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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Mar 10, 2013 10:53 pm

Había pasado el día entero con cajas de madera astillada entre las manos, y por ello sus dedos exponían ahora sendos callos y cortadas a los que había dejado de prestarles atención después de la primera hora de trabajo. No desconocía la tangible competitividad que existía entre los voluntarios para llevar la mercancía de aquí a allá, competían por conseguir los ingresos para subsistir un día más. El olor a pescado fresco y marisco en descomposición se habían impregnado en su ropa con rapidez, ahora no lograba distinguir ningún aroma ajeno al fétido hedor que parecía destilarse por las branquias sanguinolentas de los pescados que se retorcían aun en su ataúd ante sus últimos instantes de vida debido a la falta de su entorno natural. Sintió lastima por ellos.

Llevaba poco más de algunos días mendigando por trabajo para conseguir el dinero necesario con que pagar la comida, Marie no solo se había enojado cuando le había pedido más días para saldar su cuenta, la joven prácticamente le había perjurado no hacerle otro favor. Pero el rumano tenía sus prioridades bien definidas y en ese instante, se preocupaba más por encontrar la manera de darle una vida ínfimamente mejor a la que el mismo se había sometido los últimos años, su rígida aunque torcida moral lo había orillado a la hambruna y al frio. Se limpio el sudor de la frente con el dorso del brazo cuando llego al puesto acordado y entrego la carga al vendedor, un par de monedas chocharon en el fondo de su bolsillo.

Las arduas jornadas habían comenzado a enrojecer la piel de su rostro, cuarteándole los labios y despegándole la piel aledaña a la nariz. Sus mejillas poseían premamámente una tonalidad que se asemejaba a la del melocotón, su ánimo mejoraba apenas llegaba la hora de partir y regresar así al piso donde caída exhausto sobre el sillón para verse obligado a despertar horas después para cumplir su labor en el cementerio. Había descubierto que no descansaba lo suficiente para desenvolverse completamente en ninguno de los dos trabajos y aquella realidad reducía sus posibilidades encaminándolas en otra dirección que si bien había concebido evitaba con desesperación. Tendría que enfrentarse a la incapacidad.

El anciano que le había contratado aquel día le llamo desde la barca que se mecía a orillas del suelo firme, anclada por un roído pedazo de cuerda que se le antojaba más con un adorno para la diminuta embarcación que un verdadero seguro de no partir a la deriva, aunque realmente no había mucho lugar en el cual perderse dentro de aquella laguna. Anuar acudió a su llamado incomodo ante la necesidad de acercarse al cuerpo de agua que se agitaba por los vientos próximos al atardecer –Necesito que vengan y me ayudes con la red- y pareció haber leído en el rostro del rumano la duda pues no tardo en asegurarle y perjurarle sobre el nombre de San Pedro que doblaría su paga si conseguían sacar la red –Te lo digo yo, la red estará repleta-

Subió en la barca con dificultad, con una sensación incomoda en la boca del estomago que le hizo dudar por un segundo sobre acceder o no, la promesa de una mejor paga resultaba tan tentadora y necesaria que decidió ignorar el inherente miedo a estar sobre el cuerpo de agua, no recordaba haberse subido con anterioridad a una barca. Consiguió sentarse en la tabla de madera que actuaba como silla sintiendo los movimientos de la diminuta embarcación como una honda sacudida que atravesaba todo su ser llenando sus sentidos de experiencias extrañas, se alejaron de la orilla para lanzar la redecilla -¿Solo necesita que la saque?- cuestiono al aire, absortó por su reflejo difuso sobre el espejo natural. Aguardo a que el anciano le indicara cuando recoger la red y cuando así lo hizo inclino su cuerpo sujetando el áspero material y tiro de el meciendo la barca eterna, aquel desequilibrio en conjunto con el oleaje y su errada posición le llevaron a caer. Se hundió en las turbias aguas sin la posibilidad de poder reaccionar, abrió la boca bajo el agua tomando varios tragos del ambiente que saturaba su alrededor. Tal cual los peces fuera del agua era Anuar dentro de ella.
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Mensaje por Adriana Cavalcanti Mar Mar 12, 2013 11:07 pm

No había pasado mucho tiempo desde su arribo a París y ya había visto demasiado. Arte por todos lados, colores y olores abrumadores, personajes de lo más interesantes y una pobreza que le partía el corazón, especialmente cuando veía a los niños mendigando por una pieza de pan duro; nunca fue suficientemente fuerte para aguantar eso, por ello es que el dinero que lograba ganar en una noche se le iba en un día, con solo un poco extra que guardaba para darse pequeños gustitos de vez en cuando. Ese día en específico eligió dedicarlo a practicar sus artes culinarias, y desde su llegada había un ingrediente que no había probado y echaba de menos: pescado.

