Oh dear wine, treat us well || Priv. Antonio

El salón tuvo que ser lavado muy temprano en la mañana con agua hervida, y tuvimos que llamar al monseñor para que bendijera el lugar y a nosotros, puesto que una lucha con el maligno siempre dejaba marcas en tu corazón. A mí se me había encargado la misión de desaparecer el cuerpo –o lo que quedaba de el-, ni siquiera de enterrarlo porque por su soberbia no se merecía que sus restos fueran tratados con respeto. Las órdenes fueron claras: “Ve y arrójalo en los confines de París, a las zonas abandonas en donde pasará a ser comida de los carroñeros”.

Y así fue como lo hice, dejé aquel saco putrefacto tan lejos como me fue posible y luego de mirar aquella bolsa sin forma con repugnancia, me santigüé en nombre de Dios nuestro Señor. En el fondo de mi corazón lamentaba el final de esas almas cuyo final no podía ser otro más que el infierno, el castigo eterno. Si aquel hombre pensó que la noche anterior había sentido más dolor del que era capaz de soportar, era porque no estaba siendo consciente de lo que le esperaría al morir sin arrepentirse. Me santigüe una vez más y preparé mi marcha.

Caminé por varios metros en absoluto silencio. Llevé mis dedos hacia los labios percatándome de que estaban secos. Apenas ahí fui consiente de que estaba completamente muerto de sed. Añoraba el poder entrar a cualquier parte y degustar un par de tragos sin ser reconocido. ¡Ah esos tiempos! cuando todo parecía ser de lo más sencillo.Tiempos que no iban a volver, desde luego, pero que habían dejado profunda huella en mi. Y si... ¿en lugar de enfilar rumbo a casa, mis pasos se viesen desviados hacia un sector más populoso? Sonreí aún con el cuerpo bañado en sudor y salpicaduras de sangre. Infiltrarse con el resto de los mortales una vez concluido el trabajo, no estaba entre sus planes inmediatos, pero había algo en mi que me mantenía inquieto. Algo pululaba en el ambiente. Una voz interior que me insistía en llevar aquella mala idea por un camino más real. ¿Qué maldita cosa podría ocurrir que no hubiese visto antes?

Monté en mi caballo (que siempre mantenía alejado del área de trabajo) y le llevé hacia la ciudad. Preferentemente al centro, eso si, ocultando mi rostro bajo una capucha negra. Deambulé por varios recovecos hasta que finalmente, terminaré decidiéndome por la taberna, que más que eso, parecía una auténtica pocilga abarrotada de mal vivientes piojosos. Gruñí.

Dejé a mi fiel corcel amarrado en las afueras y entré al recinto. De inmediato fui invadido por los olores propios de un sitio como aquel: Vino, mugre, sangre, mujeres prostituyéndose y orines. Traté de soportar la pestilencia todo cuanto podía, para sentarme en una de las tantas mesas que aún quedaban libres. De preferencia la más alejada de todas. Ahí fui abordado por un cantinero regordete y mal encarado al cuál le pedí una botella de whisky.

Tamborilee los dedos sobre la superficie rugosa de la mesa de madera y esperé... Esperé aunque ya sabía yo que más de alguno de los bebedores no eran simples humanos. Al menos un par eran criaturas sobrenaturales. Maldita sea...

-Mitescere, mitescere.- Pronuncié en voz baja, aún resguardando mi rostro a propios y extraños.