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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Arsénico Sáb Mar 30, 2013 6:55 pm





Datos básicos
  • Arsénico
  • 30 años al fallecer, 52 reales
  • Fantasma
  • Clase baja
  • Homosexual
  • Etterbeek (Bélgica)
  • Aparición/invisibilidad
    Ilusión
    Teletransportación
    Telequinesis  
    Permanencia
    Corporeidad
    Posesión

Descripción Física

Fina o escuálida, grácil o casual. Los posibles ‘atributos’ que se ha ganado el cuerpo de esta mujer son bonitos de pura suerte, porque a ella no sólo le importan lo más mínimo, sino que además no perdía oportunidad de intentar estropearlos. Su piel es blanca y propulsora de tantos cánones de belleza idílica que la dejan aburrida. Sin embargo, al tacto era mucho más áspera que suave, y en diversas ocasiones intentaba llenarla de cortes y cicatrices por mero pasatiempo y ganas de ser lo contrario a algo bonito. Si por ella fuera, sería la pájara más fea del pueblo, pero ya que el destino parece haberla dotado de una beldad deslumbrante, le apasiona comprobar hasta qué límites puede sacarle partido sin proponérselo.

No medirá más de 1’70 y una alimentación bastante miserable no le ha proporcionado una figura muy exuberante, además de que su complexión, delgada de por sí, tampoco ayudaba. Rubia, de cabellos lisos que le gustaba ondularse de tanto en tanto con curiosos utensilios para ello, como un rodillo de cocina. Nunca se los ha dejado especialmente largos, como máximo, unos centímetros más allá de la nuca. La parte que más valora de su cuerpo son sus orejas, algo grandes para pertenecer a una persona del sexo femenino, y por ese motivo quedaron ocultas tras su pelo, como si quisiera alejarlas del mundo y quedárselas para su propio (y extraño) deleite.

La forma de su cara es cuadrada, con unos ojos de un azul más bien oscuro, repleto de pequeños destellos de un verde esmeralda, y lo suficientemente grandes para juzgar todo lo que se mueva sin un leve pestañeo. Tiene unas cejas bastante más gruesas que las de muchas otras mujeres y unas pestañas que han quedado más cortas de lo que, en realidad, eran debido a su problemática afición a enredarlas con los dedos o algún lapicero hasta arrancárselas en algunos casos. Su nariz es de tamaño normal, puede que un tanto respingona y bajo ella, sus labios, largos y ligeramente carnosos, relucen con un perfecto color rojo que, a veces, llaman más la atención que cualquier otra zona.

Dado su estatus social y sus gustos personales, vestía ropas bastante sencillas y de tonalidades menos atractivas que las que marcaban tendencia. Ha llevado corsés y enaguas en escasísimas ocasiones, pues a menudo recibía regalos de algunos admiradores de clases más altas, pero los acababa confeccionando a su antojo y convirtiendo en prendas cómodas y extravagantes. Le llamaban más la atención los complementos que la ropa en sí, de ahí que pudiera llegar a lucir un pantalón y una camisa casi varoniles para después acompañarlos con un suntuoso sombrero o unos zapatos tejidos en Oriente. Sus atuendos preferidos eran los vestidos finos de color negro o blanco, de cintura alta, normalmente con los hombros al aire y lejos de cualquier pomposidad.

Una mujer preciosa, en el sentido más amplio de la palabra, quizá demasiado para lo que podría decirse de su alma. La musa ideal de cuantos artistas posaran su mirada en ella y que ahora que forma parte del mundo de los muertos, se alza con una perfección escalofriante. Nunca ha sabido qué hacer con todo ese sucedáneo de delicadeza y elegancia que irónicamente desprenden sus rasgos, pero éstos siempre han advertido que es mucho mejor contemplarla de lejos, condenados a una admiración que Arsénico está muy lejos de merecerse.

Foto 1

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Descripción Psicológica

Que no te engañe la fascinación que hayas llegado a experimentar sólo con echarle un vistazo, conocer la persona que hay al otro lado de su físico es muchísimo más arriesgado. No hay nada peor que acercarte y descubrir que no le interesas, no importa si la aborreces (porque sí, pobre, estarías en todo tu derecho), hasta la influencia de su odio es desesperantemente magnética. Alejada de los demás y pendiente únicamente de la línea enjuta que ha trazado para quedar al margen, cada vez que hace algo, lo hace de un modo visceral, intencionado y desvivido, en un sinfín de comportamientos contradictorios y retorcidos que, especialmente después de morir, la volvieron todavía más impredecible. Sin duda alguna, lo peor que puedes recibir de ella es la indiferencia, pues eso significaría que no vales absolutamente nada.

