AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Missa pro defunctis | Privado
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Missa pro defunctis | Privado
empieza por algo inocente
Los asientos de la improvisada sala de espera, situada en el puerto, eran mucho más incómodos de lo que parecían a simple vista. Horst lanzó una discreta mirada de repugnancia al lugar antes de sentarse, alzó un poco el saco largo que llevaba puesto, con la intención de que este no se manchara con la suciedad que había en el piso de madera hecho con tarimas, y finalmente se sentó con rigidez en la silla más cercana a la salida. Miró a su alrededor y de pronto se encontró rodeado de toda clase de personajes, todos desagradables para él. Era el único de los presentes que tenía una apariencia mucho más refinada y él verdaderamente dudaba que allí se encontrara alguien que pudiera ponerse a la par con él, al menos monetariamente hablando. Resignado, y algo arrepentido de su tonta decisión de acudir personalmente al lugar, decidió clavar sus ojos azules en el todavía más profundo azul que tenía frente a sus ojos. El olor a sal y pescado estaba tan penetrado en el ambiente que, por un momento, sintió que empezaba a picarle en los ojos y nariz. Desde su sitio podía observarse con claridad el brazo de mar del océano Atlántico, mejor conocido como La Manche, mismo que se encargaba de conectar a Inglaterra con Francia, lugar de donde procedía a persona a la que esperaba: Narcisse Capet, sobrina de Frauke, su esposa, en realidad la única sobrina que le conocía.
Mientras observaba las lejanas olas, agitándose salvajemente, con la furia propia de un bravío mar, Horst evocó las pocas memorias que conservaba de Narcisse. No recordaba nada, excepto ese encuentro entre familias, en la que una de las hermanas de su esposa, el esposo y su pequeña hija, les habían visitado en Inglaterra. Horst prestaba poca atención a los infantes, al menos desde que se enteró de que Frauke no pudo darle un hijo, así que, como era de esperarse, desde hace tiempo había volcado esa amargura en todo lo que le rodeaba. Quizá por eso es que, en esa ocasión, su interés por la pequeña Narcisse fue prácticamente nulo. Lo único que lograba recordar es que era una niña bastante flacucha, mucho más alta de lo que debía ser, y con grandes y feos dientes separados que la hacían lucir como un pequeño y parlanchín roedor. En definitiva, Narcisse no había sido una niña agraciada, ni siquiera sus ojos azules, grandes y expresivos, o sus facciones suaves, delicadas e infantiles, habían logrado rescatar un poco de los buenos genes que la estirpe que la familia de Frauke poseía, la culpa la tenía el padre de la niña, por supuesto, un pelagatos, un bueno para nada, desde el duro juicio de Neumann.
En todo caso, decidió jugársela ese día, y acudir al encuentro con Narcisse, que ahora debía tener algunos veintiocho años, casada, y seguramente con kilos de más luego de parir algún trío de niños. No podía ser de otro modo. Horst no tenía ningún interés en especial en ella, es más, no le importaba en absoluto. La única razón que lo había orillado a acudir, había sido la inquietante ansiedad que había mostrado Frauke, al saber que su adorada sobrina tendría que viajar sola en tren hasta Inglaterra. Desde el punto de vista de su esposa, suficiente tenía la joven viajando desde Francia en un barco, completamente sola, según sus propias palabras, mismas que había plasmado en la misiva que envió a su tía, avisándole de su pronta visita. Ahora, Horst ya no tenía tiempo para arrepentirse de la decisión, ya estaba allí. Suspiró aliviado cuando el barco anunció su llegada. Se puso de pie de manera automática, y sin volver la mirada atrás, acudió rápidamente hasta el sitio donde los pasajeros bajaban. Allí se plantó con suficiencia y, después de mirar su reloj de bolsillo, para corroborar que el barco había llegado a tiempo, hundió ambas manos en los bolsillos de la prenda oscura que lo protegía de la fría brisa marina. Entornó sus ojos en la masa de personas que de pronto inundó el malecón, como una de las olas más grandes habría hecho, y se quedó de pie, esperando. No había más por hacer, ya que era mucho más probable que Narcisse lo reconociera a él, que seguía siendo el mismo, aunque con algunas canas y arrugas de más, a que él pudiera identificarla a ella.
—Date prisa, Narcisse, que no tengo todo el maldito día… —murmuró con voz muy baja y entre dientes para sí mismo, a la par que movía su cabeza asintiendo, un gesto amable que brindó a un hombre desconocido y que sin razón alguna le había saludado del mismo modo.
La situación comenzaba a exasperarlo.
Mientras observaba las lejanas olas, agitándose salvajemente, con la furia propia de un bravío mar, Horst evocó las pocas memorias que conservaba de Narcisse. No recordaba nada, excepto ese encuentro entre familias, en la que una de las hermanas de su esposa, el esposo y su pequeña hija, les habían visitado en Inglaterra. Horst prestaba poca atención a los infantes, al menos desde que se enteró de que Frauke no pudo darle un hijo, así que, como era de esperarse, desde hace tiempo había volcado esa amargura en todo lo que le rodeaba. Quizá por eso es que, en esa ocasión, su interés por la pequeña Narcisse fue prácticamente nulo. Lo único que lograba recordar es que era una niña bastante flacucha, mucho más alta de lo que debía ser, y con grandes y feos dientes separados que la hacían lucir como un pequeño y parlanchín roedor. En definitiva, Narcisse no había sido una niña agraciada, ni siquiera sus ojos azules, grandes y expresivos, o sus facciones suaves, delicadas e infantiles, habían logrado rescatar un poco de los buenos genes que la estirpe que la familia de Frauke poseía, la culpa la tenía el padre de la niña, por supuesto, un pelagatos, un bueno para nada, desde el duro juicio de Neumann.
