Ven aquí, pequeño gatito{Erion&Cassiel}

por **Cassiel Bragina** Sáb Abr 06, 2013 7:47 am

Aquella noche empezaba con tranquilidad, aunque con la misma sensación de vacío de siempre. Nada cambiaba, todo era igual. No tenía nada que hacer, ni siquiera el exigirme a mi misma mejorar en lo que pudiera, volver a ser Sophie en vez de Cassiel. Pero jamás podría volver a lo que fui y ya nunca más podría merecerme aquel hermoso nombre que me habían puesto al nacer. No. Yo no era sabia, ya había errado, obrando todo lo mal que pudiera haber obrado y no me lo merecía.

Cogí al pequeño dálmata que había encontrado años atrás en París, el mismo día que llegué. Parecía tan perdido y solo como lo estaba yo en esos momentos, así que no dudé un instantes en llevármelo a casa conmigo. Había resultado ser el mejor amigo que jamás tendría. Alegrándose cada vez que me despertaba, acomodándose, extrañamente, a mis horarios nocturnos, tan solo para poder pegarse la noche entera conmigo. Adoraba a ese perro que había conseguido darme un poco de esperanza en aquel horrible mundo que tenía que vivir, haciendo trabajos forzosos y horribles, que significaban la vida extinta de muchísimas personas. Mis manos estaban manchadas de sangre y mi mente de rostro compungidos por el dolor y la desesperación. Me repugnaba a mi misma por haber sido tan idiota.

Paseé un rato, dejando que mi pequeño disfrutara de todo cuanto había a nuestro alrededor, del bosque que teníamos al lado de casa. Él parecía divertirse, feliz de poder correr cuanto quisiera y luego volver conmigo para enseñarme cosas que había cogido. Aunque con lo hiperactivo que era, siempre tenía que darle en el hocico para que no cogiera nada venenoso. Todo un perro.

Saltaba de un lado a otro, corría y, a una de esas, me trajo un palo grande y hermoso entre sus dientes. Alcé una ceja pero, con una sonrisa, lo cogí con tranquilidad, riéndome al ver como daba saltitos y se agachaba, preparado para salir escopeteado en cuanto lo lanzara. Así que no lo pensé mucho. Tiré el palo bastante lejos, siguiéndole mientras el corría a por aquel trozo de madera, todo contento y moviendo su rabo. Eran tan fácil hacer feliz a mi pequeño... Y, la verdad, me encantaba. Porque, aunque no le importara absolutamente a nadie, por lo menos podía hacer feliz a un animal. Darle una buena vida y que jamás le falte de nada.