Are you ready for your surprise? [Sinnove]

Recuerdo del primer mensaje :

Después de un día entero tras la visita sorpresa al burdel y la repentina inspiración de tenderle una sorpresa a Sinnove, la invitó a ir a casa. Por supuesto había esperado un día entero para poder tenerlo todo listo, sin embargo había tenido que meter un poco de prisa. ¿La sorpresa? Pues como a la rubia le gustaba la danza y bailar, era probable que necesitara un sitio donde hacerlo, y en la casa había algunas habitaciones libres por lo que convirtió una de estas en un salón de baile. Todas las paredes rodeadas con espejos y equipada hasta el último detalle, lo cierto es que le había costado lo suyo, no solo por lo necesario para armarla sino también por la prisa con la que había insistido la latina para que terminaran. Pero le daba igual, tenía tiempo para volver a recuperar el dinero tan efímero como era, mas no había nada comparable a la expectación que tenía la rubia, y esperaba que la idea le gustara tanto como a la morena.

Mientras los encargados de transformar su habitación ultimaban los detalles finales la latina se retiró a su habitación para darse un baño antes de recibir la visita. Puesto que todavía debía atender unos papeles que la esperaban encima de su escritorio, decidió vestirse “como Santiago” y ya luego se cambiaría para atender a la rubia. Habiendo terminado el baño y estando vestida cómodamente se dirigió con bastante rapidez hasta su biblioteca, que hacía a la vez de despacho improvisado. Quería terminar rápidamente el papeleo y cuanto antes empezara antes terminaría, también sabía que en cuanto llegara su rubia no tendría consideración alguna con el trabajo y lo dejaría de lado a pesar de que ya había lo había aplazado varios días, además no sería de buena educación no atender a los invitados y más siendo su invitada quién era.

Teniendo en cuenta la hora mandó preparar algo de cenar, pero nada como la primera cena, quería algo simple y no tan ostentoso, y que tuvieran en mente que la comida sería para una persona nada más en vez de para veinte como la última vez. Aunque por supuesto no es que se desaprovechara la comida de ese día, lo que pudieron comer sus empleados se lo quedaron ellos y lo demás fue repartido entre habitantes que no tenían un trozo de pan para llevarse a la boca. La morena no es que fuera un alma caritativa siempre, pero si podía ayudar por qué no hacerlo, total la comida no es que le hiciera mucha falta a ella.

Sumida entre papeles escuchó como la puerta se abría ligeramente dando paso a su querida mascota que sin siquiera mirarla se subió al sillón. Santana se la quedó mirando con la ceja alzada, puede que hubiera mimado demasiado a la gata– Miss Muffet, pero qué confianzas son esas, deberías comportarte y parecerte más a tu dueña –empezó a decirle muy seria mientras ama y gata mantenían el contacto visual hasta que no pudo evitar reírse ante su propio sarcasmo, la verdad es que la gata se comportaba igual que su ama y eso cualquiera que las viera a las dos lo podía comprobar. Negó con la cabeza cuando la mascota volvió a ignorarla absolutamente convirtiéndose en una bola para dormir y profiriendo algún que otro ronroneo de vez en cuando, la morena decidió que era mejor volver a donde estaba si quería terminar alguna vez.

Tan concentrada estaba que ni cuenta se dio del paso del tiempo, cuando se quiso dar cuenta María había entrado, pidiendo permiso como siempre, y le había anunciado de que su compañía ya había llegado. Sonrió como una tonta y entonces cayó en la cuenta de su vestuario, ya tendrá razones para burlarse otra vez… Rodó los ojos ante su pensamiento y se encogió de hombros. Le dijo a su empleada que la hiciera pasar hasta donde se encontraba, así aprovechaba y apuraba hasta el último segundo. Sin embargo no había tenido suficiente y no había hecho apenas un cuarto de todo lo que le quedaba. Suspiró resignada, sabiendo que al día siguiente debería ponerse a hacerlo sin más remedio, y se hundió en el sillón mientras miraba hacia la puerta esperando la entrada de la persona que le alegraba los días.

