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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Booker D. Collinwood Lun Abr 01, 2013 3:07 pm



-Nosotros podríamos ... Por algo hemos venido hasta aqui, ¿no te parece? Podríamos conseguirlo.
-¡Pero estaríamos solos! Nadie nos seguiría, nadie se atrevería a acompañarnos.
-¡Tú y yo solos! No importa.
Asi pues, Lyra y su daimonion pusieron rumbo al cielo
Phillip Pulman. La Brujula Dorada

La adrenalina es una hormona que incrementa la frecuencia cardíaca, contrae los vasos sanguíneos y dilata los conductos de aire, produciendo en el cuerpo del afectado una mejora física increíble. Los animales, normalmente, la producen cuando se ven en peligro. Y, como el ser humano no es más que un animal con mucha suerte, nos pasa lo mismo. Y yo, en el momento en el que me encontraba, estaba lleno de adrenalina.

La oscuridad de la noche invadía por completo el ambiente. A mi alrededor vislumbraba multitud de troncos de árboles, que se extendían infinitamente en todas direcciones, como miles de espejos enfocando, todos, a un mismo ejemplar. Apreté mi espalda contra uno de esos troncos y bajé hasta el suelo con las rodillas, intentando recuperar el aliento, que, sin duda, había perdido completamente. Una vez me hube tranquilizado mínimamente, desenfundé mi revolver. Técnicamente no era un revolver, era un cañón de mano. Una pistola podía resultar inútil contra un vampiro, como si le lanzases bolas de arroz a una escultura de marfil. Pero, un cañón de mano les jodia un poco más. Saqué de mi bolsillo una pequeña cajita de cartón, de la cual extraje un tambor metálica. “Munición incendiaria” leí, mientras colocaba aquel pequeño tambor debajo del cañón del arma. Después, hice un movimiento secó para que esté queda herméticamente cerrado, amartillé el arma y apreté el seguro. Si mi presa tenía el valor suficiente para acercarse a mí, podía ir despidiéndose de su inmortalidad. El cañón de mano, en lugar de disparar una bala, como los revolver, usaban tambores de repetición. Esto expulsaban la munición en forma de rocía, provocando así muchos daños. Y, si a eso le sumábamos la munición que yo mismo le había preparado, perdigones de madera con pólvora incendiaria, el resultado era devastador. Era muy difícil que matara de un disparo a un vampiro, pero sin duda le haría tumbarse en el suelo de dolor, pues combinaba el poder devastador del fuego con pequeñas estacas de madera, su enemigo por naturaleza.

Un pinchazo de dolor me sacó de mis pensamientos. Llevé mi mano a mi hombro con rapidez, y descubrí una profunda herida que surcaba todo mi omoplato, y hacía que la sangre cayera a chorros por mi espalda. “Genial” pensé “Tendré que ir al palacio Royale con esto así”.

Me levanté, silencioso y sin hacer ruido, y deslicé una pequeña piedra por mi mano. La lancé con fuerza contra uno de los troncos más alejados, y escuché como su sonido reboto hasta caer en la tierra mojada que funcionaba a modo de suelo. Y, acto seguido, un abrumador silencio invadió la zona. Por unos segundos, escuché mi propio corazón, latiendo a toda prisa, y me di cuenta de que debía moverme. Pero, me mantuve quieto, esperando, intentando provocar la reacción que rompiera el silencio. De repente, se oyó el chasquido de unas ramas, y vislumbre una sombra avanzando hacia mí. Levanté el arma con rapidez y apreté el gatillo. Y, de entre la sombras cayó un cuerpo, que produjo un grito ahogado a su paso. Me acerqué con agilidad y velocidad y desenfundé de mi manga una daga de roble blanco. Ante mí, un vampiro de casi dos metros y tan fuerte y robusto como un joven postro se revolvía y se movía, intentando callar su dolor. No medio palabra alguna conmigo. Posiblemente un pedazo de madera de la munición le hubiera penetrado en su preciosa garganta de hielo, y por tanto no hizo uso de su teatralidad innata para intentar que le perdonara la vida. Y yo no le di ese placer. Decidí acabar con su sufrimiento de la manera más rápida posible. Con un fuerte movimiento, le calva la daga de roble en el corazón. La mirada del cazador, que se acababa de convertir en una presa más, me ofreció un último atisbo de humanidad antes de perder completamente la vida. “Ya estabas muerto. No seas tan teatral, joder” le hubiera dicho, si supiera que mis palabras influirían en él mínimamente. Pero no era así.

