AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Misión Magnicidio - Dauphine Terrié
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Misión Magnicidio - Dauphine Terrié
¿Por qué tenían que aparecerse vuestros ojos hambrientos de sangre real precisamente esa noche? Irrumpían vuestras intenciones en mi camino como un desastre natural; letal, blanca e impredecible como nieve desalmada. Para colmo de mi suerte, vuestra inmediata percepción de mi licantropía empeorarías las cosas. Esa vez… esa maldita ocasión que vino como un diluvio a inundarme, tuve que pensar rápido, porque si me tomaba mi tiempo, lo perdería.
Había terminado de recorrer París ese día en busca de algún recreo fuera de bailes ostentosos y damas casamenteras buscando ascender en la alta sociedad para en lugar de ello ir al teatro que tanto se alababa en el Sacro Imperio Romano. Desgraciadamente, no había tenido éxito, pues la obra había sido pésima gracias a la embriaguez del actor principal; desgraciadamente eso me había hecho volver más temprano y toparme con vuestros rencores en forma casi humana. Dentro de mi carruaje podía revisar el mapa para planear mi viaje del día siguiente al jardín botánico, aunque el carro diera un pequeño salto con cara piedra que atropellaba en uno de los tantos caminos que llevaba a los palacios en las afueras de la ciudad, esos lugares que los seres de vuestra raza tanto concurrían para cazar. Mi viejo chofer estaba silencioso, los lacayos vigilaban el paisaje tan desconocido para ellos, dos de los hombres de mi guardia sospechaban hasta de ellos mismos y yo fruncía el ceño ante la incómoda quietud del exterior, la cual era provocada por vos sin mi conocimiento.
—Me niego a creer que pueda nacer un camino silvestre mudo —pensé en voz media, advirtiendo la incertidumbre del lugar por el cual pasábamos— Los animales nocturnos no están haciendo ruidos.
Llamadlo instinto lupino, pero algo cruzó por mi cabeza que me dio un escalofrío que hizo que soltara el mapa de mis manos y me pusiera en alerta. ¿Alerta de qué? De una presencia cuyo efecto era el de avisarme que las personas que me rodeaban corrían peligro si me encontrabais con ellos, si vos, eterna asesina, los vierais defenderme. En esos segundos no sabía exactamente si erais vampira, cambiaformas o alguna clase de espectro desconocido para mí, pero no podía quedarme a preguntároslo sin exponer vidas ajenas, por lo que por vuestra causa tuve que hacer algo que aborrecía: actuar.
—Detened el carro. Hacedlo ya —ordené a mi chofer con prisa, pero sin desesperación en mi voz. Entenderéis —con los años que lleváis en la tierra— que el pavor se propaga más rápido que la peste negra y que si no se hace nada por evitarlo no hay nada que pare su epidemia.
Y entonces tuve que comenzar el número de circo que me habíais obligado a hacer. Bajando del carro comencé a toser como si no pudiera asimilar el aire, llamando la atención de mis sirvientes, los cuales —si bien no se atrevían a preguntar— se preocupaban de que a alguien como yo, vigoroso como me recordaban desde mis catorce años, pudiera faltarle el aire. Incluso, el más valiente de ellos hizo el ademán de ofrecerme su brazo para caminar, pero me alejé apenas me percaté de su intento para evitarle un mal mayor como el de vuestra naturaleza mortífera.
—Dejadme solo un rato. Estiraré las piernas un poco. Reponeros para volver a ponernos en marcha cuando regrese —les ordené raudamente antes de que llegarais de la nada frente a ella y ante mí.
¿Qué era lo que captaban mis sentidos? Os diría que al principio no conocía más de vos que la sensación de ser vuestro blanco y que erais una más del mundo de los clandestinos sobrenaturales, pero a medida que me internaba entre la vegetación y vos os acercabais a mi encuentro, sentía algo más de vos que sólo vuestra cercanía. Se trataba de un sentimiento muy fuerte que os obligaba a ficharme como vuestro blanco y nada más veía. Faltaba un kilómetro y ya notaba dentro de mi mente que habías planeado hallarme, ya fuera acompañado o solitario.
—Aproxímate, podeis ir más rápido que eso —quise llamaros mentalmente.
Y entonces… volteé para quedar frente a frente a vuestra pálida y curvilínea figura, siempre intacta como un lago sereno, pero dentro de esos luceros finalmente pude vislumbrar esa razón que no había podido ver: vuestro deseo de aniquilarme.
—¿Solicitabais mi asistencia, mi inmortal mademoiselle? —os murmuré. Los ojos y oídos de la sombra nocturna resultarían para ambos más confiables que cualquier otro vestigio.
