Una nueva noche comienza...[Sinnove][+18]

El día de la cita había llegado, no hay que decir que estaba de los nervios al punto que no paraba de recorrer la casa de arriba a abajo, incluso había a ayudado a limpiar al servicio aunque estoy se negaban. No se podía estar quieta, cuando no había más que poder hacer subió a su habitación. Podían ser ya las ocho de la noche para cuando se tumbó en su cama y se puso a acariciar a su fiel mascota.

No se levantó de la camas hasta una hora más tarde cuando mandó al cochero a recoger a Sinnove a la hora indicada y en el lugar acordado, le dio estrictas instrucciones de que no llegara tarde por nada del mundo, incluso era mejor si llegaba unos minutos antes. Sabía perfectamente que llegaría puntual, su servicio se había criado con ella y sus padres trabajaron antes a su servicio. Por supuesto todos sabía el carácter que podía tener la latina, pero nunca lo demostró con ellos, además de que sabía perfectamente que era.

Volvió a su habitación y se sentó en la cama mirando hacia el tocador, en eso que la gata se subió a su regazo- ay Miss Muffet...pórtate bien por favor, que ya nos conocemos...-sonrió mientras acariciaba a la gata y suspiró, no sabía exactamente por que estaba hablando con su mascota. Dejó a Miss Muffet en la cama y se levantó dirigiéndose al gran armario lleno de ropa para cambiarse pues no iba muy decente como para recibir a nadie.

Después de unos minutos sopesando la ropa que se iba a poner, por fin se decidió por uno sencillo y cómodo, pero sin dejar de ser elegante. Se sentó en frente del tocador y mientras se arreglaba el pelo pensaba como podía decirle eso de que era un vampiro, no tenía muy claro como lo haría así que diría lo que saliera en el momento. Pensando y pensando, María, la más joven del servicio le informó que la visita estaba ya abajo.

Asintió con la cabeza y se quedó inmóvil durante un minuto, pero consiguió reaccionar. Se levantó del asiento, respiró profundamente y salió de la habitación junto a la gata que la seguía. Llegó a las escaleras y se quedó otra vez inmóvil al verla en la entrada, solo había pasado un día y medio, pero era como si fuesen siglos. Queriendo pero sin poder moverse se quedó en lo alto de la escalera mientras su mascota era más valiente y bajaba.

Era una rutina que había tenido durante todos los días desde hacía años: echar una pequeña cabezada para descansar un rato, despertarme, asearme y estar lista y preparada antes de que el cielo llegase a oscurecer del todo. Sin embargo, hoy mis manos temblaban al sostener el cepillo de pelo, y mi corazón latía desbocado al abrir mi guardarropa para examinar mi vestuario. Porque hoy era el día. Por fin.

Después de casi arrancarme el cabello por no convencerme nada de lo que me hacía en él, terminé por realizarme un recogido sencillo, que retiraba los mechones de mi rostro y dejaba que mi pelo cayese en cascada sobre mis hombros. A continuación procedí a vestirme.
Para la ocasión, había seleccionado un vestido que hacía años que no utilizaba. Lo había comprado en mis primeros meses como cortesana, aprovechando el aumento de mi poder adquisitivo para darme el lujo de poder tener un vestido nuevo como cualquier muchacha de mi edad. Sin embargo, debido a mi trabajo, excasas habían sido las oportunidades para poder lucirlo. Hasta ahora.

Una vez lista, me dispuse a salir del burdel, bajo las miradas atentas y curiosas de mis compañeras, ya que nadie me había visto así vestida desde que me conocían. Tan normal.
Me dieron ganas de ir corriendo por la calle, ya que la impaciencia por volver a Santana era máxima. Por suerte para mí, cuando llegué hasta nuestro banco ya había alguien esperando por mí. Sonreí ampliamente cuando el cochero me abrió la puerta, indicándome a subir. Me sentí como una princesa de cuento.
Y todo no terminó ahí, ya que cuando llegamos a la gran mansión que poseía Santana me fueron acompañando hasta entrar en el interior de la vivienda, abriendome la puerta y tratándome como si fuese una señorita rica e importante.