Eran las once y media de la noche. En el Palacio Royale, la pomposa realeza y aristocracia local se reunía, como casi todos los días de su desdichada vida, y hacían uso de mus enormes fortunas para pasar, al menos, una noche de disfrute y desenfreno. La verdad, no sabía que se celebraba, pero era indiferente. Ninguno de los allí presentes tenían noción alguna de los motivos. Si les decías que el ejército francés había eliminado las sublevaciones del este de Europa, habrían levantado su copa y habrían gritado al unísono “Viva la patria”. Pero, también podías decirles que los consejos de todos los países vecinos habían llegado a un acuerdo de paz, o que lady nosequién había tenido un hijo varón. Les daba igual. Me daba igual. Solo querían una excusa para derrochar, sentirse observados y abusar de los pecados capitales ante la atenta mirada del Dios en el que tan ciegamente creían. Yo me encontraba en una de las zonas más apartadas de la sala, con un vaso de Whisky escocés entre mis manos. Mi madre era escocesa, y recordaré siempre su botella de reserva, que guardó celosamente, y que abrió por primera vez el día en que se firmó la Declaración de Indepencia. Me preguntaba si algún día bebería un Whisky como el que guardaba mi madre.

De repente, un escalofrío sacudió mi cuerpo. Noté como el hombro se me humedecía y manchaban las vendas que impedían que mi impecable traje se manchara. “Menos mal que puse doble capa” pensé, mientras comprobaba que ni un pequeño ápice de sangre había llegado hasta mi camisa. Hacía casi una hora que había terminado con el vampiro del distrito de Montmartre, y quedaban tres noches para la siguiente luna llena. En ese momento, nada me apetecía más que volver a mi cama y pasar indiferente entre el mundo. Pero, sin embargo, sabía de la importancia social de la clase de eventos como este. Toda la aristocracia se reunía, y me brindaban una oportunidad de analizarles con lupa. Al fin y al cabo, era un Collinwood, no un sucio y pobre DeWitt del norte de Boston, no. Tenía que mantener las formas a toda costa.
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Mensaje por Yulianna Záitseva Mar Abr 02, 2013 8:55 am

"El futuro tiene muchos nombres.
Para los débiles es lo inalcanzable.
Para los temerosos, lo desconocido.
Para los valientes es la oportunidad".







Cuando despertó, sus ojos perezosamente entreabiertos captaron unos tímidos rayos de luz provenientes del afuera, adentrados a aquella peculiar habitación a través de una rendija que permitía el único ingreso de aire a la recamara. Los candelabros sostenían velas ya extintas, advirtiendo que la noche había transcurrido quizás mucho más rápido de lo que se esperaba.
Valentina yacía aún tendida en el suelo, portando un vestido blanco conformado por un sinfín de minuciosos detalles; volados, encajes y demás pequeñeces que hacían de su vestuario algo admirable. Pero en ese instante, la precisión expuesta en su vestimenta no era lo que más llamaba la atención sino el festín de manchas de tono bordeaux sobre sus ropajes. Nuevamente otro sacrificio hacia el Dios Odín se había llevado adelante y en esta ocasión la rusa se encargó de todos los protocolos que la ceremonia debía de tener para ser recibida por su deidad como correspondía. La bruja estaba acostumbrada generalmente a conseguir a las víctimas a ser ofrendadas, mientras que Stiva, su hermano mellizo era quien ocupaba realizar paso a paso la ejecución del inmolado, que constaba en recostar al mismo en un altar para arrancar la piel de su espalda, revelar su columna y costillas para levantar éstas últimas y así formar las alas de aquel mítico animal, el Águila de Sangre, regalo que solamente el Dios escandinavo, dueño de la victoria y la sabiduría merecía de recibir.
Ese día, ella lo había realizo todo sola, sin ayuda de nadie. Sus ojos se empaparon ligeramente por el orgullo que tal accionar le generaba. Odín estaría endiosado con su fiel y responsable seguidora.

