AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Trick or treat? {Privado}
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Trick or treat? {Privado}
Sostenía al pequeño gato por el cuello. Maximus estaba inquietantemente tranquilo. ¿Estaría mal visto que lo zarandeara de nuevo? ¡Llevaba haciendo eso los últimos quince minutos! Su sobrino se negaba a volver a su forma humana. Los orbes ambarinos del animal se movían por todos lados, claramente entretenido por la actividad en el circo. Copito – el perro que habían encontrado perdido en los callejones de París – caminaba a su lado. Después de pasarse toda la tarde jugando con Maximus, parecía más un perro café que blanco. Si Sonnenschein lo pillara, pegaría el grito al cielo y lo mandaría a bañarlo. A ella podría importarle menos que su número empezara en treinta minutos. Frunció el ceño al notar lo cerca que estaban de su carpa. ¿Por qué les dirigía hacia ahí? Lo último que necesitaba era escuchar sus regaños. Con ese terrible pensamiento, cambió rápidamente de dirección. Un hombre debía saber cuándo era mejor rendirse y, si existía algo con lo que estaba seguro no podía vivir, era con la comida que su cuñada preparaba. Esa era la forma en que conseguía que hiciera – casi – todo lo que le pedía. – Basta de juegos, Maximus. Hablaba entre dientes, sonriendo a los ayudantes que se cruzaban en su camino. Todos se preparaban para la función. Los hijos de los empleados corrían de un lado a otro. Si tan solo su sobrino fuera como cualquiera de ellos… No. Maximus tenía un concepto diferente de la palabra diversión. El gatito bajo su yugo maulló, como si acabara de leer sus pensamientos. Probablemente, lo había hecho. Aunque no podía convertirse en algo más que un pequeño gato – aún – tenía una sorprendente habilidad para entrar en las mentes. – Voy a buscar a Lucius. Le amenazó, pero ni siquiera sonó convincente a sus propios oídos. Blasfemó. ‘Esa es una muy pero muy mala palabra. A papá no le gustará escuchármela. Tendrás que comprarme una nube de algodón para que pueda olvidarla.’ Esta vez, no pudo resistirse. Le zarandeó. Hubo más maullidos y zarpazos. ¡El pequeño diablillo le estaba sobornando! De pronto, Copito empezó a morder su ya raído pantalón. Julius echó un vistazo hacia el perro. Fulminarlo con la mirada no serviría de nada pero, ¿qué más se suponía que debía hacer?
Esto es ridículo. No solo zarandeaba a un gato, ahora un perro colgaba de su pierna. Cuando estuvo lo suficientemente lejos de la carpa donde vivían, dejó escapar un largo suspiro de alivio. Se sentó sobre un pedazo de tronco que hacía de asiento. ‘Ahora querrás soltarme, tío. Mamá viene hacia acá.’ Esas últimas palabras fueron suficientes para que le soltara. El perro, que había estado ladrando – claramente molesto – por no poder captar su atención, levantó la oreja y movió la cola, contento por la llegada de Sonnenschein. Traidor uno y, sí, ahí estaba el traidor número dos. El pequeño gato fue al encuentro de ella. Tragó saliva. Esos calculadores orbes ya estaban sobre Copito. ¡Pero si no era su perro! Se lo había regalado a Maximus. ¿No debía él hacerse cargo? A lo mejor si fingía que no le había visto… - Julius Ward. Espero que no estés haciendo lo que creo que estás haciendo. El minino maulló, ¡se restregó en la pierna de su madre! Sí que sabía cómo desatenderse de todo el asunto. Era él quien tenía un montón de quejas sobre el comportamiento del diablillo. – ¿Haciendo qué, exactamente? Sonrió inocentemente, girándose para enfrentarse a la mujer que su gemelo amaba. Tenía que recordarse eso último o Lucius se lo haría pagar cuando regresara si hacía algo que a ella le molestara. Eso no era nada difícil últimamente. ¿Alguna vez lo había sido? Masculló para sí mismo. La bruja entrecerró sus ojos espeluznantemente. Ahora. ¿Esa palabra no era la favorita de su sobrino? - ¿Puedes, por favor, amenazar a tu hijo para que se convierta de nuevo en un decente niño? Entramos en veinte minutos. Ninguno de los dos notó el momento en que el gato se marchó. Por el rabillo de ojo vio la cola de Copito antes de que desapareciera entre las piernas de uno de los humanos formados para entrar a la función. El perro no se despegaba del niño, sin importar en qué transformación estuviese, lo que significaba que… Se levantó con rapidez, esquivando a su cuñada. – ¡Aye! Yo iré y lo traeré. Sano y salvo, agregó, solo por si acaso. Desapareció antes de que pudiese pronunciar una palabra más. Cazar a Maximus era una tarea que hacía a diario. De verdad, si a su cuñada se le ocurría tener uno más de esos, iba a tener una larga charla con su gemelo.