Había terminado de recorrer París ese día en busca de algún recreo fuera de bailes ostentosos y damas casamenteras buscando ascender en la alta sociedad para en lugar de ello ir al teatro que tanto se alababa en el Sacro Imperio Romano. Desgraciadamente, no había tenido éxito, pues la obra había sido pésima gracias a la embriaguez del actor principal; desgraciadamente eso me había hecho volver más temprano y toparme con vuestros rencores en forma casi humana. Dentro de mi carruaje podía revisar el mapa para planear mi viaje del día siguiente al jardín botánico, aunque el carro diera un pequeño salto con cara piedra que atropellaba en uno de los tantos caminos que llevaba a los palacios en las afueras de la ciudad, esos lugares que los seres de vuestra raza tanto concurrían para cazar. Mi viejo chofer estaba silencioso, los lacayos vigilaban el paisaje tan desconocido para ellos, dos de los hombres de mi guardia sospechaban hasta de ellos mismos y yo fruncía el ceño ante la incómoda quietud del exterior, la cual era provocada por vos sin mi conocimiento.
—Me niego a creer que pueda nacer un camino silvestre mudo —pensé en voz media, advirtiendo la incertidumbre del lugar por el cual pasábamos— Los animales nocturnos no están haciendo ruidos.
Llamadlo instinto lupino, pero algo cruzó por mi cabeza que me dio un escalofrío que hizo que soltara el mapa de mis manos y me pusiera en alerta. ¿Alerta de qué? De una presencia cuyo efecto era el de avisarme que las personas que me rodeaban corrían peligro si me encontrabais con ellos, si vos, eterna asesina, los vierais defenderme. En esos segundos no sabía exactamente si erais vampira, cambiaformas o alguna clase de espectro desconocido para mí, pero no podía quedarme a preguntároslo sin exponer vidas ajenas, por lo que por vuestra causa tuve que hacer algo que aborrecía: actuar.
—Detened el carro. Hacedlo ya —ordené a mi chofer con prisa, pero sin desesperación en mi voz. Entenderéis —con los años que lleváis en la tierra— que el pavor se propaga más rápido que la peste negra y que si no se hace nada por evitarlo no hay nada que pare su epidemia.
Y entonces tuve que comenzar el número de circo que me habíais obligado a hacer. Bajando del carro comencé a toser como si no pudiera asimilar el aire, llamando la atención de mis sirvientes, los cuales —si bien no se atrevían a preguntar— se preocupaban de que a alguien como yo, vigoroso como me recordaban desde mis catorce años, pudiera faltarle el aire. Incluso, el más valiente de ellos hizo el ademán de ofrecerme su brazo para caminar, pero me alejé apenas me percaté de su intento para evitarle un mal mayor como el de vuestra naturaleza mortífera.
—Dejadme solo un rato. Estiraré las piernas un poco. Reponeros para volver a ponernos en marcha cuando regrese —les ordené raudamente antes de que llegarais de la nada frente a ella y ante mí.
¿Qué era lo que captaban mis sentidos? Os diría que al principio no conocía más de vos que la sensación de ser vuestro blanco y que erais una más del mundo de los clandestinos sobrenaturales, pero a medida que me internaba entre la vegetación y vos os acercabais a mi encuentro, sentía algo más de vos que sólo vuestra cercanía. Se trataba de un sentimiento muy fuerte que os obligaba a ficharme como vuestro blanco y nada más veía. Faltaba un kilómetro y ya notaba dentro de mi mente que habías planeado hallarme, ya fuera acompañado o solitario.
—Aproxímate, podeis ir más rápido que eso —quise llamaros mentalmente.
Y entonces… volteé para quedar frente a frente a vuestra pálida y curvilínea figura, siempre intacta como un lago sereno, pero dentro de esos luceros finalmente pude vislumbrar esa razón que no había podido ver: vuestro deseo de aniquilarme.
—¿Solicitabais mi asistencia, mi inmortal mademoiselle? —os murmuré. Los ojos y oídos de la sombra nocturna resultarían para ambos más confiables que cualquier otro vestigio.
Última edición por Valentino de Visconti el Dom Abr 28, 2013 2:03 pm, editado 1 vez
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Misión Magnicidio - Dauphine Terrié
"Al palpar la cercanía de la muerte,
vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad,
porque los vivos, comparados con los muertos,
resultamos insoportablemente banales".
vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad,
porque los vivos, comparados con los muertos,
resultamos insoportablemente banales".
Tras la caída del Sol, los pálidos parpados de Dauphine se retraían y pocos minutos después, sus penetrantes ojos grisáceos comenzaban a vislumbrar de una forma muy particular todos los sucesos de relevancia que se habían dado en la ciudad bajo la presencia del astro Rey.
Las imágenes se formaban en la mente de la vampiresa a través del plano auditivo, mediante los relatos de un selecto grupo de jóvenes que, por una interesante suma monetaria mensual, se transformaban en los ópalos de la inmortal cuando estaba se encontraba obligadamente refugiada. De aquella particular y astuta forma, Dauphine tenía bajo su manga el as que le permitía no perderse ninguna novedad en cuanto a los temas que verdaderamente le importaban. Ninguna pieza de su tablero de ajedrez ejercería un movimiento en la partida sin que ella no se enterase.
