AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Le temps perdu (Caroline Dunst)
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Le temps perdu (Caroline Dunst)
El sol se levantaba radiante por encima de las copas de los árboles. El verde frescor de las hojas contrastaba el sofocante calor que provenía desde el astro celeste y, efectuando como parasol, la masa verde parecía haberse alzado en formación de guerra, dispuesto a proteger a la gente que se acumulaba bajo ella. Una de aquellas personas, enfundada en una fina camisa blanca levemente abierta, no más por decoro, y recostada contra el respaldo de un banco, era yo.
La noche anterior había sido la primera que había gastado durmiendo desde que llegara a la capital del Sena. No era que hubiera trasnochado varios días seguidos, sencillamente tenía asuntos importantes que tratar con mi hermana durante el tiempo que durara la velada, lejos de los molestos rayos de sol que ahora mismo amenazaban con aturdir con su hiriente tacto a cualquier desprevenido viandante que se aventurara por las calles de París en esas horas medianas del día. Así pues, siendo esa la primera mañana que no pasara entre las suaves sábanas de mi lecho en el "Hôtel Crillon", había decidido salir pronto a dejar que las suelas de mis zapatos probaran el frío tacto del empedrado, aún cuando el rocío temprano no hubiera desaparecido de los pétalos de las flores. Aquel día había resultado ser especialmente abrasador y no me eran ajenos los pensamientos que lograba adivinar en la mirada de los habitantes de la urbe, al fin y al cabo yo también había envidiado a los afortunados burgueses que tenían el privilegio de pasar largas temporadas en una finca verde alejada de la ciudad. Yo, aunque burgués y afortunado, debía permanecer con mi familia, y mi familia ocupándose de los temas concernientes a la administración de las manufacturas de textil. De una u otra manera, París era más agradable que la población mediterránea en la que me había criado, situación que se reflejaba en las felices expresiones de los niños, que correteaban sin cesar protegidos por la ya mencionada y apetecible sombra.
Aspirando y expulsando el aire con el que mis pulmones se llenaran, mis labios se tornaron en una sonrisa de satisfación al tiempo que mi mano lograra recoger el tomo de no gran tamaño que había dejado minutos antes a mi vera, a la espera de que el gusto por la lectura me volviera a invadir. Buscando grácilmente con mis largos dedos, pasando página tras página, al fin llegué al punto en el que había dejado la lectura. Apenas había leído una pequeña porción de aquella primera parte de "Crimen y Castigo", del tan afamado escritor ruso, Fiodor Dostoyevski, edición en castellano, heredada de mi abuelo paterno, hacía ya unos cuantos años, y que nunca había parecido tener suficiente tiempo para leer. Dostoyevski no me era desconocido, y es que, a pesar de nunca haber completado una obra suya, se había convertido en uno de mis autores favoritos, por rebuscar en la psicología humana, al tiempo de ser tratar con sutileza y con la belleza adecuada los temas que así lo requiriesen. Raskolnikov, Aliona, Sonia... eran nombres que se entremezclavan en mi mente, a la espera de que el terrible suceso, que por malas lenguas ya conociera, sucediese. De todas formas, a pesar del tranquilo y agradable día que hacía y de lo interesante de la historia del antiguo estudiante peterburgués, había algo que no me terminaba de dejar disfrutar de mi quehacer, una sensación de necesidad de algo más, como si algo aún incognoscible debiera aún de acontecer. Solo restaba saber qué.
La noche anterior había sido la primera que había gastado durmiendo desde que llegara a la capital del Sena. No era que hubiera trasnochado varios días seguidos, sencillamente tenía asuntos importantes que tratar con mi hermana durante el tiempo que durara la velada, lejos de los molestos rayos de sol que ahora mismo amenazaban con aturdir con su hiriente tacto a cualquier desprevenido viandante que se aventurara por las calles de París en esas horas medianas del día. Así pues, siendo esa la primera mañana que no pasara entre las suaves sábanas de mi lecho en el "Hôtel Crillon", había decidido salir pronto a dejar que las suelas de mis zapatos probaran el frío tacto del empedrado, aún cuando el rocío temprano no hubiera desaparecido de los pétalos de las flores. Aquel día había resultado ser especialmente abrasador y no me eran ajenos los pensamientos que lograba adivinar en la mirada de los habitantes de la urbe, al fin y al cabo yo también había envidiado a los afortunados burgueses que tenían el privilegio de pasar largas temporadas en una finca verde alejada de la ciudad. Yo, aunque burgués y afortunado, debía permanecer con mi familia, y mi familia ocupándose de los temas concernientes a la administración de las manufacturas de textil. De una u otra manera, París era más agradable que la población mediterránea en la que me había criado, situación que se reflejaba en las felices expresiones de los niños, que correteaban sin cesar protegidos por la ya mencionada y apetecible sombra.
Aspirando y expulsando el aire con el que mis pulmones se llenaran, mis labios se tornaron en una sonrisa de satisfación al tiempo que mi mano lograra recoger el tomo de no gran tamaño que había dejado minutos antes a mi vera, a la espera de que el gusto por la lectura me volviera a invadir. Buscando grácilmente con mis largos dedos, pasando página tras página, al fin llegué al punto en el que había dejado la lectura. Apenas había leído una pequeña porción de aquella primera parte de "Crimen y Castigo", del tan afamado escritor ruso, Fiodor Dostoyevski, edición en castellano, heredada de mi abuelo paterno, hacía ya unos cuantos años, y que nunca había parecido tener suficiente tiempo para leer. Dostoyevski no me era desconocido, y es que, a pesar de nunca haber completado una obra suya, se había convertido en uno de mis autores favoritos, por rebuscar en la psicología humana, al tiempo de ser tratar con sutileza y con la belleza adecuada los temas que así lo requiriesen. Raskolnikov, Aliona, Sonia... eran nombres que se entremezclavan en mi mente, a la espera de que el terrible suceso, que por malas lenguas ya conociera, sucediese. De todas formas, a pesar del tranquilo y agradable día que hacía y de lo interesante de la historia del antiguo estudiante peterburgués, había algo que no me terminaba de dejar disfrutar de mi quehacer, una sensación de necesidad de algo más, como si algo aún incognoscible debiera aún de acontecer. Solo restaba saber qué.
Dalmau Bonmatí- Humano Clase Alta
- Mensajes : 391
Fecha de inscripción : 08/08/2010
Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Aquella mañana me había levantado más temprano de lo común, el hecho de que mis hermanos ya comenzarán a ir a sus clases, adecuándose por completo a la nueva vida que habíamos emprendido hacía ya seis meses al aceptar la oferta de tía Kate de mudarnos a esa hermosa ciudad, hacía que mis sentidos protectoramente maternales estuvieran a flor de piel de una forma más intensa a la que había sentido cuando nuestros padres habían muerto, y, por más que tratara de repetirme una y otra vez que los pequeños estarían bien, no podía evitar preocuparme por las cosas que podía ocultar la oscuridad de aquella enorme ciudad.
Con mucho tiempo, antes de tener que despertar a los niños, disfruté de mi baño aromatizado para luego cubrir mi cuerpo con uno de los vestidos que me había mandado a arreglar tía Kate al darse cuenta que la fina tela arrastraba por el sucio suelo de las calles de Paris debido a que no me gustaba el tacón alto y, cómo le había asegurado unas cenas atrás, no estaba dispuesta a empezar a usarlos por el simple hecho de que en Francia estuvieran de moda.
Una vez estuve lista, baje a la cocina asegurándome que la criada tuviera la mesa puesta para cuando los niños bajaran a desayunar y me dispuse a ir a despertarlos uno a uno comenzando con el más grande que era el peor de todos, sinceramente su flojera no tenía límites. Toqué la puerta de Phillipe tres veces hasta que escuché un “¡Ya, ya!” medio adormilado que me aseguraba que, al menos, había despertado. Posteriormente me dirigí dónde Nícholas y a penas golpeé su puerta ésta se abrió mostrándome la visión de un joven elegantemente vestido junto a su impecable bolso dispuesto a disfrutar de un nuevo día de conocimiento con una sonrisa en el rostro mientras pronunciaba un “Buenos Días” en un francés casi perfecto, aún debía despertar a Isabel por lo que le dirigí una sencilla sonrisa a mi hermano favorito y me dirigí al dormitorio de la pequeña de nueve años rezando para que no comenzara con las preguntas frecuentes en su edad, ya que ese día no sabía que responderle para dejarla completamente tranquila. Pero, para mi completo alivio, Isa ya estaba despierta y me dejó ayudarla a bañarla y vestirla sin hacer ningún tipo de berrinche reclamando que ya estaba grande como para que siguiera ayudándola con su aseo personal.
Una vez desayunamos les ordené a cada uno recoger su bolso de colegio mientras yo tomaba mi bolso de mano, para salir de la casa en dónde nos esperaba el carruaje que nos llevaba a diario al colegio. Cada vez las calles se me iban haciendo más conocidas, no obstante aún seguía sin poder caminar sola por las calles de Paris a menos que fuera de la mansión a la catedral.
El viaje, ya conocido, se hizo muy corto y me despedí de mis hermanos depositando un beso en cada frente luego de haberlos persignado, a Phillipe no le gustaba mucho, pero me dejaba hacerlo porque sabía que no me quedaba tranquila sino lo hacía todas las mañanas y todas las noches después de rezar. Levantando y agitando levemente mi mano me despedí de ellos, tal y como hacía todas las mañanas al verlos alejarse.
- Puede volver a la casa, Pierre, no necesitaré de sus servicios hoy – le dije al cochero sonriéndole amable, esa mañana quería caminar y probar mi sentido de orientación, ¿quién sabe? En una de esas conocía mejor París de lo que creía.
Caminé por las calles de Paris hasta que el sol comenzó a presentarse dejando atrás la fría mañana para dejar claro que en unas horas daría paso al mediodía. Seguí caminando observando cada lugar mientras recordaba aquella mañana en la que había conocido al vagabundo con más modales del universo entero, ¿qué habría sido de esa pequeña criatura huérfana que sin consolación alguna había llorado sobre mi pecho la reciente muerte de su madre? ¡Qué identificada me había sentido en ese momento!
Sumida en mis pensamientos olvidé por completo que mis pies seguían caminando sin darle dirección alguna hasta que sentí como mies piernas chocaban con algo duro y mis manos se posaban, sin saber dónde afirmarme para no caer, sobre algo suave que al mirar dos veces me di cuenta que se trataba de un libro.
Totalmente avergonzada, con mis mejillas sonrojadas miré al joven que había interrumpido con mi torpeza y poca preocupación.
- ¡Oh, Perdóneme! Perdóneme usted, monsieur. Lamento mucho haberlo interrumpido en su lectura... yo iba… de pronto… y justo… ¿Podría perdonarme? – le dije incorporandome e intentando mantener su mirada puesto que estaba muy avergonzada por mi comportamiento, aún no entendía cómo no me había percatado de ver hacia donde me dirigía.
Con mucho tiempo, antes de tener que despertar a los niños, disfruté de mi baño aromatizado para luego cubrir mi cuerpo con uno de los vestidos que me había mandado a arreglar tía Kate al darse cuenta que la fina tela arrastraba por el sucio suelo de las calles de Paris debido a que no me gustaba el tacón alto y, cómo le había asegurado unas cenas atrás, no estaba dispuesta a empezar a usarlos por el simple hecho de que en Francia estuvieran de moda.
Una vez estuve lista, baje a la cocina asegurándome que la criada tuviera la mesa puesta para cuando los niños bajaran a desayunar y me dispuse a ir a despertarlos uno a uno comenzando con el más grande que era el peor de todos, sinceramente su flojera no tenía límites. Toqué la puerta de Phillipe tres veces hasta que escuché un “¡Ya, ya!” medio adormilado que me aseguraba que, al menos, había despertado. Posteriormente me dirigí dónde Nícholas y a penas golpeé su puerta ésta se abrió mostrándome la visión de un joven elegantemente vestido junto a su impecable bolso dispuesto a disfrutar de un nuevo día de conocimiento con una sonrisa en el rostro mientras pronunciaba un “Buenos Días” en un francés casi perfecto, aún debía despertar a Isabel por lo que le dirigí una sencilla sonrisa a mi hermano favorito y me dirigí al dormitorio de la pequeña de nueve años rezando para que no comenzara con las preguntas frecuentes en su edad, ya que ese día no sabía que responderle para dejarla completamente tranquila. Pero, para mi completo alivio, Isa ya estaba despierta y me dejó ayudarla a bañarla y vestirla sin hacer ningún tipo de berrinche reclamando que ya estaba grande como para que siguiera ayudándola con su aseo personal.
Una vez desayunamos les ordené a cada uno recoger su bolso de colegio mientras yo tomaba mi bolso de mano, para salir de la casa en dónde nos esperaba el carruaje que nos llevaba a diario al colegio. Cada vez las calles se me iban haciendo más conocidas, no obstante aún seguía sin poder caminar sola por las calles de Paris a menos que fuera de la mansión a la catedral.
El viaje, ya conocido, se hizo muy corto y me despedí de mis hermanos depositando un beso en cada frente luego de haberlos persignado, a Phillipe no le gustaba mucho, pero me dejaba hacerlo porque sabía que no me quedaba tranquila sino lo hacía todas las mañanas y todas las noches después de rezar. Levantando y agitando levemente mi mano me despedí de ellos, tal y como hacía todas las mañanas al verlos alejarse.
- Puede volver a la casa, Pierre, no necesitaré de sus servicios hoy – le dije al cochero sonriéndole amable, esa mañana quería caminar y probar mi sentido de orientación, ¿quién sabe? En una de esas conocía mejor París de lo que creía.
Caminé por las calles de Paris hasta que el sol comenzó a presentarse dejando atrás la fría mañana para dejar claro que en unas horas daría paso al mediodía. Seguí caminando observando cada lugar mientras recordaba aquella mañana en la que había conocido al vagabundo con más modales del universo entero, ¿qué habría sido de esa pequeña criatura huérfana que sin consolación alguna había llorado sobre mi pecho la reciente muerte de su madre? ¡Qué identificada me había sentido en ese momento!
Sumida en mis pensamientos olvidé por completo que mis pies seguían caminando sin darle dirección alguna hasta que sentí como mies piernas chocaban con algo duro y mis manos se posaban, sin saber dónde afirmarme para no caer, sobre algo suave que al mirar dos veces me di cuenta que se trataba de un libro.
Totalmente avergonzada, con mis mejillas sonrojadas miré al joven que había interrumpido con mi torpeza y poca preocupación.
- ¡Oh, Perdóneme! Perdóneme usted, monsieur. Lamento mucho haberlo interrumpido en su lectura... yo iba… de pronto… y justo… ¿Podría perdonarme? – le dije incorporandome e intentando mantener su mirada puesto que estaba muy avergonzada por mi comportamiento, aún no entendía cómo no me había percatado de ver hacia donde me dirigía.
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/07/2010
Edad : 34
Localización : En la catedral, en la biblioteca o la plaza.
Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Fue apenas un momento de descuido, un cambio de atención hacia las letras que yo creía deber prestar atención, cuando ciertamente mi instinto, o quizás fuese el destino, me susurrara, con palabras tan vociferadas como acalladas, que el mundo y el tan esperado como imprevisible suceso permanecía ahí fuera, aguardando y dispuesto a abalanzarse sobre mí a cualquier mínima o insignificante distracción, como la que acababa de acontecer. De pronto, sin apenas poder percatarme de la sucesión de hechos, noté una fuerza chocando contra mis extremidades inferiores y el precipitado surcar de unos brazos que fueron a chocar contra el tomo que mantenía, segundos antes, entre manos y que ahora cortaba, a su vez, el aire dirección al suelo, destino que no tardó en alcanzar. Mis dedos, necesitados de sujetar algo entre ellos, se apresuraron a cambiar el no tan pesado volumen por la delicada y suave textura que conformaba las palmas de aquella muchacha, de momento una ráfaga de cabello dorado, la cual pasaba a centímetros de mi rostro, dejando tras de sí el suave aroma de su perfume, tan natural como embelesador. Su tacto logró alterarme, sin permitir a mi razón actuar convenientemente, tal como me hubieran educado haría ya una larga cantidad de años mis ausentes padres, aunque dicha instrucción no hubiera dado exactamente los resultados deseados.
Rápidamente y con premura me dispuse a liberar sus manos del suave y quizás firme abrazo en el que las había envuelto las mías, al tiempo que dicha muchacha lograba levantarse para recomponer la compostura, disculpándose enardecidamente por su torpeza. Ahora, ya completamente enervada, pude contemplar a aquella señorita, mujer a pesar de su juventud. Alta y de una esbeltez que el vestido que llevaba solo lograba a acentuar. Su cabellera rubia caía delicadamente sobre sus hombros, apenas alterada por el brusco incidente que acababa de acontecer, al tiempo que en sus mejillas, bajo esa mirada azulada, se instalaba un leve rubor, avergonzada por el traspié que habría de haberla llevado a encontrarse con mis piernas. Si hubiera hecho caso a las emociones que me embargaban hubiera dado por sentado que ella era la persona que, aunque ausente, era la propietaria de la presencia que me rondaba, imposibilitando así mi concentración en la lectura, pero yo era una persona poco dada a creer en el destino o la corazonada, por mucho que alguna vez pudiera dejarme guiar por ellos, dado la fatal facilidad que tenían éstos para defraudar, decepcionar y desilusionar.
Puse hincapié en levantarme para ponerme a la altura de ella, siempre guardando una oportuna distancia entre nuestros cuerpos, más por respeto que por agobiarla con el calor que mi cuerpo pudiera desprender, y dirigí mi mirada hacia ella, respondiendo a la fijeza de sus ojos y mostrando una tranquilizadora a la par que amable sonrisa, intentando restar importancia al supuesto infortunio que acababa de producirse, que, de una forma u otra, no había hecho otra cosa que calmarme.
- No se preocupe, señorita – intenté calmarla al tiempo que bajaba leve y momentáneamente mi cabeza, indicando el poco desagrado que hubiera de haberme ocasionado dicho contacto, que no significaba, aun así, que hubiera sido banal -. Y desde luego que puedo perdonarla. Tampoco es que lograra concentrarme por muy sumido o interesado que pudiera estar en la lectura – informé para asegurar nuevamente la insignificancia de que hubiera representado el dejar de intentar sumergirme en la lejana Rusia de la novela
Con tal cúmulo de aclaraciones y demostraciones supuse que sería suficiente como para, esperando no ser yo insistente, asegurar que aquella muchacha entendía que, más que molestar, me agradaba su presencia. Ciertamente no podía desaprovechar la oportunidad de conocer a alguien nuevo, siendo nuevo en la ciudad, y no podía dejar pasar cualquier excusa que me sirviera para aumentar mi círculo social.
- Permítame, señorita, invitarla a tomar un café, si no lleva demasiada prisa, para enmendar las posibles injurias que mis atrevidas piernas pudieran haberle ocasionado al estar en medio de su camino – dije, sabedor a pesar de todo de que no era mi culpa, pero intentando buscar un motivo para que ella no prosiguiera su camino lejos de mí, aquel banco y aquella plaza. Lo cierto era que el lugar donde nos encontrábamos estaba rodeado de alguna que otra terraza donde la gente acostumbraba a huir de su aburrida cotidiana -. Perdone mi atrevimiento señora, y disculpe mi desconsideración al no haberme presentado. Me llamo Dalmau Bonmatí y hace apenas una semana que llegara a la ciudad, por lo que espero que entienda mi necesidad de entablar relación con alguien – sonreí nuevamente, esperando haber enmendado mi error sin haberme tomado demasiadas confianzas con mi pequeño discurso
Rápidamente y con premura me dispuse a liberar sus manos del suave y quizás firme abrazo en el que las había envuelto las mías, al tiempo que dicha muchacha lograba levantarse para recomponer la compostura, disculpándose enardecidamente por su torpeza. Ahora, ya completamente enervada, pude contemplar a aquella señorita, mujer a pesar de su juventud. Alta y de una esbeltez que el vestido que llevaba solo lograba a acentuar. Su cabellera rubia caía delicadamente sobre sus hombros, apenas alterada por el brusco incidente que acababa de acontecer, al tiempo que en sus mejillas, bajo esa mirada azulada, se instalaba un leve rubor, avergonzada por el traspié que habría de haberla llevado a encontrarse con mis piernas. Si hubiera hecho caso a las emociones que me embargaban hubiera dado por sentado que ella era la persona que, aunque ausente, era la propietaria de la presencia que me rondaba, imposibilitando así mi concentración en la lectura, pero yo era una persona poco dada a creer en el destino o la corazonada, por mucho que alguna vez pudiera dejarme guiar por ellos, dado la fatal facilidad que tenían éstos para defraudar, decepcionar y desilusionar.
Puse hincapié en levantarme para ponerme a la altura de ella, siempre guardando una oportuna distancia entre nuestros cuerpos, más por respeto que por agobiarla con el calor que mi cuerpo pudiera desprender, y dirigí mi mirada hacia ella, respondiendo a la fijeza de sus ojos y mostrando una tranquilizadora a la par que amable sonrisa, intentando restar importancia al supuesto infortunio que acababa de producirse, que, de una forma u otra, no había hecho otra cosa que calmarme.
- No se preocupe, señorita – intenté calmarla al tiempo que bajaba leve y momentáneamente mi cabeza, indicando el poco desagrado que hubiera de haberme ocasionado dicho contacto, que no significaba, aun así, que hubiera sido banal -. Y desde luego que puedo perdonarla. Tampoco es que lograra concentrarme por muy sumido o interesado que pudiera estar en la lectura – informé para asegurar nuevamente la insignificancia de que hubiera representado el dejar de intentar sumergirme en la lejana Rusia de la novela
Con tal cúmulo de aclaraciones y demostraciones supuse que sería suficiente como para, esperando no ser yo insistente, asegurar que aquella muchacha entendía que, más que molestar, me agradaba su presencia. Ciertamente no podía desaprovechar la oportunidad de conocer a alguien nuevo, siendo nuevo en la ciudad, y no podía dejar pasar cualquier excusa que me sirviera para aumentar mi círculo social.
- Permítame, señorita, invitarla a tomar un café, si no lleva demasiada prisa, para enmendar las posibles injurias que mis atrevidas piernas pudieran haberle ocasionado al estar en medio de su camino – dije, sabedor a pesar de todo de que no era mi culpa, pero intentando buscar un motivo para que ella no prosiguiera su camino lejos de mí, aquel banco y aquella plaza. Lo cierto era que el lugar donde nos encontrábamos estaba rodeado de alguna que otra terraza donde la gente acostumbraba a huir de su aburrida cotidiana -. Perdone mi atrevimiento señora, y disculpe mi desconsideración al no haberme presentado. Me llamo Dalmau Bonmatí y hace apenas una semana que llegara a la ciudad, por lo que espero que entienda mi necesidad de entablar relación con alguien – sonreí nuevamente, esperando haber enmendado mi error sin haberme tomado demasiadas confianzas con mi pequeño discurso
Dalmau Bonmatí- Humano Clase Alta
- Mensajes : 391
Fecha de inscripción : 08/08/2010
Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Completamente avergonzada traté, entre tartamudeos insoportablemente incontenibles, disculparme con el joven que aún mantenía mis manos entre las suyas para que pudiera incorporarme con mayor facilidad. Una sonrisa iluminó mi rostro, ya sonrojado, al comprobar la caballerosidad del joven, quién, a pesar de haberlo interrumpido de una forma totalmente brusca y poco recatada haciendo que una parte de mi cuerpo con la de él se rozaran, no me había insultado por mi descuido sino que, muy por lo contrario, me había brindado su apoyo para poder estabilizar mi equilibrio.
Aún con sus manos tocando las mías no pude evitar que mi mirada se posara en su cuerpo notando la delicada tela de su camisa blanca que, si comparaba con la vestimenta de los franceses que solían visitar la catedral, dejaba muy poco a la imaginación, puesto que, entre aquellos botones no abrochados, podía ver parte de su pecho y una visión completa de su hermoso cuello provocando en una mujer aquellos deseos que, sin estar casada, sólo pertenecían a las cortesanas. Aparte mi vista completamente avergonzada por mi terrenal comportamiento rezando para que el delicado y apuesto joven no se hubiese dado cuenta de mi intromisión, cuando siento como sus manos dejan en libertad las mías mientras el joven se levanta, a una distancia prudente, no sin antes posar su vista en mí tal y como yo lo había hecho en él, de aquel banquito, blanco de mi desgracia, obsequiándome una vista completa de su varonil cuerpo.
Su estatura no era tan alta como la de muchos franceses del lugar, aún así superaba mí metro setenta, estatura normal en una chica de mi edad en Inglaterra, por varios centímetros haciendo que se me complicara verlo a los ojos a menos que su mirada también se posara en la mía. Utilizando eso como una ventaja me dediqué a observar su rostro de facciones marcadas suavemente lo que hacía que su cara, evidentemente juvenil, fuera más hermosa de lo común al estar contrastada con su fino cabello, bien cortado, castaño claro y sus ojos de un gris que jamás había visto puesto que en mi familia el color de ojos predominante era el azul. Mi mirada siguió avanzando por ese bendito cuello hasta volver a posarse por su camisa, la cual ahora dejaba entre ver los pequeños, pero bien marcados músculos de su abdomen.
De pronto escuché una voz con un acento poco peculiar, a la cual agradecí mentalmente por haberme sacado de ese pecaminoso trance, y, al ver como el joven movía ligeramente la cabeza, me percaté que aquellas palabras salían de sus labios.
Sus palabras me sacaron una sonrisa instantánea, de esas que sólo el joven Maicol o mi hermano Nícholas habían podido sacar alguna vez en estos últimos años, al ver su bondad al perdonar mi atrevido, para nada intencional, comportamiento.
Estaba a punto de pedirle disculpas nuevamente para luego retomar mi rumbo, recorriendo calles que no conocía, con el fin de encontrar otro camino que me llevara a la catedral, cuando escucho su proposición dejándome nuevamente clavada a ese lugar contemplando, esta vez los ojos, de aquel interesante desconocido, ¿podría ser que aquel caballeroso y apuesto joven fuera de confianza como para aceptarle una taza de café al haberlo conocido hace apenas unos minutos y en aquellas circunstancias? ¿Pensaría aquel hombre que había ocasionado aquel imprevisto al propio en busca de algo más que un irremediable infortunio? Mi cara debió haber expresado mis dudas y mi recato en relación a su petición puesto que no demoró mucho en proseguir con la explicación.
Una sonrisa de tranquilidad le obsequió mi rostro a aquel joven que, por momentos, se hacía menos desconocido.
- Un placer, monsieur Bonmatí. – dije tomando cada lado de mi vestido mientras flectaba mis piernas levemente mostrándole mis respetos. – Mi nombre es Caroline Dunst, y al parecer nos encontramos en una situación parecida, monsieur, puesto que yo sólo hace algunos meses que me encuentro en esta bella ciudad. – le expliqué para darle a entender que, al igual que él, no conocía mucho de París. – Sería, en estas circunstancias, un verdadero honor aceptar su proposición. – le sonreí. Desde que había llegado no había sociabilizado con nadie más que aquel mendigo, más por recato que por temor, pero la vida me había enseñado que tu existencia en este mundo podía ser arrebatada brutalmente de un momento a otro, por lo que era hora de no desaprovechar esos pocos momentos agradables que te ofrecía el destino, si Dios quería que esa pequeña velada fuera algo de lo que tendría que arrepentirme luego, lo haría en silencio, puesto que había sido mi decisión aceptarla.
Observé levemente el lugar dónde nos encontrábamos para poder orientarme, una vez lo conseguí me dirigí hacia el joven.
- Ya que llevo más tiempo en París, ¿le parece, si usted así lo prefiere, ser yo quien elija el local? – le pregunté recordando un hermoso salón de té que había a unas dos cuadras de aquel banco, jamás había entrado, pero solía pasar por ahí cuando salía a caminar por las tardes, después de la misa, junto a Nícholas.
Aún con sus manos tocando las mías no pude evitar que mi mirada se posara en su cuerpo notando la delicada tela de su camisa blanca que, si comparaba con la vestimenta de los franceses que solían visitar la catedral, dejaba muy poco a la imaginación, puesto que, entre aquellos botones no abrochados, podía ver parte de su pecho y una visión completa de su hermoso cuello provocando en una mujer aquellos deseos que, sin estar casada, sólo pertenecían a las cortesanas. Aparte mi vista completamente avergonzada por mi terrenal comportamiento rezando para que el delicado y apuesto joven no se hubiese dado cuenta de mi intromisión, cuando siento como sus manos dejan en libertad las mías mientras el joven se levanta, a una distancia prudente, no sin antes posar su vista en mí tal y como yo lo había hecho en él, de aquel banquito, blanco de mi desgracia, obsequiándome una vista completa de su varonil cuerpo.
Su estatura no era tan alta como la de muchos franceses del lugar, aún así superaba mí metro setenta, estatura normal en una chica de mi edad en Inglaterra, por varios centímetros haciendo que se me complicara verlo a los ojos a menos que su mirada también se posara en la mía. Utilizando eso como una ventaja me dediqué a observar su rostro de facciones marcadas suavemente lo que hacía que su cara, evidentemente juvenil, fuera más hermosa de lo común al estar contrastada con su fino cabello, bien cortado, castaño claro y sus ojos de un gris que jamás había visto puesto que en mi familia el color de ojos predominante era el azul. Mi mirada siguió avanzando por ese bendito cuello hasta volver a posarse por su camisa, la cual ahora dejaba entre ver los pequeños, pero bien marcados músculos de su abdomen.
De pronto escuché una voz con un acento poco peculiar, a la cual agradecí mentalmente por haberme sacado de ese pecaminoso trance, y, al ver como el joven movía ligeramente la cabeza, me percaté que aquellas palabras salían de sus labios.
Sus palabras me sacaron una sonrisa instantánea, de esas que sólo el joven Maicol o mi hermano Nícholas habían podido sacar alguna vez en estos últimos años, al ver su bondad al perdonar mi atrevido, para nada intencional, comportamiento.
Estaba a punto de pedirle disculpas nuevamente para luego retomar mi rumbo, recorriendo calles que no conocía, con el fin de encontrar otro camino que me llevara a la catedral, cuando escucho su proposición dejándome nuevamente clavada a ese lugar contemplando, esta vez los ojos, de aquel interesante desconocido, ¿podría ser que aquel caballeroso y apuesto joven fuera de confianza como para aceptarle una taza de café al haberlo conocido hace apenas unos minutos y en aquellas circunstancias? ¿Pensaría aquel hombre que había ocasionado aquel imprevisto al propio en busca de algo más que un irremediable infortunio? Mi cara debió haber expresado mis dudas y mi recato en relación a su petición puesto que no demoró mucho en proseguir con la explicación.
Una sonrisa de tranquilidad le obsequió mi rostro a aquel joven que, por momentos, se hacía menos desconocido.
- Un placer, monsieur Bonmatí. – dije tomando cada lado de mi vestido mientras flectaba mis piernas levemente mostrándole mis respetos. – Mi nombre es Caroline Dunst, y al parecer nos encontramos en una situación parecida, monsieur, puesto que yo sólo hace algunos meses que me encuentro en esta bella ciudad. – le expliqué para darle a entender que, al igual que él, no conocía mucho de París. – Sería, en estas circunstancias, un verdadero honor aceptar su proposición. – le sonreí. Desde que había llegado no había sociabilizado con nadie más que aquel mendigo, más por recato que por temor, pero la vida me había enseñado que tu existencia en este mundo podía ser arrebatada brutalmente de un momento a otro, por lo que era hora de no desaprovechar esos pocos momentos agradables que te ofrecía el destino, si Dios quería que esa pequeña velada fuera algo de lo que tendría que arrepentirme luego, lo haría en silencio, puesto que había sido mi decisión aceptarla.