Esto es ridículo. No solo zarandeaba a un gato, ahora un perro colgaba de su pierna. Cuando estuvo lo suficientemente lejos de la carpa donde vivían, dejó escapar un largo suspiro de alivio. Se sentó sobre un pedazo de tronco que hacía de asiento. ‘Ahora querrás soltarme, tío. Mamá viene hacia acá.’ Esas últimas palabras fueron suficientes para que le soltara. El perro, que había estado ladrando – claramente molesto – por no poder captar su atención, levantó la oreja y movió la cola, contento por la llegada de Sonnenschein. Traidor uno y, sí, ahí estaba el traidor número dos. El pequeño gato fue al encuentro de ella. Tragó saliva. Esos calculadores orbes ya estaban sobre Copito. ¡Pero si no era su perro! Se lo había regalado a Maximus. ¿No debía él hacerse cargo? A lo mejor si fingía que no le había visto… - Julius Ward. Espero que no estés haciendo lo que creo que estás haciendo. El minino maulló, ¡se restregó en la pierna de su madre! Sí que sabía cómo desatenderse de todo el asunto. Era él quien tenía un montón de quejas sobre el comportamiento del diablillo. – ¿Haciendo qué, exactamente? Sonrió inocentemente, girándose para enfrentarse a la mujer que su gemelo amaba. Tenía que recordarse eso último o Lucius se lo haría pagar cuando regresara si hacía algo que a ella le molestara. Eso no era nada difícil últimamente. ¿Alguna vez lo había sido? Masculló para sí mismo. La bruja entrecerró sus ojos espeluznantemente. Ahora. ¿Esa palabra no era la favorita de su sobrino? - ¿Puedes, por favor, amenazar a tu hijo para que se convierta de nuevo en un decente niño? Entramos en veinte minutos. Ninguno de los dos notó el momento en que el gato se marchó. Por el rabillo de ojo vio la cola de Copito antes de que desapareciera entre las piernas de uno de los humanos formados para entrar a la función. El perro no se despegaba del niño, sin importar en qué transformación estuviese, lo que significaba que… Se levantó con rapidez, esquivando a su cuñada. – ¡Aye! Yo iré y lo traeré. Sano y salvo, agregó, solo por si acaso. Desapareció antes de que pudiese pronunciar una palabra más. Cazar a Maximus era una tarea que hacía a diario. De verdad, si a su cuñada se le ocurría tener uno más de esos, iba a tener una larga charla con su gemelo.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/12/2010
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Re: Trick or treat? {Privado}
«Ahora no, ahora no, ahora... ¡Sí! ¡Ahora!»
Hambre. Esa simple pero aterradora palabra, se entromete en sus pensamientos cuando el estómago vacío ruge en su interior. Hace más de seis horas que no lleva ningún bocado a su boca, los bichos le son insípidos últimamente y los gatos, los malditos felinos escasean en el circo. Lo único que sus dientes masticaron esa mañana, fueron un par de vegetales que Malaquias le sirvió en el plato. ¿Cuántas almas se supone que tiene una hierba? Esta molesta. Sus sentidos captan el olor de la carne quemándose a pocos metros de ella, pero a la pelirroja no le apetece la comida cocinada, de ser preferible, se tragaría el corazón aún sangrante de un animal. Calcula rápido, como si se tratase de una enfermiza máquina de matemáticas. No puede equivocarse, pues su salvación depende de los múltiplos que realice. Lleva más de cuatrocientas almas de insectos, treinta gatos y cinco perros. Ya casi está cerca, sólo un poco más.
Desvaneciendo la amenaza de Malaquias, se escapa del circo para ir de paseo a las entrañas del bosque. En alguna parte de ese majestuoso lugar, Ignis encontró un árbol partido –lo que seguramente hizo un rayo- en donde meterse, esconderse y capturar insectos. Muchos no logran percibirlo, ella sí. Existe un punto entre el circo y el bosque, una línea bastante delgada que cambia, no sólo la humedad, tampoco el olor, el sabor o el sonido, también las energías que vacilan en ambos sitios; el punto negro, así lo llama ella. Al quedarse en medio de la invisible frontera, la mujer ciega, capta un olor extraño que proviene detrás de ella, cinco segundos después, el fétido hedor de perro sucio, atraviesa sus fosas nasales haciéndole sacudir la cabeza un par de veces. El olor es tan fuerte que logra aturdir sus sentidos, está desorientada y se siente mareada. Jadea. Saca la lengua y escupe la desazón que el efluvio le produce en el paladar. Acaba de perder el apetito. Gruñe confundida. Se gira sobre los talones tratando de enfocar sus sentidos y saber qué dirección tomar. El viento le hace una broma atrapándole en un remolino infernal, da varias vueltas sobre su propio eje y termina por desplomarse entre dos enormes árboles. Las hojas flotan encima de ella, serpenteando al caer perezosamente sobre su cuerpo. Suspira quejumbrosa.