Vestida con ropas muy sencillas, un bonito vestido en color rosa pálido sin demasiada ornamenta pero sí algo vistoso debido al pronunciado escote mostrando su voluptuoso pecho, el cabello recogido en un moño sencillo sin un solo adorno extra, zapatillas blancas y una bolsita con su dinero, no más. El sol la abrazaba pero ella, acostumbrada al cálido clima del sur, no tuvo problemas atravesando la distancia entre su hogar a la laguna a pie.

Resultó sorprendente lo vasto del lugar, la cantidad de áreas tan diferentes y miles de opciones para entretenerse. De hecho, se detuvo a comprar unos pequeños panquesitos horneados en casa por una humilde mujer, a quien le pagó de más haciéndose la desentendida cuando la vendedora intentó devolverle los pocos céntimos extra; no le haría daño desprenderse de tan poco comparado con lo que podía juntar en una semana. La castaña no pasaba desapercibida, por supuesto nadie la tomaba por una mujer rica, era obvio que no lo era, de hecho era demasiado obvio qué clase de mujer era, y si por un instante la discriminación y habladurías le molestaban jamás lo demostraría.

Se acercó a una anciana para preguntarle dónde vendían el mejor pescado, el precio no importaba, si llegaba a tener visitas esa noche sería mejor servirles la comida de mejor calidad. En eso estaba cuando notó, por el rabillo del ojo, que a varios metros del embarque un anciano luchaba contra el peso de su red. “Buena pesca”, pensó, pero al instante notó que el agua se movía demasiado fuerte para ser causado por peces, y un brazo se asomó sobre el alboroto dentro del agua.

¡Hay un hombre ahogándose! –gritó corriendo en busca de alguien que ayudara al pobre anciano a sacar a quien fuera el desafortunado en esa situación, pero nadie hacía nada o tardaban demasiado deshaciendo los benditos nudos de las sogas empapadas. Nadie parecía apresurarse como era debido, a nadie le importaba lo que sucediera y solo unos pocos se movieron únicamente porque era una mujer de gran escote la que lo comandaba.

Harta de la negligencia de los testarudos hombres, dejó con la anciana su bolsita, se quitó las zapatillas, abrió su vestido desatando los cordones en su espalda, dejó también su preciado corsé y, ni tarda ni perezosa, se lanzó al agua, primero desorientándose entre las hojas encaramadas a los embarcaderos, forcejeando para tomar la ruta adecuada y nadar lo más rápido que sus extremidades se lo permitieran, así como el largo fondo blanco usado como ropa interior que le estorbaba en demasía al patalear. Pero por fin lo logró, alcanzó el bote del anciano, exigió un cuchillo y cortó la red con la mayor rapidez posible, viendo por fin al pobre hombre asustado que ya podía sacar al menos la cabeza y tomar aire.

Dios mío… Por poco me matas de un susto… –sonrió aliviada, aferrándose al borde de la barca con una mano y con la otra rodeando el cuerpo del muchacho que, no sabía si consciente o no, pero se mantenía a flote.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Miér Mar 13, 2013 6:27 pm

El tiempo que paso debajo del agua intentando encontrar la manera de salir a flote lo aturdió. Azorado como estaba por la repentina caída forcejeaba inútilmente con la red que se negaba en otorgarle su libertad y aunque no hubiese estado enredado entre las cuerdas no creía que hubiese sido capaz de nadar de regreso al bote en el que el anciano pesquero observaba la escena con aflicción, culpable, sus propios pensamientos lo habían enjuiciado culpable de la muerte del rumano antes de tener el veredicto final, no necesitaba más que percatarse de la carencia de ayuda ajena para suponer que el joven saldría de entre las aguas con los pulmones repletos de agua y el pulso perdido en el fondo del lago.

