AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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De Mal en Peor [Libre]
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De Mal en Peor [Libre]
No sabía cómo, pero me había dejado convencer por Alexei a que le acompañara al teatro, nunca, después de tantos años me había hecho tal invitación, seguramente traía algo entre manos, su rostro mostraba la seriedad y aquella oculta ansiedad que el poseía. Lo conocía, había aprendido a conocerlo, cada cara que el mostraba tenia más información que un mismo libro de ciencia. Richard, la pareja de mi esposo, estaba arreglándose traía un montón de trajes demasiados elegantes para una simple obra de teatro. Yo era ingenua a pesar de todo, siempre terminaba creyendo en lo que Alexei me dijera, no era que lo amara, o que sintiera algo por él, solo que… Alexei me conocía tanto que sabía cómo tratarme, como hablar esa suavidad… - Madame, Madame – la voz de Lisa, mi nodriza, se hacía presente, venía con un vestido de color turquesa con flores azulinas de estampado, nunca había visto aquel vestido y me fui con ella hacia mi habitación para cambiar mi vestuario y quedar tan o más elegante que mi esposo y su amante. Aquel día era uno de los pocos en los que los tres podíamos vivir bajo el mismo techo.
Los minutos pasaron volando y gracias a Lisa quede arreglada y lista para salir, con un maquillaje bien suave sobre mi rostro, mis labios rojizos y un perfecto color para los ojos. La puerta sonó tres veces y enseguida se escuchó “El carruaje está listo”, Richard, si esa era su voz, un poco más ronca que la de Alexei. Salí de la habitación con dirección a la entrada principal donde el carruaje nos esperaba. Tenía que admitir que la amabilidad de aquellos dos era extraña, curiosa y jamás los había visto con tan buen trato a mi persona, de igual forma me subí al carruaje junto a ellos y emprendimos camino.
Un rato más tarde estábamos a las afueras del famoso teatro de Paris, no había visitado aquel lugar público y mucho menos en compañía de aquel par que misteriosamente se comportaba. Alexei me tendió la mano y me ayudo a bajar, sin soltarme puso mi mano sobre su brazo y entramos como si fuéramos la pareja más feliz del planeta. El cinismo en la cara de ambos era evidente pero aun así me deje guiar por él. Llegamos hasta el palco, en un lugar exclusivo para parejas o familias de seguro habían gastado bastantes francos por aquellos lugares pero no me importo, era plata de ellos y no mía. Fue en ese lugar donde las cosas comenzaron a cambiar, Richard tomo mi lugar y se sentó a un lado de mi esposo, y yo, si yo tuve que quedar detrás de ellos, el lugar estaba lo suficientemente oscuro para que nadie notara mi presencia, las pocas luces que habían se apagaron por completo y el espectáculo comenzó, era una ópera, de la cual no entendía nada de lo que decían ya que hablaban en una extraña lengua o seria que… trague saliva y un sirviente nos trajo champagne, cuando fui a tomar, Richard se levantó y tomo mi copa diciéndome bien bajo – Tu, no tomas estas muy gorda – me mordí la lengua antes de hablar y Alexei con esa típica sonrisa me quedo mirando con cara de repudio, me iba a levantar cuando mi esposo me toma de la mano – Tu no vas a ningún lugar – me dijo enfadado y me volvió a sentar. Claro el día había sido muy bueno hasta ahora pensé mientras ya ni siquiera ponía atención a lo que ocurría en el escenario, pidieron más vino burbujeante y vino mi desquite, antes de que llegaran a servirle tome la botella y la deje caer, sabía que aquello me costaría caro y así fue, me levante para salir y un empujón recibí por parte de Alexei, choque con la puerta que separaba aquel espacio y levantándome como pude corrí por el pasillo ente sirvientes y personas que llegaban tarde a la ópera, no sé en que momento pero me alcanzo mi esposo y deteniéndome me dio una bofetada haciendo que el golpe se llevara consigo mi cuerpo, cai al suelo ante la mirada de todos los que por ahí pasaban... Sin más consuelo que el de mi pañuelo me tape el rostro y el llanto ahogo mis palabras mientras las palabras hirientes salían de los labios del cual alguna vez me quiso…
Los minutos pasaron volando y gracias a Lisa quede arreglada y lista para salir, con un maquillaje bien suave sobre mi rostro, mis labios rojizos y un perfecto color para los ojos. La puerta sonó tres veces y enseguida se escuchó “El carruaje está listo”, Richard, si esa era su voz, un poco más ronca que la de Alexei. Salí de la habitación con dirección a la entrada principal donde el carruaje nos esperaba. Tenía que admitir que la amabilidad de aquellos dos era extraña, curiosa y jamás los había visto con tan buen trato a mi persona, de igual forma me subí al carruaje junto a ellos y emprendimos camino.
