AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mirror of madness (+18) | Privado
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Mirror of madness (+18) | Privado
Recuerdo del primer mensaje :
The source of my madness is inside of you, dear
—¡Ah, Alchemilla! —Exclamé treatralmente cuando al fin la tuve frente a mis ojos, y mi regocigo fue tan grande que no pude evitar soltar una risita.
Estaba allí, junto a mí después de tanto tiempo. Calculé que había pasado más de mes y medio desde aquel día en que se había cruzado en mi camino, como una milagrosa aparición, un regalo del universo. Era mi regalo. Seguía fresca y jovial, con su pelo castaño y ondulado, con sus ojos azules como dos canicas brillantes y perspicaces, y esa mirada insana y perturbada, como la de una muñeca de porcelana de rostro malévolo y desatinado que contrasta con toda su restante dulzura. Era ella, de eso no había duda. Y yo no pude aguantar las ganas de contemplarla de cerca, de olfatear, después de tantas lunas, su frágil corpulencia, porque sí, ella era menuda como una niña, vulnerable a la vista la criatura, pero con una mente tan sagaz que lograba intrigarme hasta la demencia. ¡Ah, cuánto le había echado de menos! La muy traviesa había escapado otra vez, y yo, que incansablemente le había buscado todo este tiempo, no podía estar más gozoso con la situación. Incapaz de seguir conteniendo mis ganas de ella, abandoné entonces la comodidad del sillón para con pasos lentos y movimientos sigilosos, similares a los de Cephalus, mi tigre de bengala (precioso animal), dirigirme hasta donde la sostenían toscamente. Era más que obvio que el hombre que la retenía, que era uno de los ayudantes del sanatorio, no sabía tratar a las damas, le hacía daño y yo no toleraba seguir viendo cómo magullaba su tierna y preciosa carne.
—Largo de aquí —le exigí al humano fulminándolo con la mirada, logrando que quitara sus sucias manos de mi preciosa, logrando que con el marcado tono mordaz de mi frase se esfumara dejándonos solos, tal y como debíamos estar.
Entonces me dediqué a admirarla una vez más, y lo haría tantas veces como me fueran necesarias. Ella me miraba también (yo amaba ver mi propio reflejo en sus espejos azules), fijamente, y pude distinguir cierto reproche en sus pupilas, probablemente por tenerla nuevamente cautiva, pero al mismo tiempo parecía en otro mundo, pero eso no me perturbaba, después de todo había sido así desde el principio. Estaba molesta conmigo, podía sentir el torrente de rabia corriendo por sus venas llenas de sangre, caliente como la lava misma (¡la belleza de los mortales!). Yo por el contrario, cínico y despreocupado, ladeé mi rostro y le obsequié un amable ademán. La insolencia siempre fue el mayor de mis encantos.
—Has maltratado a mi pobre corazón, Alchemilla, has sido mala, muy mala, pero yo te perdono, como te he perdonado antes, como te perdoné siempre, desde el primer día —decidí usar un tono despreocupado y casi ausente, como si restara importancia a todo lo que decía—. ¿Dónde has estado todo este tiempo? Este sitio no ha sido el mismo sin ti, sin esa mente tuya —me atreví a tocar su frente, señalando la joya que se escondía debajo de su cráneo, el órgano más preciado de su bello cuerpo, el que me tenía tan maravillado.
Alchemilla era, sin duda alguna, mi paciente más fascinante, me intrigaba sobremanera. Cada vez que la escuchaba hablar me hacía desear no querer callarla nunca, era como adentrarse a un mundo irreal y por ende maravilloso, uno que deseaba poder habitar y poseer, proclamarlo enteramente mío. Mi mundo era similar, pero nunca tan fascinante como el de la pequeña hechicera. Estaba seguro de que ella había utilizado sus dones propios de una bruja para esconderse durante todo este tiempo, pero yo fingiría que no tenía idea.
Me acerqué a su oído para contarle un secreto.
