar con una falta de modales tan grande a la persona que te salvó la vida. – Si la tela hubiera sido hueso, ahora sería polvillo de calcio. Si había algo que detestaba más que la injusticia y los ricos, eran las lágrimas de los niños. De SUS niños. – Las lágrimas de Emily no valen un gramo de tu existencia…-Hubiera escupido fuego en su cara de haber podido, pero sólo la dejó caer en el piso como quien suelta una hoja de papel sin dejar de mirarle con una fiereza y desprecio infinitos – No mereces yacer un segundo más sobre la cama que albergó tú renacimiento…-aquello fue más un gruñido con ácido que un comentario- Y no finjas que te duele algo, porque lo que te he hecho ni siquiera es una cosquilla – Remató quedándose quieta cual animal que se contiene de aplastar más aún a su presa, esperando alguna –mínima- reacción positiva.
Antes de aguantar un nuevo ladrido –porque eso parecían-, la licántropa italiana miró a su joven amiga ya casi hermana y, notando sus lágrimas, posó con firmeza una mano en su hombro más cercano. No necesito hablarle para expresarle lo que debía hacer. La puerta se cerró por fuera unos segundos después y la jaula ahora contenía a las dos bestias en soledad y silencio. La más veterana de las presentes se acercó hasta la cama en donde descansaba la joven con algo de dificultades; e ignorando forcejeos y reclamos estoicamente a pesar de sus reducidas fuerzas cogió a la chica y la arrojó contra una de las esquinas de la habitación, escuchándose el estruendo pero nadie acudiendo a la cita que no fuera nuevamente la Milanesa, quien miraba con cada vez más desprecio a aquella visita que se hacía más indeseada que deseada a cada segundo que pasaba.
- En primer lugar... no te han retenido, te han salvado tu arrogante hocico y tu asqueroso trasero de una muerte horrible – Era la bestia la que hablaba junto con ella, escuchándose únicamente la voz cortante y casi militarizada de la italiana – Segundo, estás en la Casa de la Esperanza, una casa de acogida en la Corte de los Milagros que ayuda a los más necesitados, pero de haber sabido que eras una malagradecida de mierda hubiera pedido que te dejaran agonizar hasta que los ratones se comieran tus restos podridos – Se volvió a acercar a ella, cogiéndole de la ropa con las fuerzas renovadas que daba por unos momentos el sentir una ira tan fuerte. Acercó su rostro al de ella, y no le importaron los posibles efectos que pudieran haber en la mujer por la aparición del brillo en sus ojos ahora amarillos y sus colmillos – Y tercero… no voy a darle ninguna respuesta a una pendeja que cree tener alguna autoridad para tratar con una falta de modales tan grande a la persona que te salvó la vida. – Si la tela hubiera sido hueso, ahora sería polvillo de calcio. Si había algo que detestaba más que la injusticia y los ricos, eran las lágrimas de los niños. De SUS niños. – Las lágrimas de Emily no valen un gramo de tu existencia…-Hubiera escupido fuego en su cara de haber podido, pero sólo la dejó caer en el piso como quien suelta una hoja de papel sin dejar de mirarle con una fiereza y desprecio infinitos – No mereces yacer un segundo más sobre la cama que albergó tú renacimiento…-aquello fue más un gruñido con ácido que un comentario- Y no finjas que te duele algo, porque lo que te he hecho ni siquiera es una cosquilla – Remató quedándose quieta cual animal que se contiene de aplastar más aún a su presa, esperando alguna –mínima- reacción positiva.
Gianella Massone- Licántropo Clase Baja
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Re: Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
La ira de momentos atrás había evitado concentrarse en ella misma, en cómo se sentía, por eso ahora que comenzaba a despejarse la habitación tuvo unos cuantos instantes para notar que algo estaba mal con ella, que algo se sentía diferente, y que no era solo un efecto de aturdimiento por la fiebre. Lo único que ardía era la herida de su pecho, mientras que el resto de su cuerpo se encontraba en perfectas condiciones ¿Pero no habían moretones hace un rato? Incluso podría jugar que hace nada sentía dolor en ciertos puntos.
Lo óptimo hubiese sido seguir revisando si había algún otro daño, pero no hubo tiempo para aquello. De hecho, estaba tan concentrada en esa extraña sensación que no se dio cuenta cuando la mujer se acercó a la cama, sino solo hasta que sintió que a la fuerza la levantaban de la misma. Forcejeó como cualquiera hubiese hecho, aunque no fue lo suficientemente efectivo dado que acabó siendo estrellada contra las paredes de la habitación. ¿Dolía?
Luego la molesta mujer volvía a abrir la boca de manera venenosa, pero al menos estaba respondiendo a lo que tanto había preguntado. Salvado. Casa de acogida. Y el resto se perdió en su consciencia. La muchacha en shock. Paralizada. ¿De verdad había estado a punto de morir? ¿Cómo? ¿Por qué? No conocía a nadie en París, mucho menos a alguien que quisiera hacerle daño. Lo que reducía las opciones a un ataque producto del azar.
Pero entonces, aquellas firmes manos que agarraban sus improvisadas ropas se le hicieron profundamente familiares, por lo que levantó la vista en el mismo instante en que la mujer la soltó, dejándola caer en el suelo – Ojos amarillos – murmuró mientras se incorporaba de rodillas - ¿Renacimiento? – se preguntó más a sí misma, ignorando por completo las nuevas palabras de la mujer. No sabía a lo que se refería, pero sí sentía que algo estaba mal, y su ahora agresora sabía exactamente qué era.
De la nada se abalanzó contra ella, tirándola al piso al tiempo que quedaba sentada sobre su abdomen, y mirándola con más miedo que rabia - ¡Dime qué demonios está pasándome! – le gritó mientras se aseguraba de retenerla ejerciendo presión sobre sus hombros, formando de sus dedos algo más bien parecían ser garras que se incrustaron en la piel ajena - ¡Habla! – volvió a exigir y a darle un nuevo golpe de presión sobre los hombros, como si quisiese hundirla hasta atravesar el suelo.
Como es obvio, no podía ver que sus orbes, naturalmente claros y de un indescifrable gris, se habían tornado aterradoramente negros a punto de parecer vacíos, como si estuviese a puertas de perder el control de sí misma. Eso hasta que siento aquel aroma que se le antojó una bofetada. Lo conocía, de antes, y parecía provenir de la mujer que yacía debajo de ella.
Instintivamente acercó su nariz al cuello ajeno, tratando de que su memoria le ayudase a recordar de qué lo conocía, o más bien, de qué conocía a la mujer – Estabas ahí – murmuró en italiano. Y sin darse cuenta, hizo la conexión más importante de los hechos, pero también la había malinterpretado.