Tras abandonar el suelo, se reincorporó para denotar ciertos cambios a su alrededor. “Stiva estuvo aquí” pensó para sí al observar como determinadas herramientas utilizadas para llevar a cabo el sacrificio ya se encontraban limpias y en su sitio habitual. La ofrenda humana ya había sido enterrada y sus pulmones escondidos en una vasija de oro, en algún recoveco de la ciudad que solamente ella y su hermano conocían. Por más que quisiera ser la única, Valentina comprendió que jamás realizaría todo aquel rito sin la ayuda de su mellizo. Sinceramente eso le alegraba y frustraba al mismo tiempo. La rusa deseaba estar apegada a él día y noche, pero por momentos tímidamente se animaba a cuestionarse como sería una vida sin él. Espejismos de independencia y transito solitario por todo el mundo. Para Valentina tenía algo llamativo todo eso, pero el presente le dictaba estar atada a aquel hombre que secretamente amaba.

Tras un sereno aseo y la ingesta de alguna fruta fresca, la joven estaba preparada para volver a sus aposentos cotidianos, distantes en todo sentido de aquel “santuario” donde llevaba las más extrañas y sádicas prácticas con sus víctimas. Todo era por un bien mayor… Por su bien.

Apenas bajada del carruaje con la ayuda de su chofer, el mayordomo de su residencia le recordó a la rusa que esa misma noche su presencia era requerida en un evento a realizarse en la mansión de un reconocido empresario francés, quien parecía tener gran interés a la hora de sociabilizar con personas extranjeras.
Valentina tenía muy presente que portar un título nobiliario era mucho más que llevar los protocolos a rajatabla y lucir esplendorosamente bien en las reuniones de alta alcurnia. Los contactos y negocios dados en tales eventos también jugueteaban directa e indirectamente con el bienestar de más de una nación. Pero ella no estaba interesada en la grandeza de Rusia, ni en el bienestar económico de Francia, no, ella solo velaba por su progreso, por el avanzar de su persona hacia las metas que tenía planeadas, que con sus propios ojos había vislumbrado en forma de maravillosas premoniciones. Por esa misma razón acudiría al festín, aunque una excelente actuación de su parte haría que tal cosa no se notase en absoluto.

La tarde surcó el día fugazmente. Muy cierto eso de cuando se está entretenido el tiempo pasa volando frente a uno mismo sin siquiera notarlo. Valentina había escogido su vestuario para la noche previamente a tomar una siesta. La noche había sido ajetreada para ella y un buen descanso le era merecido tras haber ofrendado a una hermosa jovencilla a su máxima deidad.

Auxiliada por un par de doncellas que analizaban atentamente de que no existiese detalle fuera de lugar, la condesa de Markoff se alisto serenamente para el festín nocturno. A la par que los satines y el encaje arropaban su exquisito y frágil cuerpo, la rusa alistaba también su mente. Nada fácil era tolerar toda una noche con violines incesantes como fondo a una parloteada que jamás acababa. Valentina siquiera podía recordar en toda su vida de alta alcurnia algún momento en que en esa clase de fiestas se hiciese presente el silencio. Siempre había una risa, un murmuro, un comentario que quebraba molestosamente cualquier ápice de paz sonora. Lo paradójico, es que por más asumido que estuviese en su psiquis tales infortunios, Valentina se concentraba en mantener la sonrisa y la buena plática durante toda la jornada, en el fondo creía, era la mejor forma de sobrellevar el asunto y de paso conseguir algún que otro contacto de futuro valor.

Tras arribar al opulento salón principal del Palacio Royal, los primeros momentos de la instancia de Valentina allí fueron destinados a los saludos protocolares. Sonrisas y comentarios superfluos con gente que apenas conocía pero que según costumbres antiquísimas le debían respeto a ella y viceversa. Luego seguía una degustación meramente por compromiso de cualquiera de los platos ofrecidos en la gala solamente para halagar al anfitrión de tan maravillosa velada. Y sin más, la aristocracia comenzaba a esparcirse según su comodidad o intereses. Alguna que otra soltera esperando ser captada por un joven de familia prometedora. Padres acordando matrimonios con otras familias. Charlas de política, vinos y música. Allí podía escucharse de todo, salvo lo que Valentina tenía ganas de oír en esos momentos; algo que le despertase del letargo nebuloso que le generaba ver a tanto hipócrita en una misma habitación. Y si, ella era uno de ellos también, pero no tan descarada… Eso creía.

