Soy el asesino de tantas primaveras | Privado

Uno de los problemas más serios que le planteaba el nuevo dispositivo era el hecho de no poder utilizarlo hasta el momento en que estuviera en la batalla frente a frente con uno de los seres sobrenaturales cuya alma está lejos de Dios. ¿Cómo podría entonces hacerlo? Desde hace mucho que la idea de salir al campo está vetada para él, Albert conoce sus capacidades y también las dificultades que ha arrastrado desde que aquel licántropo le provocó la lesión que ahora no le permite caminar como le gustaría. Es mas, gracias a ese hecho es que cambió su ideal de ser un soldado para dedicarse a la labor que ahora lo tiene bastante complicado. Pero recurrir a sus superiores sería mostrarse débil y suficiente tiene con serlo en el exterior como para además convertirse en el hazmerreír de todos sus compañeros de trabajo. Mientras camina va analizando el modo en que deberá afrontar la petición que debe realizar apenas llegue a la oficina central, es probable que el líder sólo lo mire de pies a cabeza sin emitir algún juicio. Claro, como si fuera necesario que lo haga, la forma en que pose sus ojos sobre él será lo necesario para entender algo que con las palabras nunca será dicho. Albert se siente deficiente, sabe que lo es y no requiere que lo demuestren.

— Entiendo… sí, entiendo Señor… lo que usted diga se hará… — agacha la cabeza como mayor signo de sumisión, las palabras le salen a rastras desde la garganta y sólo por su gran capacidad de engañar –que los mismos de la organización se encargaron de instruir en él- es que pudo disimular la molestia de la resolución que su caso había tenido. Desde que abandonó el edificio hasta que llegó a su casa se mantuvo en silencio, con los puños apretados y la mirada fija al frente como si tuviera justo ahí al causante de su mal humor. No fue capaz de responder a las interrogantes de la señora encargada de la comida, sólo caminó hasta el sótano y se encerró la habitación especialmente acondicionada para lo que tenía planeado hacer. Seis meses, dos semanas y cuatro días. Ese es el tiempo en que ha trabajado en el prototipo del arma que tiene en las manos, tantos minutos dedicados a crear lo que puede cambiar el futuro de todos los inquisidores y cazadores. ¿Para qué? Para que ni siquiera sea él quien lo pruebe frente a esas criaturas demoníacas. Es injusto, es totalmente injusto, lo es pero su jefe lo dijo claramente: “Si no puedes moverte como lo merece ese trabajo, ¿cómo esperas ser capaz de manejar un arma y cuidarte al mismo tiempo?”

Y aunque tienen razón, no deja de pensar que su lesión no es tan seria después de todo. El golpe del bastón con el suelo de piedra es el sinónimo de las risas de un público invisible, todos se burlan de él, incluso el propio destino que se encargó de provocar que aquel día la rodilla le doliera al punto de no poder caminar sin ayuda. En los calabozos el clima es aún más inclemente, el frío se siente con mayor intensidad y cada escalón parece más alto cuando en una mano lleva además el pesado maletín con todo lo que necesita para la prueba de hoy. La respiración le resulta cada vez más difícil, llegar al calabozo más lejano le toma una eternidad e instalar todo antes de la hora acordada es un sacrificio que tal vez sólo fue la venganza por sus dudas ante lo que probablemente Dios le encargó como misión. Después de dos horas y varios descansos entre uno y otro acomodo, al fin logra poner todo en orden, lo que desde su metodología de trabajo es tener cada arma en la posición indicada y los muñecos de prueba a distancias distintas, lo que les otorgará el nivel de eficacia del nuevo prototipo.

Esconder el orgullo que siente por su creación no es algo que le resulte fácil pero tampoco lo es la molestia que sigue sintiendo por no ser él quien salga a la calle luego y mate algunos licántropos con eso, afortunadamente logró obtener el permiso de realizar algunos ensayos en ese lugar antes de lo definitivo. El ruido tras él lo alerta, se mueve despacio y cuando ve a quien será su compañía esa noche siente la transformación en su rostro. — Bienvenida… — intenta no sonar descortés pero la sorpresa es tremenda y las ganas de exigir una explicación lo son aún más.