AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mirror of madness (+18) | Privado
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Mirror of madness (+18) | Privado
Now your nightmare comes to life.
And it hurts to know that you belong here.
It's your fucking nightmare.
Avenged Sevenfold - Nightmare [click]
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—¡Ah, Alchemilla! —Exclamé treatralmente cuando al fin la tuve frente a mis ojos, y mi regocigo fue tan grande que no pude evitar soltar una risita.
Estaba allí, junto a mí después de tanto tiempo. Calculé que había pasado más de mes y medio desde aquel día en que se había cruzado en mi camino, como una milagrosa aparición, un regalo del universo. Era mi regalo. Seguía fresca y jovial, con su pelo castaño y ondulado, con sus ojos azules como dos canicas brillantes y perspicaces, y esa mirada insana y perturbada, como la de una muñeca de porcelana de rostro malévolo y desatinado que contrasta con toda su restante dulzura. Era ella, de eso no había duda. Y yo no pude aguantar las ganas de contemplarla de cerca, de olfatear, después de tantas lunas, su frágil corpulencia, porque sí, ella era menuda como una niña, vulnerable a la vista la criatura, pero con una mente tan sagaz que lograba intrigarme hasta la demencia. ¡Ah, cuánto le había echado de menos! La muy traviesa había escapado otra vez, y yo, que incansablemente le había buscado todo este tiempo, no podía estar más gozoso con la situación. Incapaz de seguir conteniendo mis ganas de ella, abandoné entonces la comodidad del sillón para con pasos lentos y movimientos sigilosos, similares a los de Cephalus, mi tigre de bengala (precioso animal), dirigirme hasta donde la sostenían toscamente. Era más que obvio que el hombre que la retenía, que era uno de los ayudantes del sanatorio, no sabía tratar a las damas, le hacía daño y yo no toleraba seguir viendo cómo magullaba su tierna y preciosa carne.
—Largo de aquí —le exigí al humano fulminándolo con la mirada, logrando que quitara sus sucias manos de mi preciosa, logrando que con el marcado tono mordaz de mi frase se esfumara dejándonos solos, tal y como debíamos estar.
Entonces me dediqué a admirarla una vez más, y lo haría tantas veces como me fueran necesarias. Ella me miraba también (yo amaba ver mi propio reflejo en sus espejos azules), fijamente, y pude distinguir cierto reproche en sus pupilas, probablemente por tenerla nuevamente cautiva, pero al mismo tiempo parecía en otro mundo, pero eso no me perturbaba, después de todo había sido así desde el principio. Estaba molesta conmigo, podía sentir el torrente de rabia corriendo por sus venas llenas de sangre, caliente como la lava misma (¡la belleza de los mortales!). Yo por el contrario, cínico y despreocupado, ladeé mi rostro y le obsequié un amable ademán. La insolencia siempre fue el mayor de mis encantos.
—Has maltratado a mi pobre corazón, Alchemilla, has sido mala, muy mala, pero yo te perdono, como te he perdonado antes, como te perdoné siempre, desde el primer día —decidí usar un tono despreocupado y casi ausente, como si restara importancia a todo lo que decía—. ¿Dónde has estado todo este tiempo? Este sitio no ha sido el mismo sin ti, sin esa mente tuya —me atreví a tocar su frente, señalando la joya que se escondía debajo de su cráneo, el órgano más preciado de su bello cuerpo, el que me tenía tan maravillado.
Alchemilla era, sin duda alguna, mi paciente más fascinante, me intrigaba sobremanera. Cada vez que la escuchaba hablar me hacía desear no querer callarla nunca, era como adentrarse a un mundo irreal y por ende maravilloso, uno que deseaba poder habitar y poseer, proclamarlo enteramente mío. Mi mundo era similar, pero nunca tan fascinante como el de la pequeña hechicera. Estaba seguro de que ella había utilizado sus dones propios de una bruja para esconderse durante todo este tiempo, pero yo fingiría que no tenía idea.
Me acerqué a su oído para contarle un secreto.
—He sido yo quien más te ha extrañado… —le confesé, y mis labios, que todo el tiempo estaban curvos y animados, se torcieron en una sonrisa tan maquiavélica como mis pensamientos. Arqueé las cejas con gesto pensativo cuando advertí que ella estaba más callada que la última vez.
—¿No vas a decirme nada? ¿Acaso Timeus, tu viejo amigo, no merece algunas de tus palabras? —insistí haciéndome el mártir (otra de mis especialidades).
Realmente deseaba escucharla.
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Última edición por Timeus el Lun Nov 02, 2015 12:46 am, editado 6 veces
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Welcome to where time stands still: no one leaves and no one will.
Moon is full, never seems to change, just labelled mentally deranged.
No more can they keep us in. Listen, damn it, we will win!
Bullet For My Valentine – Welcome Home (Sanitarium)
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Murphy había llegado un paso más lejos aquella vez: me había vendido. Afrodita aquella vez había tenido razón, era una trampa y los tenía lejos de mí para provocarme. Y yo había caído. Murphy me había conducido hasta un lugar abandonado en el centro de la ciudad, y ellos me habían encontrado. Otra vez.
¿No te das cuenta, Alchemilla, de que por mucho que huyas jamás lo abandonarás...?
No, ellos jamás me tendrían por completo, ¡no eran comprensivos como vosotros! Cuando la luz de la luna me había susurrado al oído la pista de que Robbie el conejo se estaba dando un festín y ya no me vigilaba, yo huí de entre los muros y seguí el rastro, que ahora se enfriaba. Pero a ellos les daba igual. Decían que estaba loca, ¡yo!, que sólo quería encontrar a mis hermanos. Mis pobres, pobres Josh y Alessa... Ahora estaban a su merced, y mi captor no lo entendía, decía que estaba alucinando y no había nadie donde me habían encontrado.
Murphy ha jugado con todos vosotros, con ellos y contigo, e incluso con él.
Él... ¡Él! Quizá él podía ayudarme. Me arrastraron entre los pasillos y las puertas enrejadas donde los locos vivían. Pero yo no estaba loca, nunca lo había estado, y menos cuando vosotros me aconsejáis lo que debo y no debo hacer. Vosotros sois mi cordura. ¿No? Y nunca os iréis... Timeus lo entendía. Aunque, bueno, Timeus era un vampiro. Y me repelía...
Pero lo necesitas.
Sí, lo hacía. Pero eso no quitaba que me sintiera extrañamente pequeña a su lado, como si su presencia fuera la de... la de... ¿la de un dios? Tonterías. Los dioses no existen. Si existieran, no habrían permitido que mi padre se llevara a mis hermanos. Y yo estaría con ellos, y no con Timeus y un guardia que... ¿dónde demonios estaba? Debía de haberle dicho que se fuera.
Presta atención, Alchemilla, él puede ayudarte.
Pero él no lo hará. Sólo fingía ser mi amigo para aprovecharse de tenerme atrapada. ¡Era un monstruo, igual que Murphy! Pero era un monstruo bello, que decía haberme añorado. ¿Lo habría hecho? No, seguro que no. Sólo hablaba para intentar convencerme. Y su voz sonaba encantadora por eso... ¡a mí no me engañaba!
– Tú no eres mi amigo. Tú me atrapas aquí y me impides buscarlos a todos. Seguro que ni siquiera me dejarías matarlo... ¡Eres un maldito bastardo! – exclamé, y no pude evitarlo, me arrojé contra él y lo agarré de la ropa para zarandearlo.
Eso no es lo más inteligente que has podido hacer, Alchemilla.
¡Me da igual, me da absolutamente igual, él ha colaborado con mi padre para mantenerme cautiva y merece sufrir! Pero era un vampiro, y la mirada de sus ojos bastaba para hacerme sentir como una chiquilla indefensa. Sólo mi rabia impidió que me separara y dejara de intentar castigarlo. Pero él podía conmigo... Estaba muerto. Era inevitable.
– Sabes bien dónde estaba. ¡Tú has ordenado que me capturen! ¿Trabajas con él? ¿Qué te ha ofrecido, eh? ¡Seguro que su sangre como pago por proteger sus crímenes! ¡Devuélvemelos, Timeus, sé que sabes dónde están! – exigí, y sólo entonces me separé... contra mi voluntad. ¿Qué narices...?
Cautela. Hemos sido nosotros, Alchemilla, quienes hemos tirado de tu cuerpo.
¿Y era necesario ponerme de rodillas, doblegada? Alcé la mirada, desafiante, aunque no podía mover ya mi propio cuerpo, y era por culpa de esos que se estaban riendo de mí y me hicieron gruñir entre dientes, dirigiendo miradas amenazadoras a todos los sitios donde podían esconderse, ya fueran libros o figurillas.
– Tú no tienes corazón. ¿Dónde tienes a Scarlet? El guardia dijo que la habíais tirado como si fuera basura. Quiero a Scarlet, dámela. ¡La quiero! Una vez más, volví a exigir. Con mi pequeña Scarlet todo estaría bien. Ella susurraría a través de sus labios de muñeca lo que tendríamos que hacer. Pero eso Timeus no lo sabía. Ni lo sabría, porque yo no pensaba decírselo. Entonces, sonreí.
Invitado- Invitado
Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Por supuesto que la deje hablar. Expresarse hasta el cansancio, no importando que me insultara. Aunque admito que el que me llamara bastardo logró hacerme la pregunta del siglo, completamente absurda: ¿estaba yo realmente muerto? Porque podía jurar ante el mismísimo demonio que acababa de sentir que algunas fibras de mi ya difunto cuerpo acababan de moverse, de activarse, de hacer bombear esa sangre que contenía mi ser y que no era mía, sino más bien el sustento de aquellos a los que había arrebatado la vida. En todo caso, como es ya mi costumbre, no hice visible mi molestia ante ella, la disimulé tan bien como lo había hecho siempre, como un maestro de la actuación, un prodigio. Mis labios siguieron congelados en una sonrisa que parecía eterna.
Oh, sentir su cuerpo junto al mío fue hermoso, aunque lo único que recibiera de ella fueran golpes, insultos, desprecios, amenazas… Era como una pequeña bestia furiosa lanzando zarpazos, queriendo sacarme los ojos, estos ojos que le pertenecían. Tuve el impulso de pedirle que prosiguiera, que intentara herirme para ver hasta dónde era capaz de llegar, pero me contuve, aunque no sé exactamente por qué ni pretendía perder el tiempo intentar descifrándolo.
—Tranquilízate, querida —le pedí con el mismo tono de voz, sereno y amigable, como dudaba mucho que su propio padre le hubiera hablado alguna vez (yo era mejor que él que le había dado la vida, de eso estaba seguro)—. Creo preciso aclarar que no he ofrecido nada a nadie, que no te he traído hasta aquí para mantenerte cautiva, y que sí, en efecto, tengo a Scarlet en mi poder. ¿Eso te hace sentir más tranquila? —por supuesto que no, nada la haría sentir de ese modo, no estaba en su naturaleza el comportarse como una mujer común, era parte del encanto de la criatura—. ¡Tendrás todo lo que quieras! —exclamé con júbilo, pero sin la intención de cumplirlo en ningún momento—, lo prometo, si antes cumples algunos de mis caprichos, los cuales son inofensivos —ladeé el rostro y fingí la inocencia que no poseía.
¿Hasta dónde era capaz de llegar para cumplir mi voluntad? Yo mismo tenía mis dudas. Algunos cuantos habían atestiguado la magnitud de mi perversidad, pero era una lástima que ninguno siguiera vivo para contarlo. Mientras hacía una lista mental de mi legado en el arte del asesinato, me acerqué a ella y me coloqué tras su espalda para después rodearla con mis brazos en lo que podía compararse con un abrazo.
—Mírate, estás muy delgada. Ven, acompáñame, necesitas alimentarte, querida mía —era capaz de palpar su fragilidad bajo mis dedos. Su estructura ósea estaba conformada por pequeños y vulnerables huesos y era de pocas carnes que se ceñían a ellos. Tenía una buena figura, pero definitivamente el alimento era algo imprescindible para ella, si quería seguir manteniéndola con vida. Tampoco me gustaba su modus vivendi que dejaba mucho que desear, siempre viviendo en las calles, como una callejera cualquiera, sucia y desaliñada, cuando era capaz de lucir como una reina, justo como pretendía hacerla ver esa noche, después de una bien merecida cena.
Me costó un poco, pero logré conducirla hasta el comedor y, como todo un caballero, saqué una silla para que ella pudiera sentarse. Luego me senté a su lado para poder supervisarlo todo. Hice sonar una campanilla y la persona encargada de la preparación de alimentos llegó al instante, presentándose ante nosotros con una gentil reverencia. Ordené por ella y la mujer reapareció veinte minutos después con bebidas frescas y un plato para ella. Cuando la mujer insistió en servirme, alegué que no tenía apetito y se retiró, dejándonos nuevamente solos. Retiré la tapa de la charola de aluminio y un suculento platillo apareció debajo. El gran trozo de cordero humeaba y estaba bañado en una salsa entre rojiza y marrón. Lucía apetitoso hasta par alguien como yo cuya dieta me obligaba a aborrecer cualquier cosa que no fuera sangre pura.
—¿No vas a probarlo, Alchemilla? Creí escuchar que deseabas volver a ver a Scarlet y que querías ayuda para recuperar a tus hermanos, y yo te he puesto una condición —amenacé con sutileza, y me sentí tan paternal que casi sentí nauseas, pero la única forma de ganarme un poco de su confianza era tratarla como eso que ya no era: una niña pequeña y desamparada.
—Obedéceme, escúchame a mí y no a tus voces, y tendrás todo lo que me pidas, te doy mi palabra —¿podía realmente comportarse como una niña obediente por al menos un día? Todo un reto.
Oh, sentir su cuerpo junto al mío fue hermoso, aunque lo único que recibiera de ella fueran golpes, insultos, desprecios, amenazas… Era como una pequeña bestia furiosa lanzando zarpazos, queriendo sacarme los ojos, estos ojos que le pertenecían. Tuve el impulso de pedirle que prosiguiera, que intentara herirme para ver hasta dónde era capaz de llegar, pero me contuve, aunque no sé exactamente por qué ni pretendía perder el tiempo intentar descifrándolo.
—Tranquilízate, querida —le pedí con el mismo tono de voz, sereno y amigable, como dudaba mucho que su propio padre le hubiera hablado alguna vez (yo era mejor que él que le había dado la vida, de eso estaba seguro)—. Creo preciso aclarar que no he ofrecido nada a nadie, que no te he traído hasta aquí para mantenerte cautiva, y que sí, en efecto, tengo a Scarlet en mi poder. ¿Eso te hace sentir más tranquila? —por supuesto que no, nada la haría sentir de ese modo, no estaba en su naturaleza el comportarse como una mujer común, era parte del encanto de la criatura—. ¡Tendrás todo lo que quieras! —exclamé con júbilo, pero sin la intención de cumplirlo en ningún momento—, lo prometo, si antes cumples algunos de mis caprichos, los cuales son inofensivos —ladeé el rostro y fingí la inocencia que no poseía.
¿Hasta dónde era capaz de llegar para cumplir mi voluntad? Yo mismo tenía mis dudas. Algunos cuantos habían atestiguado la magnitud de mi perversidad, pero era una lástima que ninguno siguiera vivo para contarlo. Mientras hacía una lista mental de mi legado en el arte del asesinato, me acerqué a ella y me coloqué tras su espalda para después rodearla con mis brazos en lo que podía compararse con un abrazo.
—Mírate, estás muy delgada. Ven, acompáñame, necesitas alimentarte, querida mía —era capaz de palpar su fragilidad bajo mis dedos. Su estructura ósea estaba conformada por pequeños y vulnerables huesos y era de pocas carnes que se ceñían a ellos. Tenía una buena figura, pero definitivamente el alimento era algo imprescindible para ella, si quería seguir manteniéndola con vida. Tampoco me gustaba su modus vivendi que dejaba mucho que desear, siempre viviendo en las calles, como una callejera cualquiera, sucia y desaliñada, cuando era capaz de lucir como una reina, justo como pretendía hacerla ver esa noche, después de una bien merecida cena.
Me costó un poco, pero logré conducirla hasta el comedor y, como todo un caballero, saqué una silla para que ella pudiera sentarse. Luego me senté a su lado para poder supervisarlo todo. Hice sonar una campanilla y la persona encargada de la preparación de alimentos llegó al instante, presentándose ante nosotros con una gentil reverencia. Ordené por ella y la mujer reapareció veinte minutos después con bebidas frescas y un plato para ella. Cuando la mujer insistió en servirme, alegué que no tenía apetito y se retiró, dejándonos nuevamente solos. Retiré la tapa de la charola de aluminio y un suculento platillo apareció debajo. El gran trozo de cordero humeaba y estaba bañado en una salsa entre rojiza y marrón. Lucía apetitoso hasta par alguien como yo cuya dieta me obligaba a aborrecer cualquier cosa que no fuera sangre pura.
—¿No vas a probarlo, Alchemilla? Creí escuchar que deseabas volver a ver a Scarlet y que querías ayuda para recuperar a tus hermanos, y yo te he puesto una condición —amenacé con sutileza, y me sentí tan paternal que casi sentí nauseas, pero la única forma de ganarme un poco de su confianza era tratarla como eso que ya no era: una niña pequeña y desamparada.
—Obedéceme, escúchame a mí y no a tus voces, y tendrás todo lo que me pidas, te doy mi palabra —¿podía realmente comportarse como una niña obediente por al menos un día? Todo un reto.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Mentiroso, mentiroso, mentiroso, mentiroso, mentiroso...