Estaba extasiada con todo lo que estaba viviendo, mirando a todas partes para intentar almacenarlo todo en mi memoria. Era tanta la información nueva que llegaba hasta a abstraerme de la realidad.
Un suave maullido me despertó de mi ensimismamiento, recordándome donde estaba. En casa de Santana. Esperando por ella. Bajé mi mirada al suelo y fue entonces cuando vi una bola de pelo que me miraba con esos grandes ojos felinos.

—¡Miss Muffet!—exclamé, casi chillando, lo que asustó un poco a la pobre gata. Me agaché en cunclillas, alargando mi mano para dejar que el animal pudiese olerme y ver que no quería dañarla. La gata acercó sus bigotes hasta mi mano, olisqueándome mientras que me hacía cosquillas, y aunque no se dejó acariciar, al menos no hizo el amago de arañarme.

Fue entonces cuando una bombilla se encendió en mi cerebro. Si Miss Muffet esta aquí, entonces Santana... Levanté mi mirada lentamente, encontrándome con los ojos oscuros de Santana, que me miraban desde lo alto de la escalera. Me puse en pie casi de un salto, sonriendo ampliamente, aunque con gesto avergonzado.

—Santana—la llamé, solo para sentir el placer de poder decir su nombre en voz alta—Hola.

Sonrió admirándola desde arriba, rió entre dientes al ver como se tomaba la gata la nueva invitada, era la primera vez que veía a alguien acercarse tanto sin que le hubiera arañado. Poco a poco fue levantando la vista y cuando vió a Santana se levantó del golpe sonriente pero un poco avergonzada.

Su cuerpo por fin respondió a sus peticiones cuando escuchó su nombre salir de esos labios, bajó despacio las escaleras sin soltarse de la barandilla, sentía que en cualquier momento le fallarían las piernas y dejaría de andar. Estaba realmente preciosa y nuevamente se le había olvidado respirar. Por fin llegó al final de la escalera y se acercó a ella, parecía que había tardado años en bajar.

-Hola-sonrió y beso ambas comisuras de sus labios- creo que le caes bien, normalmente ya te habría arañado...-susurró haciendo un gesto hacia la gata y rió entre dientes- estas preciosa...-volvió a susurrar mientras admiraba su pelo que caía en cascada. Le tendió la mano, necesitaba hablar con el ella del dichoso tema, no podía aguantar más sin decirle la verdad- necesito hablar contigo sobre algo...

Una vez tomó su mano la condujo hasta la biblioteca, le abrió la puerta y dejó que pasara delante. Allí le indicó que se sentara en el gran sillón rojo donde ella solía leer, mientras ella se apoyaba en su escritorio y suspiró.

-A ver por donde empiezo, pensaba contártelo después de la cena, pero no puedo más y siento que te estoy engañando al no decírtelo...-estaba nerviosa y se notaba a la legua, no paraba de frotarse las manos y humedecerse los labios- la otra noche me dijiste que habías escuchado historias de cosas no muy normales...de seres extraños...de seres que bebían sangre...-mantuvo la mirada hacia el suelo durante unos segundos, tenía toda la conversación planeada pero ahora no recordaba nada, así que mejor era decirlo de golpe. Levantó la mirada y se encontró con la de ella.

-Después de lo que te voy a decir...no se como te lo tomarás y sinceramente tengo miedo de tu reacción pero...y bueno, entenderé si no quieres saber nada más de mi o cualquier cosa-se estaba desviando del tema- bueno la cuestión, esas historias no son tan leyendas como puedes pensar, y yo soy una de esas pruebas...-no pudo evitar volver a bajar la mirada-soy un vampiro...-susurró y se quedó quieta, no sabia si subir la mirada o no, solo esperaba una respuesta por su parte.

