Muerte, sangre y alianza (Privado)

por **Löwe Von Meer** Sáb Abr 06, 2013 9:54 pm

" Has tocado lo que no debías. Porto mi capa oscura, seré la sombra que te aceche esta noche, y antes de que el sol ascienda, serás mi comida. Tu muerte se aproxima y tiene un nombre: " el matareyes".

Mi ira burbujeaba en la sangre que había tomado de un inquisidor. Completamente vestido de negro, con una capa que portaba el escudo de los matareyes, y pura muerte y destrucción en sus fríos ojos azules, salió de su castillo. Bramó como una bestia cuando vio la ausencia de su espada vikinga en su hogar. No había tenido que esperar mucho tiempo para descubrir al culpable, después de torturar al ladrón, pudo arrancarle el nombre del criado que lo había contratado. Sonreí ante la puerta de la mansión, que se alzaba como eco de la riqueza de la familia que vivía en su interior. Pobres ilusos, el grosor de las paredes no cubriría los gritos de los que habían tocado con sus sucias manos la espada. Habían tomado lo más valioso de su hogar, lo habían insultado, y su respuesta no tardaría en llegar. Anunció su nombre al lacayo que lo atendió, y en lugar del amo de la casa, le atendió su esposa. Al parecer, su marido había acudido a una fiesta en el Palacio Royal. Sonrió a la hermosa mujer y le tomó la mano con delicadeza para besarla. Tal vez el hombre lo había insultado, pero pensaba salvar su deuda con algo mejor.

Después de una hora, salió de la Mansión con las manos cubiertas de sangre y su espada vikinga entre ellas. Había conseguido meterse en la cama matrimonial del "hombre de la casa", había disfrutado de la " cordialidad" de su esposa, y después la había dejado descansando, exhausta después de toda la actividad. Para ser justo, debía decir que la mujer se había resistido los primeros tres minutos de su avance... Después lo abordó con el deseo no correspondido de hace varios años. El criado había sido llamado a su presencia, y lo había matado con rapidez. Le partió el cuello y lo dejó acostado en la parte final de las escaleras, para cualquier humano, el hombre se había caído y había muerto al partirse el cuello. Se rió como un loco al entrar en el carruaje. El estúpido no había visto venir la muerte, y en los labios del criado muerto, todavía podía verse la sonrisa de cordialidad.

Tras un trayecto corto, llegó al lugar en el que se daba la fiesta. Se bajó del coche, y tomó la máscara que le tendía un criado con la cabeza agachada. Su servidumbre sabía cómo atenderle, y debían respeto y fidelidad. No hubiera matado al criado si hubiese robado otra cosa, pero su espada vikinga era algo demasiado personal. Casualidad o premeditación, poco importaba, se había cobrado su muerte como pago por su insulto. Lo habían tomado por alguien débil, y ahora pagarían las consecuencias.

- Buenas noches monsieur,- le dijo un lacayo cubierto con una máscara oscura. La exagerada nariz de la máscara cubría por completo su boca, otorgándole cierto misterio y exotismo.

Con una sonrisa que ocultaba sus colmillos, se acercó al hombre y le preguntó por el hombre que deseaba encontrar. Por si acaso las normas del lugar impedían revelar la identidad de los invitados, dejó una suma cuantiosa en una de sus manos. - El señor que busca tiene una máscara dorada Monsieur. Es el único que tiene dos plumas en el cabello.- Asintió al hombre y se adentró en la fiesta sin mirar atrás. ¿Dos plumas en el cabello?. Aparte de insultarlo, y robarle, también lo ofendía su mal gusto. Gimió ante la imagen que evocó su mente. Seguro que era alguien triste y aburrido. Sólo ellos se vestían de forma absurda para llamar la atención.

Se deslizó por los hombres y mujeres que estaban en la fiesta. Con una copa en la mano y una máscara negra que cubría la mitad de su rostro, todas las mujeres lo miraban con avidez. Tal vez fuera por los pantalones negros de cuero, que se adherían a sus piernas con una caricia sensual, o tal vez su camisa de seda negra, con un chaleco aún más oscuro cubriéndola. Pero todas las miradas se dirigían a él. El recién llegado, el que tenía el color de la muerte en su cuerpo. Su escudo brillaba ante los demás en la parte izquierda de su camisa. Un león con las garras enterradas en una calavera. La palidez de algunos rostros, le hizo sonreír con orgullo. Al parecer, algunos invitados conocían lo que significaba toda su ropa. El mata reyes había llegado, y alguien moriría sin que supieran cómo había ocurrido.

