AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Que no nos escuchen - Salomé Ameris
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Que no nos escuchen - Salomé Ameris
Hay veces, en las que personas —si me puedo considerar a mí mismo como tal— como yo requerimos de servicios como los vuestros; las sospechas en mi contra por el asesinato del Rey aumentaban conforme al pasar de las horas, pero seguramente vos ya lo sabías. Me alegraba que así fuera, ya que así nuestra pequeña reunión sería lo suficientemente rápida como para no atraer un foco de infecciosos curiosos hacia nosotros. De ser así, vuestro negocio se vería en picada hacia abajo y mi credibilidad rasguñaría el suelo por la misma razón.
Como una manera estratégica de hacer las cosas, os cité en uno de los callejones más oscuros y menos transitados de la ciudad de las luces. Ya me habían advertido de vuestra extravagante manera de ser, pero como hasta día de hoy me domina la templanza, no me vi abrumado por vuestra personalidad mientras cumpliera con el trabajo que habría de encomendaros. Entré a dicho lugar, un callejón cercano a una posada abandonada hacía quizás cuántos años, para esperaros en la zona más oscura, porque al igual que un depredador nocturno, basaría en vos mis oportunidades para conocer a aquellos de los que me debía cuidar.
—Estáis retrasada —pensé como si os estuviera hablando en mi escondite. Eran sólo cinco minutos para el mundo, pero para nosotros eran cinco minutos en los que podríamos ser atrapados.
Finalmente vi vuestra silueta de treintañera caminar lenta, pero animosamente por la calle que habíamos acordado y de una sola vez tomé vuestro brazo para haceros entrar a las penumbras.
¿Sabéis? Creo que pocas veces soy excesivamente cuidadoso como aquella ocasión, pero vuestro atraso me obligó a ser más directo de lo que me hubiera permitido en una situación temprana. Os sujeté contra la pared, con vuestro rostro frente al mío y os cubrí la boca para evitar cualquier exhalación sonora que pudiera delatar nuestra posición. Vuestros risos rubios me hiciéronme cosquillas cuando me aproximé a su oído con decisión y a la vez sigilo. Nadie debía oírnos.
—Os ruego me disculpe mi falta de delicadeza, mademoiselle Ameris, pero era menester asegurarme de que fuerais voz y no cualquier husmeador —susurré en vuestro oído de porcelana sin alejarme— Unos fieles pajarillos me han cantado que vos sois una más que afortunada fuente de información. Es de mi interés captar lo que sea de vuestra atención para dároslo en recompensa por tan útil información.
Un olor felino de vuestras ropas me hizo retroceder para liberar tanto vuestra boca como vuestra oreja. Al principio pensé que erais una fémina más enamorada de los gatos, pero entonces percibí esa aura que os rodeaba y supe que no erais una mujer común y corriente, aunque ya suponía eso desde que os vi caminando como si estuvierais bailando en la luna en vez de estar caminando en la tierra, pero este descubrimiento hacía catalogaros en el nivel de agente extraño en el mundo, al igual que yo. Me sonreí a mí mismo por esa faceta vuestra; las sorpresas hacían que trámites tan indeseables como esos fueran más agradables.
Entonces esperé por vos para seguir sorprendiéndome, ya fuera de manera agradable o desagradable. De todas formas me llevaría un grato recuerdo vuestro siempre y cuando lo que vuestras palabras significaran endulzaran mis oídos. Tal vez así dejaría de detestar a los gatos y comenzaría a tenerles respeto, al igual que a vos.
Como una manera estratégica de hacer las cosas, os cité en uno de los callejones más oscuros y menos transitados de la ciudad de las luces. Ya me habían advertido de vuestra extravagante manera de ser, pero como hasta día de hoy me domina la templanza, no me vi abrumado por vuestra personalidad mientras cumpliera con el trabajo que habría de encomendaros. Entré a dicho lugar, un callejón cercano a una posada abandonada hacía quizás cuántos años, para esperaros en la zona más oscura, porque al igual que un depredador nocturno, basaría en vos mis oportunidades para conocer a aquellos de los que me debía cuidar.
—Estáis retrasada —pensé como si os estuviera hablando en mi escondite. Eran sólo cinco minutos para el mundo, pero para nosotros eran cinco minutos en los que podríamos ser atrapados.
Finalmente vi vuestra silueta de treintañera caminar lenta, pero animosamente por la calle que habíamos acordado y de una sola vez tomé vuestro brazo para haceros entrar a las penumbras.
¿Sabéis? Creo que pocas veces soy excesivamente cuidadoso como aquella ocasión, pero vuestro atraso me obligó a ser más directo de lo que me hubiera permitido en una situación temprana. Os sujeté contra la pared, con vuestro rostro frente al mío y os cubrí la boca para evitar cualquier exhalación sonora que pudiera delatar nuestra posición. Vuestros risos rubios me hiciéronme cosquillas cuando me aproximé a su oído con decisión y a la vez sigilo. Nadie debía oírnos.
—Os ruego me disculpe mi falta de delicadeza, mademoiselle Ameris, pero era menester asegurarme de que fuerais voz y no cualquier husmeador —susurré en vuestro oído de porcelana sin alejarme— Unos fieles pajarillos me han cantado que vos sois una más que afortunada fuente de información. Es de mi interés captar lo que sea de vuestra atención para dároslo en recompensa por tan útil información.
Un olor felino de vuestras ropas me hizo retroceder para liberar tanto vuestra boca como vuestra oreja. Al principio pensé que erais una fémina más enamorada de los gatos, pero entonces percibí esa aura que os rodeaba y supe que no erais una mujer común y corriente, aunque ya suponía eso desde que os vi caminando como si estuvierais bailando en la luna en vez de estar caminando en la tierra, pero este descubrimiento hacía catalogaros en el nivel de agente extraño en el mundo, al igual que yo. Me sonreí a mí mismo por esa faceta vuestra; las sorpresas hacían que trámites tan indeseables como esos fueran más agradables.
Entonces esperé por vos para seguir sorprendiéndome, ya fuera de manera agradable o desagradable. De todas formas me llevaría un grato recuerdo vuestro siempre y cuando lo que vuestras palabras significaran endulzaran mis oídos. Tal vez así dejaría de detestar a los gatos y comenzaría a tenerles respeto, al igual que a vos.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Que no nos escuchen - Salomé Ameris
Su confianza hacia que muchos se quedaran mirando, su aire extraño y siniestro ahuyentaba rápidamente a los curiosos de su lado, caminaba sin mucha prisa, pues para ella lo mejor se hacía esperar y su arrogancia gatuna la hacía caminar de forma sensual y a la vez elegante por las calles de parís, había dejado su carruaje negro funerario a unas cuadras lejos de allí, parecía que iba como cualquier viuda a hacer sus compras, tenía a su normal empleada, a la que adoraba llamar mono con pulgas a su lado, bueno detrás de ella, quien se dedicaba a ver como el vestido de la dama se movía de un lado a otro con descaro, pero lo descarado para ella era arte. Su vestimenta era totalmente negra, un vestido largo, abombado al final, con un corsé que tenía unas cintas adelante para sujetarlo al cuerpo, tejido como tela de araña hasta dejar aquellos grandes y pronunciados senos apretados, la falda no tenía ningún detalle, era negro, simple, una tela lisa que caía hasta abajo, la parte de arriba solamente tenía los necesarios, nada ostentosos, solamente otras rayas mas de negro que ayudaban a acentuar su figura felina.
Duro unos minutos con su mono en su cola, luego la mando hacia otro lugar lejano, hacia una tienda para que elaborara los labores que le tocaban a ella, la joven le dio una capa negra, que cuidadosamente puso en sus manos mientras le daba una sonrisa, una leve y se retiraba cabizbaja hacia las tiendas, la mujer miro hacia los alrededores antes de entrar a la tienda, lo mismo hizo salome, pero lo contrario de la tienda paso hacia uno de aquellos oscuros callejones en donde había mas humedad y muerte de lo normal, su hogar, en donde verdaderamente debía habitar, pero debía acostumbrarse a lo que esos monos decían, pero claro solamente un poco, se puso su capa, dejándola descansar entre sus hombros, una capa negra por dentro y por afuera de igual color, pero se tonaba una serie de encajes por todo la tela, siluetas sin sentido, como ella que adornaban su pieza menos importante, tenía una capucha, pero no la utilizaría, prefería dejar su cabello largo y rubio afuera, para que se meneara con su andar.
Camino sin rumbo por unos minutos, varios, hasta que no sintió ninguna presencia interesada en ella, ahora si se dispuso ir hacia donde le decía la carta que debía ir, dejo salir un bostezo suave mientras comenzaba a acercarse cada vez más a ese lugar, podía sentir alguien allí, no sabía cuánto estaría esperando, tampoco lo deseaba saber, ella no se disculparía del retraso si eso era lo que él deseaba que Salome hiciera.
Su bienvenida fue diferente, a ella le gustaba lo diferente, pero rápidamente se dio cuenta que era un hombre fuerte, pues la pudo llevar fácilmente hacia una pared y mantenerla quieta por unos minutos, era mejor no hacerlo enojar, no deseaba tener heridas innecesarias, al menos por esa vez en la vida, aunque ella misma sabía que era algo casi imposible. Ladeo levemente su cabeza mientras oía al hombre, rodo levemente sus ojos, no haría nada, era ella. ¿Quién mas podría ser? Que hombre más paranoico le había tocado atender hoy, pero a sus oídos llegaron luego algo que le intereso y su atención felina se fue a los ojos del otro, fue liberada, y en sus labios se vio aquella sonrisa coqueta y a la vez peligrosa.
