Sol (Desmond Allighari)

por **Kayla T. Allighari** Lun Abr 22, 2013 9:29 pm

"Purifica tu corazón antes de permitir que el amor se asiente en él, ya que la miel más dulce se agria en un vaso sucio."
Pitágoras de Samos

El amor siempre fue un sentimiento inventado, una atracción exagerada, que derivaba en un sentimiento creado a partir de expectativas y condenado a morir como el fuego, a falta de material nuevo que lo alimentase; o eso creía. Ejemplos para pensar eso no me faltaban. Desde la realeza hasta mi propia familia había pasado por matrimonios infructuosos o por conveniencia. Después de las innumerables traiciones de mi padre hacia mi madre en más de un sentido, el amor aparecía como sinónimo de burla en mi cabeza, algo para débiles.
No fue algo que cambiara de pronto (sigo pensando que el verdadero amor a primera vista es una tontera), pero el conocerlo fue cambiando algo en mi, muy lentamente. Cuando no podía dejar de pensar en él y todo lo que hacía era contar los días, las horas y los minutos para verlo me di cuenta de que estaba irremediablemente enamorada. Sí, otra tonta ignorante al montón.
Así fue que una cosa llevó a la otra y un día (quizás porque se quería deshacer de mi, o quizás el buen negocio que a ojos de mi padre Desmond lideraba), mi padre dio su aprobación y sin esperar mucho nos casamos. Y las cosas marcharon bien... claro, solo llevábamos dos días. El matrimonio implica constancia, paciencia y tiempo. Y todo eso sin magia. Suficientes razones para poner a uno nervioso.
¿Para qué molestarse en pensar en el futuro si podía tirarme en la arena dorada de las playas italianas y olvidar el mundo?
El viaje fue larguísimo e incómodo. Las carretas no eran lo mío, saltando a cada piedrita minúscula sin poder evitarlo. Mi elegancia, mi orgullo y mi peinado quedaron por el suelo, pero con mi esposo eso no me importaba. Y no creo que fuera algo que él recordara luego de la luna de miel que tendríamos.
Llegamos a la mañana del cuarto día. Era verano y el día soleado y muy caluroso en Villa San Giovanni, completamente opuesto a como había estado el paisaje parisino al partir. Nos instalamos en la hacienda y desempaqué las cosas. Desde la ventana de la habitación se veía el mar y el muelle, lleno de pequeños barcos pesqueros. Entonces se me ocurrió una idea. Terminé de acomodar las cosas y fui a buscar algo de comer, aprovechando que mi esposo no estaba. Puse las cosas en una cesta y volví a la gran recámara rapidamente para encontrarlo allí, de espaldas.

-¿Amor?-oculté la cesta detrás mío, poniendo mi mejor tono de ángel. Sabía que me saldría con la mía. -Harías cualquier cosa por mi, ¿verdad?

por **Desmond Allighari** Miér Mayo 01, 2013 12:14 am

"El amor es un reflejo del mar,
el brillar de una estrella,
el fulgor de la batalla.
Amor... imposible, exclamaron
lo imposible esta sobrevalorado, susurro."

"El aire suspiro entre emociones, y el sol se ungió en deseos de pasión, mi mente desvariaba entre recuerdos mientras a la puerta, a mi espalda, llego mi amor... Tan ligero era el liquido evaporado a mi alrededor, tan ligera la carga de llevar este nuevo y gran amor, un amor que altivo como el águila, se elevaba hacia los cielos hasta esconderse tras las nubes, donde la vista no lo podía ver, ni la piel sentir, ni los oídos escuchar, ni la corrupción romper..."