Lo óptimo hubiese sido seguir revisando si había algún otro daño, pero no hubo tiempo para aquello. De hecho, estaba tan concentrada en esa extraña sensación que no se dio cuenta cuando la mujer se acercó a la cama, sino solo hasta que sintió que a la fuerza la levantaban de la misma. Forcejeó como cualquiera hubiese hecho, aunque no fue lo suficientemente efectivo dado que acabó siendo estrellada contra las paredes de la habitación. ¿Dolía?
Luego la molesta mujer volvía a abrir la boca de manera venenosa, pero al menos estaba respondiendo a lo que tanto había preguntado. Salvado. Casa de acogida. Y el resto se perdió en su consciencia. La muchacha en shock. Paralizada. ¿De verdad había estado a punto de morir? ¿Cómo? ¿Por qué? No conocía a nadie en París, mucho menos a alguien que quisiera hacerle daño. Lo que reducía las opciones a un ataque producto del azar.
Pero entonces, aquellas firmes manos que agarraban sus improvisadas ropas se le hicieron profundamente familiares, por lo que levantó la vista en el mismo instante en que la mujer la soltó, dejándola caer en el suelo – Ojos amarillos – murmuró mientras se incorporaba de rodillas - ¿Renacimiento? – se preguntó más a sí misma, ignorando por completo las nuevas palabras de la mujer. No sabía a lo que se refería, pero sí sentía que algo estaba mal, y su ahora agresora sabía exactamente qué era.
De la nada se abalanzó contra ella, tirándola al piso al tiempo que quedaba sentada sobre su abdomen, y mirándola con más miedo que rabia - ¡Dime qué demonios está pasándome! – le gritó mientras se aseguraba de retenerla ejerciendo presión sobre sus hombros, formando de sus dedos algo más bien parecían ser garras que se incrustaron en la piel ajena - ¡Habla! – volvió a exigir y a darle un nuevo golpe de presión sobre los hombros, como si quisiese hundirla hasta atravesar el suelo.
Como es obvio, no podía ver que sus orbes, naturalmente claros y de un indescifrable gris, se habían tornado aterradoramente negros a punto de parecer vacíos, como si estuviese a puertas de perder el control de sí misma. Eso hasta que siento aquel aroma que se le antojó una bofetada. Lo conocía, de antes, y parecía provenir de la mujer que yacía debajo de ella.
Instintivamente acercó su nariz al cuello ajeno, tratando de que su memoria le ayudase a recordar de qué lo conocía, o más bien, de qué conocía a la mujer – Estabas ahí – murmuró en italiano. Y sin darse cuenta, hizo la conexión más importante de los hechos, pero también la había malinterpretado.
Isabella Di Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
El sonido de los cuerpos cayendo al piso no pasó desapercibido tal y como el anterior, pero nadie fue capaz de entrar para ver qué sucedía. Jeanne frenaba el ímpetu de Emily con un movimiento de su cabeza rozando las almohadas, y fue Léa la que puso el oído contra la puerta, escuchando las exigencias en forma de gritos del forzado huésped, y el posterior silencio que se fue haciendo cada vez más tenso a medida que pasaban los segundos y los minutos, incrementando la ansiedad y necesidad de respuestas por quienes esperaban expectantes desde fuera el desenlace de lo que sucedía allí dentro.
La diferencia entre las energías gastadas y el tiempo de descanso se hizo más que notoria esta vez, y es que Gianella no pudo contrarrestar aquel agarre lleno de vigor de la primeriza, que incluso era capaz de producirle dolor con el uso de sus garras. Lo peor de todo eran sus ojos, que ahora ennegrecidos amenazaban la seguridad de ella y de todos los presentes en la residencia, ya que claramente no tendría la fuerza física y la resistencia consciente para retener a la bestia antes de que todos pudieran escapar, ni mucho menos hacerle frente como para pelear y tranquilizarla lejos de ellos.
Pero de pronto, afortunadamente – o quizás desafortunadamente para ella –, pareció calmarse al menos un momento, pero aquellas palabras atravesaron oído y de paso se desviaron a su pecho, sabiendo perfectamente lo que había sucedido hace nada de tiempo. ¿Cómo decirle sin ser demasiado dura? No, no se podía no ser dura con aquello. Había que ser directa y sincera, y afrontar las consecuencias: siempre había actuado así, y no iba a retractarse ahora de hacerlo, menos en una situación tan delicada.
Sus ojos volvieron al color azul bajo la cortina de sus párpados para dar paso a una calma que necesitaba imperiosamente para salir viva de aquella situación tan delicada, y sus manos se movieron para obligar a los hombros del cuerpo que la mantenía pegada al piso de madera a incorporarse un poco, lo suficiente para poder mirar su rostro en plenitud, y específicamente a sus ojos, aquellos que se estaban dejando llevar por las tinieblas sangrientas y desconocidas de los hijos de la luna – Antes que nada tienes que tranquilizarte, la desesperación no te llevará a nada más que a tu propia muerte – Y era cierto, considerando el grado de descontrol y de poder que la chica escondía, la única alternativa para detenerla sería con unas cuantas balas de plata en el corazón – Ahora eres un Licántropo, un esclavo de la Luna. – Le dijo con toda la seriedad conciliadora que pudo, manteniendo sus hombros lo más firmes posible – Tu cuerpo ahora es más fuerte y ágil; y tus sentidos están muchísimo más agudos. Es por eso que eres capaz de reconocer mi olor. Y desde ahora, en cada Luna Llena te convertirás en la bestia que reside dentro tuyo, un ser asesino y despiadado que no reconoce aliados de enemigos. – No esperó a que lo asimilara de inmediato porque aquello no iba a ocurrir, así que continuó – Y sí…-tomó aire antes de responder con un suspiro tan o más doloroso que lo que involucraban sus palabras, o las conclusiones que de ahí eran creadas - estuve allí. O al menos eso parece. Tu olor es casi idéntico al mío, y por desgracia creo que hay una sola explicación para ello. –Sintió un vacío en su interior y aguantó estoicamente el dolor que le producía decir cosas así – Yo te convertí en lo que eres ahora, pero voy a ayudarte. No voy a dejarte sola.
No sabía por qué exactamente en el momento, pero aquella joven le daba una sensación de familiaridad más fuerte que la que debería. Era primera vez que la veía frente a frente…¿Entonces de dónde la conocía?...