Tras haber plasmado en los lienzos blancos de su psiquis los paisajes informados, la maldita estaba dispuesta a partir en búsqueda de su objetivo. Sintió el frescor de la brisa otoñal chocar con su rostro gélido y mirando hacia la Luna sonrió de forma casi imperceptible, pues sus vísceras comenzaban a sentir el inquietante cosquilleo propio de la ansiedad, del anhelo por avanzar un paso más en su ardua misión personal; acabar con la hipocresía y la aristocracia en la Tierra.
Los oscuros adoquines que conformaban las estrechas calles parisinas lentamente comenzaban a ser abandonadas. La noche se cernía sobre la ciudad y con ello la sensación de inseguridad, sobre todo en aquellos que últimamente habían sido estratégicamente agobiados por las noticias locales plasmadas en el papel de los periódicos. Innumerables homicidios abarcaban con grandes letras mayúsculas las portadas de los diarios, incitando a la gente a encerrarse en sus casas cuando la Luna aparecía sobre los cielos franceses. Como si tal acción fuese a salvarles de lo inevitable. Pero la realidad plasmada en las noticias generalmente difería de lo verdaderamente ocurrido ¡No era para menos! Sí aquellos que se encargan de plasmar falacias sobre el papel son los mismos que sobreviven recibiendo subvenciones de la putrefacta aristocracia. La manzana podrida no demorará en estropear todo el cajón. Por ello había que exterminarlos, uno a uno con sus mentiras, embustes y egoísmos. Erradicarles con la muerte, como quien arranca una flor de raíz esperando ésta jamás vuelva a crecer.
Los tacones de sus botas apenas parecían chocar con el suelo, y si alguien tuviese la capacidad de verle seguramente diría que la rubia levitaba mágicamente con su fugaz avanzar. Las narinas de la inmortal estaban impregnadas del aroma ajeno, aquel que le guiaba como si de un fino hilillo se tratase. No tardaría en llegar, esa ansiedad interna que se mecía de un lado a otro en su interior no le permitiría perder tiempo alguno.
Las amarillentas y ya caídas hojas que adornaban los suelos del bosque siquiera llegaban a crujir frente a aquella marcha casi fantasmal que no conocía de obstáculo alguno, como si para los ojos de la inmortal lo único visible en esos instantes era la aún no completamente nítida ubicación de su presa. Aunque ello no se veía en absoluto como una cazadora, no, su mente la proyectaba como una salvadora, una heroína de métodos no tan protocolares ¿Pero en un mundo donde el engaño yacía a la orden del día, manifestándose en cada recoveco vagamente visible para ella, existiría alguien capaz de juzgarle por sus accionares? Claro que no.
El bosque callo repentinamente, como si fuese un ávido espectador consciente de que el telón se levantaría en pocos instantes. La presencia de la rubia parecía tener esa cualidad de imponerse de una forma tal que todo comenzaba a girar en torno a su delicada -y para nada amenazante anatomía- cuando arribaba a determinados espacios.
Las sombras le abrazaron grácilmente, como si fuesen parte de su atuendo, muy símil al vestuario masculino; botas altas, camisa blanca y chaleco abotonado oscuro. Pocas fueron las instancias en las que Dauphine se había atrevido a manchar las telas de un vestido de falda abultada y piedrecillas incrustadas con la sangre de algún un maldito hipócrita que merecía ser ejecutado en la misma salida de algún evento de gala.
Casi libera una carcajada cuando captó aquel llamado casi provocador. En cierta forma le alegró la idea de que su víctima fuese preparando su mente para asumir sin inconvenientes la realidad que golpearía bruscamente a su puerta. Aunque estaba visto que él no era como otros… Si gustase de dar pelea, la tendría sin dudas, inclusive cuando no existiría razón en el mundo para que Dauphine fuese convencida para no matarle.
- Os deseaba invitar a llevar adelante una danza – respondió ante el cuestionamiento ajeno, a la par que sus grisáceos orbes comenzaban a definir los perímetros y ángulos que sumergidos en las sombras conformaban la anatomía de su presente compañía.
- Pero os advierto que este vals no es apto para cuadrúpedos – la confesión se escapó con una risa medida pero delatante. Dauphine no recordaba la última ocasión en la que su inmortalidad se había cruzado con un lupino. Su aroma tiene una dualidad curiosa, excitante y repugnante al mismo tiempo, algo sumamente particular en un mismo ser.
Se acercó con lentos pasos a la ubicación del caballero y solamente se detuvo cuando su brazo derecho se extendió, ofreciendo aquella mano blancuzca y helada, tal cual invitación de baile.
- No me hagáis esperar, de lo contrario puede que guste de bailar con sus siervos primero - la más pura naturaleza vampírica en el interior de la rubia era la que obligaba a Dauphine a recordarle al aristócrata de que siempre se podía hacer sufrir a otros como castigo indirecto al culpable en sí. No le interesaba conocer si el ricachón poseía un corazón blando, pero tal reminiscencia buscaba saber si el licántropo dudaría o no de ahorrar algún derramamiento de sangre innecesario.