En todo caso, decidió jugársela ese día, y acudir al encuentro con Narcisse, que ahora debía tener algunos veintiocho años, casada, y seguramente con kilos de más luego de parir algún trío de niños. No podía ser de otro modo. Horst no tenía ningún interés en especial en ella, es más, no le importaba en absoluto. La única razón que lo había orillado a acudir, había sido la inquietante ansiedad que había mostrado Frauke, al saber que su adorada sobrina tendría que viajar sola en tren hasta Inglaterra. Desde el punto de vista de su esposa, suficiente tenía la joven viajando desde Francia en un barco, completamente sola, según sus propias palabras, mismas que había plasmado en la misiva que envió a su tía, avisándole de su pronta visita. Ahora, Horst ya no tenía tiempo para arrepentirse de la decisión, ya estaba allí. Suspiró aliviado cuando el barco anunció su llegada. Se puso de pie de manera automática, y sin volver la mirada atrás, acudió rápidamente hasta el sitio donde los pasajeros bajaban. Allí se plantó con suficiencia y, después de mirar su reloj de bolsillo, para corroborar que el barco había llegado a tiempo, hundió ambas manos en los bolsillos de la prenda oscura que lo protegía de la fría brisa marina. Entornó sus ojos en la masa de personas que de pronto inundó el malecón, como una de las olas más grandes habría hecho, y se quedó de pie, esperando. No había más por hacer, ya que era mucho más probable que Narcisse lo reconociera a él, que seguía siendo el mismo, aunque con algunas canas y arrugas de más, a que él pudiera identificarla a ella.
—Date prisa, Narcisse, que no tengo todo el maldito día… —murmuró con voz muy baja y entre dientes para sí mismo, a la par que movía su cabeza asintiendo, un gesto amable que brindó a un hombre desconocido y que sin razón alguna le había saludado del mismo modo.
La situación comenzaba a exasperarlo.
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Última edición por Horst Neumann el Mar Feb 25, 2014 1:17 am, editado 1 vez
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
La muerte de su marido no tendrá más de tres meses. Narcisse no había llorado una perdida, pues no la sintió, por el contrario le fue un peso menos de encima. El papa se había encargado de darle a ella los siguientes días una vida tranquila, sin que nadie perturbara su ambiente, ella se había empeñado en meterse de lleno al trabajo, así no solo olvidaría que un compañero más de vida se le fue, sino también le hacía de cuadritos la existencia a su sufrida hermana, pensar que tiene que verle la cara todos los asquerosos días en el área de los bibliotecarios le es una molestia, pero debe ser honesta, la joven es muy eficiente, por eso la ha dejado ahí. Francine no era santo de devoción de la castaña, ¿la razón? Es sencilla, recordaba los tratos tan preferentes que se le daban cuando niñas a la mosca muerta. La cara de ángel era en realidad una perra que se hacía pasar como cordero. Pensarle incluso le pone de mal humor, no está para eso, si está viajando es para distraerse, para dejar toda aquella mierda atrás. La mujer inhaló profundamente, cerró los ojos con mucha fuerza, sus manos eran pequeños círculos pues se habían formado dos puños por sus recuerdos. Negó repetidas veces recostándose de lado, el pequeño cuarto de ese camarote le hacía pensar demasiado a falta de con quien conversar. Ella está tan acostumbrada al trabajo que no ocuparse en alguna actividad le pone en ese estado.
La inquisidora avanza a paso lento entre los pasillos del barco, ha escuchado los llamados de algunos sirvientes de la estructura, les han mando a decir que preparen sus cosas pues están por arribar a su nuevo destino. La joven no tiene que preparar nada, algunos de sus subordinados lo harán por ella, no necesita mover ni siquiera un dedo, además con ese aire de superioridad que se carga, no lo hará, tiene los fondos monetarios para poder mover a gente a su antojo dándoles incluso buenos salarios, no sólo la iglesia la financia, también lo hace la herencia que le ha dejado su ex marido; sus pasos ahora la han llevado hasta el la puerta principal, pues los innovadores londinenses han creado una especie de puente para que su gente que mejor pague baje por ahí con mayor seguridad. Son sólo detalles para que el ticket tenga un precio mucho más alto. Daba igual pagar por un poco más; Según lo informado en una misiva que había llegado a su poder una semana antes de su llegada, la mujer sería recibida no sólo por su tía, sino también por su esposo. La joven suspiró, vagos recuerdos se le vienen a la memoria. Un hombre bastante serio que sólo le hablaba para lo puntual. Recordaba la mirada de su tía cuando observaba al serio Horst Neumann, una cara de espanto mezclada con sumisión. ¿Qué habría pasado en ese matrimonio? Sabía algunas cosas respecto a esa vida marital, pero no lo importante, estaba ahí para pasar vacaciones, para platicar con su tía y ponerse ambas al día. Quizás era el único familiar, o la única persona a la que amaba de forma incondicional y le mostraba en público aquel sentimiento.