La observé descender por las escaleras como si el tiempo se hubiese detenido, como si todo ocurriese a una velocidad mucho más lenta de la normal. Cuando por fin Santana estuvo frente a mí pude darme cuenta que todo seguía como siempre, y que probablemente todo había estado dentro de mi cabeza.
Me parecía increible que finalmente estuviese aquí, frente a ella, en su casa. Aunque "casa" era una palabra que se le quedaba pequeña para las dimensiones que tenía el hogar de Santana. Le dediqué una última mirada a la gata antes de centrar toda mi atención en mi anfitriona.

—Tú estás arrebatadora, si me lo permites—alagué, nada más lejos de la realidad.

Tomé su mano y me dejé guiar por los pasillos de la casa, sin poder ocultar mi curiosidad, aunque sin decir nada en voz alta. Simplemente seguía mirando a todas partes. Al parecer, Miss Muffet había decidido darnos algo de intimidad, ya que no nos siguio a donde fuese que Santana me estuviese llevando.
La incognita no se mantuvo demasiado tiempo, ya que cuando me quise dar cuenta estábamos en la biblioteca. ¿¡Tenía una biblioteca dentro de su propia casa!? Me senté donde ella me indicó, sin cuestionarla.

Su actitud estaba empezando a ponerme nerviosa, ya que nunca la había visto tan inquieta. ¿Se habría arrepentido de todo esto? Pero entonces no habría reaccionado así al verme, ¿no? O no habría mandado a su empleado a buscarme.
Tragué saliva pesadamente y me acomodé en el sillón sin quitar mis ojos de ella, esperando a que hablase por fin. Y cuando lo hizo, no supe ni qué decir.

Mi boca empezó a abrirse y a cerrarse sin emitir sonido alguno. Mis ojos se abrieron como platos. Mi cuerpo se puso rígido. ¿Qué ella era qué?
Aguardé durante unos segundos, con la esperanza de que ella se fuera a echar a reir en cualquier momento, diciéndome que todo era una broma. Pero ese momento no llegó, si no todo lo contrario.
Comenté a balbucear, diciendo cosas sin sentido, mientras que luchaba por encontrar algo de coherencia en mi cerebro. Pero la coherencia no llegó.

—¿Vas a comerme?—pregunté con un hilo de voz. Las cosas que había escuchado a lo largo de los años, siempre leyendas, nunca habían sido demasiado agradables. Y si ella era uno de ellos... ¿estaría en peligro en este momento?

Seguía frotándose las manos, prefería que le dijera cualquier cosa antes que el silencio que había, y seguía sin poder subir la mirada. Suspiró, por el silencio sabia que todo había acabado aquel momento, pero no decirle nada la comía por dentro, estaba engañándola y no le parecía correcto.

Cuando por fin el silencio se rompió con un débil hilo de voz, consiguió levantar la mirada y volviendo a suspirar negó con la cabeza. Dejó de apoyarse en el escritorio y tenía intención de acercarse a ella, pero lo pensó mejor y manteniendo la distancia volvió a apoyarse.

-Por supuesto que no...jamás te haría daño-respondió a su pregunta en un susurro y se quedó mirándola- se que esas historias que hayas podido escuchar no dirán nada a mi favor...pero no soy igual que todos...-su voz se iba apagando lentamente.

Volvió a bajar la mirada y en la habitación volvió a reinar el silencio, cerró los ojos y se tocó el puente de la nariz, esto le dolía un poco, no solía hablar de ello con nadie. La gente que lo sabia eran como ella o los que estaban a su servicio, y los del servicio lo conocían porque sus padres y abuelos les contaban.

Volvió a suspirar por enésima vez y abrió los ojos levantando la mirada- como te dije antes, si deseas marcharte y no volver a saber de mi, estas en tu derecho y le diré al cochero que te lleve... solo te pediré que mi secreto no salga de aquí...-dijo arrastrando cada palabra, se dio la vuelta y apoyo las manos sobre el escritorio, no podía mirar si de verdad se iba o se quedaba.