¡Callad, callad de una vez! Él había dicho que me ayudaría. Y era un vampiro, pero también era mi captor, aliado con mi padre. ¿Tenía que creerlo? No, era un mentiroso, pero... ¿qué perdía él por ayudarme? Nada. También podía engañar a Murphy. Al final Timeus sólo era un extraño, y yo no conocía sus intenciones. Nunca lo hacía. Era un misterio disfrazado de mentiras, un lago cambiante en el que tan pronto veías algo reflejado como apreciabas lo contrario.
¡Te está mintiendo, te está manipulando, y tú le estás dando las armas para hacerlo!
¿Qué armas? ¡Él ya las tenía todas! Era un vampiro, más fuerte, y yo no podía vencerlo físicamente hablando. Pero podía prestar batalla contra su mente. O podía intentarlo, si era capaz de ver a través de esa maraña que tenía en la cabeza. ¡Complejo! Lo era. Mucho, además. Nunca sabía qué quería exactamente. Ni siquiera sabía qué creer... ¿Tendría a mis hermanos? ¿Trabajaría con mi padre? Todo apuntaba a que sí, pero... ¿Pero qué?
No lo creas, no creas ni una sola de sus palabras.
Y entonces, él me hizo elegir. Apenas me resistí cuando me llevó, apenas reaccioné cuando puso delante de mí la comida. Podía aceptar sus órdenes (a regañadientes, y lo sabes, princesa) siempre y cuando con ello consiguiera a mis hermanos y a Scarlet. ¡Ah, Scarlet! Si él había dicho eso, significaba que los tenía, ¿no? ¿O simplemente estaba jugando conmigo? ¡No lo sabía!
– Ellos me dicen que no confíe en ti. Tú me dices que no confíe en ellos. – murmuré, con la vista clavada en el tenedor que había a mi lado. Podía cogerlo y clavárselo a Timeus en la mano. Ah, su sangre de vampiro saldría disparada y me alimentaría mejor que la comida que tenía delante... ¡Qué sabor!
¿A qué esperas? ¡Hazlo de una vez!
Llegué incluso a cogerlo, pero lo dirigí a la comida. Partí un trozo muy pequeño de cordero y me lo llevé a la boca para comer. Después de días sin probar bocado, incluso me dio náuseas, pero era lo que tenía que hacer. ¿O no? Aferré firmemente el tenedor y lo clavé con fuerza en su mano. Su sangre, como era previsible, empezó a brotar, y yo me agaché para lamerla lentamente, sin dejar que se perdiera ni una gota.
Va a castigarte por esto. Va a matar a tus hermanos y nunca...
¡Su sangre, su sangre era lo más delicioso que había probado jamás! Era la sangre de un mentiroso, pero ¿qué importaba? ¡Era increíble! ¡Sabía perfectamente! Era perfecta. Igual que él. Al menos físicamente. Y su mente... Su mente era sublime. Lo que podía captar de ella, al menos. No podía parar, succioné todo lo que pude, y entonces alcé la cabeza hacia la de él, quedándome muy cerca y mirándolo con los ojos desorbitados.
– ¿Dónde están, Timeus? Ellos callarán para que tú hables...
Saqué el tenedor de su piel y lo hundí en el cordero. Arranqué un trozo de la carne del animal muerto, y manchado como estaba con su sangre lo devoré, hambrienta por primera vez. Su sangre hacía que supiera delicioso... y que no pudiera dejar de lamer el tenedor, incluso con la boca llena. No quería desperdiciar ni una gota, ni siquiera las que me caían por los labios y la barbilla. Lo quería a él.
No, quieres a tus hermanos, y también a Scarlet, él sólo te está confundiendo, no debes caer en su juego...
Pero ya era tarde, ¿verdad? Si no obedecía, él jamás me los devolvería. Por eso, debía hacer lo que quisiera. Debía, ¿no? Sí... Acaricié su mano y manché con la sangre que quedaba en ella su mejilla. Tragué el cordero, me acerqué a él y lamí el rastro de sangre que había dibujado en dirección a su oreja. Entonces, me detuve.
– Por... favor.
¡Callad, callad de una vez! Él había dicho que me ayudaría. Y era un vampiro, pero también era mi captor, aliado con mi padre. ¿Tenía que creerlo? No, era un mentiroso, pero... ¿qué perdía él por ayudarme? Nada. También podía engañar a Murphy. Al final Timeus sólo era un extraño, y yo no conocía sus intenciones. Nunca lo hacía. Era un misterio disfrazado de mentiras, un lago cambiante en el que tan pronto veías algo reflejado como apreciabas lo contrario.
¡Te está mintiendo, te está manipulando, y tú le estás dando las armas para hacerlo!
¿Qué armas? ¡Él ya las tenía todas! Era un vampiro, más fuerte, y yo no podía vencerlo físicamente hablando. Pero podía prestar batalla contra su mente. O podía intentarlo, si era capaz de ver a través de esa maraña que tenía en la cabeza. ¡Complejo! Lo era. Mucho, además. Nunca sabía qué quería exactamente. Ni siquiera sabía qué creer... ¿Tendría a mis hermanos? ¿Trabajaría con mi padre? Todo apuntaba a que sí, pero... ¿Pero qué?
No lo creas, no creas ni una sola de sus palabras.
Y entonces, él me hizo elegir. Apenas me resistí cuando me llevó, apenas reaccioné cuando puso delante de mí la comida. Podía aceptar sus órdenes (a regañadientes, y lo sabes, princesa) siempre y cuando con ello consiguiera a mis hermanos y a Scarlet. ¡Ah, Scarlet! Si él había dicho eso, significaba que los tenía, ¿no? ¿O simplemente estaba jugando conmigo? ¡No lo sabía!
– Ellos me dicen que no confíe en ti. Tú me dices que no confíe en ellos. – murmuré, con la vista clavada en el tenedor que había a mi lado. Podía cogerlo y clavárselo a Timeus en la mano. Ah, su sangre de vampiro saldría disparada y me alimentaría mejor que la comida que tenía delante... ¡Qué sabor!
¿A qué esperas? ¡Hazlo de una vez!
Llegué incluso a cogerlo, pero lo dirigí a la comida. Partí un trozo muy pequeño de cordero y me lo llevé a la boca para comer. Después de días sin probar bocado, incluso me dio náuseas, pero era lo que tenía que hacer. ¿O no? Aferré firmemente el tenedor y lo clavé con fuerza en su mano. Su sangre, como era previsible, empezó a brotar, y yo me agaché para lamerla lentamente, sin dejar que se perdiera ni una gota.
Va a castigarte por esto. Va a matar a tus hermanos y nunca...
¡Su sangre, su sangre era lo más delicioso que había probado jamás! Era la sangre de un mentiroso, pero ¿qué importaba? ¡Era increíble! ¡Sabía perfectamente! Era perfecta. Igual que él. Al menos físicamente. Y su mente... Su mente era sublime. Lo que podía captar de ella, al menos. No podía parar, succioné todo lo que pude, y entonces alcé la cabeza hacia la de él, quedándome muy cerca y mirándolo con los ojos desorbitados.
– ¿Dónde están, Timeus? Ellos callarán para que tú hables...
Saqué el tenedor de su piel y lo hundí en el cordero. Arranqué un trozo de la carne del animal muerto, y manchado como estaba con su sangre lo devoré, hambrienta por primera vez. Su sangre hacía que supiera delicioso... y que no pudiera dejar de lamer el tenedor, incluso con la boca llena. No quería desperdiciar ni una gota, ni siquiera las que me caían por los labios y la barbilla. Lo quería a él.
No, quieres a tus hermanos, y también a Scarlet, él sólo te está confundiendo, no debes caer en su juego...
Pero ya era tarde, ¿verdad? Si no obedecía, él jamás me los devolvería. Por eso, debía hacer lo que quisiera. Debía, ¿no? Sí... Acaricié su mano y manché con la sangre que quedaba en ella su mejilla. Tragué el cordero, me acerqué a él y lamí el rastro de sangre que había dibujado en dirección a su oreja. Entonces, me detuve.
– Por... favor.
Invitado- Invitado
Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Mi querida Alchemilla se resistió, como era su costumbre, pero enseguida pareció ceder ante mis peticiones. Así que me quedé en silencio, dispuesto a supervisar que se terminara todo lo que le habían servido. Cuando la vi tomar el tenedor con esa precisión que me indicó que se moría de hambre y sólo había estado fingiendo lo contrario, estuve a punto de sonreír y aplaudirle el que se hubiera vuelto más dócil y obediente durante estos meses, pero las cosas se vinieron abajo en un abrir y cerrar de ojos. No sólo desobedeció a mis órdenes, fue más allá. Su insolencia terminó por ponerme de mal humor y no fui capaz de contenerme.
¡Por todos los infiernos!
Lo admito, me tomó desprevenido. Quizá estaba tan embelesado con su retorno a mis brazos que me permití bajar la guardia durante esos instantes. No vi venir el pinchazo con el tenedor, el cual me resultó profundamente doloroso, pero en mi rostro cincelado apenas y se dibujó una mueca y no proferí ningún sonido, ninguna queja. Me quedé inmóvil durante esos instantes, contemplando con furia y excitación (sí, ambas cosas al mismo tiempo) cómo ella se deleitaba con mi propia sangre, bebiéndola como una auténtica endemoniada, poseída por su sabor y su poder. Y yo dejé que la bebiera, pese a mi molestia le permití que disfrutara de ella, porque en el fondo seguían fascinándome esas actitudes suyas, tan temerarias como estúpidas, pero no por eso menos encantadoras.
Mi rostro blanquecino quedó manchado de rojo cuando sus dedos me acariciaron, y yo, con la velocidad que me caracterizaba, tomé su mano rápidamente para atraparla entre las mías antes de que pudiera retirarla por completo. Al inicio solamente la sostuve, acariciando sus dedos huesudos, pero, poco a poco, la furia que había estado conteniendo en silencio terminó por salir a flote, y lo que empezó como una caricia se transformó en una agresión, en una sencilla y mínima muestra de la malicia que yo también poseía.
Presioné sus dedos hasta hacerle daño. Pude escuchar sus frágiles dedos crujir bajo mis manos. Un poco más y habrían quedado hechos polvo, inservibles por un buen tiempo, quizá permanentemente, pero le perdoné una vez más su osadía porque la amaba demasiado.
—¿Te das cuenta de lo que me haces hacer por su desobediencia, Alchemilla? ¡Hieres a quien te da la mano! —exclamé con una voz tan grave que por un instante no la reconocí como mía.
Me sentía gravemente ofendido y eso no era nada bueno, para ella, por supuesto. Solté su mano y esta vez la sostuve con fuerza de la barbilla y mejillas, obligándole a ponerse de pie. La mesa tembló y el plato con el cordero cayó al piso cuando me precipité hacia ella para hacerla retroceder, y finalmente la coloqué contra la fría pared de la habitación. De ese modo me aseguré de mantenerla inmóvil, con mi cuerpo contra su cuerpo y mis analíticos ojos sobre ella.
—Ahora tendré que castigarte, y tendré que ser duro contigo, porque sólo así aprenderás la lección —le hice saber sin remordimientos.
¿Sentiría miedo de mí? Debía tenerlo. Quería verlo.
¡Por todos los infiernos!
Lo admito, me tomó desprevenido. Quizá estaba tan embelesado con su retorno a mis brazos que me permití bajar la guardia durante esos instantes. No vi venir el pinchazo con el tenedor, el cual me resultó profundamente doloroso, pero en mi rostro cincelado apenas y se dibujó una mueca y no proferí ningún sonido, ninguna queja. Me quedé inmóvil durante esos instantes, contemplando con furia y excitación (sí, ambas cosas al mismo tiempo) cómo ella se deleitaba con mi propia sangre, bebiéndola como una auténtica endemoniada, poseída por su sabor y su poder. Y yo dejé que la bebiera, pese a mi molestia le permití que disfrutara de ella, porque en el fondo seguían fascinándome esas actitudes suyas, tan temerarias como estúpidas, pero no por eso menos encantadoras.
Mi rostro blanquecino quedó manchado de rojo cuando sus dedos me acariciaron, y yo, con la velocidad que me caracterizaba, tomé su mano rápidamente para atraparla entre las mías antes de que pudiera retirarla por completo. Al inicio solamente la sostuve, acariciando sus dedos huesudos, pero, poco a poco, la furia que había estado conteniendo en silencio terminó por salir a flote, y lo que empezó como una caricia se transformó en una agresión, en una sencilla y mínima muestra de la malicia que yo también poseía.
Presioné sus dedos hasta hacerle daño. Pude escuchar sus frágiles dedos crujir bajo mis manos. Un poco más y habrían quedado hechos polvo, inservibles por un buen tiempo, quizá permanentemente, pero le perdoné una vez más su osadía porque la amaba demasiado.
—¿Te das cuenta de lo que me haces hacer por su desobediencia, Alchemilla? ¡Hieres a quien te da la mano! —exclamé con una voz tan grave que por un instante no la reconocí como mía.
Me sentía gravemente ofendido y eso no era nada bueno, para ella, por supuesto. Solté su mano y esta vez la sostuve con fuerza de la barbilla y mejillas, obligándole a ponerse de pie. La mesa tembló y el plato con el cordero cayó al piso cuando me precipité hacia ella para hacerla retroceder, y finalmente la coloqué contra la fría pared de la habitación. De ese modo me aseguré de mantenerla inmóvil, con mi cuerpo contra su cuerpo y mis analíticos ojos sobre ella.
—Ahora tendré que castigarte, y tendré que ser duro contigo, porque sólo así aprenderás la lección —le hice saber sin remordimientos.
¿Sentiría miedo de mí? Debía tenerlo. Quería verlo.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
¡Él era un monstruo, un demonio, como los vampiros se suponía que eran! O, al menos, como los vampiros que había conocido eran, pero no todos serían malos, ¿no? O quizá sí. No se podía ser bueno si se bebía sangre ajena para vivir. Aunque yo a veces... Pero no, lo mío tenía causa; ellos me decían que lo hiciera, y cuando obedecía todo iba bien. El problema era cuando no lo hacía, aunque a veces ellos no tenían razón y yo los ignoraba y...
Y terminas como ahora: aprisionada por él y sus ojos verdes.
El terror que me producía sólo era comparable al que me provocaba Robbie, ¡y Timeus no tenía nada de conejo! No, nada, ni sus dientes afilados, ni sus ojos malvados, ni la sangre... bueno, sí, la sangre en el rostro sí, pero eso era cosa mía. Qué deliciosa era... Qué antigua, qué poderosa, ¡y qué inútil porque ni habiendo bebido podía escaparme! Maldito, ¡maldito!, y tonta yo que lo había escuchado.
Te ha embaucado, enfréntate a las consecuencias. Quiere que te rindas. ¿Lo harás?
No, yo jamás me rendiría, por mucho que ello significara mi muerte. Él decía que me quería, ¿lo haría de verdad, lo suficiente para no matarme? No lo sabía. Yo bailaba con la dama de la guadaña a diario; podía oler su aliento esquelético, y las marcas de mis brazos y piernas eran las consecuencias de acariciar a su guadaña. Claro. Era por eso. Estaba acostumbrada, la muerte era algo que estaba ahí y que yo había otorgado. Pero no lo suficiente. No, jamás lo suficiente mientras mi padre siguiera vivo.
– ¿Cómo vas a castigarme? – no pude evitar sonar deseosa, ansiosa incluso. La perspectiva de una nueva cita con mi cubierta acompañante resultaba incluso excitante, o quizá lo era él. No lo sabía. En cualquier caso, sentía escalofríos por la cara interior de los muslos y mi respiración se hizo más pesada, más intensa. Él... ¡Maldito fuera, corrompía mis sentidos y...!
Y adoras el dolor, sobre todo si puedes causarlo y si viene de un vampiro. Es su sangre lo que te ha nublado el juicio y te ha vuelto deseosa de él. Lo sabes, ¿verdad? ¡Lo sabías y aun así has bebido como una vulgar...!
¡Callad! Yo no soy una vulgar nada. Yo no era vulgar en absoluto, y él... él era demasiado. Era como intentar luchar contra una marea; imposible, inútil, frustrante, agotador. Y yo estaba cansada de luchar con todas mis fuerzas; lo haría, pero con unas poquitas menos que antes, ya que no era ni siquiera dueña de mí misma. No, no con él tan cerca. No con el dolor de ser herida por él y de que casi me rompiera la mano. No cuando creía que él no podría matarme, sino que sólo me haría sufrir.
– Dime, ¿qué lección debo aprender? – mi voz sonó jadeante, y mis ojos se abrieron enormemente, capturando los suyos, azul contra verde. Y a cada cual más frío. Bueno, los suyos lo eran más, yo no tenía frío, ni siquiera contra su piel de hielo. ¡Eso era algo que siempre me había gustado de los vampiros! Eran duros, como un cubito, como un témpano, y sabían bien, muy bien, tan bien...
¿Saben todos bien o es él quien lo hace? ¿Es su sangre lo que te nubla el juicio o son sus palabras, susurradas o gritadas, eso no importa? Es Timeus, Alchemilla. No son los demás, es él.
Y terminas como ahora: aprisionada por él y sus ojos verdes.
El terror que me producía sólo era comparable al que me provocaba Robbie, ¡y Timeus no tenía nada de conejo! No, nada, ni sus dientes afilados, ni sus ojos malvados, ni la sangre... bueno, sí, la sangre en el rostro sí, pero eso era cosa mía. Qué deliciosa era... Qué antigua, qué poderosa, ¡y qué inútil porque ni habiendo bebido podía escaparme! Maldito, ¡maldito!, y tonta yo que lo había escuchado.