—He sido yo quien más te ha extrañado… —le confesé, y mis labios, que todo el tiempo estaban curvos y animados, se torcieron en una sonrisa tan maquiavélica como mis pensamientos. Arqueé las cejas con gesto pensativo cuando advertí que ella estaba más callada que la última vez.
—¿No vas a decirme nada? ¿Acaso Timeus, tu viejo amigo, no merece algunas de tus palabras? —insistí haciéndome el mártir (otra de mis especialidades).
Realmente deseaba escucharla.
________________________________________________________________________________
Now your nightmare comes to life.
And it hurts to know that you belong here.
It's your fucking nightmare.
Avenged Sevenfold - Nightmare [click]
And it hurts to know that you belong here.
It's your fucking nightmare.
Avenged Sevenfold - Nightmare [click]
—¡Ah, Alchemilla! —Exclamé treatralmente cuando al fin la tuve frente a mis ojos, y mi regocigo fue tan grande que no pude evitar soltar una risita.
Estaba allí, junto a mí después de tanto tiempo. Calculé que había pasado más de mes y medio desde aquel día en que se había cruzado en mi camino, como una milagrosa aparición, un regalo del universo. Era mi regalo. Seguía fresca y jovial, con su pelo castaño y ondulado, con sus ojos azules como dos canicas brillantes y perspicaces, y esa mirada insana y perturbada, como la de una muñeca de porcelana de rostro malévolo y desatinado que contrasta con toda su restante dulzura. Era ella, de eso no había duda. Y yo no pude aguantar las ganas de contemplarla de cerca, de olfatear, después de tantas lunas, su frágil corpulencia, porque sí, ella era menuda como una niña, vulnerable a la vista la criatura, pero con una mente tan sagaz que lograba intrigarme hasta la demencia. ¡Ah, cuánto le había echado de menos! La muy traviesa había escapado otra vez, y yo, que incansablemente le había buscado todo este tiempo, no podía estar más gozoso con la situación. Incapaz de seguir conteniendo mis ganas de ella, abandoné entonces la comodidad del sillón para con pasos lentos y movimientos sigilosos, similares a los de Cephalus, mi tigre de bengala (precioso animal), dirigirme hasta donde la sostenían toscamente. Era más que obvio que el hombre que la retenía, que era uno de los ayudantes del sanatorio, no sabía tratar a las damas, le hacía daño y yo no toleraba seguir viendo cómo magullaba su tierna y preciosa carne.
—Largo de aquí —le exigí al humano fulminándolo con la mirada, logrando que quitara sus sucias manos de mi preciosa, logrando que con el marcado tono mordaz de mi frase se esfumara dejándonos solos, tal y como debíamos estar.
Entonces me dediqué a admirarla una vez más, y lo haría tantas veces como me fueran necesarias. Ella me miraba también (yo amaba ver mi propio reflejo en sus espejos azules), fijamente, y pude distinguir cierto reproche en sus pupilas, probablemente por tenerla nuevamente cautiva, pero al mismo tiempo parecía en otro mundo, pero eso no me perturbaba, después de todo había sido así desde el principio. Estaba molesta conmigo, podía sentir el torrente de rabia corriendo por sus venas llenas de sangre, caliente como la lava misma (¡la belleza de los mortales!). Yo por el contrario, cínico y despreocupado, ladeé mi rostro y le obsequié un amable ademán. La insolencia siempre fue el mayor de mis encantos.
—Has maltratado a mi pobre corazón, Alchemilla, has sido mala, muy mala, pero yo te perdono, como te he perdonado antes, como te perdoné siempre, desde el primer día —decidí usar un tono despreocupado y casi ausente, como si restara importancia a todo lo que decía—. ¿Dónde has estado todo este tiempo? Este sitio no ha sido el mismo sin ti, sin esa mente tuya —me atreví a tocar su frente, señalando la joya que se escondía debajo de su cráneo, el órgano más preciado de su bello cuerpo, el que me tenía tan maravillado.