La respuesta vino como si un rayo le hubiera caído directo en la cabeza:
“- Es complicado – dijo mientras se enfocaba en abrir el simple mecanismo que sellaba una de sus maletas – O al menos, creo que se pondrá complicado – agregó descuidadamente mientras sacaba un roído libro y buscaba algo escondido entre sus páginas, un daguerrotipo – Los dueños de este lugar – dijo secamente mientras le tendía la fotografía – Nobleza italiana, negocios agrícolas y ganaderos, pero principalmente beneficios por financiamiento de campañas políticas… “
La diferencia entre las energías gastadas y el tiempo de descanso se hizo más que notoria esta vez, y es que Gianella no pudo contrarrestar aquel agarre lleno de vigor de la primeriza, que incluso era capaz de producirle dolor con el uso de sus garras. Lo peor de todo eran sus ojos, que ahora ennegrecidos amenazaban la seguridad de ella y de todos los presentes en la residencia, ya que claramente no tendría la fuerza física y la resistencia consciente para retener a la bestia antes de que todos pudieran escapar, ni mucho menos hacerle frente como para pelear y tranquilizarla lejos de ellos.
Pero de pronto, afortunadamente – o quizás desafortunadamente para ella –, pareció calmarse al menos un momento, pero aquellas palabras atravesaron oído y de paso se desviaron a su pecho, sabiendo perfectamente lo que había sucedido hace nada de tiempo. ¿Cómo decirle sin ser demasiado dura? No, no se podía no ser dura con aquello. Había que ser directa y sincera, y afrontar las consecuencias: siempre había actuado así, y no iba a retractarse ahora de hacerlo, menos en una situación tan delicada.
Sus ojos volvieron al color azul bajo la cortina de sus párpados para dar paso a una calma que necesitaba imperiosamente para salir viva de aquella situación tan delicada, y sus manos se movieron para obligar a los hombros del cuerpo que la mantenía pegada al piso de madera a incorporarse un poco, lo suficiente para poder mirar su rostro en plenitud, y específicamente a sus ojos, aquellos que se estaban dejando llevar por las tinieblas sangrientas y desconocidas de los hijos de la luna – Antes que nada tienes que tranquilizarte, la desesperación no te llevará a nada más que a tu propia muerte – Y era cierto, considerando el grado de descontrol y de poder que la chica escondía, la única alternativa para detenerla sería con unas cuantas balas de plata en el corazón – Ahora eres un Licántropo, un esclavo de la Luna. – Le dijo con toda la seriedad conciliadora que pudo, manteniendo sus hombros lo más firmes posible – Tu cuerpo ahora es más fuerte y ágil; y tus sentidos están muchísimo más agudos. Es por eso que eres capaz de reconocer mi olor. Y desde ahora, en cada Luna Llena te convertirás en la bestia que reside dentro tuyo, un ser asesino y despiadado que no reconoce aliados de enemigos. – No esperó a que lo asimilara de inmediato porque aquello no iba a ocurrir, así que continuó – Y sí…-tomó aire antes de responder con un suspiro tan o más doloroso que lo que involucraban sus palabras, o las conclusiones que de ahí eran creadas - estuve allí. O al menos eso parece. Tu olor es casi idéntico al mío, y por desgracia creo que hay una sola explicación para ello. –Sintió un vacío en su interior y aguantó estoicamente el dolor que le producía decir cosas así – Yo te convertí en lo que eres ahora, pero voy a ayudarte. No voy a dejarte sola.
No sabía por qué exactamente en el momento, pero aquella joven le daba una sensación de familiaridad más fuerte que la que debería. Era primera vez que la veía frente a frente…¿Entonces de dónde la conocía?...
La respuesta vino como si un rayo le hubiera caído directo en la cabeza:
“- Es complicado – dijo mientras se enfocaba en abrir el simple mecanismo que sellaba una de sus maletas – O al menos, creo que se pondrá complicado – agregó descuidadamente mientras sacaba un roído libro y buscaba algo escondido entre sus páginas, un daguerrotipo – Los dueños de este lugar – dijo secamente mientras le tendía la fotografía – Nobleza italiana, negocios agrícolas y ganaderos, pero principalmente beneficios por financiamiento de campañas políticas… “
- *Es…la niña de la fotografía…*
Gianella Massone- Licántropo Clase Baja
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Re: Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
Isabella sintió como la mujer se removió bajo sus manos, y aun pese a la fuerza que estaba ejerciendo sobre ella, ésta logró incorporarse levemente, aprovechando aquel momento de confusión en la muchacha, y que fue lo único que impidió que su mente fuera absorbida por ese vacío animal que amenazaba con controlarla. Ahora, con la respiración agitada y apenas unos retazos de consciencia, trataba de no perder el hilo de las palabras de la mujer, palabras que se le antojaban cada vez más lejanas, como si se fueran apagando.
De momento la muchacha aún estaba ahí, en una lucha interna por retomar el control de su cuerpo, que apenas le permitía atrapar retazos de las palabras ajenas. ¿Tranquilizarse? ¿No era por todos sabido el hecho de que cuando se usaba esa frase tendía a producir el efecto contrario? Quizás estaba apelando a su humanidad, la que fue suficiente hasta que escuchó aquella palabra que a partir de este día iba a definirla para siempre.
Licántropo. Había escuchado esas ridículas historias un par de veces, de esos trabajadores que servían en la villa de sus padres en Roma, y a las que no les atribuía más que la ignorancia y alucinaciones de un par de alcohólicos. Era gracioso. Y de no ser porque la misma sangre que bullía ahora por sus venas parecía gritar que era cierto ella se hubiese mantenido escéptica frente a la leyenda. No quería creer, pero a falta de una explicación más razonable para todos esos síntomas que la mujer nombraba no tuvo otra opción.
El golpe final vino con la última de sus frases: “Yo te convertí en lo que eres ahora”. Y el resto, si es que hubo más, se disolvió en el aire. Algo dentro de Isabella se pregunta por qué, qué le había hecho ella para que la condenara de ese modo, pero ese mismo algo, seguramente su consciencia, ya había sido tragado por la más profunda oscuridad.
Sus manos se clavaron con aún más fuerza en los hombros de la mujer, desgarrando tanto la ropa como la piel. De haber tenido consciencia habría notado muchas cosas. Las gotitas de sangre que escurrían levemente por sus dedos, la expresión compungida de la que ahora parecía ser su víctima, y sobre todo, el hecho de que ella le había entendido esos últimos murmullos que había hecho en italiano. Pero no. En su mente solo estaba la idea de hacerle daño, o más bien, devolvérselo.
Por fin soltó sus magullados hombros, y suspiró, pesadamente, para quedarse unos instantes mirando al frente, a la nada, como si estuviese perdida, solo que ahora supo dónde ir, porque al bajar la vista vio al ser que la había herido. Por puro instinto una de sus manos se estrelló violentamente en una de las mejillas de quien la había condenado, pero no fue una simple bofetada, fue el golpe y sus garras incrustándose en la piel de su pómulo, dejando una herida lo suficientemente profunda como para dejar la mano agresora ensangrentada. Isabella vio la sangre, pero no se inmutó, es más, a ese lado animal no le pareció suficiente.