A punto de llorar, por sentirse incapacitada, desvalida y completamente perdida, un algo comienza a lamer su rostro, desperdigando el maquillaje blanco a lo largo y ancho de su rostro. Varias ramas y maleza seca, se enreda en sus rojizos cabellos dándole un aspecto desaliñado. Se pone de pie entregándose al pánico. Cuando se da cuenta del pelaje del bicho y la pestilencia de su hocico, reconoce al animal. ¡Un perro! ¡Sí, sí, sí! ¡Un perro! ¡Es él! ¡Es él! Aplaude emocionada escuchando pasos acercándose por el otro lado de ella. Pequeñas patas arrastrándose hasta ella. La diminuta cosa se restriega contra su cintura. Ronronea e Ignis llora. Lo toma entre sus manos y lo levanta a la altura de su rostro como si pudiese verlo. Lo acaricia, pega su frente a la del animal y respira con profundidad su esencia. Está a punto de morderle una pata «¡Espera Ignis!» Mania le habla desde su lugar, colgando en su espalda. -¿Qué? Tengo hambre y él es un gato- Pronuncia la última palabra con desprecio, como si el felino le hubiese provocado mucho daño. «No. No sólo es un gato, olfatéalo bien. Escucha el latir extraño de su corazón.» La pelirroja, presta atención a lo que su muñeca le dice. Mientras tanto, el felino lanza pequeños zarpazos que arañan sus muñecas y brazos, uno logra partirle el labio inferior. En silencio, importándole muy poco el ardor de sus heridas, hace lo que Manía le dice y se sorprende al reconocerlo. Lo deja caer -¡Un cambiante!- Exclama y el animal escapa a un lado de ella, asustadizo y en dirección a alguien más. Ignis no lo presintió, no lo escuchó llegar.
Desvaneciendo la amenaza de Malaquias, se escapa del circo para ir de paseo a las entrañas del bosque. En alguna parte de ese majestuoso lugar, Ignis encontró un árbol partido –lo que seguramente hizo un rayo- en donde meterse, esconderse y capturar insectos. Muchos no logran percibirlo, ella sí. Existe un punto entre el circo y el bosque, una línea bastante delgada que cambia, no sólo la humedad, tampoco el olor, el sabor o el sonido, también las energías que vacilan en ambos sitios; el punto negro, así lo llama ella. Al quedarse en medio de la invisible frontera, la mujer ciega, capta un olor extraño que proviene detrás de ella, cinco segundos después, el fétido hedor de perro sucio, atraviesa sus fosas nasales haciéndole sacudir la cabeza un par de veces. El olor es tan fuerte que logra aturdir sus sentidos, está desorientada y se siente mareada. Jadea. Saca la lengua y escupe la desazón que el efluvio le produce en el paladar. Acaba de perder el apetito. Gruñe confundida. Se gira sobre los talones tratando de enfocar sus sentidos y saber qué dirección tomar. El viento le hace una broma atrapándole en un remolino infernal, da varias vueltas sobre su propio eje y termina por desplomarse entre dos enormes árboles. Las hojas flotan encima de ella, serpenteando al caer perezosamente sobre su cuerpo. Suspira quejumbrosa.
A punto de llorar, por sentirse incapacitada, desvalida y completamente perdida, un algo comienza a lamer su rostro, desperdigando el maquillaje blanco a lo largo y ancho de su rostro. Varias ramas y maleza seca, se enreda en sus rojizos cabellos dándole un aspecto desaliñado. Se pone de pie entregándose al pánico. Cuando se da cuenta del pelaje del bicho y la pestilencia de su hocico, reconoce al animal. ¡Un perro! ¡Sí, sí, sí! ¡Un perro! ¡Es él! ¡Es él! Aplaude emocionada escuchando pasos acercándose por el otro lado de ella. Pequeñas patas arrastrándose hasta ella. La diminuta cosa se restriega contra su cintura. Ronronea e Ignis llora. Lo toma entre sus manos y lo levanta a la altura de su rostro como si pudiese verlo. Lo acaricia, pega su frente a la del animal y respira con profundidad su esencia. Está a punto de morderle una pata «¡Espera Ignis!» Mania le habla desde su lugar, colgando en su espalda. -¿Qué? Tengo hambre y él es un gato- Pronuncia la última palabra con desprecio, como si el felino le hubiese provocado mucho daño. «No. No sólo es un gato, olfatéalo bien. Escucha el latir extraño de su corazón.» La pelirroja, presta atención a lo que su muñeca le dice. Mientras tanto, el felino lanza pequeños zarpazos que arañan sus muñecas y brazos, uno logra partirle el labio inferior. En silencio, importándole muy poco el ardor de sus heridas, hace lo que Manía le dice y se sorprende al reconocerlo. Lo deja caer -¡Un cambiante!- Exclama y el animal escapa a un lado de ella, asustadizo y en dirección a alguien más. Ignis no lo presintió, no lo escuchó llegar.
Ignis Lunacy- Humano Clase Baja
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