- ¿Tío Horst? - Su voz ha salido con suavidad, para nada se muestra tímida, no, por el contrario, es fácil de saber que la mujer es segura a través de sus palabras, aunque apenas y se escucha su susurro, se planta con firmeza frente a la figura recta, perfecta frente a la figura masculina. Ella sonríe de forma tenue, de medio lado, se nota encantadora y hermosa, demasiado para lo normal. Narcisse a cambiado con el paso del tiempo, mantiene una figura excepcional gracias a los entrenamientos que toma dentro de la iglesia, no es una mujer que ataque sin pensarlo demasiado, lo que pasa con ella es que prefiere mantenerse en forma, las armas no son lo suyo por más hábil que sea. - Si, es usted, buenas tardes y muchas gracias por venir a traerme de forma personal - Su figura se dobla de manera armoniosa simulando una reverencia perfecta. Ante todo respeto al varón, pues eso dicen las leyes de la sociedad, y también las de Dios, según las hipócritas lineas de la Biblia. Cierra los ojos unos momentos pues está a punto de estornudar, pero con delicadeza sube su mano interrumpiendo ese acto tan maleducado. - Me sepa disculpar - Corrige su falta con palabras adornadas. No le importa en realidad si le disculpa por un acto tan natural, pero existen hombres tan exagerados, tan anticuados que más valía prevenir, a él lo recuerda un poco de esa forma. ¿El tiempo lo cambiaría? - ¿Mi tía no ha podido venir? ¿Ha pasado algo malo con ella? Espero que no, deseo verla, mi viaje tan largo vale la pena sólo por verla - Le aclara, sus mejillas se han vuelto abultadas por la sonrisa amplia al pensar en aquella mujer, hermosa, impecable, recuerda que desde pequeña desea ser de esa forma.
- La vida lo ha tratado bien, si me permite decir, se nota demasiado saludable, y su figura es envidiable para cualquiera que desea conservarse, los años no le han pasado factura, espero no se ofenda, es un grato cumplido que quiero darle, si me permite claro - Pero ella no está acostumbrada a hacer ese tipo de observaciones, quizás dependiendo de sus reacciones aprendería a tratar al hombre. Narcisse avanza con lentitud cuando su tío la guía por las calles apestosas de ese lugar. Lo cierto es que odia el pescado, odia los mariscos, odia el mar y sus derivados, le gustan los buenos olores, odia esos detalles, pero se tiene que aguantar porque es el medio de transporte más rápido para llegar al destino planeado. Avanzan en silencio ¿Qué se supone debe decir al desconocido? Le conocía de recuerdos, pero ya nada sería lo mismo, ella no era una pequeña, él… Bueno, seguía siendo él pero sólo con unos años más encima; se detienen frente a un ostentoso carruaje, les recuerda así, llenos de billetes, con el mundo sobre sus manos. ¿Qué descubriría de ese encuentro? Espera que días agradables, sólo eso.
La inquisidora avanza a paso lento entre los pasillos del barco, ha escuchado los llamados de algunos sirvientes de la estructura, les han mando a decir que preparen sus cosas pues están por arribar a su nuevo destino. La joven no tiene que preparar nada, algunos de sus subordinados lo harán por ella, no necesita mover ni siquiera un dedo, además con ese aire de superioridad que se carga, no lo hará, tiene los fondos monetarios para poder mover a gente a su antojo dándoles incluso buenos salarios, no sólo la iglesia la financia, también lo hace la herencia que le ha dejado su ex marido; sus pasos ahora la han llevado hasta el la puerta principal, pues los innovadores londinenses han creado una especie de puente para que su gente que mejor pague baje por ahí con mayor seguridad. Son sólo detalles para que el ticket tenga un precio mucho más alto. Daba igual pagar por un poco más; Según lo informado en una misiva que había llegado a su poder una semana antes de su llegada, la mujer sería recibida no sólo por su tía, sino también por su esposo. La joven suspiró, vagos recuerdos se le vienen a la memoria. Un hombre bastante serio que sólo le hablaba para lo puntual. Recordaba la mirada de su tía cuando observaba al serio Horst Neumann, una cara de espanto mezclada con sumisión. ¿Qué habría pasado en ese matrimonio? Sabía algunas cosas respecto a esa vida marital, pero no lo importante, estaba ahí para pasar vacaciones, para platicar con su tía y ponerse ambas al día. Quizás era el único familiar, o la única persona a la que amaba de forma incondicional y le mostraba en público aquel sentimiento.