Irradia una especie de decadencia que incluso cuando la reserva exclusivamente para sus pensamientos, consigue que te replantees las cosas más comunes y presentes de la vida. Alguien endiabladamente complicado y que no consigues adivinar exactamente el motivo de los laberintos mentales que impone. Y si lo hicieras, seguramente seguirías sin entender por qué le ha hecho ser quien es. Jamás la oirás lamentarse o arrastrarse por las esquinas, ni siquiera por el fatídico destino de estar atrapada como fantasma en la tierra, y sin embargo hay algo dejado y melancólico en su sola presencia con lo que siempre la vas asociar. Simple y llanamente, no está hecha para pensar en rosa ni dedicar su tiempo a una desbordada felicidad. Toda su inspiración viene de la parte gris de la existencia y en base a eso, humana o espíritu, Arsénico ha estado construyendo sus cimientos. No ha conocido otro mundo porque no puede verlo de manera distinta, así que tampoco va a llorar por algo que considera igual de básico que reflexionar o tener una opinión.

Hacia sí misma siente tanta admiración como repulsión, le encanta deteriorar sus virtudes y contemplar sus defectos como si fueran un fascinante entretenimiento con el que modelar su rutina diaria, los temas de sus escritos o, a veces, el sentido mismo de lo que le ocurre, aunque haya permanecido quieta durante todo el día en un mismo sitio. Por descontado que encontrará interés y hermosura en aspectos que disten mucho de ser considerados convencionalmente como tal  y en su caso serán casi un mandamiento divino con el que seguir riéndose de todo, empezando por lo que tenga que ver con ella.  

Estrambótica, ácida, lánguida y masoquista. No resulta precisamente extraño que apenas haya contado con amigos o seres queridos en general, pero no porque se dedique a ahuyentar a la gente, sino porque sencillamente no todos están preparados para probar el veneno de su nombre, mucho menos para sobrevivir a sus efectos. La mayoría de cosas ni siquiera las provoca, son así y punto. Es más, esta granujilla sabe que no le conviene a nadie porque sólo hará que arrastrarlo hacia al mal camino, y si hablamos de una persona que tenga su insólito aprecio, lo hará con mucha más razón. Y lo mejor de todo es que ni siquiera será por maldad, sino por todo lo contrario, porque hasta las muestras de su corazón conllevan una carga altamente mortífera. Peligrosa en el odio, mucho más en el amor.

Lleva viviendo siempre en una nebulosa paralela a todo cuanto la rodea, así que aunque en algún momento haya estado viva, cierto es que no hay otra fase que mejor defina su encanto que la muerte en la que ahora deambula.


Historia

"El corazón pide placer primero,
después, ser excusado del dolor
y luego esos pequeños anodinos
que ahogan el sufrimiento.
Y luego ir a dormir
y más tarde, si esa fuera
la voluntad de su Inquisidor
el privilegio de morir."

Nació allá por el 1747, en un (por aquel entonces) pequeño municipio de Bélgica, todavía testigo de un siglo de razón y luces que ella se dedicaría a contemplar en la distancia que imponía su propia mente. Nunca tuvo una vida digna de reseñar, pues de no haber sido la suya, poco sentido tendría resaltarla si no es para ilustrar uno de tantos resultados de la clase baja.

Emmanuelle, su madre, soltera y harapienta, fue descendiente de una de las primeras familias burguesas que ocuparon Etterbeek, cuyos ingresos terminaron yéndose a pique muchos decenios atrás antes de que diera luz a su única hija en la alacena de una posada. La niña se crió prácticamente a su lado, continuamente presente en sus miles de trabajos, que iban desde barrendera hasta señora de compañía. No puede decirse que durante el tiempo que pasaron juntas tuvieran una relación muy… tradicional. Afectuosa, a su manera, porque anteponían a la otra antes que a sí mismas en las situaciones más difíciles, pero eran dos personas con una manera de amar demasiado propia y devastadora, así que creció con una idea de los sentimientos un tanto particular. Realmente, como con todo lo demás.