Ahora ambas manos se habían deslizado hasta su cuello hasta aprisionarlo, hasta que sin piedad alguna comenzó a estrangularla. Podría ver la presión en sus ojos y estaba consciente del forcejeo. Estuvo a segundos de quebrarle la tráquea cuando un grito inubicable la despertó de esa especie de trance. Sus manos aflojaron el agarre hasta que finalmente la soltó.
Todo su cuerpo estaba temblando. Sus ojos se habían despejado de aquel negro vacío en que se habían sumido, volviendo a su color natural. Y en un acto reflejo se llevó una mano a los labios para suprimir un grito por lo que había hecho, pero entonces ese sabor a hierro se coló en su boca, lo que le hizo tomar consciencia de la sangre que había derramado, no era una cantidad exorbitante o mortal, pero si la suficiente para generar un gran impacto psicológica en la muchacha, que ahora apenas podía sostener su cuerpo - ¿Por qué lo hiciste? – dijo con su voz quebrada, fue la pregunta que había quedado pendiente momentos atrás, una que ahora no necesitaba respuesta, porque podía entender perfectamente lo que había pasado.
Finalmente su cuerpo se rindió. Y acabó cayendo sobre la mujer debido a los embates del cansancio. Estaba despierta y consciente, pero ninguno de sus músculos hacía intento alguno por levantarse, ninguno respondía, ni siquiera debido a lo incomodo de aquella posición. A duras penas pudo ocultar su rostro en el hombro que momentos atrás había desgarrado y por fin, comenzar a llorar silenciosamente.
De momento la muchacha aún estaba ahí, en una lucha interna por retomar el control de su cuerpo, que apenas le permitía atrapar retazos de las palabras ajenas. ¿Tranquilizarse? ¿No era por todos sabido el hecho de que cuando se usaba esa frase tendía a producir el efecto contrario? Quizás estaba apelando a su humanidad, la que fue suficiente hasta que escuchó aquella palabra que a partir de este día iba a definirla para siempre.
Licántropo. Había escuchado esas ridículas historias un par de veces, de esos trabajadores que servían en la villa de sus padres en Roma, y a las que no les atribuía más que la ignorancia y alucinaciones de un par de alcohólicos. Era gracioso. Y de no ser porque la misma sangre que bullía ahora por sus venas parecía gritar que era cierto ella se hubiese mantenido escéptica frente a la leyenda. No quería creer, pero a falta de una explicación más razonable para todos esos síntomas que la mujer nombraba no tuvo otra opción.
El golpe final vino con la última de sus frases: “Yo te convertí en lo que eres ahora”. Y el resto, si es que hubo más, se disolvió en el aire. Algo dentro de Isabella se pregunta por qué, qué le había hecho ella para que la condenara de ese modo, pero ese mismo algo, seguramente su consciencia, ya había sido tragado por la más profunda oscuridad.
Sus manos se clavaron con aún más fuerza en los hombros de la mujer, desgarrando tanto la ropa como la piel. De haber tenido consciencia habría notado muchas cosas. Las gotitas de sangre que escurrían levemente por sus dedos, la expresión compungida de la que ahora parecía ser su víctima, y sobre todo, el hecho de que ella le había entendido esos últimos murmullos que había hecho en italiano. Pero no. En su mente solo estaba la idea de hacerle daño, o más bien, devolvérselo.
Por fin soltó sus magullados hombros, y suspiró, pesadamente, para quedarse unos instantes mirando al frente, a la nada, como si estuviese perdida, solo que ahora supo dónde ir, porque al bajar la vista vio al ser que la había herido. Por puro instinto una de sus manos se estrelló violentamente en una de las mejillas de quien la había condenado, pero no fue una simple bofetada, fue el golpe y sus garras incrustándose en la piel de su pómulo, dejando una herida lo suficientemente profunda como para dejar la mano agresora ensangrentada. Isabella vio la sangre, pero no se inmutó, es más, a ese lado animal no le pareció suficiente.
Ahora ambas manos se habían deslizado hasta su cuello hasta aprisionarlo, hasta que sin piedad alguna comenzó a estrangularla. Podría ver la presión en sus ojos y estaba consciente del forcejeo. Estuvo a segundos de quebrarle la tráquea cuando un grito inubicable la despertó de esa especie de trance. Sus manos aflojaron el agarre hasta que finalmente la soltó.
Todo su cuerpo estaba temblando. Sus ojos se habían despejado de aquel negro vacío en que se habían sumido, volviendo a su color natural. Y en un acto reflejo se llevó una mano a los labios para suprimir un grito por lo que había hecho, pero entonces ese sabor a hierro se coló en su boca, lo que le hizo tomar consciencia de la sangre que había derramado, no era una cantidad exorbitante o mortal, pero si la suficiente para generar un gran impacto psicológica en la muchacha, que ahora apenas podía sostener su cuerpo - ¿Por qué lo hiciste? – dijo con su voz quebrada, fue la pregunta que había quedado pendiente momentos atrás, una que ahora no necesitaba respuesta, porque podía entender perfectamente lo que había pasado.
Finalmente su cuerpo se rindió. Y acabó cayendo sobre la mujer debido a los embates del cansancio. Estaba despierta y consciente, pero ninguno de sus músculos hacía intento alguno por levantarse, ninguno respondía, ni siquiera debido a lo incomodo de aquella posición. A duras penas pudo ocultar su rostro en el hombro que momentos atrás había desgarrado y por fin, comenzar a llorar silenciosamente.
Isabella Di Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
Era ella, sin duda alguna. Su rostro tenía las mismas facciones que la jovencita que aparecía con un vestido al lado de dos personas que asumió como sus padres y un par más viejas que debían corresponder a sus abuelos, o a algún familiar de ese tipo. Independiente de esos detalles, lo que importaba en el momento –y en la cabeza de Gianella- era que estaba intentando hacer que la persona más inesperada y desafortunada con la que podría interactuar no perdiera el control de sí y destrozara lo que le pertenecía, con inquilinos y allegados dentro.
Le había dicho toda la verdad de una sola vez, y los efectos se vieron de inmediato. Aquellos ojos negros eran idénticos en contenido a los suyos amarillos, y su tan acertado presentimiento de que las cosas podrían empeorar (y que rogaba que no fuera así; porque sí, una persona tan segura como ella también podía pedir piedad de vez en cuando) se materializó con mucho dolor, más del que debería.