por **Raxa K. Stravinsky** Miér Jul 10, 2013 2:40 pm

Incluso cuando somos capaces de recorrer distancias infinitas en busca de algo preciado nos transformamos si ese algo resulta ser dañino. Nos olvidamos de todo lo que supuso el viaje, desde su inicio hasta su fin, para centrarnos únicamente en el “he perdido el tiempo”. La ilusión, el esfuerzo, las ganas y la dedicación parecen esfumarse con tal de no manchar aún más el orgullo quebrado del aventurero. Una vez, de niña, mi madre me contó la historia de un caballero que se fue en busca de su princesa, presa de un dragón. Fue una historia preciosa en la que el caballero se enfrentaba a innumerables peligros y finalmente lograba reunirse con su princesa... la cual moría poco después debido a una enfermedad. El caballero, desolado, se quitaba la vida clavándose la espada en el corazón. ¿Por qué? ¿Por dolor? Ese caballero no sabía lo que era el dolor. No puede enamorarse profundamente de alguien a quien sólo ha visto en sus sueños y con quien ha compartido apenas unos meses de su vida. Siempre odié esa historia. Eran tan inverosímil como fantástica, tan esperanzadora como mi presencia en un cementerio: nula. Al menos, así lo era en mi mente de niña pequeña ahogada en la angustia y el rencor nacidas de un padre maltratador y psicópata. Mi padre era uno de esos hombres que disfrutaban de la muerte como otros lo hacen de un orgasmo. Disfrutan del proceso y del final a partes iguales, pero mi padre... Mi padre alargaba la situación, mi padre prefería darme una paliza que tener sexo o masturbarse. Mi padre, como cualquier otro hombre con las manos en su miembro erecto, alargaba la situación parando de vez en cuando para que pudiese recomponerme, y luego volvía a la carga. Su clímax era verme como un perro muerto, sin moverme y emitiendo sonidos imposibles de identificar mientras la sangre brotaba de mis heridas abiertas. Es tremendamente curioso como en aquel entonces odiaba mi propia sangre de tanto verla, por lo que ello significaba. Ahora, sin embargo, no podría vivir sin ella... ni sin la de los demás.

Pero yo jamás sería como aquél caballero. Yo jamás me rendiría si él lograba escapar, porque si eso ocurría, iniciaría nuevamente mi búsqueda. Nunca permitiría que mi vida volviese a depender de nadie, nunca. Para ello, por ejemplo, debía aprender cuanto más mejor para no tener que pedir ayuda con el tema en cuestión. En mi vida había aprendido muchas cosas, entre ellas algunas que jamás pensé que llegaría a saber, como la diplomacia, la retórica, la estrategia de guerra, las manualidades y picardías propias de las clases bajas -por lo que pudiese pasar- e incluso aprendí hace bastante cómo preparar venenos y las más sutiles formas de matar que no dejaran la huella de mis colmillos clavados en los cuerpos de mis víctimas. Ahora, me encaminaba a aprender a establecer relaciones de alianza. Tanto matar y abrirme paso me había abierto el apetito amistoso, y más aún después de haber conocido a Sara. Sara... qué mujer. Su tremenda labia y sus curvas explosivas hacían replantearse la sexualidad de cualquiera. Una lástima que no hubiese podido venir a la fiesta, se lo habría pasado en grande con todas las señoritas que se presentaron. Era algo extraño. Normalmente, las mujeres se juntaban con las mujeres y charlaban sobre otras mujeres y apuestos hombres a los que echarles el guante, y los hombres se juntaban entre ellos para hablar de negocios y de mujeres. Pero esa noche todos hablaban con todos, de todo.

Yo observaba desde arriba, apoyada en una barandilla. Mis colmillos asomaban de vez en cuando, cuando mis oídos captaban insinuaciones hacia mi persona o se enteraban de cotilleos de esos que no interesan a nadie si no es para reírse profundamente. Esa noche no tenía nada planeado. Preferí dejar que todo siguiera su curso, que nadie creyese que tenía que acudir por obligación, algo así como una “recompensa” por chuparme los pies como perros desde mi coronación. Así, sería muchísimo más fácil tomarlos desprevenidos. Pedí a una de las criadas que anunciase mi llegada y cuando empecé a bajar las escaleras unas trompetas resonaron en todo el Palacio. Todas las miradas se volvieron hacia mí y hacia mi vestido, verde esmeralda, que contrastaba perfectamente con mi tez pálida y brillante. Mis ojos grises se fundían con la máscara plateada que cubría desde mis cejas hasta mis pómulos y bajo ésta mi sonrisa increíblemente bien fingida hacía acto de presencia conforme descendía escalón a escalón. Detuve mis pasos a pocos escalones del suelo y barrí el salón con la mirada.

-Quiero agradecer a todas las personas aquí presentes esta noche el haber aceptado mi invitación. Por favor, sírvanse tanto como gusten. Esta noche es para todos vosotros.

Maldita sea, Raxa, cada vez lo haces mejor.

OFF: Lamento el retraso, estuve ausente; ya he vuelto ^^ Espero que te guste.

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