Para empezar, ni siquiera tuvo un nombre normal. Emmanuelle era una tipeja con muy poca lógica y vergüenza para algo que sonaba tan fino y encantador, y nunca le parecía mal momento para cagarse en su propio apelativo, porque además también era muy supersticiosa y tenía miedo de cambiárselo por si eso contrariaba los deseos del espíritu de su estricta progenitora… quien quiera que fuera ésta, porque no la había conocido. Cuando finalmente le tocó a ella la tarea de ‘bautizar’ al fruto de su vientre, no se lo pensó dos veces y le puso el nombre del primer veneno que recordaba haber entregado en sus trapicheos más caros: Arsénico. De aterciopelada sonoridad y naturaleza tóxica, no pudo resistirse a usarlo para llamar a su primera y última hija. Así, si no traía más que problemas, como había sido el caso de Emmanuelle, por lo menos llevaría una nota de aviso.

Arsénico trabajó en tareas bastante roñosas desde muy pequeña, pero siempre se distraía de todas y cada una, y desaparecía muchas veces para pasear por los barrios más ricos con la cara manchada de barro y la ropa descosida, cosa que terminaba horrorizando a los vecinos y en más de una ocasión la hicieron visitar alguna que otra celda. También le gustaba caminar con los brazos en cruz por el límite de algún muro muy fino, volviendo a casa con raspaduras, moratones o algún hueso roto. No lo expresaba con palabras, pero resultaba evidente que más de una vez pensaba en el suicidio, por mera curiosidad y porque por mucho que se entretuviera con algo, no acababa descubriendo nada más interesante que la muerte. Este tipo de arrebatos fueron frecuentes en su rutina diaria hasta el final.

Su madre no se hartaba de azotarla como castigo y un día, con trece años, Arsénico se marchó a la fuente de la plaza para limpiarse las últimas magulladuras que le había hecho. Allí se encontró con una mujer, vestida de una manera demasiado adinerada para el barrio (aspecto que, como mucho, debía de situarla en la clase media), y se fijó por primera vez en algo que, a partir de entonces, se volvería imprescindible: un libro. La niña obviamente no sabía ni leer ni escribir, pero había aprendido a conseguir lo que quería aunque eso conllevara siempre un precio bastante autodestructivo, por lo que supo ganarse la simpatía de la mujer, infinitamente mayor que ella y que se ofreció a ser su maestra a cambio de que jamás le preguntara cómo se llamaba.  

Pasaron más años, aprendiendo a leer y a escribir a espaldas de Emmanuelle, primero porque no quería arriesgarse a que no lo aprobara y segundo, porque quizá trataría de aprovecharse de su maestra y ahí la única que se había ganado el derecho a hacerlo era Arsénico, a pesar de que ésta lo pensara en un sentido de la palabra muy distinto. La simpatía que le había causado a la misteriosa mujer se había ido transformando poco a poco en una fascinación bastante adictiva, y que creció todavía más después de que la muchacha, entonces quinceañera, expresara por fin su obsesión por la escritura. Desde prosa hasta poesía, Arsénico encerraba su locura entre personajes y rimas, y su maestra le instaba a darse a conocer más allá de aquella miseria de vida. Pero a Arsénico le interesaba muchísimo más seducirla a ella que hacerse famosa por el embellecimiento de sus paranoias y, finalmente, trasladaron todas aquellas lecciones a la cama. Después de eso, los temas de lenguaje y literatura quedaron completamente apartados y la joven se dedicó a seguir escribiendo, sobre el papel o sobre la espalda de su primera amante.

Como cabría esperarse de los secretos, el suyo acabó por desvelarse una noche en la que Emmanuelle descubrió uno de los escritos de su hija, aparentemente analfabeta, y tras enterarse de que había estado recibiendo clases a sus espaldas, entró en una cólera muchísimo más descontrolada de lo que Arsénico se hubiera imaginado. Tuvieron una fuerte discusión en la que su madre le prohibió terminantemente convertirse en una persona más culta y desenvuelta que ella. Lo normal en la chica, dado su nocivo, pero estrecho vínculo con Emmanuelle, hubiera sido acatar aquel destino, poco importaba si era injusto o no, por lo que supo que al obrar de la siguiente manera habría envenado sin escrúpulos incluso a su propia madre: le contó lo ocurrido a su maestra y cuando ésta, tan enamorada de Arsénico como estaba, le propuso llevársela fuera de Bélgica, aceptó de buen grado. Así pues, se fugó de Etterbeek sin despedirse de nadie y se zambulló en su nueva vida en París.