Era verdad. ¡Oh Dios mío! Estaba en casa de un vampiro. Había besado a un vampiro. ¡Estaba enamorada de un vampiro! Porque a pesar del shock inicial por su confesión lo seguía estando, ¿no? Eso no era algo que pudiese cambiar tan rápidamente.
Seguí sin poder pronunciar más de cinco palabras seguidas, solo mirando a Santana, buscando algo en ella que me gritase que era peligrosa, que debía huir y alejarme. Pero por más que la observaba solo podía seguir viendo a la misma chica que había conocido en la calle dos noches atrás.

Ella negó que quiera dañarme, y pensándolo con detenimiento, podría haberme matado perfectamente durante nuestro primer encuentro y nadie se habría enterado. No tenía sentido que lo hiciese ahora si no lo había hecho antes.
¿De verdad estás dando por hecho que los vampiros existen, Sinn?

No sabía ni qué pensar. Solo sabía que por muy aterrorizada que pudiese estar en este momento, o por mucho que mi cerebro me gritara que huyese de allí lo antes posible, mi corazón se rompía en mil pedazos al verla con esa cara triste y expresión abatida.
Cuando ella me dio la espalda tragué saliva sonoramente y me puse en pie, viendome obligada a esperar unos segundos antes de poder andar, ya que las piernas me temblaban como nunca lo habían hecho antes. Me acerqué hasta donde estaba Santana con paso lento y coloqué mi mano sobre su hombro, pero sin forzarla a que se diera la vuelta.

—Hace dos noches despertaste sentimientos en mí, tan grandes que me llevaron a prometer que tendría una cita contigo. Esta cena—comencé a hablar, con mi voz aún un poco inestable—Nunca rompo lo que prometo así que... tendrás tu cena. Por lo que tendrás una oportunidad para demostrarme que esas historias que he escuchado no son ciertas—hice una pequeña pausa ante de volver a hablar, casi con un hilo de voz de nuevo—Una oportunidad para demostrar que mi corazón no fue un idiota cuando decidió empezar a quererte hace dos noches...

Allí estaba, esperando un sonido, deseaba escuchar algo, la puerta o el sonido de pasos alejandose, aunque lo que más deseaba era escuchar que se quedaba, que no le importaba. Pero eso era lo menos improbable que pudiera pasar, hasta que notó la mano de ella sobre su hombro, cerró los ojos con una media sonrisa al escucharla y lentamente se dió la vuelta.

-Te juro que no te arrepentirás-abrió los ojos encontrándose con su mirada, a pesar de haberse acercado y de haber decidido quedarse, podía adivinar a través de sus ojos que había un poco de miedo- soy la misma que hace dos noches...-susurró con la voz un poco rota mientras alzaba la mano para rozar su mejilla.

Se volvió a quedar mirandola, al menos tenía una oportunidad para demostrarle que nadia había cambiado en ella, que seguía siendo la misma, aunque no sabia bien como podía demostrárselo. Esta pequeña charla había sido la más dura que había tenido en todos sus años de existencia, pero al menos ya había pasado, ahora quedaba la segunda parte del drama.

Estaba extremadamente nerviosa, ya que a la tensión acumulada por la cita en sí, se le había sumado la creada por la repentina confesión de Santana. Lo peor es que aún no sabía como relajarme o como comportarme a su alrededor ahora que sabía lo que era.
Ya sabía que ella era la misma que hace dos noches, pero para mí la situación había cambiado por completo, haciendo que cientos de cuestiones brotaran en mi mente. Tantas que no sabía ni a cuál dar prioridad. Si nuestra primera noche había sido rara, esta segunde noche estaba acumulando méritos ya desde el principio para ser más rara aún.

Escuchar el tono roto y dolido de su voz fue como una puñalada directa a mi corazón. La miré fijamente alarmada, percatándome de un detalle muy importante que había pasado por alto.
Cogí su mano, la que había llevado a mi rostro, y la sostuve entre las mías. Me parecía increible que esta pudiese ser la mano de un vampiro, que ella pudiese ser un vampiro en general. Por más que la miraba, solo podía ver a Santana. Pero aún así mi subconsciente seguía atemorizado.