De pronto oyó como su gata saltaba del sillón para salir al encuentro de la rubia, nunca la había visto darse tanta prisa en salir para recibir a nadie ni siquiera cuando ella misma llegaba a la casa. Definitivamente le agrada más que yo… Sonrió de medio lado ya no le daba celos, bueno no mientras la rubia siguiera haciéndole más caso que a la gata. Ligeramente se removió un poco el pelo quitándose el recogido que se había hecho para estar más cómoda y acicalándolo un poco. Al final no le había dado tiempo a arreglarse un poco, y no es que le agradara mucho, por ello que en su rostro se había formado esa mueca con el ceño ligeramente fruncido sin que se hubiera dado cuenta. Le gustaba demasiado destacar como para que la persona a la que quería impresionar la viera dos veces seguidas con vestimentas varoniles, pero por mucho que corriera no le daba tiempo a cambiarse sin hacerla esperar, y sus ganas de verlas se anteponían a ponerse un vestido incómodo y acicalarse, además de que tardaba lo suyo.

- ¡Me encantan los secretos! - exclamé de manera precipitada, practicamente sin darle tiempo a Santana a que terminase de pronunciar su frase. Acto seguido, me llevé los dedos a los labios, haciendo un gesto de disculpa por la interrupción y que daba a entender que permanecería en silencio hasta que ella terminara de explicarse. A continuación, una sonrisa traviesa se dibujó en mi rostro, dejando que ese lado más infantil de mi persona saliera a la luz.

Mis ojos siguieron los movimientos de Santana por toda la cocina, observando con curiosidad como iba cogiendo diversos ingredientes que, al menos para mi entendimiento, no tenían mucho en común. De hecho, estaba practicamente convencida de que era la primera vez que veía algunas de las especias tan exóticas que había sobre la mesa.
Cuando finalmente ella terminó de recoger todo lo necesario, me bajé de la encimera donde me había sentado dando un pequeño saltito, provocando a su vez que Miss Muffet tuviera que imitar mi acción. Por desgracia para la gata, su dueña aprovechó ese preciso momento para echarla de la cocina, hecho que no pareció agradar demasiado al felino.

Ante su pregunta, volví a repasar todos los ingredientes con la mirada. Después de unos segundos, una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro. A continuación, me acerqué hasta Santana, abrazando su cintura por detrás y apoyando el mentón sobre su hombro.

- Creo que es la primera vez que veo tantas especias juntas, así que vas a tener que enseñarme, señorita - comenté, susurrando en su oído. Deposité un pequeño beso sobre su cuello antes de separarme de ella, situándome a su lado para poder observar mejor lo que estaba haciendo - La comida en el burdel definitivamente no es ni la mitad de elaborada que la tuya - añadí, dejando que los recuerdos culinarios invadiesen por unos segundos mi memoria. Después, volví a observar los ingredientes de reojo, cercionándome una vez más de que ninguno de ellos me había pasado desapercibido. Definitivamente, como la noche y el día.

- Así que... ¿por dónde empezamos? - reclamé, con cierta impaciencia. Estaba visiblemente excitada, ya no tanto por el hambre que sentía, si no por poder compartir una tarea tan cotidiana con Santana. Sólo estábamos las dos, en la cocina, preparándonos para hacer algo de cenar, como cualquier familia normal. Familia...
El estómago me dio un vuelco cuando esa palabra cruzó mis pensamientos, de pensar en Santana y en mí como una familia, una de verdad. Una sonrisa más amplia se dibujo en mi rostro, llegando hasta mis ojos. Después de unos segundos, sacudí un par de veces la cabeza, volviendo a centrarme en Santana, pero sin llegar a eliminar por completo esa sensación de euforia de mi cuerpo.

Este era un momento muy importante, o al menos para aquellas dos chicas, para la latina porque era una de las cosas que más celosamente guardaba, era como un ritual para ella puesto que es así como se lo había enseñado su abuela, disfrutando de los sabores, de los olores, de las texturas de todas las especias, de los ingredientes que compusieran cualquier comida; o por otra parte para la rubia, ya que se la veía más excitada de lo normal. Sin duda estaban compartiendo un momento muy bonito, el primero de muchos que se repetirían porque qué cosa es más común que cocinar, bueno, al menos mientras Sinnove siguiese necesitando de la comida.

Santana puso los ingredientes en orden para así seguir al pie de la letra la receta que ya se sabía de memoria, de todas formas en caso de que se le olvidara algo, siempre guardaba en la misma mesa de centro, en uno de los cajones, el libro familiar de cocina, ya un poco desgastado por el uso pero siempre útil. En eso se volvió a mirar a la rubia y le señaló la palangana que había en la otro encimera indicándole que se lavara las manos, ella se acercó primero e hizo lo correspondiente para luego secarse las manos con la toalla que estaba justo al lado, el agua estaba un poco fría pero esperaba que no molestara lo suficiente a la rubia.