Te ha embaucado, enfréntate a las consecuencias. Quiere que te rindas. ¿Lo harás?
No, yo jamás me rendiría, por mucho que ello significara mi muerte. Él decía que me quería, ¿lo haría de verdad, lo suficiente para no matarme? No lo sabía. Yo bailaba con la dama de la guadaña a diario; podía oler su aliento esquelético, y las marcas de mis brazos y piernas eran las consecuencias de acariciar a su guadaña. Claro. Era por eso. Estaba acostumbrada, la muerte era algo que estaba ahí y que yo había otorgado. Pero no lo suficiente. No, jamás lo suficiente mientras mi padre siguiera vivo.
– ¿Cómo vas a castigarme? – no pude evitar sonar deseosa, ansiosa incluso. La perspectiva de una nueva cita con mi cubierta acompañante resultaba incluso excitante, o quizá lo era él. No lo sabía. En cualquier caso, sentía escalofríos por la cara interior de los muslos y mi respiración se hizo más pesada, más intensa. Él... ¡Maldito fuera, corrompía mis sentidos y...!
Y adoras el dolor, sobre todo si puedes causarlo y si viene de un vampiro. Es su sangre lo que te ha nublado el juicio y te ha vuelto deseosa de él. Lo sabes, ¿verdad? ¡Lo sabías y aun así has bebido como una vulgar...!
¡Callad! Yo no soy una vulgar nada. Yo no era vulgar en absoluto, y él... él era demasiado. Era como intentar luchar contra una marea; imposible, inútil, frustrante, agotador. Y yo estaba cansada de luchar con todas mis fuerzas; lo haría, pero con unas poquitas menos que antes, ya que no era ni siquiera dueña de mí misma. No, no con él tan cerca. No con el dolor de ser herida por él y de que casi me rompiera la mano. No cuando creía que él no podría matarme, sino que sólo me haría sufrir.
– Dime, ¿qué lección debo aprender? – mi voz sonó jadeante, y mis ojos se abrieron enormemente, capturando los suyos, azul contra verde. Y a cada cual más frío. Bueno, los suyos lo eran más, yo no tenía frío, ni siquiera contra su piel de hielo. ¡Eso era algo que siempre me había gustado de los vampiros! Eran duros, como un cubito, como un témpano, y sabían bien, muy bien, tan bien...
¿Saben todos bien o es él quien lo hace? ¿Es su sangre lo que te nubla el juicio o son sus palabras, susurradas o gritadas, eso no importa? Es Timeus, Alchemilla. No son los demás, es él.
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
—¡Que es a mí a quien le debes tu devoción! ¡Eso es lo que debes aprender y es eso de lo que tu mente reniega! —le grité sin el menor pudor y mi aliento bañó su rostro, que para ese entonces lucía más trastornado que nunca.
Tenía miedo, sí, miedo de mí, de mis ojos, de mi voz; miedo de mis manos que seguían sujetando con fuerza su frágil carita. Pasé las yemas de mis dedos por sus pálidas mejillas, abandonando la fuerza bruta para así retomar las caricias. Y su piel era tan suave, tan… La criatura que tenía ante mis ojos podría haber pasado por un ángel, de no ser por sus ojos que irradiaban impulsividad y una extraña y cautivante malicia. ¡Agh! En ocasiones odiaba el poder que su belleza y todo su esplendor era capaz de ejercer sobre mí. ¡Alguien como yo no podía permitirse ser dominado! Pero por momentos eso era lo que sentía, que si observaba detenidamente sus ojos azules, caería rendido sin remedio alguno. ¡Absurdo!, total y completamente inconcebible, porque, de los dos, ¿quién era el que poseía el poder de la persuasión?
Mi rostro cambió de la ira a la serenidad, y viceversa, con la misma velocidad con la que ella habría caído muerta al piso si me hubiera propuesto romperle el cuello en mil pedazos en ese momento.
—¿Qué cómo voy a castigarte? —pregunté un tanto sorprendido, incrédulo tal vez, puesto que a estas alturas todavía era capaz de sorprenderme ante la insolencia y la barbaridad—. Eres una niña terrible. Tendrías que estar gritando y llorando, suplicando que no lo haga, y sin embargo te mantienes firme y osas a preguntarme que cómo voy a hacerlo.
Me incliné hacia adelante y fruncí el entrecejo con aire malicioso; pude detectar las enormes ganas que sentía de echarse hacia atrás. Me sostenía la mirada, retadoramente, sin pestañear ni una sola vez, pero su cuerpo se notaba tembloroso, débil ante mi presencia. El corazón le latía bajo la piel de su pecho a una velocidad casi sobrehumana, yo podía escucharlo, el constante tum-tum-tum retumbando en mi cabeza.
—¿Alguna vez te has preguntado qué es lo que deseo de ti, Alchemilla? ¿Quieres una respuesta? —le pregunté, dispuesto a confesarme. Durante todo ese tiempo me esmeré en que mis acciones fueran más que explícitas, pero quizá ella necesitaba escuchar las palabras pronunciadas por mi lengua viperina para comprenderlo. Así que se lo concedí. Me lancé sobre ella como la más venenosa de las serpientes, sigiloso pero preciso, dispuesto a inyectar mi ponzoña.
—Oh, Alchemilla, si tan solo pudieras darte cuenta… Si tan solo pudieras ver lo mucho que vales, lo que significas. ¡No quiero que vivas como hasta ahora, como una pordiosera! ¡Mírate! Eres hermosa. Y podrías serlo mucho más. Podrías ser una reina. ¿No te gustaría, Alchemilla, vivir en un mundo distinto al que hasta ahora conoces? Te ofrezco el mío. ¡Yo compartiría contigo todo cuanto tengo! ¿Entiendes lo que te digo? —por esos instantes dejé en el aire una pregunta cuya respuesta ya sabía—. Claro que no lo entiendes… pero algún día lo harás, yo voy a encargarme de eso.
Alchemilla permaneció tan callada como hasta entonces, inmóvil, quizá consternada por mis recientes declaraciones. ¿Seguía odiándome en esos instantes? Probablemente. Yo me acerqué a ella con cautela y la estreché contra mí como un amante apasionado.
—Piénsalo mejor la siguiente vez que quieras escapar. No hay rincón donde puedas ocultarte de mí. Estamos destinados el uno para el otro. Nos pertenecemos mutuamente. —susurré una vez más en su oído, aún sin deshacer el abrazo que me unía a ella.
Y, con esas sutiles palabras, le di mi última advertencia.
Tenía miedo, sí, miedo de mí, de mis ojos, de mi voz; miedo de mis manos que seguían sujetando con fuerza su frágil carita. Pasé las yemas de mis dedos por sus pálidas mejillas, abandonando la fuerza bruta para así retomar las caricias. Y su piel era tan suave, tan… La criatura que tenía ante mis ojos podría haber pasado por un ángel, de no ser por sus ojos que irradiaban impulsividad y una extraña y cautivante malicia. ¡Agh! En ocasiones odiaba el poder que su belleza y todo su esplendor era capaz de ejercer sobre mí. ¡Alguien como yo no podía permitirse ser dominado! Pero por momentos eso era lo que sentía, que si observaba detenidamente sus ojos azules, caería rendido sin remedio alguno. ¡Absurdo!, total y completamente inconcebible, porque, de los dos, ¿quién era el que poseía el poder de la persuasión?
Mi rostro cambió de la ira a la serenidad, y viceversa, con la misma velocidad con la que ella habría caído muerta al piso si me hubiera propuesto romperle el cuello en mil pedazos en ese momento.
—¿Qué cómo voy a castigarte? —pregunté un tanto sorprendido, incrédulo tal vez, puesto que a estas alturas todavía era capaz de sorprenderme ante la insolencia y la barbaridad—. Eres una niña terrible. Tendrías que estar gritando y llorando, suplicando que no lo haga, y sin embargo te mantienes firme y osas a preguntarme que cómo voy a hacerlo.
Me incliné hacia adelante y fruncí el entrecejo con aire malicioso; pude detectar las enormes ganas que sentía de echarse hacia atrás. Me sostenía la mirada, retadoramente, sin pestañear ni una sola vez, pero su cuerpo se notaba tembloroso, débil ante mi presencia. El corazón le latía bajo la piel de su pecho a una velocidad casi sobrehumana, yo podía escucharlo, el constante tum-tum-tum retumbando en mi cabeza.
—¿Alguna vez te has preguntado qué es lo que deseo de ti, Alchemilla? ¿Quieres una respuesta? —le pregunté, dispuesto a confesarme. Durante todo ese tiempo me esmeré en que mis acciones fueran más que explícitas, pero quizá ella necesitaba escuchar las palabras pronunciadas por mi lengua viperina para comprenderlo. Así que se lo concedí. Me lancé sobre ella como la más venenosa de las serpientes, sigiloso pero preciso, dispuesto a inyectar mi ponzoña.
—Oh, Alchemilla, si tan solo pudieras darte cuenta… Si tan solo pudieras ver lo mucho que vales, lo que significas. ¡No quiero que vivas como hasta ahora, como una pordiosera! ¡Mírate! Eres hermosa. Y podrías serlo mucho más. Podrías ser una reina. ¿No te gustaría, Alchemilla, vivir en un mundo distinto al que hasta ahora conoces? Te ofrezco el mío. ¡Yo compartiría contigo todo cuanto tengo! ¿Entiendes lo que te digo? —por esos instantes dejé en el aire una pregunta cuya respuesta ya sabía—. Claro que no lo entiendes… pero algún día lo harás, yo voy a encargarme de eso.
Alchemilla permaneció tan callada como hasta entonces, inmóvil, quizá consternada por mis recientes declaraciones. ¿Seguía odiándome en esos instantes? Probablemente. Yo me acerqué a ella con cautela y la estreché contra mí como un amante apasionado.
—Piénsalo mejor la siguiente vez que quieras escapar. No hay rincón donde puedas ocultarte de mí. Estamos destinados el uno para el otro. Nos pertenecemos mutuamente. —susurré una vez más en su oído, aún sin deshacer el abrazo que me unía a ella.
Y, con esas sutiles palabras, le di mi última advertencia.
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Pero él no puede tener tu devoción porque tu devoción nos pertenece a nosotros...
No, no era mi mente quien renegaba de aprenderlo, ¡erais vosotros pero él no lo entendía porque quería que dejara de escucharos! Y yo no quería hacerlo. No quería, ¿no? La voz de Timeus era tan hipnótica que, a veces, lograba disipar las demás. ¿Me calmaba el silencio, mecido por su voz? ¿Me alteraba aún más? ¡No lo sabía! Pero mi devoción era para mis hermanos, mi familia. Y él no era parte de mi familia.
Dice que quiere que seas una reina. Dice que quiere darte su mundo. ¿Sabes lo que significa?
No, claro que no lo sabía, ¿qué era su mundo y cómo encajaba el mío en él? ¿Qué pasaría con mis hermanos si yo aceptaba? ¡Nadie, nadie pensaba en Alessa y Josh salvo yo, era la única que los tenía constantemente en mis pensamientos y que deseaba vengarme de mi padre por todo! Pero carecía del poder para hacerlo. Era débil, e incluso Timeus... ¿Incluso Timeus qué? Él era un vampiro. Él era poderoso. Y él estaba ofreciéndome su mundo.
No puedes estar pensando...
Ni siquiera mi padre sería tan... sí, sería así de cruel, pero mis hermanos no eran estúpidos y podrían haberse librado de él y encontrarme. ¿Por qué no lo hacía? ¡Porque mi padre se lo impedía, claro! Pero ¿y si no era así? No, no podía pensar eso, no podía, no... Pero nada más explicaba su ausencia, su silencio. ¡Ni con los hechizos de mi madre los encontraba y se suponía que la magia cuando corría como la sangre que nos unía era más poderosa! Me estaban evitando.
Alchemilla, es un engaño, Timeus está jugando con tu mente, déjanos...
¡Silencio! Debéis callar, y escuchar lo que él tiene que decir. Sí, ordenaros lo que habéis de hacer es satisfactorio en vez de obedecer cada una de vuestras palabras como si lo supierais todo y yo no supiera nada... ¡El silencio! ¡No, el silencio era horrible sin ellos y sus voces! Apreté el rostro contra su pecho y el silencio de su falta de corazón se volvió opresivo. No podía confiar en él. Pero tampoco podía confiar en nadie más.
– Tú me perteneces. – saboreé las palabras como hacía un rato había hecho con su sangre. Después, lo repetí en voz baja, sabiendo que él me escucharía. Era un vampiro, por supuesto que lo haría. Dejar de pertenecerme significaba pertenecerle a él, pero también al contrario. Las cosas funcionan en dos sentidos; eso me lo había enseñado mi padre al llevarse a mis hermanos, pero también ellos al abandonarme.
– Quiero que me ayudes a vengarme. – no pedí, expuse. Que él aceptara o no era irrelevante porque el deseo seguiría siendo el mismo, similar al que me había obligado a no apartarme de él. Podía temerlo, pero tampoco lo quería tener lejos. Era contradictorio, como todos los vampiros, pero ¿y si quien se contradecía era yo?
Subí las manos y lo cogí de la cara para que me mirara tan fijamente como lo hacía yo, con los ojos muy abiertos y atentos a su más mínimo gesto. Quería mi devoción, pero no se daba cuenta de que por su naturaleza ya la tenía. ¿Era eso lo que me habían avisado ellos cuando me decían el poder que él tenía sobre mí? ¡Sí, seguramente sí! Pero sus ojos eran sublimes, y cada parpadeo intensificaba mis escalofríos, en la base de la espalda y en lo alto de mis muslos.
– ¿Qué harás cuando tengas mi devoción? ¿Cuál es ese mundo que quieres darme? Espero que sea después de mi venganza, porque si no, no lo aceptaré. Pero no puedo huir de ti, ¿verdad? ¡Aunque quiera intentarlo y correr hasta donde me lleven las piernas tú siempre me encontrarás! No tengo elección. Pero, si eres mío, puedo pedirte lo que quiera. Y lo quiero todo... – afirmé, sonreí y solté su rostro bruscamente.
No, no era mi mente quien renegaba de aprenderlo, ¡erais vosotros pero él no lo entendía porque quería que dejara de escucharos! Y yo no quería hacerlo. No quería, ¿no? La voz de Timeus era tan hipnótica que, a veces, lograba disipar las demás. ¿Me calmaba el silencio, mecido por su voz? ¿Me alteraba aún más? ¡No lo sabía! Pero mi devoción era para mis hermanos, mi familia. Y él no era parte de mi familia.
Dice que quiere que seas una reina. Dice que quiere darte su mundo. ¿Sabes lo que significa?
No, claro que no lo sabía, ¿qué era su mundo y cómo encajaba el mío en él? ¿Qué pasaría con mis hermanos si yo aceptaba? ¡Nadie, nadie pensaba en Alessa y Josh salvo yo, era la única que los tenía constantemente en mis pensamientos y que deseaba vengarme de mi padre por todo! Pero carecía del poder para hacerlo. Era débil, e incluso Timeus... ¿Incluso Timeus qué? Él era un vampiro. Él era poderoso. Y él estaba ofreciéndome su mundo.
No puedes estar pensando...
Ni siquiera mi padre sería tan... sí, sería así de cruel, pero mis hermanos no eran estúpidos y podrían haberse librado de él y encontrarme. ¿Por qué no lo hacía? ¡Porque mi padre se lo impedía, claro! Pero ¿y si no era así? No, no podía pensar eso, no podía, no... Pero nada más explicaba su ausencia, su silencio. ¡Ni con los hechizos de mi madre los encontraba y se suponía que la magia cuando corría como la sangre que nos unía era más poderosa! Me estaban evitando.
Alchemilla, es un engaño, Timeus está jugando con tu mente, déjanos...
¡Silencio! Debéis callar, y escuchar lo que él tiene que decir. Sí, ordenaros lo que habéis de hacer es satisfactorio en vez de obedecer cada una de vuestras palabras como si lo supierais todo y yo no supiera nada... ¡El silencio! ¡No, el silencio era horrible sin ellos y sus voces! Apreté el rostro contra su pecho y el silencio de su falta de corazón se volvió opresivo. No podía confiar en él. Pero tampoco podía confiar en nadie más.
– Tú me perteneces. – saboreé las palabras como hacía un rato había hecho con su sangre. Después, lo repetí en voz baja, sabiendo que él me escucharía. Era un vampiro, por supuesto que lo haría. Dejar de pertenecerme significaba pertenecerle a él, pero también al contrario. Las cosas funcionan en dos sentidos; eso me lo había enseñado mi padre al llevarse a mis hermanos, pero también ellos al abandonarme.
– Quiero que me ayudes a vengarme. – no pedí, expuse. Que él aceptara o no era irrelevante porque el deseo seguiría siendo el mismo, similar al que me había obligado a no apartarme de él. Podía temerlo, pero tampoco lo quería tener lejos. Era contradictorio, como todos los vampiros, pero ¿y si quien se contradecía era yo?
Subí las manos y lo cogí de la cara para que me mirara tan fijamente como lo hacía yo, con los ojos muy abiertos y atentos a su más mínimo gesto. Quería mi devoción, pero no se daba cuenta de que por su naturaleza ya la tenía. ¿Era eso lo que me habían avisado ellos cuando me decían el poder que él tenía sobre mí? ¡Sí, seguramente sí! Pero sus ojos eran sublimes, y cada parpadeo intensificaba mis escalofríos, en la base de la espalda y en lo alto de mis muslos.