Diez pequeñas pero filosas lanzas se le clavaron en los hombros hasta que las yemas se mancharon de rojo, y eso le valió una mueca y un quejido apenas contenido para no preocupar a los que afuera esperaban expectantes –y temerosos- por el desenlace de aquel encuentro. Y no les hubiera gustado entrar; no para ver a la Loba Milanesa gemir por el dolor más puro percibido en un buen tiempo. Desde la confrontación con Kaida que su cuerpo no sufría con tal intensidad, y ni bien se escuchó el bramido de sufrimiento de la protectora principal de aquel edificio y de tantos otros inquilinos, se escucharon golpes en la puerta, junto con la voz preocupadísima de Léa - ¡¡No entres, es peligros- -Y ni siquiera fue capaz de terminar la advertencia, ya que como si ese fuera el deseo de la bestia que se había apoderado de la consciencia de la joven, sus palabras fueron destrozadas por aquel par de manos que cortaron de golpe su accionar, cortando progresivamente su respiración con una fuerza monstruosa que no podía contrarrestar en ese momento. El dolor de todo su cuerpo por la transformación reciente, sumado al dolor infernal de aquella agresión que seguramente dejaría marca en su rostro y la falta de aire le impedían concentrarse lo suficiente, abortando contra su voluntad el intentar ejercer alguna resistencia.
----------
Desde fuera, se podía escuchar ruido también, de una Léa desesperada por entrar y que era apenas contenida por Emily.
- ¡Déjame entrar, Emily! ¡Gianella está en peligro!
- ¡No, hay que confiar en ella! Si nos dijo que debemos quedarnos aquí, hay que hacerlo.
- ¡No sabemos que está pasando allí adentro!
- ¡Y por eso mismo tenemos que quedarnos aquí! Puede ser algo que no podamos manejar…aunque duela decirlo…
El agarre no duró mucho más que aquella conversación, ya que Léa dejó de moverse violentamente, aunque su cuerpo temblaba de impotencia; y quizás por algo de temor.
- Maldición…
----------
Gianella dejó caer los brazos, incapaz de continuar. Y cuando creyó que iba a caer merced a su propia “herencia”, algo a lo que asimiló a uno de esos milagros que escuchaba predicaban imbéciles en algunas esquinas de la Corte le hizo recuperar aire y color. Ni bien fue soltada empezó a toser y a respirar fuertemente, con una mano prácticamente clavada en el cuello para saber si no se le había partido algo dentro de su cuerpo. Apenas pudo le miró a sus ojos que habían recuperado, gracias a “algo”, su lado humano, pero no pudo hacer mueca alguna. Era como si la sangre que bañaba su mejilla no le permitiera hacer movimientos en sus músculos. El impacto había sido enorme para las dos, y ahí Gianella asumió que había estado demasiado cerca de morir.
De la misma forma le contempló, incapaz de responder su pregunta además de no poder hacerlo, porque no había cómo hacerlo. ¿Por qué? Ella nunca deseaba llegar a estos casos, pero para variar la suerte se había reído varias veces de ella con algunas conversiones y matanzas obviamente indeseadas. Ese era el lado que más detestaba de su licantropía: el arrebatar y trastornar radicalmente las vidas de mucha gente sin quererlo. Y por eso fue que la recibió y la apoyó moviendo su brazo para posar la mano en su cabeza en un gesto que aparentemente podía servir de poco, pero si algo había aprendido era que a veces los gestos más pequeños podían causar un impacto mayor que con algo más estrafalario y portentoso. Percibió sus lágrimas y eso ensalzó como pudo las temblorosas caricias que se repartieron por aquel cabello largo y oscuro, incapaz de hacer algo más mientras aquella herida y sus energías no se regenerasen. Pensó que necesitaría sólo un rato, pero sus ojos se mantuvieron así por casi veinte horas.
Sólo un aroma pudo despertarla cerca del mediodía del día siguiente, con mucha más lentitud que su sorpresiva reacción anterior. Se desperezó con un largo bostezo que pareció el rugido de un león macho y se sentó en la cama tras largos minutos en un estado mental que no se podía identificar ni con la somnolencia ni con la atención total. Posó los pies en las tablas de madera con una mano en el abdomen y, tras ponerse de mala forma su calzado se levantó, llevada casi levitando hacia la cocina por aquel aroma que le hipnotizaba como el juguete a su perro. Se apoyó en el marco de la puerta de la misma, y lo que vio allí le sacó de golpe de su ensimismamiento y la arrojó de golpe a la realidad. Ella estaba allí.
Le había dicho toda la verdad de una sola vez, y los efectos se vieron de inmediato. Aquellos ojos negros eran idénticos en contenido a los suyos amarillos, y su tan acertado presentimiento de que las cosas podrían empeorar (y que rogaba que no fuera así; porque sí, una persona tan segura como ella también podía pedir piedad de vez en cuando) se materializó con mucho dolor, más del que debería.
Diez pequeñas pero filosas lanzas se le clavaron en los hombros hasta que las yemas se mancharon de rojo, y eso le valió una mueca y un quejido apenas contenido para no preocupar a los que afuera esperaban expectantes –y temerosos- por el desenlace de aquel encuentro. Y no les hubiera gustado entrar; no para ver a la Loba Milanesa gemir por el dolor más puro percibido en un buen tiempo. Desde la confrontación con Kaida que su cuerpo no sufría con tal intensidad, y ni bien se escuchó el bramido de sufrimiento de la protectora principal de aquel edificio y de tantos otros inquilinos, se escucharon golpes en la puerta, junto con la voz preocupadísima de Léa - ¡¡No entres, es peligros- -Y ni siquiera fue capaz de terminar la advertencia, ya que como si ese fuera el deseo de la bestia que se había apoderado de la consciencia de la joven, sus palabras fueron destrozadas por aquel par de manos que cortaron de golpe su accionar, cortando progresivamente su respiración con una fuerza monstruosa que no podía contrarrestar en ese momento. El dolor de todo su cuerpo por la transformación reciente, sumado al dolor infernal de aquella agresión que seguramente dejaría marca en su rostro y la falta de aire le impedían concentrarse lo suficiente, abortando contra su voluntad el intentar ejercer alguna resistencia.
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Desde fuera, se podía escuchar ruido también, de una Léa desesperada por entrar y que era apenas contenida por Emily.
- ¡Déjame entrar, Emily! ¡Gianella está en peligro!
- ¡No, hay que confiar en ella! Si nos dijo que debemos quedarnos aquí, hay que hacerlo.
- ¡No sabemos que está pasando allí adentro!
- ¡Y por eso mismo tenemos que quedarnos aquí! Puede ser algo que no podamos manejar…aunque duela decirlo…
El agarre no duró mucho más que aquella conversación, ya que Léa dejó de moverse violentamente, aunque su cuerpo temblaba de impotencia; y quizás por algo de temor.