Dauphine Terrié- Vampiro Clase Alta
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Re: Misión Magnicidio - Dauphine Terrié
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- Off: La música estuvo perfecta.
Algo me detuvo de pelear con vuestra merced hasta desatar el infierno bajo nuestros pies poco humanos. Os miraba con atención, demasiada. Mi vista nocturna pasaba por vuestro pelo platinado bajo una luna nueva para luego recorrer vuestros ojos sanguinarios y terminar en vuestra boca empalagosa de plasma. Cuando os miré con detenimiento, vuestra figura me llevó a una de mis lecciones de niño en las que aprendí que un setenta por ciento de nuestra comunicación es no verbal y pude comprobar dicha teoría gracias a vuestra presencia. ¿Qué me decías? En primer lugar me advertíais que no me atreviera a ignorarte, porque mis acompañantes pagarían las consecuencias; que no desviara el tema que estabais mostrando sobre la mesa, porque os haría enfadar y se acabaría todo diálogo entre nosotros y por último que os pusiera atención, porque no repetirías vuestro discurso. Ya viendo el cuadro general en el cual estabais enmarcada, procuré tomar la máxima precaución con cada uno de mis siguientes pasos.
Os acercabais a mí de una manera que sólo había visto en mis viajes en los estados del tercer, cuando los leopardos se me acercaban a mí no como si fuera un ser humano, sino como si se tratara de una bestia desafiándolos por su territorio, pero al igual que ellos, estabais comprobando qué tan peligroso podía ser este licántropo vestido con prendas reales mientras éste hacía lo mismo con vos. Traíais el invierno a cuestas, expandiendo vuestro viento helado hasta congelar el oxígeno que entraba en mis tibios pulmones, acelerando la circulación de mi aún incólume sangre lupina. Me hubiese gustado preguntaros si así de relente era vuestra aura por la animadversión que os había llevado a interrumpir mi viaje o porque a sangre fría —en todo sentido del término— habríais de ajusticiarme con vuestras propias manos escarchadas.
Fue cuando alargasteis vuestra pálida rama que osé matar el silencio, no sin cautela. Hacía no mucho tiempo que había bailado en una de las tantas fiestas que organizaba el imperio, pero no recordaba el día en que hubiera coordinado mis pies con una inmortal como vos, pero lo haría. Lo haría porque me intrigaban las razones que os hacían querer aniquilarme y aquello porque no distinguía odio a mi persona en particular, sino a una idea abstracta de ser, a un símbolo y percibía a través de vuestra aura que mi condición de licántropo era un detalle en comparación con vuestras motivaciones.
—Disculpadme, mademoiselle, por no ser merecedor de compartir una danza letal con vuestra merced —incliné ligeramente mi cabeza hacia vuestra figura para mostraros mis pacíficas intenciones siempre y cuando no involucrarais a más actores— He de gozar, entonces, con mayor enardecimiento de este intercambio de pasos improvisados concedido por vuestra gentileza.
Y entonces yo, el vasallo de la luna, tomé la mano que formaba parte de vos, la escultura de mármol imperecedera y la dediqué a acercaros a mí, aunque vuestro aroma se contradijera en mis narices al complacerme y repudiarme al mismo tiempo. ¿Y qué podíamos esperar si hacíamos bailar fuego con nieve? Las leyes que regían el mundo nos decían que jamás los juntaríamos, pero que sí podíamos hacerlos interactuar por momentos. Eso esperaba hacer con vos, bebedora de sangre del collar inverso, aunque cualquiera hubiera podido decir que corría un riesgo garrafal al sujetar vuestra cintura para bailar guiados solamente por el compás de nuestras razas, pero todo tenía un porqué.
—Preferiría no tener que lastimaros sin motivo, mademoiselle. Aún me queda la suficiente humanidad como para no ceder por completo a los caprichos de mi especie —os confesé sin perder ni la neutralidad de mi rostro ni la sinceridad de mis ojos. Guiar vuestros pasos era mi tarea más minuciosa— No obstante, si bien tengo conocimiento de la energía que me transmitís, desconozco vuestros fines.
Pretendía hacer lo más amena posible la conversación, aunque me jugaba en contra no tener certeza alguna acerca de vuestros límites, mas predominaba en mi cabeza una voz que seguía advirtiéndome en cada giro de nuestro infartante vals que cuidara no acostumbrarme demasiado a manumitir al lobo dentro de mí, ya que si lo hacía, despertaría a la vez vuestros más bajos instintos y entonces volveríamos al estado más primitivo; el de destrucción total. Cierto era que no estaba ilusionado con el acontecer de ninguna idea; sólo anhelaba que me dijerais vuestro veredicto, el que fuera con tal de saber a qué bestia debía darle el permiso para apoderarse de mí; si a la fiera humana o a la barbaridad lupina. Bastaba con que una sentencia fuera pronunciada por vuestros labios para definirlo. Así de sencillo y frágil era nuestro límite.