El rumano no fue consciente de lo ocurría fuera del agua mientras se encontraba inmerso en su profundidad, intentaba observar su alrededor pero el agua legamosa le escoció en los melados orbes y pronto comprendió que no podía ver más allá de algunas difusas siluetas que se apresuraban en alejarse de él y su peculiar estrago. Apretó la cuerda entre sus manos tirando abruptamente de la red conforme el aire escapaba de sus pulmones apresurado por los nervios, inútil era intentar tranquilizarse cuando su vida misma pendía de su rapidez para actuar, el pelirrojo comprendía de sus carencias y carecía en exceso de una mente ágil para sortear obstáculos con rapidez. Si le hubiesen dado un poco más de tiempo habría resuelto la manera exacta de liberar su pierna, lamentablemente, la vida no jugaba con sus reglas.

Había dado el primer trago de aquella sucia agua cuando una mano ajena corto la red y su cuerpo emergió de entre las aguas. Intento atrapar una bocanada de aire que pronto se transformo en una incesante tos que enrojeció su rostro entero, el que había adquirido una palidez preocupante. Se sujeto del borde de la barca con ayuda de su temblorosa mano y, aun escociéndole los ojos, giro el rostro para encontrarse con su salvador. Algún pescador de buena voluntad que había visto la escena y se había apresurado a saltar a la laguna para ayudar al desdichado que se aventuraba en los menesteres de pescador sin saber nadar, se adjuntaba a si mismo el adjetivo de estúpido por no haber sopesado antes como era debido la cantidad de cosas que podían salir mal –Gracias- siseo, con el absceso de tos cortándole la voz.

Sus mirada se paseo en derredor y fue consciente hasta entonces de la cantidad de ojos se dirigían su atención a él, o a la persona que lo había salvado. No le fue difícil adivinar el motivo cuando observo con nitidez a la mujer que lo sujetaba, no un hombre sino una dama era quien había salvado su vida, contrario a la mayoría de las personas aquello no le molesto ni mermo en su orgullo varonil, principalmente porque no creía poseer uno. Acababa de colocarse a si misma en una posición incómoda por ayudar a alguien que no llegaba a conocer, si acaso había podido ver su mano emerger de entre el agua –Yo también casi muero del susto- soltó por lo bajo, intentando desviar la atención de las increpantes miradas que ansiaban por ver algún pecho suelto o piernas largas.
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Mensaje por Adriana Cavalcanti Miér Mar 13, 2013 7:30 pm

La distancia recorrida a nado no fue corta, de hecho tampoco fue fácil, y hasta que pudo verificar que el joven respiraba y no corría mayor riesgo notó lo pesadas que se sentían sus extremidades. La adrenalina del momento, la impotencia porque nadie parecía querer hacer nada y el ver a una persona sufriendo le dieron las fuerzas necesarias, pero ahora ya le cobraban con creces. Dejó ir al chico y apoyó ambas manos en la barca lista a subir, pero ese montón de ojos fijados en ella le recordaron que, aun llevando puesta la ropa interior, algo podría incomodar a algunos de los presentes. Permaneció dentro del agua buscando con la mirada alguien que pudiera ayudarle ahora a ella, pero era absurdo que alguien le tendiese una mano amiga.

¿Puedes subir? Creo que ahora me vendría bien algo de ayuda… –susurró lo último en un tono quedo, alargando una mano hacia su espalda para darle leves golpecitos. Resultaba irónico que, después de una acción que ya catalogaba de hazaña, resultara ser de nuevo la damisela en peligro, era como una mala broma.

Para su buena fortuna, el anciano pescador no tardó demasiado en hacer espacio para el joven en el reducido bote y ya le ayudaba a subir; ahora solo quedaba el asunto de cómo cubrirse adecuadamente. No quedó más opción que subir de una vez a la misma barca y abrazarse a sí misma sin prestar atención a lo que dijeran, total, ¿quién quedaba peor, ellos por cobardes o ella por arriesgada? Además, notó un poco después, no había mucho qué ver con esas ropas que llevaba encima.