Al principio, sus primeros años en Francia fueron de descubrimiento total y enriquecimiento cultural para una ex–pordiosera, por no hablar de que cada día aumentaba la enorme devoción que su amante sentía hacia ella. El paso del tiempo tampoco la libró de experimentar los resultados de vivir bajo aquel embrujo, ya que, poco a poco, Arsénico la fue arrastrando consigo por toda clase de vicios: alcohol, tabaco, drogas, fiestas, burdeles… La exprimió hasta que no quedó casi nada y del mismo modo que había hecho con Emmanuelle, una mañana ya no estaba en su habitación y el hecho de seguir sin conocer el nombre de su maestra significaba que no le importaba no volver a verla nunca. O, por lo menos, que al marcharse acataba ese riesgo.

No le robó ni un solo franco o pertenencia, a los dieciocho años de edad volvió a la vida de las calles sin ningún tipo de complejo y tampoco le costó demasiado agenciarse un piso diminuto y cochambroso para ella sola y es que con lo guapa que era, a pesar de todo, más de una persona la había consentido a cambio de muy poco. Así pues, empezó a escribir de manera más profesional, haciendo que sus manuscritos se repartieran entre la escasa multitud y apenas lucrándose de lo que hacía, y cuando recibía algún tipo de salario, lo empleaba siempre en cosas que no servían para nada, mucho menos para su subsistencia.  Sus intentos de suicido crecieron conforme más conocido se volvía su nombre en los pequeños círculos de intelectuales y predecesores del existencialismo, muchos de ellos desconociendo todavía más el paradero de la autora al creer que ‘Arsénico’ se trataba sólo de un pseudónimo.

El día de su muerte definitiva llegó cuatro meses después de entrar en la treintena, una tarde que experimentó con una copa de su propia sangre junto a los compuestos inorgánicos que raspó del mineral que se llamaba igual que ella y que había conseguido por medio de uno de sus admiradores. Su alma suicida permaneció anclada en la tierra, como si hubiera estado esperando ese momento para comparar las dos caras de la moneda y quedarse para siempre en la que más se adaptaba a su personalidad. Muerta en vida, sigue moviéndose en la actualidad dentro y fuera de París, con las mismas pretensiones que la caracterizaron mientras aún respiraba. Puede que con un poco más de diversión.


Datos Extras
• Sigue teniendo unos pocos seguidores de lo que llegó a escribir, y después de que misteriosamente dejaran de distribuirse obras nuevas, le salieron unos cuantos imitadores, de ahí la leyenda de que 'Arsénico' todavía sigue en pie.

• Raras veces se ha llegado a mostrar como fantasma ante nadie, disfruta del anonimato que le proporciona ser un espíritu, mucho más cómodo que el de cuando estaba viva.

• Cuando se aburre, mueve plumas o lapiceros sobre pergaminos para recordar la sensación de escribir, lo que ha llevado a que algunas de las cosas que aún se reparten bajo su nombre sean auténticas de su puño y letra.

• En el campo de la literatura, nunca se supo si el misterioso nombre de 'Arsénico' pertenecía a un hombre o a una mujer.

• Le encanta aprovecharse de la teletransportación para viajar a diversas ciudades de Europa, en especial si se encariña de gente extranjera.

• Después de su maestra, estuvo con cuatro mujeres más. Una de ellas era una criatura sobrenatural y de ahí supo de la existencia de vampiros o licántropos.

• Cuando vivía, podía pasarse días enteros sin salir de su habitación, mirando a las musarañas o con los codos clavados en su escritorio. Como espíritu, tampoco ha dejado de hacerlo de tanto en tanto.

• Le gusta mucho acercarse a los lugares donde se respira alcohol y tabaco.

• Ha considerado la opción de buscar a su madre o averiguar más cosas sobre aquella mujer, pero duda que alguna de las dos siga con vida.


By NekSSLove



Última edición por Arsénico el Dom Oct 10, 2021 7:59 am, editado 3 veces
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Mensaje por Invitado Dom Mar 31, 2013 7:16 am

FICHA ACEPTADA
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