Observé levemente el lugar dónde nos encontrábamos para poder orientarme, una vez lo conseguí me dirigí hacia el joven.
- Ya que llevo más tiempo en París, ¿le parece, si usted así lo prefiere, ser yo quien elija el local? – le pregunté recordando un hermoso salón de té que había a unas dos cuadras de aquel banco, jamás había entrado, pero solía pasar por ahí cuando salía a caminar por las tardes, después de la misa, junto a Nícholas.
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
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Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Apenas fueron unos instantes, en aquella incómoda espera que seguía a mi proposición, la cual esperaba no demasiado temeraria, pero fueron suficientes como para, al menos, creer percatarme de que su mirada se posaba, tan suave como inquisitorial, sobre el hueco que dejaba ambos extremos de la tela que conformaba mi camisa. Tal certidumbre hizo a mi ya agitado corazón a causa de mi oferta, dado que yo solía ser más bien varón tímido o callado, rebelarse aún más en mi pecho, desbocándose tanto que casi podía percibir su latido rezumbando en mis oídos. Mi cuerpo, algo cincelado, aunque no en exceso, debido al poco deporte que ejercitaba, ya que la gente de mi posición social no estaba habituada a tales pasatiempos, era quizás demasiado joven para mi gusto, aún sin haber abandonado la pubertad para entrar en la adultez, como buen testimonio dejaba el escaso pelo que crecía en mi pecho y abdomen. Algo avergonzado, no sabía si por tal defecto o por haber hecho que la joven se fijara en mi piel al descubierto, llevé mis ágiles dedos al cuello de la prenda que debiera cubrirla y comencé a abrochar los botones, como debieran haber estado. En ese momento me acordé de mis cuidadoras, cuando no era más que un infante, imaginando su cara de haber visto tal escena. Estrictas a la vez que preocupadas por aquel, en su mayor parte, obediente niño, yo siempre las había tenido en alta estima, considerándolas parte de la familia, a pesar de ellas contar con sus propios parientes fuera de las cuatro paredes de mi hogar. Tales pensamientos arrancaron una sonrisa a mis levemente sonrojadas mejillas.
En el proceso de ocultar mi torso, sucedieron varios pequeños acontecimientos. En un primer momento, unos segundos de silencio se instalaron entre nosotros, en los que ella pareció evaluar la confianza que merecía un joven extranjero y desconocido como yo. En esos instantes casi llegué a arrepentirme de mi atrevimiento, pero cuando sus piernas se doblaran en femenina reverencia y sus labios se abrieron para pronunciar las palabras que llevaran a presentarla, mi ánimo se relajó. “Caroline Dunst” susurré mentalmente, casi rezando porque esas letras no llegaran a olvidárseme, torpe de mí con los nombres de las personas. Al parecer la situación en la que nos encontrábamos era bastante similar, siento también ella foránea en París, aunque llevando más tiempo que yo en la ciudad, lo cual me llevó a suponer que el motivo de su visita no se debía al placer de contemplar tan maravillosa ciudad; al menos no en exclusividad. Después de haberme concedido el gusto de escuchar ese preámbulo que precedía a la posibilidad de entablar una relación entre dos personas, pareció haberse propuesto alegrar, por fin, a aquel muchacho, concediéndole la oportunidad de conocerse, al menos un poco más, al tiempo que dos tazas de té o café sirvieran de barrera entre nuestros cuerpos.
Aquel caluroso día de primavera parecía habérseme tornado favorable, a pesar de lo inclemente de la temperatura, y el famoso dicho castellano que rezara ”A quien madruga, Dios le ayuda” se podría decir haberse efectuado, a la espera aún de los acontecimientos venideros. Terminando ya de abotonar el algodón que me tapara adecuadamente levanté de nuevo la mirada hacia aquella muchacha de aspecto y expresión, lo menos, angelical. Ahora era ella la que esperaba una respuesta a su oferta y yo, complacido por poder alargar los momentos compartidos con su presencia, no podía por menos de satisfacer su deseo, tanto por ser su intención como por mi desconocimiento de las cercanías de aquella masa arbórea emplazada en medio de la masa de piedra y ladrillo que conformaba la ciudad de París.
- Desde luego, señorita. Donde plazca de ir – acepté con una sonrisa, intentando mantener la mirada sobre esos ojos azules, tal y como parecía ser mi deber, los cuales parecían tanto atraer mis pupilas como repelerlas, en un juego de imanes difícil de resistir -. Usted guía – expuse la obviedad, dado que yo no iba a ser quien marcara la dirección de nuestros pasos, no conocedor del destino hacia el que nos dirigiéramos.
Mis pies, descansados de la larga caminata que había recorrido desde el hotel en el que me hospedaba, cercano a los jardines del ”Palais des Tuileries”, ya estaban más que dispuestos a aceptar la carga que supusiera andar aún un trecho más, por lo cual no se quejaron cuando volvimos a retomar nuestra marcha. Entonces, sin estar dispuesto a dejar que el silencio, incómodo, se instalara entre nosotros, me dispuse a dejar que mi voz fluyera nuevamente por la abertura de mis labios.
- Si me permite, señorita, ¿cuáles son los menesteres que hagan a una mujer como vos abandonar el territorio británico para aventurarse en tierras francesas durante tan largo periodo de tiempo? – pregunte para resolver mi anterior duda, creyendo haber adivinado su procedencia por su acento, un acto quizás demasiado temerario si me llegara a haber equivocado
En el proceso de ocultar mi torso, sucedieron varios pequeños acontecimientos. En un primer momento, unos segundos de silencio se instalaron entre nosotros, en los que ella pareció evaluar la confianza que merecía un joven extranjero y desconocido como yo. En esos instantes casi llegué a arrepentirme de mi atrevimiento, pero cuando sus piernas se doblaran en femenina reverencia y sus labios se abrieron para pronunciar las palabras que llevaran a presentarla, mi ánimo se relajó. “Caroline Dunst” susurré mentalmente, casi rezando porque esas letras no llegaran a olvidárseme, torpe de mí con los nombres de las personas. Al parecer la situación en la que nos encontrábamos era bastante similar, siento también ella foránea en París, aunque llevando más tiempo que yo en la ciudad, lo cual me llevó a suponer que el motivo de su visita no se debía al placer de contemplar tan maravillosa ciudad; al menos no en exclusividad. Después de haberme concedido el gusto de escuchar ese preámbulo que precedía a la posibilidad de entablar una relación entre dos personas, pareció haberse propuesto alegrar, por fin, a aquel muchacho, concediéndole la oportunidad de conocerse, al menos un poco más, al tiempo que dos tazas de té o café sirvieran de barrera entre nuestros cuerpos.
Aquel caluroso día de primavera parecía habérseme tornado favorable, a pesar de lo inclemente de la temperatura, y el famoso dicho castellano que rezara ”A quien madruga, Dios le ayuda” se podría decir haberse efectuado, a la espera aún de los acontecimientos venideros. Terminando ya de abotonar el algodón que me tapara adecuadamente levanté de nuevo la mirada hacia aquella muchacha de aspecto y expresión, lo menos, angelical. Ahora era ella la que esperaba una respuesta a su oferta y yo, complacido por poder alargar los momentos compartidos con su presencia, no podía por menos de satisfacer su deseo, tanto por ser su intención como por mi desconocimiento de las cercanías de aquella masa arbórea emplazada en medio de la masa de piedra y ladrillo que conformaba la ciudad de París.
- Desde luego, señorita. Donde plazca de ir – acepté con una sonrisa, intentando mantener la mirada sobre esos ojos azules, tal y como parecía ser mi deber, los cuales parecían tanto atraer mis pupilas como repelerlas, en un juego de imanes difícil de resistir -. Usted guía – expuse la obviedad, dado que yo no iba a ser quien marcara la dirección de nuestros pasos, no conocedor del destino hacia el que nos dirigiéramos.
Mis pies, descansados de la larga caminata que había recorrido desde el hotel en el que me hospedaba, cercano a los jardines del ”Palais des Tuileries”, ya estaban más que dispuestos a aceptar la carga que supusiera andar aún un trecho más, por lo cual no se quejaron cuando volvimos a retomar nuestra marcha. Entonces, sin estar dispuesto a dejar que el silencio, incómodo, se instalara entre nosotros, me dispuse a dejar que mi voz fluyera nuevamente por la abertura de mis labios.
- Si me permite, señorita, ¿cuáles son los menesteres que hagan a una mujer como vos abandonar el territorio británico para aventurarse en tierras francesas durante tan largo periodo de tiempo? – pregunte para resolver mi anterior duda, creyendo haber adivinado su procedencia por su acento, un acto quizás demasiado temerario si me llegara a haber equivocado
Dalmau Bonmatí- Humano Clase Alta
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Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Observé cómo, el que sería mi acompañante en esa hermosa, pero no menos fría, mañana, se abrochaba los botones de su fina camisa haciendo que la blanca piel de su pecho cubierta, en pequeña cantidad, por aquellos varoniles bellos, que marcaban su paso de juventud a la completa adultez, quedara totalmente fuera del alcance de mis ojos, tal y como debería haber sido desde un principio. No pude dejar de sonrojarme, aún más de lo que estaba, al entender que el apuesto joven había comenzado a realizar tal acto puesto que había notado como mi mirada se desviaba por momentos hacia tan fino lugar de su anatomía, pero por más que fuera inapropiado no había podido negarle a mis ojos aquel inofensivo, pero igual de poderoso, placer visual, como del que estaba disfrutando en esos momento al verlo abrochar, botón por botón, su camisa de una forma lenta y sensual provocando que mi vista nuevamente no quisiera apartarse del movimiento de sus manos sobre aquella tela, tan envidiada por mí en aquellas circunstancias.
En el instante en que dejó de realizar esa inofensiva pero provocadora tarea, sus ojos se posaron en los míos haciendo que todo lo que estuviera a mi alrededor desapareciera de mi mente por completo y no quedara nada más que aquel muchacho y su penetrante mirada. Si en un principio había dicho que sus ojos grises, como nunca antes había visto, contrastaba con su blanca piel de forma cautivadora, no me había equivocado en lo absoluto, ahora que podía apreciarlos con completa libertad sin ser cuestionada por tal acto poco habitual en mi, puesto que aquel joven lo único que sabía de mi humanidad era mi nombre, pude apreciar, en su totalidad, la belleza que desprendía aquel brillo tan peculiar, brillo que solían reflejar los míos cuando tenían algo por lo que brillar, en ellos, no sabía si era por el efecto del sol que en esos momento nos abrazaba como si de un manto se tratara dejando atrás aquella fría brisa primaveral que invadía Paris cada mañana, o si simplemente era algo permanente en la mirada del señor Bonmatí.
Escuché la aceptación a mi propuesta parpadeando repetidas veces al ser sacada bruscamente de aquel hipnotizante hechizo en el que me había mantenido cautiva su mirada y, con una sonrisa, sin apartar mi mirada de la suya, le ordené, mentalmente, a mis pies que se movieran en la dirección donde se encontraba aquel lujoso salón de té, cuyo nombre no hacía mucha justicia al local, puesto que vendían muchas cosas que sólo té.
Lentamente comencé a caminar sintiendo como el apuesto muchacho se movía a mi lado sin decir palabra quedando un silencio algo incómodo entre ambos, el cual no sabía como alejar ya que era la primera vez que conversaba con un completo desconocido haciéndole caso nada más que a mi intuición, alejando todo pensamiento racional y religioso al respecto, sabía que algo malo no me pasaría puesto que mi Dios me cuidaba en todo momento, pero aún así uno nunca debía ser tan despreocupada como lo estaba haciendo en aquellos momentos, sin embargo la tranquilidad que sentía al lado de aquel extraño, que se hacía llamar Dalmau, era inexplicable pero relajante, irracional pero cautivadora, peligrosa pero, por sobre todo, atrayente.
Caminamos un par de pasos en completo silencio hasta que él derritió el hielo entre ambos con una simple e inocente pregunta que hizo que, a pesar de la sonrisa que se mostró en mi rostro debido a lo acertado de su pregunta, el recuerdo doloroso de lo que había dejado en mi país volviera a mí tan latente como lo hacía cada noche al arropar a mis hermanos luego de quedarse dormidos.
- Estamos, mis hermanos y yo, en lo que podría ser una permanente visita. – le dije aún con la sonrisa en mi rostro, era increíble lo fácil que podía descubrir una persona, conocedora de distintas lenguas, la providencia de otra sólo al escuchar el acento que se dejaba entre ver en sus palabras – Hemos venido en busca de nuevos horizontes, de nuevas bellezas, de nuevos sueños, en definitiva, en busca de una nueva vida, para comenzar desde otro punto sin dejar de lado lo aprendido en el pasado. No quisimos dar un paso atrás porque eso no es lo que nos inculcaron nuestros padres, tratamos de dar un paso adelante y nos dimos cuenta que el camino se hacía cada vez más doloroso al punto de ser casi imposible de continuar, por lo que decidimos dar un paso al lado, intentando, de esa forma, seguir con aquel camino desde otro ángulo agradeciéndole a Dios por lo mucho que nos ha dado y recordando con una sonrisa, sabiendo que todo tiene una razón de ser, lo mucho que nos ha quitado. – Le conté a ese joven, sin conocerlo de nada, de forma metafórica, lo que no había sido capaz de decirle a nadie más que al sacerdote de la catedral. Todos sabían que había venido a París a visitar mi querida tía Kate, pero nadie sabía que lo que en verdad estaba haciendo era cambiar mi lujosa vida en Londres, mis amigos, mis vida, por una igual de lujosa pero mucho más prometedora allí en Francia, para nunca más regresar. Las empresas seguían a mi cargo, pero mi decisión de cedérselas a Phillipe una vez entrara a la universidad a estudiar lo que, obligadamente, había tenido que estudiar yo, se hacía cada vez más definitiva, dejando en mí una pequeña esperanza de poder entrar a la universidad de Bellas Artes para estudiar lo que realmente era mi sueño y así pulir todas las imperfecciones que el ojo de un experto podía notar en mis pinturas.- Por lo visto mi acento es mucho más notorio de lo que pensaba – le sonreí haciendo alusión por primera vez al modo en cómo había descubierto mi lugar de origen. – He notado que el de vos también es algo extraño, pero mi conocimiento de lenguas es bastante limitado por lo que no he podido descubrir de dónde proviene, ¿sería tan gentil de comunicármelo? – dije mirándolo a los ojos por un momento sin detener el paso, el cual seguía, igual de lento, constante, sabiendo que sólo faltaba una cuadra para llegar a nuestro destino.
En el instante en que dejó de realizar esa inofensiva pero provocadora tarea, sus ojos se posaron en los míos haciendo que todo lo que estuviera a mi alrededor desapareciera de mi mente por completo y no quedara nada más que aquel muchacho y su penetrante mirada. Si en un principio había dicho que sus ojos grises, como nunca antes había visto, contrastaba con su blanca piel de forma cautivadora, no me había equivocado en lo absoluto, ahora que podía apreciarlos con completa libertad sin ser cuestionada por tal acto poco habitual en mi, puesto que aquel joven lo único que sabía de mi humanidad era mi nombre, pude apreciar, en su totalidad, la belleza que desprendía aquel brillo tan peculiar, brillo que solían reflejar los míos cuando tenían algo por lo que brillar, en ellos, no sabía si era por el efecto del sol que en esos momento nos abrazaba como si de un manto se tratara dejando atrás aquella fría brisa primaveral que invadía Paris cada mañana, o si simplemente era algo permanente en la mirada del señor Bonmatí.
Escuché la aceptación a mi propuesta parpadeando repetidas veces al ser sacada bruscamente de aquel hipnotizante hechizo en el que me había mantenido cautiva su mirada y, con una sonrisa, sin apartar mi mirada de la suya, le ordené, mentalmente, a mis pies que se movieran en la dirección donde se encontraba aquel lujoso salón de té, cuyo nombre no hacía mucha justicia al local, puesto que vendían muchas cosas que sólo té.
Lentamente comencé a caminar sintiendo como el apuesto muchacho se movía a mi lado sin decir palabra quedando un silencio algo incómodo entre ambos, el cual no sabía como alejar ya que era la primera vez que conversaba con un completo desconocido haciéndole caso nada más que a mi intuición, alejando todo pensamiento racional y religioso al respecto, sabía que algo malo no me pasaría puesto que mi Dios me cuidaba en todo momento, pero aún así uno nunca debía ser tan despreocupada como lo estaba haciendo en aquellos momentos, sin embargo la tranquilidad que sentía al lado de aquel extraño, que se hacía llamar Dalmau, era inexplicable pero relajante, irracional pero cautivadora, peligrosa pero, por sobre todo, atrayente.
Caminamos un par de pasos en completo silencio hasta que él derritió el hielo entre ambos con una simple e inocente pregunta que hizo que, a pesar de la sonrisa que se mostró en mi rostro debido a lo acertado de su pregunta, el recuerdo doloroso de lo que había dejado en mi país volviera a mí tan latente como lo hacía cada noche al arropar a mis hermanos luego de quedarse dormidos.
- Estamos, mis hermanos y yo, en lo que podría ser una permanente visita. – le dije aún con la sonrisa en mi rostro, era increíble lo fácil que podía descubrir una persona, conocedora de distintas lenguas, la providencia de otra sólo al escuchar el acento que se dejaba entre ver en sus palabras – Hemos venido en busca de nuevos horizontes, de nuevas bellezas, de nuevos sueños, en definitiva, en busca de una nueva vida, para comenzar desde otro punto sin dejar de lado lo aprendido en el pasado. No quisimos dar un paso atrás porque eso no es lo que nos inculcaron nuestros padres, tratamos de dar un paso adelante y nos dimos cuenta que el camino se hacía cada vez más doloroso al punto de ser casi imposible de continuar, por lo que decidimos dar un paso al lado, intentando, de esa forma, seguir con aquel camino desde otro ángulo agradeciéndole a Dios por lo mucho que nos ha dado y recordando con una sonrisa, sabiendo que todo tiene una razón de ser, lo mucho que nos ha quitado. – Le conté a ese joven, sin conocerlo de nada, de forma metafórica, lo que no había sido capaz de decirle a nadie más que al sacerdote de la catedral. Todos sabían que había venido a París a visitar mi querida tía Kate, pero nadie sabía que lo que en verdad estaba haciendo era cambiar mi lujosa vida en Londres, mis amigos, mis vida, por una igual de lujosa pero mucho más prometedora allí en Francia, para nunca más regresar. Las empresas seguían a mi cargo, pero mi decisión de cedérselas a Phillipe una vez entrara a la universidad a estudiar lo que, obligadamente, había tenido que estudiar yo, se hacía cada vez más definitiva, dejando en mí una pequeña esperanza de poder entrar a la universidad de Bellas Artes para estudiar lo que realmente era mi sueño y así pulir todas las imperfecciones que el ojo de un experto podía notar en mis pinturas.- Por lo visto mi acento es mucho más notorio de lo que pensaba – le sonreí haciendo alusión por primera vez al modo en cómo había descubierto mi lugar de origen. – He notado que el de vos también es algo extraño, pero mi conocimiento de lenguas es bastante limitado por lo que no he podido descubrir de dónde proviene, ¿sería tan gentil de comunicármelo? – dije mirándolo a los ojos por un momento sin detener el paso, el cual seguía, igual de lento, constante, sabiendo que sólo faltaba una cuadra para llegar a nuestro destino.
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
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Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
No recuerdo si fueron sus ojos, su tímida sonrisa o su, al parecer, casi incondicional confianza, pero casi creí percibir en ella un sordo canto que solo pudiera escuchar mi corazón, una melodía que me embelesara y me hiciera desear prolongar los momentos con ella tanto como mi torpe compañía no lograra importunarla. Sus pupilas, tan negras que contrastaban con el pequeño arco azulado que las rodeaba, creí haberlas sentido siguiendo el curso descendiente de mis dedos al cubrir mi torso desnudo, mas no había osado levantar la mirada, pues, de no haberme equivocado, quería ahorrarla el bochorno que hubiera supuesto que yo, el objetivo de tal atención, descubriera un deseo carnal, tan poco propio de una señorita de su condición, ya que su ropa y su porte la delataban, si las apariencias no me engañaban.
Nuestros caminos, paralelos, avanzaban por el empedrado irregular de aquella calle que, dejando de ser plaza, se alejaba de los árboles, provocando que su apetecible y agradable sombra nos abandonara, exponiéndonos al implacable sol que se cernía sobre nosotros, ojo avizor. Mis párpados se entrecerraron, cegados por el cambio de luminosidad, aunque me esforcé por deshacer tan poco agraciado gesto, intentando relajar mi entrecejo, algo que conseguí solo medianamente. Entonces, giré mi cabeza, discretamente, para observar nuevamente ese cabello que brillaba, ahora sí, completamente dorado a la luz del sol. Su paso, firme a la vez que grácil, parecía querer adaptarse inconsciente al mío, en un acto de perfecta coordinación entre nuestros ajenos cuerpos, al tiempo que sus labios comenzaban a moverse en pos de pronunciar las palabras que, nuevamente, respondieran a mi pregunta. Así fue como, apartando mi vista de ella, solo de vez en cuando, más por pudor que por falta de deseo, logré enterarme de las razones que les hubieran hecho abandonar su, creía, tierra natal, atravesando la estrecha masa de agua que llevara una “Mancha” en su nombre para acabar en los lares que, tiempo había, fuera denominada como ”la Galia”. Un nuevo futuro por labrar, ese era el motivo para aventurarse en temeraria empresa, la cual muchos hubieran rechazado por tacharla de atrevida, arriesgada e irracional, por mucho que hubiera de ganar en algún lugar más allá, fuera del hogar. Me preguntaba qué sería aquello tan doloroso que les hubiera llevado a tomar tal terrible, pero esperaba acertada, decisión, aunque no quería abusar del pequeño momento de intimidad que llevábamos compartiendo unos cuantos minutos, ya que, sin duda, eso hubiera hecho que se alejara de mí, quizás no físicamente, pero sí emocionalmente, y quizás, creyéndolo tamaña derrota personal, me hubiera terminado por dejar algo desolado.
A pesar de mi duda, pude comprobar que los motivos que nos habían lanzado a aquel conglomerado de edificios y personas eran bastante diferentes. Su perspectivas de labrar un mejor porvenir contrastaban con la ignorancia que me embargaba, al no conocer los motivos que hubieran de habernos llevado a mí y a mi hermana a aquella ciudad, aunque un turbio atisbo de malsanas emociones creía haber podido contemplar en los ojos de Laia, que si bien me alteró, no llegó a hacerlo tanto como el conocer el placer que hubo de haberme provocado el encontrar un reflejo de tales malas intenciones encerradas en el fondo de mi corazón. Aún creía rezar a un Dios, que tan confuso se me había vuelto en los últimos años, para que el objetivo de la ponzoña que me invadía estuviera lejos de nosotros, sabedor de que mis escasas fuerzas no serían suficientes como para vencer a un ser tan, según algunos, demoníaco como sobrenatural. De todas formas era algo que no podía compartir con nadie, si no quería que me tacharan de loco o poner en peligro a mi hermana.
- Pues no sé si el acento que me debiera achacar es origen del catalán o del castellano; fui criado en ambos dialectos – le expliqué, dándome cuenta de que a ella, más que su forma de hablar, le delataba como anglosajona su nombre y apellido, que obviamente distaba algo de ser francés -. De todas formas soy originario de Barcelona, aunque los vínculos que me unan a mi tierra no sean demasiado fuertes – le expliqué con una media sonrisa, ya que mi vida en la capital catalana había tendido a resultarme algo confusa, al tener una familia que me mostraba todo su cariño, pero rechazaba frontalmente una parte tan inherente a mí que no había sido capaz de borrar y que me había enseñado a adorar a un Dios que decía quererme pero a la vez parecía haberme condenado a sufrir tamaño defecto. Sencillamente, no lograba entenderlo. De una forma u otra, había conseguido acallar, con el paso del tiempo, esa parte de mí que dijera estar atraída por personas cuyos favores, según decían, por ley natural, me estaban negados.
Nuestros pasos seguían caminando a ese ritmo constante, no rápido, aunque quizás algo lento, a pesar de que ese aparente defecto no fuese algo que fuera a recalcar, pues alargaba aún más, si cabía, el tiempo. Volví entonces mi rostro completamente al frente, pudiendo contemplar cómo la gente, atrevida, paseaba también por el pavimento habilitado para ellos, quizás enfrascados en conversaciones tan banales, pero a la vez, de alguna manera, vitales, como la nuestra, o quizás disfrutaba de un andar en solitario, a pesar de no ser horas propicias para tal ejercicio. Todos ellos parecían haber concordado en aquel lugar de la ciudad, a pesar de no interactuar entre ellos, ya que se podía vislumbrar tanto gente adinerada, como lo éramos nosotros, o gente que parecía carecer de medios suficientes como para sobrevivir, por no nombrar toda aquella amalgama de diferentes clases que restaba en medio de estos dos diferenciados grupos.
- Y entonces, señorita Dunst, ya que lleva usted más tiempo en París, dígame, ¿qué le parece el lugar? ¿Está a la altura de los rumores que la equiparan como el súmmum de la humanidad, su mayor obra hasta el momento? – pregunté, tan interesado en mi pregunta como en que las palabras no fueran una carencia en nuestra conversación
Nuestros caminos, paralelos, avanzaban por el empedrado irregular de aquella calle que, dejando de ser plaza, se alejaba de los árboles, provocando que su apetecible y agradable sombra nos abandonara, exponiéndonos al implacable sol que se cernía sobre nosotros, ojo avizor. Mis párpados se entrecerraron, cegados por el cambio de luminosidad, aunque me esforcé por deshacer tan poco agraciado gesto, intentando relajar mi entrecejo, algo que conseguí solo medianamente. Entonces, giré mi cabeza, discretamente, para observar nuevamente ese cabello que brillaba, ahora sí, completamente dorado a la luz del sol. Su paso, firme a la vez que grácil, parecía querer adaptarse inconsciente al mío, en un acto de perfecta coordinación entre nuestros ajenos cuerpos, al tiempo que sus labios comenzaban a moverse en pos de pronunciar las palabras que, nuevamente, respondieran a mi pregunta. Así fue como, apartando mi vista de ella, solo de vez en cuando, más por pudor que por falta de deseo, logré enterarme de las razones que les hubieran hecho abandonar su, creía, tierra natal, atravesando la estrecha masa de agua que llevara una “Mancha” en su nombre para acabar en los lares que, tiempo había, fuera denominada como ”la Galia”. Un nuevo futuro por labrar, ese era el motivo para aventurarse en temeraria empresa, la cual muchos hubieran rechazado por tacharla de atrevida, arriesgada e irracional, por mucho que hubiera de ganar en algún lugar más allá, fuera del hogar. Me preguntaba qué sería aquello tan doloroso que les hubiera llevado a tomar tal terrible, pero esperaba acertada, decisión, aunque no quería abusar del pequeño momento de intimidad que llevábamos compartiendo unos cuantos minutos, ya que, sin duda, eso hubiera hecho que se alejara de mí, quizás no físicamente, pero sí emocionalmente, y quizás, creyéndolo tamaña derrota personal, me hubiera terminado por dejar algo desolado.
A pesar de mi duda, pude comprobar que los motivos que nos habían lanzado a aquel conglomerado de edificios y personas eran bastante diferentes. Su perspectivas de labrar un mejor porvenir contrastaban con la ignorancia que me embargaba, al no conocer los motivos que hubieran de habernos llevado a mí y a mi hermana a aquella ciudad, aunque un turbio atisbo de malsanas emociones creía haber podido contemplar en los ojos de Laia, que si bien me alteró, no llegó a hacerlo tanto como el conocer el placer que hubo de haberme provocado el encontrar un reflejo de tales malas intenciones encerradas en el fondo de mi corazón. Aún creía rezar a un Dios, que tan confuso se me había vuelto en los últimos años, para que el objetivo de la ponzoña que me invadía estuviera lejos de nosotros, sabedor de que mis escasas fuerzas no serían suficientes como para vencer a un ser tan, según algunos, demoníaco como sobrenatural. De todas formas era algo que no podía compartir con nadie, si no quería que me tacharan de loco o poner en peligro a mi hermana.
- Pues no sé si el acento que me debiera achacar es origen del catalán o del castellano; fui criado en ambos dialectos – le expliqué, dándome cuenta de que a ella, más que su forma de hablar, le delataba como anglosajona su nombre y apellido, que obviamente distaba algo de ser francés -. De todas formas soy originario de Barcelona, aunque los vínculos que me unan a mi tierra no sean demasiado fuertes – le expliqué con una media sonrisa, ya que mi vida en la capital catalana había tendido a resultarme algo confusa, al tener una familia que me mostraba todo su cariño, pero rechazaba frontalmente una parte tan inherente a mí que no había sido capaz de borrar y que me había enseñado a adorar a un Dios que decía quererme pero a la vez parecía haberme condenado a sufrir tamaño defecto. Sencillamente, no lograba entenderlo. De una forma u otra, había conseguido acallar, con el paso del tiempo, esa parte de mí que dijera estar atraída por personas cuyos favores, según decían, por ley natural, me estaban negados.
Nuestros pasos seguían caminando a ese ritmo constante, no rápido, aunque quizás algo lento, a pesar de que ese aparente defecto no fuese algo que fuera a recalcar, pues alargaba aún más, si cabía, el tiempo. Volví entonces mi rostro completamente al frente, pudiendo contemplar cómo la gente, atrevida, paseaba también por el pavimento habilitado para ellos, quizás enfrascados en conversaciones tan banales, pero a la vez, de alguna manera, vitales, como la nuestra, o quizás disfrutaba de un andar en solitario, a pesar de no ser horas propicias para tal ejercicio. Todos ellos parecían haber concordado en aquel lugar de la ciudad, a pesar de no interactuar entre ellos, ya que se podía vislumbrar tanto gente adinerada, como lo éramos nosotros, o gente que parecía carecer de medios suficientes como para sobrevivir, por no nombrar toda aquella amalgama de diferentes clases que restaba en medio de estos dos diferenciados grupos.
- Y entonces, señorita Dunst, ya que lleva usted más tiempo en París, dígame, ¿qué le parece el lugar? ¿Está a la altura de los rumores que la equiparan como el súmmum de la humanidad, su mayor obra hasta el momento? – pregunté, tan interesado en mi pregunta como en que las palabras no fueran una carencia en nuestra conversación
Dalmau Bonmatí- Humano Clase Alta
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Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Esperé su respuesta a mi, algo lógica, pregunta, sin dejar de mirarlo de reojo. Sabía que esa actitud era muy poco usual en mí, puesto que en esos momentos parecíamos dos amigos que se conocían desde hace algún tiempo y no dos completos desconocidos, cuyas vidas se habían cruzado hacía sólo algunos minutos, caminando por las calles de aquella hermosa ciudad, pero es que realmente era tan cautivadora su compañía que no podía evitar sentirme tentada a disfrutarla por, si me era posible, algunas horas antes de que la rutina de mi vida cayera nuevamente sobre mis hombros haciendo que toda la magia inexplicable que estaba sintiendo en aquellos momentos desapareciera completamente, alejando de mí la única posibilidad de conocer a alguien nuevo, interesante ante mis ojos como pocos, acaparador de mi atención como, hacía tiempo, nadie, salvo Nícholas, gozaba, ajeno a la causal de mi sufrimiento sabiendo sólo las pocas y metafóricas palabras que habían salido de mi boca hacía sólo algunos segundos, quitándome la oportunidad de, al fin, estar con quien podía disfrutar sin arrepentirme por seguir viviendo en este mundo cuando mis padres yacían inertes cinco metros bajo tierra en un cementerio en Londres, en definitiva, haciendo que la poca alegría que podría brindarme su compañía se esfumara tan rápido como había llegado.