-Recompensa… amo esa palabra- dijo ella con una risilla saliendo inevitablemente de la garganta –pero como usted, signore tengo enemigos- dijo ella acomodándose su linda capa, que había quedado algo arrugada, había bajado la mirada para luego alzarla y notar como el hombre le miraba de forma extraña -¿Qué?- dijo ella alzándose los hombros, mientras en sus labios había una leve mueca de gracia -¿Acaso nunca habías visto a una cambiaformas?- pregunto en un leve susurro, sabía que él lo escucharía, sabía bien lo que era así que no había necesidad que alzara mucho la voz –Si, nos quedamos en cueros, como el demonio nos trajo al mundo cuando nos trasformamos- dijo ella con burla, una información que tal vez el no deseaba tener, pero que ella adoraba decir con picardía en sus palabras.
Al parecer en su rostro hubo seriedad por unos segundos, se cruzo de brazos mientras ladeaba su cabeza, detallando un poco al hombre que estaba a su lado –Italiano ¿hum?- estaba un 90% segura de que no se había equivocado, aquel hijo de puta no le había dado mucho para poder investigarlo, pero pronto le arrancaría su información personal, no importaba que estuviera con ese antifaz, Salome era buena en su trabajo y como dato extra, adoraba la información de la persona que estuviera interesada en sus servicios, era una parte de la recompensa –tengo buenos recuerdos de mi bella Italia, lástima que no pueda pisar un pie en ella sin que deseen arrancarme la cabeza- dijo con un tono que daba cierta gracia a las últimas palabras, como si se tratara de un juego, de una simple treta que la inquisición la quisiera ver muerta, tan muerta como no estaba.
Duro unos minutos con su mono en su cola, luego la mando hacia otro lugar lejano, hacia una tienda para que elaborara los labores que le tocaban a ella, la joven le dio una capa negra, que cuidadosamente puso en sus manos mientras le daba una sonrisa, una leve y se retiraba cabizbaja hacia las tiendas, la mujer miro hacia los alrededores antes de entrar a la tienda, lo mismo hizo salome, pero lo contrario de la tienda paso hacia uno de aquellos oscuros callejones en donde había mas humedad y muerte de lo normal, su hogar, en donde verdaderamente debía habitar, pero debía acostumbrarse a lo que esos monos decían, pero claro solamente un poco, se puso su capa, dejándola descansar entre sus hombros, una capa negra por dentro y por afuera de igual color, pero se tonaba una serie de encajes por todo la tela, siluetas sin sentido, como ella que adornaban su pieza menos importante, tenía una capucha, pero no la utilizaría, prefería dejar su cabello largo y rubio afuera, para que se meneara con su andar.
Camino sin rumbo por unos minutos, varios, hasta que no sintió ninguna presencia interesada en ella, ahora si se dispuso ir hacia donde le decía la carta que debía ir, dejo salir un bostezo suave mientras comenzaba a acercarse cada vez más a ese lugar, podía sentir alguien allí, no sabía cuánto estaría esperando, tampoco lo deseaba saber, ella no se disculparía del retraso si eso era lo que él deseaba que Salome hiciera.
Su bienvenida fue diferente, a ella le gustaba lo diferente, pero rápidamente se dio cuenta que era un hombre fuerte, pues la pudo llevar fácilmente hacia una pared y mantenerla quieta por unos minutos, era mejor no hacerlo enojar, no deseaba tener heridas innecesarias, al menos por esa vez en la vida, aunque ella misma sabía que era algo casi imposible. Ladeo levemente su cabeza mientras oía al hombre, rodo levemente sus ojos, no haría nada, era ella. ¿Quién mas podría ser? Que hombre más paranoico le había tocado atender hoy, pero a sus oídos llegaron luego algo que le intereso y su atención felina se fue a los ojos del otro, fue liberada, y en sus labios se vio aquella sonrisa coqueta y a la vez peligrosa.
-Recompensa… amo esa palabra- dijo ella con una risilla saliendo inevitablemente de la garganta –pero como usted, signore tengo enemigos- dijo ella acomodándose su linda capa, que había quedado algo arrugada, había bajado la mirada para luego alzarla y notar como el hombre le miraba de forma extraña -¿Qué?- dijo ella alzándose los hombros, mientras en sus labios había una leve mueca de gracia -¿Acaso nunca habías visto a una cambiaformas?- pregunto en un leve susurro, sabía que él lo escucharía, sabía bien lo que era así que no había necesidad que alzara mucho la voz –Si, nos quedamos en cueros, como el demonio nos trajo al mundo cuando nos trasformamos- dijo ella con burla, una información que tal vez el no deseaba tener, pero que ella adoraba decir con picardía en sus palabras.
Al parecer en su rostro hubo seriedad por unos segundos, se cruzo de brazos mientras ladeaba su cabeza, detallando un poco al hombre que estaba a su lado –Italiano ¿hum?- estaba un 90% segura de que no se había equivocado, aquel hijo de puta no le había dado mucho para poder investigarlo, pero pronto le arrancaría su información personal, no importaba que estuviera con ese antifaz, Salome era buena en su trabajo y como dato extra, adoraba la información de la persona que estuviera interesada en sus servicios, era una parte de la recompensa –tengo buenos recuerdos de mi bella Italia, lástima que no pueda pisar un pie en ella sin que deseen arrancarme la cabeza- dijo con un tono que daba cierta gracia a las últimas palabras, como si se tratara de un juego, de una simple treta que la inquisición la quisiera ver muerta, tan muerta como no estaba.
Salomé Ameris- Cambiante Clase Alta
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Re: Que no nos escuchen - Salomé Ameris
Asentí en vuestra dirección cuando comprobé en carne propia que efectivamente erais como me habían dicho; extravagante, bizarra, enlutada y de una rizada cabellera rubia. Vuestros rasgos delataban la alta alcurnia que os precedía, pero vuestras prendas oscuras indicábanme que algunos pasajes no queríais revivirlos por nada del mundo. Y de pronto ya no me resultaba tan insólito que vistierais de negro y conservarais vuestra cabellera suelta, sin ningún moño propio de elegantes salones. Fijóme en vuestro rostro, leyendo en él una marcada historia derivada de la condición de ser una cambiaformas. Simplemente algunos seres sobrenaturales tenían la suficiente suerte de vivir tranquilos muchos años y otros no corrían la misma fortuna. Pensé que debíais pertenecer a ese segundo grupo, aunque por discreción no indagué en el asunto. Después de todo, ambos teníamos no más que el tiempo necesario para negociar y volver sin ser descubiertos por terceras personas. Cuidabais vuestro negocio y yo mi título real, así eran las cosas.
—No esperaba menos de una fuente tan valiosa como vos, mademoiselle… ¿Salomé, verdad? —me preocupé de confirmar que el nombre que me había llegado con respecto a vos era el correcto— Procuraré no causaros mayores problemas con vuestros contrarios si vos tenéis la intrepidez de traspasarme vuestras útiles averiguaciones. Y como primera precaución comprenderéis que no os diré mi nombre; de esa forma no podrán interrogaros exitosamente si es que os atrapan.
He de admitiros que me descolocasteis un poco con poner en evidencia los efectos de nuestras transformaciones que —fueran voluntarias como la vuestra o forzadas como la mía— no se solían mencionar por mero capricho y carente de razonabilidad y menos por una dama, pero al volver a miraros y encontrar un brillo inusual, supe entonces que erais una doncella con bastante picardía, aunque no estaba seguro de si erais consciente de aquello o no. Carraspeé mi garganta para hacer como si no os hubiera escuchado, porque si bien erais una mujer de evidentes atributos dejados ver por ese escote apretado, el poco tiempo que teníamos para dialogar ocultos en los callejones sin llamar la atención era limitado. Si tardábamos más de lo necesario, podíamos ser descubiertos por alguna fogosa pareja de amantes buscando amancebarse en la oscuridad o rudamente interceptados por ladrones escabulléndose de los inspectores.
Y luego, sin previo aviso, manifestasteis otro cambio en vuestro estado anímico. Mostrasteis una faceta más seria, esa que era vital para que vuestro negocio de informaciones prosperara. Fue ahí cuando distinguí a una Salomé que no se iba con rodeos a pesar de vuestra rebuscada manera de ser. ¿Cómo decirlo? Erais una nueva pieza en mi tablero de ajedrez, una pieza con la cual tendría que jugar antes de saber sus movimientos. Sé que suena complicado, más de lo que os imagináis, pero en mi mundo “complicado” tiene un significado totalmente distinto al vuestro, en el que toma el concepto de “divertido” e “interesante”. Precisamente la primera muerta de esta faceta fue vuestra perfecta identificación de mi nacionalidad, la cual recordasteis con nostalgia. Sí, ese también había sido mi hogar, aunque no de la misma manera que la vuestra. No lo pondría de tema esa noche.
—Habéis identificado brillantemente mi acento, mademoiselle y no pondría en duda que dicha habilidad la podéis aplicar sin contratiempos con respecto a otros individuos de distinta nacionalidad, así como también disponéis de otros mecanismos para poder informarme de los… —miré hacia afuera del callejón, asegurándome de que no hubiera ningún osado personaje husmeando. Entonces volví a vuestros ojos—…inquisidores y cazadores infiltrados en lugares que debería cuidarme de no visitar muy a menudo. Percibo en vuestra merced un tono nostálgico al hablar de la bella Italia y me dais a entender, creo no equívocamente, que no fue una emigración que hubierais querido realizar. Tal vez si hubierais contado con alguien de una ocupación como la vuestra, no hubierais tenido que marcharos.
Me acerqué un poco más, quedándome a un metro de distancia vuestra; acercarme más significaría inhalar ese felino olor que mis narices interpretarían como estornudo, cosa que no nos favorecería si lo que queríamos era que no nos escucharan. Estaba bien, no era de vuestro universo tan impalpablemente extraterrenal, pero al menos podía dialogar con vos como dos personas que añoraban su hogar, pero que por diversas razones la mano de Dios los había posicionado lejos de él. Tragué saliva, apagué mi voz para que se tradujera en un volumen reducido, pero preciso para que lo entendierais.
—Entiendo que las riquezas minerales del mundo como el oro no son tesoros suficientemente apetecibles por vos, pero soy un oidor complaciente. Os ruego que me digáis qué es lo que tiene este hombre para brindaros a cambio de su más que provechosa prestación —se perdió mi murmullo dentro del callejón.