Os miré directamente a vuestro ojos grises a través de mi antifaz y por poco olvidé que lo llevaba puesto, pues no había nada que ocultaros. De cierta forma quería que vieseis a través de aquella prenda antes de recriminarme nada.
—Os ruego... tomaros la libertad de no callaros nada —dije tranquilamente, esperando que no fuera la calma antes de la tormenta. En vuestras manos estaba.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Misión Magnicidio - Dauphine Terrié
Los pasos de aquel preludio a la muerte eran lentos y hasta algo torpes ¿Cómo era posible que un mancebo educado en cuna de oro no supiese danzar propiamente, como los repugnantes seres que le deberían de rodear en cada evento de alta alcurnia a los que seguramente el despistado bailarín de papel asistía asiduamente? Una verdadera pena que el avanzar sobre el sendero que le llevaría la dormitación eterna se diese mediante una acción donde el lupino fuese tan insulso. Pero ya no había tiempo de capacitarle en el arte de la danza, ni en el accionar de forma sincera y humilde para con aquellos que padecían hambre por sus banalidades. Ya era demasiado tarde para cambiarle, para que sus serenos ojos mirasen más allá del enceguecedor resplandor dorado del oro codiciosamente acumulado.
Una simbiosis macabra la de los bailarines de aquel baile de melodía peculiar, transmitida por el acariciar del viento sobre las diferentes hojas que aún pendían de los altos arboles amarillentos.
La calidez irradiada por el noble jugaba dos papeles opuestos al mismo tiempo; por un lado desplegaba la atracción del héroe, del hombre joven proyectante de vivacidad, fuerza y un destino por delante. Por otro lado el villano, maldito sangre azul que sumergido en el deseo de poder, sentía su sangre hervir solamente por el anhelo a poseer más y más.
Dauphine hubiese gustado de darle muerte solamente a uno de esos roles y tal vez, alimentarse un poco del otro. Pero no era posible, su mente ya percibía como el veneno propio de la realeza había infectado toda aquella anatomía, de pies a cabeza. El lobo debía de morir antes que su toxicidad continuase propagándose. Antes de que el mundo continuase siendo arrastrado a su total putrefacción.
- No proclaméis aquellos actos de los que no sois capaz Monsieur, y no por falta de convicción me refiero… – la inmortal hizo una pausa, en la que se permitió alzar su brazo junto al del licántropo para generar una delicada vuelta y volver justamente a observar aquel detalle particular que sus grisáceos orbes venían captando desde hace algunos instantes; el antifaz que el hipócrita llevaba puesto – sino por falta de poder – le susurró al oído, finalmente moviendo sus finos labios para desplegar aquellos incisivos vocablos . Le mentiría si no dejase entrever parte de su confianza, la que había recolectado sabiamente a lo largo de los siglos como para saber que un lobo de la realeza sería incapaz de generar un rasguño en su pálida piel nevada. Pero el interés de Dauphine no era necesariamente el de sentirse a una altura mayor que la de su acompañante. Su deseo era recordarle al aristócrata que ninguna ostentosidad ni título nobiliario que portase le auxiliaría en aquella ocasión. Frente a ella sería un hombre más –con las habilidades sobrenaturales de un licántropo, si– pero un hombre de carne, hueso y vida efímera en fin.
Desparpajadamente generó unos pasos más de aquel vals que llegaba a su final y sin más, soltó la mano del caballero y tras una sarcástica reverencia se alejó delicadamente de él. Lo suficiente como para ver su entera anatomía, y lo justo para saber que no escaparía tan fácilmente si lo intentaba.
- ¿Por qué ocultáis vuestro rostro? ¿Acaso ya no sois capaces de impartir mentiras a vuestro pueblo esbozando un gesto meramente creíble? - cuestionó sin reparo, como si lentamente se dejase envenenar por todas las imágenes repugnantes que sus orbes habían captado a lo largo de su ininterrumpida existencia; mujeres y niños sumergidos en el hambre, ancianos deambulando en el frio de la noche. Un pueblo llorando miserias, extendiendo sus manos heridas en son de auxilio. Y un reinado indiferente, riendo superficialmente entre violines, juegos de cartas y colecciones de diamantes.
- Revelad vuestra identidad ¡Mostrad con la última gota de dignidad que os queda quien sois! – la orden fue impartida oralmente, no para hacer ahínco en la misma, sino para revelar los afilados y blancuzcos colmillos de la hija de Lilith.
La musicalidad del viento había cesado momentáneamente para que un silencio mortuorio tomase protagonismo en el medio de la nada, entre aquellas dos presencias tan diferentes una de la otra.