-Bueno, primero te presento los ingredientes, pollo, arroz, agua, cebollas, pimiento verde, varias clases de especias, tomate, aceite, sal y pimienta. Como vamos algo apuradas de tiempo y además no se por qué me da a mi que no te llevarías muy bien con los cuchillos bastante afilados, yo me ocupo de trocear el pollo y tal. –en estos momentos en cuando se le notaba a la morena que estaba ilusionada, por la rapidez de sus palabras, el tono de evidente entusiasmo y el pequeño de detalle de arremangarse para ponerse manos a la obra – igualmente requiero de tu ayuda, necesito que saques de ese estante una olla y una sartén que está justo al lado de esa repisa, además llena la olla de agua por la mitad y enciende el hornillo, las cerillas están aquí en este cajón –sonrió sin poder evitarlo mucho más y por fin supo lo que era sentirse en casa – por favor

Mientras seguía en sus cosas, no perdía ojo a su querida rubia, bien por cuidar que no se iba nada de las manos y obviamente porque disfrutaba mirándola embobada cual joven enamoradiza. Terminado de preparar y sazonar todo, se dispuso a colocar cada ingrediente en su recipiente correspondiente para que se fuera cocinando, y como eso llevaría un tiempo decidió rebuscar por la alacena un par de alimentos que Santana consideraba como manjares, aunque para el resto del mundo no fueran nada del mundo.

-Puedo preguntar qué cosas os suelen dar de comer en el burdel –sinceramente dudaba que les dieran algo que valiera la pena en aquel lugar pero no quedaba mal mostrar algo de interés por el lugar que había hecho que Sinnove sobreviviera casi todo este tiempo. Mientras escuchaba su conversación se metió un trozo de queso blanco que había cortado y una uva, intentando que se quedara el mayor sabor posible en sus labios, para enseguida acercase a la rubia y mientras la abrazaba sonriente depositaba un suave beso en sus labios- dicen que uvas y queso saben a beso, pero sigo prefiriendo besarte a ti, ¿qué te parece el sabor?

Me acerqué prácticamente trotando hasta la palangana, sumergiendo las manos en el agua durante unos largos segundos, frotándome las palmas entre sí para eliminar cualquier posible rastro de suciedad en mi piel. A continuación, y trotando de nuevo, volví a colocarme al lado de Santana, frente a la encimera donde, ahora sí, estaban absolutamente todos los ingredientes que íbamos a utilizar.
Por un momento, me convertí en un reflejo de la morena: si ella se lavaba las manos, yo me lavaba las manos. Si ella se apartaba el pelo, yo no tardaba más de cinco segundos en hacer lo mismo. Así que cuando ella se remangó el vestido, yo hice retroceder las mangas del mío a la altura de los codos.

Fui recitando en voz alta los objetos que Santana me mandó buscar. Bueno, más que recitar, los iba canturreando por toda la cocina, dejando de cantar uno cuando lo encontraba y pasando a cantar el siguiente. Así hasta que los tuve todos y volví a colocarme frente a los fogones.
Era casi ridículo lo feliz que me hacía el ver como el agua empezaba a burbujear dentro olla, ya que seguía sin creerme del todo que el destino me estuviera dando una oportunidad como esta, de saber lo que era vivir en un ambiente normal con la única persona a la que había amado en toda mi vida.

- Mmmm... Arroz, verduras, pan... - contesté, desviando la mirada al techo mientras que atrapaba mi labio inferior entre los dientes, tratando de hacer memoria - A veces huevos y algo de pollo. O por lo menos siempre he querido pensar que era pollo porque ¿cómo puede distinguirse un gato despedazado de un pollo despedazado? Al menos, estaba bueno - añadí. La carne era un lujo que no todos se podían permitir, y en el burdel eran muchas las bocas que había que alimentar como para que tal manjar estuviera de manera permanente en nuestra dieta. Por otro lado, cuando el hambre había apremiado tras una jornada de trabajo exaustiva, nunca le había hecho ascos a nada con tal de tener algo que llevarme a la boca para templar el estómago. Eso era algo que me había enseñado la vida desde mi más tierna infancia.