—No se qué decir—ella había sido sincera conmigo, así que eso era lo mínimo que podía ofrecerle—Y no sé qué hacer. Porque una parte de mi me dice que por qué no te he besado aún, y la otra parte sigue gritándome para que huya y me aleje de ti—aunque claramente se podía ver qué parte estaba ganando esta batalla, ya que había accedido a seguir adelante con nuestro encuentro.

Completó su media sonrisa, pero era una sonrisa triste. Sentía impotencia por no saber que hacer exactamente, ahora ella estaba siendo sincera al decir su temor, y tenía razones, alguna vez había escuchado las historias que contaban sobre los vampiros y no eran muy agradables que digamos.

-Y yo no se que hacer para que esa parte que te dice que huyas y te alejes de mi, te diga todo lo contrario, que te quedes conmigo...-murmuró- me gustaría que no hicieras caso a las cosas que hayas podido escuchar...no todos somos como cuentan las leyendas...-siguió murmurando mientras volvía a agachar la cabeza.

¿Por qué todo era tan difícil? Después de años y años buscando, cuando por fin encontraba lo que buscaba, tenía que ser como era. Seguía pensado la manera de hacer que volviera a confiar en ella, necesitaba que perdiera el miedo hacia su persona.

-Dime que puedo hacer para convencerte...porque de verdad y por más que lo pienso no tengo ni idea de que puedo hacer...-estaba irritada consigo misma por no hayan las respuestas a sus propias preguntas.

Comenzó a acariciar las manos que tenían a la suya entre ellas, era un tacto suave y le encantaba, por un segundo olvidó todo el problema que estaba a su alrededor cerrando los ojos sintiendo el roce de sus manos y escuchando su respiración.

Ojalá yo misma pudiese hacer algo para alejar todos mis temores y mis recelos. Al menos a cada segundo que pasaba empezaba a sentirme un poco menos en la boca del lobo.
Y de nuevo, la sonrisa triste de Santana se me clavaba en el alma. Ese alma que se supone que era la mitad perfecta de la suya. No sabía que hacer para solucionar todo esto, pero estaba segura de que si había un camino, lo encontraríamos entre las dos.

—Háblame sobre ti—propuse. ¿Quién mejor que ella misma para contarme lo que implicaba ser uno de ellos? Tal vez la manera de irme relajando era que Santana respondiese a mis preguntas, despejando o confirmando los rumores y las historias que había escuchado en el pasado—¿Cuántos años tienes? Pero los de verdad. ¿Y hace cuanto tiempo que eres... eres... bueno, ya sabes...?—me costaba decir la palabra vampiro en voz alta, ya que eso lo haría aún más real.

Decidí empezar por una pregunta simple, fácil de responder y que no implicase tener que contar detalles demasiado escabrosos. Mi miedo ahora se mezclaba con mi curiosidad y mis ganas de conocerla de verdad.
Sin soltar su mano, caminé de vuelta al sofá, sentando a Santana sobre el mismo y sentándome yo sobre uno de los brazos del mueble.

Su sonrisa iba recuperando poco a poco su toque, aunque la cosa no iba muy bien parecía que mejoraba, al menos se atrevía a tocarla y escucharla. Caminó hasta el sofá dejándole llevar por ella y se sentó. La verdad es que las primeras preguntas eran fáciles.

-Tú pregunta y yo te responderé sin problema-dijo con seguridad, total, ahora si que no tenía nada que esconder- pues tengo unos 435, se pierde la cuenta en algo momento, pero si no recuerdo mal esos exactamente. Me convirtieron cuando tenía 21 años, por lo que así siendo lo que soy serian unos 414, si no me equivoco-se encogió de hombros.

A veces le daba por contar cuantos años tenía y al principio se sorprendía, pero ya lo tenía más que asumido. Ahora a ver como se notaba eso de que tuviera cuatro siglos y unos años viviendo, se ponía en su lugar y la verdad es que no seria fácil aceptar algo como eso.