Ni con los miembros de la aristocracia de mi reino era tan complaciente, pero era por un detalle que no era ninguna insignificancia; ellos serían capaces de sacrificar mi vida en pos de su poder; vos, en cambio, admitirías sacrificar el poder en pos de la vida. La vida tuya, la mía, la de todos quienes dependían de los susurros informantes para sobrevivir.
—No esperaba menos de una fuente tan valiosa como vos, mademoiselle… ¿Salomé, verdad? —me preocupé de confirmar que el nombre que me había llegado con respecto a vos era el correcto— Procuraré no causaros mayores problemas con vuestros contrarios si vos tenéis la intrepidez de traspasarme vuestras útiles averiguaciones. Y como primera precaución comprenderéis que no os diré mi nombre; de esa forma no podrán interrogaros exitosamente si es que os atrapan.
He de admitiros que me descolocasteis un poco con poner en evidencia los efectos de nuestras transformaciones que —fueran voluntarias como la vuestra o forzadas como la mía— no se solían mencionar por mero capricho y carente de razonabilidad y menos por una dama, pero al volver a miraros y encontrar un brillo inusual, supe entonces que erais una doncella con bastante picardía, aunque no estaba seguro de si erais consciente de aquello o no. Carraspeé mi garganta para hacer como si no os hubiera escuchado, porque si bien erais una mujer de evidentes atributos dejados ver por ese escote apretado, el poco tiempo que teníamos para dialogar ocultos en los callejones sin llamar la atención era limitado. Si tardábamos más de lo necesario, podíamos ser descubiertos por alguna fogosa pareja de amantes buscando amancebarse en la oscuridad o rudamente interceptados por ladrones escabulléndose de los inspectores.
Y luego, sin previo aviso, manifestasteis otro cambio en vuestro estado anímico. Mostrasteis una faceta más seria, esa que era vital para que vuestro negocio de informaciones prosperara. Fue ahí cuando distinguí a una Salomé que no se iba con rodeos a pesar de vuestra rebuscada manera de ser. ¿Cómo decirlo? Erais una nueva pieza en mi tablero de ajedrez, una pieza con la cual tendría que jugar antes de saber sus movimientos. Sé que suena complicado, más de lo que os imagináis, pero en mi mundo “complicado” tiene un significado totalmente distinto al vuestro, en el que toma el concepto de “divertido” e “interesante”. Precisamente la primera muerta de esta faceta fue vuestra perfecta identificación de mi nacionalidad, la cual recordasteis con nostalgia. Sí, ese también había sido mi hogar, aunque no de la misma manera que la vuestra. No lo pondría de tema esa noche.
—Habéis identificado brillantemente mi acento, mademoiselle y no pondría en duda que dicha habilidad la podéis aplicar sin contratiempos con respecto a otros individuos de distinta nacionalidad, así como también disponéis de otros mecanismos para poder informarme de los… —miré hacia afuera del callejón, asegurándome de que no hubiera ningún osado personaje husmeando. Entonces volví a vuestros ojos—…inquisidores y cazadores infiltrados en lugares que debería cuidarme de no visitar muy a menudo. Percibo en vuestra merced un tono nostálgico al hablar de la bella Italia y me dais a entender, creo no equívocamente, que no fue una emigración que hubierais querido realizar. Tal vez si hubierais contado con alguien de una ocupación como la vuestra, no hubierais tenido que marcharos.
Me acerqué un poco más, quedándome a un metro de distancia vuestra; acercarme más significaría inhalar ese felino olor que mis narices interpretarían como estornudo, cosa que no nos favorecería si lo que queríamos era que no nos escucharan. Estaba bien, no era de vuestro universo tan impalpablemente extraterrenal, pero al menos podía dialogar con vos como dos personas que añoraban su hogar, pero que por diversas razones la mano de Dios los había posicionado lejos de él. Tragué saliva, apagué mi voz para que se tradujera en un volumen reducido, pero preciso para que lo entendierais.
—Entiendo que las riquezas minerales del mundo como el oro no son tesoros suficientemente apetecibles por vos, pero soy un oidor complaciente. Os ruego que me digáis qué es lo que tiene este hombre para brindaros a cambio de su más que provechosa prestación —se perdió mi murmullo dentro del callejón.
Ni con los miembros de la aristocracia de mi reino era tan complaciente, pero era por un detalle que no era ninguna insignificancia; ellos serían capaces de sacrificar mi vida en pos de su poder; vos, en cambio, admitirías sacrificar el poder en pos de la vida. La vida tuya, la mía, la de todos quienes dependían de los susurros informantes para sobrevivir.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Que no nos escuchen - Salomé Ameris
Que aburrido era aquel hombre, era muy nervioso y muy cuidadoso para el gusto de aquella mujer, ella era cuidadosa, pero nunca dejaba que aquello se apoderara completamente de sus pensamientos. La lentitud, no le gustaba hacer nada de forma apresurada, pues si lo hacía saldría mal, estaba a punto de decirle que se relajara, pero sabía que eso no serviría de nada, debía soportar aquel perro asustadizo que se le había presentado, pues eso era lo que olía, cada poro de su piel lo delataba, no fue necesario para ella utilizar algún poder extraño de su raza, ni siquiera ver aquel estúpida cosa que estaba siempre alrededor de las personas, cambiando dependiendo de su humor –La que viste y calza- afirmo a su nombre, aquel nombre que le habían puesto hace muchos años, mas de los que el tenia, creía ella, bueno no, ella no se equivocaba o no parecía equivocarse nunca –pues si lo hacía, pero nadie se daba cuenta-
¡Claro! Era su nación, su amada nación. ¿Cómo no iba a reconocer a un colega?... si se le podría llamar así. Lo escucho tranquilamente, bueno algo así, comenzaba a ponerla nerviosa, pronto explotaría en un berrinche si aquel hombre no se quedaba quieto y evitaba verse tan nervioso. Desvió su mirada, aun así hubiera tenido que irse… cuando tus colegas están en tu contra, eres como un exiliado, sino escapas, te eliminan de forma tan horrorosa que no querrían saber. Ella había traicionado a su padre, al Santo padre de muchas personas.
¿Por qué pensaba en aquel viejo esqueleto que se estaba volviendo polvo debajo del vaticano? Maldito lobo, la había puesto de mal humor, la nostalgia parecía tocar a su puerta, de forma tan ruidosa que la alejaba de su personalidad exuberante. Por suerte todo cambio, para suerte del contrario, Salome le miro, le había llegado a llamar la atención. Una amplia sonrisa, de oreja a oreja se podía ver, una expresión macabra, tenebrosa para muchos, tal vez para el también. –bueno… ¿Sabéis usted que no será toda la vida secreta su identidad?- comento en aquel suave y débil susurro que salía de su garganta aun invadida por la nostalgia que le hizo recordar a su hermosa Italia, Su hermana gemela, Su padre, Su madre, su familia y sus colegas: los inquisidores. –he aprendido muy bien de mis errores y uno de ellos es conocer muy bien con quien trabajo… no me interesa su moral, simplemente me gusta saber para quien debo ensuciarme las manos, por si en algún momento algo sale mal, se a quien matar primero- para ella parecía tan normal aquello, su voz no parecía amenazadora, ¡estaba hablando como si hablara del clima!
El estaba muy cerca para su gusto, con su mano le indico que se alejara, realizo un leve gesto despectivo y luego se movió hacia un lado con la elegancia de un felino asesino –Aquella careta no le servirá de mucho, conmigo mucho menos, pronto sabré quien sos…- se alzo los hombros, sus manos estaban entrelazadas por detrás de la espalda mientras daba unos pasos con la cabeza baja, miraba el suelo y sus tazones como daban aquel sonido estruendoso y que podría ser tenebroso en algunos momentos –te daré mis condiciones, una de ellas es que dejes de estar como perro asustado… te descubrirán muy fácil y no será mi culpa… ¿acaso crees que yo he sobrevivido más de treinta años comportándome así?- no le quería dar lecciones, pero su nerviosismo comenzaba a atacarle y era una sensación que odiaba y prefería bloquear rápidamente.
Aclaro su garganta – Quiero a tres esclavos de color- dijo al fin –El primero de ojos azules, no importa el sexo; se los difíciles que son de conseguir. Me gustaría que no fueran mayores de 20 años; los chillidos de los niños son los mejores- se relamió los labios para luego seguir. Su mirada se encontró con la de él –Una niña de color, de 11 años, la deseo con senos tiernos, nada de vello púbico y su rostro, en sus rostro debe quedar algo de vida; es aburrido cuando ya han perdido la esperanza- un leve suspiro dejo salir la cambiante. ¿Era mucho pedir para él? –hombre de mediana edad, fuerte, con contextura resistente y que se vea que sepa utilizar al menos unas herramientas pesadas; ten cuidado, que este sano-
-Hay mas…- dijo antes de que el contrario hablara –como extra; y por ello te aseguro que te diré toooodo lo que desees saber- sonrió de manera maliciosa -¿Cuánto es la próxima luna llena?- ¿había captado? Ella deseaba ver algo mucho más diferente de lo que muchos pensaban, estaba ansiosa de ver como un ser de aquellos, consientes de toda la maldad que su otro yo podría hacer se volvían aquel “otro yo”.
¡Claro! Era su nación, su amada nación. ¿Cómo no iba a reconocer a un colega?... si se le podría llamar así. Lo escucho tranquilamente, bueno algo así, comenzaba a ponerla nerviosa, pronto explotaría en un berrinche si aquel hombre no se quedaba quieto y evitaba verse tan nervioso. Desvió su mirada, aun así hubiera tenido que irse… cuando tus colegas están en tu contra, eres como un exiliado, sino escapas, te eliminan de forma tan horrorosa que no querrían saber. Ella había traicionado a su padre, al Santo padre de muchas personas.
¿Acaso especial te crees?