- ¿Tío Horst? - Su voz ha salido con suavidad, para nada se muestra tímida, no, por el contrario, es fácil de saber que la mujer es segura a través de sus palabras, aunque apenas y se escucha su susurro, se planta con firmeza frente a la figura recta, perfecta frente a la figura masculina. Ella sonríe de forma tenue, de medio lado, se nota encantadora y hermosa, demasiado para lo normal. Narcisse a cambiado con el paso del tiempo, mantiene una figura excepcional gracias a los entrenamientos que toma dentro de la iglesia, no es una mujer que ataque sin pensarlo demasiado, lo que pasa con ella es que prefiere mantenerse en forma, las armas no son lo suyo por más hábil que sea. - Si, es usted, buenas tardes y muchas gracias por venir a traerme de forma personal - Su figura se dobla de manera armoniosa simulando una reverencia perfecta. Ante todo respeto al varón, pues eso dicen las leyes de la sociedad, y también las de Dios, según las hipócritas lineas de la Biblia. Cierra los ojos unos momentos pues está a punto de estornudar, pero con delicadeza sube su mano interrumpiendo ese acto tan maleducado. - Me sepa disculpar - Corrige su falta con palabras adornadas. No le importa en realidad si le disculpa por un acto tan natural, pero existen hombres tan exagerados, tan anticuados que más valía prevenir, a él lo recuerda un poco de esa forma. ¿El tiempo lo cambiaría? - ¿Mi tía no ha podido venir? ¿Ha pasado algo malo con ella? Espero que no, deseo verla, mi viaje tan largo vale la pena sólo por verla - Le aclara, sus mejillas se han vuelto abultadas por la sonrisa amplia al pensar en aquella mujer, hermosa, impecable, recuerda que desde pequeña desea ser de esa forma.
- La vida lo ha tratado bien, si me permite decir, se nota demasiado saludable, y su figura es envidiable para cualquiera que desea conservarse, los años no le han pasado factura, espero no se ofenda, es un grato cumplido que quiero darle, si me permite claro - Pero ella no está acostumbrada a hacer ese tipo de observaciones, quizás dependiendo de sus reacciones aprendería a tratar al hombre. Narcisse avanza con lentitud cuando su tío la guía por las calles apestosas de ese lugar. Lo cierto es que odia el pescado, odia los mariscos, odia el mar y sus derivados, le gustan los buenos olores, odia esos detalles, pero se tiene que aguantar porque es el medio de transporte más rápido para llegar al destino planeado. Avanzan en silencio ¿Qué se supone debe decir al desconocido? Le conocía de recuerdos, pero ya nada sería lo mismo, ella no era una pequeña, él… Bueno, seguía siendo él pero sólo con unos años más encima; se detienen frente a un ostentoso carruaje, les recuerda así, llenos de billetes, con el mundo sobre sus manos. ¿Qué descubriría de ese encuentro? Espera que días agradables, sólo eso.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
Finalmente, el reencuentro había resultado de lo más gratificante. La larga espera se había visto más que justificada en cuanto vio acercarse a él a una hermosa mujer de cabellera oscura que al inicio se mostró dudosa al dirigirle la palabra, pero que conforme fue expresándose, dejó salir todo el encanto que poseía.
Al inicio, Horst realmente dudó que se tratara de la Narcisse correcta, porque le parecía francamente imposible que una insulsa chiquilla, escuálida, pálida y dientona, se hubiera transformado en la exuberante mujer de rostro y cuerpo perfectos, que sus ojos, visiblemente sorprendidos, contemplaban. No se trataba de una fémina de curvas exageradas, de voluptuosos labios y excesivo maquillaje, o de vestimentas vulgares, como muchas solían conducirse por la vida en esos días, orgullosas de lucir como prostitutas, desde el machista punto de vista de Neumann, no, ella era elegante, con gracia y porte, una digna integrante de su familia, aunque fuera política. Era, en definitiva, poseía una belleza digna de admirar, por eso es que el hombre no logró apartar la vista de ella ni un instante, ni perder la oportunidad de acercarse y tomar su mano para depositar un beso sobre el dorso, y deleitarse así con la tersura que esta poseía. Toda Narcisse resultaba una verdadera delicia.
—Por supuesto que soy yo. Bienvenida a casa, Narcisse —se limitó a decir, y era realmente increíble que un hombre como Neumann se limitara a tan pocas palabras en una bienvenida, sobre todo habiendo tanto que decir, tanta belleza que adular. No había duda de que su sobrina lo había impactado.
Correspondió a su gesto amable, agradeciendo los cumplidos que la bella mujer le había hecho, y a su cálida sonrisa, misma que sólo lograba hacerla lucir aún más radiante de lo que ya de por sí era. Solamente apartó los ojos de ella para ayudarle a sujetar la gran maleta que ésta llevaba consigo. El hombre se giró para llamar al chofer del carruaje que esperaba indicaciones desde una considerable distancia, mismo que acudió al instante y que se encargó de transportar la valija hasta el elegante carro que los llevaría a su destino.
—Frauke se encuentra perfectamente bien, pero ha tenido una emergencia que la ha obligado a viajar a Francia. Dirá usted que es una coincidencia bastante irónica viniendo usted de allá, pero fue tan precipitado que no le dio oportunidad de avisárselo —respondió al cuestionamiento de la joven dama.
Por supuesto que era necesario omitir que Frauke había viajado a Francia por órdenes de él, a sabiendas de que Narcisse estaba en camino, y que la supuesta “emergencia” se trataba más bien de sus negocios sucios, mismos que su esposa sabía muy bien cómo concretar en su nombre, al menos en lo que él se le unía en el país extranjero.