El lobo escribía en su diario, mientras cansado del viaje se sentaba sobre la esquina indemne de la cama, encontraba su vista con el mar y a su espalda la puerta entre abierta que se sacudía sin cesar y aún más lejos, podía escuchar aquellas campanas de viento componiendo una epifanía, melodías tan suaves que calaban en el corazón del hombre, y lo llevaban a tiempos remotos cuando dulces y tiernos recuerdos se asomaban como espantos en su memoria. Entonces, suspiro cuando sintió que su mujer abandonaba por un momento de la habitación, embelesada por un deseo, por el instinto o tal vez un antojo. Miro su torneada espalda mientras se alejaba, pero no pudo dejar de notar sus pasos cansados por el viaje, que aunque provisto de hermosos paisajes había sido largo y abrupto, poco común para una dama y aun menos común para una mujer como Kayla que no estaba acostumbrada a aventuras de tan largo trayecto.

Su mente se vació completamente y su cuerpo cayo sobre la cama, rebotando por la inercia, ley de los cuerpos y luego muriendo de cualquier movimiento, su vista se posó en el techo de color blanco, notaba como la construcción carecía de perfección pero rebosaba de antigüedad, su respiración fue cada vez más lenta, y sus músculos quedaron atónicos. Su mente comenzó a desvariar, mientras sentía ruidos indistinguibles, sonidos comunes en la ciudad, pero que en aquel lugar solo servían para distorsionar el ambiente, arruinar de alguna forma aquella paz, aquel sentimiento de tranquilidad y sosiego, llevando al lobo una vez más a la realidad, recordandole que aquel lugar cálido, acogedor y virgen, era solo una una fantasía, un pedazo de tierra y mar que como cortesana pasaba de mano en mano por aquellos con dinero suficiente para rentar una punta del paraíso.

Sin embargo, nada arruino aquel momento, después de todo era un hombre afortunado, pues aunque su vida se hubiera basado en tribulaciones y errores, injusticias y sacrificios, también lo había llenado de experiencias y momentos agradables, y en este caso, en concreto, lo había unido a una mujer, aquella jovencita de piel morena y ojos obtusos y profundos que lo habían conquistado incluso antes de que sus miradas se hubieran encontrado. Después de tantos años de huir una y otra vez de humanos, cazadores y mujeres, sentía que había encontrado al fin su hogar, lugar que le había sido arrebatado ya hacía 35 años por primera vez. Sus ojos fueron lubricados por pequeñas gotas de lagrimas que evocando a la melancolía recordaban aquellos sentimientos que lo habían desvelado tantas noches, sin embargo dentro de su disciplina que a veces él mismo consideraba tonta, no se permitía llorar y llevando las mangas de su camisa al rostro limpio cualquier bosquejo de tristeza que quedara remanente en su cara. Se levanto de nuevo y tomo el viejo cuadernillo, se acerco a la ventana dejando el tomo sobre su base de está, mientras sentía como la brisa marina cálida y húmeda, impregnada de pequeños diamantes salinos golpeaban su cara mientras a lo lejos el calor y los rayos solares distorsionaban el aire que ondulaba una y otra vez chocando contra la tierra delicadamente.

"Entonces sentí como mi mujer caminaba lentamente desde la puerta, sus pasos se sentían ansiosos, su ritmo era el de una adolescente alegre y su olor... su aroma a rosas penetraba mi alma, mientras mis ojos cerrados se olvidaban del mar para percibirlo más intensamente; y sin poder resistirme me volteé a mirar a aquella musa, aquella diosa que juvenil y alegre que habitaba en el corazón de mi amada..."

El lobo la abrazo, tomando su cadera contra la suya y cuando terminó de hablar beso sus labios tiernamente sin apartar sus ojos de los ajenos, su corazón palpitaba más fuerte pero apaciguadamente, aquello era común cuando se encontraba con ella. Sonrió y alejándose hasta chocar con la pared, se inclinó para quedar a su altura y tomo sus manos.

Amor...- exclamo y pauso su voz- ¿Qué puedo hacer por ti ? -susurro mientras la acercaba hacía el.