Padre tuyo, padre de todos era.
El papa te acogió, te crio y te mando a matar.
Padre tuyo, padre de todos era.
El papa te acogió, te crio y te mando a matar.
¿Por qué pensaba en aquel viejo esqueleto que se estaba volviendo polvo debajo del vaticano? Maldito lobo, la había puesto de mal humor, la nostalgia parecía tocar a su puerta, de forma tan ruidosa que la alejaba de su personalidad exuberante. Por suerte todo cambio, para suerte del contrario, Salome le miro, le había llegado a llamar la atención. Una amplia sonrisa, de oreja a oreja se podía ver, una expresión macabra, tenebrosa para muchos, tal vez para el también. –bueno… ¿Sabéis usted que no será toda la vida secreta su identidad?- comento en aquel suave y débil susurro que salía de su garganta aun invadida por la nostalgia que le hizo recordar a su hermosa Italia, Su hermana gemela, Su padre, Su madre, su familia y sus colegas: los inquisidores. –he aprendido muy bien de mis errores y uno de ellos es conocer muy bien con quien trabajo… no me interesa su moral, simplemente me gusta saber para quien debo ensuciarme las manos, por si en algún momento algo sale mal, se a quien matar primero- para ella parecía tan normal aquello, su voz no parecía amenazadora, ¡estaba hablando como si hablara del clima!
El estaba muy cerca para su gusto, con su mano le indico que se alejara, realizo un leve gesto despectivo y luego se movió hacia un lado con la elegancia de un felino asesino –Aquella careta no le servirá de mucho, conmigo mucho menos, pronto sabré quien sos…- se alzo los hombros, sus manos estaban entrelazadas por detrás de la espalda mientras daba unos pasos con la cabeza baja, miraba el suelo y sus tazones como daban aquel sonido estruendoso y que podría ser tenebroso en algunos momentos –te daré mis condiciones, una de ellas es que dejes de estar como perro asustado… te descubrirán muy fácil y no será mi culpa… ¿acaso crees que yo he sobrevivido más de treinta años comportándome así?- no le quería dar lecciones, pero su nerviosismo comenzaba a atacarle y era una sensación que odiaba y prefería bloquear rápidamente.
Aclaro su garganta – Quiero a tres esclavos de color- dijo al fin –El primero de ojos azules, no importa el sexo; se los difíciles que son de conseguir. Me gustaría que no fueran mayores de 20 años; los chillidos de los niños son los mejores- se relamió los labios para luego seguir. Su mirada se encontró con la de él –Una niña de color, de 11 años, la deseo con senos tiernos, nada de vello púbico y su rostro, en sus rostro debe quedar algo de vida; es aburrido cuando ya han perdido la esperanza- un leve suspiro dejo salir la cambiante. ¿Era mucho pedir para él? –hombre de mediana edad, fuerte, con contextura resistente y que se vea que sepa utilizar al menos unas herramientas pesadas; ten cuidado, que este sano-
-Hay mas…- dijo antes de que el contrario hablara –como extra; y por ello te aseguro que te diré toooodo lo que desees saber- sonrió de manera maliciosa -¿Cuánto es la próxima luna llena?- ¿había captado? Ella deseaba ver algo mucho más diferente de lo que muchos pensaban, estaba ansiosa de ver como un ser de aquellos, consientes de toda la maldad que su otro yo podría hacer se volvían aquel “otro yo”.
Salomé Ameris- Cambiante Clase Alta
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Re: Que no nos escuchen - Salomé Ameris
Erais tan demente como suspicaz. Queríais herirme y a la vez negociar conmigo, así como el gato le daba tiempo a su presa para escapar, aunque supiera bien que esos segundos bastarían para reincorporarse, mas no para luchar por su vida. No quería ocultaros mi identidad; ¿qué más público que ser un Duque? Y ¿qué más peligroso que inmiscuirse en las redes de una desequilibrada y a la vez inteligente mujer? Estaba siendo tan imprudente como vos, pero por la vida se llega a límites insospechados, aunque sea una vida maldita como la mía; como la vuestra. Anhelabais desalmadamente absorber el espacio que os rodeaba, aunque no fuera vuestro. Así os percibía, porque no erais de otra manera que no fuera la que el azar mismo os forjó.
—Con una señorita con vuestra especialidad, vuestra merced comprenderéis que sentido alguno no tiene querer burlaros —indiqué sutilmente con mis ojos hacia el costado del callejón que daba a la calle, dándoos a entender que entre nosotros no existía mayor barrera que la propia de una relación profesional y que mi precaución y para con aquellos ajenos a ella — Vos tenéis vuestro métodos laborales y yo mis cláusulas personales.
Oíros hablar podía ser impactante para un ciudadano común y corriente, pero para quienes habíamos recorrido las prisiones de nuestros territorios para juzgar personalmente a las mentes más peligrosas del Imperio, discursos como los vuestros eran poemas frecuentes al interior de las húmedas cloacas. Sin lugar a dudas que en una Corte os apresarían antes de que terminarais la primera frase, pero el escenario dejaba atrás las tapices y cortinajes finos para dar lugar al reino del empedrado solitario y clandestino de un callejón. Las cosas ahí cambiaban ligeramente y podía darme el placer de no tener que actuar de acuerdo a los protocolos establecidos. Ahí podía escucharos decir todas las memeces que pretendierais.
—Me parece que me han contactado con una informante competente. Insisto, no sugiráis que no sé con quién estoy hablando. Veréis que si os he convocado aquí poniendo en riesgo la integridad que me es perseguida no ha sido para subestimaros, sino al contrario —entonces dejé de hablar. ¿De qué os servirían las palabras si habíais olvidado oír aquello que estaba fuera de vuestra mente? Suspiré sin haceros mueca alguna. Era mi intención escucharos, aunque las palabras no siempre significaran algo que decir— Por favor, decidme qué puedo ofreceros.
Daros cuenta la magnitud de cada cosa que pedíais era como pedir que volvierais a nacer de una manera limpia, sin heredar ninguna clase de don o maldición sobrenatural; algo imposible e impensable. Debíais llevar álbumes de años sobre la faz de la tierra como para codiciar personas para fines tan egoístas y dañinos, pues alguien de años promedio se contentaría con tener un harem a su disposición; no vuestra merced. Me pedíais más que cuerpos; pedíais las sensaciones que dichos obsequios pudieran brindaros y experimentar por vos. Y lo peor de todas vuestras exigencias era que no me costaba nada más que un par de frases para conseguirlas todas y cada una de ellas y en ese momento agradecí al cielo por no permitiros tener un poder como el mío, porque ya me hacía la imagen mental de cómo quemaríais el cielo con vuestro fuego avasallador.
Vuestro último punto hizo que arrugara mis labios no por temor a lastimaros a vos o a cualquier persona que se encontrara cerca al instante de mi transformación, sino porque nada bueno me había ocurrido en dichas noches. Me hacíais recordar cuánto ambicionaba no experimentar aquello y enterrarlo como un pasado desechable; que mi alma vendara las heridas que mi maldición había generado. ¡Que la luna me contestara por qué a pesar de las nefastas consecuencias todavía agradecía que aquel licántropo me hubiera salvado de la muerte! c
—Aún no lo sé. Tengo expertos trabajando en eso —os contesté con la verdad— Mas si os importante tanto, puedo enviar a un muchacho a informároslo en cuanto sepa. Eso siempre y cuando lo que me digáis resulte útil a mis fines.
Y fue allí cuando únicamente me enfoqué en vos, en esa loca y astuta fémina de cabello rubio para que supiera que no iba a hacerme retroceder con sus artimañas de asesina natural. Si debo confesaros algo, dan más miedo los asesinos cercanos como los que me asechaban cuando hablé con vos.
—Os traeré aquello que me habéis pedido. He puesto la mercancía sobre la mesa. Ahora es vuestro turno. —aguardé pacientemente. Podía tolerar a una impredecible rentable, pero no a una que no aportara ni como utensilio ni como herramienta.
—Con una señorita con vuestra especialidad, vuestra merced comprenderéis que sentido alguno no tiene querer burlaros —indiqué sutilmente con mis ojos hacia el costado del callejón que daba a la calle, dándoos a entender que entre nosotros no existía mayor barrera que la propia de una relación profesional y que mi precaución y para con aquellos ajenos a ella — Vos tenéis vuestro métodos laborales y yo mis cláusulas personales.
Oíros hablar podía ser impactante para un ciudadano común y corriente, pero para quienes habíamos recorrido las prisiones de nuestros territorios para juzgar personalmente a las mentes más peligrosas del Imperio, discursos como los vuestros eran poemas frecuentes al interior de las húmedas cloacas. Sin lugar a dudas que en una Corte os apresarían antes de que terminarais la primera frase, pero el escenario dejaba atrás las tapices y cortinajes finos para dar lugar al reino del empedrado solitario y clandestino de un callejón. Las cosas ahí cambiaban ligeramente y podía darme el placer de no tener que actuar de acuerdo a los protocolos establecidos. Ahí podía escucharos decir todas las memeces que pretendierais.
—Me parece que me han contactado con una informante competente. Insisto, no sugiráis que no sé con quién estoy hablando. Veréis que si os he convocado aquí poniendo en riesgo la integridad que me es perseguida no ha sido para subestimaros, sino al contrario —entonces dejé de hablar. ¿De qué os servirían las palabras si habíais olvidado oír aquello que estaba fuera de vuestra mente? Suspiré sin haceros mueca alguna. Era mi intención escucharos, aunque las palabras no siempre significaran algo que decir— Por favor, decidme qué puedo ofreceros.