Ahora ya se encontraba con más valentía que antes y no bajaba la mirada si no que la miraba a la cara expectante por como pudiera reaccionar o lo que pudiera querer saber acerca de todo esto. Así que mientras estudia su rostro sin mucho éxito tras su respuesta, esperaba otra pregunta impaciente.

Mi boca se abrió cual buzón por la sorpresa, mirando a Santana como si de repente le hubiesen salido dos cabezas. Con esa edad podría ser... ¿mi tatara-tatara-tatara-abuela? Pero era imposible pensar eso al mirarla, ya que no había ni una sola arruga en su rostro, ni un solo pelo blanco en su cabellera negra.

—Vaya... eres vieja... ¡Perdón!—las palabras escaparón de mis labios, así que me disculpé inmediatamente, tapándome la boca con la mano—Así que tienes 435 años... Vale, lo entiendo—de nuevo, diciéndolo en voz alta era una manera de autoconvencerme de que esto no era una broma, o una ensoñación, o Dios sabe el que. Estuve a punto de soltar una risilla nerviosa, pero entonces, algo hizo click en mi cabeza.

Como siempre, mi mente funcionaba a una frecuencia distinta que el resto del mundo, así que por un momento el tema de los vampiros quedó completamente a un lado. Mi rostro tenía la expresión de como si hubiese desvelado uno de los grandes misterios del universo. Aunque para mi lo era, ya que realmente le daba sentido a muchas de las cosas que habían pasado entre nosotras.

—¿Ella lleva muerta más de 400 años, verdad? Tú amiga. Por eso... por eso te acercaste a mi esa noche—mi voz salió un tanto dolida, pero por el hecho de que me costaba imaginar lo que sería estar 400 años sola. Mi mirada se clavó sobre la de Santana, buscando la verdad sobre este asunto, aunque creía que había dado en el blanco.

No pudo hacer otra cosa que reír cuando la llamó vieja, se esperaba algo así y era normal, porque en cierto punto lo era. La miraba con los brazos cruzados eso de vieja no es que le agradara mucho, aunque volvió a sonreír cuando ella lo decía en voz alta autoconvenciendose y no puedo evitar rodar los ojos.

Mirandola entendió que dentro de su mente algo estaba encajando piezas sobre algo, y como a buen entendedor pocas palabras bastan, sabia por donde iría esta vez su pregunta. Tragó saliva pesadamente y se dispuso a contestarle, tenía que sacar lo que llevaba dentro desde hace muchos años.

-Si, y bueno exactamente era algo más que mi amiga...-clavó su mirada en la suya y sonrió de nuevo- cuando mi abuela nos contaba las historias de pequeña, por mucho que me encantaran yo no me las llegaba a creer pero ella si...hasta que bueno me pasó lo que me pasó, entonces comencé a creer en que en cada historia había una parte de verdad, y eso me dió una esperanza, pero cuando llevas tantos años buscando pues pierdes un poco de eso. Hasta que la otra noche te vi...y, ya sabes mi opinion al respecto desde ahí...-se encogió de hombros sin dejar de mirarla.

Le acababa de contar lo que nadie sabia de ella, solo su servicio y lo sabían por las historias contadas por sus antepasados y muchos no se atrevían a preguntar sobre el tema. Las últimas palabras emitidas por la joven sonaron con un poco de dolor, pero no sabia exactamente si era por sentirse defraudada o por el tema en si.

Escuché con atención, ya que por fin la historia cobraba sentido. Era como una especie de triángulo amoroso atemporal.
Pero eso, a la vez que me aliviaba, me hacía sentir un tanto extraña, ya que era como si hubiese perdido la memoria (ya que no recordaba nada de mi vida pasada con Santana) o como si estuviese en un cuerpo que no era mío (si no de ella). Por momento no estaba segura de si yo seguía siendo Sinnove o si era alguien más.