Observé con una sonrisa como ella se acercaba hasta mí, aún masticando lo que se había metido en la boca, para finalmente depositar un beso sobre mis labios. Cuando Santana se separó de mí, me relamí por completo, dedicándole una mirada felina mientras que emitía un sonido de aprobación.

- Delicioso. Aunque creo que no me ha dado tiempo a degustarlo lo suficiente como para poder opinar - repliqué, pasando mis brazos por detrás de su cuello para atraerla hacia mí otra vez. Di un paso hacia atrás, dejando que mi espalda chocara con el borde de la encimera, justo al lado de los fogones. A continuación, volví a besar a Santana con más fiereza, sintiendo el sabor dulzón de la fruta en su lengua cuando esta se enredó con la mía. Me separé una vez que empezó a faltarme el aire, dejando que mis brazos se deslizaran por su figura hasta acabar alrededor de su cintura - ¿Ves? Así está mucho mejor, señorita Lopez - dije lo último en el mejor español que fui capaz de pronunciar.

El sonido del agua burbujeando y de nuestras respiraciones (especialmente la mía) estaba siendo la banda sonora de nuestra pequeña degustación gourmet.

La morena sonrió sin despegarse del beso, pegándose más a ella, disfrutando del nuevo sabor que estaba deleitando. Cuando tuvieron que separare mantuvo cerrados los ojos y se mordió el labio sonriendo mientras apoyaba su frente en la de la rubia. No pudo evitar sentir un cosquilleo por todo su cuerpo cuando la escuchó decir su apellido y el apelativo en un medianamente y entendible castellano. Quedaba demasiado bien su nombre saliendo de sus labios. Abrió los ojos y se relamió los labios, le dejó un casto beso en los labios y se retiró para su disgusto de su cercanía, volviendo a centrar su atención en la comida que había puesta al fuego. Santana estuvo unos minutos trasteando con los ingredientes y sus respectivos recipientes mientras sentía la mirada de la rubia en su nuca. Terminados los preparativos y ya sólo faltando el tiempo suficiente para que la comida terminara de estar hecha, se sentó en la isla del centro de la cocina y le indicó a Sinnove que se acercara a ella.

-¿Hay algo que siempre hayas querido probar y que nunca hayas tenido la oportunidad? –preguntó mientras la abrazaba con las piernas y los brazos, aprovechando la posición de altura privilegiada que le daba el estar sentada en la alta encimera. Mientras vigilaba la comida y besaba de vez en cuando el cuello de la rubia, cogió otro trozo de queso y se lo llevó a la boca, vale que no le alimentaba pero el sabor que le dejaba nadie se lo quitaba- hacía mucho tiempo que no cocinaba para alguien que no fuera de mi familia… -susurró más para sí dejando escapar un ligero suspiro, dándose cuenta del tiempo que había pasado sola, o con tan sólo su “familia”, sus sirvientes que eran los únicos que habían permanecido allí años tras años. Dejando de lado rápidamente pensamientos así, siguió besando el cuello de Sinnove con alguna ligera mordida que otra.

La cocina ya comenzaba a perfumarse con las esencias que desprendía la comida, las especias se mezclaban en su nariz y no pudo evitar sonreír al escuchar como la puerta se medio abría para dejar paso a la bola peluda que tenía por mascota – mira quién ha vuelto por aquí,  al olor de la sardina el gato ha resucitado… - sin embargo la latina tenía estrictas normas en su cocina por lo que la estancia no le duró demasiado a la gata, volviendo a salir por donde había venido. Volviendo su atención a la rubia, pasó las yemas de los dedos por esa pequeña cicatriz que se había quedado perenne y que allí se quedaría por siempre - ¿cómo te encuentras? ¿Has tenido algún problema? – sabía que las preguntas eran un poco innecesarias pues veía como estaba perfectamente, pero en el fondo necesitaba preguntarlo, todo había ido muy rápido de un momento a otro.

Sintiéndolo mucho, tuvo que dejar libre a Sinnove de su agarre y bajar de la encimera para dirigirse a la comida en el fogón que ya estaba en su punto, con maestría a pesar de su no muy alta estatura cogió un plato de la vajilla y sirvió un único plato – ¿Dónde prefieres comer? – sonrió mientras dejaba el plato sobre la encimera y se encaminaba hacia la bodega, donde una colección perfecta de licores y vinos reposaba, un buen tinto para la carne serviría para apaciguar la sed de una y el capricho de otra.