Alejándose un poco en busca de silencio, Valentina cayó desprevenidamente en una de las salas contiguas a la principal, donde las personas parecían no aglomerarse mucho. Allí le vio, joven y solitario. Bastante pensativo o aburrido como para disimularlo. La rusa no supo bien porque, pero algo dentro de sí le obligo a acercársele. Con una copa de vino blanco en su mano le hizo al desconocido un gesto de saludo, acompañado de una sonrisa amena - Gustaría de suponer que tiene muchos temas para platicar y no sabe exactamente por dónde empezar… ¿O simplemente debería suponer todo lo contrario a eso? - los vocablos de la bruja eran sumamente amigables cuando ésta así lo quería, era como si lo más puro de su esencia pasada reluciera en esos instantes que ella creía precisos. Solo faltaba ver si en aquella oportunidad tal don surgía efecto como de costumbre.


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Mensaje por Booker D. Collinwood Miér Abr 03, 2013 3:26 pm

Si me rindo ahora, no habrá tenido sentido nacer. Interponte entre un hombre y su destino, y morir se convertirá, tan solo, en una excusa.

El pequeño salón convexo a la sala principal del Palacio Royal, en la que yo me encontraba, estaba sumido en una especie de letargo. Mientras que de fondo se oían las carcajadas y los estridentes ruidos del salón de actos, aquí se respiraba un poco de paz, para variar. En varias mesas, cada una con molduras que la separaban de las demás y otorgaban intimidad a los espacios, varios aristócratas charlaban pausadamente mientras bebían algún vino blanco escalandosamenteescandalosamente caro. Estaba seguro de que miles de acuerdos políticos se habían firmado en ese pequeño salón, alejado del bullicioso corazón del palacio. Además, varias parejas, ya fueran casados extrañamente fieles o amantes pasajeros, aprovechaban para escaparse de la fiesta y tener unos minutos asolas Y, eso era todo. No había más en ese pequeño rincón, aparte de la insana paz que se respiraba.

Yo, sin embargo, me sentía de una forma muy extraña. Todavía corría por mis venas la adrenalina que había producido durante la caza, en la que casi pierdo la vida varias veces. El vampiro había conseguido herirme al principio del enfrentamiento, y la verdad, milímetros habían separado su golpe de la tráquea. Pero, después de cinco años siendo cazador, me había acostumbrado al peso de la muerte, y también estaba acostumbrado a salvarme por los pelos. Eran demasiado consciente de que cualquier día podría morir de una manera rápida, y no tendría tiempo ni en prepararme mentalmente, pues las presas que tenía el placer de cazar eran mucho más rápidas que uno de mis impulsos nerviosos, y la mayoría de ellas carecían completamente de escrúpulos o compasión. Era perfectamente consciente de que el palacio Royal, o incluso esa misma salita, contendría al menos una o dos criaturas sobrenaturales, y si tenía la suerte de que algún vampiro se enteraba de mis escapadas nocturnas, no tendría ninguna dificultad en matarme a la salida, o incluso en medio de todo el bullicio.

Terminé el Whisky escocés de un trago. Su sabor fuerte recorrió mi garganta, y mi cerebro sufrió una pequeña estocada debido a la brusquedad con la que me había tomado el último trago. El alcohol siempre había sido un buen compañero. Me ayudaba a desconectar un poco, a olvidarme de cuantos días quedaban para la siguiente luna llena o cuantos vampiros quedaban sueltos en cualquiera de los distritos de París. Tenía la sangre escocesa de mi madre en mis venas, lo que suponía que era casi imposible que me emborrachara. Era sencillamente un botón de encendido y apagado.