En ese momento sus labios comenzaron a moverse llegando, así, una suave melodía a mis oídos provocada por las palabras que nacían en su mente y se materializaban de forma abstracta al salir de su boca gracias a sus cuerdas bocales, las cuales, debía reconocer, tenían un sonido varonil y atractivo, dándome el motivo perfecto para posar mi mirada en su etérea figura, con el pretexto de la, en ese momento, bendita educación de tener que mirar a la persona cuando ésta te dirige la palabra.
Escuché atentamente lo que me decía agradeciéndole mentalmente que no hiciera alusión al motivo de mis palabras anteriores, puesto que no era un tema del que quisiera hablar, y en el preciso instante en que mi vista se poso en su rostro pude notar cómo el brillo que producía la luz de aquel, ahora, radiante sol en su clara cabellera hacían que resaltara su hermoso color, dos tonalidades más oscuro que el mío, haciendo que aquel joven, si es que cabía la posibilidad, se viera más atractivo ante mis ojos, produciendo que en mi rostro se observara una radiante, pero no menos reservada, sonrisa.
Por lo que me comentaba mi, hasta ahora, ameno acompañante su providencia era Española y no pude menos que envidiarlo, sólo un momento por aquella revelación, al venir de aquella tan revolucionaria tierra que se revelaba por momentos contra mi, reciente, amada Francia y que le estaba costando tanto a mi, dejada en el olvido, Inglaterra como ninguna otra. Mi mente comenzó a elevarse de una forma sublime, olvidando por un momento a mi acompañante ¡qué va! olvidando todo lo que estaba a mí alrededor al imaginarme lo que sería crecer en aquel país que, a parte de tener buen refuerzos en las armas, tenía una riqueza en el arte de una forma admirable. Me pareció escuchar que el joven Bonmatí había pronunciado una pregunta, pero en mi mente ya no cabía mayor información que la que me había entregado anteriormente y, sin saber que esperaba una respuesta completamente distinta a la que iba a darle, comencé a exteriorizar parte de lo que mi mente, ajena a aquel físico lugar, había estado pensando desde que me había enterado de su país de origen.
- ¡Oh, monsieur! Debe usted estar completamente orgulloso de provenir de tan hermosa tierra, que, si bien posee un idioma fascinante y complicado, goza de una parecida riqueza artística que este hermoso país – le sonreí encantada al recordar todas aquellas pinturas que había tenido el placer de contemplar, con el nombre de un joven pintor en mi mente que de seguro triunfaría en su arte neoclasicista como ningún otro, aunque si era completamente franca no podía negar que lo que realmente me motivaba a pintar era el movimiento cultura del romanticismo, ¡Oh, Dios qué daría yo por poder llegar a pulir mi arte hasta llegar a terminar una obra, si quiera, parecida! – Teniendo tanto pintor reconocido mundialmente, triunfando en países como Italia, Alemania y, por qué no decirlo, aquí mismo en Francia, mostrando su arte al mundo a pesar de las circunstancias por las que estamos viviendo en estos tiempo, el espíritu que tienen los narradores y artistas en general de vuestro país me inspiran a diario para poder seguir con esta vida sin reproches, soñando algún día poder alcanzar tan delicado don, dándome la oportunidad de poder sentarme frente a un caballete y no pestañar hasta haber traspasado mis más escondidos pensamientos a aquel, pequeño pero valioso, papel utilizando como única arma de inspiración aquel pincel que se desliza suavemente por aquel objeto de amor y bondad dejando en él todas las emociones que fluctúan dentro de mí a diario. – sonreí sin poder contenerme debido a aquella pasión que sentía parte de mi piel, dejando que mi mente siguiera viajando por aquellos sueños que poco a poco se hacían mas fácil de alcanzar. Miré al dulce Español y su cara de sorpresa no sabía como tomarla por lo que me avergoncé de forma instantánea – ¡Perdóneme usted! Le pido, sinceramente, perdón, no quería importunarlo con mis ideales, ni mis pasiones, he sido una completa tonta. – le dije sintiendo como mis mejillas se sonrojaban mientras, al observar a mi alrededor, caía en la cuenta de que estábamos fuera del salón de té al que me había ofrecido a llevarlo.
Contemplé al hombre que había hecho que, finalmente, expresara en voz alta lo que no me había atrevido a decirles a mis padres cuando me obligaron a estudiar administración de empresas y ciencias políticas con el fin de que un día, junto a Phillipe, tomara las riendas de la empresa familiar, rezando porque aún quisiera compartir aquel café, que tan gentilmente me había ofrecido.
- Este es el local del cual le hablé – susurré mostrando mi vergüenza en su punto máximo. – Sin embargo, y lo entenderé a la perfección, si usted ya no quiere continuar con su proposición, siéntase en la libertad absoluta de irse. – le dije mirándolo, esta vez, a los ojos, a pesar de lo incómoda que me sentía.
En ese momento sus labios comenzaron a moverse llegando, así, una suave melodía a mis oídos provocada por las palabras que nacían en su mente y se materializaban de forma abstracta al salir de su boca gracias a sus cuerdas bocales, las cuales, debía reconocer, tenían un sonido varonil y atractivo, dándome el motivo perfecto para posar mi mirada en su etérea figura, con el pretexto de la, en ese momento, bendita educación de tener que mirar a la persona cuando ésta te dirige la palabra.
Escuché atentamente lo que me decía agradeciéndole mentalmente que no hiciera alusión al motivo de mis palabras anteriores, puesto que no era un tema del que quisiera hablar, y en el preciso instante en que mi vista se poso en su rostro pude notar cómo el brillo que producía la luz de aquel, ahora, radiante sol en su clara cabellera hacían que resaltara su hermoso color, dos tonalidades más oscuro que el mío, haciendo que aquel joven, si es que cabía la posibilidad, se viera más atractivo ante mis ojos, produciendo que en mi rostro se observara una radiante, pero no menos reservada, sonrisa.
Por lo que me comentaba mi, hasta ahora, ameno acompañante su providencia era Española y no pude menos que envidiarlo, sólo un momento por aquella revelación, al venir de aquella tan revolucionaria tierra que se revelaba por momentos contra mi, reciente, amada Francia y que le estaba costando tanto a mi, dejada en el olvido, Inglaterra como ninguna otra. Mi mente comenzó a elevarse de una forma sublime, olvidando por un momento a mi acompañante ¡qué va! olvidando todo lo que estaba a mí alrededor al imaginarme lo que sería crecer en aquel país que, a parte de tener buen refuerzos en las armas, tenía una riqueza en el arte de una forma admirable. Me pareció escuchar que el joven Bonmatí había pronunciado una pregunta, pero en mi mente ya no cabía mayor información que la que me había entregado anteriormente y, sin saber que esperaba una respuesta completamente distinta a la que iba a darle, comencé a exteriorizar parte de lo que mi mente, ajena a aquel físico lugar, había estado pensando desde que me había enterado de su país de origen.
- ¡Oh, monsieur! Debe usted estar completamente orgulloso de provenir de tan hermosa tierra, que, si bien posee un idioma fascinante y complicado, goza de una parecida riqueza artística que este hermoso país – le sonreí encantada al recordar todas aquellas pinturas que había tenido el placer de contemplar, con el nombre de un joven pintor en mi mente que de seguro triunfaría en su arte neoclasicista como ningún otro, aunque si era completamente franca no podía negar que lo que realmente me motivaba a pintar era el movimiento cultura del romanticismo, ¡Oh, Dios qué daría yo por poder llegar a pulir mi arte hasta llegar a terminar una obra, si quiera, parecida! – Teniendo tanto pintor reconocido mundialmente, triunfando en países como Italia, Alemania y, por qué no decirlo, aquí mismo en Francia, mostrando su arte al mundo a pesar de las circunstancias por las que estamos viviendo en estos tiempo, el espíritu que tienen los narradores y artistas en general de vuestro país me inspiran a diario para poder seguir con esta vida sin reproches, soñando algún día poder alcanzar tan delicado don, dándome la oportunidad de poder sentarme frente a un caballete y no pestañar hasta haber traspasado mis más escondidos pensamientos a aquel, pequeño pero valioso, papel utilizando como única arma de inspiración aquel pincel que se desliza suavemente por aquel objeto de amor y bondad dejando en él todas las emociones que fluctúan dentro de mí a diario. – sonreí sin poder contenerme debido a aquella pasión que sentía parte de mi piel, dejando que mi mente siguiera viajando por aquellos sueños que poco a poco se hacían mas fácil de alcanzar. Miré al dulce Español y su cara de sorpresa no sabía como tomarla por lo que me avergoncé de forma instantánea – ¡Perdóneme usted! Le pido, sinceramente, perdón, no quería importunarlo con mis ideales, ni mis pasiones, he sido una completa tonta. – le dije sintiendo como mis mejillas se sonrojaban mientras, al observar a mi alrededor, caía en la cuenta de que estábamos fuera del salón de té al que me había ofrecido a llevarlo.
Contemplé al hombre que había hecho que, finalmente, expresara en voz alta lo que no me había atrevido a decirles a mis padres cuando me obligaron a estudiar administración de empresas y ciencias políticas con el fin de que un día, junto a Phillipe, tomara las riendas de la empresa familiar, rezando porque aún quisiera compartir aquel café, que tan gentilmente me había ofrecido.
- Este es el local del cual le hablé – susurré mostrando mi vergüenza en su punto máximo. – Sin embargo, y lo entenderé a la perfección, si usted ya no quiere continuar con su proposición, siéntase en la libertad absoluta de irse. – le dije mirándolo, esta vez, a los ojos, a pesar de lo incómoda que me sentía.
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
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Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Al tiempo que me esforzaba por dialogar y exponerle el origen de las imperfecciones de mi habla francesa, sus ojos parecían haberse clavado irremediablemente en los míos, dificultando mi tarea y entorpeciendo mi concentración, aunque no le culpaba de eso; es más, deseaba que continuara el contacto visual. Cuando, al fin, le pregunté su opinión sobre la ciudad, ella pareció no haberme escuchado, o al menos se mostró reacia a contestarme, dado que, repentinamente cambió de tema, desvelando el aparente aprecio que sentía por mi tierra, tan fracturada, se mirase por donde se mirase, como visceral o pasional. Nuestra opinión artística respecto a mi país era mutua, ya que tanto ella como yo lo considerábamos un foco importante de cultura, y muy a pesar del declive de esta durante el pasado siglo, pero el sentimiento que yo tenía hacia esas tierras del sur de Europa eran bien distintas, pues la pena y la tristeza podía llegar a embargarme al recordar el estado en el que se encontraba España. También pude descubrir en sus palabras un amplio interés por aquella noble disciplina que, si bien tomaba forma de la mano del hombre, su origen era tan racional como sentimental, o al menos eso era lo que yo quería creer de tal materia. Tal hallazgo no hizo sino que alegrarme y hacerme interesar aún más por aquella señorita que me acompañaba, dado que gustos compartíamos. Algo en mí creía asegurar, o al menos comenzaba a tener fe en que de nuestra relación surgiría una profunda y sincera amistad.
- ¡Pero qué tontería! – dije espontáneamente al escuchar su invitación a partir, solo para, ni un segundo después, darme cuenta de mi completa falta de educación, por lo que, sin más preámbulos, me dispuse a disculparme -. Perdón. Quería decir que de ninguna manera deseo marcharme, aunque si mi compañía no es de su agrado o tiene asuntos importantes con los que cumplir, entenderé perfectamente que parta en este instante – dije con una amable sonrisa, que no sabía si terminaba de ocultar el malestar que me ocasionaba la incertidumbre de no saber si abandonaría el lugar, seguramente con unas palabras cargadas de pretextos, o si, por el contrario, permanecería aún un rato más, deleitándome con su agradable presencia. De todas formas, esa preocupación fue en vano, pues ella no tardó mucho en desmentir mis sospechas del posible fastidio que pudiera haberla ocasionado con nuestro pequeño paseo, motivo para mi alegría, que se manifestó en mi rostro con un sincero ensanchamiento de de mis labios. Tras esa inconsciente muestra de felicidad, me dispuse a entrar en el local.
El interior del lugar estaba ampliamente iluminado. Grandes cristaleras a nuestra izquierda dejaban pasar una abundante luz que iba a chocar en contra de las mesas, las sillas y los sofás, algunos de los cuales estaban ocupados por damas y caballeros, cuya vestimenta desvelaba una buena capacidad económica; al menos eso nos aseguraba que no habría grandes altercados y que podríamos disfrutar de una tranquila charla. Con paso firme me dirigí hacia una de las mesas vacías, asientos para dos personas y, tras retirar levemente la silla más alejada de la puerta, esperé a que se ella se acomodara en ella para, a continuación, hacer lo propio con la otra silla. No tardó mucho en venir un dependiente en pos de que le dijéramos que deseábamos tomar.
- Yo quiero un café au lait – expuse al dependiente, a la espera de que mi acompañante siguiera mi ejemplo. Cuando el camarero se marchó, dirigí de nuevo mi mirada hacia aquella señorita -. Bueno, como le iba a decir, España últimamente ha estado algo atrasada en cuestiones de arte. Aunque el barroco fuera desapareciendo en Europa, en mi país siempre hemos sido bastante reacios a aceptar un estilo tan sobrio como es el neoclásico, el cual solo ha tomado algo de importancia en la capital, impulsado desde la ”Real Academia de San Fernando”, aunque no ha tenido gran aceptación, al ser considerado un estilo francés – le expliqué, esperando que dicha aclaración no fuera demasiado extensa. En cuanto al rechazo a todo lo ”gabacho”, venía siendo muy justificado por la reciente ocupación de la Península por las tropas napoleónicas -. En cuanto a lo demás, España es un claro ejemplo de un Imperio en decadencia. La pérdida de las colonias, la mala economía, la deuda pública, la inflación a causa del oro de América son solo algunos de los factores que están arrastrando a mí país a la ruina, por no hablar de los conflictos sociales. Desde que echáramos a los franceses del país y nuestro ”deseado” Fernando VII – dije recalcando de manera irónica el apelativo con el que le llamaban – se afianzara al más estricto absolutismo, el ejército y los ilustrados no han hecho más que liderar revueltas que están destrozando el país. Este siglo XIX es, sin duda, catastrófico para España. No sé cuánto podrá durar esa situación – continué mi relato, esperando no haberme excedido nuevamente. De todas formas, era algo que, quisiera o no, me afectaba y por lo que me interesaba. El país hispánico se sumía en el caos y en una innumerable suma de guerras civiles en demasiado poco tiempo, situación que creía no ir a terminar durante al menos unas cuantas décadas más. Dándome cuenta, de pronto, de mi decaimiento y de que, posiblemente, la estuviera aburriendo con tales desgracias, me decidí a cambiar de tema, solucionando tal situación -. Pero no estamos aquí para hablar de las desdichas de mi país, así que cuénteme, ¿cuáles son sus gustos artísticos? ¿Gótico, árabe? – dije mostrando algunos de mis predilecciones -. ¿Y la música? ¿También gusta de ella? – terminé, esperando que no fueran demasiadas preguntas, dando pie a desvelar una de mis sinceras pasiones. Echaba de menos el piano, no era más que eso
- ¡Pero qué tontería! – dije espontáneamente al escuchar su invitación a partir, solo para, ni un segundo después, darme cuenta de mi completa falta de educación, por lo que, sin más preámbulos, me dispuse a disculparme -. Perdón. Quería decir que de ninguna manera deseo marcharme, aunque si mi compañía no es de su agrado o tiene asuntos importantes con los que cumplir, entenderé perfectamente que parta en este instante – dije con una amable sonrisa, que no sabía si terminaba de ocultar el malestar que me ocasionaba la incertidumbre de no saber si abandonaría el lugar, seguramente con unas palabras cargadas de pretextos, o si, por el contrario, permanecería aún un rato más, deleitándome con su agradable presencia. De todas formas, esa preocupación fue en vano, pues ella no tardó mucho en desmentir mis sospechas del posible fastidio que pudiera haberla ocasionado con nuestro pequeño paseo, motivo para mi alegría, que se manifestó en mi rostro con un sincero ensanchamiento de de mis labios. Tras esa inconsciente muestra de felicidad, me dispuse a entrar en el local.
El interior del lugar estaba ampliamente iluminado. Grandes cristaleras a nuestra izquierda dejaban pasar una abundante luz que iba a chocar en contra de las mesas, las sillas y los sofás, algunos de los cuales estaban ocupados por damas y caballeros, cuya vestimenta desvelaba una buena capacidad económica; al menos eso nos aseguraba que no habría grandes altercados y que podríamos disfrutar de una tranquila charla. Con paso firme me dirigí hacia una de las mesas vacías, asientos para dos personas y, tras retirar levemente la silla más alejada de la puerta, esperé a que se ella se acomodara en ella para, a continuación, hacer lo propio con la otra silla. No tardó mucho en venir un dependiente en pos de que le dijéramos que deseábamos tomar.
- Yo quiero un café au lait – expuse al dependiente, a la espera de que mi acompañante siguiera mi ejemplo. Cuando el camarero se marchó, dirigí de nuevo mi mirada hacia aquella señorita -. Bueno, como le iba a decir, España últimamente ha estado algo atrasada en cuestiones de arte. Aunque el barroco fuera desapareciendo en Europa, en mi país siempre hemos sido bastante reacios a aceptar un estilo tan sobrio como es el neoclásico, el cual solo ha tomado algo de importancia en la capital, impulsado desde la ”Real Academia de San Fernando”, aunque no ha tenido gran aceptación, al ser considerado un estilo francés – le expliqué, esperando que dicha aclaración no fuera demasiado extensa. En cuanto al rechazo a todo lo ”gabacho”, venía siendo muy justificado por la reciente ocupación de la Península por las tropas napoleónicas -. En cuanto a lo demás, España es un claro ejemplo de un Imperio en decadencia. La pérdida de las colonias, la mala economía, la deuda pública, la inflación a causa del oro de América son solo algunos de los factores que están arrastrando a mí país a la ruina, por no hablar de los conflictos sociales. Desde que echáramos a los franceses del país y nuestro ”deseado” Fernando VII – dije recalcando de manera irónica el apelativo con el que le llamaban – se afianzara al más estricto absolutismo, el ejército y los ilustrados no han hecho más que liderar revueltas que están destrozando el país. Este siglo XIX es, sin duda, catastrófico para España. No sé cuánto podrá durar esa situación – continué mi relato, esperando no haberme excedido nuevamente. De todas formas, era algo que, quisiera o no, me afectaba y por lo que me interesaba. El país hispánico se sumía en el caos y en una innumerable suma de guerras civiles en demasiado poco tiempo, situación que creía no ir a terminar durante al menos unas cuantas décadas más. Dándome cuenta, de pronto, de mi decaimiento y de que, posiblemente, la estuviera aburriendo con tales desgracias, me decidí a cambiar de tema, solucionando tal situación -. Pero no estamos aquí para hablar de las desdichas de mi país, así que cuénteme, ¿cuáles son sus gustos artísticos? ¿Gótico, árabe? – dije mostrando algunos de mis predilecciones -. ¿Y la música? ¿También gusta de ella? – terminé, esperando que no fueran demasiadas preguntas, dando pie a desvelar una de mis sinceras pasiones. Echaba de menos el piano, no era más que eso
Dalmau Bonmatí- Humano Clase Alta
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Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Me quedé observando al encantador joven y la sonrisa que se dejo ver en mi rostro, al escuchar sus rápidas y espontáneas palabras, iluminó de felicidad mi mirada al pensar en que no le había molestado para nada el hecho de que comenzara a expresar mis pensamientos en vos alta haciendo que la conversación no siguiera el hilo que, hasta ese momento, era tan ameno. Sin embargo aquella sonrisa se borró por completo para dejar, esta vez, en mi rostro una expresión de sorpresa y negación para sus continuas palabras.
- Por supuesto que no, su compañía ha sido, gracias a Dios, una de las más agradables que he tenido el placer de disfrutar en este París tan poco conocido por mí. – le dije con determinación sin pensar en lo atrevida que eran mis palabras para el poco tiempo que nos conocíamos, pero mi enfermedad de decir siempre lo que pensaba, antes de que la idea se me fuera de la mente, era muy difícil de controlar y, como consecuencia al entender el significado de mis palabras, el sonrojo a mis mejillas no tardó en llegar dándole un toque más, aún, comprometedor a los sonidos que había emitido mi boca, sin embargo, como el señor Bonmatí era todo un caballero, no hizo ningún comentario al respecto evitando que me sintiera más avergonzada de lo que ya me sentía.
Una vez aclaradas las malinterpretaciones nos dispusimos entrar al local, ambos con una sonrisa radiante, al menos la mía, en el rostro. Apenas mis pies se posaron en el interior mis ojos comenzaron su típico escrutinio analizando cada parte de la decoración de aquel hermoso local quedando absolutamente encantada con cada rincón. La forma en cómo estaban acomodadas las mesas separando aquellas en las que podía disfrutar una pareja a aquellas en las que se podían sentar tranquilamente un cuarteto, era fascinante, por otro lado estaban los finos sofás en los que se sentaban los grupos ya más grandes para tener una amena charla mientras se tomaban un rico café, el cual depositaban en una elegante mesa, pequeña de cristal, que se encontraba en el centro y, por último, las flores, las hermosas flores que decoraban el lugar dándole un aspecto inconfundiblemente romántico.
De forma instantánea seguí a mi acompañante a una de las mesas apartadas para dos personas, que se encontraban al final, junto a un gran ventanal que tenía una hermosa vista hacia el jardín del local y, completamente cautivada por su caballerosidad, me senté en la silla que él me estaba ofreciendo para luego observarlo sentarse frente a mí de forma que cualquier movimiento que hiciera estaría a mi completa disposición para ser analizado.
En ese momento llego el mozo para tomar nuestra orden y sin molestarme en qué tipo de café o té podría tomar, elegí lo mismo que mi acompañante pues hace mucho tiempo que no disfrutaba de un rico café con leche y sin prestarle mayor atención a como el mozo se marchaba, enfoqué mi atención en mi apuesto acompañante que en ese momento me comenzaba a hablar sobre su expresiones para con su país, no quise interrumpirlo ni hacer comentarios al respecto puesto que, si bien me gustaba la historia y sabía de economía, nunca me había preocupado por estar informada al detalle del estado económico de los demás países del continente, para ser franca con lo de la muerte de mis padres apenas pude pasar la universidad, no por falta de inteligencia, sino porque todas las preocupaciones que tenía en casa hicieron que pusiera la universidad en segundo plano preocupándome sólo de aprobar los ramos, lo cual desde mi punto de vista había sido lo más lógico y apropiado puesto que mi hermana pequeña sólo tenía cinco años cuando nuestra madre había muerto y necesitaba toda la atención que pudiera brindarle. Por otro lado cuando comenzó a hablar de las tendencias culturales en cuanto a la pintura, podría ser que concordara en algunos aspectos con él con respecto al movimiento neoclásico pero de seguro no compatibilizábamos del todo puesto que para mí el Arte, en cualquiera de sus expresiones, bajo el pincel de cualquier ser humano, era hermoso y digno de apreciar sin importar calidad o técnica, si bien, no podía negar, algunas obras y tendencias eran mucho más agradable de admirar que otras, eso no significaba que por eso debíamos despreciar absolutamente las que no lo eran, pero esa era mi humilde opinión como una pintora aficionada, que durante toda su vida había querido surgir por aquella senda, con el sueño de estudiar Arte y así perfeccionarse y aumentar su conocimiento del tema, a quien, debido a las circunstancias, le habían arrebatado aquel pensamiento siendo apenas una adolescente.
En ese momento, y sacándome de mis ensoñaciones, el joven Bonmatí me hizo una pregunta cambiando drásticamente de tema, asique supuse que le incomodaba hablar de la decadencia que estaba viviendo su país por estos días por lo que, con una sonrisa en el rostro totalmente encantada de que supiera de tantas cosas, me dispuse a contestarle sin hacer alusión a sus palabras anteriores a la pregunta.
- En cuanto a Arte se refiere me gusta de disfrutar de todo el que se me sea posible, sin excepción, de hecho no me gusta ser tan crítica al momento de elegir por uno u otro, son más que nada los detalles de cada obra, ese detalle que resalta la diferencia entre un artista con otro, más que un estilo o tendencia con otra, en lo que me fijo para determinar si es de mi agrado o no. Podrá pensar que soy individualista, que me gusta analizar las cosas al detalle ante de juzgar un determinado objeto y estaría en lo correcto, con orgullo lo expreso, puesto que sería mentirle si me expresara con una preferencia absoluta ante un determinado tipo de Arte – le sonreí amigable – Ahora bien, no puedo dejar de mencionar que las obras del Arte gótico son, en su mayoría, de mi total agrado, no lo puedo negar y en cuanto al Arte árabe, creo que mi ignorancia en cuanto a su belleza es mayor que mi conocimiento por lo que jugarla antes de tiempo no es una opción, por otro lado las pinturas que llaman, de forma inconfundible, mi atención, en cuanto a una determinada nación, es la Japonesa, sin lugar a dudas es una de las más perfectas, me refiero perfectas dentro del rango de imperfección del ser humano, que he tenido el placer de presenciar, me resulta fascinante cómo se preocupan hasta del insignificante detalle, no sé qué es lo que será que me cautiva tanto de estos países orientales, pero es increíble como mi gusto hacía ellos aumenta considerablemente día a día. – Esperaba o aburrirlo con mi conversación, puesto que no quería que aquel momento se acabara muy pronto, era increíble, pero aquel joven hacía que me sintiera en una confianza absoluta encantándome con cada palabra que salía de su boca. - En cuanto al a música debo decir que tengo una fascinación incomparable para con la opera, la música clásica y dos instrumentos en particular: el piano y el violín. Me cautivan a diario desde pequeña, debo decir que es un gusto inculcado por mi… por mi padre – dije tragando saliva al recordar el primer día en el que me había vestido de gala para poder presenciar una de las más hermosas obras acompañada de las melodías más abrumadoras que había tenido el placer de escuchar. – Su gusto por este estilo de música era abrumadora, en casa se solía escuchar mucho a Farinelli, Carlo Broschi, era un soprano italiano excepcional según mi padre, lástima que ya no viva para poder seguir deleitándonos con nuevos acordes – Sonreí tristemente, puesto que mi padre tampoco estaba para poder aburrirnos, como solía hacer, hablando de su soprano favorito.
De pronto llegó el mozo con nuestra orden, interrumpiendo nuestra conversación.
- Muchas gracias – agradecí educada al joven garzón una vez depositó el café con leche en la mesa, para luego volver a enfocar mi atención en Dalmau - ¿y qué me puede decir de usted en cuanto a estas dos manifestaciones del Arte? – le pregunté refiriéndome a la pintura y la música luego de que el mozo se retirara - ¿posee sólo alguna preferencia o estoy ante un hombre cuya afición por la lectura no es la única cualidad positiva que posee, sino que además posee un alma de artista o músico oculto en su interior? - le sonreí queriendo saber más cosas de aquel apuesto joven que, sin haberlo esperado, estaba sentado frente a mis ojos.
- Por supuesto que no, su compañía ha sido, gracias a Dios, una de las más agradables que he tenido el placer de disfrutar en este París tan poco conocido por mí. – le dije con determinación sin pensar en lo atrevida que eran mis palabras para el poco tiempo que nos conocíamos, pero mi enfermedad de decir siempre lo que pensaba, antes de que la idea se me fuera de la mente, era muy difícil de controlar y, como consecuencia al entender el significado de mis palabras, el sonrojo a mis mejillas no tardó en llegar dándole un toque más, aún, comprometedor a los sonidos que había emitido mi boca, sin embargo, como el señor Bonmatí era todo un caballero, no hizo ningún comentario al respecto evitando que me sintiera más avergonzada de lo que ya me sentía.
Una vez aclaradas las malinterpretaciones nos dispusimos entrar al local, ambos con una sonrisa radiante, al menos la mía, en el rostro. Apenas mis pies se posaron en el interior mis ojos comenzaron su típico escrutinio analizando cada parte de la decoración de aquel hermoso local quedando absolutamente encantada con cada rincón. La forma en cómo estaban acomodadas las mesas separando aquellas en las que podía disfrutar una pareja a aquellas en las que se podían sentar tranquilamente un cuarteto, era fascinante, por otro lado estaban los finos sofás en los que se sentaban los grupos ya más grandes para tener una amena charla mientras se tomaban un rico café, el cual depositaban en una elegante mesa, pequeña de cristal, que se encontraba en el centro y, por último, las flores, las hermosas flores que decoraban el lugar dándole un aspecto inconfundiblemente romántico.
De forma instantánea seguí a mi acompañante a una de las mesas apartadas para dos personas, que se encontraban al final, junto a un gran ventanal que tenía una hermosa vista hacia el jardín del local y, completamente cautivada por su caballerosidad, me senté en la silla que él me estaba ofreciendo para luego observarlo sentarse frente a mí de forma que cualquier movimiento que hiciera estaría a mi completa disposición para ser analizado.
En ese momento llego el mozo para tomar nuestra orden y sin molestarme en qué tipo de café o té podría tomar, elegí lo mismo que mi acompañante pues hace mucho tiempo que no disfrutaba de un rico café con leche y sin prestarle mayor atención a como el mozo se marchaba, enfoqué mi atención en mi apuesto acompañante que en ese momento me comenzaba a hablar sobre su expresiones para con su país, no quise interrumpirlo ni hacer comentarios al respecto puesto que, si bien me gustaba la historia y sabía de economía, nunca me había preocupado por estar informada al detalle del estado económico de los demás países del continente, para ser franca con lo de la muerte de mis padres apenas pude pasar la universidad, no por falta de inteligencia, sino porque todas las preocupaciones que tenía en casa hicieron que pusiera la universidad en segundo plano preocupándome sólo de aprobar los ramos, lo cual desde mi punto de vista había sido lo más lógico y apropiado puesto que mi hermana pequeña sólo tenía cinco años cuando nuestra madre había muerto y necesitaba toda la atención que pudiera brindarle. Por otro lado cuando comenzó a hablar de las tendencias culturales en cuanto a la pintura, podría ser que concordara en algunos aspectos con él con respecto al movimiento neoclásico pero de seguro no compatibilizábamos del todo puesto que para mí el Arte, en cualquiera de sus expresiones, bajo el pincel de cualquier ser humano, era hermoso y digno de apreciar sin importar calidad o técnica, si bien, no podía negar, algunas obras y tendencias eran mucho más agradable de admirar que otras, eso no significaba que por eso debíamos despreciar absolutamente las que no lo eran, pero esa era mi humilde opinión como una pintora aficionada, que durante toda su vida había querido surgir por aquella senda, con el sueño de estudiar Arte y así perfeccionarse y aumentar su conocimiento del tema, a quien, debido a las circunstancias, le habían arrebatado aquel pensamiento siendo apenas una adolescente.