Daros cuenta la magnitud de cada cosa que pedíais era como pedir que volvierais a nacer de una manera limpia, sin heredar ninguna clase de don o maldición sobrenatural; algo imposible e impensable. Debíais llevar álbumes de años sobre la faz de la tierra como para codiciar personas para fines tan egoístas y dañinos, pues alguien de años promedio se contentaría con tener un harem a su disposición; no vuestra merced. Me pedíais más que cuerpos; pedíais las sensaciones que dichos obsequios pudieran brindaros y experimentar por vos. Y lo peor de todas vuestras exigencias era que no me costaba nada más que un par de frases para conseguirlas todas y cada una de ellas y en ese momento agradecí al cielo por no permitiros tener un poder como el mío, porque ya me hacía la imagen mental de cómo quemaríais el cielo con vuestro fuego avasallador.
Vuestro último punto hizo que arrugara mis labios no por temor a lastimaros a vos o a cualquier persona que se encontrara cerca al instante de mi transformación, sino porque nada bueno me había ocurrido en dichas noches. Me hacíais recordar cuánto ambicionaba no experimentar aquello y enterrarlo como un pasado desechable; que mi alma vendara las heridas que mi maldición había generado. ¡Que la luna me contestara por qué a pesar de las nefastas consecuencias todavía agradecía que aquel licántropo me hubiera salvado de la muerte! c
—Aún no lo sé. Tengo expertos trabajando en eso —os contesté con la verdad— Mas si os importante tanto, puedo enviar a un muchacho a informároslo en cuanto sepa. Eso siempre y cuando lo que me digáis resulte útil a mis fines.
Y fue allí cuando únicamente me enfoqué en vos, en esa loca y astuta fémina de cabello rubio para que supiera que no iba a hacerme retroceder con sus artimañas de asesina natural. Si debo confesaros algo, dan más miedo los asesinos cercanos como los que me asechaban cuando hablé con vos.
—Os traeré aquello que me habéis pedido. He puesto la mercancía sobre la mesa. Ahora es vuestro turno. —aguardé pacientemente. Podía tolerar a una impredecible rentable, pero no a una que no aportara ni como utensilio ni como herramienta.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Que no nos escuchen - Salomé Ameris
Eso era porque nadie la conocía realmente, muchos podrían pensar que su diversión venia de las grandes cosas, extravagantes y extrañas, pero se conformaba con las más pequeñas cosas, cosas que para otros eran cosas triviales, pero ella sabia sacarle la belleza a lo ordinario. Dejo salir una risilla de satisfacción, sabía que no era muy difícil, siempre se las ponía fácil, a la primera… le sorprendió un poco que tuviera “expertos” en aquello, eso delataba lo joven que era y lo inexperto que lograba ser en su otro yo… seria mas divertido así, pero ahora tenía trabajo, pero aun así se divertiría haciendo toda clase de travesuras que era las que siempre le identificaban de forma rápida.
Movió su rostro haciendo una leve mueca… -¿Mi turno?- dijo en noto inocente para luego reír –Siempre es mi turno de jugar!- rio suavemente, no quería que el otro se pudiera histérico al sentir que sus risitas podrían llamar a un curioso. Noto en su mirada la preocupación de que alguien pudiera llegar a verlos –Ahs… deja de estar preocupándote tanto que me pones los pelos de punta- termino diciendo ella gruñendo como felino ya harto de aquel sentimiento que tenia –Si alguien viene y nos ve, solamente pensara que somos dos amantes buscando algo de pasión escondidos de los ojos de los mas reservados- se relamió los labios. ¡Olvídalo! Nunca se enredaría con alguien así, es muy joven para ella, además no es su tipo, es un perro ¡un perro! Son agua y aceite –Se que nuestra relación no puede ser- confeso mientras realizaba algún acto de una obra dramática. –Además… prefiero a las féminas antes que a los hombres- confeso rápidamente.
Las mujeres, aquellas cositas dulces con cintura estrecha, esas eran hecha para ella, los hombres venían de un molde no muy atractivo para ella, aunque debía admitir que les gustaba hasta cierto punto, dependiendo de lo tan masculino y lo suficientemente pacientes que eran para soportarla, en pocas palabras… ¿amantes hombres? Había tenido muy pocos ¿Amantes mujeres? De todas las clases y de todos los colores. Eso le recordó lo rico que se movían las morenas, tan sumisas, tan dulces y temerosas… te estás distrayendo Salome, lo sé, lo sé… ¿No hago eso siempre?. Quería verlo explotar, hacer una rabieta de la que luego ella se burlaría abiertamente.
-Entooonces…- ladeo su cabeza, se rasco su cabellera, miro hacia un lado como si algo la hubiera distraído, para luego mirarlo con aire de perdida -¿Qué era lo que querías saber?- ella misma dio un golpe en su cabeza –Cazadores, inquisidores, lugares los cuales debes alejarte- se dijo a si misma mientras veía un aire pensativo en ella –Bueno… déjame decirte que estas en peligro en todo lugar, Paris está minado de cazadores; cazarecompensas que siempre estarán pendientes de un premio mayor- dijo ella alzándose los hombros –Pero estos, como los inquisidores humanos no son mucho problemas, casi siempre hacen de guarda espaldas o son elite, es decir, de clase alta y se pavonean como todos lo hacen, pero su olor es inconfundible, sus manos huelen a sangre sobrenatural- se cruzo de brazos mientras pensaba que mas podía decir –En lo que más debes cuidarte son de nosotros y con “nosotros” quiero decir que soy uno de ellos por simple cariño que tengo y que es bueno en ocasiones pertenecer a “ellos”- dejo salir una leve risa –Aunque bueno… ellos quieren matarme apenas me ven- ¿De quién hablaba? Era fácil saberlo… bueno para ella sí, debía recordar que este no era un vampiro que podía leer la mente, ese era un poder que no tenían ellos… hasta donde sabia Salome –Cuídate de los condenados- le advirtió con su noto de voz seria –Son las plagas de las plagas, te lo digo… porque yo fui una de las primeras y mírame-
Movió su rostro haciendo una leve mueca… -¿Mi turno?- dijo en noto inocente para luego reír –Siempre es mi turno de jugar!- rio suavemente, no quería que el otro se pudiera histérico al sentir que sus risitas podrían llamar a un curioso. Noto en su mirada la preocupación de que alguien pudiera llegar a verlos –Ahs… deja de estar preocupándote tanto que me pones los pelos de punta- termino diciendo ella gruñendo como felino ya harto de aquel sentimiento que tenia –Si alguien viene y nos ve, solamente pensara que somos dos amantes buscando algo de pasión escondidos de los ojos de los mas reservados- se relamió los labios. ¡Olvídalo! Nunca se enredaría con alguien así, es muy joven para ella, además no es su tipo, es un perro ¡un perro! Son agua y aceite –Se que nuestra relación no puede ser- confeso mientras realizaba algún acto de una obra dramática. –Además… prefiero a las féminas antes que a los hombres- confeso rápidamente.
Las mujeres, aquellas cositas dulces con cintura estrecha, esas eran hecha para ella, los hombres venían de un molde no muy atractivo para ella, aunque debía admitir que les gustaba hasta cierto punto, dependiendo de lo tan masculino y lo suficientemente pacientes que eran para soportarla, en pocas palabras… ¿amantes hombres? Había tenido muy pocos ¿Amantes mujeres? De todas las clases y de todos los colores. Eso le recordó lo rico que se movían las morenas, tan sumisas, tan dulces y temerosas… te estás distrayendo Salome, lo sé, lo sé… ¿No hago eso siempre?. Quería verlo explotar, hacer una rabieta de la que luego ella se burlaría abiertamente.
-Entooonces…- ladeo su cabeza, se rasco su cabellera, miro hacia un lado como si algo la hubiera distraído, para luego mirarlo con aire de perdida -¿Qué era lo que querías saber?- ella misma dio un golpe en su cabeza –Cazadores, inquisidores, lugares los cuales debes alejarte- se dijo a si misma mientras veía un aire pensativo en ella –Bueno… déjame decirte que estas en peligro en todo lugar, Paris está minado de cazadores; cazarecompensas que siempre estarán pendientes de un premio mayor- dijo ella alzándose los hombros –Pero estos, como los inquisidores humanos no son mucho problemas, casi siempre hacen de guarda espaldas o son elite, es decir, de clase alta y se pavonean como todos lo hacen, pero su olor es inconfundible, sus manos huelen a sangre sobrenatural- se cruzo de brazos mientras pensaba que mas podía decir –En lo que más debes cuidarte son de nosotros y con “nosotros” quiero decir que soy uno de ellos por simple cariño que tengo y que es bueno en ocasiones pertenecer a “ellos”- dejo salir una leve risa –Aunque bueno… ellos quieren matarme apenas me ven- ¿De quién hablaba? Era fácil saberlo… bueno para ella sí, debía recordar que este no era un vampiro que podía leer la mente, ese era un poder que no tenían ellos… hasta donde sabia Salome –Cuídate de los condenados- le advirtió con su noto de voz seria –Son las plagas de las plagas, te lo digo… porque yo fui una de las primeras y mírame-
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Re: Que no nos escuchen - Salomé Ameris
¿Qué mayor ejemplo que vos misma, mi felina mademoiselle? Erais un peligro hasta para vos misma; típico de felinos. Había visto esa conducta en mis viajes a lo largo del globo terráqueo y siempre me había intrigado la manera en que los gatos se atacaban entre ellos, incluso arrancándose la piel antes de saludarse. Los leopardos huían de los leones y los leones huían de otros leones; felinos con todas sus letras. De hecho, era mejor para vos que no os encontrarais con alguien como vos o se formaría una mezcla explosiva difícil de contener. Había olido más sangre en vuestros “colegas” que en los cazadores e inquisidores humanos; no me cabía la menor duda que era porque sus habilidades tan aborrecidas por la Iglesia les daban una ventaja que el resto sólo podía imaginar y envidiar.
— Así es, mademoiselle. Efectivamente reflejáis un sinnúmero de cosas que los demás condenados ocultan por presiones de la inquisición—os observé con detenimiento, fijándome en la inquietud de vuestras líneas de expresión; estabais diciendo la verdad— Habiendo formado parte de ese grupo que actualmente os caza, sabréis también cuáles son sus métodos. No ahondaré en detalles, por supuesto, pero sí en algo fundamental para planificar de qué forma eludir sus artimañas e intentos de descubrirme.