Alchemilla era, sin duda alguna, mi paciente más fascinante, me intrigaba sobremanera. Cada vez que la escuchaba hablar me hacía desear no querer callarla nunca, era como adentrarse a un mundo irreal y por ende maravilloso, uno que deseaba poder habitar y poseer, proclamarlo enteramente mío. Mi mundo era similar, pero nunca tan fascinante como el de la pequeña hechicera. Estaba seguro de que ella había utilizado sus dones propios de una bruja para esconderse durante todo este tiempo, pero yo fingiría que no tenía idea.
Me acerqué a su oído para contarle un secreto.
—He sido yo quien más te ha extrañado… —le confesé, y mis labios, que todo el tiempo estaban curvos y animados, se torcieron en una sonrisa tan maquiavélica como mis pensamientos. Arqueé las cejas con gesto pensativo cuando advertí que ella estaba más callada que la última vez.
—¿No vas a decirme nada? ¿Acaso Timeus, tu viejo amigo, no merece algunas de tus palabras? —insistí haciéndome el mártir (otra de mis especialidades).
Realmente deseaba escucharla.
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Última edición por Timeus el Lun Nov 02, 2015 12:46 am, editado 6 veces
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Suyo. Qué concepto más utópico el de la pertenencia tratándose de mí. ¿De quién era yo realmente? ¿Le pertenecía a alguien? Quizá una parte de mí, pero no por completo. Nunca por completo. Ella, en cambio, sí que era de mi propiedad. Así la consideraba yo. Era mía, mía y de nadie más. Así sería por el resto de su existencia, la cual siendo humana era demasiado corta, pero que yo procuraría extender. Por que sí, ¡por supuesto que había considerado el abrazo como una posibilidad! Significaba una nueva forma -y la más definitiva de todas, sin duda- de retenerla a mi lado. Sin embargo, mientras ese momento llegara, quería gozarla como lo que era: ah, mi frágil y encantadora mortal.
Poseerla, sentir su cuerpo sobre el mío, fue glorioso. Yo aspiré profundamente para absorber su delicioso aroma incontables veces, y aún así, no fue suficiente. No, nunca era suficiente, jamás lo sería; siempre quería más. Con movimientos ondulantes, ella comenzó a mecerse encima de mí; lentamente, rápidamente, duramente, implacablemente. Yo adoraba su roce, sin importar la intensidad; su sudor impregnándome el cuerpo; el olor de su sangre llenándome los sentidos. Levanté la vista para mirarla a los ojos y con satisfacción descubrí la lujuria en ellos. Una necesidad que se tornaba casi dolorosa la gobernaba. Oh, sí, ella me deseaba. En mi cuerpo encontraba la satisfacción tan anhelada por ambos. Era una dicha ardiente la que nos consumía.
De un momento a otro, sus movimientos se tornaron salvajes. Con ellos me exigía que la llevara una vez más al clímax y que ésta vez la acompañase. Me mordió, rasgó mi piel con uñas y dientes, y yo, en medio de un feroz gruñido, producto de la deliciosa mezcla del dolor y el placer, finalmente exploté. Gruñí. Maldije. Un espeso líquido surgió de mí y como un poderoso torrente se derramó dentro de ella, llenando sus cavidades más profundas. La sensación fue exquisita. Nuestros cuerpos se sacudieron violentamente al mismo tiempo. Ella gimió profundamente y yo, con el cuerpo tenso, aún estremeciéndome, levanté la cabeza de la almohada. Casi inconscientemente aferré ambas manos a su cuerpo y, sin soltarla, con un movimiento en verdad rápido, me incorporé hasta quedar sentado. Ella yacía a horcajadas sobre mí; sus temblorosos muslos seguían apretándome mientras yo terminaba de vaciarme placenteramente en su interior. Bajé mis manos hasta sus caderas y las atraje hacía mí. Un suspiro se me escapó de los labios, la inequívoca señal de que me había liberado.