– ¿Qué harás cuando tengas mi devoción? ¿Cuál es ese mundo que quieres darme? Espero que sea después de mi venganza, porque si no, no lo aceptaré. Pero no puedo huir de ti, ¿verdad? ¡Aunque quiera intentarlo y correr hasta donde me lleven las piernas tú siempre me encontrarás! No tengo elección. Pero, si eres mío, puedo pedirte lo que quiera. Y lo quiero todo... – afirmé, sonreí y solté su rostro bruscamente.
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Ah, mi hermosa Alchemilla finalmente parecía entender, quizá no como yo deseaba que lo hiciera, pero en esencia era prácticamente lo mismo. Su mente y la mía parecían estar conectadas, de eso no había duda; nos unía un lazo, uno fuerte que yo buscaba fortalecer aún más, hacerlo indestructible. Ella se resistía como un potro salvaje, cambiaba de parecer de un minuto a otro; un día me odiaba y al siguiente demostraba algo parecido al afecto, pero, ¿acaso no era eso lo que me había hecho amarla desde el primer momento? ¡No deseaba cambiarla! Solamente quería domarla, someterla para no tener que temer jamás poder perderla, porque sí, vaya que lo temía. Aunque se tratara de una bruja, ella seguía siendo humana y la condición de los mortales es tan frágil que resultaba difícil no temer por ella. Un día, en uno de sus escapes, podía encontrar la muerte a manos de algún enemigo o un simple accidente. Con ello no quiero decir que la considero débil, aunque así luzca a simple vista.
Exhalé un audible suspiro de alivio al sentir cómo ella colocaba su cabeza sobre mi pecho. Alcé la mano y la coloqué sobre su cabello. Pensé que tal vez era momento de dejar atrás las amenazas y admoniciones, al menos por ese día. Quise cogerle las manos entre las mías, pero sabía que ella no lo permitiría. No le gustaba que la tocaran. Nunca pasaba sus brazos en torno a nadie, jamás permitía un abrazo, por eso me sorprendía que en esta ocasión estuviera cediendo. ¿Se había rendido ante mí? Eso era lo que estaba a punto de descubrir.
—¿Qué sucede, Alchemilla? Dudas, piensas demasiado en mi oferta que casi logra ofenderme. Si lo quieres todo, así será, querida. Lo tendrás todo, todo cuanto desees. A cambio sólo pido que me escuches a mí y no a tus voces. ¿Lo entiendes? Tienes que ser buena y obediente —o lo que era lo mismo, debía someterse a mí, a todos mis deseos y caprichos sin replicar jamás, aunque claro, no se lo diría de ese modo, no hacía falta alarmarla nuevamente, no ahora que la tenía así, tan tranquila entre mis brazos.
Era mucho más prudente maquillar mis verdaderas intenciones. Por otro lado, era muy probable que esa calma no durara demasiado, no cuando el tema que yo abordaría a continuación era tan delicado, pero si iba a hacerlo no era por decisión propia, sino porque ella era tan insistente que ya no podía prolongarse por más tiempo. Tenía que revelarle la verdad. Era mi deber aclarar su mente respecto al tema de su familia, sólo así ella dejaría de señalarme y culparme, de creerme su enemigo.
—Hay una cosa más que debo decirte —me separé de ella porque sabía que esto iba a ser como soltar una bomba y no quería que me explotara en la cara—. Se trata de tus hermanos perdidos, esos a los que tanto has buscado durante tanto tiempo —advertí la atención que prestó en ese instante, abriendo los ojos y alertando todos sus sentidos—. No puedes seguir buscándolos, es inútil, porque ellos no están perdidos, están muertos. Tampoco puedo ayudarte a vengarte, porque la culpable de su muerte eres tú, cariño.
Mientras la noticia caía sobre ella como un proyectil, yo desvié la mirada y me acerqué a la mesa para tomar una copa en la que me serví un poco de brandy. Bebí el licor con rostro inexpresivo. Si dijera que me dolía tener que darle esa noticia, estaría mintiendo.
Exhalé un audible suspiro de alivio al sentir cómo ella colocaba su cabeza sobre mi pecho. Alcé la mano y la coloqué sobre su cabello. Pensé que tal vez era momento de dejar atrás las amenazas y admoniciones, al menos por ese día. Quise cogerle las manos entre las mías, pero sabía que ella no lo permitiría. No le gustaba que la tocaran. Nunca pasaba sus brazos en torno a nadie, jamás permitía un abrazo, por eso me sorprendía que en esta ocasión estuviera cediendo. ¿Se había rendido ante mí? Eso era lo que estaba a punto de descubrir.
—¿Qué sucede, Alchemilla? Dudas, piensas demasiado en mi oferta que casi logra ofenderme. Si lo quieres todo, así será, querida. Lo tendrás todo, todo cuanto desees. A cambio sólo pido que me escuches a mí y no a tus voces. ¿Lo entiendes? Tienes que ser buena y obediente —o lo que era lo mismo, debía someterse a mí, a todos mis deseos y caprichos sin replicar jamás, aunque claro, no se lo diría de ese modo, no hacía falta alarmarla nuevamente, no ahora que la tenía así, tan tranquila entre mis brazos.
Era mucho más prudente maquillar mis verdaderas intenciones. Por otro lado, era muy probable que esa calma no durara demasiado, no cuando el tema que yo abordaría a continuación era tan delicado, pero si iba a hacerlo no era por decisión propia, sino porque ella era tan insistente que ya no podía prolongarse por más tiempo. Tenía que revelarle la verdad. Era mi deber aclarar su mente respecto al tema de su familia, sólo así ella dejaría de señalarme y culparme, de creerme su enemigo.
—Hay una cosa más que debo decirte —me separé de ella porque sabía que esto iba a ser como soltar una bomba y no quería que me explotara en la cara—. Se trata de tus hermanos perdidos, esos a los que tanto has buscado durante tanto tiempo —advertí la atención que prestó en ese instante, abriendo los ojos y alertando todos sus sentidos—. No puedes seguir buscándolos, es inútil, porque ellos no están perdidos, están muertos. Tampoco puedo ayudarte a vengarte, porque la culpable de su muerte eres tú, cariño.
Mientras la noticia caía sobre ella como un proyectil, yo desvié la mirada y me acerqué a la mesa para tomar una copa en la que me serví un poco de brandy. Bebí el licor con rostro inexpresivo. Si dijera que me dolía tener que darle esa noticia, estaría mintiendo.
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
¿Qué...? ¡No, no era cierto, no podía ser cierto! Yo jamás haría daño a mis hermanos, a mi padre sí pero a ellos no, ¡jamás en la vida y bajo ninguna circunstancia! ¡Mentiroso, mentiroso y blasfemo, ojala la Inquisición pudiera lanzarse a por él y matarlo, sí, como decía que yo había hecho con mis hermanos y era mentira, mentira! Ardía de rabia, me molestaba la garganta por un aullido que quería lanzar y apreté los puños...
¿A qué esperas? Golpéalo. Lo estás deseando.
Desobedecí sus palabras, pero era por ellos, y ellos no me mentían. Rugí y me lancé hacia él, que recibió mi golpe como una pared. Y a mí me daba igual, el dolor no me importaba. Lo arañé y me rompí las uñas por la fuerza con la que lo hacía, en vano. Me giré, cogí un cuchillo y se lo clavé, pero era como si no le hubiera hecho nada. Rompí su vaso, me agarré las mejillas, grité de nuevo y cerré los ojos. La sensación no se iba. Desasosiego y furia se mezclaban y las voces se reían sin parar, sin parar, seguían...
– ¡Eres un...! – comencé, boqueé para coger aire, y entonces lo completé con una retahíla de insultos en noruego que mi hermana me había enseñado en secreto, entre risas. Mi hermana, Alessa, la hermosa de las dos. Ella era perfecta, yo no lo era. Ella siempre había sido la mejor. Ella...
¿Eso son celos? Sí... ¿No crees que el fuego le quedaría MUCHO MEJOR?
¡No, no, no, no, fuego no, fuego no por favor, no, no, no! Me llevé las manos a la cabeza y recordé, o imaginé, o vi, poco importa, a Alessa ardiendo. Alessa, igual que yo pero distinta a mí, inflamada como una tea y gritando, y yo... ¿yo riendo? No, era imposible. ¡No podía ser, tenía que ser cosa de Timeus, maldito bastardo que me mentía y me hacía imaginar pesadillas hechas realidad! Sí, era una pesadilla. Sí.
– ¡Sal de mi cabeza, maldito bastardo, no me hagas imaginar cosas que no son verdad, yo no los he matado! – gruñí, y hasta yo me noté el acento noruego marcado aunque no soliera tenerlo. Sólo lo había hablado con mamá, y mamá ya estaba muerta. Muerta porque Alessa me había dicho que le abriera la ventana... Muerta. Muerta
(porque yo creí escucharla cuando no había sido ella no porque ella no podía ser no tenía esa voz tan ronca y tan muerta)
y enterrada. Igual que mis hermanos. No, ellos no, ellos viven y vivirán y yo los encontraré y ¡los salvaré! Oh. Oh, ¿qué pensaría Levana si creyera a Timeus, si fuera verdad? ¡Pero no lo es! Miente. Es un mentiroso, es un vampiro, la verdad le envenena como la luz del sol. Entonces empezó a dolerme, me caí al suelo y me miré las uñas levantadas y rotas. Respiré hondo y lo miré desde ahí, con el pelo sobre los ojos, enmarañado como mis pensamientos.
– Habla chucho, que no te escucho. – canturreé, y me tapé los oídos con las manos doloridas, pero eso no eliminaba mis pensamientos. Alessa seguía ardiendo aunque cerrara los ojos, la veía frente a mí, y ya no sabía qué era real... No, sí lo sabía. Era real que vivía, era mentira que la había matado. Yo decía la verdad; Timeus no, nunca lo hacía. Pero por si acaso no me destapé los oídos.
¿A qué esperas? Golpéalo. Lo estás deseando.
Desobedecí sus palabras, pero era por ellos, y ellos no me mentían. Rugí y me lancé hacia él, que recibió mi golpe como una pared. Y a mí me daba igual, el dolor no me importaba. Lo arañé y me rompí las uñas por la fuerza con la que lo hacía, en vano. Me giré, cogí un cuchillo y se lo clavé, pero era como si no le hubiera hecho nada. Rompí su vaso, me agarré las mejillas, grité de nuevo y cerré los ojos. La sensación no se iba. Desasosiego y furia se mezclaban y las voces se reían sin parar, sin parar, seguían...
– ¡Eres un...! – comencé, boqueé para coger aire, y entonces lo completé con una retahíla de insultos en noruego que mi hermana me había enseñado en secreto, entre risas. Mi hermana, Alessa, la hermosa de las dos. Ella era perfecta, yo no lo era. Ella siempre había sido la mejor. Ella...
¿Eso son celos? Sí... ¿No crees que el fuego le quedaría MUCHO MEJOR?
¡No, no, no, no, fuego no, fuego no por favor, no, no, no! Me llevé las manos a la cabeza y recordé, o imaginé, o vi, poco importa, a Alessa ardiendo. Alessa, igual que yo pero distinta a mí, inflamada como una tea y gritando, y yo... ¿yo riendo? No, era imposible. ¡No podía ser, tenía que ser cosa de Timeus, maldito bastardo que me mentía y me hacía imaginar pesadillas hechas realidad! Sí, era una pesadilla. Sí.
– ¡Sal de mi cabeza, maldito bastardo, no me hagas imaginar cosas que no son verdad, yo no los he matado! – gruñí, y hasta yo me noté el acento noruego marcado aunque no soliera tenerlo. Sólo lo había hablado con mamá, y mamá ya estaba muerta. Muerta porque Alessa me había dicho que le abriera la ventana... Muerta. Muerta
(porque yo creí escucharla cuando no había sido ella no porque ella no podía ser no tenía esa voz tan ronca y tan muerta)
y enterrada. Igual que mis hermanos. No, ellos no, ellos viven y vivirán y yo los encontraré y ¡los salvaré! Oh. Oh, ¿qué pensaría Levana si creyera a Timeus, si fuera verdad? ¡Pero no lo es! Miente. Es un mentiroso, es un vampiro, la verdad le envenena como la luz del sol. Entonces empezó a dolerme, me caí al suelo y me miré las uñas levantadas y rotas. Respiré hondo y lo miré desde ahí, con el pelo sobre los ojos, enmarañado como mis pensamientos.
– Habla chucho, que no te escucho. – canturreé, y me tapé los oídos con las manos doloridas, pero eso no eliminaba mis pensamientos. Alessa seguía ardiendo aunque cerrara los ojos, la veía frente a mí, y ya no sabía qué era real... No, sí lo sabía. Era real que vivía, era mentira que la había matado. Yo decía la verdad; Timeus no, nunca lo hacía. Pero por si acaso no me destapé los oídos.
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
La reacción de Alchemilla no logró sorprenderme del todo, de hecho, fue bastante predecible, así que lo tomé con calma. Me mantuve en mi lugar, junto al enorme comedor, y la vi saltar de aquí a allá, maldecir sin detenerse; observé en sus ojos azules una furia que era verdadera, que calcinaba. Luego, terminó por arremeter contra mí, que era quien le había dicho la verdad, su cruda realidad. Por supuesto que pude haberla detenido, pero no lo hice. Quería que sacara toda su ira, que la drenara de su pequeño y frágil cuerpo, o terminaría por intoxicarse. Recibí cada uno de sus golpes y soporté el dolor de los rasguños. Cuando terminó de agredirme, de la mesa tomé una de las servilletas de tela y me la pasé por el rostro y cuello para retirar la sangre de mis heridas. Mientras lo hacía, me acerqué a ella y le sonreí. Sonreí porque disfruté como nunca ver el asombro que apareció en sus ojos —aunque ella luchó por disimularlo— cuando fue testigo de mi poder: las heridas en mi cuerpo, incluyendo la del cuchillo, sanaron a una velocidad sorprendente; mi piel volvió a lucir tan impecable como siempre. Ese era mi poder, uno de tantos. Yo era prácticamente indestructible, o no, pero al menos sí bastante difícil de aniquilar, y ella debía tomarlo en cuenta, no olvidarlo jamás.
—Si yo soy un bastardo, un maldito… —empecé a decir, y lancé la servilleta ensangrentada al piso—, ¿en qué te convierte eso a ti? —sí, por supuesto que le sugerí que ella y yo no éramos tan diferentes. Yo era un asesino, ella también. Quizá era cruel, pero jamás estuvo en mi naturaleza ser compasivo, a excepción de esas veces en las que obtenía algo a cambio, tarde o temprano—. Lo siento, linda, pero lo que te he dicho no más que la verdad, pura y transparente, aunque turbia a la vez. Sé que no te gusta escucharlo, pero es así: tú los mataste, lo incendiaste todo —alcé mi voz y me incliné hacia ella para enfatizar mis acusaciones—. Las imágenes en tu cabeza no son más que tus recuerdos, que han permanecido escondidos por demasiado tiempo. Tú los has reprimido, tú y tus voces…
Fui consciente del odio con el que me miraba. Ella me despreciaba, ¡mi hermosa y tierna Alchemilla hubiera preferido verme arder a mí y no a su hermana! ¡Ah!, ¿qué podía hacer yo?
—Mírame, Alchemilla. Mírame bien —con trabajo, porque ahora ella seguía resistiéndose a que la tocara, logré atrapar su rostro entre mis manos y la inmovilicé para obligarla a que me mirara a los ojos, algo que me era absolutamente necesario para lo que haría a continuación—. No hay por qué sufrir por ellos, tú no los necesitas, me tienes a mí, que he sido generoso contigo. ¡He cuidado de ti! ¿Es más fuerte tu deseo de volver a estar con tu hermano, con Alessa, que conmigo, que te he tendido la mano y jamás te he abandonaré? —le pregunté, y, aunque, muy en el fondo de mi ser brillaba un poco la esperanza de que ella cambiara de opinión, supe que era inútil alimentar un sentimiento como ese, por lo que ni siquiera esperé a escuchar la negativa de su parte—. Tu indiferencia, tu rechazo, me insulta, me hiere… —el júbilo con el que le hablé al inicio, se fue apagando, y al final de mi oración, bajé mi mirada—. ¿No vas a cambiar de opinión? —le pregunté, dándole una última oportunidad para redimirse. Ella no respondió.
—Bien, ¡entonces ya ha sido suficiente! —sentencié con una voz mucho más enérgica que la que solía utilizar con ella cada vez que me hacía enfadar. Logró que me molestara en serio.
Estaba decidido a hacer las cosas a mi manera, así que comencé por sostener con mucha más fuerza, casi salvajemente, su rostro, y obligarla una vez más a que me mirara a los ojos. Hice uso de mis poderes persuasivos, que eran infalibles cuando se trataba de humanos, como ella. Abrí mi mente y concentré todo mi poder en la suya, conocí parte de sus pensamientos, visualicé algunas de sus terribles memorias, hasta que logré dominarla y someterla ante mí. La hipnoticé para que se quedara muy quieta mientras yo sacaba del interior de mi saco largo y oscuro una larga jeringa de vidrio que contenía un fuerte tranquilizador, el suficiente para mantenerla dopada durante las próximas horas.