Un rato más tarde estábamos a las afueras del famoso teatro de Paris, no había visitado aquel lugar público y mucho menos en compañía de aquel par que misteriosamente se comportaba. Alexei me tendió la mano y me ayudo a bajar, sin soltarme puso mi mano sobre su brazo y entramos como si fuéramos la pareja más feliz del planeta. El cinismo en la cara de ambos era evidente pero aun así me deje guiar por él. Llegamos hasta el palco, en un lugar exclusivo para parejas o familias de seguro habían gastado bastantes francos por aquellos lugares pero no me importo, era plata de ellos y no mía. Fue en ese lugar donde las cosas comenzaron a cambiar, Richard tomo mi lugar y se sentó a un lado de mi esposo, y yo, si yo tuve que quedar detrás de ellos, el lugar estaba lo suficientemente oscuro para que nadie notara mi presencia, las pocas luces que habían se apagaron por completo y el espectáculo comenzó, era una ópera, de la cual no entendía nada de lo que decían ya que hablaban en una extraña lengua o seria que… trague saliva y un sirviente nos trajo champagne, cuando fui a tomar, Richard se levantó y tomo mi copa diciéndome bien bajo – Tu, no tomas estas muy gorda – me mordí la lengua antes de hablar y Alexei con esa típica sonrisa me quedo mirando con cara de repudio, me iba a levantar cuando mi esposo me toma de la mano – Tu no vas a ningún lugar – me dijo enfadado y me volvió a sentar. Claro el día había sido muy bueno hasta ahora pensé mientras ya ni siquiera ponía atención a lo que ocurría en el escenario, pidieron más vino burbujeante y vino mi desquite, antes de que llegaran a servirle tome la botella y la deje caer, sabía que aquello me costaría caro y así fue, me levante para salir y un empujón recibí por parte de Alexei, choque con la puerta que separaba aquel espacio y levantándome como pude corrí por el pasillo ente sirvientes y personas que llegaban tarde a la ópera, no sé en que momento pero me alcanzo mi esposo y deteniéndome me dio una bofetada haciendo que el golpe se llevara consigo mi cuerpo, cai al suelo ante la mirada de todos los que por ahí pasaban... Sin más consuelo que el de mi pañuelo me tape el rostro y el llanto ahogo mis palabras mientras las palabras hirientes salían de los labios del cual alguna vez me quiso…
Amy Von Bennewitz- Mensajes : 171
Fecha de inscripción : 21/06/2011
Re: De Mal en Peor [Libre]
¡Otra vez llegábamos tarde! Esta vez sin embargo no fue culpa nuestra, hoy habíamos terminado de retocarnos con tiempo para llegar al teatro suficientemente temprano. Pero sin duda, el dulce destino no iba de nuestra parte. Primero, el cochero de Elena no aparecía y resultó ser que el grosero, seguía dormitando… ¡a las 8 de la tarde!, Una vez repuesto y en su sitio, nos sobrevino la segunda incidencia, el viejo caballo que llevaba el carruaje, no quería moverse…un caballo perezoso ¿Dónde se había visto eso?
Contemplando la opción de no llegar a tiempo para ver la obra de teatro, nos apresuramos para encontrar un cochero que recorriera por las calles a esas horas de la tarde. Al rato conseguimos uno, y subimos sin contemplación alguna. En este caso, para nuestro agrado, el joven caballo fresco como una rosa, nos llevó en un abrir y cerrar de ojos hasta el teatro. Al salir y dirigirnos aceleradamente hasta el teatro, al lado mío, Elena y Elizabeth solo hacían que alzar los tributos del joven actor que esta noche nos encandilaría con su obra.
-Ha empezado, ¡corred!- les urgí, entrando acelerada en el majestuoso Teatro parisiense, al oír alegres aplausos de fondo. Detrás de mí, oía las rápidas pisadas de Elena y Elizabeth. Con algo de suerte, entraríamos para el segundo acto.
Nos dirigimos hasta los palcos reservados, me subí levemente, la delantera del vestido que llevaba, para no tropezarme con él, en mi caso un estilizado y largo vestido azul turquesa, y subimos las escaleras.
-Palco 33- me recordó Elena.
Asentí, siempre nos reservaban ese palco, no era el mejor de los que se encontraban, se quejaba repetidamente Elizabeth. Para mi gusto, no obstante, ya servia; Buena iluminación, visión privilegiada del escenario, y esperándonos en ella, una burbujeante botella del más exquisito champán francés.
Yendo hacia el pasillo de los palcos e invitados más selectos, saludé a los conocidos que me iba encontrando; el Monsieur Tomás y su esposa, la viuda del Makán, y más señores y señoras de singulares apellidos, finalmente llegamos a nuestro palco, en el que un camarero esperaba nuestra llegada.