—Oh, Alchemilla, vaya que eres deliciosa —susurré en su oído como si se tratara de un secreto. Cuando me aparté, tan solo lo suficiente, con satisfacción descubrí que los dos estábamos completamente manchados de sangre. Con un dedo rocé su cuerpo, cogí una poca, y la saboreé sin pudor alguno frente a sus ojos. Todavía estaba tibia y su sabor no se había desvanecido. Sonreí completamente extasiado, orgulloso de mi logro. Por esa noche yo había obtenido la victoria—. ¿Lo ves? ¿Te das cuenta de que al final no es tan difícil sucumbir ante este deseo que es también el tuyo? Te entregaste completamente a mí. Ahora que finalmente lo hiciste, ¿vas a negarme que lo disfrutaste tanto como yo? No me mientas, Alchemilla. Recuerda que te conozco mejor que nadie. Solo yo soy capaz de ver esa oscuridad que habita dentro de ti.
Poseerla, sentir su cuerpo sobre el mío, fue glorioso. Yo aspiré profundamente para absorber su delicioso aroma incontables veces, y aún así, no fue suficiente. No, nunca era suficiente, jamás lo sería; siempre quería más. Con movimientos ondulantes, ella comenzó a mecerse encima de mí; lentamente, rápidamente, duramente, implacablemente. Yo adoraba su roce, sin importar la intensidad; su sudor impregnándome el cuerpo; el olor de su sangre llenándome los sentidos. Levanté la vista para mirarla a los ojos y con satisfacción descubrí la lujuria en ellos. Una necesidad que se tornaba casi dolorosa la gobernaba. Oh, sí, ella me deseaba. En mi cuerpo encontraba la satisfacción tan anhelada por ambos. Era una dicha ardiente la que nos consumía.
De un momento a otro, sus movimientos se tornaron salvajes. Con ellos me exigía que la llevara una vez más al clímax y que ésta vez la acompañase. Me mordió, rasgó mi piel con uñas y dientes, y yo, en medio de un feroz gruñido, producto de la deliciosa mezcla del dolor y el placer, finalmente exploté. Gruñí. Maldije. Un espeso líquido surgió de mí y como un poderoso torrente se derramó dentro de ella, llenando sus cavidades más profundas. La sensación fue exquisita. Nuestros cuerpos se sacudieron violentamente al mismo tiempo. Ella gimió profundamente y yo, con el cuerpo tenso, aún estremeciéndome, levanté la cabeza de la almohada. Casi inconscientemente aferré ambas manos a su cuerpo y, sin soltarla, con un movimiento en verdad rápido, me incorporé hasta quedar sentado. Ella yacía a horcajadas sobre mí; sus temblorosos muslos seguían apretándome mientras yo terminaba de vaciarme placenteramente en su interior. Bajé mis manos hasta sus caderas y las atraje hacía mí. Un suspiro se me escapó de los labios, la inequívoca señal de que me había liberado.
—Oh, Alchemilla, vaya que eres deliciosa —susurré en su oído como si se tratara de un secreto. Cuando me aparté, tan solo lo suficiente, con satisfacción descubrí que los dos estábamos completamente manchados de sangre. Con un dedo rocé su cuerpo, cogí una poca, y la saboreé sin pudor alguno frente a sus ojos. Todavía estaba tibia y su sabor no se había desvanecido. Sonreí completamente extasiado, orgulloso de mi logro. Por esa noche yo había obtenido la victoria—. ¿Lo ves? ¿Te das cuenta de que al final no es tan difícil sucumbir ante este deseo que es también el tuyo? Te entregaste completamente a mí. Ahora que finalmente lo hiciste, ¿vas a negarme que lo disfrutaste tanto como yo? No me mientas, Alchemilla. Recuerda que te conozco mejor que nadie. Solo yo soy capaz de ver esa oscuridad que habita dentro de ti.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Mirror of madness (+18) | Privado
Laxa, dejé caer el cuerpo sobre el suyo, balanceándome en las oleadas del placer que aún me recorría. Él había suspirado y yo lo había notado bien dentro, aún más dentro que sin salir de mí; lo dentro que estaba un hombre cuando termina. Dentro… ¿y placentero? Para mí lo había sido, me había embobado, pero él estaba muy despierto; satisfecho, sí, pero despierto, y yo…
Adormilada. Has dejado que te domine hasta en eso.