—Lo siento, querida, pero no puedo permitir que te vayas nuevamente. Te quedarás aquí, conmigo, ¿no te emociona la idea? —alcé su brazo delgado y muy pálido y clavé en él la aguja para administrarle la droga—. Shhh… Ya, ya, estarás bien —le dije cuando la escuché gemir por el dolor del piquete. Inmediatamente después, sus párpados se entrecerraron denotando el cansancio, el sueño, el estado de confort que la sustancia le producía.
Pasé mis brazos por debajo de su cuerpo y la alcé hasta que la sostuve contra mi pecho. Era tan delgada que apenas pesaba, podía maniobrarla con gran agilidad. Con mi mano ladeé su rostro y lo coloqué sobre mi hombro, como si se tratara de un infante. La conduje así hasta la habitación que tenía dentro del sanatorio, que no tenía nada que envidiarle a cualquier otra. Cerré la puerta tras de mi y la coloqué sobre la cama que yo solamente utilizaba de vez en cuando, cuando deseaba pensar un poco y me tumbaba sobre ella para meditar.
—Sé que es duro conocer la verdad de este modo, pero ya lo superarás. Ahora duerme, yo me encargaré de que lo olvides… Pronto, lo único que añorarás será estar conmigo… —le susurré al oído antes de que se quedara dormida.
—Si yo soy un bastardo, un maldito… —empecé a decir, y lancé la servilleta ensangrentada al piso—, ¿en qué te convierte eso a ti? —sí, por supuesto que le sugerí que ella y yo no éramos tan diferentes. Yo era un asesino, ella también. Quizá era cruel, pero jamás estuvo en mi naturaleza ser compasivo, a excepción de esas veces en las que obtenía algo a cambio, tarde o temprano—. Lo siento, linda, pero lo que te he dicho no más que la verdad, pura y transparente, aunque turbia a la vez. Sé que no te gusta escucharlo, pero es así: tú los mataste, lo incendiaste todo —alcé mi voz y me incliné hacia ella para enfatizar mis acusaciones—. Las imágenes en tu cabeza no son más que tus recuerdos, que han permanecido escondidos por demasiado tiempo. Tú los has reprimido, tú y tus voces…
Fui consciente del odio con el que me miraba. Ella me despreciaba, ¡mi hermosa y tierna Alchemilla hubiera preferido verme arder a mí y no a su hermana! ¡Ah!, ¿qué podía hacer yo?
—Mírame, Alchemilla. Mírame bien —con trabajo, porque ahora ella seguía resistiéndose a que la tocara, logré atrapar su rostro entre mis manos y la inmovilicé para obligarla a que me mirara a los ojos, algo que me era absolutamente necesario para lo que haría a continuación—. No hay por qué sufrir por ellos, tú no los necesitas, me tienes a mí, que he sido generoso contigo. ¡He cuidado de ti! ¿Es más fuerte tu deseo de volver a estar con tu hermano, con Alessa, que conmigo, que te he tendido la mano y jamás te he abandonaré? —le pregunté, y, aunque, muy en el fondo de mi ser brillaba un poco la esperanza de que ella cambiara de opinión, supe que era inútil alimentar un sentimiento como ese, por lo que ni siquiera esperé a escuchar la negativa de su parte—. Tu indiferencia, tu rechazo, me insulta, me hiere… —el júbilo con el que le hablé al inicio, se fue apagando, y al final de mi oración, bajé mi mirada—. ¿No vas a cambiar de opinión? —le pregunté, dándole una última oportunidad para redimirse. Ella no respondió.
—Bien, ¡entonces ya ha sido suficiente! —sentencié con una voz mucho más enérgica que la que solía utilizar con ella cada vez que me hacía enfadar. Logró que me molestara en serio.
Estaba decidido a hacer las cosas a mi manera, así que comencé por sostener con mucha más fuerza, casi salvajemente, su rostro, y obligarla una vez más a que me mirara a los ojos. Hice uso de mis poderes persuasivos, que eran infalibles cuando se trataba de humanos, como ella. Abrí mi mente y concentré todo mi poder en la suya, conocí parte de sus pensamientos, visualicé algunas de sus terribles memorias, hasta que logré dominarla y someterla ante mí. La hipnoticé para que se quedara muy quieta mientras yo sacaba del interior de mi saco largo y oscuro una larga jeringa de vidrio que contenía un fuerte tranquilizador, el suficiente para mantenerla dopada durante las próximas horas.
—Lo siento, querida, pero no puedo permitir que te vayas nuevamente. Te quedarás aquí, conmigo, ¿no te emociona la idea? —alcé su brazo delgado y muy pálido y clavé en él la aguja para administrarle la droga—. Shhh… Ya, ya, estarás bien —le dije cuando la escuché gemir por el dolor del piquete. Inmediatamente después, sus párpados se entrecerraron denotando el cansancio, el sueño, el estado de confort que la sustancia le producía.
Pasé mis brazos por debajo de su cuerpo y la alcé hasta que la sostuve contra mi pecho. Era tan delgada que apenas pesaba, podía maniobrarla con gran agilidad. Con mi mano ladeé su rostro y lo coloqué sobre mi hombro, como si se tratara de un infante. La conduje así hasta la habitación que tenía dentro del sanatorio, que no tenía nada que envidiarle a cualquier otra. Cerré la puerta tras de mi y la coloqué sobre la cama que yo solamente utilizaba de vez en cuando, cuando deseaba pensar un poco y me tumbaba sobre ella para meditar.
—Sé que es duro conocer la verdad de este modo, pero ya lo superarás. Ahora duerme, yo me encargaré de que lo olvides… Pronto, lo único que añorarás será estar conmigo… —le susurré al oído antes de que se quedara dormida.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Veneno, veneno, lucha contra el veneno que te infecta, lucha contra Timeus, lucha contra lo que te ha dado
Pero no puedo. No, no podía. Ellos sonaban lejanos, absolutamente ajenos a mí, y yo me sentía tan bien y tan dolorida y tan cansada pero tan tranquila y tan ¿en paz? Sí, suponía que en paz. No le creía, ellos me aseguraban susurrando que no era verdad lo que decía, así que nada importaba. Sólo quería dormir. Mi cuerpo sólo deseaba echarse sobre una cama y él lo hizo, ¡lo hizo! Me bastó respirar para darme cuenta de que olía a Timeus. Pero poco.
¡Cómo puedes estar tan tranquila, Alchemilla? ¡Te ha drogado! Ha confundido tu mente y dominado tu cuerpo!
¿Qué? Yo no lo… No recordaba. Mis recuerdos estaban farragosos, igual que mi cabeza. Me costaba hablar incluso con ellos, sin abrir la boca. Aunque quise echarme a reír tampoco podía porque mi cuerpo no respondía. Entonces noté el sudor frío bajándome por los brazos y la espalda, también quietos y duros ¡y fríos! ¿Estaba muerta? ¡Me sentía muriendo! Poco a poco, sin fuerza, me iba quedando vacía. Quise gritar, pero mi mente sólo era capaz de susurrar. Se iba haciendo el vacío, poco a poco, pero con mis últimas energías fui capaz de mover los labios y la garganta para hablar.
– Te odio.
Y con ese susurro perdí el conocimiento y me hundí en un mundo de sueños, de imágenes de fuego y de mis padres y mi hermana muriendo de mil maneras distintas e imposibles: ¡ellos no habían muerto! Pero mi mente parecía empeñada en demostrarme lo contrario, me lo repetía hasta la saciedad, y sin que yo pudiera moverme o despertarme para desprenderme de las pesadillas. ¡No, dolía, dolía demasiado!
Es el efecto del veneno en ti, Alchemilla. Es el efecto de Timeus.
Pero incluso sus voces parecían vacías. Los oía cada vez menos, especialmente desde que comencé a caer al vacío, ¡y la caída iba a doler! Lo sabía porque en el fondo del precipicio me esperaban cuchillos afilados, hogueras altas como edificios reales, aguas profundas como la más oscura fosa que hubiera en la naturaleza. Si no en una pesadilla terminaría atrapada en todas, al menos hasta que me dejé ir. Entonces me abandonaron los sueños. Entonces, por fin, pude moverme.
Empecé temblando y estremeciéndome. (Son los efectos del veneno que te ha metido en el cuerpo con la aguja afilada.). ¡Claro, la aguja, por eso dolía! Sentía el dolor y el mundo a mi alrededor pero también su cama suave debajo de mí. ¿Suave? (No, pero tú estás cansada, y todo te parecerá confortable). Sí. Sí, probablemente fuera eso, notaba que me pesaba el cuerpo y la mente aún brumosa pero poco a poco se me llenaba de fuego y de energía y de ganas de moverme y hacer cosas y… Detuve mis pensamientos y respiré hondo cuando recordé. Él seguía allí, pero ¿cuándo se había ido? O ¿se había llegado a ir? No sabía. No tenía ni idea. No me importaba.
– Yo… ¿Timeus? ¿Los maté? – me odié por hacer la pregunta y sus gritos en mi cabeza fueron ensordecedores, pero ¡los sueños! ¡Las imágenes! ¡Todos los detalles! Y mi madre decía que los hechiceros debían confiar en su magia, y también en sus premoniciones y en los cánticos de los muertos, ¿si resucitaba a alguien me lo confirmaría o me lo negaría? ¿Si convocaba un fantasma me gritaría por haberlo despertado y luego me lo afirmaría?
¡No dejes que te engañe, tú no lo hiciste, eres inocente!
Lo era. ¿Lo era? Estaba confusa, y me dolía la cabeza horrores. Apenas podía moverme y hablar había supuesto un gran gasto de energía… Ni siquiera sabía qué hora era o cuánto había pasado dormida (¡envenenada!) bajo la atención del vampiro-médico de pelo negro y piel pálida que estaba loco, ¡loco! No podía escuchar a alguien así. Seguro que había mentido y se había metido en mi cabeza para que yo viera cosas que no eran ciertas, ¡los chupasangres podían hacerlo!
Eso es, Timeus te ha manipulado, te…
Y entonces vi a Alessa arder, a su cuerpo intentando acercarse al mío aunque estuviera en llamas y sus gritos de dolor y los otros que me preguntaban por qué, por qué lo había hecho si era su gemela y si eran mis voces las que me habían hablado pidiéndome que asesinara lo que más quería para que fueran ellos, ¡ellos!, quienes me controlarían y…
Me retorcí y me aparté de él para terminar pegada a la pared. Sentí náuseas y traté de agarrarme el estómago casi vacío, sin demasiado éxito. El sabor de la bilis me abrasaba la garganta con su acidez y yo sólo podía mirar a Timeus para no pensar en lo que mi mente quería confirmarme. ¿Qué haría si era…? Pero no lo era. ¿No?
– Dímelo.
No lo sugerí.
Pero no puedo. No, no podía. Ellos sonaban lejanos, absolutamente ajenos a mí, y yo me sentía tan bien y tan dolorida y tan cansada pero tan tranquila y tan ¿en paz? Sí, suponía que en paz. No le creía, ellos me aseguraban susurrando que no era verdad lo que decía, así que nada importaba. Sólo quería dormir. Mi cuerpo sólo deseaba echarse sobre una cama y él lo hizo, ¡lo hizo! Me bastó respirar para darme cuenta de que olía a Timeus. Pero poco.
¡Cómo puedes estar tan tranquila, Alchemilla? ¡Te ha drogado! Ha confundido tu mente y dominado tu cuerpo!
¿Qué? Yo no lo… No recordaba. Mis recuerdos estaban farragosos, igual que mi cabeza. Me costaba hablar incluso con ellos, sin abrir la boca. Aunque quise echarme a reír tampoco podía porque mi cuerpo no respondía. Entonces noté el sudor frío bajándome por los brazos y la espalda, también quietos y duros ¡y fríos! ¿Estaba muerta? ¡Me sentía muriendo! Poco a poco, sin fuerza, me iba quedando vacía. Quise gritar, pero mi mente sólo era capaz de susurrar. Se iba haciendo el vacío, poco a poco, pero con mis últimas energías fui capaz de mover los labios y la garganta para hablar.
– Te odio.
Y con ese susurro perdí el conocimiento y me hundí en un mundo de sueños, de imágenes de fuego y de mis padres y mi hermana muriendo de mil maneras distintas e imposibles: ¡ellos no habían muerto! Pero mi mente parecía empeñada en demostrarme lo contrario, me lo repetía hasta la saciedad, y sin que yo pudiera moverme o despertarme para desprenderme de las pesadillas. ¡No, dolía, dolía demasiado!
Es el efecto del veneno en ti, Alchemilla. Es el efecto de Timeus.
Pero incluso sus voces parecían vacías. Los oía cada vez menos, especialmente desde que comencé a caer al vacío, ¡y la caída iba a doler! Lo sabía porque en el fondo del precipicio me esperaban cuchillos afilados, hogueras altas como edificios reales, aguas profundas como la más oscura fosa que hubiera en la naturaleza. Si no en una pesadilla terminaría atrapada en todas, al menos hasta que me dejé ir. Entonces me abandonaron los sueños. Entonces, por fin, pude moverme.
Empecé temblando y estremeciéndome. (Son los efectos del veneno que te ha metido en el cuerpo con la aguja afilada.). ¡Claro, la aguja, por eso dolía! Sentía el dolor y el mundo a mi alrededor pero también su cama suave debajo de mí. ¿Suave? (No, pero tú estás cansada, y todo te parecerá confortable). Sí. Sí, probablemente fuera eso, notaba que me pesaba el cuerpo y la mente aún brumosa pero poco a poco se me llenaba de fuego y de energía y de ganas de moverme y hacer cosas y… Detuve mis pensamientos y respiré hondo cuando recordé. Él seguía allí, pero ¿cuándo se había ido? O ¿se había llegado a ir? No sabía. No tenía ni idea. No me importaba.
– Yo… ¿Timeus? ¿Los maté? – me odié por hacer la pregunta y sus gritos en mi cabeza fueron ensordecedores, pero ¡los sueños! ¡Las imágenes! ¡Todos los detalles! Y mi madre decía que los hechiceros debían confiar en su magia, y también en sus premoniciones y en los cánticos de los muertos, ¿si resucitaba a alguien me lo confirmaría o me lo negaría? ¿Si convocaba un fantasma me gritaría por haberlo despertado y luego me lo afirmaría?
¡No dejes que te engañe, tú no lo hiciste, eres inocente!
Lo era. ¿Lo era? Estaba confusa, y me dolía la cabeza horrores. Apenas podía moverme y hablar había supuesto un gran gasto de energía… Ni siquiera sabía qué hora era o cuánto había pasado dormida (¡envenenada!) bajo la atención del vampiro-médico de pelo negro y piel pálida que estaba loco, ¡loco! No podía escuchar a alguien así. Seguro que había mentido y se había metido en mi cabeza para que yo viera cosas que no eran ciertas, ¡los chupasangres podían hacerlo!
Eso es, Timeus te ha manipulado, te…
Y entonces vi a Alessa arder, a su cuerpo intentando acercarse al mío aunque estuviera en llamas y sus gritos de dolor y los otros que me preguntaban por qué, por qué lo había hecho si era su gemela y si eran mis voces las que me habían hablado pidiéndome que asesinara lo que más quería para que fueran ellos, ¡ellos!, quienes me controlarían y…
Me retorcí y me aparté de él para terminar pegada a la pared. Sentí náuseas y traté de agarrarme el estómago casi vacío, sin demasiado éxito. El sabor de la bilis me abrasaba la garganta con su acidez y yo sólo podía mirar a Timeus para no pensar en lo que mi mente quería confirmarme. ¿Qué haría si era…? Pero no lo era. ¿No?
– Dímelo.
No lo sugerí.
Invitado- Invitado
Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Me quedé a su lado, velando su tormentoso sueño, hasta que al fin comenzó a recobrar el conocimiento. Esperaba que al abrir los ojos se encontrara más sosiega, adormecida, idiotizada por el medicamento administrado, que me permitiera maniobrarla a mi antojo sin resistencia alguna, pero todo me indicó que la dosis no fue suficiente. Era mi culpa, por supuesto. Yo mejor que nadie tenía bien en presente que el uso de sustancias no era necesario. Yo poseía poderes antiguos, tan potentes, realmente infalibles, que eran capaces de inmovilizar a cualquiera en cuestión de segundos y por el tiempo que me viniera en gana; podía volverlos locos son sólo desearlo, podía matarlos, o al menos dejarlos moribundos. Mas era demasiado peligroso para un cuerpo tan frágil como el de mi preciosa. Ese era su mayor defecto y su principal encanto: ser débil, débil como todos los mortales.
¿Era yo capaz de alterar su naturaleza, condenándola a la mía? Tal vez. Mentiría si dijera que no llegué a pensarlo. Pero aún era demasiado pronto. Todavía me apetecía gozarla como lo que era, una pequeña y quebradiza hechicera.
Me quedé en mi sitio cuando la vi saltar de la cama a la pared con movimientos propios de un felino asustado. ¿Debía yo acercarme y acariciar su pelaje para tranquilizarla? Sí, y eso, precisamente, fue lo que hice.
Con movimientos perezosos pero, al mismo tiempo, elegantes, porque así era mi naturaleza, me acerqué a ella y alargué mi mano para coger la suya. Para mi sorpresa, no recibí ninguna agresión, quizá porque el efecto de la sustancia no había desaparecido de su cuerpo por completo.
La conduje nuevamente hasta la cama y la invité a sentarse sobre ella, luego me senté a su lado y le aparté la maraña de pelo humedecido del rostro.