-mademoiselle- saludó en una reverencia.
Nos sentamos y el camarero nos lleno las copas del frío champán tan esperado. Delante nuestro, el telón yacía bajado, dando un determinado tiempo para nuestros quehaceres, antes de reanudar la obra.
Aproveché para dirigirme al tocador, con las prisas y los nervios al no llegar a tiempo, quizás el vestido se vería bien, pero de mi costoso y pulcro peinado, tenia mis reservas. Tomé el pasillo de la derecha, haciendo un rodeo, pasando por el resto de palcos, atajando camino.
Observé a las muchas parejas y jóvenes que se daban un pequeño recorrido antes de volver a sus comedidos asientos, distinguiendo a lo lejos una mortificante escena, en la que una joven echada al suelo se lamentaba, con un señor mirándole fijamente, desafiante, el que por sus labios no salían mas que hirientes palabras, de las cuales oía desde el otro lado del pasillo todas y cada una de ellas.
Me dirigí con prisas allí y caí al lado de la chica, sintiendo en mi nuca la mirada del hombre confundido por mi intromisión, el cual desde mi llegada se silenció, como si del mismo cielo un barril de fría agua le hubiese barrido la lengua.
Ignoré al señor, si a ese bárbaro, se le podía llamar tal cosa y le tendí un pañuelo a la joven- ¿Esta bien?- le pregunté en una amable sonrisa – si quiere puedo acompañarla al tocador a refrescarse – le ofrecí mi mano para ayudarla a levantarse del frío suelo.
Contemplando la opción de no llegar a tiempo para ver la obra de teatro, nos apresuramos para encontrar un cochero que recorriera por las calles a esas horas de la tarde. Al rato conseguimos uno, y subimos sin contemplación alguna. En este caso, para nuestro agrado, el joven caballo fresco como una rosa, nos llevó en un abrir y cerrar de ojos hasta el teatro. Al salir y dirigirnos aceleradamente hasta el teatro, al lado mío, Elena y Elizabeth solo hacían que alzar los tributos del joven actor que esta noche nos encandilaría con su obra.
-Ha empezado, ¡corred!- les urgí, entrando acelerada en el majestuoso Teatro parisiense, al oír alegres aplausos de fondo. Detrás de mí, oía las rápidas pisadas de Elena y Elizabeth. Con algo de suerte, entraríamos para el segundo acto.
Nos dirigimos hasta los palcos reservados, me subí levemente, la delantera del vestido que llevaba, para no tropezarme con él, en mi caso un estilizado y largo vestido azul turquesa, y subimos las escaleras.
-Palco 33- me recordó Elena.
Asentí, siempre nos reservaban ese palco, no era el mejor de los que se encontraban, se quejaba repetidamente Elizabeth. Para mi gusto, no obstante, ya servia; Buena iluminación, visión privilegiada del escenario, y esperándonos en ella, una burbujeante botella del más exquisito champán francés.
Yendo hacia el pasillo de los palcos e invitados más selectos, saludé a los conocidos que me iba encontrando; el Monsieur Tomás y su esposa, la viuda del Makán, y más señores y señoras de singulares apellidos, finalmente llegamos a nuestro palco, en el que un camarero esperaba nuestra llegada.
-mademoiselle- saludó en una reverencia.
Nos sentamos y el camarero nos lleno las copas del frío champán tan esperado. Delante nuestro, el telón yacía bajado, dando un determinado tiempo para nuestros quehaceres, antes de reanudar la obra.
Aproveché para dirigirme al tocador, con las prisas y los nervios al no llegar a tiempo, quizás el vestido se vería bien, pero de mi costoso y pulcro peinado, tenia mis reservas. Tomé el pasillo de la derecha, haciendo un rodeo, pasando por el resto de palcos, atajando camino.
Observé a las muchas parejas y jóvenes que se daban un pequeño recorrido antes de volver a sus comedidos asientos, distinguiendo a lo lejos una mortificante escena, en la que una joven echada al suelo se lamentaba, con un señor mirándole fijamente, desafiante, el que por sus labios no salían mas que hirientes palabras, de las cuales oía desde el otro lado del pasillo todas y cada una de ellas.
Me dirigí con prisas allí y caí al lado de la chica, sintiendo en mi nuca la mirada del hombre confundido por mi intromisión, el cual desde mi llegada se silenció, como si del mismo cielo un barril de fría agua le hubiese barrido la lengua.
Ignoré al señor, si a ese bárbaro, se le podía llamar tal cosa y le tendí un pañuelo a la joven- ¿Esta bien?- le pregunté en una amable sonrisa – si quiere puedo acompañarla al tocador a refrescarse – le ofrecí mi mano para ayudarla a levantarse del frío suelo.
Alma Montcourt- Humano Clase Alta
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