En ese momento, y sacándome de mis ensoñaciones, el joven Bonmatí me hizo una pregunta cambiando drásticamente de tema, asique supuse que le incomodaba hablar de la decadencia que estaba viviendo su país por estos días por lo que, con una sonrisa en el rostro totalmente encantada de que supiera de tantas cosas, me dispuse a contestarle sin hacer alusión a sus palabras anteriores a la pregunta.
- En cuanto a Arte se refiere me gusta de disfrutar de todo el que se me sea posible, sin excepción, de hecho no me gusta ser tan crítica al momento de elegir por uno u otro, son más que nada los detalles de cada obra, ese detalle que resalta la diferencia entre un artista con otro, más que un estilo o tendencia con otra, en lo que me fijo para determinar si es de mi agrado o no. Podrá pensar que soy individualista, que me gusta analizar las cosas al detalle ante de juzgar un determinado objeto y estaría en lo correcto, con orgullo lo expreso, puesto que sería mentirle si me expresara con una preferencia absoluta ante un determinado tipo de Arte – le sonreí amigable – Ahora bien, no puedo dejar de mencionar que las obras del Arte gótico son, en su mayoría, de mi total agrado, no lo puedo negar y en cuanto al Arte árabe, creo que mi ignorancia en cuanto a su belleza es mayor que mi conocimiento por lo que jugarla antes de tiempo no es una opción, por otro lado las pinturas que llaman, de forma inconfundible, mi atención, en cuanto a una determinada nación, es la Japonesa, sin lugar a dudas es una de las más perfectas, me refiero perfectas dentro del rango de imperfección del ser humano, que he tenido el placer de presenciar, me resulta fascinante cómo se preocupan hasta del insignificante detalle, no sé qué es lo que será que me cautiva tanto de estos países orientales, pero es increíble como mi gusto hacía ellos aumenta considerablemente día a día. – Esperaba o aburrirlo con mi conversación, puesto que no quería que aquel momento se acabara muy pronto, era increíble, pero aquel joven hacía que me sintiera en una confianza absoluta encantándome con cada palabra que salía de su boca. - En cuanto al a música debo decir que tengo una fascinación incomparable para con la opera, la música clásica y dos instrumentos en particular: el piano y el violín. Me cautivan a diario desde pequeña, debo decir que es un gusto inculcado por mi… por mi padre – dije tragando saliva al recordar el primer día en el que me había vestido de gala para poder presenciar una de las más hermosas obras acompañada de las melodías más abrumadoras que había tenido el placer de escuchar. – Su gusto por este estilo de música era abrumadora, en casa se solía escuchar mucho a Farinelli, Carlo Broschi, era un soprano italiano excepcional según mi padre, lástima que ya no viva para poder seguir deleitándonos con nuevos acordes – Sonreí tristemente, puesto que mi padre tampoco estaba para poder aburrirnos, como solía hacer, hablando de su soprano favorito.
De pronto llegó el mozo con nuestra orden, interrumpiendo nuestra conversación.
- Muchas gracias – agradecí educada al joven garzón una vez depositó el café con leche en la mesa, para luego volver a enfocar mi atención en Dalmau - ¿y qué me puede decir de usted en cuanto a estas dos manifestaciones del Arte? – le pregunté refiriéndome a la pintura y la música luego de que el mozo se retirara - ¿posee sólo alguna preferencia o estoy ante un hombre cuya afición por la lectura no es la única cualidad positiva que posee, sino que además posee un alma de artista o músico oculto en su interior? - le sonreí queriendo saber más cosas de aquel apuesto joven que, sin haberlo esperado, estaba sentado frente a mis ojos.
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Localización : En la catedral, en la biblioteca o la plaza.
Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
”Mademoiselle Dunst”, como debieran llamarla por aquellas tierras, escuchó atenta todas y cada una de mis palabras, o al menos eso era lo que yo creía descubrir en sus dos pupilas clavadas en mí, de una manera tan intensa que, si no fuera por mi, a veces, estricta educación en cuanto a modales, hubieran terminado por hacerme retirar mis propios ojos. De una manera u otra pude continuar el relato sin titubeos, si bien no sin dejar de notar el corazón martilleando contra mi peso a causa de la fuerza de su mirada, que, de alguna manera, lograba alterar mi estado de ánimo y mi no muy firme resistencia. Cuando llegó el turno de hablar pude percatarme de que nuestros, en un principio, semejantes gustos comenzaban a distanciarse ligeramente, aunque eso no llegó a desanimarme, pues, sin duda, podría dar origen a una amigable discusión en cuanto a las percepciones sobre ese polémico tema. El arte, sin duda, era una de las cosas que, si bien inherente al ser humano, quedaba tan poco definido que había tenido múltiples definiciones a la larga historia y habiendo cambiado sus disciplinas varias veces. Solo había que echar la vista al pasado para darse cuenta que, hasta hacía apenas tres siglos la pintura no se consideraba arte, si no una especie de artesanía y que fue por la persistencia y el gran ego de los artistas del Renacimiento que en esa tarde de verano, que pasábamos ahora sentados a la frescura de ese café, el coger un pincel no fuera considerado tanto un oficio como una disciplina digna de admiración, por mucho que en zonas como mi país se prohibiera a los nobles realizarla, dado la imposibilidad de trabajar de dicho estrato social.
- Debería entonces hacer un viaje por el sur de España, por la región de Andalucía, que está plagada de monumentos del pasado islámico de la Península. También otras partes más al norte guarda construcciones de los estilos denominados mudéjares, que guardan mucha relación y tienen mucha influencia de esos edificios moriscos – esas características eran las que estaban haciendo a España uno de los destinos de los viajeros afines a esa nueva corriente de arte y pensamiento denominada ”Romanticismo”, a la cual, en parte, yo también me consideraba vinculado -. De todas formas, lamento decirle que yo sí tengo predilección por algún estilo de arte, si bien coincido con vos al opinar que se debe evaluar a cada artista de forma individual, ¡uy! ¿Qué digo a cada artista? ¡A cada obra! – dije poniendo un poco de énfasis a mis palabras, mostrando de nuevo esa sonrisa que osaba instalarse de vez en cuando en mis labios, fuera a favor o en contra de mi voluntad – Yo concibo el mundo algo similar a cómo son esas muñecas rusas, ”matriuskas”, creo recordar que se llamaban. Si me permite, le explico: los seres humanos tendemos a clasificar las cosas, supongo que para mayor facilidad en nuestro vago intento por comprender el mundo, pero, aunque sea cierto que tanto perro como gato sean animales, o aunque sea cierto que tanto la famosa catedral de esta ciudad como la de mi ciudad natal sean góticas, cada una muestra características propias e individuales, y eso lo que debemos valorar en el momento de decidir si algo nos gusta o no – le dije explicando mi concepción del mundo, esperando que comprendiera una mente que, si bien entendía el racionalismo, amaba el desorden y el sobrecogimiento de una naturaleza y una realidad inabarcable -. Así pues, aunque puedo conmoverme con alguna obra neoclásica o renacentista, sin duda siento predilección por obras más rocambolescas y recargadas, como puede ser el gótico, el barroco pleno o el espectacular plateresco, que creció como una apuesta propiamente castellana en contraste contra la pureza de líneas del Renacimiento italiano. Uno de mis autores favoritos en cuanto a pintura se llamaba Bartolomé Murillo, inscrito dentro del siglo XVII, cuyas Inmaculadas llegan a conmoverme espectacularmente. Espero poder visitar pronto el museo del Louvre, en donde se encuentra una de la multitud de obras que los franceses expoliaron de mi tierra, la llamada ”Inmaculada de los Venerables”, que, según he oído y leído, es una de sus obras maestras – lo cierto era que no tenía la menor intención de desaprovechar mi estancia en la ciudad y marcharme sin visitar la tan afamada colección. El antiguo palacio real se había convertido en uno de los lugares de peregrinación de los entendidos en arte, a pesar de que muchos, como yo, a la espera de visitar el museo parisino, prefiriésemos el de la capital española, el Museo del Prado que, como dijera alguien ”no es el más extenso, pero sí el más intenso”. Lo cierto era que, sin lugar a dudas, la experiencia se enriquecería enormemente si uno iba con alguien bien entendido en arte, o al menos con gran sensibilidad artística, como era la señorita Dunst, pero no me consideraba lo bastante descarado como para proponerle a esa casi desconocida, dado que yo también lo era, que me acompañara en mi pretensión.
No mucho después, aquel muchacho con el que hubiéramos intercambiados cortas palabras hacía apenas unos momentos se acercaba a paso tranquilo hacia nuestra mesa, cargando con dos finas tazas de porcelana cargadas de aquel líquido que, si bien amarronado, distaba bastante de la abrumadora oscuridad que caracterizaba al resto de cafés. Mientras él colocaba nuestra petición sobre la mesa, yo me permití el pensar en las palabras que Caroline hubiera pronunciado en respuesta a mi pregunta. Me alegraba compartir también gustos en cuanto a la música, dado que era bastante aficionado a escuchar a barítonos, sopranos o tenores moviéndose sobre un escenario mientras una expectante multitud intelectual se maravillaba con la fuerza, potencia y precisión de esas impresionantes voces que llegaban a estremecer todo mi ser. También me satisfizo el hecho de que sintiera predilección por el piano y el violín, pues el primero era un instrumento que, no es que sencillamente supiera tocar, si no que había llegado a convertirse en una parte importante de mi vida y personalidad. Cuando por fin el muchacho se marchó ella se interesó por mí, alabando mi gusto por la lectura, lo cual hizo ruborizar levemente mis pálidas mejillas, aunque esa sombra rojiza no tardó en desaparecer.
- Yo, sencillamente, adoro la música – pude decirle con una sonrisa después de dar un sorbo al café y antes de apartar la mirada hacia las alargadas y melancólicas ramas del sauce llorón que crecía al otro lado del cristal de la ventana -. Es una de mis pasiones. Toco el piano desde que apenas tuviera uso de razón y, casi pudiera decir que me enamoré de él desde el primer momento – la mueca de mis labios se torció, en mi opinión neciamente, de forma algo amarga, a causa de necesitar desahogar la pena que a veces inundaba mi corazón al recordar los sucesos acaecidos hacía menos de un año -. También me gusta bastante la ópera, ya que frecuento bastante el Teatro del Liceo, de Barcelona, abierto hace no muchos años.
Suspiré. Lo cierto era que, desde la muerte de mis padres no había pisado el suelo de aquel lugar, temporada que, por ende, se alargaba hasta que me marchara de la ciudad en dirección a mi ”exilio personal” en Valencia, en pos de mi ”curación mental”, lo cual no terminó por solucionarse a pesar de que yo mismo me restringiera. Pasados apenas unos pocos segundos, me percaté de que sería descortés, a la vez que incómodo, prolongar el silencio, por lo cual volví mis ojos a ella y continué con mi contestación.
- De todas maneras, en lo que a los pinceles se refiere, debo lamentarme de ser bastante pésimo, y no es que no lo haya intentado, pero, sin embargo, tiempo ha que debí de darlo por perdido. Mis manos no están preparadas para esa disciplina – dije mostrando mi resignación en cuanto al tema, algo que, sin embargo, no me hacía infeliz, siendo consciente de mis buenas dotes en lo que a la disciplina de la musa Euterpe concernía -. Pero bueno, dígame señorita, ¿ha visitado el Museo Británico de Londres? Y si es el caso, dígame, ¿qué le parece? ¿Quizás debiera hacer una visita a la ciudad del Támesis?
Ciertamente no era una de mis preferencias para viajar, pero, de una forma u otra, otra de las grandes galerías de arte europeas era el museo abierto hacía algo más de medio siglo, sobretodo contando con muchas piezas de Egipto, Extremo Oriente y Medio o de América. Aprovechando entonces el silencio propio que debía seguir a una pregunta, me dispuse a observar nuevamente el resplandor alegre y azulado que desprendían esas dos gemas instaladas en sus pupilas, la serena y pacífica belleza de sus facciones, esos labios que tersamente se tensaban en una sonrisa y la cálida suavidad que semejaba poseer la piel de su cuello. Alzando de nuevo la mirada a sus ojos, algo avergonzado por mi actuación cobré un casi involuntario valor, que me lanzó a realizar una pregunta de la que, quizás fuera a arrepentirme poco después por mi atrevimiento.
- Permítame preguntarle, pero, ¿está usted prometida, señorita Dunst? – pronuncié notando como mis mejillas comenzaban a tomar de nuevo ese color bermejo contra el que intenté luchar, quizás en vano o eficazmente. Ante la duda, me propuse a ocultar mi rostro con la taza que acercaba nuevamente a mis labios, tomando un suave sorbo de ese líquido amargo que la leche y el azúcar habían conseguido endulzar.
- Debería entonces hacer un viaje por el sur de España, por la región de Andalucía, que está plagada de monumentos del pasado islámico de la Península. También otras partes más al norte guarda construcciones de los estilos denominados mudéjares, que guardan mucha relación y tienen mucha influencia de esos edificios moriscos – esas características eran las que estaban haciendo a España uno de los destinos de los viajeros afines a esa nueva corriente de arte y pensamiento denominada ”Romanticismo”, a la cual, en parte, yo también me consideraba vinculado -. De todas formas, lamento decirle que yo sí tengo predilección por algún estilo de arte, si bien coincido con vos al opinar que se debe evaluar a cada artista de forma individual, ¡uy! ¿Qué digo a cada artista? ¡A cada obra! – dije poniendo un poco de énfasis a mis palabras, mostrando de nuevo esa sonrisa que osaba instalarse de vez en cuando en mis labios, fuera a favor o en contra de mi voluntad – Yo concibo el mundo algo similar a cómo son esas muñecas rusas, ”matriuskas”, creo recordar que se llamaban. Si me permite, le explico: los seres humanos tendemos a clasificar las cosas, supongo que para mayor facilidad en nuestro vago intento por comprender el mundo, pero, aunque sea cierto que tanto perro como gato sean animales, o aunque sea cierto que tanto la famosa catedral de esta ciudad como la de mi ciudad natal sean góticas, cada una muestra características propias e individuales, y eso lo que debemos valorar en el momento de decidir si algo nos gusta o no – le dije explicando mi concepción del mundo, esperando que comprendiera una mente que, si bien entendía el racionalismo, amaba el desorden y el sobrecogimiento de una naturaleza y una realidad inabarcable -. Así pues, aunque puedo conmoverme con alguna obra neoclásica o renacentista, sin duda siento predilección por obras más rocambolescas y recargadas, como puede ser el gótico, el barroco pleno o el espectacular plateresco, que creció como una apuesta propiamente castellana en contraste contra la pureza de líneas del Renacimiento italiano. Uno de mis autores favoritos en cuanto a pintura se llamaba Bartolomé Murillo, inscrito dentro del siglo XVII, cuyas Inmaculadas llegan a conmoverme espectacularmente. Espero poder visitar pronto el museo del Louvre, en donde se encuentra una de la multitud de obras que los franceses expoliaron de mi tierra, la llamada ”Inmaculada de los Venerables”, que, según he oído y leído, es una de sus obras maestras – lo cierto era que no tenía la menor intención de desaprovechar mi estancia en la ciudad y marcharme sin visitar la tan afamada colección. El antiguo palacio real se había convertido en uno de los lugares de peregrinación de los entendidos en arte, a pesar de que muchos, como yo, a la espera de visitar el museo parisino, prefiriésemos el de la capital española, el Museo del Prado que, como dijera alguien ”no es el más extenso, pero sí el más intenso”. Lo cierto era que, sin lugar a dudas, la experiencia se enriquecería enormemente si uno iba con alguien bien entendido en arte, o al menos con gran sensibilidad artística, como era la señorita Dunst, pero no me consideraba lo bastante descarado como para proponerle a esa casi desconocida, dado que yo también lo era, que me acompañara en mi pretensión.
No mucho después, aquel muchacho con el que hubiéramos intercambiados cortas palabras hacía apenas unos momentos se acercaba a paso tranquilo hacia nuestra mesa, cargando con dos finas tazas de porcelana cargadas de aquel líquido que, si bien amarronado, distaba bastante de la abrumadora oscuridad que caracterizaba al resto de cafés. Mientras él colocaba nuestra petición sobre la mesa, yo me permití el pensar en las palabras que Caroline hubiera pronunciado en respuesta a mi pregunta. Me alegraba compartir también gustos en cuanto a la música, dado que era bastante aficionado a escuchar a barítonos, sopranos o tenores moviéndose sobre un escenario mientras una expectante multitud intelectual se maravillaba con la fuerza, potencia y precisión de esas impresionantes voces que llegaban a estremecer todo mi ser. También me satisfizo el hecho de que sintiera predilección por el piano y el violín, pues el primero era un instrumento que, no es que sencillamente supiera tocar, si no que había llegado a convertirse en una parte importante de mi vida y personalidad. Cuando por fin el muchacho se marchó ella se interesó por mí, alabando mi gusto por la lectura, lo cual hizo ruborizar levemente mis pálidas mejillas, aunque esa sombra rojiza no tardó en desaparecer.
- Yo, sencillamente, adoro la música – pude decirle con una sonrisa después de dar un sorbo al café y antes de apartar la mirada hacia las alargadas y melancólicas ramas del sauce llorón que crecía al otro lado del cristal de la ventana -. Es una de mis pasiones. Toco el piano desde que apenas tuviera uso de razón y, casi pudiera decir que me enamoré de él desde el primer momento – la mueca de mis labios se torció, en mi opinión neciamente, de forma algo amarga, a causa de necesitar desahogar la pena que a veces inundaba mi corazón al recordar los sucesos acaecidos hacía menos de un año -. También me gusta bastante la ópera, ya que frecuento bastante el Teatro del Liceo, de Barcelona, abierto hace no muchos años.
Suspiré. Lo cierto era que, desde la muerte de mis padres no había pisado el suelo de aquel lugar, temporada que, por ende, se alargaba hasta que me marchara de la ciudad en dirección a mi ”exilio personal” en Valencia, en pos de mi ”curación mental”, lo cual no terminó por solucionarse a pesar de que yo mismo me restringiera. Pasados apenas unos pocos segundos, me percaté de que sería descortés, a la vez que incómodo, prolongar el silencio, por lo cual volví mis ojos a ella y continué con mi contestación.
- De todas maneras, en lo que a los pinceles se refiere, debo lamentarme de ser bastante pésimo, y no es que no lo haya intentado, pero, sin embargo, tiempo ha que debí de darlo por perdido. Mis manos no están preparadas para esa disciplina – dije mostrando mi resignación en cuanto al tema, algo que, sin embargo, no me hacía infeliz, siendo consciente de mis buenas dotes en lo que a la disciplina de la musa Euterpe concernía -. Pero bueno, dígame señorita, ¿ha visitado el Museo Británico de Londres? Y si es el caso, dígame, ¿qué le parece? ¿Quizás debiera hacer una visita a la ciudad del Támesis?
Ciertamente no era una de mis preferencias para viajar, pero, de una forma u otra, otra de las grandes galerías de arte europeas era el museo abierto hacía algo más de medio siglo, sobretodo contando con muchas piezas de Egipto, Extremo Oriente y Medio o de América. Aprovechando entonces el silencio propio que debía seguir a una pregunta, me dispuse a observar nuevamente el resplandor alegre y azulado que desprendían esas dos gemas instaladas en sus pupilas, la serena y pacífica belleza de sus facciones, esos labios que tersamente se tensaban en una sonrisa y la cálida suavidad que semejaba poseer la piel de su cuello. Alzando de nuevo la mirada a sus ojos, algo avergonzado por mi actuación cobré un casi involuntario valor, que me lanzó a realizar una pregunta de la que, quizás fuera a arrepentirme poco después por mi atrevimiento.
- Permítame preguntarle, pero, ¿está usted prometida, señorita Dunst? – pronuncié notando como mis mejillas comenzaban a tomar de nuevo ese color bermejo contra el que intenté luchar, quizás en vano o eficazmente. Ante la duda, me propuse a ocultar mi rostro con la taza que acercaba nuevamente a mis labios, tomando un suave sorbo de ese líquido amargo que la leche y el azúcar habían conseguido endulzar.
Dalmau Bonmatí- Humano Clase Alta
- Mensajes : 391
Fecha de inscripción : 08/08/2010
Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
El apuesto joven escuchó mis palabras con una minuciosa atención puesto que apenas terminé de hablar él comenzó a explayarse explicándome de forma detallada los lugares de España que más se adecuaban a mi gustos en cuanto al Arte haciendo que llegara a mis ojos un brillo soñador al pensar en la belleza que debería entregar todos aquellos sitios a los que, si lo pensaba objetivamente, no era tan difícil llegar. El desplante con el que exponía sus saberes en cuanto al Arte hacían que me quedara observándolo de forma cautivada intentando poder aprender con cada palabra que salía de su boca, si bien era cierto que amaba el Arte no había tenido la posibilidad de aprender su historia ni técnicas al detalle puesto que para mi padre no era algo relevante que debía tener en la cima de mis prioridades, muy por el contrario para él sólo se debía a un hobbie del cual podía disfrutar sólo cuando no tuviera nada más que hacer y no por más de una o dos horas diarias haciendo que la pasión que tenía para con él se quedara reprimida en mi interior esperando el momento en que pudiera expresarse con completa libertad sin verse limitada por nada ni por nadie, tal y cómo lo estaba haciendo ahora puesto que si todo salía bien, sólo una firma me separaba de la posibilidad de estudiar Historia del Arte en aquella hermosa ciudad.
Una sonrisa se posó en mis labios al escuchar sus sabias palabras acerca de su concepción del mundo aplicándolo al modo en el que él contemplaba y admiraba el Arte, expresando el mismo sentimiento que contenía en mi interior, lo que quedo reafirmado al oír sus siguientes palabras hicieron que mi sonrisa se agrandara considerablemente y mi mente se concentrara en cada uno de los sonidos que salía de su boca para poder llegar a encontrar más parecidos entre su concepción y la mía acerca de cómo analizar y disfrutar aquella preciosidad que el mundo les entregaba.
- Me encantaría poder pasear por todos esos hermosos lugares que usted tan amablemente me ha señalado – le dije soñadora – y si Dios me lo permite muy pronto cumpliré aquel sueño una vez que mis hermanos ya se hayan acostumbrado plenamente a esta hermosa ciudad, aunque primeramente quiero estudiar un poco de Historia del Arte y aprender ese maravilloso idioma el cual usted, debido a su nacionalidad, domina a la perfección – le sonríe sonrojándome al haber hecho un comentario algo personal incluyendo nuevamente a mis hermanos a la conversación a la vez que le señalaba uno de mis sueños. - Le encuentro toda la razón, monsieur Bonmatí, al decir que a pesar de que a pesar de que la catedral de esta hermosa ciudad y la de vuestra ciudad son de la misma tendencia cada obra muestra características notoriamente distintas, lo que hace que mi idea de no expresarme gustosa por un solo tipo de movimiento artístico se haga cada vez más fuerte prefiriendo analizar obra por obra o autor por autor – le sonreí sirviéndome un poco más de aquel exquisito café que ayudaba a mi garganta a no quedarse seca tras hablar tanto con aquel hermoso joven que hacía que ni siquiera la hora fuera importante mientras gozara de su compañía – Lamentablemente, y a pesar de todo el tiempo que llevo en este País, aun no he tenido el honor de ir a conocer aquel hermoso museo tan bien renombrado internacionalmente, pero créame que ganas no me han faltado por lo que le deseo mucho éxito en su paseo por aquel mágico lugar para que pueda contemplar aquella pieza de Arte que a tantas personas, al igual que a usted, ha de haber maravillado y de corazón lamento mucho que hayan tenido semejante perdida artística como país de forma tan abrupta - le dije amigablemente avergonzada por el comportamiento humano tan poco racional, en cuanto a la obra debería ser toda una preciosidad de pintura pues si bien no había tenido el placer de verla, había escuchado muy buenos comentarios de ella en una de las tantas fiestas que habíamos ofrecido como la prestigiosa familia Dunst, tan conocida en Inglaterra debido a la fábrica.
En ese momento levanté mi vista, que se había posado anteriormente en la fina mesa pensando en las catástrofes que hacía el ser humano utilizando las maravillosas cosas que tan amorosamente nos había regalado Dios con el fin de que las utilizáramos para el bien, y pude darme cuenta de un leve sonrojo que se posaba por tan solo unos momentos en la mejilla del guapo joven debido a mi comentario acerca de su buen gusto por la lectura, haciendo que me sintiera pequeñamente cautivada por su rostro en el que se apreciaba aquel característico sonrojo que siempre llevaba conmigo y que tan bien le sentaba al joven Bonmatí. Pestañe varias veces para salir de la ensoñación en la que estaba, al contemplar sus mejillas, y comencé a prestar atención a las palabras que entregaba, un hermosa sonrisa acompañada de una alegre exclamación salieron de mí al escucharlo decir que tocaba el piano, eran increíble las buenas cualidades que poseía aquel extraordinario hombre, cualquier persona debería envidiarme por haber tenido la suerte de tropezar con él de aquella manera, estaba empezando a amar mis pies en vez de criticarlos tan duramente por su torpeza, sin embargo la sonrisa que se presenciaba en mi rostro comenzó a apagarse de apoco al ver la expresión algo melancólica que se posó en el rostro de Dalmau haciendo que recordara cómo se ponía mi rostro cuando recordaba de forma triste a mis padres o cuando uno de mis hermanos se desasía en llanto sobre mi hombro sin poder yo sucumbir a la tentación de llorar también teniendo que guardarme todo lo que sentía de forma permanente e injusta.
De pronto un silencio nos embargó por una pequeño instante haciendo que cada uno se quedara enfrascados en sus pensamientos ¿Qué estaría pasando por su cabeza? No lo sabía, pero me encantaría saberlo, ¿Por qué tenía aquella expresión? No lo sabía, pero me hubiese gustado poder tener la confianza suficiente con él para poder preguntárselo sin sonar como una mal educada entrometida. Como no podía hacer alusión a ninguna de las dos cosas que quería saber me dispuse a comentar el hecho de que supiera tocar el piano, sin embargo su voz sonó antes que la mía haciendo que una sonrisa, algo más reservada que la anterior, apareciera en mi rostro debido a sus palabras.
-Teniendo talento para la música no creo que sea necesario tener también talento para la pintura, monsieur. – le dije, dejando los malos pensamientos atrás, con una sonrisa pensando que si hubiese tenido ambas cualidades hubiese sido el hombre perfecto lo que haría que comenzara a dudar de la imperfección del mundo – Déjeme decirle que encuentro que con su talento para el piano ya es suficiente para coronarse como uno de los hombres que más admiro y estimo actualmente en París, he intentado, créame, aprender a tocar piano, puesto que el violín a mi padre no le llamaba mayormente la atención, pero el tiempo no me alcazaba para todo, por lo que tuve que dejar las clases quedándome sin poder aprender a utilizar tan armonioso instrumento, sin embargo lo que si hago es pintar, no soy lo que se llama excelente en el arte del pincel porque nunca lo he estudiado, sólo tengo unas cuantas nociones de un par de clases que tomé de pequeña, pero la mayoría de las cosas las hago por inercia dejándome llevar por la hermosura del paisaje – le sonreí. – Lamentablemente cuando quise estudiar Arte no lo pude hacer asique tuve que quedarme con las imperfecciones sin pulir, aunque no me rindo a poder pulir el talento en un futuro no muy lejano. – Le dije escuchando su siguiente pregunta acerca del museo británico provocando que me sintiera orgullosa de haber nacido en aquella Ciudad que había acunado tan hermosa creación - ¿Qué qué me parece? Creo que ha sido lo más maravilloso que han podido crear aprovechando esa tan abundante donación que se le entrego al país por aquel bondadoso médico, haciendo que el Parlamento Británico comenzara a invertir en cosas realmente importantes para la cultura inglesa. Gracias a Dios he tenido la posibilidad de visitarlo y estoy segura que por su gusto por la lectura usted adoraría su inmensa biblioteca, cuando pequeña me pasaba horas allí aprendiendo todo lo de las civilizaciones, en especial la egipcia debido a que siempre me han llamado la atención todos sus mitos, rituales y dioses. Antes de venirnos a Francia llevé a mis hermanos para que visitaran ese hermoso lugar por última vez y contemplaran todas aquellas piezas antiguas que poseen un valor inigualable que me hace sentir orgullosa al decir que en mi País se encuentran. Por otro lado su infraestructura me fascina, esa combinación de figuras geométricas presentando una forma rectangular mientras que su biblioteca, en el interior, es circular simplemente me encanta, por otro lado los pilares redondos se me asemejan demasiado a cómo los diversos autores describen el Olimpo lo que, ilusamente, me hace sentir en la antigua Grecia, puede pensar que mi imaginación es algo voladora y distinta a las demás, pero no es algo de lo que me avergüence, de hecho de no ser por mi imaginación, creo que ya no miraría este mundo con tanto optimismo – le sonreí dejando de hablar para tomar un sorbo de café puesto que de tanto hablar se me secaba a momentos la garganta.
En el momento en que deposité la taza de café en la mesa sentí cómo sus ojos se clavaban en mi rostro por lo que levanté mi mirada y, tal como había pensado, me encontré con su mirada gris penetrante haciendo que me quedara petrificada sin poder moverme o articular palabra puesto que lo único que quería hacer en ese momento era perderme en la profundidad de sus tan elegantes ojos tratando de descubrir así la infinidad de secretos que podía ocultar ese joven tras ese hermoso brillo que iluminaba su rostro, lentamente observé como su mirada se iba de mis ojos para posarse en otras partes de mi rostro haciendo que de forma instintiva me pasara la lengua por los labios esperando a que no tomara tal acto como una insinuación poco ortodoxa para una señorita de mi clase social y comencé a realizar nuevamente un detallado análisis de la hermosura de su rostro la que desde un principio me había dejado sin palabras, sin embargo cuando mis ojos se estaban deleitando con sus hermosos labios para luego bajar a su varonil barbilla, sus palabras me sacaron inmediatamente de mi trance provocando que lo mirara totalmente sorprendida por su pregunta.
Sonrojada a más no poder al tener que responder eso a un perfecto desconocido me atreví a mirarlo nuevamente a los ojos, sabía que esa pregunta era algo inapropiada de hacer para dos personas que recientemente se conocían, pero por alguna extraña razón me agradaba la idea de que la conversación pasara de temas triviales a algo, que si bien era personal, más profundo de forma amigable.
-No, monsieur Bonmatí, durante toda mi vida he disfrutado de una soltería de la que no me quejo en lo absoluto – le dije algo entrecortado revelándole algo de mi vida íntima - ¿y usted? ¿Posee dueña su corazón, monsieur, o carcelera su vida? – le pregunté sin dejar de mirarlo pues si bien podía ser que su corazón no tuviera dueña, en esos tiempos, cabía la posibilidad de que si estuviera prometido en contra de su voluntad por algo tan simple como la conveniencia.
Una sonrisa se posó en mis labios al escuchar sus sabias palabras acerca de su concepción del mundo aplicándolo al modo en el que él contemplaba y admiraba el Arte, expresando el mismo sentimiento que contenía en mi interior, lo que quedo reafirmado al oír sus siguientes palabras hicieron que mi sonrisa se agrandara considerablemente y mi mente se concentrara en cada uno de los sonidos que salía de su boca para poder llegar a encontrar más parecidos entre su concepción y la mía acerca de cómo analizar y disfrutar aquella preciosidad que el mundo les entregaba.