- Maldición…
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Gianella dejó caer los brazos, incapaz de continuar. Y cuando creyó que iba a caer merced a su propia “herencia”, algo a lo que asimiló a uno de esos milagros que escuchaba predicaban imbéciles en algunas esquinas de la Corte le hizo recuperar aire y color. Ni bien fue soltada empezó a toser y a respirar fuertemente, con una mano prácticamente clavada en el cuello para saber si no se le había partido algo dentro de su cuerpo. Apenas pudo le miró a sus ojos que habían recuperado, gracias a “algo”, su lado humano, pero no pudo hacer mueca alguna. Era como si la sangre que bañaba su mejilla no le permitiera hacer movimientos en sus músculos. El impacto había sido enorme para las dos, y ahí Gianella asumió que había estado demasiado cerca de morir.
De la misma forma le contempló, incapaz de responder su pregunta además de no poder hacerlo, porque no había cómo hacerlo. ¿Por qué? Ella nunca deseaba llegar a estos casos, pero para variar la suerte se había reído varias veces de ella con algunas conversiones y matanzas obviamente indeseadas. Ese era el lado que más detestaba de su licantropía: el arrebatar y trastornar radicalmente las vidas de mucha gente sin quererlo. Y por eso fue que la recibió y la apoyó moviendo su brazo para posar la mano en su cabeza en un gesto que aparentemente podía servir de poco, pero si algo había aprendido era que a veces los gestos más pequeños podían causar un impacto mayor que con algo más estrafalario y portentoso. Percibió sus lágrimas y eso ensalzó como pudo las temblorosas caricias que se repartieron por aquel cabello largo y oscuro, incapaz de hacer algo más mientras aquella herida y sus energías no se regenerasen. Pensó que necesitaría sólo un rato, pero sus ojos se mantuvieron así por casi veinte horas.
Sólo un aroma pudo despertarla cerca del mediodía del día siguiente, con mucha más lentitud que su sorpresiva reacción anterior. Se desperezó con un largo bostezo que pareció el rugido de un león macho y se sentó en la cama tras largos minutos en un estado mental que no se podía identificar ni con la somnolencia ni con la atención total. Posó los pies en las tablas de madera con una mano en el abdomen y, tras ponerse de mala forma su calzado se levantó, llevada casi levitando hacia la cocina por aquel aroma que le hipnotizaba como el juguete a su perro. Se apoyó en el marco de la puerta de la misma, y lo que vio allí le sacó de golpe de su ensimismamiento y la arrojó de golpe a la realidad. Ella estaba allí.
Gianella Massone- Licántropo Clase Baja
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Re: Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
Lloraba simplemente por llorar. No consciente aun de que su vida había dado un giro tan drástico que nada iba a poder ser como antes, en algo que casi se acercaba a una vida arruinada. ¿Cómo iba a vivir así? Conocía del folclore y los ridículos rumores cómo vivían aquellos animales ¿Cómo sobreviviría alguien como ella siquiera a lo cotidiano? Lo que se dificultaría aún más con todo lo que ella desconocía: la Inquisición, los cazadores, y aun peor, el límite al que su inconsciencia la llevaba, cuya mayor muestra había sido la agresión a la mujer que la había condenado a esto.
De la nada sintió la puerta abrirse, y apenas tuvo las fuerzas suficientes para mirar a las muchachas que horrorizadas miraban la escena – No la he matado, si es lo que te preocupa – dijo con lo que le quedaba de voz, mientras hacía vanos amagos por levantarse – Aunque es lo que debería hacer ¿No? – agregó más bien para ella misma. Ese sarcasmo tan propio de ella seguía ahí. De hecho, el decir aquellas palabras incluso le había divertido ligeramente, tal y como antes, dándole la esperanza de que si bien su cuerpo había cambiado contra su voluntad, su esencia seguía ahí, y quien sabe, tal vez algún día podría volver a ser la misma cuando suficiente agua pasara bajo el puente.
- No seas idiota y ayúdame – dijo al tiempo que le dedicaba una mirada fulminante a una de las jóvenes. No sabía qué diablos iba a pasar ahora, pero de lo que estaba segura era de que ahora había una cadena que la ataba a esa mujer que aun yacía en el suelo, probablemente inconsciente.
Luego de ser sacada de la habitación fue llevada a otro sitio, dónde finalmente se quedó dormida por varias horas, hasta que una anciana a la que la muchacha había llamado Jeanne, quien sin decir palabra alguna, le dejó unas ropas, bastante simples por lo demás, y le dio un par de palmaditas en la cabeza antes del salir del cuarto. A pesar de su genio, Isabella no pudo decirle nada, solo se limitó a fruncir el ceño y comenzar a vestirse con la pobre pero impoluta camisa blanca, probablemente de hombre, y unos pantalones beige que eran demasiado holgados para ella.
Estuvo más de media hora deambulando en aquel cuarto, pero nadie se detenía ni siquiera a preguntar por ella, como si todos tuviesen cosas más importantes que hacer, o tal vez, como si ver a alguien convertida en una maldita bestia fuese lo más común del universo para todos en el lugar. Isabella bufó un par de veces más antes de decidirse a salir en búsqueda de alguien ¡Quién fuera! Que pudiese responder a sus preguntas o que le ayudase a llegar a casa de algún modo.
En ello fue que acabó llegando a lo que parecía ser ¿La cocina? Le parecía familiar, pese a que el estado del lugar claramente no era el mejor de todos, pero bueno, divisó a la anciana de antes, y antes de que pudiese decirle nada, ella le señaló unas manzanas que estaban sobre un mesón y le pidió que las pelara. Nuevamente no pudo decirle nada, era como si un extraño magnetismo hiciera que todo su sarcasmo y su malcriado encanto no pudieran escapar por su boca.
Gruñó y lejos de hacer lo que la antigua Isa le decía, tomó el cuchillo y comenzó a pelar las manzanas, que en el proceso perdieron toda su forma lisa y casi esférica para convertirse en figuras irregulares debido a la falta de práctica de la muchacha en aquellos ámbitos. Cuando ya casi había acabado, por ejercer más presión de la necesaria en la frágil piel de la fruta el afilado instrumento terminó levemente incrustado en la palma de su mano. Pero esta vez no hubo lloriqueos, ni gritos, ni mayor alarma, solo que quedó el silencio contemplando como la pequeña herida desaparecía como por arte de magia.
Entonces la mujer le dijo unas palabras que quizás desde siempre ella había necesitado: “Puedes considerar que lo que hizo Gianella fue arruinar tu vida, o puedes verlo como una nueva oportunidad”. Isabella suspiró profundamente, dejando ir con ello todo el rencor que pudiese tener con aquella mujer. Quizás ella tenía razón. Su vida anterior podría no parecer tan perfecta si la veía con los ojos de quienes tenían que soportarla. Pero todos eran “quizás” y “tal vez”, y la herida estaba demasiado fresca como para ver demasiado lejos.