Cerré los ojos durante unos segundos, tratando de poner mis pensamientos en orden. Estaba siendo demasiada información en tan poco tiempo, información demasiado complicada de asimilar. Llegó un momento en el que mi cerebro se dió por vencido y dejó de intentar aplicar la lógica en todo esto. Simplemente empecé a creer todo lo que estaba escuchando, por muy disparatado que pudiese sonar.
Abrí los ojos, tratando de disimular la lucha que se estaba librando en mi interior. Si seguía cuerda después de esta noche, definitivamente me iba a merecer un buen premio.

—¿Alguna vez has matado a alguien?—seguí adelante con mi pequeño interrogatorio, con una pregunta clara y directa.

Sintió como en aquel nuevo silencio una batalla se libraba dentro de ella, lo comprendía a la perfección no debía ser fácil asimilar todo lo que le estaba contando, y menos mal que eran las versiones cortas. Ahora este silencio no era ni incomodo ni doloroso, podía llegar a ser incluso agradable.

Pero hay estaba la segunda pregunta que temía que llegara, en este punto se sentía mal por ser lo que era, no siempre tenía que hacerlo pero a veces era inevitable y aunque fueran personas que ya tenían un pie en el otro mundo, nunca era agradable ser la encargada de ponerle el otro.

-Si...-la valentía que tenía minutos atrás volvió a esfumarse y bajó de nuevo su mirada- por mucho que intente evitarlo, a veces es irremedebible, sobre todo si te bebes de alguien que le queda más bien poca vida...-susurraba las palabras, le dolía pensar cuantas vidas podría haber quitado.

Esa era la única pega que le ponía a ser lo que era, por lo demás estaba bien ya que para cuando ella se convirtió pocos seres queridos suyos quedaban vivos, pero eso de matar para vivir ella, no le gustaba. Aunque había aprendido a beber sin matar no siempre era así. En Puerto Rico tenía contactos en el hospital y podían proporcionarle alguna que otra donación que estuviera a punto de echarse a perder y así no tener que salir de caza.

Me recorrió un escalofrío de pies a cabeza al escuchar sus palabras, ya que me costaba imaginar a Santana haciendo algo así. Siendo una asesina. No cuando frente a mi se mostraba tan pequeña, tan inofensiva. Estaba claro que las apariencias engañaban y mucho.
Sin embargo pude ver perfectamente que ella no se enorgullecía de sus crímenes, ya que su expresión la delataba por completo.

No debía bajar la guardia, no podía, pero el verla así fue demasiado para mí. Una vez más, el corazón ganaba a la razón y yo me dejaba llevar por mis instintos. Apoyé mi mano sobre su rodilla, dándole un pequeño apretón, tratando de confortarla.

—¿Cómo te transformaste?—pregunté de nuevo, mordiéndome el labio inferior suavemente.

Estaba intentando ser neutral. No juzgarla sin saber su versión de los hechos, tal y como ella había hecho conmigo, aunque definitivamente yo estaba recabando más detalles sobre su pasado que ella del mío.
Por esa razón simplemente seguía preguntando, sin decir nada al respecto cuando ella me respondía.

Notar su mano sobre su rodilla intentado reconfortarla le hacia bien, pero esa culpa que cargaba no se iba a esfumar por mucho que quisiera. Y ahí estaba la otra pregunta esperada y que ni siquiera podía responder. No pudo evitar que se le escapara una risa, no era momento para ello pero fue inevitable.

-Pues no estoy muy segura-se encongió de hombros negando con la cabeza- durante mis dos últimos años siendo humana, digamos que no iba por el buen camino, así que no me acuerdo de mucho de aquella temporada. Solo recuerdo una noche salir de una taberna hasta los topes de beber acercarme a un callejón al escuchar un sonido y ya está. Al día siguiente me encontré en mi habitación y con fuerte dolor de cabeza...

Ahí estaba otra etapa de su vida que no la ayudaba a convencer a Sinnove, era cierto que no recordaba mucho, solo que se la pasaba de taberna en taberna hasta caer redonda y que siempre acababa en casa.