- Me encantaría poder pasear por todos esos hermosos lugares que usted tan amablemente me ha señalado – le dije soñadora – y si Dios me lo permite muy pronto cumpliré aquel sueño una vez que mis hermanos ya se hayan acostumbrado plenamente a esta hermosa ciudad, aunque primeramente quiero estudiar un poco de Historia del Arte y aprender ese maravilloso idioma el cual usted, debido a su nacionalidad, domina a la perfección – le sonríe sonrojándome al haber hecho un comentario algo personal incluyendo nuevamente a mis hermanos a la conversación a la vez que le señalaba uno de mis sueños. - Le encuentro toda la razón, monsieur Bonmatí, al decir que a pesar de que a pesar de que la catedral de esta hermosa ciudad y la de vuestra ciudad son de la misma tendencia cada obra muestra características notoriamente distintas, lo que hace que mi idea de no expresarme gustosa por un solo tipo de movimiento artístico se haga cada vez más fuerte prefiriendo analizar obra por obra o autor por autor – le sonreí sirviéndome un poco más de aquel exquisito café que ayudaba a mi garganta a no quedarse seca tras hablar tanto con aquel hermoso joven que hacía que ni siquiera la hora fuera importante mientras gozara de su compañía – Lamentablemente, y a pesar de todo el tiempo que llevo en este País, aun no he tenido el honor de ir a conocer aquel hermoso museo tan bien renombrado internacionalmente, pero créame que ganas no me han faltado por lo que le deseo mucho éxito en su paseo por aquel mágico lugar para que pueda contemplar aquella pieza de Arte que a tantas personas, al igual que a usted, ha de haber maravillado y de corazón lamento mucho que hayan tenido semejante perdida artística como país de forma tan abrupta - le dije amigablemente avergonzada por el comportamiento humano tan poco racional, en cuanto a la obra debería ser toda una preciosidad de pintura pues si bien no había tenido el placer de verla, había escuchado muy buenos comentarios de ella en una de las tantas fiestas que habíamos ofrecido como la prestigiosa familia Dunst, tan conocida en Inglaterra debido a la fábrica.
En ese momento levanté mi vista, que se había posado anteriormente en la fina mesa pensando en las catástrofes que hacía el ser humano utilizando las maravillosas cosas que tan amorosamente nos había regalado Dios con el fin de que las utilizáramos para el bien, y pude darme cuenta de un leve sonrojo que se posaba por tan solo unos momentos en la mejilla del guapo joven debido a mi comentario acerca de su buen gusto por la lectura, haciendo que me sintiera pequeñamente cautivada por su rostro en el que se apreciaba aquel característico sonrojo que siempre llevaba conmigo y que tan bien le sentaba al joven Bonmatí. Pestañe varias veces para salir de la ensoñación en la que estaba, al contemplar sus mejillas, y comencé a prestar atención a las palabras que entregaba, un hermosa sonrisa acompañada de una alegre exclamación salieron de mí al escucharlo decir que tocaba el piano, eran increíble las buenas cualidades que poseía aquel extraordinario hombre, cualquier persona debería envidiarme por haber tenido la suerte de tropezar con él de aquella manera, estaba empezando a amar mis pies en vez de criticarlos tan duramente por su torpeza, sin embargo la sonrisa que se presenciaba en mi rostro comenzó a apagarse de apoco al ver la expresión algo melancólica que se posó en el rostro de Dalmau haciendo que recordara cómo se ponía mi rostro cuando recordaba de forma triste a mis padres o cuando uno de mis hermanos se desasía en llanto sobre mi hombro sin poder yo sucumbir a la tentación de llorar también teniendo que guardarme todo lo que sentía de forma permanente e injusta.
De pronto un silencio nos embargó por una pequeño instante haciendo que cada uno se quedara enfrascados en sus pensamientos ¿Qué estaría pasando por su cabeza? No lo sabía, pero me encantaría saberlo, ¿Por qué tenía aquella expresión? No lo sabía, pero me hubiese gustado poder tener la confianza suficiente con él para poder preguntárselo sin sonar como una mal educada entrometida. Como no podía hacer alusión a ninguna de las dos cosas que quería saber me dispuse a comentar el hecho de que supiera tocar el piano, sin embargo su voz sonó antes que la mía haciendo que una sonrisa, algo más reservada que la anterior, apareciera en mi rostro debido a sus palabras.
-Teniendo talento para la música no creo que sea necesario tener también talento para la pintura, monsieur. – le dije, dejando los malos pensamientos atrás, con una sonrisa pensando que si hubiese tenido ambas cualidades hubiese sido el hombre perfecto lo que haría que comenzara a dudar de la imperfección del mundo – Déjeme decirle que encuentro que con su talento para el piano ya es suficiente para coronarse como uno de los hombres que más admiro y estimo actualmente en París, he intentado, créame, aprender a tocar piano, puesto que el violín a mi padre no le llamaba mayormente la atención, pero el tiempo no me alcazaba para todo, por lo que tuve que dejar las clases quedándome sin poder aprender a utilizar tan armonioso instrumento, sin embargo lo que si hago es pintar, no soy lo que se llama excelente en el arte del pincel porque nunca lo he estudiado, sólo tengo unas cuantas nociones de un par de clases que tomé de pequeña, pero la mayoría de las cosas las hago por inercia dejándome llevar por la hermosura del paisaje – le sonreí. – Lamentablemente cuando quise estudiar Arte no lo pude hacer asique tuve que quedarme con las imperfecciones sin pulir, aunque no me rindo a poder pulir el talento en un futuro no muy lejano. – Le dije escuchando su siguiente pregunta acerca del museo británico provocando que me sintiera orgullosa de haber nacido en aquella Ciudad que había acunado tan hermosa creación - ¿Qué qué me parece? Creo que ha sido lo más maravilloso que han podido crear aprovechando esa tan abundante donación que se le entrego al país por aquel bondadoso médico, haciendo que el Parlamento Británico comenzara a invertir en cosas realmente importantes para la cultura inglesa. Gracias a Dios he tenido la posibilidad de visitarlo y estoy segura que por su gusto por la lectura usted adoraría su inmensa biblioteca, cuando pequeña me pasaba horas allí aprendiendo todo lo de las civilizaciones, en especial la egipcia debido a que siempre me han llamado la atención todos sus mitos, rituales y dioses. Antes de venirnos a Francia llevé a mis hermanos para que visitaran ese hermoso lugar por última vez y contemplaran todas aquellas piezas antiguas que poseen un valor inigualable que me hace sentir orgullosa al decir que en mi País se encuentran. Por otro lado su infraestructura me fascina, esa combinación de figuras geométricas presentando una forma rectangular mientras que su biblioteca, en el interior, es circular simplemente me encanta, por otro lado los pilares redondos se me asemejan demasiado a cómo los diversos autores describen el Olimpo lo que, ilusamente, me hace sentir en la antigua Grecia, puede pensar que mi imaginación es algo voladora y distinta a las demás, pero no es algo de lo que me avergüence, de hecho de no ser por mi imaginación, creo que ya no miraría este mundo con tanto optimismo – le sonreí dejando de hablar para tomar un sorbo de café puesto que de tanto hablar se me secaba a momentos la garganta.
En el momento en que deposité la taza de café en la mesa sentí cómo sus ojos se clavaban en mi rostro por lo que levanté mi mirada y, tal como había pensado, me encontré con su mirada gris penetrante haciendo que me quedara petrificada sin poder moverme o articular palabra puesto que lo único que quería hacer en ese momento era perderme en la profundidad de sus tan elegantes ojos tratando de descubrir así la infinidad de secretos que podía ocultar ese joven tras ese hermoso brillo que iluminaba su rostro, lentamente observé como su mirada se iba de mis ojos para posarse en otras partes de mi rostro haciendo que de forma instintiva me pasara la lengua por los labios esperando a que no tomara tal acto como una insinuación poco ortodoxa para una señorita de mi clase social y comencé a realizar nuevamente un detallado análisis de la hermosura de su rostro la que desde un principio me había dejado sin palabras, sin embargo cuando mis ojos se estaban deleitando con sus hermosos labios para luego bajar a su varonil barbilla, sus palabras me sacaron inmediatamente de mi trance provocando que lo mirara totalmente sorprendida por su pregunta.
Sonrojada a más no poder al tener que responder eso a un perfecto desconocido me atreví a mirarlo nuevamente a los ojos, sabía que esa pregunta era algo inapropiada de hacer para dos personas que recientemente se conocían, pero por alguna extraña razón me agradaba la idea de que la conversación pasara de temas triviales a algo, que si bien era personal, más profundo de forma amigable.
-No, monsieur Bonmatí, durante toda mi vida he disfrutado de una soltería de la que no me quejo en lo absoluto – le dije algo entrecortado revelándole algo de mi vida íntima - ¿y usted? ¿Posee dueña su corazón, monsieur, o carcelera su vida? – le pregunté sin dejar de mirarlo pues si bien podía ser que su corazón no tuviera dueña, en esos tiempos, cabía la posibilidad de que si estuviera prometido en contra de su voluntad por algo tan simple como la conveniencia.
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
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Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Al parecer mi pregunta no la había molestado o incomodado, dado que, a pesar de que su sonrojo pudiera sugerir lo contrario, su expresión, quizás podría tildar como algo tímida, debido a lo descarado de mi actuación, me confirmaba que no era así. De una forma u otra, su respuesta no me dio pie a creer que, ciertamente, había actuado mal atreviéndome a saciar mi repentina curiosidad, un ímpetu que casi había logrado destruir la fachada de buenas costumbres y maneras que tanto tiempo había compartido conmigo y mi vida y que, por lo tanto, ya era parte de mi personalidad. La alegría me embargó, ocasionando la no pérdida de mi sonrisa en mis labios, que comenzaban a separarse del blanco esmalte de la taza. Según su contestación, su corazón aún no había sido conquistado por nadie y el hecho de no arrepentirse me dejaba adivinar un temperamento más bien fuerte, capaz de resistir los reveses de la vida. Esa mezcla se sensibilidad en lo referido al arte y de sugerida fortaleza ante la dificultad solo hizo que maravillarme con aquella mujer, al tiempo que casi hacía arrepentirme de mi osada intervención.
- También debo decirle, señorita Dunst, que mi corazón actualmente no tiene dueña o carcelera, como bien decís – me sinceré, contestando su pregunta y tomando de nuevo, no el manejo, si no la palabra de la conversación -. Sin embargo, yo sí puedo decir que tiempo ha que estuve enamorado, o al menos preso de algún malintencionado hechizo – sugerí con una amarga sonrisa al recordar el cariño que, ya de joven, había sentido hacia un muchacho muy cercano a mí, para aberración y escándalo de mi familia, y que era algo de lo cual no me sentía muy orgulloso, por lo que prefería ocultarlo a cuantos pudiere -. Para bien o para mal, o bien no fui correspondido, o bien no pudo llegar a más, aunque supongo que eso también ha posibilitado que hoy en día me encuentre aquí, en París, y dialogando con vos, señorita – concedí, dado que, de haber dado frutos alguno de otro de los delirios de mi corazón, quizás, en ese momento, ya habría contraído matrimonio y, en el supuesto de que pudiera haber ido a París, suponía que hubiera sido aún de menor educación invitar a aquella señorita a un café estando casado -. De todas formas, a pesar de lo que mis padres pudieran pensar, creo que aún quedan demasiados placeres por contemplar y disfrutar, al tiempo que tantos lugares por visitar, antes de retirarme al ajetreado día a día en el trabajo y la relajada cotidianidad de la vuelta a un tranquilo hogar tras una larga jornada – dije sin mentir, pero pretendiendo ocultar así la necesidad que sentía a veces por un afecto que no fuera el fraterno o paterno-filial, que quizás fuese el origen de mis no poco frecuentes fijaciones por las personas que me rodearan, como temía comenzar a sentirme hacia la señorita Dunst cuya compañía, si bien maravillosa y amigable, o bien precisamente por eso, no quería verme dispuesto a estropear
Una vez me hube explicado, procedí a no dejar decaer la conversación que hacía ya unos cuantos minutos habíamos comenzado pues, a la vez que me permitía conocer algo más de aquella encantadora jovencita, se me apetecía agradable y amena, quizás incluso bastante interesante. Lo cierto era que me agradaba, valiendo la redundancia a cometer, que le agradase mi dominio del piano, no tanto porque fuera capaz de interpretarlo como por compartir el amor que creía adivinar en sus palabras por algo que era tan vital e inherente a mí misma persona desde hacía tantos años. Lo había echado mucho de menos en los días que había pasado lejos de mi hogar, pero en esos momentos comenzaba a sentir la nueva osadía de pensar que la espera estaba comenzando a merecer la pena, precisamente por los sucesos que acababan de darse lugar.
- De todas formas, señorita Dunst, mejor guárdese esos halagos para sí hasta haberme escuchado tocar, pues espero tener la suerte de poder interpretar para usted algún momento en nuestra estancia en la ciudad. Quizás pudiera acercarse algún momento por mi hotel, donde hay salones donde… ¡pero no, no, no! ¡Perdone mi atrevimiento, señorita! No quise realmente decir eso – me disculpé, sintiendo que mis confianzas crecían demasiado raudo como para considerarse respetable y digno de alguien de mi condición que, si bien no noble, sí de alta alcurnia, importante en la sociedad catalana. La palma de mi mano izquierda cubría la parte inferior de mi rostro, apoyados únicamente las yemas de los dedos índice y corazón sobre el puente de mi nariz, pretendiendo ocultar el fuerte sonrojo que, ahora sí, se había hecho completo dueño y señor de mi piel, para mayor bochorno aún. Quién hubiera podido asegurar que aquel joven que se sentaba en la silla de aquel distinguido café se encontraba ya en plena edad casadera, en vez de tratarse de un, a la vez, tímido y ensoñador chiquillo que no pensara con suficiente claridad las consecuencias de sus actos. Cogiendo aire, pretendiendo que mi acto no efectuara ningún malsonante ruido que pudiera perturbarla, me dispuse a continuar con la actuación de explayarme -. Bien, como le iba diciendo, señorita Dunst – dije, intentando calmar con una alterada y arrepentida sonrisa mi corazón y mantener en un tono neutro y más o menos tranquilo mi voz -, déjeme recomendarle que, si algún día viaja a España, debiera visitar algunas ciudades del sur, como son Sevilla, Córdoba o Granada. ¡Oh! ¡En serio! ¡Son impresionantes! – dije sumiéndome nuevamente en un entusiasmo que parecía haberme hecho olvidar el descaro que a veces aparentaba mostrar en mis colaboraciones a la conversación - La catedral-mezquita de Córdoba, eso es algo que, sinceramente, no se puede perder. Su magnánima silueta recalcándose en contra del claro cielo que se alza sobre la ciudad, colocándose por encima del resto del lugar, lo hace un lugar mágico, pero, sin embargo no es nada comparado con el interior. Créame, señorita, si le digo de verdad que entrar en su interior, con esa severidad y solemne dignidad que presentan los lugares sagrados, es, simplemente, una experiencia sin igual, algo que ningún ser con sensibilidad para estos menesteres, como nos adivino a ambos, debe perderse. Si hay una palabra con la que podría definirlo es la de ”infinito”: una sucesión interminable de arcos que se elevan los unos sobre los otros y se extienden tanto al frente como a ambos lados – dije, dándome cuenta de que, nuevamente, me había dejado llevar por la afición que parecía mostrar por extenderme en mis explicaciones -. Y aquel castillo en granada que los reyes nazaríes denominaran ”al-Qal’a al-hambra” – intenté pronunciar con un evidente desconocimiento de la lengua árabe -, o, como la llamamos nosotros, la Alhambra. Fue el centro del rico reino taifa de Granada y en su interior guarda diversos palacios que cuentan con esos impresionantes jardines que los moros construyeron en mi tierra, en un evidente alago a aquella agua que tanto faltaba en sus lugares de origen. Imagínese, señorita, lo deslumbrante del lugar que incluso el emperador Carlos I de España y V de Alemania eligió ese emplazamiento para la construcción de su palacio, que hoy podemos contemplar junto a los rojos ladrillos de arcilla de las construcciones musulmanas.
Mi admiración por la complejidad y la falta de figuración naturalista de aquellos entramados árabes que plagaban todas sus construcciones, lo esbelto de su incomprensible escritura y su inigualable dominio del material del yeso que, si bien pobre, alcanzaba unas cotas de complejidad y magnificencia que bien pudieran haber sido inigualables. Sinceramente, aquel sur de España sería un lugar idílico donde llegar a pasar apetecibles y, desearía, largas estancias, de no ser por el insoportable sopor y calor que llegaban a soportar esas regiones, precisamente por encontrarse más abajo, geográficamente hablando.
- Y, si me permite, señorita, aún tengo otras dos recomendaciones más, estas ya no de arquitectura, si no de pintura y música, respectivamente – dije, sin poder contenerme al mencionarle unos ejemplos de mis preferencias del arte que nos era contemporáneo -. De su tierra natal admiro un pintor sin igual, su frescura en cuanto al estancamiento que el arte suele vivir en determinadas épocas de su desarrollo. Su apellido es Turner, Joseph de nombre de pila, y creo recordar que es bastante afamado en su país. Sinceramente adoro el dominio que tiene del pincel en el que, aunque parezca caótico, creo adivinar una sincera complejidad y la maestría de un genio. No sé si habrás podido contemplar una obra suya, ”Lluvia, vapor y velocidad”, pero las impresiones que recibo de ella son… sencillamente indescriptibles – dije tras apenas un titubeo, al no encontrar palabras que expresaran mis emociones y mi opinión -. El otro personaje que quiero mencionarle es el polaco Frédéric Chopin. Según he oído es un pianista sin igual y, por las partituras que he tenido el placer de contemplar y leer, es, sencillamente, espectacular. Actualmente reside en París, habiendo tenido que emigrar, aparentemente, por cuestiones políticas, por lo que espero tener también el lujo y el placer de escuchar alguno de sus conciertos en la ciudad – expliqué, desvelando uno de mis más férreos deseos en aquella capital
Recordando nuevamente su conversación, recordé que quizás debiera reconsiderar mi poca predisposición a viajar a la antigua Albión, en la que ya había estado, pero sin tener el placer de visitar el Museo Británico y su tan afamada biblioteca. Sinceramente, el arte egipcio era una de mis predilecciones a la hora de visitar, quizás por la fama que había llegado a alcanzar en los últimos años, sobretodo desde que el valí de Egipto confirmara el regalo a Francia de los dos obeliscos que flanquearan la entrada al templo de Luxor, en tierras del Nilo, aunque solo uno viajara a tierras galas y ahora se instalara frente al hotel en el que me hospedaba, donde antes se levantara la estatua ecuestre del rey Luis XV.
- Pero cuénteme algo más de usted, señorita Dunst. ¿Cómo es su vida en la ciudad? ¿Se han adaptado bien sus hermanos al día a día de aquí o, por el contrario ha tenido alguna contrariedad? – pregunté, nuevamente por esa duplicidad conformada por mi ánimo a no dejar espacio para el silencio y por mi casi necesidad de saber más y más de su persona. Aún no me atrevía a preguntarle acerca del destino de sus padres, pues sabía por vivencias propias que éstos eran tan propensos como cualquier otro ser viviente a sufrir calamidades, como bien había podido comprobar en carne propia, y no quería que el disgusto oscureciera el ánimo de nuestra charla. Enterré nuevamente mis facciones entre el ahora dulce líquido de mi bebida, al tiempo que mi pensamiento era enturbiado nuevamente por el recuerdo de mis padres, los cuales había podido contemplar una última vez ataviados en lujosas galas, con piel de color mortecino, ojos cerrados y un evidente inicio del obvio proceso de descomposición, debido a mi tardanza en llegar a Barcelona, lo cual había conseguido turbar aún más mi ya desolado e incrédulo ánimo. ”Vampiros” pensé, recordando aquella palabra que hubiera sido la razón de mi acusación de demencia hacia mi propia hermana, de no haber sido esta misma la que me mostrara ese mundo, oculto para mí hasta ese momento, del cual no sabía decidir si quería haber conocido. Aún recordaba lo difícil que había sido dormir las primeras noches, embargado tanto por el pesar como por el miedo, solo aplacado éste por la presencia de mi hermana que, aunque más pequeña, ahora más fuerte y entendida, parecía haberme otorgado la seguridad necesaria como para sobreponerme a esa desgracia que había ocurrido en nuestras vidas.
- También debo decirle, señorita Dunst, que mi corazón actualmente no tiene dueña o carcelera, como bien decís – me sinceré, contestando su pregunta y tomando de nuevo, no el manejo, si no la palabra de la conversación -. Sin embargo, yo sí puedo decir que tiempo ha que estuve enamorado, o al menos preso de algún malintencionado hechizo – sugerí con una amarga sonrisa al recordar el cariño que, ya de joven, había sentido hacia un muchacho muy cercano a mí, para aberración y escándalo de mi familia, y que era algo de lo cual no me sentía muy orgulloso, por lo que prefería ocultarlo a cuantos pudiere -. Para bien o para mal, o bien no fui correspondido, o bien no pudo llegar a más, aunque supongo que eso también ha posibilitado que hoy en día me encuentre aquí, en París, y dialogando con vos, señorita – concedí, dado que, de haber dado frutos alguno de otro de los delirios de mi corazón, quizás, en ese momento, ya habría contraído matrimonio y, en el supuesto de que pudiera haber ido a París, suponía que hubiera sido aún de menor educación invitar a aquella señorita a un café estando casado -. De todas formas, a pesar de lo que mis padres pudieran pensar, creo que aún quedan demasiados placeres por contemplar y disfrutar, al tiempo que tantos lugares por visitar, antes de retirarme al ajetreado día a día en el trabajo y la relajada cotidianidad de la vuelta a un tranquilo hogar tras una larga jornada – dije sin mentir, pero pretendiendo ocultar así la necesidad que sentía a veces por un afecto que no fuera el fraterno o paterno-filial, que quizás fuese el origen de mis no poco frecuentes fijaciones por las personas que me rodearan, como temía comenzar a sentirme hacia la señorita Dunst cuya compañía, si bien maravillosa y amigable, o bien precisamente por eso, no quería verme dispuesto a estropear
Una vez me hube explicado, procedí a no dejar decaer la conversación que hacía ya unos cuantos minutos habíamos comenzado pues, a la vez que me permitía conocer algo más de aquella encantadora jovencita, se me apetecía agradable y amena, quizás incluso bastante interesante. Lo cierto era que me agradaba, valiendo la redundancia a cometer, que le agradase mi dominio del piano, no tanto porque fuera capaz de interpretarlo como por compartir el amor que creía adivinar en sus palabras por algo que era tan vital e inherente a mí misma persona desde hacía tantos años. Lo había echado mucho de menos en los días que había pasado lejos de mi hogar, pero en esos momentos comenzaba a sentir la nueva osadía de pensar que la espera estaba comenzando a merecer la pena, precisamente por los sucesos que acababan de darse lugar.
- De todas formas, señorita Dunst, mejor guárdese esos halagos para sí hasta haberme escuchado tocar, pues espero tener la suerte de poder interpretar para usted algún momento en nuestra estancia en la ciudad. Quizás pudiera acercarse algún momento por mi hotel, donde hay salones donde… ¡pero no, no, no! ¡Perdone mi atrevimiento, señorita! No quise realmente decir eso – me disculpé, sintiendo que mis confianzas crecían demasiado raudo como para considerarse respetable y digno de alguien de mi condición que, si bien no noble, sí de alta alcurnia, importante en la sociedad catalana. La palma de mi mano izquierda cubría la parte inferior de mi rostro, apoyados únicamente las yemas de los dedos índice y corazón sobre el puente de mi nariz, pretendiendo ocultar el fuerte sonrojo que, ahora sí, se había hecho completo dueño y señor de mi piel, para mayor bochorno aún. Quién hubiera podido asegurar que aquel joven que se sentaba en la silla de aquel distinguido café se encontraba ya en plena edad casadera, en vez de tratarse de un, a la vez, tímido y ensoñador chiquillo que no pensara con suficiente claridad las consecuencias de sus actos. Cogiendo aire, pretendiendo que mi acto no efectuara ningún malsonante ruido que pudiera perturbarla, me dispuse a continuar con la actuación de explayarme -. Bien, como le iba diciendo, señorita Dunst – dije, intentando calmar con una alterada y arrepentida sonrisa mi corazón y mantener en un tono neutro y más o menos tranquilo mi voz -, déjeme recomendarle que, si algún día viaja a España, debiera visitar algunas ciudades del sur, como son Sevilla, Córdoba o Granada. ¡Oh! ¡En serio! ¡Son impresionantes! – dije sumiéndome nuevamente en un entusiasmo que parecía haberme hecho olvidar el descaro que a veces aparentaba mostrar en mis colaboraciones a la conversación - La catedral-mezquita de Córdoba, eso es algo que, sinceramente, no se puede perder. Su magnánima silueta recalcándose en contra del claro cielo que se alza sobre la ciudad, colocándose por encima del resto del lugar, lo hace un lugar mágico, pero, sin embargo no es nada comparado con el interior. Créame, señorita, si le digo de verdad que entrar en su interior, con esa severidad y solemne dignidad que presentan los lugares sagrados, es, simplemente, una experiencia sin igual, algo que ningún ser con sensibilidad para estos menesteres, como nos adivino a ambos, debe perderse. Si hay una palabra con la que podría definirlo es la de ”infinito”: una sucesión interminable de arcos que se elevan los unos sobre los otros y se extienden tanto al frente como a ambos lados – dije, dándome cuenta de que, nuevamente, me había dejado llevar por la afición que parecía mostrar por extenderme en mis explicaciones -. Y aquel castillo en granada que los reyes nazaríes denominaran ”al-Qal’a al-hambra” – intenté pronunciar con un evidente desconocimiento de la lengua árabe -, o, como la llamamos nosotros, la Alhambra. Fue el centro del rico reino taifa de Granada y en su interior guarda diversos palacios que cuentan con esos impresionantes jardines que los moros construyeron en mi tierra, en un evidente alago a aquella agua que tanto faltaba en sus lugares de origen. Imagínese, señorita, lo deslumbrante del lugar que incluso el emperador Carlos I de España y V de Alemania eligió ese emplazamiento para la construcción de su palacio, que hoy podemos contemplar junto a los rojos ladrillos de arcilla de las construcciones musulmanas.
Mi admiración por la complejidad y la falta de figuración naturalista de aquellos entramados árabes que plagaban todas sus construcciones, lo esbelto de su incomprensible escritura y su inigualable dominio del material del yeso que, si bien pobre, alcanzaba unas cotas de complejidad y magnificencia que bien pudieran haber sido inigualables. Sinceramente, aquel sur de España sería un lugar idílico donde llegar a pasar apetecibles y, desearía, largas estancias, de no ser por el insoportable sopor y calor que llegaban a soportar esas regiones, precisamente por encontrarse más abajo, geográficamente hablando.
- Y, si me permite, señorita, aún tengo otras dos recomendaciones más, estas ya no de arquitectura, si no de pintura y música, respectivamente – dije, sin poder contenerme al mencionarle unos ejemplos de mis preferencias del arte que nos era contemporáneo -. De su tierra natal admiro un pintor sin igual, su frescura en cuanto al estancamiento que el arte suele vivir en determinadas épocas de su desarrollo. Su apellido es Turner, Joseph de nombre de pila, y creo recordar que es bastante afamado en su país. Sinceramente adoro el dominio que tiene del pincel en el que, aunque parezca caótico, creo adivinar una sincera complejidad y la maestría de un genio. No sé si habrás podido contemplar una obra suya, ”Lluvia, vapor y velocidad”, pero las impresiones que recibo de ella son… sencillamente indescriptibles – dije tras apenas un titubeo, al no encontrar palabras que expresaran mis emociones y mi opinión -. El otro personaje que quiero mencionarle es el polaco Frédéric Chopin. Según he oído es un pianista sin igual y, por las partituras que he tenido el placer de contemplar y leer, es, sencillamente, espectacular. Actualmente reside en París, habiendo tenido que emigrar, aparentemente, por cuestiones políticas, por lo que espero tener también el lujo y el placer de escuchar alguno de sus conciertos en la ciudad – expliqué, desvelando uno de mis más férreos deseos en aquella capital
Recordando nuevamente su conversación, recordé que quizás debiera reconsiderar mi poca predisposición a viajar a la antigua Albión, en la que ya había estado, pero sin tener el placer de visitar el Museo Británico y su tan afamada biblioteca. Sinceramente, el arte egipcio era una de mis predilecciones a la hora de visitar, quizás por la fama que había llegado a alcanzar en los últimos años, sobretodo desde que el valí de Egipto confirmara el regalo a Francia de los dos obeliscos que flanquearan la entrada al templo de Luxor, en tierras del Nilo, aunque solo uno viajara a tierras galas y ahora se instalara frente al hotel en el que me hospedaba, donde antes se levantara la estatua ecuestre del rey Luis XV.
- Pero cuénteme algo más de usted, señorita Dunst. ¿Cómo es su vida en la ciudad? ¿Se han adaptado bien sus hermanos al día a día de aquí o, por el contrario ha tenido alguna contrariedad? – pregunté, nuevamente por esa duplicidad conformada por mi ánimo a no dejar espacio para el silencio y por mi casi necesidad de saber más y más de su persona. Aún no me atrevía a preguntarle acerca del destino de sus padres, pues sabía por vivencias propias que éstos eran tan propensos como cualquier otro ser viviente a sufrir calamidades, como bien había podido comprobar en carne propia, y no quería que el disgusto oscureciera el ánimo de nuestra charla. Enterré nuevamente mis facciones entre el ahora dulce líquido de mi bebida, al tiempo que mi pensamiento era enturbiado nuevamente por el recuerdo de mis padres, los cuales había podido contemplar una última vez ataviados en lujosas galas, con piel de color mortecino, ojos cerrados y un evidente inicio del obvio proceso de descomposición, debido a mi tardanza en llegar a Barcelona, lo cual había conseguido turbar aún más mi ya desolado e incrédulo ánimo. ”Vampiros” pensé, recordando aquella palabra que hubiera sido la razón de mi acusación de demencia hacia mi propia hermana, de no haber sido esta misma la que me mostrara ese mundo, oculto para mí hasta ese momento, del cual no sabía decidir si quería haber conocido. Aún recordaba lo difícil que había sido dormir las primeras noches, embargado tanto por el pesar como por el miedo, solo aplacado éste por la presencia de mi hermana que, aunque más pequeña, ahora más fuerte y entendida, parecía haberme otorgado la seguridad necesaria como para sobreponerme a esa desgracia que había ocurrido en nuestras vidas.
Dalmau Bonmatí- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/08/2010
Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
La sonrisa que apareció en mis labios al escuchar que no estaba comprometido se disolvió en el instante en que mi guapo acompañante prosiguió con su respuesta, si bien no sabía por carne propia o, mejor dicho, por sentimientos propios lo que era estar enamorada, sí había sido confidente de mis amigas en Londres, muchas de las cuales a estas alturas ya estaban felizmente casadas, y siempre había tenido la impresión de que era lo mejor que a un ser humano podía vivir reafirmándolo por la forma tan abierta en la que mis padres siempre se profesaron su amor, sin limitaciones, siempre abiertamente, sin mentiras, sin reproches, sin violencia de ningún tipo y por sobre todo sin dejar que aquella llama que había nacido hace ya tantos años se estinguira, habían veces en las que ni yo misma comprendía cómo era que después de tantos años ellos siguieran tan enamorados como el primer día, pero cada vez que le preguntaba a mi padre siempre me decía: “Caroline, el amor es como una flor la cual sólo necesita de agua y luz para sobrevivir, mientras no te olvides regarla ésta nunca se marchitará, sino todo lo contrario, crecerá hermosa y más fuerte que cuando recién se inició”.