Una ráfaga de viento entró por el callejón haciendo vuestro pelo dorado seguir el ritmo del aire danzante, como si éste os llevara a las féminas que tanto apetecíais. ¿Os habrían derribado alguna vez? Mis instintos de lupino o de humano, yo ya no sé cuáles son los que me susurran con vehemencia, me contaban que más me valía no indagar demasiado en los oscuros pasajes de vuestra vida —aún más penumbrosos que el callejón que teníamos de escenario— si no quería veros perder la poca cordura que os quedaba; sería como un ave espantada por un rayo, impactándose sin control contra las paredes de su jaula y lastimando sus alas hasta verlas sangrar. Podía ser que no nos cayéramos para nada de bien, pero prefería pasar mis manos por aceite hirviendo hasta ver mi piel carcomida que desear que vuestra alma se desordenara a tal punto que vuestra merced resultase irreconocible hasta para sí misma.
Sólo negocios, sí. Aquella distancia profesional sería suficiente para evitar que dos polos notoriamente opuestos se partieran a la mitad en medio de un enfrentamiento sin sentido. Me brindarías la información necesaria a cambio de un precio acordado. Y sin siquiera percatarnos del paso del tiempo, ambos nos veríamos por satisfechos en nuestras demandas. Estaba tan seguro de ello como que el sol saldrá.
—Entiendo que los condenados presentáis una manera bastante particular de atraer a vuestra presa —acariciaba mi mentón, esperando que los destellos de vuestros ojos me indicaran cuánto crecía o disminuía vuestra aversión por mí— Los humanos predican ser los amos del universo, pero hasta ellos conocen cuán pequeños son ante la voluntad de la naturaleza que nos ha preferido a nosotros para otorgarnos nuestras respectivas condiciones y por eso es que actúan por debajo; el instinto de supervivencia le gana a la altanería. Pues bien, ¿cómo puedo esperar que me aborden aquellos que a veces son vuestro amigos, pero últimamente vuestros enemigos? ¿Puedo esperar que en la mitad de un baile osadamente se abalancen sobre mí o prefieren las tácticas humanas?
Os imaginé a vos y a mí en medio de un baile, una fiesta cualquiera en la cual yo estaría bailando ágilmente como siempre y vos miraríais escéptica a la multitud para luego hacer lo que os diera la gana, como beber, reír sola o cualquier cosa que soléis hacer. En medio de ese festejo soñé que uno de los invitados me sonreía, mostrando sus colmillos de vampiros y luego me mordía, causándome un dolor tan grande que me obligaba a caer de rodillas y rugir como bestia. Os veía a vos riendo desde una esquina, aplaudiendo mi agonía y brindando por el derramamiento de sangre de un licántropo de la realeza.
Admito que me es costoso dilucidar a quiénes aborrecéis más; si a la inquisición que todo os quitó o a la realeza por haberlo permitido.
— Así es, mademoiselle. Efectivamente reflejáis un sinnúmero de cosas que los demás condenados ocultan por presiones de la inquisición—os observé con detenimiento, fijándome en la inquietud de vuestras líneas de expresión; estabais diciendo la verdad— Habiendo formado parte de ese grupo que actualmente os caza, sabréis también cuáles son sus métodos. No ahondaré en detalles, por supuesto, pero sí en algo fundamental para planificar de qué forma eludir sus artimañas e intentos de descubrirme.
Una ráfaga de viento entró por el callejón haciendo vuestro pelo dorado seguir el ritmo del aire danzante, como si éste os llevara a las féminas que tanto apetecíais. ¿Os habrían derribado alguna vez? Mis instintos de lupino o de humano, yo ya no sé cuáles son los que me susurran con vehemencia, me contaban que más me valía no indagar demasiado en los oscuros pasajes de vuestra vida —aún más penumbrosos que el callejón que teníamos de escenario— si no quería veros perder la poca cordura que os quedaba; sería como un ave espantada por un rayo, impactándose sin control contra las paredes de su jaula y lastimando sus alas hasta verlas sangrar. Podía ser que no nos cayéramos para nada de bien, pero prefería pasar mis manos por aceite hirviendo hasta ver mi piel carcomida que desear que vuestra alma se desordenara a tal punto que vuestra merced resultase irreconocible hasta para sí misma.
Sólo negocios, sí. Aquella distancia profesional sería suficiente para evitar que dos polos notoriamente opuestos se partieran a la mitad en medio de un enfrentamiento sin sentido. Me brindarías la información necesaria a cambio de un precio acordado. Y sin siquiera percatarnos del paso del tiempo, ambos nos veríamos por satisfechos en nuestras demandas. Estaba tan seguro de ello como que el sol saldrá.
—Entiendo que los condenados presentáis una manera bastante particular de atraer a vuestra presa —acariciaba mi mentón, esperando que los destellos de vuestros ojos me indicaran cuánto crecía o disminuía vuestra aversión por mí— Los humanos predican ser los amos del universo, pero hasta ellos conocen cuán pequeños son ante la voluntad de la naturaleza que nos ha preferido a nosotros para otorgarnos nuestras respectivas condiciones y por eso es que actúan por debajo; el instinto de supervivencia le gana a la altanería. Pues bien, ¿cómo puedo esperar que me aborden aquellos que a veces son vuestro amigos, pero últimamente vuestros enemigos? ¿Puedo esperar que en la mitad de un baile osadamente se abalancen sobre mí o prefieren las tácticas humanas?
Os imaginé a vos y a mí en medio de un baile, una fiesta cualquiera en la cual yo estaría bailando ágilmente como siempre y vos miraríais escéptica a la multitud para luego hacer lo que os diera la gana, como beber, reír sola o cualquier cosa que soléis hacer. En medio de ese festejo soñé que uno de los invitados me sonreía, mostrando sus colmillos de vampiros y luego me mordía, causándome un dolor tan grande que me obligaba a caer de rodillas y rugir como bestia. Os veía a vos riendo desde una esquina, aplaudiendo mi agonía y brindando por el derramamiento de sangre de un licántropo de la realeza.
Admito que me es costoso dilucidar a quiénes aborrecéis más; si a la inquisición que todo os quitó o a la realeza por haberlo permitido.
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Re: Que no nos escuchen - Salomé Ameris
En algún momento de nuestras vidas, tarde o temprano, encontraremos que el dios que nos ha estado enseñado a amar, es una farsa total, una simple imagen a quien debemos adorar y ser fieles hasta el fin de nuestros días. Afortunados como ella logran escapar de las garras de una cruel y maldita religión como era el cristianismo católico, que promocionaba las guerras y las hacia correctas con solamente poner la siguiente palabra a un lado de el sinónimo de catástrofe. ¿Entonces? La guerra Santa… aquellas palabras juntas ¿cambiaban el significado de todo en la historia? La iglesia, una mafia organizada y perfecta era la correcta para masacrar a todos los no creyentes y mover las piezas como más le gustaba, así que, si, la palabra cobraba otro significado… estáis matando bajo la gracia de dios…
Escuchaba las inquietudes del ser que la había contratado mientras en su mente había un pequeño debate, un leve y rápido análisis de lo que significaba matar bajo la inquisición, la sangre era igual, las heridas comunes, nada cambiaba solamente que se unían dos palabras. Suspiro, larga y tediosamente, su hermana era más paciente, menos imprudente y tal vez la inteligente de las dos. Ella era la impulsiva, la que buscaba ir a la acción sin importar cuantas bajas se cobraran. Las tácticas se la dejaba a Lucia, pero ahora ella no estaba y su labor como Ameris, era buscar sobrevivir no importaba cual fuera el precio. Tristeza recorría su alma, siempre la habría, la locura era una forma eficaz de olvidar todo, distraer la mente para evitar caer en algo peor.
Su rostro se retorció levemente, negando rápidamente mientras escuchaba las preocupaciones exageradas del hombre, ya sentía que era inútil decir que se relajara, su cuerpo estaba tan tengo que sentía que si le quitaba la cabeza en esos momentos, la presión haría un hermosa fuente carmesí, las paredes altas se maquillarían de un color rojo que poco a poco se volvería algo oscuro, pero aun así la belleza de ver ese espectáculo sería maravilloso, no debía hacer mucho, solamente acercarse a él, sujetar sus manos cerca de su cuello, tal vez instintivamente el contrario buscaría dar pelea, pero la cambiante era buena con la lucha cuerpo a cuerpo, podría convertirse en puma y de un zarpazo simplemente romperle el cuello, claro, lo haría, tenía unos enormes deseos y una gran curiosidad de saber hasta dónde llegaría la marca de su sangre, pero de detendría en sus pensamientos, ningún musculo se movería en contra de el, bueno, al menos no hasta estos momentos.