¡No! Pero… Al mismo tiempo, sí. No podía negarlo y no tenía ningún sentido hacerlo: él me había dominado con un lenguaje que los dos hablábamos y yo me había dejado someter ignorando lo que sabía, debía, creía, pensaba… Y sentía. Aunque ya no sabía lo que sentía, sólo paz y modorra, cansancio que me hacía apoyarme en él y acariciar la sangre, suya y mía, que había en su cuerpo, ya pegajosa y desagradable.
– No, no voy a mentirte. – bostecé y me separé un poco para mirarlo a los ojos fríos y claros como los míos. Pero no, distintos, porque los suyos en aquel momento eran verdes y maliciosos, mientras que los míos, ¡ellos lo decían!, eran azules y estaban entrecerrados, signo de sueño. Igual que los bostezos que intentaba contener pero no lo conseguía. Y eso que él estaba frío y no ofrecía calor y cobijo, ni siquiera algo blando sobre lo que poder descansar, pero lo mismo me daba.
Entrar en la boca del lobo es una cosa, Alchemilla; dormirte después de que te haya devorado es un límite enteramente diferente.
Me había devorado pero yo quería devorarlo a él; entero, sin que quedara nada tras morder y arrancar piel, músculo y sangre de vampiro. Oh, sangre… La suya era apetitosa y me había fortalecido, pero no podía evitar sentirme cansada por todo, especialmente sobre él. Era sólido, como algo que no iba a moverse; para cuando daba vueltas la cabeza era especialmente bueno. Y a mí me las daba.
Has perdido mucha sangre, Alchemilla.
¡Pero no la he perdido, sé dónde está! Está en él, sobre él, sobre mí y también un poco dentro de mí. Sangre por todas partes, pero cada vez menos dentro y más fuera, cada vez más debilidad y más sueño y más inmovilidad sobre un vampiro que ¿había hablado? Intenté recordarlo y sí, Timeus había hablado, no sabía qué había dicho, así que recordé más fuerte sus palabras una vez más.
– Ves mi oscuridad porque tú también la tienes. Pero la tuya la ven todos, la ven ellos, la veo yo, la ven tus víctimas y también la vería quien te creó. Tú eres transparente, pero yo sólo te dejo verla a ti. – murmuré, afirmando algo que probablemente negaría después. No, ¿qué había dicho? ¡Falacias, mentiras! ¡Veneno que salía de mis propios labios en forma de palabras! Todo falso, nada cierto.
Excepto porque no lo es. Es todo real, y lo sabes bien.
No quería pensarlo. No quería pensar en eso ni en nada, así que cogí la cara de Timeus y besé sus labios perezosamente antes de cerrar los ojos y apoyarme en su hombro. Él no había salido y yo no quería que saliera, tiritaba por su contacto pero no por frío sino por mi ardor provocado por él. Su crueldad llegaba hasta el punto de que, sin saberlo, controlaba cada impulso de mí de cuello para abajo. De cuello para arriba… No. Por eso me había dormido, con las dulces voces meciéndome para que no confiara en él aunque yo me muriera por hacerlo.
Adormilada. Has dejado que te domine hasta en eso.
¡No! Pero… Al mismo tiempo, sí. No podía negarlo y no tenía ningún sentido hacerlo: él me había dominado con un lenguaje que los dos hablábamos y yo me había dejado someter ignorando lo que sabía, debía, creía, pensaba… Y sentía. Aunque ya no sabía lo que sentía, sólo paz y modorra, cansancio que me hacía apoyarme en él y acariciar la sangre, suya y mía, que había en su cuerpo, ya pegajosa y desagradable.
– No, no voy a mentirte. – bostecé y me separé un poco para mirarlo a los ojos fríos y claros como los míos. Pero no, distintos, porque los suyos en aquel momento eran verdes y maliciosos, mientras que los míos, ¡ellos lo decían!, eran azules y estaban entrecerrados, signo de sueño. Igual que los bostezos que intentaba contener pero no lo conseguía. Y eso que él estaba frío y no ofrecía calor y cobijo, ni siquiera algo blando sobre lo que poder descansar, pero lo mismo me daba.