El tamborileo del corazón lupino resonaba armónicamente en los super desarrollados oídos de la rubia. Ella tomaría de ahora en adelante aquella sonata para interpretar su luctuoso ritual. Claramente todo acabaría cuando no existiese ningún corazón latiendo en aquel escenario. Pero antes era necesario grabar en su recuerdo el rostro de un aristócrata más, de un nuevo hipócrita que se sumaría a su álbum de almas codiciosas beneficiosamente erradicadas de la Tierra.
Dauphine Terrié- Vampiro Clase Alta
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Re: Misión Magnicidio - Dauphine Terrié
¿Dónde encontrar a una depredadora que vaciara espacios como vuestra merced? Por algún motivo me había cruzado en vuestro camino o vos habías hallado la manera de que a propósito este duque pasara por vuestros territorios conocidos para salta al acecho como una doncella de hierro frío y filoso. El tiempo que había durado nuestra danza tensional había sentido que estaba mitad despierto y mitad dormido; increíble resultaba que dos bestias condenadas como nosotros pudieran entrelazar manos para bailar, aunque fuera con fines de captar mejor al otro con miras a una mejor decisión sobre nuestras siguientes huellas a dejar.
Ese susurro pernicioso que abandonasteis en mis oídos hizo mucho más que notificarme acerca de vuestra soberbia acerca de vuestra condición. Estabais orgullosa, sentimiento que trasladome a un punto incierto entre la extrañeza y la ira; agradecía como siervo saciado la salud que me había entregado esa mordida inesperada a mis catorce años, pero que mis huesos fueran incinerados en las llamas del hades si algún día me jactara de aquello que ni siquiera me permitía diferenciar amigo de enemigo. Vos en cambio despilfarrabais omnipotencia, como si fuerais una estatua de mármol consagrada en la mitad de una plaza y no una esclava de la sangre. Para ser honesto no sabía cómo sentirme con respecto a vuestra merced; si turbado o conmovido. De todas formas, no detendría el estado de alerta mi lupina figura para captar qué era efectivamente lo que estaba pasando por mis receptores emocionales, porque por mucho que me intrigarais, no debía olvidar que tenías de mujer lo que yo tenía de hombre; la mitad, porque el otro medio estaba compuesto por poco menos que de un demonio. No os contesté nada a eso último, porque si lo hacía estaría entrando a vuestro espejismo, uno que todavía no captaba, pero ahí estaba, incitándome a creerme vuestra historia de que yo era vuestra presa y vos la cazadora siendo que ambos éramos la captura y el botín de los monstruos que habían engullido nuestra humanidad.
Fue entonces que con un giro de ángel, pero energía de demonio deshicisteis nuestra improvisada y más que peligrosa coreografía, contemplándome como si fuera vuestra marioneta, una que anhelabais con ímpetu insultante arrojar a las fuerzas ardientes del fuego. ¿Queríais acorralarme como a una rata? Sí, podíais acorralarme, pero nunca por ser similar a un roedor, sino por todavía parecerme al hombre y a su piedad por el otro. Eso era lo que me había traído a vos, mantener intacta la integridad de mis fieles sirvientes.
—Con haber venido a vuestro encuentro tan dócilmente, vuestra merced comprenderéis que escapar no está ni estará en mis opciones —me adelanté a cualquier acusación, percibiendo nuevamente un nuevo sentimiento en vuestra mente que incluía el amajadar.
Y llegó el momento en que os referisteis a mi única prenda real y permanente de vestir, si es que pudiera llamársele de esa forma. Os miré de manera calmosa, como era mi costumbre, pero un poco más pronunciada, como si en vez de estar frente a una enemiga en potencia como vos, me estuviese distendiendo frente a las costas del mediterráneo, y era por una razón en especial; yo mismo odiaba tener que ocultarme para que no se comentara de por qué del Duque no se veía de cuatro décadas, pero no emitía juicio alguno aun dentro de la clandestinidad de mi cabeza, tragándome así el coraje que eclosionaba cada vez que surgía una idea relacionada con eso. Con vuestros descalificativos hacia mi persona se liberaba ese cúmulo de cosas que no había expresado en su oportunidad, haciéndome desear poder hacer eso mismo que destilabais; enfurecerme conmigo y reprocharme por ceder a los deberes reales que había impuesto mi nacimiento, pero no podía, porque si lo hacía debilitaría uno de los eslabones de mi cadena y la bestia terminaría llevándose otra porción de mi alma. Me contentaba con vuestras palabras, esas que tan venenosamente expulsabais de vuestra perniciosa y enrojecida boca.
No obstante mis tensiones se aflojaban con vuestro discurso, lo último que pronunciasteis de manera tan segura no encajaba con mi realidad. Mentiría si os dijera que no sentí un impulso casi irrefrenable de callaros de cualquier manera, incluso mordiendo vuestra boca helada. Ni aunque pretendiera bajo el amparo de todos los medios mentirle al pueblo con promesas de pan y circo, la mitad me creería y la otra mitad clavaría dagas en cada escultura o retrato que evocara mi persona y todo por ese execrable y granítico rumor de ser el responsable de la muerte de mi tío, el fallecido Rey de Italia, cuya muerte también se le estaba atribuyendo a mi tía Sophia. ¿Bajo qué cimientos podría darme el lujo de ser corrupto si no había qué corromper? Ya todo había sido envenenado por quienes me querían muerto y por aquellos que me querían ver sentado en el trono de Italia.