—Espero que no sea una decepción para usted tener que convivir solamente conmigo durante su estancia en Inglaterra. Le prometí a Frauke que haría mi mayor esfuerzo para hacerle sentir como en su casa —sonrió por segunda ocasión, mostrando a un Horst amable y servicial que no era más que la clara necesidad de empezar a manipular la situación a su favor.
A Horst le convenía que la bella Narcisse creyera en la falsa máscara que él acababa de fabricarse con maestría, pero que sin duda, tarde o temprano terminaría por caerse, pedazo por pedazo, hasta mostrar al verdadero monstruo. El caso es que, para cuando eso ocurriera, ya sería demasiado tarde… para ella.
La tomó del brazo y cuando estuvo a punto de ayudarle a abordar su transporte, recordó.
—Frauke me comentó sobre su temeraria idea de viajar sola, pero me niego a creer que sea verdad. ¿Es cierto? ¿Nadie más le acompaña? —miró a su alrededor, en busca del resto de los visitantes—. ¿Dónde están sus hijos y su esposo? ¿Qué clase de hombre permite que su mujer se exponga de ese modo? —preguntó, sin tener la mínima idea de lo que ella respondería, pues al haber tenido tan poco interés en Narcisse éste no la había investigado, como solía hacer con todo el mundo, haciendo uso de sus cientos de contactos, no solo en Inglaterra y Alemania, sino en muchos otros lados.
Toda ella era un misterio, y es probable que eso fuera lo que más empezó a atraerle.
Al inicio, Horst realmente dudó que se tratara de la Narcisse correcta, porque le parecía francamente imposible que una insulsa chiquilla, escuálida, pálida y dientona, se hubiera transformado en la exuberante mujer de rostro y cuerpo perfectos, que sus ojos, visiblemente sorprendidos, contemplaban. No se trataba de una fémina de curvas exageradas, de voluptuosos labios y excesivo maquillaje, o de vestimentas vulgares, como muchas solían conducirse por la vida en esos días, orgullosas de lucir como prostitutas, desde el machista punto de vista de Neumann, no, ella era elegante, con gracia y porte, una digna integrante de su familia, aunque fuera política. Era, en definitiva, poseía una belleza digna de admirar, por eso es que el hombre no logró apartar la vista de ella ni un instante, ni perder la oportunidad de acercarse y tomar su mano para depositar un beso sobre el dorso, y deleitarse así con la tersura que esta poseía. Toda Narcisse resultaba una verdadera delicia.
—Por supuesto que soy yo. Bienvenida a casa, Narcisse —se limitó a decir, y era realmente increíble que un hombre como Neumann se limitara a tan pocas palabras en una bienvenida, sobre todo habiendo tanto que decir, tanta belleza que adular. No había duda de que su sobrina lo había impactado.
Correspondió a su gesto amable, agradeciendo los cumplidos que la bella mujer le había hecho, y a su cálida sonrisa, misma que sólo lograba hacerla lucir aún más radiante de lo que ya de por sí era. Solamente apartó los ojos de ella para ayudarle a sujetar la gran maleta que ésta llevaba consigo. El hombre se giró para llamar al chofer del carruaje que esperaba indicaciones desde una considerable distancia, mismo que acudió al instante y que se encargó de transportar la valija hasta el elegante carro que los llevaría a su destino.
—Frauke se encuentra perfectamente bien, pero ha tenido una emergencia que la ha obligado a viajar a Francia. Dirá usted que es una coincidencia bastante irónica viniendo usted de allá, pero fue tan precipitado que no le dio oportunidad de avisárselo —respondió al cuestionamiento de la joven dama.
Por supuesto que era necesario omitir que Frauke había viajado a Francia por órdenes de él, a sabiendas de que Narcisse estaba en camino, y que la supuesta “emergencia” se trataba más bien de sus negocios sucios, mismos que su esposa sabía muy bien cómo concretar en su nombre, al menos en lo que él se le unía en el país extranjero.
—Espero que no sea una decepción para usted tener que convivir solamente conmigo durante su estancia en Inglaterra. Le prometí a Frauke que haría mi mayor esfuerzo para hacerle sentir como en su casa —sonrió por segunda ocasión, mostrando a un Horst amable y servicial que no era más que la clara necesidad de empezar a manipular la situación a su favor.
A Horst le convenía que la bella Narcisse creyera en la falsa máscara que él acababa de fabricarse con maestría, pero que sin duda, tarde o temprano terminaría por caerse, pedazo por pedazo, hasta mostrar al verdadero monstruo. El caso es que, para cuando eso ocurriera, ya sería demasiado tarde… para ella.
La tomó del brazo y cuando estuvo a punto de ayudarle a abordar su transporte, recordó.
—Frauke me comentó sobre su temeraria idea de viajar sola, pero me niego a creer que sea verdad. ¿Es cierto? ¿Nadie más le acompaña? —miró a su alrededor, en busca del resto de los visitantes—. ¿Dónde están sus hijos y su esposo? ¿Qué clase de hombre permite que su mujer se exponga de ese modo? —preguntó, sin tener la mínima idea de lo que ella respondería, pues al haber tenido tan poco interés en Narcisse éste no la había investigado, como solía hacer con todo el mundo, haciendo uso de sus cientos de contactos, no solo en Inglaterra y Alemania, sino en muchos otros lados.