- Eso no significa que se va a librar de mí – dijo algo divertida mientras le dejaba el cuenco con manzanas cerca de la anciana - ¿Qué se supone que vas a hacer con esto? – preguntó con una curiosidad infantil, porque nunca, en toda su vida, había estado en una cocina para algo más que buscar un bocadillo.
La anciana le sonrió y comenzó a explicarle, con una paciencia impresionante, el proceso para preparar pasteles de manzana, a lo que la muchacha trataba de poner atención, aunque en realidad entendiese apenas la mitad de lo que le decían. En medio de aquella explicación, sintió un inconfundible aroma acercarse a la cocina, sus sentidos se habían puesto alerta de forma casi automática, por lo que no le hizo falta voltearse a mirar de quien se trataba. Se limitó a tomar una de las bolas de masa, que eran casi del tamaño de una mandarina, y se volteó, para encontrarse con el rostro sorprendido de la mujer.
Esbozó una sonrisa casi siniestra, y usando aquel dejo de las habilidades que al parecer había adquirido, lanzó aquella bola de masa a la frente de la mujer, tras lo cual la anciana comenzó a reír, por lo que no tuvo más remedio que reír con ella – Eso es por lo que me hiciste – dijo tratando de fingir un ceño fruncido – Pero no creas que estas perdonada aun – agregó antes de voltearse a mirar como la anciana seguía cocinando.
De la nada sintió la puerta abrirse, y apenas tuvo las fuerzas suficientes para mirar a las muchachas que horrorizadas miraban la escena – No la he matado, si es lo que te preocupa – dijo con lo que le quedaba de voz, mientras hacía vanos amagos por levantarse – Aunque es lo que debería hacer ¿No? – agregó más bien para ella misma. Ese sarcasmo tan propio de ella seguía ahí. De hecho, el decir aquellas palabras incluso le había divertido ligeramente, tal y como antes, dándole la esperanza de que si bien su cuerpo había cambiado contra su voluntad, su esencia seguía ahí, y quien sabe, tal vez algún día podría volver a ser la misma cuando suficiente agua pasara bajo el puente.
- No seas idiota y ayúdame – dijo al tiempo que le dedicaba una mirada fulminante a una de las jóvenes. No sabía qué diablos iba a pasar ahora, pero de lo que estaba segura era de que ahora había una cadena que la ataba a esa mujer que aun yacía en el suelo, probablemente inconsciente.
[…]
Luego de ser sacada de la habitación fue llevada a otro sitio, dónde finalmente se quedó dormida por varias horas, hasta que una anciana a la que la muchacha había llamado Jeanne, quien sin decir palabra alguna, le dejó unas ropas, bastante simples por lo demás, y le dio un par de palmaditas en la cabeza antes del salir del cuarto. A pesar de su genio, Isabella no pudo decirle nada, solo se limitó a fruncir el ceño y comenzar a vestirse con la pobre pero impoluta camisa blanca, probablemente de hombre, y unos pantalones beige que eran demasiado holgados para ella.
Estuvo más de media hora deambulando en aquel cuarto, pero nadie se detenía ni siquiera a preguntar por ella, como si todos tuviesen cosas más importantes que hacer, o tal vez, como si ver a alguien convertida en una maldita bestia fuese lo más común del universo para todos en el lugar. Isabella bufó un par de veces más antes de decidirse a salir en búsqueda de alguien ¡Quién fuera! Que pudiese responder a sus preguntas o que le ayudase a llegar a casa de algún modo.
En ello fue que acabó llegando a lo que parecía ser ¿La cocina? Le parecía familiar, pese a que el estado del lugar claramente no era el mejor de todos, pero bueno, divisó a la anciana de antes, y antes de que pudiese decirle nada, ella le señaló unas manzanas que estaban sobre un mesón y le pidió que las pelara. Nuevamente no pudo decirle nada, era como si un extraño magnetismo hiciera que todo su sarcasmo y su malcriado encanto no pudieran escapar por su boca.
Gruñó y lejos de hacer lo que la antigua Isa le decía, tomó el cuchillo y comenzó a pelar las manzanas, que en el proceso perdieron toda su forma lisa y casi esférica para convertirse en figuras irregulares debido a la falta de práctica de la muchacha en aquellos ámbitos. Cuando ya casi había acabado, por ejercer más presión de la necesaria en la frágil piel de la fruta el afilado instrumento terminó levemente incrustado en la palma de su mano. Pero esta vez no hubo lloriqueos, ni gritos, ni mayor alarma, solo que quedó el silencio contemplando como la pequeña herida desaparecía como por arte de magia.
Entonces la mujer le dijo unas palabras que quizás desde siempre ella había necesitado: “Puedes considerar que lo que hizo Gianella fue arruinar tu vida, o puedes verlo como una nueva oportunidad”. Isabella suspiró profundamente, dejando ir con ello todo el rencor que pudiese tener con aquella mujer. Quizás ella tenía razón. Su vida anterior podría no parecer tan perfecta si la veía con los ojos de quienes tenían que soportarla. Pero todos eran “quizás” y “tal vez”, y la herida estaba demasiado fresca como para ver demasiado lejos.
- Eso no significa que se va a librar de mí – dijo algo divertida mientras le dejaba el cuenco con manzanas cerca de la anciana - ¿Qué se supone que vas a hacer con esto? – preguntó con una curiosidad infantil, porque nunca, en toda su vida, había estado en una cocina para algo más que buscar un bocadillo.
La anciana le sonrió y comenzó a explicarle, con una paciencia impresionante, el proceso para preparar pasteles de manzana, a lo que la muchacha trataba de poner atención, aunque en realidad entendiese apenas la mitad de lo que le decían. En medio de aquella explicación, sintió un inconfundible aroma acercarse a la cocina, sus sentidos se habían puesto alerta de forma casi automática, por lo que no le hizo falta voltearse a mirar de quien se trataba. Se limitó a tomar una de las bolas de masa, que eran casi del tamaño de una mandarina, y se volteó, para encontrarse con el rostro sorprendido de la mujer.
Esbozó una sonrisa casi siniestra, y usando aquel dejo de las habilidades que al parecer había adquirido, lanzó aquella bola de masa a la frente de la mujer, tras lo cual la anciana comenzó a reír, por lo que no tuvo más remedio que reír con ella – Eso es por lo que me hiciste – dijo tratando de fingir un ceño fruncido – Pero no creas que estas perdonada aun – agregó antes de voltearse a mirar como la anciana seguía cocinando.