Sin embargo muchas personas aseguraban que amar era la más hermosa sensación que alguien podía llegar sentir así como la peor enfermedad que alguien podía padecer y al escuchar las palabras del joven Dalmau estaba empezando a creer que estaban en lo correcto. Desde pequeña siempre soñé con enamorarme, con encontrar a aquel príncipe encantado que llegara a mí y me entregara aquello que nadie más podía entregarme, y al ver que no llegaba no me desesperé ni me desmotivé, pues sabía que llegaría tarde o temprano y si es que no lo hacía era porque simplemente Dios tenía otros planes para mí, pero nunca tuve que lidiar con un amor no correspondido y de solo pensar por lo que había tenido que pasar se me partía el corazón, por lo general las mujeres éramos mucho más sensible con el tema, pero siempre habían excepciones a la regla y nadie me podía decir que aquel muchacho no había sufrido incluso más de lo que una mujer podría llegar a sufrir por amor.
De pronto el joven hizo una observación que yo no había considerado, no porque no tuviera las aptitudes para hacerlo, sino porque no conocía las circunstancias en las que se había encontrado él antes de venir a Francia y, que Dios me perdone, pero por una parte me alegré de que él no hubiera consolidado su amor con aquella señorita puesto que de haberlo hecho nuestras vidas jamás se habrían cruzado, negándome la oportunidad de haber conocido a un hombre que si era así, tal cual se había mostrado durantes esos minutos, las veinticuatro horas del día, podía fácilmente catalogarse como uno de los más interesante que había conocido hasta el momento.
- Lamento mucho que no haya podido florecer y darse a demostrar el amor que sentías, Dalmau, de verdad lo lamento mucho, – le dije atreviéndome a llamarlo por su nombre, debido a lo personal que era la conversación, esperando que no lo incomodara – las cosas generalmente pasan por algo y, como bien mencionaste, si fue para bien o fue para mal eso solo lo sabrás con el tiempo, por el momento solo puedo decir que, siendo sincera, me alegra el haber tropezado con tu banca, en parís, interrumpiendo tu buen gusto lector, aunque haya parecido una persona bastante distraída, por no decir estúpida – le sonreí sin poder evitar que mis mejillas se tiñeran de un tenue color rosa cubriendo las pocas, casi invisibles, pecas que poseía mi rostro, tratando de hacerle ver que me alegra el que nos hubiéramos topado a pesar de que eso sólo ocurrió gracias a su mala experiencia con el amor en el pasado.
Por un momento estuve tentada a tomarle la mano en señal de apoyo, no sabía si seguía sufriendo por lo que había vivido, aunque debía reconocer que su sonrisa melancólica anterior me daba a entender que no estaba totalmente olvidado, sin embargo sus comentarios siguientes hicieron que ese tema pasara a segundo plano y me enfocara en sus palabras referentes a mi instrumento favorito y su don para él, por un momento lo miré cautivada con los ojos notoriamente brillosos de excitación artística por su ofrecimiento de tocar algo para mí, no obstante apenas mencionó la palabra hotel mi cara cambió drásticamente de felicidad a sorpresa, mis ojos se abrieron de par en par y mi sonrojo aumentaba cada vez más a medida se iba disculpando cada vez con más vehemencia.
Al principio no supe que decir, ni cómo reaccionar, aquel ofrecimiento por un completo desconocido era considerado como todo un descaro totalmente inapropiado para alguien de nuestra clase social y, para ser sincera, no me esperaba algo así de parte de él, por lo que el acto me dejaba sin palabras, no podía negar que quería seguir conociendo a aquel apuesto, misterioso y cautivador joven, pero eso se tendría que ir viendo a medida seguía la conversación. Aún sonrojada viendo como su mano izquierda cubría parte de su rostro negándome la posibilidad de ver con claridad su bello rostro le respondí con total sinceridad.
- Acepto sus disculpas pues estoy segura que sus intenciones eran educadas, monsieur, aunque debo reconocer que me sorprendieron sus palabras, por otro lado quiero hacerle saber que sería maravilloso para mi poder contemplar tan bello acto artístico que, debo decir, hace mucho tiempo no me doy el gusto de presenciar, desde.... desde ya hace un tiempo que no me doy el lujo a ir a conciertos y para que mencionar cuantas veces he estado en presencia de un joven talentoso con uno de mis instrumentos favoritos, se resumen en una sola palabra: ninguna. – sonreí dejando atrás aquel bochornoso episodio, enfocándome en el talento de monsieur Bonmatí y en que ya sería un año que no me dejaba enamorar por aquella hermosa melodía que provenían de unas teclas que habían sido imposibles de tocar para mí - Por lo que si tiene una forma de poder saciar mi necesidad de música, le estaría gratamente agradecida, le invitaría a la mansión de mi tía, pero creo que al igual que como pasó con su invitación, se vería muy mal educado, ahora bien si pudiéramos ir a visitar un teatro en el que cuenten con aquel instrumento facilitándolo por tan sólo unos minutos, o si en el vestíbulo de su hotel, a vista de todo el mundo, se encontrara ubicado el piano, sería un honor escucharlo tocar, aunque sólo fuera una pieza y así de esa manera no elogiarlo hasta tener una impresión de primera fuente acerca de su talento – dije de forma pausada con una sonrisa genuina en el rostro al imaginármelo tocar, de pronto recordé la universidad de Bellas Artes que se encontraba en París, lamentablemente no tenía información acerca de una facultad de música por lo que no sabía con claridad si es que aquella universidad contaba con alguna sala en la que pudiera presenciar al joven Dalmau inspirarse por tan bello arte.
El joven artista comenzó nuevamente a darme sugerencias para cuando conociera su hermoso país y yo no pude menos que escucharlo con atención, la pasión con la que me hablaba y la forma tan detallada en la que me explicaba cada rincón de aquella “mágica” catedral – mezquita hacían que me la imaginara como si en ese preciso momento estuviera caminando por sus pasillos, sumergiéndome con cada obra de arte sagrada que hubiera en aquel lugar el cual, según mi acompañante, daba la impresión de ser infinito, por un momento sentí un poco de melancolía al descubrir, a través de sus palabras, cuantas hermosuras habían en el mundo y de cuántas cosas me estaba perdiendo al estar allí, quizas si mi situación económica fuera precaria y supiera que no habría forma de poder conocer estos hermosos lugares, seguiría mi vida de forma normal sin pensar en imposibles, pero el hecho de que la situación familiar fuera solvente y que el lugar estuviera sólo al cruzar una frontera hacía que las ganas de poder visitar y culturizarme con estos lugares se hiciera cada vez más y más grande llegando a convertirse en una necesidad más que un lujo o capricho de niña mimada.
Seguí escuchándolo y sin poder evitarlo, sonreí antes sus palabras “como nos adivino a ambos”, por alguna extraña razón mi corazón latió un poco más rápido y un extraño escalofrío recorrió todo mi cuerpo desembocando en mi estómago, no sabía que había sido eso ni el por qué de la reacción, pero si sabía que la sonrisa se debía al hecho de que ese hombre, al igual que yo, tenía un respeto y una admiración por los lugares sagrados, el descubrir eso me hacía sentir que la torta ya estaba decorada y recién le había puesto la guinda, podrían llamarme ingenua, pero era lo único que me faltaba por saber para, francamente, declarar a ese hombre “perfecto” dentro de las imperfecciones del ser humano, sonaba bastante ingenuo ahora que lo pensaba con detenimiento, pero era lo que me hacía pensar con cada una de sus acciones y palabras.
Cuando me habló del castillo de “La Alhambra” y de cómo el propio emperador lo consideraba una autentica maravilla.
- No puedo expresarle con toda claridad la envidia que me da escucharlo, monsieur, aunque debo aclarar que es una envidia completamente sana, si no puedo dimensionar cuantas ganas me han dado de poder visitar ambos sitios con tan solo escuchar vuestra descripción ¿se imagina como quedaré cuando realmente las vea? ¡No voy a querer irme de su país! Me quedaré de por vida sólo contemplando hermosos paisajes, catedrales, museos, castillos y quizás cuántas cosas más hayan aún por descubrir, escucharlo hablar realmente me tienta a querer ver todos esos sitios por mis propios ojos y no quedarme tan sólo con sus descripciones, que si bien son detalladas, no me dejan hacerme una completa visión de todo el lugar – Dije muy entusiasmada por querer visitar el Sur de España cuanto antes.
En ese momento el joven comenzó a hablarme de pintura y mis ojos comenzaron a brillas por inercia, escuché sus palabras y la sonrisa que curvo mis labios al escuchar el nombre de Joseph, tenía mucha razón en cuanto a definir su arte como algo caótico aunque debía reconocer que lo abstracto de su arte me tenía igual de conmocionada que a él.
-Por su puesto que conozco a Mallord, sería un imperdonable que siendo de Londres no conociera a uno de sus mayores exponentes de pinturas al óleo en mi país y para que hablar de sus paisajes – le dije sonriendo – pues si he tenido la oportunidad de observar aquella pintura, si, si, si, debo reconocer que la apreciación puede ser diferente para cada persona pues muchos autores han formado su propia opinión de cómo se estructura aquella pintura mezclando tres subjetividades de las cuales dos casi no se pueden aprecias a primera vista, si recuerda la pintura podrá recordar que es vagamente reconocible cada artefacto que en ella se encuentra y para ser sincera la lluvia me cuesta mucho encontrarla, pero lo que es la velocidad, viento, vapor, me parece caóticamente perfecto, aunque la obra que realmente me gusta de él, por los matices que utiliza, es “El incendio de las Cámaras de los Lores y de los Comunes”, amo esos matices de verde y amarillo – dije soñadoramente escuchando su opinión, ahora sobre la música - Oh, monsieur, perdone mi ignorancia, puede que conozca las tonadas de aquel magnifico compositor, pero no recuerdo su nombre, lo lamento, pero sería un verdadero honor que usted me diera el placer de poder escuchar a través de sus manos una de las composiciones de las que tanto me habla - le sonreí dejando mis pensamientos volar por un segundo al imaginármelo tocar una de esas encantadoras piezas sólo para mí.
Aprovechando aquella pausa momentánea en el que, supuse, ambos estábamos pensando en lo hermosa que era la música y lo maravilloso que era poder crearla, me dispuse a tomar un sorbo de cafe, el cual ya estaba menos que tibio por lo que le di un buen sorbo mientras escuchaba la pregunta de mi acompañante.
Sus palabras me hicieron pensar antes de contestarle, estaba claro que en ningún momento de la conversación había mencionado a mis padres, pero para poder responder con total sinceridad a su pregunta debía incluirlos en la conversación y así poder hacer que el entendiera por lo que mis hermanos y yo estábamos pasando y ahí entraba el debate en mi interior en si abrir o no mis sentimientos y emociones al joven sentado frente a mis ojos.
[color=orange]- Es una pregunta algo difícil de responder, monsieur. – [color] comencé optando por hablar del tema que llevaba dentro de mi por mucho tiempo y que no había querido sacar por miedo a remover las heridas que tan bien había cubierto de hielo al quedarme como tutora de mis hermanos – Lamentablemente mis hermanos y yo no nos encontramos en la ciudad ni por placer, ni por estudios, ni por gusto, para ser sincera al principio extrañábamos nuestro Londres a tal punto de hacer nuestras maletas de viaje con intención de volver para nunca llevar el viaje a cabo. Le explico para que entienda lo que le acabo de decir pues entiendo que este medio confuso ante la incoherencia de mis anteriores palabras. Hace ya unos años sufrimos, como familia, la perdida de los pilares fundamentales en nuestro hogar: la de nuestros padres. Debo aclarar que no perdimos a ambos a la vez, pero si con una diferencia de tiempo diminuta entre uno y otro. Por temas de negocios, de los cuales debí hacerme cargo con la asesoría de un tío, nos quedamos en Inglaterra hasta que ya los recuerdos y la soledad de la inmensa casa se hicieron insostenibles para todos, las calles de la ciudad, el parque, los dormitorios, hasta la cocina eran continuos lugares que debíamos frecuentar, pero que cada vez que lo hacíamos uno de los tres de mis hermanos terminaba llorando en mis brazos preguntándome el por qué dejándome totalmente destruida por dentro sin saber que responderles – Dije tratando de demostrarme tan fuerte como lo había hecho todo ese tiempo, si bien era cierto que en ese momento les había dicho a mis hermanos que los accidentes pasaban y que nuestros padres habían sido víctima de las desgracias que pasaban en la ciudad, lo hice solamente porque nunca tuve el valor suficiente para contarles el verdadero culpable de la muerte de nuestros padres hasta que Phillipe no quiso seguir creyendo en una mentira y comenzó a atar cabos hasta el punto en el que no pude seguir ocultándole la verdad y le tuve que confesar que habían sido asesinados por “licántropos”. – En ese momento supe que no podía seguir exponiéndolos a aquel sufrimiento y decidí probar algo nuevo y aceptar las invitaciones que nos venían haciendo hace ya un tiempo, recuerdo que esa misma tarde arreglé los bolsos, fui a buscar a mis hermanos al colegio y me los traje a Francia. Actualmente no estamos quedando en la mansión de mi tía, la hermana menor de mi madre, tratando de devolverle la sonrisa a mis hermanos y las ganas de seguir viviendo, no sé si usted será hijo único o si tiene más hermanos, pero ser la hermana o hermano mayor es una responsabilidad que no todo el mundo está dispuesto a cargar, y cada vez que ves a uno de los menores llorar te preguntas qué estás haciendo mal, en qué estas fallando y por qué no puedes solucionarlo. Ahora que llevamos un poco más de seis meses en la ciudad debo decir que ha sido una terapia efectiva en su punto máximo para mi familia, mi hermano Phillipe ya sociabiliza con personas de su edad y se le quitó esa rebeldía que llego a él de un día para otro, Nicholas ya esta pintando de nuevo, vieras el paisaje que hizo ayer, se encerró en su habitación por horas hasta que lo terminó, e Isabel, ella ya está dejando que alguien le lea un cuento por las noches sin llorar implorando por que lo haga nuestra madre, se deja vestir sin hacer reclamos y ya puede salir a jugar al parque con más niñitos de su edad sabiendo que su madre no estará ahí en caso de que le pase algo malo – Le dije con un deje de melancolía, pero completamente orgullosa del progreso de mis hermanos, sin poder creer que le acababa de contar prácticamente toda mi vida a un completo desconocido y lo pero de todo era que lo que menos quería era aburrirlo con sentimentalismos familiares - ¡Oh, cuánto lo lamento! – exclamé cuando reaccioné ante mis palabras – Créame, no era mi intención aburrirlo con todo estos problemas familiares, y menos cuando apenas lo conozco, de verdad lo siento – Estaba absolutamente nerviosa, ahora que él sabía parte de mi vida me sentía completamente en desventaja y no sabía como actuar ahora en frente de él, ni siquiera me atrevía a hacerle una pregunta por miedo a que pensara que quería que estuviéramos a mano en cuanto a confesiones se refieren, siendo que yo lo único que quería era poder pasar más rato con él sin que me considerara aburrida y a lo único que atiné fue a tomar un sorbo de mi café con el fin de ocultar mi avergonzado rostro, de un sorbo me tomé todo el resto de café con leche que me quedaba, ¡Perfecto! Ahora tendría que bajar la taza y encontrarme con sus ojos... ¿Qué estaría pasando por su cabeza en estos momentos?
Sin embargo muchas personas aseguraban que amar era la más hermosa sensación que alguien podía llegar sentir así como la peor enfermedad que alguien podía padecer y al escuchar las palabras del joven Dalmau estaba empezando a creer que estaban en lo correcto. Desde pequeña siempre soñé con enamorarme, con encontrar a aquel príncipe encantado que llegara a mí y me entregara aquello que nadie más podía entregarme, y al ver que no llegaba no me desesperé ni me desmotivé, pues sabía que llegaría tarde o temprano y si es que no lo hacía era porque simplemente Dios tenía otros planes para mí, pero nunca tuve que lidiar con un amor no correspondido y de solo pensar por lo que había tenido que pasar se me partía el corazón, por lo general las mujeres éramos mucho más sensible con el tema, pero siempre habían excepciones a la regla y nadie me podía decir que aquel muchacho no había sufrido incluso más de lo que una mujer podría llegar a sufrir por amor.
De pronto el joven hizo una observación que yo no había considerado, no porque no tuviera las aptitudes para hacerlo, sino porque no conocía las circunstancias en las que se había encontrado él antes de venir a Francia y, que Dios me perdone, pero por una parte me alegré de que él no hubiera consolidado su amor con aquella señorita puesto que de haberlo hecho nuestras vidas jamás se habrían cruzado, negándome la oportunidad de haber conocido a un hombre que si era así, tal cual se había mostrado durantes esos minutos, las veinticuatro horas del día, podía fácilmente catalogarse como uno de los más interesante que había conocido hasta el momento.
- Lamento mucho que no haya podido florecer y darse a demostrar el amor que sentías, Dalmau, de verdad lo lamento mucho, – le dije atreviéndome a llamarlo por su nombre, debido a lo personal que era la conversación, esperando que no lo incomodara – las cosas generalmente pasan por algo y, como bien mencionaste, si fue para bien o fue para mal eso solo lo sabrás con el tiempo, por el momento solo puedo decir que, siendo sincera, me alegra el haber tropezado con tu banca, en parís, interrumpiendo tu buen gusto lector, aunque haya parecido una persona bastante distraída, por no decir estúpida – le sonreí sin poder evitar que mis mejillas se tiñeran de un tenue color rosa cubriendo las pocas, casi invisibles, pecas que poseía mi rostro, tratando de hacerle ver que me alegra el que nos hubiéramos topado a pesar de que eso sólo ocurrió gracias a su mala experiencia con el amor en el pasado.
Por un momento estuve tentada a tomarle la mano en señal de apoyo, no sabía si seguía sufriendo por lo que había vivido, aunque debía reconocer que su sonrisa melancólica anterior me daba a entender que no estaba totalmente olvidado, sin embargo sus comentarios siguientes hicieron que ese tema pasara a segundo plano y me enfocara en sus palabras referentes a mi instrumento favorito y su don para él, por un momento lo miré cautivada con los ojos notoriamente brillosos de excitación artística por su ofrecimiento de tocar algo para mí, no obstante apenas mencionó la palabra hotel mi cara cambió drásticamente de felicidad a sorpresa, mis ojos se abrieron de par en par y mi sonrojo aumentaba cada vez más a medida se iba disculpando cada vez con más vehemencia.
Al principio no supe que decir, ni cómo reaccionar, aquel ofrecimiento por un completo desconocido era considerado como todo un descaro totalmente inapropiado para alguien de nuestra clase social y, para ser sincera, no me esperaba algo así de parte de él, por lo que el acto me dejaba sin palabras, no podía negar que quería seguir conociendo a aquel apuesto, misterioso y cautivador joven, pero eso se tendría que ir viendo a medida seguía la conversación. Aún sonrojada viendo como su mano izquierda cubría parte de su rostro negándome la posibilidad de ver con claridad su bello rostro le respondí con total sinceridad.
- Acepto sus disculpas pues estoy segura que sus intenciones eran educadas, monsieur, aunque debo reconocer que me sorprendieron sus palabras, por otro lado quiero hacerle saber que sería maravilloso para mi poder contemplar tan bello acto artístico que, debo decir, hace mucho tiempo no me doy el gusto de presenciar, desde.... desde ya hace un tiempo que no me doy el lujo a ir a conciertos y para que mencionar cuantas veces he estado en presencia de un joven talentoso con uno de mis instrumentos favoritos, se resumen en una sola palabra: ninguna. – sonreí dejando atrás aquel bochornoso episodio, enfocándome en el talento de monsieur Bonmatí y en que ya sería un año que no me dejaba enamorar por aquella hermosa melodía que provenían de unas teclas que habían sido imposibles de tocar para mí - Por lo que si tiene una forma de poder saciar mi necesidad de música, le estaría gratamente agradecida, le invitaría a la mansión de mi tía, pero creo que al igual que como pasó con su invitación, se vería muy mal educado, ahora bien si pudiéramos ir a visitar un teatro en el que cuenten con aquel instrumento facilitándolo por tan sólo unos minutos, o si en el vestíbulo de su hotel, a vista de todo el mundo, se encontrara ubicado el piano, sería un honor escucharlo tocar, aunque sólo fuera una pieza y así de esa manera no elogiarlo hasta tener una impresión de primera fuente acerca de su talento – dije de forma pausada con una sonrisa genuina en el rostro al imaginármelo tocar, de pronto recordé la universidad de Bellas Artes que se encontraba en París, lamentablemente no tenía información acerca de una facultad de música por lo que no sabía con claridad si es que aquella universidad contaba con alguna sala en la que pudiera presenciar al joven Dalmau inspirarse por tan bello arte.
El joven artista comenzó nuevamente a darme sugerencias para cuando conociera su hermoso país y yo no pude menos que escucharlo con atención, la pasión con la que me hablaba y la forma tan detallada en la que me explicaba cada rincón de aquella “mágica” catedral – mezquita hacían que me la imaginara como si en ese preciso momento estuviera caminando por sus pasillos, sumergiéndome con cada obra de arte sagrada que hubiera en aquel lugar el cual, según mi acompañante, daba la impresión de ser infinito, por un momento sentí un poco de melancolía al descubrir, a través de sus palabras, cuantas hermosuras habían en el mundo y de cuántas cosas me estaba perdiendo al estar allí, quizas si mi situación económica fuera precaria y supiera que no habría forma de poder conocer estos hermosos lugares, seguiría mi vida de forma normal sin pensar en imposibles, pero el hecho de que la situación familiar fuera solvente y que el lugar estuviera sólo al cruzar una frontera hacía que las ganas de poder visitar y culturizarme con estos lugares se hiciera cada vez más y más grande llegando a convertirse en una necesidad más que un lujo o capricho de niña mimada.
Seguí escuchándolo y sin poder evitarlo, sonreí antes sus palabras “como nos adivino a ambos”, por alguna extraña razón mi corazón latió un poco más rápido y un extraño escalofrío recorrió todo mi cuerpo desembocando en mi estómago, no sabía que había sido eso ni el por qué de la reacción, pero si sabía que la sonrisa se debía al hecho de que ese hombre, al igual que yo, tenía un respeto y una admiración por los lugares sagrados, el descubrir eso me hacía sentir que la torta ya estaba decorada y recién le había puesto la guinda, podrían llamarme ingenua, pero era lo único que me faltaba por saber para, francamente, declarar a ese hombre “perfecto” dentro de las imperfecciones del ser humano, sonaba bastante ingenuo ahora que lo pensaba con detenimiento, pero era lo que me hacía pensar con cada una de sus acciones y palabras.
Cuando me habló del castillo de “La Alhambra” y de cómo el propio emperador lo consideraba una autentica maravilla.
- No puedo expresarle con toda claridad la envidia que me da escucharlo, monsieur, aunque debo aclarar que es una envidia completamente sana, si no puedo dimensionar cuantas ganas me han dado de poder visitar ambos sitios con tan solo escuchar vuestra descripción ¿se imagina como quedaré cuando realmente las vea? ¡No voy a querer irme de su país! Me quedaré de por vida sólo contemplando hermosos paisajes, catedrales, museos, castillos y quizás cuántas cosas más hayan aún por descubrir, escucharlo hablar realmente me tienta a querer ver todos esos sitios por mis propios ojos y no quedarme tan sólo con sus descripciones, que si bien son detalladas, no me dejan hacerme una completa visión de todo el lugar – Dije muy entusiasmada por querer visitar el Sur de España cuanto antes.
En ese momento el joven comenzó a hablarme de pintura y mis ojos comenzaron a brillas por inercia, escuché sus palabras y la sonrisa que curvo mis labios al escuchar el nombre de Joseph, tenía mucha razón en cuanto a definir su arte como algo caótico aunque debía reconocer que lo abstracto de su arte me tenía igual de conmocionada que a él.
-Por su puesto que conozco a Mallord, sería un imperdonable que siendo de Londres no conociera a uno de sus mayores exponentes de pinturas al óleo en mi país y para que hablar de sus paisajes – le dije sonriendo – pues si he tenido la oportunidad de observar aquella pintura, si, si, si, debo reconocer que la apreciación puede ser diferente para cada persona pues muchos autores han formado su propia opinión de cómo se estructura aquella pintura mezclando tres subjetividades de las cuales dos casi no se pueden aprecias a primera vista, si recuerda la pintura podrá recordar que es vagamente reconocible cada artefacto que en ella se encuentra y para ser sincera la lluvia me cuesta mucho encontrarla, pero lo que es la velocidad, viento, vapor, me parece caóticamente perfecto, aunque la obra que realmente me gusta de él, por los matices que utiliza, es “El incendio de las Cámaras de los Lores y de los Comunes”, amo esos matices de verde y amarillo – dije soñadoramente escuchando su opinión, ahora sobre la música - Oh, monsieur, perdone mi ignorancia, puede que conozca las tonadas de aquel magnifico compositor, pero no recuerdo su nombre, lo lamento, pero sería un verdadero honor que usted me diera el placer de poder escuchar a través de sus manos una de las composiciones de las que tanto me habla - le sonreí dejando mis pensamientos volar por un segundo al imaginármelo tocar una de esas encantadoras piezas sólo para mí.
Aprovechando aquella pausa momentánea en el que, supuse, ambos estábamos pensando en lo hermosa que era la música y lo maravilloso que era poder crearla, me dispuse a tomar un sorbo de cafe, el cual ya estaba menos que tibio por lo que le di un buen sorbo mientras escuchaba la pregunta de mi acompañante.
Sus palabras me hicieron pensar antes de contestarle, estaba claro que en ningún momento de la conversación había mencionado a mis padres, pero para poder responder con total sinceridad a su pregunta debía incluirlos en la conversación y así poder hacer que el entendiera por lo que mis hermanos y yo estábamos pasando y ahí entraba el debate en mi interior en si abrir o no mis sentimientos y emociones al joven sentado frente a mis ojos.
[color=orange]- Es una pregunta algo difícil de responder, monsieur. – [color] comencé optando por hablar del tema que llevaba dentro de mi por mucho tiempo y que no había querido sacar por miedo a remover las heridas que tan bien había cubierto de hielo al quedarme como tutora de mis hermanos – Lamentablemente mis hermanos y yo no nos encontramos en la ciudad ni por placer, ni por estudios, ni por gusto, para ser sincera al principio extrañábamos nuestro Londres a tal punto de hacer nuestras maletas de viaje con intención de volver para nunca llevar el viaje a cabo. Le explico para que entienda lo que le acabo de decir pues entiendo que este medio confuso ante la incoherencia de mis anteriores palabras. Hace ya unos años sufrimos, como familia, la perdida de los pilares fundamentales en nuestro hogar: la de nuestros padres. Debo aclarar que no perdimos a ambos a la vez, pero si con una diferencia de tiempo diminuta entre uno y otro. Por temas de negocios, de los cuales debí hacerme cargo con la asesoría de un tío, nos quedamos en Inglaterra hasta que ya los recuerdos y la soledad de la inmensa casa se hicieron insostenibles para todos, las calles de la ciudad, el parque, los dormitorios, hasta la cocina eran continuos lugares que debíamos frecuentar, pero que cada vez que lo hacíamos uno de los tres de mis hermanos terminaba llorando en mis brazos preguntándome el por qué dejándome totalmente destruida por dentro sin saber que responderles – Dije tratando de demostrarme tan fuerte como lo había hecho todo ese tiempo, si bien era cierto que en ese momento les había dicho a mis hermanos que los accidentes pasaban y que nuestros padres habían sido víctima de las desgracias que pasaban en la ciudad, lo hice solamente porque nunca tuve el valor suficiente para contarles el verdadero culpable de la muerte de nuestros padres hasta que Phillipe no quiso seguir creyendo en una mentira y comenzó a atar cabos hasta el punto en el que no pude seguir ocultándole la verdad y le tuve que confesar que habían sido asesinados por “licántropos”. – En ese momento supe que no podía seguir exponiéndolos a aquel sufrimiento y decidí probar algo nuevo y aceptar las invitaciones que nos venían haciendo hace ya un tiempo, recuerdo que esa misma tarde arreglé los bolsos, fui a buscar a mis hermanos al colegio y me los traje a Francia. Actualmente no estamos quedando en la mansión de mi tía, la hermana menor de mi madre, tratando de devolverle la sonrisa a mis hermanos y las ganas de seguir viviendo, no sé si usted será hijo único o si tiene más hermanos, pero ser la hermana o hermano mayor es una responsabilidad que no todo el mundo está dispuesto a cargar, y cada vez que ves a uno de los menores llorar te preguntas qué estás haciendo mal, en qué estas fallando y por qué no puedes solucionarlo. Ahora que llevamos un poco más de seis meses en la ciudad debo decir que ha sido una terapia efectiva en su punto máximo para mi familia, mi hermano Phillipe ya sociabiliza con personas de su edad y se le quitó esa rebeldía que llego a él de un día para otro, Nicholas ya esta pintando de nuevo, vieras el paisaje que hizo ayer, se encerró en su habitación por horas hasta que lo terminó, e Isabel, ella ya está dejando que alguien le lea un cuento por las noches sin llorar implorando por que lo haga nuestra madre, se deja vestir sin hacer reclamos y ya puede salir a jugar al parque con más niñitos de su edad sabiendo que su madre no estará ahí en caso de que le pase algo malo – Le dije con un deje de melancolía, pero completamente orgullosa del progreso de mis hermanos, sin poder creer que le acababa de contar prácticamente toda mi vida a un completo desconocido y lo pero de todo era que lo que menos quería era aburrirlo con sentimentalismos familiares - ¡Oh, cuánto lo lamento! – exclamé cuando reaccioné ante mis palabras – Créame, no era mi intención aburrirlo con todo estos problemas familiares, y menos cuando apenas lo conozco, de verdad lo siento – Estaba absolutamente nerviosa, ahora que él sabía parte de mi vida me sentía completamente en desventaja y no sabía como actuar ahora en frente de él, ni siquiera me atrevía a hacerle una pregunta por miedo a que pensara que quería que estuviéramos a mano en cuanto a confesiones se refieren, siendo que yo lo único que quería era poder pasar más rato con él sin que me considerara aburrida y a lo único que atiné fue a tomar un sorbo de mi café con el fin de ocultar mi avergonzado rostro, de un sorbo me tomé todo el resto de café con leche que me quedaba, ¡Perfecto! Ahora tendría que bajar la taza y encontrarme con sus ojos... ¿Qué estaría pasando por su cabeza en estos momentos?
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
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Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
La señorita Dunst se compadeció de mí al yo informarle de que las emociones que tiempo atrás hubiera sentido muy hondo, justo al lado del corazón, se fueron disolviendo poco a poco hasta desaparecer, sin llegar siquiera a llamar a las puertas de aquel órgano que, si bien algunos emplazaran en el pecho, otros se atrevieran a localizar en la cabeza o, ¡Dios no quisiera! En el alma misma, donde la ciencia o el pensar humano no pudieran llegar. Sinceramente, mi opinión al respecto, era que esperaba que aquellos hombres afanados por desentrañar los misterios del mundo no llegaran jamás a descubrir los secretos del afecto pues, de ser así, ¿qué nos quedaría? Nada; seríamos seres fríos y sin emoción, manipuladores y llenos de miedo porque otros pudieran engañarnos y controlarnos. El misterio era, es y será el origen de las emociones y, por lo tanto, de aquello que podemos denominar vida.