¿Cómo te sientes? –el joven lucía más como un chiquillo que como un hombre crecido a pesar de las notorias marcas que el trabajo dejaba en él. Lo que encontró más curioso fue su falta de expresividad incluso luego de ese peligroso suceso. Ella, por el contrario, procuraba calmarlo acariciándole los rojizos cabellos, que además encontraba agradables en un varón. Dada su facilidad de trato con las personas no le costó nada sentirse cómoda cerca de él y del anciano, a quien ya vería cómo ayudar con su situación y en agradecimiento por ayudarles a regresar al embarque.

Quizá fuera una treta de su imaginación, pero el trayecto de regreso se le antojaba eterno, y el modo en el que la pequeñísima embarcación se tambaleaba la ponía enferma, ya sólo quería colocar los pies en tierra firme, asegurarse del bienestar del chico a su lado y vestirse, el viento fresco contra su ropa mojada le helaba la piel acostumbrada al calor casi siempre veraniego de su querida Italia. Su cabello atado era un desastre, por lo cual quitó el listón oscuro que lo amarraba y lo dejó caer, liso y empapado, contra sus hombros y espalda, pero hiciera lo que hiciese, su atención estaba más en el pobre chico que en su estómago revuelto por el mareo o los comentarios de los pescadores, ¡al diablo los pescadores! Temerosos de mojarse un poco y salvar a uno de sus camaradas. De honorables no les quedaba nada y la italiana más molesta no podría hallarse.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Mar 24, 2013 12:49 pm

Intentaba recobrar el aliento y detener el incesante temblor en su cuerpo cuando la mujer que le había salvado lo invitaba ahora a subir y ayudarla a ella a hacerlo por igual, los golpecillos en su espalda le recordaron lo poco que le agradaban las muestras de camarería entre extraños. Se limito a pasar por acto la acción después de todo, le estaba en eterna deuda a aquella que había hecho más que cualquier hombre ahí presente, ahora sabía cómo funcionaba la lealtad en aquel lugar y no volvería a caer en los juegos de solidaridad en los que con tanta facilidad lograban enclaustrarlo últimamente.

Espero a que el anciano equilibrara el peso de la barca colocándose al lado contrario del que el rumano estaba a punto de subir, y con algo de esfuerzo y cayendo de espaldas en el suelo del navío, se alegro de no yacer más entre las turbulentas aguas de la laguna. Se irguió extendiendo sus brazos hacia el borde, sujetando las manos de la mujer para hacerla subir al bote, se alegro entonces de estar acostumbrado a cargar cajas y pesados cargamentos o de lo contrario hubiera quedado como un escualito enclenque. Después de su caída, si pretendía seguir trabajando en aquel lugar, tenía que dejar bien en claro que no era un hombre débil al que podían subestimar.

Entrecerró los parpados cuando la mano de la desconocida heroína comenzó a pasearse entre sus cabellos, incapaz de alejarla decidió relajarse e ignorar aquel tacto casi maternal. Las turbias gotas que se había alojado entre sus lacios cabellos corrían ahora con prontitud sobre su rostro al ser su anterior refugio usurpado por la mano de la mujer –Gracias a usted puedo decir que bien- intentaba intimidad con la mirada a los hombres que sin tapujos se deleitaban siguiendo con la mirada el movimiento de la barca. Lo pensó unos instantes antes de despojarse de la camisa para colocarla sobre los hombros de la pelinegra, no era mucho lo que podía cubrir pero suficiente tenia con ser salvado, quedarse de brazos cruzados no era una opción.

Froto sus manos para conseguir algo de calor, en realidad el frio no le molestaba tanto como podría llegarse a creer, acostumbrado como estaba a bañado con agua helada durante el invierno y a no tener cobijas dignas para espantar los períodos gélidos del clima parisino. El resto del recorrido transcurrió en un silencio que dejaba escuchar los silbidos de los hombres que mas parecían ahora una jauría de perros en celo, aclamando a los instintos más primitivos que los llevaban de la mano y los volvían como cualquier otro animal, lamentaba que la pelinegra tuviese que estar pasando por todo aquello –No sé cómo podría pagarle lo que acaba de hacer- se atrevió a mirarla por primera vez. No tenía dinero con que agradecer pero sus servicios siempre estaban disponibles.
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