-A partir de ese dia y cuando me di cuenta de lo que era, senté cabeza y volví al mundo real...dejé todo lo que pudiera sentir a un lado y volví a recuperar la fortuna de mi familia y la buena reputación...-suspiró, era increíble lo poco que tardo en gastar casi todo el dinero y lo que le costó recuperarlo, pero lo hizo.

Definitivamente, la santana que yo había conocido no tenía nada que ver con la Santana de quien ella me estaba hablando. Eran como las caras de una moneda, que juntas forman una unidad pero que son completamente opuestas. Me costaba pensar en ella como alguien así... no viendola vestida tan elegante, viviendo en una mansión, con su cabello y su rostro perfectos.

No sabía si era porque lo estaba aceptando, pero poco a poco iba sintiéndome más relajada en su presencia. Al menos las ganas de salir corriendo ya no estaban ahí. Me sentí extraña, esa era la palabra, una lucha de sentimientos totalmente encontrados. De esta noche dependía el lado del que se fuera a inclinar la balanza.

—Y... ¿por qué has decido contarme todo esto? ¿Por qué arriesgar tu secreto por... por una simple humana?—era mi última cuestión, y para mí, la más importante. Perfectamente podría haberlo mantenido en privado, cenar conmigo, pasar un buen rato y que todo hubiese seguido como si nada, ya que yo por nada del mundo habría sospechado nada de ella. Sin embargo, Santana se había delatado así misma y de forma voluntaria.

Ya la notaba más tranquila y eso hacia que también se relajara un poco. Seguía repasando su pasado para ver si dejaba algo sin contar, de perdidos al río, si le había contado la mayoría podía contarle algo que se hubiera olvidado, pero no había nada. Cuando escuchó las últimas preguntas se sorprendió un poco, lo cierto es que eso si que no se lo esperaba.

-Pues...porque te estaba engañando y no quería seguir haciéndolo, no seria noble de mi parte. Ya cometí muchos errores en el pasado y pues...no quería tenerlos también contigo...-le mantuvo la mirada mientras decía cada palabra- para mi no eres una simple humana, me da igual si he arriesgado mi secreto o no, y sabia perfectamente que tenía más posibilidades de perderte...pero jamás engañaría a quien quiero...

Volvió a suspirar, era increíble el peso que se había quitado sobre sus hombros, cierto que seguía ahí pero era más soportable. Desvió la mirada y recorrió la habitación observando los libros que había allí, muchos eran los que la habían animado a seguir buscando y agradecía que no hubiera desistido.

De nuevo el silencio se hacia presente, estaban allí sentadas hablando sobre un tema, como si este fuera el más normal del mundo. Ya no tenía tanta impaciencia así que el silencio le hacia recapacitar en sus pensamientos mientras esperaba que hubiera otra pregunta o alguna impresión.

Miré a Santana a los ojos, buscando esa tranquilidad y ese sentimiento de protección que me había proporcionado en el pasado. Y pesar de todo lo que me había contado, ese sentimiento seguía ahí.
Todos mis sentimientos por ella seguían presentes, de hecho. No sabía por qué, pero después del temor y la incertidumbre inicial, todo había vuelto a su sitio. Suspiré lentamente, tomándome un último momento para reflexionar, aunque en mi cabeza ya no había lugar para dudas.

—Esta bien—dije en voz clara, mientras que me encogía de hombros. Supuse que por una vez en mi vida, mis creencias en lo sobrenatural y en cosas en las que generalmente la gente no creía iban a ser una baza a mi favor. De otra manera, ya habría salido corriendo hace un buen rato acusando a Santana de lunática.

Ella mantenía que me quería, y yo... bueno, aunque no lo había dicho en alto aún, estaba segura de que mi enamoramiento, por suerte o por desventura, no se había desvanecido.
Me puse en pie, dándole la espalda, y después de unos segundos volví a girarme, clavando mi mirada sobre la suya. Lo había decidido.

—Pensé que me ibas a invitar a cenar—dije, sonriendo levemente, en lo que era mi primer intento de pretender que nada había pasado, que nada entre nosotras había cambiado.