Pues bien, si tanto anhelabais captar la casta e interioridad de vuestro blanco, me aseguraría de que así fuera, pero bajo mi consentimiento y mis límites. No fue suficiente ver vuestras afiladas armas orales para retractarme de lo que estaba a punto de haceros y me acerqué a vos ágil y raudo para reteneros contra el tronco más próximo a vuestras espaldas, sosteniendo vuestra mandíbula para que se quedara quieta y no osara herirme. Ya habíais cruzado una línea, pero no traspasaríais otra sin una revancha de mi parte.
—Miradme entonces, mi sádica trampera y no os aventuréis en olvidar un solo fragmento, porque no importa cuántos años viváis, no serán suficientes para que logréis borrarlos. Eso os lo juro —dijo contra vuestra oreja antes de contactar la mano que tenía disponible con vuestra frente, llevándoos a las cosas que había visto y que no quería volver a revivir.
Usé mi visión compartida en vuestra mente y nunca sabré si fue un error o un acierto, pero así lo hice. De pronto vislusmbrasteis el instante en que enterraban a mi tío y cómo Sophia espulsaba lágrima como María Magdalena; oísteis las acusaciones en mi contra de ser el responsable del óbito del Rey y cómo mi pueblo no sabía qqué pensar al respecto; estuvisteis allí cuando tuve que aumentar mi guardia al doble para defenderme de los posibles ataques de los aliados de la Reina de Italia y alcanzasteis a captar ese último isntante en que mis empleados se acercaban a mí para comprobar que mi g¿fingida tos fuera eso y nada más. De allí mostré todo negro, porque justamente después de eso habías hecho vuestra abrupta aparición.
Estabais de vuelta, viendo de nuevo las estrellas nocturnas y mis ojos rodeados el amterial que tanta ira te había suscitado. Yo estaba quieto, simulando ser una escultura de mármol, pero no dejaba de miraros.
—¿Mentir? —reí en un solo tiempo con ironía por vuestra desacertada afirmación. Hasta sonada ridículo que lo dijera— Vaya desatino mío sería hacerlo y vuestro el haberlo acusado. —mi tibio aliento bajó su temperatura de súbito cuando palpó vuestra piel de escarcha, evaporando al mismo y haciéndolo ascender hacia el cielo.
Solté vuestra anatomía y retrocedí un par de pasos, dándoos la espalda. Después de haberos enseñado aquello, la posibilidad de que me atacarais era lo que menos tenía la capacidad de tensarme. Al oír vuestra respiración, supe que aquella era la señal que nos informaba que ninguno de los dos podría mantener la cabeza fría durante nuestro encuentro y vuestro afán de magnicidio.
Ese susurro pernicioso que abandonasteis en mis oídos hizo mucho más que notificarme acerca de vuestra soberbia acerca de vuestra condición. Estabais orgullosa, sentimiento que trasladome a un punto incierto entre la extrañeza y la ira; agradecía como siervo saciado la salud que me había entregado esa mordida inesperada a mis catorce años, pero que mis huesos fueran incinerados en las llamas del hades si algún día me jactara de aquello que ni siquiera me permitía diferenciar amigo de enemigo. Vos en cambio despilfarrabais omnipotencia, como si fuerais una estatua de mármol consagrada en la mitad de una plaza y no una esclava de la sangre. Para ser honesto no sabía cómo sentirme con respecto a vuestra merced; si turbado o conmovido. De todas formas, no detendría el estado de alerta mi lupina figura para captar qué era efectivamente lo que estaba pasando por mis receptores emocionales, porque por mucho que me intrigarais, no debía olvidar que tenías de mujer lo que yo tenía de hombre; la mitad, porque el otro medio estaba compuesto por poco menos que de un demonio. No os contesté nada a eso último, porque si lo hacía estaría entrando a vuestro espejismo, uno que todavía no captaba, pero ahí estaba, incitándome a creerme vuestra historia de que yo era vuestra presa y vos la cazadora siendo que ambos éramos la captura y el botín de los monstruos que habían engullido nuestra humanidad.
Fue entonces que con un giro de ángel, pero energía de demonio deshicisteis nuestra improvisada y más que peligrosa coreografía, contemplándome como si fuera vuestra marioneta, una que anhelabais con ímpetu insultante arrojar a las fuerzas ardientes del fuego. ¿Queríais acorralarme como a una rata? Sí, podíais acorralarme, pero nunca por ser similar a un roedor, sino por todavía parecerme al hombre y a su piedad por el otro. Eso era lo que me había traído a vos, mantener intacta la integridad de mis fieles sirvientes.