Entrar en la boca del lobo es una cosa, Alchemilla; dormirte después de que te haya devorado es un límite enteramente diferente.
Me había devorado pero yo quería devorarlo a él; entero, sin que quedara nada tras morder y arrancar piel, músculo y sangre de vampiro. Oh, sangre… La suya era apetitosa y me había fortalecido, pero no podía evitar sentirme cansada por todo, especialmente sobre él. Era sólido, como algo que no iba a moverse; para cuando daba vueltas la cabeza era especialmente bueno. Y a mí me las daba.
Has perdido mucha sangre, Alchemilla.
¡Pero no la he perdido, sé dónde está! Está en él, sobre él, sobre mí y también un poco dentro de mí. Sangre por todas partes, pero cada vez menos dentro y más fuera, cada vez más debilidad y más sueño y más inmovilidad sobre un vampiro que ¿había hablado? Intenté recordarlo y sí, Timeus había hablado, no sabía qué había dicho, así que recordé más fuerte sus palabras una vez más.
– Ves mi oscuridad porque tú también la tienes. Pero la tuya la ven todos, la ven ellos, la veo yo, la ven tus víctimas y también la vería quien te creó. Tú eres transparente, pero yo sólo te dejo verla a ti. – murmuré, afirmando algo que probablemente negaría después. No, ¿qué había dicho? ¡Falacias, mentiras! ¡Veneno que salía de mis propios labios en forma de palabras! Todo falso, nada cierto.
Excepto porque no lo es. Es todo real, y lo sabes bien.
No quería pensarlo. No quería pensar en eso ni en nada, así que cogí la cara de Timeus y besé sus labios perezosamente antes de cerrar los ojos y apoyarme en su hombro. Él no había salido y yo no quería que saliera, tiritaba por su contacto pero no por frío sino por mi ardor provocado por él. Su crueldad llegaba hasta el punto de que, sin saberlo, controlaba cada impulso de mí de cuello para abajo. De cuello para arriba… No. Por eso me había dormido, con las dulces voces meciéndome para que no confiara en él aunque yo me muriera por hacerlo.
Invitado- Invitado
Re: Mirror of madness (+18) | Privado
—Sí, y es suficiente con que yo la vea. Tu oscuridad —respondí a sus palabras, y me fue imposible ocultar el frío placer que experimenté al escucharla decir aquello. No podía negarlo, me sentía emocionado.
Mis ojos verdes la contemplaron y fui capaz de notar que algo la angustiaba. Las voces, ¿qué le decían las infames sobre mí en ese instante? Nada bueno, seguramente. Siempre había sido así. Esas voces en su cabeza era lo que nos separaba, el mayor obstáculo. Eran demasiado intuitivas y, como si se tratara de personas de verdad, hechas de carne y hueso, en algunas ocasiones sentía que me vigilaban con sus docenas de ojos, demasiado, lo suficiente para descubrir mis verdaderas intenciones cuando yo me esforzaba en disimularlo. De pronto se quedó muy seria, aunque tal vez fuera el cansancio. Pasé mi brazo por detrás de su espalda y la rodeé con ella. Dejé que sintiera mi poder cuando la tuve junto a mi pecho. De pronto, experimenté una sensación extraña. Una atmosfera de intimidad nos envolvió, una que nunca antes había sentido y que por tanto me pareció en verdad inusual. Me besó y yo la besé a ella. Curioso instante, puesto que ella jamás se me había acercado así por decisión propia. Recargó su cabeza sobre mi hombro pero no añadió nada. Yo supe aprovechar el silencio.