—Alchemilla, ¿de verdad quieres que sigamos hablando del tema? Ya nos hemos dado cuenta de que no te hace nada bien, querida. Te he dicho todo lo que sé. ¿Por qué mejor no olvidarte de esos recuerdos y empezar a alojar otros en tu pequeña y fascinante cabecita? Hay tantas cosas por vivir, mi niña, cosas como esta… —entonces, posé dos de mis dedos sobre su cuello y comencé a deslizarlo suavemente hacia abajo.
Mi piel era fría como un témpano de hielo, pero era el mismísimo infierno el que ardía en mis entrañas. ¡Cómo deseaba poseerle! Esa sería la primera vez en que lo hiciera estando ella consciente. Si lo hacía de nuevo, ¿recordaría ella las anteriores veces, en las que había gozado con su cuerpo a placer? Yo, como buen conocedor de la mente humana, sabía mejor que nadie que una cosa tan insignificante como un aroma que haya estado presente en un momento traumático podría atraer los recuerdos escondidos en las mentes de los agredidos. No obstante, me acerqué, acorté la breve distancia que nos separaba del éxtasis y la uní mi boca a la suya en un inesperado y arrebatador beso.
—Mírame, tócame, no te resistas —rápidamente, me abrí la camisa y tomé su mano para colocarla sobre mi pecho desnudo. Con mi mano la fui guiando hasta el ombligo, un poco más abajo, donde el fuego me consumía—. Arde conmigo, Alchemilla.
¿Era yo capaz de alterar su naturaleza, condenándola a la mía? Tal vez. Mentiría si dijera que no llegué a pensarlo. Pero aún era demasiado pronto. Todavía me apetecía gozarla como lo que era, una pequeña y quebradiza hechicera.
Me quedé en mi sitio cuando la vi saltar de la cama a la pared con movimientos propios de un felino asustado. ¿Debía yo acercarme y acariciar su pelaje para tranquilizarla? Sí, y eso, precisamente, fue lo que hice.
Con movimientos perezosos pero, al mismo tiempo, elegantes, porque así era mi naturaleza, me acerqué a ella y alargué mi mano para coger la suya. Para mi sorpresa, no recibí ninguna agresión, quizá porque el efecto de la sustancia no había desaparecido de su cuerpo por completo.
La conduje nuevamente hasta la cama y la invité a sentarse sobre ella, luego me senté a su lado y le aparté la maraña de pelo humedecido del rostro.
—Alchemilla, ¿de verdad quieres que sigamos hablando del tema? Ya nos hemos dado cuenta de que no te hace nada bien, querida. Te he dicho todo lo que sé. ¿Por qué mejor no olvidarte de esos recuerdos y empezar a alojar otros en tu pequeña y fascinante cabecita? Hay tantas cosas por vivir, mi niña, cosas como esta… —entonces, posé dos de mis dedos sobre su cuello y comencé a deslizarlo suavemente hacia abajo.
Mi piel era fría como un témpano de hielo, pero era el mismísimo infierno el que ardía en mis entrañas. ¡Cómo deseaba poseerle! Esa sería la primera vez en que lo hiciera estando ella consciente. Si lo hacía de nuevo, ¿recordaría ella las anteriores veces, en las que había gozado con su cuerpo a placer? Yo, como buen conocedor de la mente humana, sabía mejor que nadie que una cosa tan insignificante como un aroma que haya estado presente en un momento traumático podría atraer los recuerdos escondidos en las mentes de los agredidos. No obstante, me acerqué, acorté la breve distancia que nos separaba del éxtasis y la uní mi boca a la suya en un inesperado y arrebatador beso.
—Mírame, tócame, no te resistas —rápidamente, me abrí la camisa y tomé su mano para colocarla sobre mi pecho desnudo. Con mi mano la fui guiando hasta el ombligo, un poco más abajo, donde el fuego me consumía—. Arde conmigo, Alchemilla.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
No, no quería seguir hablando. Hablar abría heridas y las heridas dolían si las tocabas mucho, muy fuerte, demasiado rato. Quería saberlo, pero ¿no quería saberlo? Todo a la vez, era caos y confusión, no sabía qué hacer ni cómo reaccionar con él. Él lo sabía, ¡sí!, pero no iba a decírmelo. ¡Lo convencería! Aunque no sabía cómo. Ni tampoco sabía si sería capaz, él sabía controlarme y podía hacerlo, lo haría, lo hacía. ¿Me importaba?
No. Ahora no.
No, era cierto. No me importaba nada, absolutamente nada de lo que se encontrara aquí o allí. Ya habría tiempo luego para averiguarlo todo, seguro. Pero entonces ¿qué haría hasta ese momento...? Y él me besó. No hubo otra manera de llamarlo aunque me invadiera y me hiciera daño con sus colmillos; el dolor era agradable, y eso fue una sorpresa extraña. Además, él...
Sabe familiar.
¡Sí, exacto! Era como... No sabía explicarlo. No quería hacerlo, no podía, y él me cogió la mano y me la condujo por su cuerpo. Se parecía a una estatua, ardía y congelaba al mismo tiempo, ¡como un géiser helado, como un glaciar ardiente! Me gustaba y me repelía, algo me decía que me apartara y corriera, pero otra cosa me repetía que no se me ocurriera alejarme. ¿Vosotros qué decís, ahora calláis?
No es nuestro momento de hablar. Él se enfadará si no lo atiendes.
¡Me da igual!
Eso no es cierto, Alchemilla, no lo ha sido nunca y no empezará a serlo ahora.
Me mordí el labio inferior, presa en el diálogo con ellos, y dejé que guiara mi mano. Era pasiva, no hice más que obedecer hasta que se hizo el silencio y ellos no hablaron. Oh, ¿os habéis enfadado? ¡Traidores, sucios bastardos, inmundos! Entonces tomé la iniciativa y atravesé la barrera de sus pantalones. No sabía si lo hacía bien, pero a él parecía gustarle, y yo sonreí.
– No me resisto, ya no. – murmuré, y dejé caer la ropa que llevaba con ambas manos. ¿Cuándo la había apartado...? Daba igual. Él estaba casi tan frío como la corriente de aire que sopló sobre mi cuerpo desnudo; sólo la primera de esas dos cosas tan aparentemente iguales me importaba. No era capaz de pensar en nada más, salvo en que me era familiar. Pero ¿cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo?
No. No pensé tampoco en eso. Cogí sus manos y las planté sobre mí, con los ojos medio cerrados y moviéndolo suavemente. Él no obedecería, creo. O quizá sí. Con Timeus nunca se sabía si encontrarías al gato o a la pantera; seguramente ambas, él era una mezcla. ¿Peligrosa? Sí. Y adictiva...
No. Ahora no.
No, era cierto. No me importaba nada, absolutamente nada de lo que se encontrara aquí o allí. Ya habría tiempo luego para averiguarlo todo, seguro. Pero entonces ¿qué haría hasta ese momento...? Y él me besó. No hubo otra manera de llamarlo aunque me invadiera y me hiciera daño con sus colmillos; el dolor era agradable, y eso fue una sorpresa extraña. Además, él...
Sabe familiar.
¡Sí, exacto! Era como... No sabía explicarlo. No quería hacerlo, no podía, y él me cogió la mano y me la condujo por su cuerpo. Se parecía a una estatua, ardía y congelaba al mismo tiempo, ¡como un géiser helado, como un glaciar ardiente! Me gustaba y me repelía, algo me decía que me apartara y corriera, pero otra cosa me repetía que no se me ocurriera alejarme. ¿Vosotros qué decís, ahora calláis?
No es nuestro momento de hablar. Él se enfadará si no lo atiendes.
¡Me da igual!
Eso no es cierto, Alchemilla, no lo ha sido nunca y no empezará a serlo ahora.
Me mordí el labio inferior, presa en el diálogo con ellos, y dejé que guiara mi mano. Era pasiva, no hice más que obedecer hasta que se hizo el silencio y ellos no hablaron. Oh, ¿os habéis enfadado? ¡Traidores, sucios bastardos, inmundos! Entonces tomé la iniciativa y atravesé la barrera de sus pantalones. No sabía si lo hacía bien, pero a él parecía gustarle, y yo sonreí.
– No me resisto, ya no. – murmuré, y dejé caer la ropa que llevaba con ambas manos. ¿Cuándo la había apartado...? Daba igual. Él estaba casi tan frío como la corriente de aire que sopló sobre mi cuerpo desnudo; sólo la primera de esas dos cosas tan aparentemente iguales me importaba. No era capaz de pensar en nada más, salvo en que me era familiar. Pero ¿cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo?
No. No pensé tampoco en eso. Cogí sus manos y las planté sobre mí, con los ojos medio cerrados y moviéndolo suavemente. Él no obedecería, creo. O quizá sí. Con Timeus nunca se sabía si encontrarías al gato o a la pantera; seguramente ambas, él era una mezcla. ¿Peligrosa? Sí. Y adictiva...
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
No pude evitar esbozar una gran sonrisa al percatarme de cómo ella estaba tan dispuesta a cooperar. No fue una sonrisa cualquiera, era una sonrisa triunfal –y había algo perverso en ella-, porque su entrega sólo significaba una cosa real y definitiva: yo había triunfado, sería mía, realmente mía. Mi persuasión había sido tal que ella se me rendía, como debió haber sido desde el inicio, sin tantos rodeos, sin tantos problemas y tantas agresiones. Me sorprendió, desde luego, de una manera grata y única. De un momento a otro, y sin darme a mí la oportunidad de hacerlo, tomó la iniciativa y se despojó de toda su ropa, regalándome así la exquisita visión de su cuerpo desnudo. ¡Ah, era tan hermosa, tan perfecta! ¡Y yo solo quería tocarla, delinear cada una de sus delicadas formas! Pero me contuve. En lugar de eso, me deleité con su entrega y la contemplé en ese estado tan puro durante un largo tiempo. No obstante, mis manos ansiosas no tardaron en reclamar lo que era suyo y pronto no pude contenerme. La toqué, y lo hice con tanta vehemencia que yo mismo me desconocí. ¡Me sentía tan apasionado, tan vivo como nadie más había logrado hacerme experimentar! ¡Qué criatura tan maravillosa! Rodeé sus pechos con las yemas de mis dedos y jugueteé con sus pezones rosados que ya estaban endurecidos.
—¿Esto te gusta, no es así? —Le pregunté sin detenerme un solo instante, sino por el contrario, haciéndolo con mucho más ímpetu. Sentí cómo ella se estremecía ante mi tacto—. Sé que siente bien. ¿Ves qué fácil es cuando cooperas? ¿Recuerdas haberte sentido tan bien como te sientes ahora? Apuesto a que no. ¿Finalmente te das cuenta de que soy lo que necesitas, cómo mis palabras no han sido dichas sin fundamento? —Cuestioné, pero no le di la oportunidad de responder.
En lugar de eso abrí mi boca para atrapar la suya entre mis labios, hasta convertir esa exquisita cercanía en un apasionado beso. Mi lengua emergió de entre mis mezquinos labios y buscó la de Alchemilla, reconociéndola al instante. Empujé dentro de su boca, penetrándola con mi lengua, llegando más profundo, quitándole el aliento. Sabía que estaba siendo un poco rudo con ella, pero ella provocaba eso en mí. En un arrebato de absoluta pasión, la rodeé con mis brazos y caí de espaldas sobre el lecho, llevándomela a ella conmigo. Durante unos minutos, ella estuvo sobre mí, sentaba a horcajadas sobre mi pelvis. Yo me deleité con la visión de Alchemilla desde ese ángulo. Me gustaba ver sus pechos, sus pezones que lucían tan comestibles. Quería acercarme y saborearlos, lamerlos, estrujarlos. Y así lo hice. Estaba convencido de que su cuerpo inexperto respondería con gratitud y placer, sus jadeos contenidos me lo confirmaban.
—¿Esto te gusta, no es así? —Le pregunté sin detenerme un solo instante, sino por el contrario, haciéndolo con mucho más ímpetu. Sentí cómo ella se estremecía ante mi tacto—. Sé que siente bien. ¿Ves qué fácil es cuando cooperas? ¿Recuerdas haberte sentido tan bien como te sientes ahora? Apuesto a que no. ¿Finalmente te das cuenta de que soy lo que necesitas, cómo mis palabras no han sido dichas sin fundamento? —Cuestioné, pero no le di la oportunidad de responder.
En lugar de eso abrí mi boca para atrapar la suya entre mis labios, hasta convertir esa exquisita cercanía en un apasionado beso. Mi lengua emergió de entre mis mezquinos labios y buscó la de Alchemilla, reconociéndola al instante. Empujé dentro de su boca, penetrándola con mi lengua, llegando más profundo, quitándole el aliento. Sabía que estaba siendo un poco rudo con ella, pero ella provocaba eso en mí. En un arrebato de absoluta pasión, la rodeé con mis brazos y caí de espaldas sobre el lecho, llevándomela a ella conmigo. Durante unos minutos, ella estuvo sobre mí, sentaba a horcajadas sobre mi pelvis. Yo me deleité con la visión de Alchemilla desde ese ángulo. Me gustaba ver sus pechos, sus pezones que lucían tan comestibles. Quería acercarme y saborearlos, lamerlos, estrujarlos. Y así lo hice. Estaba convencido de que su cuerpo inexperto respondería con gratitud y placer, sus jadeos contenidos me lo confirmaban.
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
No podía parar. Y era extraño, porque ni siquiera podía empezar. Estaba como paralizada, adictizada (¿eso existe?) a él y a su sabor y a su sangre y a su tacto y... A todo. Absolutamente a todo. No podía pensar, no quería hacerlo, pero algo (alguien) me conducía a hacerlo, me gritaba que debía pararme quieta. ¿Cómo, si no hacía nada? Era todo cosa de él, yo me movía pero no porque quisiera. ¿Quería? No lo sabía. Estaba confundida y me dolía la cabeza, pero era todo tan dulce, tan placentero...
Te ha hechizado.
No. ¡No! La hechicera era yo, no él. ¡Mi madre me había enseñado! O, bueno, no, pero había escrito sus hechizos y yo los había encontrado y... No podía seguir pensando en eso. No cuando él ocupaba cada uno de mis sentidos y yo era presa de todo, de mí misma y de él y de todo lo que nos rodeaba. Era demasiado intenso, y me costaba centrarme en una cosa; mi cabeza brincaba de un lado a otro, sumisa y obediente pero rebelde aunque él no pudiera verme.
¿Quieres esto, Alchemilla?
¿Quería? ¿No quería? Se sentía bien, pero ¿cuáles serían las consecuencias? ¿Serían buenas o malas? Él ya me había atrapado, ¡demonios, así era! ¿Era un pecado o una santidad? Podía ser ambas cosas, yo con él nunca lo sabía, y ellos... ellos tampoco. Ellos sólo podían mirar y escuchar cuando Timeus me tumbaba y me agarraba el cuerpo con un tacto frío que me hacía arder. Curiosa doblez, ¿no? Irónico.
– Sigue. Te necesito. – repetí, ida pero sin estarlo del todo. Me sentía extraña, pero me sentía ahí, por mucho que fuera contradictorio. Bueno, ¡todo lo era! Incluso ellos, especialmente ellos. Y ellos eran los que me guiaban aunque se pusieran en contra de aquella idea de dejarme tocar por Timeus, por un dios pagano que era más antiguo de lo que yo nunca podría contemplar en toda mi vida. ¿Por qué era tan viejo? Quizá se sentiría extraño con una niña como yo. Pero parecía darle igual. O, quizá, no le daba en absoluto igual pero era como si se lo diera. Sería eso.
Piensas demasiado.
¿Pero fui yo quien lo dijo, ellos o él? No lo sabía. Fuera quien fuera había tenido razón, así que elegí no pensar y solamente arrancarle la ropa. No la rompí, claro; estaba demasiado bien hecha para poder destrozarla con ese movimiento. Pero sí lo tuve absolutamente pálido, marmóreo y perfecto delante de mí y quise morderlo. Por supuesto, lo hice: en las clavículas, en el cuello, en los labios. Aunque estaba debajo de él me daba igual: competíamos en palidez, y me gustaba. Era como yo. Y eso que nunca, jamás, lo sería... No del todo.
Te ha hechizado.
No. ¡No! La hechicera era yo, no él. ¡Mi madre me había enseñado! O, bueno, no, pero había escrito sus hechizos y yo los había encontrado y... No podía seguir pensando en eso. No cuando él ocupaba cada uno de mis sentidos y yo era presa de todo, de mí misma y de él y de todo lo que nos rodeaba. Era demasiado intenso, y me costaba centrarme en una cosa; mi cabeza brincaba de un lado a otro, sumisa y obediente pero rebelde aunque él no pudiera verme.
¿Quieres esto, Alchemilla?
¿Quería? ¿No quería? Se sentía bien, pero ¿cuáles serían las consecuencias? ¿Serían buenas o malas? Él ya me había atrapado, ¡demonios, así era! ¿Era un pecado o una santidad? Podía ser ambas cosas, yo con él nunca lo sabía, y ellos... ellos tampoco. Ellos sólo podían mirar y escuchar cuando Timeus me tumbaba y me agarraba el cuerpo con un tacto frío que me hacía arder. Curiosa doblez, ¿no? Irónico.
– Sigue. Te necesito. – repetí, ida pero sin estarlo del todo. Me sentía extraña, pero me sentía ahí, por mucho que fuera contradictorio. Bueno, ¡todo lo era! Incluso ellos, especialmente ellos. Y ellos eran los que me guiaban aunque se pusieran en contra de aquella idea de dejarme tocar por Timeus, por un dios pagano que era más antiguo de lo que yo nunca podría contemplar en toda mi vida. ¿Por qué era tan viejo? Quizá se sentiría extraño con una niña como yo. Pero parecía darle igual. O, quizá, no le daba en absoluto igual pero era como si se lo diera. Sería eso.