Toda ella era un misterio, y es probable que eso fuera lo que más empezó a atraerle.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
Quizás era mucho el tiempo que pasaba encerrada entre cuatro paredes en su oficina de la iglesia, la cantidad de documentos que le entregaban referentes a criaturas asesinas, las situaciones de peligro que con el tiempo vivió, y la manera tan precipitada en que sus padres murieron de esa forma tan descabella. Todo eso, e incluso algunos otros puntos le hacían estar alerta, y por esa razón sentía que algo andaba mal, algo referente a su tía. Si Narcisse conocía tanto a Frauke como creía, aquella mujer sin importar sus limitaciones de tiempo le habría enviado una misiva, cualquier cosa para ahorrarle el viaje en vano, porque si, lo había realizado sólo para estar con ella, no con ese hombre que tenía enfrente, pues no tenía gratos recuerdos provenientes de su persona, y tampoco es que su tía le contara las maravillas, así que lo mejor sería por el momento poner una sonrisa convincente, descansar un poco después de ese largo viaje, y volver a sus tierras, de dónde nunca debió salir.
- No, no me lo tome a mal, no es decepción, creo que es la oportunidad correcta y necesaria para conocernos bien tío ¿No lo cree? De pequeña nunca me tomó mucha atención - Lo último lo decía con indiferencia, pero también se podía notar en el noto de voz el resentimiento guardado durante tanto tiempo; cuando una persona va creciendo, su etapa de niñez suele marcar muchos momentos que hacen al joven un adulto de bien, o mal en el mañana. Quizás la vida de ella, su niñez ha sido mala, todo un desastre, pero ella tomó todos esos malos momentos para darse fuerza. Uno de los recuerdos que más se le pegan, es como su tía Frauke le daba ese amor incondicional, cuando ese hombre de enfrente a duras penas le lanzaba miradas. En el fondo quería creer que los años le habían dado la madurez para interactuar un poco más con su familia, aunque eso fuera casi imposible por lo lejos que se encontraban unos de otros. Además, bien podía ser que al hombre no le gustaran los niños, cosa que era completamente valida - Sin embargo, no puedo negar que el viaje lo había planeado para que en su totalidad invirtiera el tiempo en ella - Hizo una breve pausa. - Hace tanto que no la veo, las cartas no hacen justicia a lo maravillosa y hermosa que debe seguir, la idea de poder abrazarla me parecía muy cálida, para mi no hay amor más grande que el que recibía de ella en cada escrito - Aquello era cierto, por más fría, indiferente y malévola que se mostrara, el amor que le tenía a esa mujer descongelaba un poco su corazón. Su si patética hermana Francine la viera de esa manera, seguro pegaría tremendo drama por no ser ella la mujer amada.
Dejó que el silencio los acompañara por unos momentos. Resultaba ser una mujer de poco verbo, muchas veces prefería escuchar a los demás, analizar las palabras ajenas. Cuando observa como se mueven sus adversarios (intencionales o no), siempre gana terreno, pues se pone un poco más en ventaja. Aunque con su tío no tendría que tener problema en reacciones y comportamientos ¿O si? Las dudas seguían reinando su interior, al mismo tiempo que los malos presentimientos, pero acababa de llegar, toda paranoia debía permanecer en Paris, se estaba dando unas merecidas vacaciones. ¿Qué tan malo podía ser estar en el mismo techo de ese hombre? No, no había riesgo, encima mostraba una edad avanzada, muy viejo para su gusto, los años le estaban pasando la factura. Se veía bien si, pero no al grado de sus palabras adornadas, educación y un poco de hipocresía, todo eso lo había aprendido en la iglesia, por eso había subido tantos rangos, peldaños. Quedaría bien con ese hombre que tenía enfrente, pero las horas venideras, los días incluso le darían la razón o no de sus sospechas.
- Mucha elegancia - Comentó como si se tratara de cualquier cosa al acomodarse dentro de aquel carruaje. A diferencia de los otros, se notaba que la familia Neumann había invertido mucho dinero en aquel simple medio de transporte, aunque claro, no se comparaban con lo ostentoso de la iglesia. - Muy buen gusto ¿de mi tía o suyo? - Preguntó inclinando su cuerpo hacía el frente para acariciar la tela sedosa del asiento. Suspiró, su cuerpo se movía con tranquilidad, elegancia, y ese toque sensual que siempre manaba de ella. ¿para que negarlo? Le encantaba mostrar esa faceta femenina, sin llegar a caer en lo vulgar, siempre debía ser elegante, correcta, eso llamaba la atención, siempre. La viudez le sentaba mejor que su época de casada.