"El amor halla sus caminos, aunque sea a través de senderos por donde ni los lobos se atreverían a seguir su presa." Lord Byron

por **Kayla T. Allighari** Miér Mayo 01, 2013 7:22 pm

“Te quiero no sólo por lo que eres,
sino por lo que soy cuando estoy contigo.
Te quiero no sólo por lo que has hecho de ti
sino por lo que está haciendo por mí.
[...] Te quiero porque has conseguido
lo que nadie pudo haber hecho”
Love ~ Roy Croft

La figura recortada de su amado contrastando contra la cegadora luz que se filtraba por el ventanal de la habitación la trasladó hacia atrás en su memoria, a la primera vez que lo había visto transformarse, entonces bañado por la luz de la luna llena. Una visión tan peligrosa como inverosímil. Su rostro sereno se había desfigurado y dejado paso a la hostilidad de un monstruo. Esa fue la primera y única vez que había sentido miedo de estar cerca suyo. Ahora le resultaba utópico que esas dos personas fueran una a la vez; que sus brazos cálidos y seguros causaran nada más que terror y destrucción las noches del plenilunio.

La ternura del abrazo del hombre la extrajo de sus pensamientos. Aún no lograba comprender como el simple hecho de tenerlo cerca o sentir su olor podía tener tal efecto sobre su ser. La fría armadura que utilizaba con todos a su alrededor se debilitaba y, aunque seguía siendo igual de orgullosa y demandante como siempre, notaba como si removieran un peso de su espalda. Su esposo la besó y su mente quedó en blanco, como siempre le pasaba. Quería más de sus besos. Esperar para poder acariciarlo y besarlo sin penas ni prejuicios hasta el matrimonio había sido su tortura personal y lo guapo que le resultaba Desmond no contribuía a la situación.

Sus rodillas se doblaron y apoyó la pesada canasta en el suelo detrás de ella antes de que su esposo tomara sus manos para acercarla. Por un momento le dio algo de vergüenza pedirle aquello. Supuso que ya se habría acostumbrado a su forma de ser, pero ya podía sentir frío contra las mejillas, lo que significaba, claramente, que ya estaba sonrojada hasta la médula. Agradecía tener el suficiente color en su piel como para que no se le notara demasiado el rubor ya que detestaba que su cuerpo tomara decisiones como aquellas por su cuenta. Sonrojarse era para ella un sinónimo de debilidad. Nadie la iba a tomar enserio como mujer fuerte e independiente si veía que tenía esas actitudes de niña enamorada. Suficiente dificultad en los negocios le resultaba el hecho de ser mujer. Y aunque aquél era su esposo, era más fuerte la costumbre que la razón.

Desvió su mirada hacia la ventana abierta y vio en el alféizar el diario en el que Desmond escribía regularmente. Estuvo a punto de preguntar por eso pero se silenció. Kayla sabía escribir y leer perfectamente, uno de sus grandes orgullos, pero había leído alguna que otra vez escrituras del lobo y se había sentido ridícula. Con el tiempo se dio cuenta que era algo que le gustaba y mucho, aunque nunca se había atrevido a leer lo que ese diario decía y nunca lo haría sin invitación. De la misma forma, nunca había siquiera pensado en utilizar su reminiscencia en él, aún si a veces le resultaba la vía más tentadora de develar los secretos ajenos. Eran cosas privadas que se había dispuesto a respetar, por lo menos tratándose de él.

Volvió a centrar su atención en él y en sus ojos oscuros y expectantes. -Espero que no te moleste navegar ni te haga sentir mal, porque estaba pensando en tomar prestado alguno de aquellos botes a remo y recorrer la costa -comentó, bajando apenas su voz y sin molestarse en aclarar lo que “tomar prestado” implicaba. -Tú sabes, algo romántico, disfrutar un poco del agua...

Se inclinó hacia él, encajando sus cuerpos tan bien como las piezas de un puzzle, y dio un beso en su cuello, sobre aquella zona sensible donde su pulso latía. Sabía que si el dueño del bote se percataba de su falta no solo arruinaría su cita sino que también la estadía entera, pero no parecían ser usados muy frecuentemente y estaban un poco deslucidos. Además, aunque no supiera nadar, si quería aunque sea meterse hasta los tobillos en el agua, le sería imposible hacerlo en la costa, teniendo que estar completamente vestida y siendo moralmente incorrecto. Ya había faltado a la moral frente a su esposo antes, ¿qué importaba una vez más?

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