Piensas demasiado.
¿Pero fui yo quien lo dijo, ellos o él? No lo sabía. Fuera quien fuera había tenido razón, así que elegí no pensar y solamente arrancarle la ropa. No la rompí, claro; estaba demasiado bien hecha para poder destrozarla con ese movimiento. Pero sí lo tuve absolutamente pálido, marmóreo y perfecto delante de mí y quise morderlo. Por supuesto, lo hice: en las clavículas, en el cuello, en los labios. Aunque estaba debajo de él me daba igual: competíamos en palidez, y me gustaba. Era como yo. Y eso que nunca, jamás, lo sería... No del todo.
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Sí, ella me necesitaba, tanto, demasiado, podía sentirlo, aunque dudaba que mucho más de lo que yo la necesitaba a ella. Me había obsesionado de tal manera, de una forma tan irracional, que la sola idea de tenerla lejos, además de hacerme hervir en cólera, me causaba una gran infelicidad. ¡Ah, era tan absurdo, tan inverosímil! Yo sufría de un peligroso apasionamiento por esa criatura, y tan formidable era que casi amenazaba mi equilibrio. Desde luego, era peligroso que una sensación como esa surgiera tan de pronto. Estaba actuando como un demente –y quizá lo estaba, todos los decían-, pero nadie me detendría. Quería poseer a aquella tierna criatura mortal. Su voz, su cuerpo, toda ella era demasiado embriagante, y yo quería beberla, toda, de un solo golpe. Ella también lo deseaba. Escuchar esa confesión brotando de los labios de Alchemilla, que constantemente solo tenían insultos y desaires para mí, fue un gran mérito. La había domado, como se doma a un animal salvaje. Era mía. Solo mía.
La rodeé con mis brazos y los atenacé alrededor de su cuerpo, tan fuerte como si algo amenazara con arrebatármela, como si temiera perderla, e hice que rodáramos sobre la cama, hasta cambiar de posición: ella abajo y yo arriba. Abrí sus piernas y me coloqué entre ellas, dejando que mi miembro rozara contra su firme vientre, arrastrándolo por encima de su rosada y húmeda hendidura, dejándolo justo en la entrada. Yo estaba listo y ella también lo estaba para recibirme. Bastaba ejercer una mínima presión para introducirme por completo dentro en ella, y oh, cómo lo deseaba, pero me armé de paciencia y entonces, aprovechando al máximo esa cercanía, la miré a los ojos.
—Ríndete ahora, Alchemilla. Quiero que mi voz sea la única que escuches y obedezcas —le dije abierta y claramente a aquella hermosa criatura que me observaba con atención.
Mientras me miraba, sus ojos parecieron empañarse, esperaba yo que de puro deseo. Ah, cómo deseaba que respondiese a mis palabras con un «¡Sí!». Pensé que quizá necesitaba un incentivo más que la tentara a sucumbir. Deslicé una de mis manos hasta su pecho y con ella atrapé uno de sus pequeños senos. Allí permanecí, frotando la redondez de su seno, torturando el endurecido pezón, mismo que no tardé en introducir en mi boca. Con mi lengua lo lamí, lo chupé y lo mordisqueé, dando suaves tirones que terminaron por arrancarle un profundo suspiro. De pronto, sin darle oportunidad de reaccionar, me clavé con fuerza en su interior. Jadeé y ella me imitó. Toda la carne expuesta de mi pene desapareció en el cuerpo de Alchemilla. Podía sentir sus apretados y húmedos músculos rodeando y presionando mi órgano, calentándolo, absorbiéndome con dificultad, pero cediendo ante mis movimientos.
—Acéptame como tu amante —le dije al tiempo que empujaba provocando que ella se sacudiera otra vez—, como tu maestro —retrocedí y volví a empujar—, como tu amo. Era esto lo que tú pedías y te lo he dado. ¿Me darás lo que yo deseo? No me basta con poseer tu cuerpo; dame tu alma, Alchemilla. Dámela, porque quiero poseerla.
Su silencio me atormentó.
La rodeé con mis brazos y los atenacé alrededor de su cuerpo, tan fuerte como si algo amenazara con arrebatármela, como si temiera perderla, e hice que rodáramos sobre la cama, hasta cambiar de posición: ella abajo y yo arriba. Abrí sus piernas y me coloqué entre ellas, dejando que mi miembro rozara contra su firme vientre, arrastrándolo por encima de su rosada y húmeda hendidura, dejándolo justo en la entrada. Yo estaba listo y ella también lo estaba para recibirme. Bastaba ejercer una mínima presión para introducirme por completo dentro en ella, y oh, cómo lo deseaba, pero me armé de paciencia y entonces, aprovechando al máximo esa cercanía, la miré a los ojos.
—Ríndete ahora, Alchemilla. Quiero que mi voz sea la única que escuches y obedezcas —le dije abierta y claramente a aquella hermosa criatura que me observaba con atención.
Mientras me miraba, sus ojos parecieron empañarse, esperaba yo que de puro deseo. Ah, cómo deseaba que respondiese a mis palabras con un «¡Sí!». Pensé que quizá necesitaba un incentivo más que la tentara a sucumbir. Deslicé una de mis manos hasta su pecho y con ella atrapé uno de sus pequeños senos. Allí permanecí, frotando la redondez de su seno, torturando el endurecido pezón, mismo que no tardé en introducir en mi boca. Con mi lengua lo lamí, lo chupé y lo mordisqueé, dando suaves tirones que terminaron por arrancarle un profundo suspiro. De pronto, sin darle oportunidad de reaccionar, me clavé con fuerza en su interior. Jadeé y ella me imitó. Toda la carne expuesta de mi pene desapareció en el cuerpo de Alchemilla. Podía sentir sus apretados y húmedos músculos rodeando y presionando mi órgano, calentándolo, absorbiéndome con dificultad, pero cediendo ante mis movimientos.
—Acéptame como tu amante —le dije al tiempo que empujaba provocando que ella se sacudiera otra vez—, como tu maestro —retrocedí y volví a empujar—, como tu amo. Era esto lo que tú pedías y te lo he dado. ¿Me darás lo que yo deseo? No me basta con poseer tu cuerpo; dame tu alma, Alchemilla. Dámela, porque quiero poseerla.
Su silencio me atormentó.
- Spoiler:
- Siento tanto haber demorado así. Merezco lo peor. Que sea Timeus quien pague el castigo (?).
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Tu alma. Te pide tu alma, Alchemilla. ¿No es lo más gracioso que has oído nunca!
Casi, pero no. ¿O sí, lo era? Tal vez. Porque él no sabía que yo no tenía alma, ¡la había vendido hacía tiempo para poder vengarme! Además, ¿qué era el alma? ¿Para qué servía? El cura de la aldea solía explicarlo, pero mi madre no lo creía y si ella no lo hacía yo tampoco. ¡Buena hechicera! Ella me había dado mucho, y había muerto antes de ver cómo terminaban todos los demás. Salvo yo. O ¿incluso yo?
Tú también. ¿No te das cuenta? Te ha esclavizado, lo ha hecho con tu cuerpo y pretende lo mismo con tu mente.
Pero se sentía tan condenadamente bien... Tal vez por sus manos diestras y frías, ¡tanto que me daban escalofríos y me hacían querer retorcerme en su agarre! Tal vez por él, por los colmillos que no me estaba enseñando pero que sabía que ocultaba bajo sus sonrisas diabólicas. ¿Bajo o tras? Bueno, en el interior de la boca que besaba siempre que podía y en la que ahogada jadeos y gemidos que se me escapaban sin mi control.
Como si me quedara algún tipo de...
¡Oh! Ellos no habían hablado, por una vez había sido... ¿Yo? Ellos guardaban silencio y yo sólo nos escuchaba al vampiro, a Timeus, a mi ¿dueño? (¡No, nunca, no por completo!) y a mí, totalmente sometida por sus movimientos. Y más que lo estuve cuando entró por completo, muy dentro y muy hondo, en mi interior y no pude pensar en nada más que no fuera balancearme sobre él rápido y que llenara el vacío que había descubierto, gracias a él, que poseía.
– Muérdeme. ¿No es eso lo que haces? Muérdeme y tendrás lo que quieres. – ronroneé, y después jadeé, al tiempo que me agarraba con fuerza a su cuerpo para apretarlo al mío y que no se le ocurriera apartarse. ¡No se lo iba a permitir! Aunque fuera más fuerte que yo necesitaba asegurarme de aferrarme bien a su frío y definido torso, porque sabía que de algo iba a servir.
Para tener nuevos cardenales mañana, pero ¿para más? Es dudoso.
Pero me daba igual porque yo quería más, a él, como fuera y donde fuera y... ¿como fuera? ¿Eso lo había dicho ya? Daba igual, lo quería a él en mi interior, jadeando al mismo ritmo que yo y dándome la oportunidad de subirme encima de su cuerpo para montarlo y agarrarlo del pelo, sin el más mínimo atisbo de control. ¿Qué significaba esa palabra? ¿Y a quién le importaba cuando oleadas parecidas a los estremecimientos pero por dentro me estaban inundando todo el cuerpo con placer?
– No tengo alma, pero sí tengo sangre. Quiero que te valga con eso... – susurré, en su oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja después para seguir con aquel maravilloso placer que no era doloroso ni sangriento pero que lo sería, ¡yo anhelaba que lo fuera! Porque la sangre siempre lo hacía mejor, especialmente si era la mía devorada por un ser como él, y el dolor...
Sí, el dolor satisface.
¡Era cierto, claro! Por eso, en el mismo momento en que él me mordió, empecé a sentir cómo mi cuerpo dejaba de pertenecerme, y a medida que iba succionando mi sangre y que la sentía caerme por la piel desnuda, mezclándose con la fina capa de sudor que él me estaba provocando, me excitaba más hasta que, cuando dio un nuevo mordisco, terminé. En sus brazos.
Y así, con un orgasmo, es como te has terminado de vender.
Casi, pero no. ¿O sí, lo era? Tal vez. Porque él no sabía que yo no tenía alma, ¡la había vendido hacía tiempo para poder vengarme! Además, ¿qué era el alma? ¿Para qué servía? El cura de la aldea solía explicarlo, pero mi madre no lo creía y si ella no lo hacía yo tampoco. ¡Buena hechicera! Ella me había dado mucho, y había muerto antes de ver cómo terminaban todos los demás. Salvo yo. O ¿incluso yo?
Tú también. ¿No te das cuenta? Te ha esclavizado, lo ha hecho con tu cuerpo y pretende lo mismo con tu mente.
Pero se sentía tan condenadamente bien... Tal vez por sus manos diestras y frías, ¡tanto que me daban escalofríos y me hacían querer retorcerme en su agarre! Tal vez por él, por los colmillos que no me estaba enseñando pero que sabía que ocultaba bajo sus sonrisas diabólicas. ¿Bajo o tras? Bueno, en el interior de la boca que besaba siempre que podía y en la que ahogada jadeos y gemidos que se me escapaban sin mi control.
Como si me quedara algún tipo de...
¡Oh! Ellos no habían hablado, por una vez había sido... ¿Yo? Ellos guardaban silencio y yo sólo nos escuchaba al vampiro, a Timeus, a mi ¿dueño? (¡No, nunca, no por completo!) y a mí, totalmente sometida por sus movimientos. Y más que lo estuve cuando entró por completo, muy dentro y muy hondo, en mi interior y no pude pensar en nada más que no fuera balancearme sobre él rápido y que llenara el vacío que había descubierto, gracias a él, que poseía.
– Muérdeme. ¿No es eso lo que haces? Muérdeme y tendrás lo que quieres. – ronroneé, y después jadeé, al tiempo que me agarraba con fuerza a su cuerpo para apretarlo al mío y que no se le ocurriera apartarse. ¡No se lo iba a permitir! Aunque fuera más fuerte que yo necesitaba asegurarme de aferrarme bien a su frío y definido torso, porque sabía que de algo iba a servir.
Para tener nuevos cardenales mañana, pero ¿para más? Es dudoso.
Pero me daba igual porque yo quería más, a él, como fuera y donde fuera y... ¿como fuera? ¿Eso lo había dicho ya? Daba igual, lo quería a él en mi interior, jadeando al mismo ritmo que yo y dándome la oportunidad de subirme encima de su cuerpo para montarlo y agarrarlo del pelo, sin el más mínimo atisbo de control. ¿Qué significaba esa palabra? ¿Y a quién le importaba cuando oleadas parecidas a los estremecimientos pero por dentro me estaban inundando todo el cuerpo con placer?
– No tengo alma, pero sí tengo sangre. Quiero que te valga con eso... – susurré, en su oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja después para seguir con aquel maravilloso placer que no era doloroso ni sangriento pero que lo sería, ¡yo anhelaba que lo fuera! Porque la sangre siempre lo hacía mejor, especialmente si era la mía devorada por un ser como él, y el dolor...
Sí, el dolor satisface.
¡Era cierto, claro! Por eso, en el mismo momento en que él me mordió, empecé a sentir cómo mi cuerpo dejaba de pertenecerme, y a medida que iba succionando mi sangre y que la sentía caerme por la piel desnuda, mezclándose con la fina capa de sudor que él me estaba provocando, me excitaba más hasta que, cuando dio un nuevo mordisco, terminé. En sus brazos.
Y así, con un orgasmo, es como te has terminado de vender.
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Más que buscar mi propia satisfacción, deseaba proveérsela. Con el paso de los años había aprendido demasiadas cosas de los mortales, sus fortalezas, así como sus debilidades, y era sorprendente ver las criaturas tan maleables en las que podían llegar a convertirse con algo tan sencillo como el sexo. Oh, sí, la sexualidad era, sin duda, demasiado importante para ellos, pero gracias a las estrictas costumbres de la época, pocos eran los que se atrevían a explotarla como era debido, convirtiéndose así en seres reprimidos, bombas del tiempo que tarde o temprano explotaban, enardecidos, enloquecidos y cegados por la pasión. Por eso es que era tan sencillo dominarlos a través del erotismo, algo que, según muchos, todos los vampiros poseemos.
Y Alchemilla no fue la excepción, su cuerpo me lo confirmó. Yo sonreí encantado cuando la escuché. ¡Ella me pedía que la mordiera! No, no me lo pedía, me lo exigía al mismo tiempo que se aferraba ferozmente a mi cuerpo, como impidiendo que me apartarse. ¡Como si tuviera pensado hacerlo! Entonces, decidí complacerla, aumentar su placer y al mismo tiempo encontrarme con el mío propio. Mis embestidas cesaron un momento, convirtiéndose en lentas pero profundas y constantes ondulaciones, y fue esta vez mi boca la que obtuvo el protagonismo del acto. Apoyado sobre mis codos, me alcé sobre ella y atrapé sus labios en un beso apasionado, duro. Empujé mi lengua dentro de su boca y rocé su dentadura, froté una y otra vez su lengua y acaricié su paladar. Un jadeo se me escapó sin poder evitarlo, porque he de admitir que la sensación de mi lengua y mi miembro, explorando a profundidad y a conciencia sus húmedas cavidades al mismo tiempo, fue sencillamente exquisita.
Rompí el beso y dirigí esta vez mi boca hacia su cuello. La punta de mi lengua rozó y acarició toda la piel expuesta, sus venas palpitantes y rebosantes de sangre que gritaban ¡muérdeme! Yo, ya incapaz de contenerme, lo hice. Abrí mi boca y dejé que mis colmillos asomaran. Había tantos sitios en los cuales podía hincarlos, pero tras sopesarlo apenas unos segundos, me decidí por una zona que no rompiera con la sensualidad que ya se encontraba implícita en cada uno de nuestros movimientos. Llevé mi boca hasta sus pechos y, tras coger el impulso necesario, clavé los colmillos unos diez centímetros por encima del pezón. La sangre de Alchemilla comenzó a correr, manchando su pecho, su torso, el abdomen. En ese momento, la sentí sacudirse bajo mi cuerpo y vi la proximidad de su orgasmo. No aparté la vista y, sin perder detalle, empujé otra vez dentro de ella, provocando que ésta explotara por primera vez. Sus gemidos y jadeos fueron como música para mis oídos. Pero no me sentí satisfecho. Quería más. Deseaba llevarla hasta sus propios límites, rebasarlos si era posible.
Succioné la sangre que no dejaba de manar de su pecho y, lentamente, sin dejar de lamer y disfrutar su sabor, su embriagador aroma, ese que solo era capaz de volvernos locos a los vampiros, tal y como el sexo parecía enloquecer a los humanos, descendí hasta su entrepierna y volví a clavar mis colmillos, esta vez en el interior de uno de sus muslos, muy cerca de la arteria femoral. La sangre comenzó a escurrir y en segundos bañó su sexo que se encontraba expuesto ante mí, y el cual yo no dudé en succionar, deseoso de absorber con mi lengua todo el líquido que allí se encontrara, sangre y fluidos por igual, estimulándola al mismo tiempo y provocándole el segundo orgasmo. Ah, fue glorioso.
—Voy a darte la única cosa que en verdad te hará tocar las mismísimas puertas del infierno… —le dije cuando incorporé el rostro y la observé con la típica mirada extasiada, casi demente, de un vampiro en plena alimentación. Por si eso no fuera lo suficientemente aterrador, tenía casi todo el rostro y parte del cuello, empapados de su propia sangre, deliciosa y tibia.