-El único consejo que le puedo dar es, nunca vaya solo, nunca este solo, siempre este rodeado de personas importantes, agentes, humanos… sea más discreto y misterioso de lo que es cuando ante hablando con personas del bajo mundo- cruzo sus brazos, los poso por debajo de sus pronunciados y redondos senos, mientras sentía como las palabras y consejos se aglomeraban en su cabeza, pero debía ordenarlas, cada una debía poderlas en orden antes de decirlas –Ellos no atacan como bestias, son especialistas… ¿usted que cree que somos? ¿Bestias? Eso es usted…- sonrió ampliamente mirándole a los ojos desafiante, buscando cierto reproche, cierto reto en donde poder alegar. ¿Acaso creyó que todo iba a hacer color de rosas? Trataba con Salome Ameris… no con cualquier informante –hay espías que estarán oliéndote el trasero, soldados compartiendo el vino con usted, bibliotecarios que archivaran todos sus registros y relatos de momentos “extraños”- se alzo los hombros –todos buscaran algo que usted no debe darles… un momento de privacidad, una brecha en donde se encuentre solo… aunque es mejor solo que mal acompañado, en esta ocasión es al contrario- no podía hacer mucho por él, solamente explicarle cómo funcionaba aquel mundo y como cada engranaje se movía, de resto, dependía de aquel señor…
-Puedo hacer algo…- dijo ella luego de una pausa -Creo que por allí debo tener una lista de los inquisidores que rondan actualmente parís, pero no estoy segura, debo revisar entre mis papeles- agito su mano en el aire para quitarle cierta importancia, la posiciono en donde había estado, entrecerrando sus ojos levemente mientras buscaba apoyarse en la pared que estuviera más cerca… aun pensando que fueran más bonitas pintadas de rojo…
Escuchaba las inquietudes del ser que la había contratado mientras en su mente había un pequeño debate, un leve y rápido análisis de lo que significaba matar bajo la inquisición, la sangre era igual, las heridas comunes, nada cambiaba solamente que se unían dos palabras. Suspiro, larga y tediosamente, su hermana era más paciente, menos imprudente y tal vez la inteligente de las dos. Ella era la impulsiva, la que buscaba ir a la acción sin importar cuantas bajas se cobraran. Las tácticas se la dejaba a Lucia, pero ahora ella no estaba y su labor como Ameris, era buscar sobrevivir no importaba cual fuera el precio. Tristeza recorría su alma, siempre la habría, la locura era una forma eficaz de olvidar todo, distraer la mente para evitar caer en algo peor.
Su rostro se retorció levemente, negando rápidamente mientras escuchaba las preocupaciones exageradas del hombre, ya sentía que era inútil decir que se relajara, su cuerpo estaba tan tengo que sentía que si le quitaba la cabeza en esos momentos, la presión haría un hermosa fuente carmesí, las paredes altas se maquillarían de un color rojo que poco a poco se volvería algo oscuro, pero aun así la belleza de ver ese espectáculo sería maravilloso, no debía hacer mucho, solamente acercarse a él, sujetar sus manos cerca de su cuello, tal vez instintivamente el contrario buscaría dar pelea, pero la cambiante era buena con la lucha cuerpo a cuerpo, podría convertirse en puma y de un zarpazo simplemente romperle el cuello, claro, lo haría, tenía unos enormes deseos y una gran curiosidad de saber hasta dónde llegaría la marca de su sangre, pero de detendría en sus pensamientos, ningún musculo se movería en contra de el, bueno, al menos no hasta estos momentos.
-El único consejo que le puedo dar es, nunca vaya solo, nunca este solo, siempre este rodeado de personas importantes, agentes, humanos… sea más discreto y misterioso de lo que es cuando ante hablando con personas del bajo mundo- cruzo sus brazos, los poso por debajo de sus pronunciados y redondos senos, mientras sentía como las palabras y consejos se aglomeraban en su cabeza, pero debía ordenarlas, cada una debía poderlas en orden antes de decirlas –Ellos no atacan como bestias, son especialistas… ¿usted que cree que somos? ¿Bestias? Eso es usted…- sonrió ampliamente mirándole a los ojos desafiante, buscando cierto reproche, cierto reto en donde poder alegar. ¿Acaso creyó que todo iba a hacer color de rosas? Trataba con Salome Ameris… no con cualquier informante –hay espías que estarán oliéndote el trasero, soldados compartiendo el vino con usted, bibliotecarios que archivaran todos sus registros y relatos de momentos “extraños”- se alzo los hombros –todos buscaran algo que usted no debe darles… un momento de privacidad, una brecha en donde se encuentre solo… aunque es mejor solo que mal acompañado, en esta ocasión es al contrario- no podía hacer mucho por él, solamente explicarle cómo funcionaba aquel mundo y como cada engranaje se movía, de resto, dependía de aquel señor…
-Puedo hacer algo…- dijo ella luego de una pausa -Creo que por allí debo tener una lista de los inquisidores que rondan actualmente parís, pero no estoy segura, debo revisar entre mis papeles- agito su mano en el aire para quitarle cierta importancia, la posiciono en donde había estado, entrecerrando sus ojos levemente mientras buscaba apoyarse en la pared que estuviera más cerca… aun pensando que fueran más bonitas pintadas de rojo…
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Re: Que no nos escuchen - Salomé Ameris
El consejo que me dabais era un tanto difícil de cumplir para mí; amaba mi soledad en ese entonces, y sí, podría decirse que aún ahora, pero no podía ignorar el hecho de que —a pesar de vuestra evidente vesania— se trataba de una buena sugerencia. Nuevamente debería utilizar los artilugios propios de la realeza con el fin de salvaguardarme. Siempre era mejor ser un misterioso líder del grupo que un ruidoso miembro del montón. No obstante, no podía evitar pensar en que nuestra propia reunión venía siendo una contradicción a aquello; podía ser que vuestra cuna fuera la de una sultana, pero vuestras movidas en el bajo mundo os habían pasado la cuenta mental y conductualmente. La experiencia me decía que aquella era una marca casi imposible de borrar.
Como ocurría con todo licántropo durante las noches, mis sentidos se agudizaban también. Fue por ello que mi percepción sobre vuestra aura también mejoró, y percibí aquella neblina de colores difusos en la que estabais inmersa. No pude apreciar con total claridad el centro de vuestra persona, pero sí todo aquello que lo envolvía; de repente un destello de felicidad injustificada daba el similor de que estabais conforme con vuestra vida, y también que el jugar con personalidades mesuradas como la mía os causaba auténtica dicha. Sí, todo aquello era el envoltorio, y aunque no pudiera apreciar con claridad aquello que tan afanosamente queríais ocultar, algo me decía que hacía vuestro andar pesado y escabroso, y que se trataba de un cúmulo de cosas que no ansiabais compartir, porque nadie lo entendería.
Por estos hallazgos a los que me permitieron llegar mis sentidos es que no tomé mayor atención a vuestras insolencias, a pesar de que otro miembro de la realeza ya os hubiera amenazado para esas alturas. Yo entendía una parte vuestra que los demás no podían ver; a quien atacabais no era a mí, sino a aquella parte desolada que debíais alejar a gritos sin fondo. Si bien no me agradabais —ni yo a vuestra merced ni en lo más mínimo— no le deseaba ni a mi peor enemigo caer en la falta de criterio exacerbada para callar las penurias y seguir viviendo; hasta el día de hoy pienso lo mismo. Era degradante para mí ver vuestra falta de virtud, pero apartando eso, vos erais una fuente valiosa de información, y con tantos enemigos rodeándome dentro y fuera de las cortes, era menester ignorar aquella parte que odiaba de vos y enfocarme en la más útil y acertada.
Analizaba cada una de las palabras que me entregabais, desechando —por supuesto— aquellas que conformaban un penoso intento de lastimarme, pero no rebatiendo ninguna. A pesar de vuestra falta de noción de la realidad, las cosas técnicas las manejabais óptimamente.
—Sería tan fácil para ellos delatarme si llegaran a sospechar de mí —pensaba mientras acariciaba mi barbilla, preguntándome si era prudente seguiros— Si bien puedo permanecer inmutable en mi comportamiento, si tan solo uno de ellos tiene la más mínima sospecha de que soy licántropo, nada le costaría provocar un sonido agudo para delatar la sensibilidad de mis oídos lupinos. Si hace eso mientras estoy acompañado, tendría que matarlo a él y a quienes estuvieran presentes.
Reíos de mí embriagada por vuestra propia insensatez si así lo queréis, pero lo que menos quería hacer era lastimar a inocentes; mi primera víctima no había tenido culpa de nada, y no quería repetir ese desastroso resultado. Si quería evitar derramar sangre no involucrada, lo mejor que podía hacer era seguiros para enterarme de los inquisidores franceses que asechaban en París, de sus nombres y de sus rostros. Al menos así podría armar un plan de acción a tiempo para acorralar a mi cazador, y para que no resultara ser yo el sin cabeza al finalizar la jornada.
Ajusté mi antifaz sobre mi rostro, viéndoos decididamente a través de sus orificios oculares. ¿Qué tenía al frente? A vos; una felina que caminaba hacia delante, y luego hacia los lados, para posteriormente no llegar a ningún lugar. ¿Sobre mí? Todavía me quedaba cordura, algún humano sumergido entre tanta bestialidad, pero también caminaba hacia delante, sin intenciones de llegar a ningún puerto fijo. ¿Por qué? ¿Entenderíais si os dijera que fue el último deseo de quien hubiera sido la madre de mis hijos y que vivo por ella? Tal vez en otra época, en donde todavía conservabais vuestra humanidad, lo hubierais comprendido.
Suspiré resignado ante la opción más imprudentemente sensata que podía tomar.
—Estoy interesado y dispuesto a oír vuestra lista, signorina. La oferta que os he hecho no disminuirá. Debo deciros, además, que no os habéis equivocado en recalcarme la bestia que hay en mí —sí, entré por unos instantes dentro de vuestro juego— pero como ocurre con cada bestia, hay un cazador dispuesto a ir por ella. Saber identificarlos es el primer paso de defensa de la alimaña y la más importante baja en el ataque del cazador.
Como ocurría con todo licántropo durante las noches, mis sentidos se agudizaban también. Fue por ello que mi percepción sobre vuestra aura también mejoró, y percibí aquella neblina de colores difusos en la que estabais inmersa. No pude apreciar con total claridad el centro de vuestra persona, pero sí todo aquello que lo envolvía; de repente un destello de felicidad injustificada daba el similor de que estabais conforme con vuestra vida, y también que el jugar con personalidades mesuradas como la mía os causaba auténtica dicha. Sí, todo aquello era el envoltorio, y aunque no pudiera apreciar con claridad aquello que tan afanosamente queríais ocultar, algo me decía que hacía vuestro andar pesado y escabroso, y que se trataba de un cúmulo de cosas que no ansiabais compartir, porque nadie lo entendería.