Ella aparentaba tristeza, yo sentía una mezcla de melancolía y alivio, que solo ayudaban a aumentar mi confusión interna. Mis padres, al igual que yo, no lograban entender que sintiera aquella extraña atracción. Mi tío, cardenal emplazado en Valencia, lo había achacado a las tentaciones del demonio, pero en un chico que había llegado incluso a dudar de la existencia de Dios o, al menos, de su presencia, esas suposiciones no llegaban a terminar de convencerle. Sí, Dalmau Bonmatí, heredero de un importante apellido y de la buena honra de una familia, aquel joven de mirada inocente y movimientos a veces torpes o apresurados, que solo hacían que resaltar una espontaneidad a veces demasiado a flor de piel, ése que ahora se encontrara en la villa de París, se había encontrado seducido por la idea de una sodomía que, aunque no literal, se acercaba por medio de la búsqueda de cariño. A veces me preguntaba qué había hecho para que Dios me castigara con tamaño sino, como si fuera una prueba a la que me costara acostumbrarme, y eso era algo que aún me hacía dudar más de la existencia de Él. Yo sentía ese horror dentro, muy hondo, y lo creía parte de mí, de mi ser, pero si nosotros estábamos hechos a imagen y semejanza de Dios, ¿entonces Dios también llevaba esos sentimientos dentro de Él? Eso era imposible, a no ser que párrocos, obispos y papas se equivocaran en sus razonamientos. A veces me hallaba perdido, pues, el paso del tiempo, solo me había hecho asegurarme de que esa enfermedad sería para siempre, que no tenía cura; ya solo me restaba una trastabillante fe.
- Sí, quizás el destino solo nos ayude a caminar, o sea Dios el que nos separe de una mala guía – contesté mostrando interés porque sus palabras me sirvieran de balsa en un mar agitado, por mucho que supiera que, después, en soledad, terminaría por volver a hacer volcar aquella endeble embarcación. Su forma de nombrarme, la confianza que tomó al llamarme Dalmau no me pasó desapercibida, no pudiendo menos de arrancarme una rauda sonrisa, efusiva e inconsciente, al creer ver que ella también sentía crecer unos pequeños esbozos de amistad, como si aquellos pequeños trazos que formásemos con cada palabra sobre un lienzo imaginario poco a poco fueran configurando un dibujo que, si bien no figurativo, se empezaba a mostrar definido, por mucho que esa lentitud que ya he mencionado se me antojase algo más rauda, aunque no por ello demasiado rápida -. De todas formas, yo también me alegro de tu torpeza en ese momento – contesté con una pequeña sonrisa, marcando la broma que había efectuado y eliminando cualquier rastro hiriente que pudiera encerrar en mis palabras -. ¿Conoce usted a Dostoievski, señorita? – pregunté interesado, no dejando marcharse aquel tema de conversación que pudiera versar sobre la lectura, es más, no solo sobre la literatura, si no sobre la buena literatura, ya que las malas novelas, obras de teatro o poesía comenzaban a aflorar como malas hierbas en cualquier rincón de nuestro mundo occidental, escritoruchos sin demasiada técnica o calidad pero que, por diversión, llegaban a alcanzar grandes cotas de reconocimiento. Sinceramente esperaba que aquella locura regresara de nuevo a un cauce más ilustre, que no por ello estricto o severo, aunque la dejadez de la gente de considerar arte a todo tipo de diversión había comenzado a corroer las mismas entrañas de tan noble palabra – Antes de nada, debo advertirle que no he logrado acabar ninguno de sus novelas, no por pesadez, ya que, sencillamente, estoy embelesado con su escritura, si no, más bien, por dejadez.
A continuación, aquella amable joven, aunque ya de hecho mujer, pareció restar importancia a mi descaro, haciéndome ver que no debía perder la compostura, algo de lo que no tenía intención, al tiempo que me tranquilizaba al mostrar que no pretendía sentirse realmente ofendida por tal hecho. Mas no tardó en aceptar, en cierta medida mi proposición, mostrándose de acuerdo en que yo le mostrara mis dotes al piano que, modestia a parte, eran bastante buenas. Al parecer ella también se encontraba con la necesidad de reencontrarse con la música tras un largo periodo de abstinencia y, ciertamente, era algo que, más que solo comprender, llegaba a considerar normal. La música era uno de los placeres de la vida que calmaba el alma y templaba el espíritu.
- No logro creerme, señorita, que no haya podido estar con ningún joven pianista procediendo usted de Londres pues, en mi estancia en la capital británica, pude comprobar que no son pocas las personas que aprenden desde muy pequeños cómo interpretar música – le expliqué, mostrando así mi asombro. Lo cierto era que esa era una costumbre bastante extendida entre las clases pudientes de toda Europa, desde la atlántica Portugal hasta la lejana y fría capital rusa, donde, me habían contado, el espíritu del pueblo era tanto o más inherente a la música como pudiera serlo en la siempre inmortal Viena, destino y hogar de ilustres músicos como Vivaldi, Mozart o Beethoven -. Sea como fuere, será un placer tocar para usted, pues precisamente me refería a un salón de mi hotel donde pudiera tocar para usted sin tener necesariamente que estar los dos solos – le expuse agradecido y mostrando una feliz sonrisa porque el destino nos hubiese proporcionado una nueva oportunidad para compartir nuestra presencia y nuestra relación no quedara estancada y sentenciada a un único y casi improvisado encuentro
Al parecer, Caroline se había mostrado encantada de que yo le relatara y expresara el amor que sentía por parte de aquel lugar al que llamaba país, pero al que muchos de mis compatriotas comenzaban a no considerar nación propia. Quizás pudiera sincerarme y decir que en aquel momento me hubiera apetecido invitarla a, algún día, poder visitar con ella esos lugares pues me encantaba poder enseñar a gente cosas, lugares o conocimientos que me apasionaban y que, sabía, también les apasionaría a ellos, pues eran de un gusto y parecer cercano al mío, pero hubiera sido, nuevamente, un atrevimiento; si quería invitarla a ello, tendría que esperar a que el futuro nos deparara una buena fortuna y varias coincidencias entre nuestras personas antes de poder siquiera insinuar aquello.
- Pues deberá usted tener cuidado con aquellos parajes, en verano hace tanto calor que algunos casi pudieran pensar que se encuentran en un infierno – bromeé, sabiendo que había tierras más calurosas. Aún así, mi pobre resistencia no era suficiente para ser capaz de aguantar más de los días que se pueden contar con una mano; era incluso difícil dormir por allí -. Sinceramente, amo la región de Andalucía, pero la Península es demasiado calurosa. La burguesía ha empezado a tomar la costumbre de, en periodos estivales, emigrar, en vez de al campo, a las sierras o a ciudades del norte, como prueba de ello es San Sebastián que, sinceramente, aunque algo afrancesada o refinada, también es preciosa – me expliqué amablemente, solo para darme cuenta de que, nuevamente, estaba hablando de mi tierra, como si fuera una extraña enfermedad que no me pudiese quitar de la cabeza -. Pero bueno, ya me estoy volviendo a desviar del tema – sonreí -. Quería decirle que me agrada mucho que conozca a Turner y que, al igual que a mí, le guste. Lo cierto es que me sorprendió mucho que la academia inglesa lo hubiera aceptado como un gran pintor, que en mi opinión lo es, mas las instituciones que tienden a proteger las normas y lo establecido, tanto que a veces no se preocupan en separar la buena innovación de los desechos informes de algunos autores que, por mucho que lo intenten, no llegan a una calidad artística suficiente como tal – en cierta medida entendía a las academias, pues muchos aprendices querían verse ya convertidos en grandes maestros, ambiciosos ellos, pero sin la calidad técnica o mental necesaria para hacerlo -. Lamento también decirle que no he llegado a contemplar aquella pintura que me está diciendo, aunque, mirándolo de otro modo, supongo que es otro aliciente para forzarme a ir a la ciudad de Londres, que ya, quiera o no, tengo que visitar – al paso que íbamos, el número de lugares en los que debería detenerme una vez allí iba a ser imposible de enumerar, aunque, por otro lado, mi exposición sobre mi país tampoco la dejaba mucho mejor parada a ella, que además debería viajar muchos kilómetros si tenía intención de contemplar, algún día, todas las maravillas que ya había mencionado
Si quería hacer honor a la fe que había depositado en la veracidad de sus palabras, debía entonces confiar en que jamás había escuchado el nombre de Chopin, por muy aclamado que comenzara a ser por el círculo de la alta sociedad parisina. Quizás ella no se relacionara demasiado con esas personas o, sencillamente, que aún su nombre no estaba tan divulgado como yo creía, dado su gran talento. Estaba convencido que, tarde o temprano, mucha gente le consideraría uno de los mejores compositores de piano hasta la época, aunque yo ya lo hacía.
- Si tanto ama el piano, créame, no puede dejar pasar la oportunidad de verlo o, al menos, escuchar alguna de sus composiciones – le conminé. Quizás debiera repasarme alguna de las partituras que aún andaban esperando en mi maleta antes de aquel esperado momento en el que nos encontrásemos, pero, aún arriesgándome a equivocarme, quería que mi reencuentro con el piano fuese paralelo a mi reencuentro con ella, sabiendo que, así, la experiencia sería aún más intensa
El silencio que siguió a mi retahíla de preguntas me hizo suponer que me aventuraba en un terreno pantanoso. Quizás le resultaba incómodo de hablar de sus hermanos y de su familia y probablemente hubiera debido de haber evitado ese tema de conversación, pero, sinceramente, creía que no era mi culpa, pues no sabía en dónde me estaba metiendo. Al fin, la señorita Dunst terminó por decantarse por sincerarse conmigo y hacerme cómplice de sus secretos, ya que casi arriesgaba a adivinarlos como tal. Su relato no fue feliz, aunque no por eso precisamente desagradable, escuché sus palabras atento, con una expresión seria inundando mis rasgos. La última etapa de su vida no había sido fácil, huérfana y con tres hermanos menores a los que cuidar y consolar cuando, seguramente, ella misma debiera de haber necesitado el mismo apoyo, un brazo para llorar. Yo mismo sabía a la perfección lo que se sentía al perder a los dos progenitores, y en mi caso había sido ambos a la vez. No sabía si fue por la conmoción inicial, la dirección de la factoría textil, lo cual me ocupaba gran parte de las jornadas, o, en cambio, por el brusco cambio de mi vida, pero lo cierto era que mi reacción ante aquella tragedia fue muy alejada a lo que, en principio, debiera de haber sentido. En vez de llorar a mis padres, visitar todos los días su tumba o dejar que la pesadumbre me invadiera, mi estado bien podría definirse como impasividad. No sentía, no vivía, o más bien entregaba mi vida al trabajo y ayudar a lo que restaba de mi familia, mi hermana, a entender su nueva condición, una criatura de la noche, una depredadora, un ser milenario, aquello en lo que me habían enseñado a no creer, como miembro de una clase alejada de la supuesta ignorancia del populacho. Una vampiresa. Un monstruo.
Al menos seguía siendo mi hermana y, aunque fuera una depredadora de hombres, en el más estricto sentido literal, aún la quería igual. Creía adivinar en lo más profundo de su alma y corazón, en el fondo de su mirada, que, en realidad no había cambiado, que seguía siendo la misma Laia Bonmatí con la que había crecido. En cierto modo quizás me debiera de haber sentido reacio a ayudarla por haber sido ella la causante de mi pequeño ”exilio” a Valencia, pero, en realidad sabía que sus intenciones no habían sido otras que intentar ayudarme. Si, había sido ella la que descubriera mis sentimientos hacia aquel buen y cercano amigo, horrorizada por mi confesión, pero más aún preocupada por la fortaleza de aquello que mi buena educación cristiana hubiera creado. No, no podía haberme enfadado con ella; ella me quería y yo no podía por menos que corresponderla.
Lo cierto era que me había llamado bastante la atención aquel extraño y trágico paralelismo que se había presentado entre nuestras vidas. Ambos habíamos perdido a nuestros más próximos ascendientes y, en cierta medida, yo también había tenido que estar pendiente de la evolución de mi hermana, de ayudarla en su total desconocimiento de su nueva existencia y de aliviar en la medida que pudiera su ansia de sangre. Lo cierto era que, la mayor parte de las veces, habíamos salido por las calles de la ciudad en busca de ”presas”, por mucho que ello pesara sobre mi conciencia, pero alguna que otra vez su estado había sido tan débil y penoso que no había tenido otra opción que desnudar mi muñeca y, allá por donde muchos perdieran su vida, yo perder mi sangre en pos de salvar a mi hermana, al menos por un par de noches más.
A lo largo de todo su relato no había sido capaz de pronunciar ni una sola palabra, a parte de porque no quería interrumpirla e interrumpir su confesión, porque en mi garganta se había instalado, persistente, una especie de obstrucción, bloqueando el buen funcionamiento de mis cuerdas vocales. Mis ojos habían estado firmemente posados en ella, solo retirándose para no dejar de ser descortés, a pesar de que mis rasgos habían ido reflejando la pesadumbre que se había ido apoderando de mí. Sus palabras me afectaban por lo triste de su historia, a pesar de las esperanzas que, poco a poco, se iban dibujando en el horizonte, y, porque en parte, me traían esos recuerdos que yo había logrado enterrar sin ni siquiera contar con la intención. Cuando ella hubo terminado yo, sencillamente, callé y, tragando saliva, aparté la mirada dirigiéndola nuevamente hacia el verde jardín que crecía tras aquella transparente barrera que nos protegía de una posible intemperie. Aún ese nudo de la garganta no terminaba por liberarse y, a pesar de que quizás debiera mostrar mis condolencias, sencillamente, no podía. Al cabo de unos instantes que, quizás se me hicieran, ni cortos ni largos, atemporales, volví mi vista hacia a ella y, tras un suspiro, dejé el aire pasar libremente por mi garganta, articulando las sílabas que debían configurar mis palabras.
- Mis padres también están muertos – solo logré a articular. Después, tras una leve pausa de apenas uno o dos segundos, tomé aire para proseguir -. Sucedió hace seis meses. Por aquel entonces yo me encontraba en Valencia, por lo que, cuando llegué a mi casa sus cadáveres ya yacían fríos desde hacía tiempo – y casi prefería no haber visto su estado, que hubieran inhumado ya sus cuerpos. Hubiera sido todo más sencillo; seguir hacia adelante con el menor número de trabas posibles. Mis palabras quizás eran algo rudas, pero me era difícil contenerme en aquel momento, recién abierto el baúl donde llevaba tiempo escondiendo de mí aquellos sucesos -. Recibí una carta de mi hermana al poco tiempo y no tardé en volver a Barcelona; ni siquiera me despedí de nadie – continué suspirando por aquello de lo que, en parte, me arrepentía, pues no hubiera tardado mucho en decir los motivos de mi apresurada marcha a los amigos que ya había hecho en la ciudad. Mi semblante, al igual que mi tono, era severo, casi impasible, pero desvelando tras esa máscara una grave emoción contenida, una nota suave, apenas perceptible, pero siempre presente, como el bajo que siempre suena en la zanfoña a pesar de la melodía -. Según me contó mi hermana, aquel acto había sido realizado por un hombre que la había estado rondando a ella y que se había ganado los favores de mi familia. No sé exactamente cómo sucedió, ni siquiera recuerdo si mi hermana no me lo contó o, sencillamente, mi mente colocó barreras contra sus palabras, intentando protegerme de ellas; solo recuerdo que aquel… asesino – dije intentando evitar pronunciar esa palabra, pero sin haber ninguna que pudiera expresar el odio que sintiera hacia aquel desconocido, no tuve más remedio que decantarme por aquella – escapó nada más efectuar el crimen. Mi hermana salió bien parada, en cierta medida, pero aquel… hombre – nuevamente tuve que decantarme con una palabra que no terminaba siendo de mi agrado, pero esta vez por sencilla naturaleza de aquel ser – logró infectarla con una enfermedad que hace su piel demasiado sensible a la luz del sol como para soportarla; de mostrarse en pleno día en la calle, moriría en el mismo acto – intenté explicar la situación sin comprometernos mucho y sin, siquiera, mencionar sus ”necesidades alimenticias”. Exhalé aire una última vez antes de pasar una de mis manos sobre mi frente, como si de un vano e inconsciente intento de expulsar aquella aflicción de mí se tratara
Esperé su respuesta, sin descartar que esta fuera el silencio o, siquiera, desilusionándome por esta posibilidad. Quizás ella me llegara a contestar, quizás no, eso estaba en su mano y, quizás, hubiera sido algo brusco y descortés al centrar la conversación en mis vivencias personales, pero mis palabras, en esos momentos, no eran controladas por mi consciente, sino que salían de lo más profundo de mí, como un arrebato pasional, aunque tibio y tenue. Mi voz había denotado tristeza, pero nunca un fuerte desgarro en el alma. Sea como fuere, algo no tardó demasiado en importunarnos. Fue una voz con un claro acento extranjero la que rompió aquel pequeño espacio apartado que habíamos generado al margen de los demás. Alcé mi cabeza hacia aquella figura que se había instalado hacia a nosotros con una petición de disculpa en francés, a causa de haber desposeído de cualquier privacidad a nuestra conversación, y lo que me encontré fue una sorpresa, no desagradable, pero sí inesperada.
- ¡Francisco! – exclamé casi saltando de la silla y desposeyéndome en parte de mi ya antiguo estado de ánimo. El susodicho no era si no un joven madrileño, el cual había conocido en mis, quizás no frecuentes, pero sí numerosas visitas a la ciudad que ostentaba el título de capitalidad en mi país - ¿Qué haces en París? ¡Hacía siglos que no te veía! – dije hablando en castellano, dado que él, como buen habitante del centro, no sabía dialogar en catalán. En cierto era comprensible pues, de tener que aprender todas y cada una de las hablas peninsulares, no quedaría espacio para aprender ninguna materia a mayores, incluso si estas no fuesen lingüísticas
- Ya ves – me contestó encogiéndose de hombros -. Cosas de los negocios. Al parecer mi jefe tiene pensado buscar nuevas salidas de los productos de la empresa y ha elegido París, por ser la capital más cercana, sin contar con Lisboa, claro está – sonrió el chico de cabello moreno, tez levemente oscurecida, ya no sabía si por el sol o por unos rasgos hereditarios que no compartíamos, y ojos de un color semejante a la miel -. Yo no te pregunto, porque antes me encontré con Mèrce por la Concorde, que, por cierto, te andaba buscando, y me ha contado que se trata de un capricho de tu hermana, que anda algo indispuesta últimamente – me informó con el toque de jovialidad que solía caracterizarle. ”Mèrce me anda buscando. Eso no augura nada bueno” dije frunciendo el ceño momentáneamente, pero relajando mi expresión de forma que, esperaba, mi fugaz preocupación hubiera sido imperceptible
- ¿Mèrce me está buscando? – pregunté en un tono banal, intentando restar importancia al asunto. Aquella mujer era nuestra criada, la cual casi considerábamos de la familia, y que había sobrevivido milagrosamente a la desgracia. Esos sucesos solo hicieron que unirla más a nosotros - ¿Te dijo el motivo?
- No – me contestó negando la cabeza -. La verdad es que iba apurado y no tenía demasiado tiempo para pararme a dialogar. Le dije que me pasaría a visitaros en cuanto pudiera; espero encontrarte entonces – me sonrió -. Ahora tengo que irme, que me está esperando el trabajo en otra mesa – terminó con voz algo resignada, pero sin perder la alegría que contagiaba con sus palabras
- Sí, los negocios son lo primero – dije, casi como si de un refrán o dicho popular se tratara la frase -. Nos vemos entonces en el hotel.
El muchacho se marchó, moviéndose ágil y desprendiendo un aurea de vitalidad que le quitaban los años que me sacaba. Lo cierto era que no nos conocíamos demasiado profundamente, pero el hecho de ser un conocido y, además, compatriota en aquel lugar medianamente alejado de nuestra tierra, lo hacía especialmente cercano. Tras verlo desaparecer por un arco que se perdía en un biombo, el cual, imaginé, separaba la zona común de los reservados, dirigí de nuevo toda mi atención hacia la conversación que había sido cortada por aquella espontanea aparición.
- Lo siento – me disculpé retomando el francés -. Ése era Francisco, un amigo de Madrid – le informé con una sonrisa que indicaba mi cambio, nuevamente, de ánimo, habiendo cerrado de golpe aquel baúl, aquella caja de Pandora donde me aguardara la pesadilla de lo ocurrido en Barcelona -. No deberé tardar mucho en irme; creo que mi hermana pregunta por mí – y es que no se me ocurría ningún otro motivo por el cual pudiera estar intentando dar conmigo Mèrce. Sea como fuere, volví a sentarme en aquella silla en pos de arrancar, aún, unos segundos más su compañía -. Le iba contando – recuperé el tono serio, aunque visiblemente más tranquilo – que, tras el fallecimiento de mis padres, tuve que hacerme cargo de todas las finanzas de las fábricas de textiles que son propiedad de mi familia. Creo que eso me mantuvo bastante ocupado y me obligó a no centrarme tanto en mi pesar. Mi hermana también lo llevó bastante mejor de lo que se supone que se deben llevar estos sucesos – le dije, sabiendo yo que, tenía suficiente redescubriéndose como para dejarse llevar por la pena; eso hubiera acabado con ella.
Una vez hube acabado de proseguir con la conversación, dando a entender que aún quería alargarla un poco más, me dispuse a tomar un sorbo más de la media taza de café que me quedaba. Estaba frío.
Ella aparentaba tristeza, yo sentía una mezcla de melancolía y alivio, que solo ayudaban a aumentar mi confusión interna. Mis padres, al igual que yo, no lograban entender que sintiera aquella extraña atracción. Mi tío, cardenal emplazado en Valencia, lo había achacado a las tentaciones del demonio, pero en un chico que había llegado incluso a dudar de la existencia de Dios o, al menos, de su presencia, esas suposiciones no llegaban a terminar de convencerle. Sí, Dalmau Bonmatí, heredero de un importante apellido y de la buena honra de una familia, aquel joven de mirada inocente y movimientos a veces torpes o apresurados, que solo hacían que resaltar una espontaneidad a veces demasiado a flor de piel, ése que ahora se encontrara en la villa de París, se había encontrado seducido por la idea de una sodomía que, aunque no literal, se acercaba por medio de la búsqueda de cariño. A veces me preguntaba qué había hecho para que Dios me castigara con tamaño sino, como si fuera una prueba a la que me costara acostumbrarme, y eso era algo que aún me hacía dudar más de la existencia de Él. Yo sentía ese horror dentro, muy hondo, y lo creía parte de mí, de mi ser, pero si nosotros estábamos hechos a imagen y semejanza de Dios, ¿entonces Dios también llevaba esos sentimientos dentro de Él? Eso era imposible, a no ser que párrocos, obispos y papas se equivocaran en sus razonamientos. A veces me hallaba perdido, pues, el paso del tiempo, solo me había hecho asegurarme de que esa enfermedad sería para siempre, que no tenía cura; ya solo me restaba una trastabillante fe.
- Sí, quizás el destino solo nos ayude a caminar, o sea Dios el que nos separe de una mala guía – contesté mostrando interés porque sus palabras me sirvieran de balsa en un mar agitado, por mucho que supiera que, después, en soledad, terminaría por volver a hacer volcar aquella endeble embarcación. Su forma de nombrarme, la confianza que tomó al llamarme Dalmau no me pasó desapercibida, no pudiendo menos de arrancarme una rauda sonrisa, efusiva e inconsciente, al creer ver que ella también sentía crecer unos pequeños esbozos de amistad, como si aquellos pequeños trazos que formásemos con cada palabra sobre un lienzo imaginario poco a poco fueran configurando un dibujo que, si bien no figurativo, se empezaba a mostrar definido, por mucho que esa lentitud que ya he mencionado se me antojase algo más rauda, aunque no por ello demasiado rápida -. De todas formas, yo también me alegro de tu torpeza en ese momento – contesté con una pequeña sonrisa, marcando la broma que había efectuado y eliminando cualquier rastro hiriente que pudiera encerrar en mis palabras -. ¿Conoce usted a Dostoievski, señorita? – pregunté interesado, no dejando marcharse aquel tema de conversación que pudiera versar sobre la lectura, es más, no solo sobre la literatura, si no sobre la buena literatura, ya que las malas novelas, obras de teatro o poesía comenzaban a aflorar como malas hierbas en cualquier rincón de nuestro mundo occidental, escritoruchos sin demasiada técnica o calidad pero que, por diversión, llegaban a alcanzar grandes cotas de reconocimiento. Sinceramente esperaba que aquella locura regresara de nuevo a un cauce más ilustre, que no por ello estricto o severo, aunque la dejadez de la gente de considerar arte a todo tipo de diversión había comenzado a corroer las mismas entrañas de tan noble palabra – Antes de nada, debo advertirle que no he logrado acabar ninguno de sus novelas, no por pesadez, ya que, sencillamente, estoy embelesado con su escritura, si no, más bien, por dejadez.
A continuación, aquella amable joven, aunque ya de hecho mujer, pareció restar importancia a mi descaro, haciéndome ver que no debía perder la compostura, algo de lo que no tenía intención, al tiempo que me tranquilizaba al mostrar que no pretendía sentirse realmente ofendida por tal hecho. Mas no tardó en aceptar, en cierta medida mi proposición, mostrándose de acuerdo en que yo le mostrara mis dotes al piano que, modestia a parte, eran bastante buenas. Al parecer ella también se encontraba con la necesidad de reencontrarse con la música tras un largo periodo de abstinencia y, ciertamente, era algo que, más que solo comprender, llegaba a considerar normal. La música era uno de los placeres de la vida que calmaba el alma y templaba el espíritu.
- No logro creerme, señorita, que no haya podido estar con ningún joven pianista procediendo usted de Londres pues, en mi estancia en la capital británica, pude comprobar que no son pocas las personas que aprenden desde muy pequeños cómo interpretar música – le expliqué, mostrando así mi asombro. Lo cierto era que esa era una costumbre bastante extendida entre las clases pudientes de toda Europa, desde la atlántica Portugal hasta la lejana y fría capital rusa, donde, me habían contado, el espíritu del pueblo era tanto o más inherente a la música como pudiera serlo en la siempre inmortal Viena, destino y hogar de ilustres músicos como Vivaldi, Mozart o Beethoven -. Sea como fuere, será un placer tocar para usted, pues precisamente me refería a un salón de mi hotel donde pudiera tocar para usted sin tener necesariamente que estar los dos solos – le expuse agradecido y mostrando una feliz sonrisa porque el destino nos hubiese proporcionado una nueva oportunidad para compartir nuestra presencia y nuestra relación no quedara estancada y sentenciada a un único y casi improvisado encuentro
Al parecer, Caroline se había mostrado encantada de que yo le relatara y expresara el amor que sentía por parte de aquel lugar al que llamaba país, pero al que muchos de mis compatriotas comenzaban a no considerar nación propia. Quizás pudiera sincerarme y decir que en aquel momento me hubiera apetecido invitarla a, algún día, poder visitar con ella esos lugares pues me encantaba poder enseñar a gente cosas, lugares o conocimientos que me apasionaban y que, sabía, también les apasionaría a ellos, pues eran de un gusto y parecer cercano al mío, pero hubiera sido, nuevamente, un atrevimiento; si quería invitarla a ello, tendría que esperar a que el futuro nos deparara una buena fortuna y varias coincidencias entre nuestras personas antes de poder siquiera insinuar aquello.
- Pues deberá usted tener cuidado con aquellos parajes, en verano hace tanto calor que algunos casi pudieran pensar que se encuentran en un infierno – bromeé, sabiendo que había tierras más calurosas. Aún así, mi pobre resistencia no era suficiente para ser capaz de aguantar más de los días que se pueden contar con una mano; era incluso difícil dormir por allí -. Sinceramente, amo la región de Andalucía, pero la Península es demasiado calurosa. La burguesía ha empezado a tomar la costumbre de, en periodos estivales, emigrar, en vez de al campo, a las sierras o a ciudades del norte, como prueba de ello es San Sebastián que, sinceramente, aunque algo afrancesada o refinada, también es preciosa – me expliqué amablemente, solo para darme cuenta de que, nuevamente, estaba hablando de mi tierra, como si fuera una extraña enfermedad que no me pudiese quitar de la cabeza -. Pero bueno, ya me estoy volviendo a desviar del tema – sonreí -. Quería decirle que me agrada mucho que conozca a Turner y que, al igual que a mí, le guste. Lo cierto es que me sorprendió mucho que la academia inglesa lo hubiera aceptado como un gran pintor, que en mi opinión lo es, mas las instituciones que tienden a proteger las normas y lo establecido, tanto que a veces no se preocupan en separar la buena innovación de los desechos informes de algunos autores que, por mucho que lo intenten, no llegan a una calidad artística suficiente como tal – en cierta medida entendía a las academias, pues muchos aprendices querían verse ya convertidos en grandes maestros, ambiciosos ellos, pero sin la calidad técnica o mental necesaria para hacerlo -. Lamento también decirle que no he llegado a contemplar aquella pintura que me está diciendo, aunque, mirándolo de otro modo, supongo que es otro aliciente para forzarme a ir a la ciudad de Londres, que ya, quiera o no, tengo que visitar – al paso que íbamos, el número de lugares en los que debería detenerme una vez allí iba a ser imposible de enumerar, aunque, por otro lado, mi exposición sobre mi país tampoco la dejaba mucho mejor parada a ella, que además debería viajar muchos kilómetros si tenía intención de contemplar, algún día, todas las maravillas que ya había mencionado
Si quería hacer honor a la fe que había depositado en la veracidad de sus palabras, debía entonces confiar en que jamás había escuchado el nombre de Chopin, por muy aclamado que comenzara a ser por el círculo de la alta sociedad parisina. Quizás ella no se relacionara demasiado con esas personas o, sencillamente, que aún su nombre no estaba tan divulgado como yo creía, dado su gran talento. Estaba convencido que, tarde o temprano, mucha gente le consideraría uno de los mejores compositores de piano hasta la época, aunque yo ya lo hacía.
- Si tanto ama el piano, créame, no puede dejar pasar la oportunidad de verlo o, al menos, escuchar alguna de sus composiciones – le conminé. Quizás debiera repasarme alguna de las partituras que aún andaban esperando en mi maleta antes de aquel esperado momento en el que nos encontrásemos, pero, aún arriesgándome a equivocarme, quería que mi reencuentro con el piano fuese paralelo a mi reencuentro con ella, sabiendo que, así, la experiencia sería aún más intensa
El silencio que siguió a mi retahíla de preguntas me hizo suponer que me aventuraba en un terreno pantanoso. Quizás le resultaba incómodo de hablar de sus hermanos y de su familia y probablemente hubiera debido de haber evitado ese tema de conversación, pero, sinceramente, creía que no era mi culpa, pues no sabía en dónde me estaba metiendo. Al fin, la señorita Dunst terminó por decantarse por sincerarse conmigo y hacerme cómplice de sus secretos, ya que casi arriesgaba a adivinarlos como tal. Su relato no fue feliz, aunque no por eso precisamente desagradable, escuché sus palabras atento, con una expresión seria inundando mis rasgos. La última etapa de su vida no había sido fácil, huérfana y con tres hermanos menores a los que cuidar y consolar cuando, seguramente, ella misma debiera de haber necesitado el mismo apoyo, un brazo para llorar. Yo mismo sabía a la perfección lo que se sentía al perder a los dos progenitores, y en mi caso había sido ambos a la vez. No sabía si fue por la conmoción inicial, la dirección de la factoría textil, lo cual me ocupaba gran parte de las jornadas, o, en cambio, por el brusco cambio de mi vida, pero lo cierto era que mi reacción ante aquella tragedia fue muy alejada a lo que, en principio, debiera de haber sentido. En vez de llorar a mis padres, visitar todos los días su tumba o dejar que la pesadumbre me invadiera, mi estado bien podría definirse como impasividad. No sentía, no vivía, o más bien entregaba mi vida al trabajo y ayudar a lo que restaba de mi familia, mi hermana, a entender su nueva condición, una criatura de la noche, una depredadora, un ser milenario, aquello en lo que me habían enseñado a no creer, como miembro de una clase alejada de la supuesta ignorancia del populacho. Una vampiresa. Un monstruo.