Isabella Di Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Sometimes We Find Things We're Not Looking For [Gianella Massone]
De no ser porque su cuerpo estaba semicargado a uno de los costados del marco de la puerta, aquella masa le hubiera derribado con la facilidad de haber impactado una lata; y se sentía tan endeble como una. El cuerpo le dolía mucho menos comparado con la última vez que había mantenido los ojos abiertos –recuerdos que removió moviendo la cabeza cual cánido-, pero ese tortuoso dolor había sido reemplazado por una sensación de agotamiento generalizado que inhibía sus reflejos y sus energías. De hecho, no tenía energías ni para reírse. Y tampoco quería hacerlo.
Suspiró con desánimo producto de su estado actual y caminó prácticamente arrastrando sus pies por la madera hasta la mesa más cercana a Jeanne, quien no había perdido el tiempo en poner la olla con lo que había quedado para ella del almuerzo a recalentar. Miró de reojo a la joven que continuaba pelando manzanas y apoyando un codo en la mesa para dejar descansar su cabeza en su palma le respondió, mientras el olor de la carne a la olla con papas se apoderaba de la cocina.- No esperaba que me fueras a perdonar de la noche a la mañana. – Se rascó la nuca con la otra mano, haciendo espacio en la mesa para los platos que se establecerían allí para su disfrute.- ¿Hay más? Porque creo que necesitaré un segundo o un tercer plato. – Le comentó a Jeanne con una sonrisa, a lo que la anciana correspondió con un asentimiento y una caricia en la cabeza.
El resto de la mañana fue pasando, y uno que otro fue comentario fue realizado entre bocados, peladuras y horneados. Algunos niños se sumaron a esa “reunión”, pero pronto cambiaron sus intereses y se fueron a jugar al salón. Pero antes de eso, Gianella aprovechó para inspeccionar mejor a su forzada invitada mientras compartía con los infantes, aunque más bien fuera Jeanne la que tuviera las riendas al estar presentándola a éstos. No tenía la fotografía a mano, pero recordaba las facciones de la niña, y eso fue suficiente para reconfirmar sus conclusiones y sus temores. Si aquella mujer era descendiente de los dueños de la Casa, su futuro iba a ser extremadamente incierto; y más que incierto, problemático. Aún así, una parte de ella creía fervientemente –no tenía otra alternativa, más bien.- en que estaba equivocada. La esperanza es lo último que se pierde, decían.
Luego de eso, en algo más de una hora vino el almuerzo. El estómago de Gianella –el cual era un traidor visual comparado con el abdomen marcado que se le veía- agradeció el par de platillos adicionales además de un trozo de pastel de manzana. Allí supo que el nombre de la chica era Isabella Di Visconti; italiano para variar. Al menos tenía a alguien para desempolvar su italiano que parecía haber sido desplazado por el francés como lengua madre, aunque aquello no era un consuelo suficiente para el riesgo enorme que corría con esa joven de gestos pulidos y mirada inquisitiva. Todos terminaron presentándose –Gianella incluída- suponiendo que Isabella iba a quedarse con ellos como una inquilina más, pero los deseos de ésta de buscar y volver a su hogar fueron más fuertes. Y, cómo no, Gianella se ofreció a ayudarle, aunque más bien era un deber imperativo el que lo hiciera.
No pasó mucho rato más para que ambas fueran despedidas por Jeanne en la puerta principal, dándoles las recomendaciones que Gianella había oído hasta el cansancio pero que terminaba agradeciendo siempre por su preocupación. Tras las palabras de agradecimiento de la recién convertida las puertas se cerraron con las dos licántropas bajando el par de escalones para adentrarse en la jungla de asfalto de París, sin saber que se estaban alejando del lugar que precisamente estaban buscando.
Suspiró con desánimo producto de su estado actual y caminó prácticamente arrastrando sus pies por la madera hasta la mesa más cercana a Jeanne, quien no había perdido el tiempo en poner la olla con lo que había quedado para ella del almuerzo a recalentar. Miró de reojo a la joven que continuaba pelando manzanas y apoyando un codo en la mesa para dejar descansar su cabeza en su palma le respondió, mientras el olor de la carne a la olla con papas se apoderaba de la cocina.- No esperaba que me fueras a perdonar de la noche a la mañana. – Se rascó la nuca con la otra mano, haciendo espacio en la mesa para los platos que se establecerían allí para su disfrute.- ¿Hay más? Porque creo que necesitaré un segundo o un tercer plato. – Le comentó a Jeanne con una sonrisa, a lo que la anciana correspondió con un asentimiento y una caricia en la cabeza.
El resto de la mañana fue pasando, y uno que otro fue comentario fue realizado entre bocados, peladuras y horneados. Algunos niños se sumaron a esa “reunión”, pero pronto cambiaron sus intereses y se fueron a jugar al salón. Pero antes de eso, Gianella aprovechó para inspeccionar mejor a su forzada invitada mientras compartía con los infantes, aunque más bien fuera Jeanne la que tuviera las riendas al estar presentándola a éstos. No tenía la fotografía a mano, pero recordaba las facciones de la niña, y eso fue suficiente para reconfirmar sus conclusiones y sus temores. Si aquella mujer era descendiente de los dueños de la Casa, su futuro iba a ser extremadamente incierto; y más que incierto, problemático. Aún así, una parte de ella creía fervientemente –no tenía otra alternativa, más bien.- en que estaba equivocada. La esperanza es lo último que se pierde, decían.
Luego de eso, en algo más de una hora vino el almuerzo. El estómago de Gianella –el cual era un traidor visual comparado con el abdomen marcado que se le veía- agradeció el par de platillos adicionales además de un trozo de pastel de manzana. Allí supo que el nombre de la chica era Isabella Di Visconti; italiano para variar. Al menos tenía a alguien para desempolvar su italiano que parecía haber sido desplazado por el francés como lengua madre, aunque aquello no era un consuelo suficiente para el riesgo enorme que corría con esa joven de gestos pulidos y mirada inquisitiva. Todos terminaron presentándose –Gianella incluída- suponiendo que Isabella iba a quedarse con ellos como una inquilina más, pero los deseos de ésta de buscar y volver a su hogar fueron más fuertes. Y, cómo no, Gianella se ofreció a ayudarle, aunque más bien era un deber imperativo el que lo hiciera.
No pasó mucho rato más para que ambas fueran despedidas por Jeanne en la puerta principal, dándoles las recomendaciones que Gianella había oído hasta el cansancio pero que terminaba agradeciendo siempre por su preocupación. Tras las palabras de agradecimiento de la recién convertida las puertas se cerraron con las dos licántropas bajando el par de escalones para adentrarse en la jungla de asfalto de París, sin saber que se estaban alejando del lugar que precisamente estaban buscando.
[ROL TERMINADO]
Gianella Massone- Licántropo Clase Baja
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