Dejé el vaso, vacio en la barra, y de repente oí el chasquido de unos tacones recorriendo el parquet de madera de la sala. Me giré con decisión y vislumbre a una mujer dirigiéndose hacia mí. Era una castaña, de estatura media, que no pasaría de los ciento setenta centímetros. Su piel era pálida, pero no lo suficiente como para que sospechara que era una vampira. Además, sus rasgos faciales me indicaban que era rusa, o polaca. No era de Francia, eso era obvio, pero, quién sería. Si estaba en esta fiesta y no era parisina, la mujer, con un aire autoritario e imponente, debía ser una aristócrata extremadamente importante del lugar de donde viniera. A lo mejor condesa, señora o propietaria de extensas tierras, o quizás estaba casada con algún magnate de la bolsa. Las posibilidades se extendían como infinitas.

Sus ojos azules me clavaron la mirada. Después, la mujer me habló en tono amigable y desenfadado, como si fuéramos amigos de toda la vida. Eso me desconcertó un poco.
-Hoy parece que todos tienen algún tema de conversación en este palacio. Yo sin embargo, creo que hoy solo tengo palabras para el soberbio Whisky que sirven en este sitio. ¿Y usted, madame? Si la celebración está ahí fuera, ¿como es que pierde su tiempo aquí, conmigo?
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Mensaje por Yulianna Záitseva Dom Abr 07, 2013 4:47 pm

"Según vamos adquiriendo conocimiento,
las cosas no se hacen más comprensibles, sino más misteriosas".


Los recuerdos que la rusa tenía de su madre aún frescos en su memoria eran pocos. Con el paso del tiempo a Valentina se le había tornado algo compleja la idea de vislumbrar a su progenitora como algo más que la ofrenda inicial a su nueva vida. Después de la muerte de ésta junto a la de su padre, la existencia de la hechicera había cambiado rotundamente para bien, por lo que las escenas felices previas a tal suceso eran escasas. Pequeños retratos que sobrevivían en la mente de la Condesa por mera educación más que por deseo personal.
Lo cierto también era que si en el presente Valentina se demostraba como toda una erudita de la retórica, una dama de lengua atenta y suspicaz, era gracias a las exhaustivas lecciones de literatura, filosofía y artes que su madre les brindaba tanto a ella como a su mellizo en aquellas extensas clases diarias llevadas adelante por las tardes, en el salón de lectura de su casa en épocas de infancia.
Quizás desde tales instancias, Valentina forjó en su interior la idea de que no existiría comentario en el mundo al que ella no pudiese responder. Estaba excelsamente armada para salir airosa de cualquier situación, hasta de una algo incomoda, como a la que creía estar enfrentándose en aquellos instantes - Probablemente por la misma razón que vuestra persona. Tiendo a refugiarme en el silencio de vez en cuando, pues con tanta conversación es difícil mantener los pensamientos ordenados - contestó, aun manteniendo el tono amable pese a que su rostro había adoptado una actitud más seria para con su interlocutor, tal vez porque no esperaba aquellas palabras de un caballero. Valentina solía olvidar que las personas jamás terminarían de sorprenderla.

Los ópalos azules de la rusa no se avergonzaron en absoluto en observar al mancebo frente a su persona de pies a cabeza. En su interior algo continuaba generándole intriga de forma inexplicable. Debía existir algo en el desconocido que Valentina aún no captaba, la razón por la que su intuición o el mismo deseo de Odín le habían llevado hasta él. Debía encargarse de desmesurar, descifrar el misterio. Pero la ágil mente de la rusa no tardó en asumir que sería algo complejo ya que el caballero no parecía en absoluto a aquellos que se entregaban fácilmente al dialogo.

- Oh, lamento mi descuido… Mi nombre es Valentina… Valentina Záitseva - un gesto de inclinación leve tal y como dictaban los protocolos acompañaron a aquellas palabras que solo buscaban una presentación similar para que, de esa forma el estrecho sendero de conversación que el Monsieur había demarcado pudiese extender un poco sus límites. Valentina debía encontrar la forma, el lazo a soltar para que los vocablos del hombre fluyesen con más facilidad en aquel espacio apartado, donde el bullicio del salón principal del Palacio Royal servía como un mero fondo musical. En aquel sitio, el protagonismo lo tomaba la serenidad. Y para Valentina, aquella intrigante sensación despierta tras el cruce de miradas con un completo desconocido.



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