- Lo mejor para el final - Su rostro se movió para poder ahora posar su mirada en los orbes masculinos - Enviudé hace mucho tiempo, de hecho les envié una misiva, mi tía me confirmó en otra carta que usted mandaba sus condolencias, no alcanzamos a tener hijos afortunadamente - Se relamió los labios para poder seguir hablando - Digo afortunadamente porque sería una pena si crecieran sin una figura paterna, ya sabe - Se encogió de hombros y miró por la ventana al notar que ya comenzaban a andar - ¿Algún lugar recomendable para que pueda salir a cenar? Soy una mujer con el apetito grande - Le confirmó con una sonrisa de lado.
- Dígame tío, si desea, claro - Su rostro había dejado de lado toda buena expresión, ahora solo se mantenía inexpresivo - Ya que usted tiene múltiples ocupaciones, se que no puedo robarle mucho tiempo pero ¿había pensado en dedicarme un poco de el? - Ahora si que volvía a sonreír como esa mujer perfecta, hermosa y radiante
- No, no me lo tome a mal, no es decepción, creo que es la oportunidad correcta y necesaria para conocernos bien tío ¿No lo cree? De pequeña nunca me tomó mucha atención - Lo último lo decía con indiferencia, pero también se podía notar en el noto de voz el resentimiento guardado durante tanto tiempo; cuando una persona va creciendo, su etapa de niñez suele marcar muchos momentos que hacen al joven un adulto de bien, o mal en el mañana. Quizás la vida de ella, su niñez ha sido mala, todo un desastre, pero ella tomó todos esos malos momentos para darse fuerza. Uno de los recuerdos que más se le pegan, es como su tía Frauke le daba ese amor incondicional, cuando ese hombre de enfrente a duras penas le lanzaba miradas. En el fondo quería creer que los años le habían dado la madurez para interactuar un poco más con su familia, aunque eso fuera casi imposible por lo lejos que se encontraban unos de otros. Además, bien podía ser que al hombre no le gustaran los niños, cosa que era completamente valida - Sin embargo, no puedo negar que el viaje lo había planeado para que en su totalidad invirtiera el tiempo en ella - Hizo una breve pausa. - Hace tanto que no la veo, las cartas no hacen justicia a lo maravillosa y hermosa que debe seguir, la idea de poder abrazarla me parecía muy cálida, para mi no hay amor más grande que el que recibía de ella en cada escrito - Aquello era cierto, por más fría, indiferente y malévola que se mostrara, el amor que le tenía a esa mujer descongelaba un poco su corazón. Su si patética hermana Francine la viera de esa manera, seguro pegaría tremendo drama por no ser ella la mujer amada.
Dejó que el silencio los acompañara por unos momentos. Resultaba ser una mujer de poco verbo, muchas veces prefería escuchar a los demás, analizar las palabras ajenas. Cuando observa como se mueven sus adversarios (intencionales o no), siempre gana terreno, pues se pone un poco más en ventaja. Aunque con su tío no tendría que tener problema en reacciones y comportamientos ¿O si? Las dudas seguían reinando su interior, al mismo tiempo que los malos presentimientos, pero acababa de llegar, toda paranoia debía permanecer en Paris, se estaba dando unas merecidas vacaciones. ¿Qué tan malo podía ser estar en el mismo techo de ese hombre? No, no había riesgo, encima mostraba una edad avanzada, muy viejo para su gusto, los años le estaban pasando la factura. Se veía bien si, pero no al grado de sus palabras adornadas, educación y un poco de hipocresía, todo eso lo había aprendido en la iglesia, por eso había subido tantos rangos, peldaños. Quedaría bien con ese hombre que tenía enfrente, pero las horas venideras, los días incluso le darían la razón o no de sus sospechas.
- Mucha elegancia - Comentó como si se tratara de cualquier cosa al acomodarse dentro de aquel carruaje. A diferencia de los otros, se notaba que la familia Neumann había invertido mucho dinero en aquel simple medio de transporte, aunque claro, no se comparaban con lo ostentoso de la iglesia. - Muy buen gusto ¿de mi tía o suyo? - Preguntó inclinando su cuerpo hacía el frente para acariciar la tela sedosa del asiento. Suspiró, su cuerpo se movía con tranquilidad, elegancia, y ese toque sensual que siempre manaba de ella. ¿para que negarlo? Le encantaba mostrar esa faceta femenina, sin llegar a caer en lo vulgar, siempre debía ser elegante, correcta, eso llamaba la atención, siempre. La viudez le sentaba mejor que su época de casada.
- Lo mejor para el final - Su rostro se movió para poder ahora posar su mirada en los orbes masculinos - Enviudé hace mucho tiempo, de hecho les envié una misiva, mi tía me confirmó en otra carta que usted mandaba sus condolencias, no alcanzamos a tener hijos afortunadamente - Se relamió los labios para poder seguir hablando - Digo afortunadamente porque sería una pena si crecieran sin una figura paterna, ya sabe - Se encogió de hombros y miró por la ventana al notar que ya comenzaban a andar - ¿Algún lugar recomendable para que pueda salir a cenar? Soy una mujer con el apetito grande - Le confirmó con una sonrisa de lado.
- Dígame tío, si desea, claro - Su rostro había dejado de lado toda buena expresión, ahora solo se mantenía inexpresivo - Ya que usted tiene múltiples ocupaciones, se que no puedo robarle mucho tiempo pero ¿había pensado en dedicarme un poco de el? - Ahora si que volvía a sonreír como esa mujer perfecta, hermosa y radiante
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
—Viuda… —musitó, más para sí mismo, que para la propia Narcisse.