Al menos seguía siendo mi hermana y, aunque fuera una depredadora de hombres, en el más estricto sentido literal, aún la quería igual. Creía adivinar en lo más profundo de su alma y corazón, en el fondo de su mirada, que, en realidad no había cambiado, que seguía siendo la misma Laia Bonmatí con la que había crecido. En cierto modo quizás me debiera de haber sentido reacio a ayudarla por haber sido ella la causante de mi pequeño ”exilio” a Valencia, pero, en realidad sabía que sus intenciones no habían sido otras que intentar ayudarme. Si, había sido ella la que descubriera mis sentimientos hacia aquel buen y cercano amigo, horrorizada por mi confesión, pero más aún preocupada por la fortaleza de aquello que mi buena educación cristiana hubiera creado. No, no podía haberme enfadado con ella; ella me quería y yo no podía por menos que corresponderla.
Lo cierto era que me había llamado bastante la atención aquel extraño y trágico paralelismo que se había presentado entre nuestras vidas. Ambos habíamos perdido a nuestros más próximos ascendientes y, en cierta medida, yo también había tenido que estar pendiente de la evolución de mi hermana, de ayudarla en su total desconocimiento de su nueva existencia y de aliviar en la medida que pudiera su ansia de sangre. Lo cierto era que, la mayor parte de las veces, habíamos salido por las calles de la ciudad en busca de ”presas”, por mucho que ello pesara sobre mi conciencia, pero alguna que otra vez su estado había sido tan débil y penoso que no había tenido otra opción que desnudar mi muñeca y, allá por donde muchos perdieran su vida, yo perder mi sangre en pos de salvar a mi hermana, al menos por un par de noches más.
A lo largo de todo su relato no había sido capaz de pronunciar ni una sola palabra, a parte de porque no quería interrumpirla e interrumpir su confesión, porque en mi garganta se había instalado, persistente, una especie de obstrucción, bloqueando el buen funcionamiento de mis cuerdas vocales. Mis ojos habían estado firmemente posados en ella, solo retirándose para no dejar de ser descortés, a pesar de que mis rasgos habían ido reflejando la pesadumbre que se había ido apoderando de mí. Sus palabras me afectaban por lo triste de su historia, a pesar de las esperanzas que, poco a poco, se iban dibujando en el horizonte, y, porque en parte, me traían esos recuerdos que yo había logrado enterrar sin ni siquiera contar con la intención. Cuando ella hubo terminado yo, sencillamente, callé y, tragando saliva, aparté la mirada dirigiéndola nuevamente hacia el verde jardín que crecía tras aquella transparente barrera que nos protegía de una posible intemperie. Aún ese nudo de la garganta no terminaba por liberarse y, a pesar de que quizás debiera mostrar mis condolencias, sencillamente, no podía. Al cabo de unos instantes que, quizás se me hicieran, ni cortos ni largos, atemporales, volví mi vista hacia a ella y, tras un suspiro, dejé el aire pasar libremente por mi garganta, articulando las sílabas que debían configurar mis palabras.
- Mis padres también están muertos – solo logré a articular. Después, tras una leve pausa de apenas uno o dos segundos, tomé aire para proseguir -. Sucedió hace seis meses. Por aquel entonces yo me encontraba en Valencia, por lo que, cuando llegué a mi casa sus cadáveres ya yacían fríos desde hacía tiempo – y casi prefería no haber visto su estado, que hubieran inhumado ya sus cuerpos. Hubiera sido todo más sencillo; seguir hacia adelante con el menor número de trabas posibles. Mis palabras quizás eran algo rudas, pero me era difícil contenerme en aquel momento, recién abierto el baúl donde llevaba tiempo escondiendo de mí aquellos sucesos -. Recibí una carta de mi hermana al poco tiempo y no tardé en volver a Barcelona; ni siquiera me despedí de nadie – continué suspirando por aquello de lo que, en parte, me arrepentía, pues no hubiera tardado mucho en decir los motivos de mi apresurada marcha a los amigos que ya había hecho en la ciudad. Mi semblante, al igual que mi tono, era severo, casi impasible, pero desvelando tras esa máscara una grave emoción contenida, una nota suave, apenas perceptible, pero siempre presente, como el bajo que siempre suena en la zanfoña a pesar de la melodía -. Según me contó mi hermana, aquel acto había sido realizado por un hombre que la había estado rondando a ella y que se había ganado los favores de mi familia. No sé exactamente cómo sucedió, ni siquiera recuerdo si mi hermana no me lo contó o, sencillamente, mi mente colocó barreras contra sus palabras, intentando protegerme de ellas; solo recuerdo que aquel… asesino – dije intentando evitar pronunciar esa palabra, pero sin haber ninguna que pudiera expresar el odio que sintiera hacia aquel desconocido, no tuve más remedio que decantarme por aquella – escapó nada más efectuar el crimen. Mi hermana salió bien parada, en cierta medida, pero aquel… hombre – nuevamente tuve que decantarme con una palabra que no terminaba siendo de mi agrado, pero esta vez por sencilla naturaleza de aquel ser – logró infectarla con una enfermedad que hace su piel demasiado sensible a la luz del sol como para soportarla; de mostrarse en pleno día en la calle, moriría en el mismo acto – intenté explicar la situación sin comprometernos mucho y sin, siquiera, mencionar sus ”necesidades alimenticias”. Exhalé aire una última vez antes de pasar una de mis manos sobre mi frente, como si de un vano e inconsciente intento de expulsar aquella aflicción de mí se tratara
Esperé su respuesta, sin descartar que esta fuera el silencio o, siquiera, desilusionándome por esta posibilidad. Quizás ella me llegara a contestar, quizás no, eso estaba en su mano y, quizás, hubiera sido algo brusco y descortés al centrar la conversación en mis vivencias personales, pero mis palabras, en esos momentos, no eran controladas por mi consciente, sino que salían de lo más profundo de mí, como un arrebato pasional, aunque tibio y tenue. Mi voz había denotado tristeza, pero nunca un fuerte desgarro en el alma. Sea como fuere, algo no tardó demasiado en importunarnos. Fue una voz con un claro acento extranjero la que rompió aquel pequeño espacio apartado que habíamos generado al margen de los demás. Alcé mi cabeza hacia aquella figura que se había instalado hacia a nosotros con una petición de disculpa en francés, a causa de haber desposeído de cualquier privacidad a nuestra conversación, y lo que me encontré fue una sorpresa, no desagradable, pero sí inesperada.
- ¡Francisco! – exclamé casi saltando de la silla y desposeyéndome en parte de mi ya antiguo estado de ánimo. El susodicho no era si no un joven madrileño, el cual había conocido en mis, quizás no frecuentes, pero sí numerosas visitas a la ciudad que ostentaba el título de capitalidad en mi país - ¿Qué haces en París? ¡Hacía siglos que no te veía! – dije hablando en castellano, dado que él, como buen habitante del centro, no sabía dialogar en catalán. En cierto era comprensible pues, de tener que aprender todas y cada una de las hablas peninsulares, no quedaría espacio para aprender ninguna materia a mayores, incluso si estas no fuesen lingüísticas
- Ya ves – me contestó encogiéndose de hombros -. Cosas de los negocios. Al parecer mi jefe tiene pensado buscar nuevas salidas de los productos de la empresa y ha elegido París, por ser la capital más cercana, sin contar con Lisboa, claro está – sonrió el chico de cabello moreno, tez levemente oscurecida, ya no sabía si por el sol o por unos rasgos hereditarios que no compartíamos, y ojos de un color semejante a la miel -. Yo no te pregunto, porque antes me encontré con Mèrce por la Concorde, que, por cierto, te andaba buscando, y me ha contado que se trata de un capricho de tu hermana, que anda algo indispuesta últimamente – me informó con el toque de jovialidad que solía caracterizarle. ”Mèrce me anda buscando. Eso no augura nada bueno” dije frunciendo el ceño momentáneamente, pero relajando mi expresión de forma que, esperaba, mi fugaz preocupación hubiera sido imperceptible
- ¿Mèrce me está buscando? – pregunté en un tono banal, intentando restar importancia al asunto. Aquella mujer era nuestra criada, la cual casi considerábamos de la familia, y que había sobrevivido milagrosamente a la desgracia. Esos sucesos solo hicieron que unirla más a nosotros - ¿Te dijo el motivo?
- No – me contestó negando la cabeza -. La verdad es que iba apurado y no tenía demasiado tiempo para pararme a dialogar. Le dije que me pasaría a visitaros en cuanto pudiera; espero encontrarte entonces – me sonrió -. Ahora tengo que irme, que me está esperando el trabajo en otra mesa – terminó con voz algo resignada, pero sin perder la alegría que contagiaba con sus palabras
- Sí, los negocios son lo primero – dije, casi como si de un refrán o dicho popular se tratara la frase -. Nos vemos entonces en el hotel.
El muchacho se marchó, moviéndose ágil y desprendiendo un aurea de vitalidad que le quitaban los años que me sacaba. Lo cierto era que no nos conocíamos demasiado profundamente, pero el hecho de ser un conocido y, además, compatriota en aquel lugar medianamente alejado de nuestra tierra, lo hacía especialmente cercano. Tras verlo desaparecer por un arco que se perdía en un biombo, el cual, imaginé, separaba la zona común de los reservados, dirigí de nuevo toda mi atención hacia la conversación que había sido cortada por aquella espontanea aparición.
- Lo siento – me disculpé retomando el francés -. Ése era Francisco, un amigo de Madrid – le informé con una sonrisa que indicaba mi cambio, nuevamente, de ánimo, habiendo cerrado de golpe aquel baúl, aquella caja de Pandora donde me aguardara la pesadilla de lo ocurrido en Barcelona -. No deberé tardar mucho en irme; creo que mi hermana pregunta por mí – y es que no se me ocurría ningún otro motivo por el cual pudiera estar intentando dar conmigo Mèrce. Sea como fuere, volví a sentarme en aquella silla en pos de arrancar, aún, unos segundos más su compañía -. Le iba contando – recuperé el tono serio, aunque visiblemente más tranquilo – que, tras el fallecimiento de mis padres, tuve que hacerme cargo de todas las finanzas de las fábricas de textiles que son propiedad de mi familia. Creo que eso me mantuvo bastante ocupado y me obligó a no centrarme tanto en mi pesar. Mi hermana también lo llevó bastante mejor de lo que se supone que se deben llevar estos sucesos – le dije, sabiendo yo que, tenía suficiente redescubriéndose como para dejarse llevar por la pena; eso hubiera acabado con ella.
Una vez hube acabado de proseguir con la conversación, dando a entender que aún quería alargarla un poco más, me dispuse a tomar un sorbo más de la media taza de café que me quedaba. Estaba frío.
Dalmau Bonmatí- Humano Clase Alta
- Mensajes : 391
Fecha de inscripción : 08/08/2010
Re: Le temps perdu (Caroline Dunst)
Observé atentamente a mi compañero al pronunciar su nombre tomándome lo poco que me quedaba de café de un sorbo, pues es estaba tibio, y me alegró ver una sonrisa en su rostro en muestra de aprobación a mi atrevimiento, pues por un momento tuve la sensación de que me llevaría una reprimenda magistral por mi comportamiento.
Seguí atenta a la conversación y en cuanto el mencionó el nombre del escritor que debía ser el autor de la obra que estaba leyendo cuando tan violentamente se vio interrumpido por mi torpeza, tuve que negar lentamente con la cabeza gacha a modo de disculpa por mi falta de conocimiento.
- Cuanto lamento decirle que no, para mi desgracia, no lo conozco, sin embargo si tiene algunas obras que pudiera recomendarme, o mejor aún, algún libro que pudiera prestarme, sería un honor perderme en un mundo totalmente paralelo con su lectura – le sonreí esperando que mi propuesta no fuera del todo descarada – Me fascina leer, pero en los últimos cuatro años otras prioridades han estado en mi vida imposibilitándome todo tipo de tiempo para mí – la sonrisa que apareció en mi rostro esta vez fue algo apenada, desde que mis padres habían muerto sólo tenía tiempo para mis hermanos y la empresa, no me quejaba de ello, amaba a mi familia y estaría dispuesta a todo por ellos.
No pude menos que soltar una ligera risa, fresca como el viento otoñal, cuando hizo el comentario acerca de su dejadez, mi padre era exactamente igual por lo que lo entendía mejor de lo que se podía llegar a imaginar, sin embargo no hice ningún comentario al respecto.
La conversación rápidamente fue fluyendo hasta que llegamos a mi falta de conocimiento de piano en vivo con jóvenes ingleses, nuevamente por culpa de la falta de tiempo.
- Creo que a partir de ahora me preocuparé por hacer más contactos musicales – le sonreí encogiéndome de hombros – como le dije anteriormente mi tiempo ha sido bastante limitado en este último tiempo y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo, por fortuna puedo decir que eso ha cambiado en mi estancia en Paris, de hecho mañana, si Dios así lo quiere, me iré a inscribir en la clase de Historia del Arte con el profesor Soren Kargaroff que tengo entendido es el mejor de París, estoy muy emocionada por ello y de seguro habrá gente que le guste tanto la pintura como la música – al confesarle aquello que nadie, ni mi tíos, sabía hizo que mi ánimo subiera considerablemente tomando mayor confianza con aquel inteligente joven. – Para mí sería un verdadero placer escucharlo tocar, de todo corazón y con la mayor sinceridad del mundo se lo expreso. – Mis mejillas se sonrojaron levemente cuando él me dijo, sin intención de ponerme incómoda, que obviamente no estaríamos solos, sin embargo era tan común en mi sonrojarme que esperaba que no se hubiese dado cuenta que esta vez lo había provocado su inofensivo comentario.
La conversación siguió en un terreno seguro mientras hablábamos de su país, sin darme cuenta lo estaba mirando atentamente con ojos brillantes por la ilusión que me daban sus palabras, para los demás podría parecer que mi cara era de una mujer cautivada por la hermosura y soltura de mi acompañante, pero para mí, si bien estar en presencia de Dalmau era lo mejor que me había pasado en París hasta ahora, lo que realmente me tenía cautivada eran sus palabras y la fluidez con la que las decía, sin duda era un chico experimentado e inteligente.
- Oh, no, no, no me importa en lo absoluto que me hable de su tierra, y mucho menos si lo hace con tanta pasión, realmente enamorado de su procedencia – le dije de inmediato cuando insinuó que podía molestarme el hecho de que se desviará del tema y una sonrisa se curvó en mis labios cuando informó que posiblemente fuera a Londres – Pues si es que tiene que ir a Londres, sería un placer, si es que estoy allí, ser su guía turística – le sonreí – y si esta conversación se prolonga creando una linda amistad, por qué no, su anfitriona – estaba siendo un poco atrevida para mi condición, pero por alguna extraña razón Dalmau se había ganado mi confianza desde que sonrió ante mi descaro de llamarlo por su nombre y esperaba de todo corazón que aquello se prolongara creando un amistad perdurable en el tiempo, pronto cumpliría los veintitrés años y ya era hora de que comenzara a hacer vida social en el que podía convertirse mi nuevo hogar.
Apenada por haberme dejado llevar contándole algo que no sabía nadie más que el sacerdote, observé como Dalmau apartaba la vista de mí para posarla nuevamente en los jardines, y eso que no le había contado toda la historia, no sabía si mi acompañante estaba al tanto de aquella especie inhumana que vivía a nuestro alrededor, ni me atrevería a preguntarle cuando ni siquiera yo era consciente de que realmente existía, sin embargo las evidencias y coincidencias que pude revisar en el despacho de mi padre después de su muerte hacía que cada vez estuviera más segura de que a nuestro alrededor habitaban licántropos y que se hacía completamente imposible poder distinguirlos a plena luz del día… aquello me terminaría volviendo loca al no tener con quien conversarlo, pero aún no sentí seguridad a hablarlo ni siquiera en confesión.
Con un mirada triste contemplé como mi joven acompañante volvía a posar su mirada en mí y pensé que me daría sus condolencias, sin embargo comenzó a relatarme sus vivencias que al parecer no eran tan distintas a las mías.
Escuché su relato y una mueca afligida se mostró en mi rostro al escuchar que su pérdida había sido hace tan sólo seis meses, el hecho de saber que había sido su hermana quién le había comunicado todo y que no pudo ver a sus padres con vida antes de su ultimo respiro hizo que mi corazón, si bien no era la mejor situación para hacerlo, de cierta forma se sanara, yo había perdido a mis padres, pero había tenido algo que a aquel joven se le había arrebatado, la posibilidad de abrazar, besar, expresar el amor y ver a aquellas personas que me dieron la vida antes de que murieran había sido un reglo que no me había puesto a analizar hasta ese momento. Mi madre había muerto trágicamente una tarde, pero yo había compartido con ella toda la mañana y, como siempre, nuestro afecto había sido transparente; por otro lado mi padre, que se fue a cazar a la bestia responsable de la muerte de su amada, estuvo bajo mi responsabilidad durante todo su año de luto en el que la familia, me incluyo, pensó que su estado de lucidez lo había abandonado dejándolo en la más perfecta locura, por lo que lo había amado, cuidado, respetado y apoyado hasta el día de su muerte.
El ver su rostro sin expresión y oír su voz sin ninguna entonación que me mostrara el dolo que debía sentirse tras aquella pérdida hizo que mi mano instintivamente buscara la mano de mi compañero que reposaba sobre la mesa mostrándole de ese modo mi apoyo y confianza. Una persona se podía mostrar muy fría, pero uno nunca sabía cómo se sentía realmente por dentro. Un gemido ahogado salió de mi garganta al escuchar que aquel monstruo de hombre había quedado suelto y que su hermana estaba contagiada de aquella extraña enfermedad.
- Dios se encargará de que esa alma perdida pague por el daño que ha causado – dije acariciando su mano amigablemente en señal de apoyo, no había peor castigo que el impartido por Cristo, nuestro señor. – Lamento mucho la enfermedad de tu hermana, la cual, debo agregar, me parece bastante extraña. Estar privada de la luz solar de aquella manera debe ser un calvario para ella… ¿cómo lo hace? ¿Tú la cuidas? Me la imagino encerrada en un cuarto oscuro y mi corazón se encoge de angustia, quiero que sepas que rezaré todos los días para que se recupere o por último se encuentre pronto la cura para tan malvada enfermedad – traté de curvar mis labios en lo que debería ser una sonrisa, mas no sé si habré conseguido mi objetivo, ante tal confesión mi vida parecía estar bendecida, llena de gozo y problemas insignificantes, de golpe comencé a sentirme mal por pedir explicaciones a mi Señor o por quejarme de pequeñeces cuando gente buena y cristiana sufría cosas mucho peores que ningún ser humano merecía vivir.
De la nada se escuchó una voz haciendo que mi mirada, que estaba posada en el rostro de Dalmau, se desviara en dirección al desconocido, por un momento pensé que sería el garzón, pero no pasaron muchos segundos antes de que mi acompañante lo reconociera parándose de la mesa rápidamente para darle la bienvenida al desconocido hombre de quién sólo supe que se llamaba “Francisco”.
Esperé pacientemente a que Dalmau conversara con quien parecía ser un viejo amigo pues su conversación fue bastante fluida en un idioma que no comprendía pero si reconocía como el castellano. Un idioma fascinante en verdad. La conversación no duro mucho, muy a mi pesar pues estaba encantada con el acento que había tomado la voz de Dalmau, y con una sonrisa lo recibí nuevamente en la mesa haciendo un ligero movimiento de manos demostrándole que no tenía por qué disculparse.
Escuché su explicación y un reconfortante hormigueo pasó por mi estómago al comprobar que había recobrado su buen humor.
- Es increíble encontrar a una persona que tenga tantas cosas en común con sucesos acontecidos en mi vida – le sonreí ya no triste por la pérdida que ambos habíamos sufrido – a mí también me tocó encargarme de la empresa que con tanto esfuerzo guió mi padre luego de mi abuelo, sin embargo siempre encontraba un tiempo, por poco que fuera, para extrañarlos y pensar que el mundo se me acabaría de un día para otro, creo que de no haber sido por mis tres hermanos pequeños no sé muy bien que habría hecho y, le debo ser honesta, es la primera vez que hablo de esto con una persona distinta a un sacerdote y por felizmente siento que ya no me pesan los fantasmas del pasado – le sonreí, era verdad, por primera vez me sentía libre de toda culpa y responsabilidad al saber que lo que vivía no era nada comparado con lo que él tenía que afrontar día a día – Si su hermana lo necesita no soy yo quien lo retendrá para que no corra en su búsqueda, de seguro debe estar pasándolo terriblemente mal con la enfermedad que lleva consigo como para que más encima usted no vaya cuando lo necesita – expresé comprensiva – espero que nos volvamos a ver pronto – le sonreí parándome de la mesa juntamente con él para luego salir ambos del local sin despedirnos aún sin saber cómo podría contactar con él nuevamente, deseando que a él se le ocurriera algún método.
Seguí atenta a la conversación y en cuanto el mencionó el nombre del escritor que debía ser el autor de la obra que estaba leyendo cuando tan violentamente se vio interrumpido por mi torpeza, tuve que negar lentamente con la cabeza gacha a modo de disculpa por mi falta de conocimiento.
- Cuanto lamento decirle que no, para mi desgracia, no lo conozco, sin embargo si tiene algunas obras que pudiera recomendarme, o mejor aún, algún libro que pudiera prestarme, sería un honor perderme en un mundo totalmente paralelo con su lectura – le sonreí esperando que mi propuesta no fuera del todo descarada – Me fascina leer, pero en los últimos cuatro años otras prioridades han estado en mi vida imposibilitándome todo tipo de tiempo para mí – la sonrisa que apareció en mi rostro esta vez fue algo apenada, desde que mis padres habían muerto sólo tenía tiempo para mis hermanos y la empresa, no me quejaba de ello, amaba a mi familia y estaría dispuesta a todo por ellos.
No pude menos que soltar una ligera risa, fresca como el viento otoñal, cuando hizo el comentario acerca de su dejadez, mi padre era exactamente igual por lo que lo entendía mejor de lo que se podía llegar a imaginar, sin embargo no hice ningún comentario al respecto.
La conversación rápidamente fue fluyendo hasta que llegamos a mi falta de conocimiento de piano en vivo con jóvenes ingleses, nuevamente por culpa de la falta de tiempo.
- Creo que a partir de ahora me preocuparé por hacer más contactos musicales – le sonreí encogiéndome de hombros – como le dije anteriormente mi tiempo ha sido bastante limitado en este último tiempo y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo, por fortuna puedo decir que eso ha cambiado en mi estancia en Paris, de hecho mañana, si Dios así lo quiere, me iré a inscribir en la clase de Historia del Arte con el profesor Soren Kargaroff que tengo entendido es el mejor de París, estoy muy emocionada por ello y de seguro habrá gente que le guste tanto la pintura como la música – al confesarle aquello que nadie, ni mi tíos, sabía hizo que mi ánimo subiera considerablemente tomando mayor confianza con aquel inteligente joven. – Para mí sería un verdadero placer escucharlo tocar, de todo corazón y con la mayor sinceridad del mundo se lo expreso. – Mis mejillas se sonrojaron levemente cuando él me dijo, sin intención de ponerme incómoda, que obviamente no estaríamos solos, sin embargo era tan común en mi sonrojarme que esperaba que no se hubiese dado cuenta que esta vez lo había provocado su inofensivo comentario.
La conversación siguió en un terreno seguro mientras hablábamos de su país, sin darme cuenta lo estaba mirando atentamente con ojos brillantes por la ilusión que me daban sus palabras, para los demás podría parecer que mi cara era de una mujer cautivada por la hermosura y soltura de mi acompañante, pero para mí, si bien estar en presencia de Dalmau era lo mejor que me había pasado en París hasta ahora, lo que realmente me tenía cautivada eran sus palabras y la fluidez con la que las decía, sin duda era un chico experimentado e inteligente.
- Oh, no, no, no me importa en lo absoluto que me hable de su tierra, y mucho menos si lo hace con tanta pasión, realmente enamorado de su procedencia – le dije de inmediato cuando insinuó que podía molestarme el hecho de que se desviará del tema y una sonrisa se curvó en mis labios cuando informó que posiblemente fuera a Londres – Pues si es que tiene que ir a Londres, sería un placer, si es que estoy allí, ser su guía turística – le sonreí – y si esta conversación se prolonga creando una linda amistad, por qué no, su anfitriona – estaba siendo un poco atrevida para mi condición, pero por alguna extraña razón Dalmau se había ganado mi confianza desde que sonrió ante mi descaro de llamarlo por su nombre y esperaba de todo corazón que aquello se prolongara creando un amistad perdurable en el tiempo, pronto cumpliría los veintitrés años y ya era hora de que comenzara a hacer vida social en el que podía convertirse mi nuevo hogar.
Apenada por haberme dejado llevar contándole algo que no sabía nadie más que el sacerdote, observé como Dalmau apartaba la vista de mí para posarla nuevamente en los jardines, y eso que no le había contado toda la historia, no sabía si mi acompañante estaba al tanto de aquella especie inhumana que vivía a nuestro alrededor, ni me atrevería a preguntarle cuando ni siquiera yo era consciente de que realmente existía, sin embargo las evidencias y coincidencias que pude revisar en el despacho de mi padre después de su muerte hacía que cada vez estuviera más segura de que a nuestro alrededor habitaban licántropos y que se hacía completamente imposible poder distinguirlos a plena luz del día… aquello me terminaría volviendo loca al no tener con quien conversarlo, pero aún no sentí seguridad a hablarlo ni siquiera en confesión.
Con un mirada triste contemplé como mi joven acompañante volvía a posar su mirada en mí y pensé que me daría sus condolencias, sin embargo comenzó a relatarme sus vivencias que al parecer no eran tan distintas a las mías.
Escuché su relato y una mueca afligida se mostró en mi rostro al escuchar que su pérdida había sido hace tan sólo seis meses, el hecho de saber que había sido su hermana quién le había comunicado todo y que no pudo ver a sus padres con vida antes de su ultimo respiro hizo que mi corazón, si bien no era la mejor situación para hacerlo, de cierta forma se sanara, yo había perdido a mis padres, pero había tenido algo que a aquel joven se le había arrebatado, la posibilidad de abrazar, besar, expresar el amor y ver a aquellas personas que me dieron la vida antes de que murieran había sido un reglo que no me había puesto a analizar hasta ese momento. Mi madre había muerto trágicamente una tarde, pero yo había compartido con ella toda la mañana y, como siempre, nuestro afecto había sido transparente; por otro lado mi padre, que se fue a cazar a la bestia responsable de la muerte de su amada, estuvo bajo mi responsabilidad durante todo su año de luto en el que la familia, me incluyo, pensó que su estado de lucidez lo había abandonado dejándolo en la más perfecta locura, por lo que lo había amado, cuidado, respetado y apoyado hasta el día de su muerte.
El ver su rostro sin expresión y oír su voz sin ninguna entonación que me mostrara el dolo que debía sentirse tras aquella pérdida hizo que mi mano instintivamente buscara la mano de mi compañero que reposaba sobre la mesa mostrándole de ese modo mi apoyo y confianza. Una persona se podía mostrar muy fría, pero uno nunca sabía cómo se sentía realmente por dentro. Un gemido ahogado salió de mi garganta al escuchar que aquel monstruo de hombre había quedado suelto y que su hermana estaba contagiada de aquella extraña enfermedad.
- Dios se encargará de que esa alma perdida pague por el daño que ha causado – dije acariciando su mano amigablemente en señal de apoyo, no había peor castigo que el impartido por Cristo, nuestro señor. – Lamento mucho la enfermedad de tu hermana, la cual, debo agregar, me parece bastante extraña. Estar privada de la luz solar de aquella manera debe ser un calvario para ella… ¿cómo lo hace? ¿Tú la cuidas? Me la imagino encerrada en un cuarto oscuro y mi corazón se encoge de angustia, quiero que sepas que rezaré todos los días para que se recupere o por último se encuentre pronto la cura para tan malvada enfermedad – traté de curvar mis labios en lo que debería ser una sonrisa, mas no sé si habré conseguido mi objetivo, ante tal confesión mi vida parecía estar bendecida, llena de gozo y problemas insignificantes, de golpe comencé a sentirme mal por pedir explicaciones a mi Señor o por quejarme de pequeñeces cuando gente buena y cristiana sufría cosas mucho peores que ningún ser humano merecía vivir.
De la nada se escuchó una voz haciendo que mi mirada, que estaba posada en el rostro de Dalmau, se desviara en dirección al desconocido, por un momento pensé que sería el garzón, pero no pasaron muchos segundos antes de que mi acompañante lo reconociera parándose de la mesa rápidamente para darle la bienvenida al desconocido hombre de quién sólo supe que se llamaba “Francisco”.
Esperé pacientemente a que Dalmau conversara con quien parecía ser un viejo amigo pues su conversación fue bastante fluida en un idioma que no comprendía pero si reconocía como el castellano. Un idioma fascinante en verdad. La conversación no duro mucho, muy a mi pesar pues estaba encantada con el acento que había tomado la voz de Dalmau, y con una sonrisa lo recibí nuevamente en la mesa haciendo un ligero movimiento de manos demostrándole que no tenía por qué disculparse.
Escuché su explicación y un reconfortante hormigueo pasó por mi estómago al comprobar que había recobrado su buen humor.
- Es increíble encontrar a una persona que tenga tantas cosas en común con sucesos acontecidos en mi vida – le sonreí ya no triste por la pérdida que ambos habíamos sufrido – a mí también me tocó encargarme de la empresa que con tanto esfuerzo guió mi padre luego de mi abuelo, sin embargo siempre encontraba un tiempo, por poco que fuera, para extrañarlos y pensar que el mundo se me acabaría de un día para otro, creo que de no haber sido por mis tres hermanos pequeños no sé muy bien que habría hecho y, le debo ser honesta, es la primera vez que hablo de esto con una persona distinta a un sacerdote y por felizmente siento que ya no me pesan los fantasmas del pasado – le sonreí, era verdad, por primera vez me sentía libre de toda culpa y responsabilidad al saber que lo que vivía no era nada comparado con lo que él tenía que afrontar día a día – Si su hermana lo necesita no soy yo quien lo retendrá para que no corra en su búsqueda, de seguro debe estar pasándolo terriblemente mal con la enfermedad que lleva consigo como para que más encima usted no vaya cuando lo necesita – expresé comprensiva – espero que nos volvamos a ver pronto – le sonreí parándome de la mesa juntamente con él para luego salir ambos del local sin despedirnos aún sin saber cómo podría contactar con él nuevamente, deseando que a él se le ocurriera algún método.
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
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