—Ya sé qué te sucede —le dije mientras ponía mi mano sobre su cabello y comenzaba a hacerle suaves caricias—. Tienes miedo. Siempre lo has tenido. Cuando era humano, yo también lo padecí. Terribles inseguridades eran las que me atormentaban. Me sentía atrapado. Me impedían vivir. Ahora, todo eso se ha ido para siempre. Lo mismo ocurrirá contigo, porque afortunadamente poseo el remedio…
Por supuesto, yo me refería al abrazo, pero Alchemilla no llegó a escucharme. Era tal su agotamiento, que pronto fue vencida por el sueño. Yo volví a contemplarla. Incluso dormida, era preciosa; poseía una dulzura infantil y delicada que me fascinaba. Ah, mi deliciosa, frágil y rebelde humana. Mi Alchemilla. Tan única, tan diferente a todos y todo lo que había conocido. Tenía que admitir que me había encaprichado con ella, y así como Hades hiciera con Perséfone, yo también me las había arreglado hasta hacerla caer en mis garras. Era mía, ahora más que nunca estaba seguro de ello. Pronto se convertiría en la reina de mi Inframundo y yo gobernaría junto a ella. Porque ese era su destino, estar a mi lado, por la eternidad y hasta ella era capaz de verlo, aunque no quisiera aceptarlo. No importaba. Yo no necesitaba escucharlo, pues las palabras salían sobrando después de nuestra noche maravillosa. Con sus actos me había dicho más de lo que llegué a pensar que admitiría algún día.
—Duerme, mañana será otro día. El día —susurré con algo de malicia, pues ahora que sabía que la deseaba para toda la eternidad, nadie me impediría que la transformara.
Sería mía, mía para siempre.
Mis ojos verdes la contemplaron y fui capaz de notar que algo la angustiaba. Las voces, ¿qué le decían las infames sobre mí en ese instante? Nada bueno, seguramente. Siempre había sido así. Esas voces en su cabeza era lo que nos separaba, el mayor obstáculo. Eran demasiado intuitivas y, como si se tratara de personas de verdad, hechas de carne y hueso, en algunas ocasiones sentía que me vigilaban con sus docenas de ojos, demasiado, lo suficiente para descubrir mis verdaderas intenciones cuando yo me esforzaba en disimularlo. De pronto se quedó muy seria, aunque tal vez fuera el cansancio. Pasé mi brazo por detrás de su espalda y la rodeé con ella. Dejé que sintiera mi poder cuando la tuve junto a mi pecho. De pronto, experimenté una sensación extraña. Una atmosfera de intimidad nos envolvió, una que nunca antes había sentido y que por tanto me pareció en verdad inusual. Me besó y yo la besé a ella. Curioso instante, puesto que ella jamás se me había acercado así por decisión propia. Recargó su cabeza sobre mi hombro pero no añadió nada. Yo supe aprovechar el silencio.
—Ya sé qué te sucede —le dije mientras ponía mi mano sobre su cabello y comenzaba a hacerle suaves caricias—. Tienes miedo. Siempre lo has tenido. Cuando era humano, yo también lo padecí. Terribles inseguridades eran las que me atormentaban. Me sentía atrapado. Me impedían vivir. Ahora, todo eso se ha ido para siempre. Lo mismo ocurrirá contigo, porque afortunadamente poseo el remedio…
Por supuesto, yo me refería al abrazo, pero Alchemilla no llegó a escucharme. Era tal su agotamiento, que pronto fue vencida por el sueño. Yo volví a contemplarla. Incluso dormida, era preciosa; poseía una dulzura infantil y delicada que me fascinaba. Ah, mi deliciosa, frágil y rebelde humana. Mi Alchemilla. Tan única, tan diferente a todos y todo lo que había conocido. Tenía que admitir que me había encaprichado con ella, y así como Hades hiciera con Perséfone, yo también me las había arreglado hasta hacerla caer en mis garras. Era mía, ahora más que nunca estaba seguro de ello. Pronto se convertiría en la reina de mi Inframundo y yo gobernaría junto a ella. Porque ese era su destino, estar a mi lado, por la eternidad y hasta ella era capaz de verlo, aunque no quisiera aceptarlo. No importaba. Yo no necesitaba escucharlo, pues las palabras salían sobrando después de nuestra noche maravillosa. Con sus actos me había dicho más de lo que llegué a pensar que admitiría algún día.
—Duerme, mañana será otro día. El día —susurré con algo de malicia, pues ahora que sabía que la deseaba para toda la eternidad, nadie me impediría que la transformara.
Sería mía, mía para siempre.
- Spoiler:
- Voy a extrañarte, Alchemilla
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Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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