—Con haber venido a vuestro encuentro tan dócilmente, vuestra merced comprenderéis que escapar no está ni estará en mis opciones —me adelanté a cualquier acusación, percibiendo nuevamente un nuevo sentimiento en vuestra mente que incluía el amajadar.
Y llegó el momento en que os referisteis a mi única prenda real y permanente de vestir, si es que pudiera llamársele de esa forma. Os miré de manera calmosa, como era mi costumbre, pero un poco más pronunciada, como si en vez de estar frente a una enemiga en potencia como vos, me estuviese distendiendo frente a las costas del mediterráneo, y era por una razón en especial; yo mismo odiaba tener que ocultarme para que no se comentara de por qué del Duque no se veía de cuatro décadas, pero no emitía juicio alguno aun dentro de la clandestinidad de mi cabeza, tragándome así el coraje que eclosionaba cada vez que surgía una idea relacionada con eso. Con vuestros descalificativos hacia mi persona se liberaba ese cúmulo de cosas que no había expresado en su oportunidad, haciéndome desear poder hacer eso mismo que destilabais; enfurecerme conmigo y reprocharme por ceder a los deberes reales que había impuesto mi nacimiento, pero no podía, porque si lo hacía debilitaría uno de los eslabones de mi cadena y la bestia terminaría llevándose otra porción de mi alma. Me contentaba con vuestras palabras, esas que tan venenosamente expulsabais de vuestra perniciosa y enrojecida boca.
No obstante mis tensiones se aflojaban con vuestro discurso, lo último que pronunciasteis de manera tan segura no encajaba con mi realidad. Mentiría si os dijera que no sentí un impulso casi irrefrenable de callaros de cualquier manera, incluso mordiendo vuestra boca helada. Ni aunque pretendiera bajo el amparo de todos los medios mentirle al pueblo con promesas de pan y circo, la mitad me creería y la otra mitad clavaría dagas en cada escultura o retrato que evocara mi persona y todo por ese execrable y granítico rumor de ser el responsable de la muerte de mi tío, el fallecido Rey de Italia, cuya muerte también se le estaba atribuyendo a mi tía Sophia. ¿Bajo qué cimientos podría darme el lujo de ser corrupto si no había qué corromper? Ya todo había sido envenenado por quienes me querían muerto y por aquellos que me querían ver sentado en el trono de Italia.
Pues bien, si tanto anhelabais captar la casta e interioridad de vuestro blanco, me aseguraría de que así fuera, pero bajo mi consentimiento y mis límites. No fue suficiente ver vuestras afiladas armas orales para retractarme de lo que estaba a punto de haceros y me acerqué a vos ágil y raudo para reteneros contra el tronco más próximo a vuestras espaldas, sosteniendo vuestra mandíbula para que se quedara quieta y no osara herirme. Ya habíais cruzado una línea, pero no traspasaríais otra sin una revancha de mi parte.
—Miradme entonces, mi sádica trampera y no os aventuréis en olvidar un solo fragmento, porque no importa cuántos años viváis, no serán suficientes para que logréis borrarlos. Eso os lo juro —dijo contra vuestra oreja antes de contactar la mano que tenía disponible con vuestra frente, llevándoos a las cosas que había visto y que no quería volver a revivir.
Usé mi visión compartida en vuestra mente y nunca sabré si fue un error o un acierto, pero así lo hice. De pronto vislusmbrasteis el instante en que enterraban a mi tío y cómo Sophia espulsaba lágrima como María Magdalena; oísteis las acusaciones en mi contra de ser el responsable del óbito del Rey y cómo mi pueblo no sabía qqué pensar al respecto; estuvisteis allí cuando tuve que aumentar mi guardia al doble para defenderme de los posibles ataques de los aliados de la Reina de Italia y alcanzasteis a captar ese último isntante en que mis empleados se acercaban a mí para comprobar que mi g¿fingida tos fuera eso y nada más. De allí mostré todo negro, porque justamente después de eso habías hecho vuestra abrupta aparición.
Estabais de vuelta, viendo de nuevo las estrellas nocturnas y mis ojos rodeados el amterial que tanta ira te había suscitado. Yo estaba quieto, simulando ser una escultura de mármol, pero no dejaba de miraros.
—¿Mentir? —reí en un solo tiempo con ironía por vuestra desacertada afirmación. Hasta sonada ridículo que lo dijera— Vaya desatino mío sería hacerlo y vuestro el haberlo acusado. —mi tibio aliento bajó su temperatura de súbito cuando palpó vuestra piel de escarcha, evaporando al mismo y haciéndolo ascender hacia el cielo.
Solté vuestra anatomía y retrocedí un par de pasos, dándoos la espalda. Después de haberos enseñado aquello, la posibilidad de que me atacarais era lo que menos tenía la capacidad de tensarme. Al oír vuestra respiración, supe que aquella era la señal que nos informaba que ninguno de los dos podría mantener la cabeza fría durante nuestro encuentro y vuestro afán de magnicidio.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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