Entonces, con mis propios colmillos me provoqué una herida en la muñeca y la sostuve en lo alto, dejando que mi sangre cayera sobre su pecho y abdomen.
—Mira, Alchemilla, mira bien, no pierdas detalle. Es tu sangre mezclándose con la mía, haciéndose una sola —hice una breve pausa y, completamente hipnotizado, contemplé el espeso y fascinante líquido de color escarlata—. ¿Acaso no es lo más hermoso que tus ojos han visto? ¿Ves cómo se reconocen la una a la otra, la compatibilidad que éstas poseen? Es casi como un poema.
Estaba tan fascinado, tan conmovido con el alucinante momento, que estoy seguro de que si mi naturaleza me lo hubiese permitido, mis ojos se habrían llenado de lágrimas en ese instante de puro júbilo. En lugar de eso, la besé una vez más, tan efusivamente como todas las anteriores veces, y cumplí otro de sus deseos –porque lo había escuchado en sus pensamientos-, cambiando rápidamente de posición, quedando esta vez yo debajo y ella encima de mí.
Con la uña rasgué profundamente la piel de uno de mis pectorales, provocándome así una nueva herida por la que brotó más sangre.
—Bebe, los dos sabemos que quieres hacerlo, que te mueres de ganas. Estoy dándote la oportunidad de tomar el control sobre mí, probándote que confío en ti, así como deseo que confíes en mí. ¿Vas a tomarla? —la incité.
Y Alchemilla no fue la excepción, su cuerpo me lo confirmó. Yo sonreí encantado cuando la escuché. ¡Ella me pedía que la mordiera! No, no me lo pedía, me lo exigía al mismo tiempo que se aferraba ferozmente a mi cuerpo, como impidiendo que me apartarse. ¡Como si tuviera pensado hacerlo! Entonces, decidí complacerla, aumentar su placer y al mismo tiempo encontrarme con el mío propio. Mis embestidas cesaron un momento, convirtiéndose en lentas pero profundas y constantes ondulaciones, y fue esta vez mi boca la que obtuvo el protagonismo del acto. Apoyado sobre mis codos, me alcé sobre ella y atrapé sus labios en un beso apasionado, duro. Empujé mi lengua dentro de su boca y rocé su dentadura, froté una y otra vez su lengua y acaricié su paladar. Un jadeo se me escapó sin poder evitarlo, porque he de admitir que la sensación de mi lengua y mi miembro, explorando a profundidad y a conciencia sus húmedas cavidades al mismo tiempo, fue sencillamente exquisita.
Rompí el beso y dirigí esta vez mi boca hacia su cuello. La punta de mi lengua rozó y acarició toda la piel expuesta, sus venas palpitantes y rebosantes de sangre que gritaban ¡muérdeme! Yo, ya incapaz de contenerme, lo hice. Abrí mi boca y dejé que mis colmillos asomaran. Había tantos sitios en los cuales podía hincarlos, pero tras sopesarlo apenas unos segundos, me decidí por una zona que no rompiera con la sensualidad que ya se encontraba implícita en cada uno de nuestros movimientos. Llevé mi boca hasta sus pechos y, tras coger el impulso necesario, clavé los colmillos unos diez centímetros por encima del pezón. La sangre de Alchemilla comenzó a correr, manchando su pecho, su torso, el abdomen. En ese momento, la sentí sacudirse bajo mi cuerpo y vi la proximidad de su orgasmo. No aparté la vista y, sin perder detalle, empujé otra vez dentro de ella, provocando que ésta explotara por primera vez. Sus gemidos y jadeos fueron como música para mis oídos. Pero no me sentí satisfecho. Quería más. Deseaba llevarla hasta sus propios límites, rebasarlos si era posible.
Succioné la sangre que no dejaba de manar de su pecho y, lentamente, sin dejar de lamer y disfrutar su sabor, su embriagador aroma, ese que solo era capaz de volvernos locos a los vampiros, tal y como el sexo parecía enloquecer a los humanos, descendí hasta su entrepierna y volví a clavar mis colmillos, esta vez en el interior de uno de sus muslos, muy cerca de la arteria femoral. La sangre comenzó a escurrir y en segundos bañó su sexo que se encontraba expuesto ante mí, y el cual yo no dudé en succionar, deseoso de absorber con mi lengua todo el líquido que allí se encontrara, sangre y fluidos por igual, estimulándola al mismo tiempo y provocándole el segundo orgasmo. Ah, fue glorioso.
—Voy a darte la única cosa que en verdad te hará tocar las mismísimas puertas del infierno… —le dije cuando incorporé el rostro y la observé con la típica mirada extasiada, casi demente, de un vampiro en plena alimentación. Por si eso no fuera lo suficientemente aterrador, tenía casi todo el rostro y parte del cuello, empapados de su propia sangre, deliciosa y tibia.
Entonces, con mis propios colmillos me provoqué una herida en la muñeca y la sostuve en lo alto, dejando que mi sangre cayera sobre su pecho y abdomen.
—Mira, Alchemilla, mira bien, no pierdas detalle. Es tu sangre mezclándose con la mía, haciéndose una sola —hice una breve pausa y, completamente hipnotizado, contemplé el espeso y fascinante líquido de color escarlata—. ¿Acaso no es lo más hermoso que tus ojos han visto? ¿Ves cómo se reconocen la una a la otra, la compatibilidad que éstas poseen? Es casi como un poema.
Estaba tan fascinado, tan conmovido con el alucinante momento, que estoy seguro de que si mi naturaleza me lo hubiese permitido, mis ojos se habrían llenado de lágrimas en ese instante de puro júbilo. En lugar de eso, la besé una vez más, tan efusivamente como todas las anteriores veces, y cumplí otro de sus deseos –porque lo había escuchado en sus pensamientos-, cambiando rápidamente de posición, quedando esta vez yo debajo y ella encima de mí.
Con la uña rasgué profundamente la piel de uno de mis pectorales, provocándome así una nueva herida por la que brotó más sangre.
—Bebe, los dos sabemos que quieres hacerlo, que te mueres de ganas. Estoy dándote la oportunidad de tomar el control sobre mí, probándote que confío en ti, así como deseo que confíes en mí. ¿Vas a tomarla? —la incité.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Oh, sus dientes, ¡sus colmillos atravesándome la piel y haciéndome daño al principio pero después no...! La sensación fue tan intensa que casi me hizo daño, placer y dolor mezclados; me dejó tirada en sus brazos, como una muñeca, sin ser capaz de moverme mientras él se alimentaba y a mí me iban fallando un poco las fuerzas. ¿Por su mordisco o por el clímax? Creía que por ambas, pero no estaba segura. De lo que sí estaba segura era del silencio atronador que estaba escuchando, sólo roto por mi respiración profunda y los latidos de mi corazón acelerado, bombeando la sangre que él bebía.
...pero a ellos no los escuchaba. La paz, la calma, todo se había debido a su mordisco y a su naturaleza de vampiro, y yo estaba expuesta como ellos habían dicho que lo estaría. Pero estarlo no me provocaba nada de miedo, simplemente tranquilidad y una paz que se rompieron cuando él se apartó de mi pecho y dejó de succionar. ¡No! No quería que parara de hacerlo. ¡No debía detenerse, nunca! Pero ¿por qué bajaba! La ignorancia que me llenó un momento la cabeza se esfumó cuando él enterró la cabeza entre mis muslos y me mordió de nuevo. Oh.
¿Oh? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? Esta situación es desesperada, Alchemilla... Tu sumisión al vampiro ha llegado a un punto álgido.
Pero no fui capaz de pensar en nada más que en la humedad sanguinolenta que se mezclaba con la mía propia y que él lamía con fruición, como si fueran néctar o... ¿qué serían manjares en su cultura? ¿Cuál sería su cultura, de hecho? Nunca le había preguntado, pero yo no creía recordar mucho de historia, así que quizá incluso si me lo decía yo no sería capaz de identificarlo. Como si en algún momento pudiera pensar algo distinto a sus colmillos, su efecto, sus ojos, él.
Debes retomar la consciencia, Alchemilla, debes volver a ser tú misma antes de que sea demasiado tarde.
Pero no podía, no podía ni quería, me sentía subir y bajar en un estremecimiento constante y horriblemente intenso, en una ola de placer húmedo que se mezclaba con él y tenía su cara mientras me susurraba que me dejara llevar, que no pensara, que no escuchara más voces salvo la suya. Y lo necesitaba, tanto como respirar aunque se me estuviera olvidando a veces hacerlo y tuviera que jadear para compensarlo. Necesitaba sus dientes, sus labios, su lengua, ¡a él!
Y con la revelación vino el segundo orgasmo, sólo que esta vez él aprovechó mi momentánea ataraxia para ponerme encima de él y abrirse una herida que se mezcló con la sangre que él había consumido y salpicaba su piel tan pálida como blanco era el mármol de los edificios limpios y nuevos de París. Aunque él no era ni limpio ni nuevo... Era un vampiro sucio y rastrero, con mi sangre y con lo demás de mí, que me había arrastrado hasta hacerme suya sin que yo me resistiera ni pudiera siquiera pensar en hacerlo.
Tampoco quieres, Alchemilla. Sabes que si en algún momento se te aparece Satanás, será con este rostro que tienes debajo, que te tiene fascinada hasta el punto de que no eres dueña de tus actos. Le has vendido tu alma y tu cuerpo a otro tipo de demonio del que siempre te han enseñado a temer, y lo peor es que ni siquiera te arrepientes de ello, ni lo vas a hacer jamás.
Era cierto. Todo aquello, lo que debería ser mentira, era en realidad tan cierto que dolería como a él el corte si no fuera insignificante y si no fuera a curarse en apenas unos minutos, ¡malditos vampiros que podían curarse así de rápido sin sufrir nada más de lo necesario! Me molestaba, pero al mismo tiempo me gustaba porque me obligaba a actuar más rápido, ¡justo como necesitaba hacerlo! Porque lo necesitaba a él, y no entendía de razones para no tenerlo.
– Beber tu sangre me convertirá en un ser como tú. Sea, pues. Aunque sólo sea esta noche porque no quiero dejar de estar viva. – afirmé, sonreí, bajé, mordí. Él quizá esperaba que yo lamiera pero no lo hice, ¡no! Yo mordisqueé el filo de su herida, los bordes en los que estaba la carne inflamada y más empapada de sangre, de donde nacía el líquido que se mezclaba y corrompía con el mío propio. ¡Yo podía distinguirlo! Había probado mi sangre las veces suficientes para saber cuál era la rica, la suya, y cuál la mía... la normal. La humana.
Salvo que tú no eres normal, Alchemilla, y para muchos ni siquiera encajarías dentro de la categoría de humana. Sólo que eso tampoco te interesa, ¿verdad?
Cierto, no lo hacía. Me interesaba tan poco que apenas les presté atención y me limité a lamer y morder su pecho, al tiempo que mis manos buscaban su virilidad para conducirla hacia mi intimidad y que volviéramos a empezar. Sólo que mejor... Porque lo fue. Sobre todo porque yo bebía y me movía sobre él y lo arañaba mientras él me agarraba y los dos nos mecíamos al compás de mi corazón, que latía para compensar que el suyo no lo hacía y me empapaba aún más de sangre.
– Ahora tú también eres mío. – sonreí y me moví más rápido, luego más despacio, finalmente mucho más aprisa. Jugar con el ritmo era algo que podía hacer, justo como estaba jugando con sus heridas y su sangre, que me manchaban también a mí la cara como a él la mía le manchaba las piernas después de estar entrando y saliendo de mí constantemente. ¡Cuántos paralelismos! Me gustaba la sensación de volvernos similares, aunque para ello él tendría que llegar al clímax y aún no lo había hecho. ¡Mal!
Me propuse hacerlo gemir, y empecé a acariciar y arañar su cuerpo con fuerza. Succioné su boca, las heridas que le iba intentando hacer y su cuello; lo agarré con fuerza y lo obligué a que la fricción que compartíamos fuera tan intensa que, al final, él también estalló de placer sin salir de mí y conmigo gimiendo porque, de tal placer suyo, yo había encontrado el mío por tercera vez. Sólo que no sabía si por él o por su maravillosa sangre...
...pero a ellos no los escuchaba. La paz, la calma, todo se había debido a su mordisco y a su naturaleza de vampiro, y yo estaba expuesta como ellos habían dicho que lo estaría. Pero estarlo no me provocaba nada de miedo, simplemente tranquilidad y una paz que se rompieron cuando él se apartó de mi pecho y dejó de succionar. ¡No! No quería que parara de hacerlo. ¡No debía detenerse, nunca! Pero ¿por qué bajaba! La ignorancia que me llenó un momento la cabeza se esfumó cuando él enterró la cabeza entre mis muslos y me mordió de nuevo. Oh.
¿Oh? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? Esta situación es desesperada, Alchemilla... Tu sumisión al vampiro ha llegado a un punto álgido.
Pero no fui capaz de pensar en nada más que en la humedad sanguinolenta que se mezclaba con la mía propia y que él lamía con fruición, como si fueran néctar o... ¿qué serían manjares en su cultura? ¿Cuál sería su cultura, de hecho? Nunca le había preguntado, pero yo no creía recordar mucho de historia, así que quizá incluso si me lo decía yo no sería capaz de identificarlo. Como si en algún momento pudiera pensar algo distinto a sus colmillos, su efecto, sus ojos, él.
Debes retomar la consciencia, Alchemilla, debes volver a ser tú misma antes de que sea demasiado tarde.
Pero no podía, no podía ni quería, me sentía subir y bajar en un estremecimiento constante y horriblemente intenso, en una ola de placer húmedo que se mezclaba con él y tenía su cara mientras me susurraba que me dejara llevar, que no pensara, que no escuchara más voces salvo la suya. Y lo necesitaba, tanto como respirar aunque se me estuviera olvidando a veces hacerlo y tuviera que jadear para compensarlo. Necesitaba sus dientes, sus labios, su lengua, ¡a él!
Y con la revelación vino el segundo orgasmo, sólo que esta vez él aprovechó mi momentánea ataraxia para ponerme encima de él y abrirse una herida que se mezcló con la sangre que él había consumido y salpicaba su piel tan pálida como blanco era el mármol de los edificios limpios y nuevos de París. Aunque él no era ni limpio ni nuevo... Era un vampiro sucio y rastrero, con mi sangre y con lo demás de mí, que me había arrastrado hasta hacerme suya sin que yo me resistiera ni pudiera siquiera pensar en hacerlo.
Tampoco quieres, Alchemilla. Sabes que si en algún momento se te aparece Satanás, será con este rostro que tienes debajo, que te tiene fascinada hasta el punto de que no eres dueña de tus actos. Le has vendido tu alma y tu cuerpo a otro tipo de demonio del que siempre te han enseñado a temer, y lo peor es que ni siquiera te arrepientes de ello, ni lo vas a hacer jamás.
Era cierto. Todo aquello, lo que debería ser mentira, era en realidad tan cierto que dolería como a él el corte si no fuera insignificante y si no fuera a curarse en apenas unos minutos, ¡malditos vampiros que podían curarse así de rápido sin sufrir nada más de lo necesario! Me molestaba, pero al mismo tiempo me gustaba porque me obligaba a actuar más rápido, ¡justo como necesitaba hacerlo! Porque lo necesitaba a él, y no entendía de razones para no tenerlo.
– Beber tu sangre me convertirá en un ser como tú. Sea, pues. Aunque sólo sea esta noche porque no quiero dejar de estar viva. – afirmé, sonreí, bajé, mordí. Él quizá esperaba que yo lamiera pero no lo hice, ¡no! Yo mordisqueé el filo de su herida, los bordes en los que estaba la carne inflamada y más empapada de sangre, de donde nacía el líquido que se mezclaba y corrompía con el mío propio. ¡Yo podía distinguirlo! Había probado mi sangre las veces suficientes para saber cuál era la rica, la suya, y cuál la mía... la normal. La humana.
Salvo que tú no eres normal, Alchemilla, y para muchos ni siquiera encajarías dentro de la categoría de humana. Sólo que eso tampoco te interesa, ¿verdad?
Cierto, no lo hacía. Me interesaba tan poco que apenas les presté atención y me limité a lamer y morder su pecho, al tiempo que mis manos buscaban su virilidad para conducirla hacia mi intimidad y que volviéramos a empezar. Sólo que mejor... Porque lo fue. Sobre todo porque yo bebía y me movía sobre él y lo arañaba mientras él me agarraba y los dos nos mecíamos al compás de mi corazón, que latía para compensar que el suyo no lo hacía y me empapaba aún más de sangre.
– Ahora tú también eres mío. – sonreí y me moví más rápido, luego más despacio, finalmente mucho más aprisa. Jugar con el ritmo era algo que podía hacer, justo como estaba jugando con sus heridas y su sangre, que me manchaban también a mí la cara como a él la mía le manchaba las piernas después de estar entrando y saliendo de mí constantemente. ¡Cuántos paralelismos! Me gustaba la sensación de volvernos similares, aunque para ello él tendría que llegar al clímax y aún no lo había hecho. ¡Mal!
Me propuse hacerlo gemir, y empecé a acariciar y arañar su cuerpo con fuerza. Succioné su boca, las heridas que le iba intentando hacer y su cuello; lo agarré con fuerza y lo obligué a que la fricción que compartíamos fuera tan intensa que, al final, él también estalló de placer sin salir de mí y conmigo gimiendo porque, de tal placer suyo, yo había encontrado el mío por tercera vez. Sólo que no sabía si por él o por su maravillosa sangre...
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