Por estos hallazgos a los que me permitieron llegar mis sentidos es que no tomé mayor atención a vuestras insolencias, a pesar de que otro miembro de la realeza ya os hubiera amenazado para esas alturas. Yo entendía una parte vuestra que los demás no podían ver; a quien atacabais no era a mí, sino a aquella parte desolada que debíais alejar a gritos sin fondo. Si bien no me agradabais —ni yo a vuestra merced ni en lo más mínimo— no le deseaba ni a mi peor enemigo caer en la falta de criterio exacerbada para callar las penurias y seguir viviendo; hasta el día de hoy pienso lo mismo. Era degradante para mí ver vuestra falta de virtud, pero apartando eso, vos erais una fuente valiosa de información, y con tantos enemigos rodeándome dentro y fuera de las cortes, era menester ignorar aquella parte que odiaba de vos y enfocarme en la más útil y acertada.
Analizaba cada una de las palabras que me entregabais, desechando —por supuesto— aquellas que conformaban un penoso intento de lastimarme, pero no rebatiendo ninguna. A pesar de vuestra falta de noción de la realidad, las cosas técnicas las manejabais óptimamente.
—Sería tan fácil para ellos delatarme si llegaran a sospechar de mí —pensaba mientras acariciaba mi barbilla, preguntándome si era prudente seguiros— Si bien puedo permanecer inmutable en mi comportamiento, si tan solo uno de ellos tiene la más mínima sospecha de que soy licántropo, nada le costaría provocar un sonido agudo para delatar la sensibilidad de mis oídos lupinos. Si hace eso mientras estoy acompañado, tendría que matarlo a él y a quienes estuvieran presentes.
Reíos de mí embriagada por vuestra propia insensatez si así lo queréis, pero lo que menos quería hacer era lastimar a inocentes; mi primera víctima no había tenido culpa de nada, y no quería repetir ese desastroso resultado. Si quería evitar derramar sangre no involucrada, lo mejor que podía hacer era seguiros para enterarme de los inquisidores franceses que asechaban en París, de sus nombres y de sus rostros. Al menos así podría armar un plan de acción a tiempo para acorralar a mi cazador, y para que no resultara ser yo el sin cabeza al finalizar la jornada.
Ajusté mi antifaz sobre mi rostro, viéndoos decididamente a través de sus orificios oculares. ¿Qué tenía al frente? A vos; una felina que caminaba hacia delante, y luego hacia los lados, para posteriormente no llegar a ningún lugar. ¿Sobre mí? Todavía me quedaba cordura, algún humano sumergido entre tanta bestialidad, pero también caminaba hacia delante, sin intenciones de llegar a ningún puerto fijo. ¿Por qué? ¿Entenderíais si os dijera que fue el último deseo de quien hubiera sido la madre de mis hijos y que vivo por ella? Tal vez en otra época, en donde todavía conservabais vuestra humanidad, lo hubierais comprendido.
Suspiré resignado ante la opción más imprudentemente sensata que podía tomar.
—Estoy interesado y dispuesto a oír vuestra lista, signorina. La oferta que os he hecho no disminuirá. Debo deciros, además, que no os habéis equivocado en recalcarme la bestia que hay en mí —sí, entré por unos instantes dentro de vuestro juego— pero como ocurre con cada bestia, hay un cazador dispuesto a ir por ella. Saber identificarlos es el primer paso de defensa de la alimaña y la más importante baja en el ataque del cazador.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Que no nos escuchen - Salomé Ameris
Los movimientos de salome, eran como siempre, algo impacientes, sintiendo que le arrancaría la cabeza en cualquier momento, a aquel imbécil, si no deseaba sentirse hostigado ni vigilado, no fuera ido con la Madame Salome. Tenía varias cosas que decirle, pero con tan poco tiempo, era mejor hacerlo en otra ocasión, no por Salome, ella podría estar junto a él, aclarando y contando anécdotas que llegaban a su funeraria, que de algún modo u otro tendrían referencia con lo que le estaba pasando a su joven cliente, aun así, no le gustaba ir con apuros, ella era una gata que se movía de forma sigilosa, tranquila, meneando las caderas, sin temor a que la inquisición le pinchara los talones, porque ella era antigua y a los antiguos se respetan. Los antiguos se vuelven leyendas, las leyendas se convierten en ídolos, aun estaba segura ella, que entre los condénanos, se contaban las primeras aventuras de ese escuadrón y como las gemelas, llegaban a ser las mejores en aquel ámbito.
Las primeras, las mejores, las pioneras, las traidoras. Pero en aquel mundo había tantas traiciones, que debería pedirle prestado sus pies y sus manos, para poder completar la cuenta, con otras extremidades mas que estaba guardando. El análisis del hombre era como los demás, sintió como comenzaba aburrirla, mientras este parecía, estar analizando lo que ella le había dicho, Salome miro hacia un lado, encontrando hermoso, como las sombras de extraños comenzaban a acercarse cada vez más a un lugar estrecho, como eso, no había espacio para los demás, no le gustaba la idea de tener gente a la hora de té y menos en un lugar tan estrecho, en donde la fiesta solamente se volvería sosa.
-Entiende algo…- le dijo Salome, buscando encontrar las palabras mas rápidas –Estamos bajo el yugo de la iglesia, no importa cuánto dinero o poder político tengas, la religión es lo que manda en esta era y lo hará por muchos años, hasta que ustedes; los imbéciles. Abran los ojos- se alzo de hombros. Comenzaban a tener un fin, para comenzar con el inicio y eso le encantaba a Salome, sin intenciones claras de explicar las razones de su acentuada prisa, miro hacia un lado de reojo, notando que las sombras se habían ido, como fantasmas que siempre le asechaban. –Le daré la lista, el día después de la perdida de humanidad, que se; gracias a mis conocimientos de las fases lunares. Que será muy pronto- una amplia sonrisa se aproximo a sus labios, su cuerpo comenzaba a estar peligrosamente cerca de su cuerpo. Lo miro de arriba hacia abajo, oliendo lo que podría estar detrás del antifaz.
-Le daré un consejo… asi que comience a limpiar sus oídos para que los oiga bien – aclaro su garganta un poco – Si es de la alta sociedad, solamente tiene que mantener al rey feliz de espadas feliz – no hubo sonrisa en su rostro, esta parecía haber desvanecido completamente, dejando un rostro detenido, pero aun así, que seguía los rígidos años que tocaban su cuerpo. Mientras la iglesia esta contenta, no debía preocuparse, los inquisidores no pierden su tiempo en sospechas no verificadas. Su cuerpo se alejo repentinamente, esta comenzó a caminar, alejándose del lugar, como si no importara, que el contrario se quedara en ese lugar en solitario –Espero vernos pronto Sr antifaz, no olvide a mis amores, estoy ansiosa de verlos…- saludo con la mano, mientras se alejaba acentuando las caderas, como si no le importara llegar a la calle escandalizar a la gente con su presencia –ahhh…. Por cierto, las paredes tienen oídos y todo lo que pueda decir, será utilizado en su contra- se detuvo por unos momentos, hasta que un carruaje negro, digno de una funeraria se detuvo, de la cual bajo una joven, que mantuvo la cabeza baja, quedándose a un lado del carruaje, hasta que la gata se termino subiendo y está detrás de ella, para irse completamente del lugar.
Las primeras, las mejores, las pioneras, las traidoras. Pero en aquel mundo había tantas traiciones, que debería pedirle prestado sus pies y sus manos, para poder completar la cuenta, con otras extremidades mas que estaba guardando. El análisis del hombre era como los demás, sintió como comenzaba aburrirla, mientras este parecía, estar analizando lo que ella le había dicho, Salome miro hacia un lado, encontrando hermoso, como las sombras de extraños comenzaban a acercarse cada vez más a un lugar estrecho, como eso, no había espacio para los demás, no le gustaba la idea de tener gente a la hora de té y menos en un lugar tan estrecho, en donde la fiesta solamente se volvería sosa.
-Entiende algo…- le dijo Salome, buscando encontrar las palabras mas rápidas –Estamos bajo el yugo de la iglesia, no importa cuánto dinero o poder político tengas, la religión es lo que manda en esta era y lo hará por muchos años, hasta que ustedes; los imbéciles. Abran los ojos- se alzo de hombros. Comenzaban a tener un fin, para comenzar con el inicio y eso le encantaba a Salome, sin intenciones claras de explicar las razones de su acentuada prisa, miro hacia un lado de reojo, notando que las sombras se habían ido, como fantasmas que siempre le asechaban. –Le daré la lista, el día después de la perdida de humanidad, que se; gracias a mis conocimientos de las fases lunares. Que será muy pronto- una amplia sonrisa se aproximo a sus labios, su cuerpo comenzaba a estar peligrosamente cerca de su cuerpo. Lo miro de arriba hacia abajo, oliendo lo que podría estar detrás del antifaz.
-Le daré un consejo… asi que comience a limpiar sus oídos para que los oiga bien – aclaro su garganta un poco – Si es de la alta sociedad, solamente tiene que mantener al rey feliz de espadas feliz – no hubo sonrisa en su rostro, esta parecía haber desvanecido completamente, dejando un rostro detenido, pero aun así, que seguía los rígidos años que tocaban su cuerpo. Mientras la iglesia esta contenta, no debía preocuparse, los inquisidores no pierden su tiempo en sospechas no verificadas. Su cuerpo se alejo repentinamente, esta comenzó a caminar, alejándose del lugar, como si no importara, que el contrario se quedara en ese lugar en solitario –Espero vernos pronto Sr antifaz, no olvide a mis amores, estoy ansiosa de verlos…- saludo con la mano, mientras se alejaba acentuando las caderas, como si no le importara llegar a la calle escandalizar a la gente con su presencia –ahhh…. Por cierto, las paredes tienen oídos y todo lo que pueda decir, será utilizado en su contra- se detuvo por unos momentos, hasta que un carruaje negro, digno de una funeraria se detuvo, de la cual bajo una joven, que mantuvo la cabeza baja, quedándose a un lado del carruaje, hasta que la gata se termino subiendo y está detrás de ella, para irse completamente del lugar.
Salomé Ameris- Cambiante Clase Alta
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