La noticia pareció hundirlo en un mar de pensamientos que lo absorbieron durante unos instantes. Caviló al respecto. Le llamó mucho la atención enterarse de que Frauke, su esposa, la mujer abnegada que siempre se sacrificaba o renunciaba de manera voluntaria a cualquier deseo, pasión o interés, con tal de no provocar la molestia en su iracundo esposo, le había ocultado información, o lo que era lo mismo, le había mentido. ¿Por qué Frauke había decidido no mencionarle jamás que ella y su sobrina Narcisse mantenían comunicación? ¿O se debía simplemente a un torpe descuido y había olvidado mencionarlo? No, él sabía que Frauke era sosa pero nunca idiota. Lo había ocultado a propósito e intuía que había sido con un propósito. ¿Qué cosas le habría dicho a Narcisse en esas cartas? ¿Le habría hablado mal de él a su sobrina contándole la cantidad de infamias que había cometido contra ella? Tendría que descubrirlo, Narcisse se lo diría, él lo conseguiría poco a poco, cuando se ganara su confianza.
Por otro lado, también había logrado capturar su atención la fatídica noticia del deceso del esposo de Narcisse. Resultaba muy oportuno que la sobrina que había encontrado hermosa e interesante, estuviera completamente libre, sin ningún esposo estorboso que truncara sus planes de seducirla, por que sí, quizá era demasiado pronto para pensarlo y quizá resultaba un tanto extraño en el hombre que a menudo aparentaba ser frío e indiferente ante todo, incluso ante las mujeres, pero ella le atraía, Narcisse tenía algo que lo había cautivado desde el principio. No era solamente el porte y la elegancia que la mujer poseía de manera natural, era esa aura de altivez que la rodeaba y que resultaba sumamente extraño en una mujer, puesto que estaba acostumbrado a tratar con mujeres que se desvivían en complacerlo en todos los aspecto, mientras que Narcisse parecía tener cierta rebeldía, cierta resistencia a ceder. ¿Era su imaginación? No. Bastaba ver la forma en que articulaba cada palabra, su mirada desdeñosa. Curiosamente, lejos de ofenderlo, le gustaba.
—No lo sabía —añadió cuando emergió del silencioso momento en el que se vio hundido, ya con su acostumbrada voz fuerte y grave—. Me refiero a que no estaba enterado de que estaba casada y mucho menos que su esposo falleció. Frauke debió olvidar comentármelo, en ocasiones está demasiado distraída… —una ligera mueca de molestia apareció en su rostro al mencionar la treta de su esposa. No fue un gesto a propósito, le salió instintivamente porque le molestaba pensar que Frauke aún no había aprendido la lección y seguía haciendo su voluntad en ciertas cosas. En silencio se dijo que debía mantener la calma, que ya ajustaría cuentas cuando él la alcanzara en París o cuando ambos regresaran a Inglaterra.
—Aunque, supongo que a estas alturas, a juzgar por su entereza, ya estará bastante repuesta. Se le nota radiante —dar sus “condolencias”, fue el pretexto perfecto para adular su belleza y comenzar a hacerle notar que la encontraba sumamente atractiva. Consideraba eso mucho más importante que fingir que le causaba pena la muerte del esposo de la joven, porque en realidad no le producía ningún sentimiento en particular, nada excepto regocijo por haberle dejado el camino libre.
—Conozco algunos sitios, restaurantes sumamente elegantes; con gusto te llevaré, así podré demostrarte que no soy el tío tirano que recuerdas y podré cumplir la promesa que le hice a Frauke de hacerte sentir como en casa. Ella estará feliz de que pasemos este tiempo juntos, lo sé —la hipocresía afloró en su vocabulario, en sus gestos, en todo su ser.
—No te molesta que te hable de tú, ¿verdad? Somos familia después de todo —comentó mostrando una sonrisa que era más falsa que sus supuestas buenas e inocentes intenciones.
Todo lo que necesitaba era que ella no pusiera objeción alguna a pasar tiempo con él, ya fuera en casa o en cualquier otro sitio; lo demás… eso ya era pan comido.
La noticia pareció hundirlo en un mar de pensamientos que lo absorbieron durante unos instantes. Caviló al respecto. Le llamó mucho la atención enterarse de que Frauke, su esposa, la mujer abnegada que siempre se sacrificaba o renunciaba de manera voluntaria a cualquier deseo, pasión o interés, con tal de no provocar la molestia en su iracundo esposo, le había ocultado información, o lo que era lo mismo, le había mentido. ¿Por qué Frauke había decidido no mencionarle jamás que ella y su sobrina Narcisse mantenían comunicación? ¿O se debía simplemente a un torpe descuido y había olvidado mencionarlo? No, él sabía que Frauke era sosa pero nunca idiota. Lo había ocultado a propósito e intuía que había sido con un propósito. ¿Qué cosas le habría dicho a Narcisse en esas cartas? ¿Le habría hablado mal de él a su sobrina contándole la cantidad de infamias que había cometido contra ella? Tendría que descubrirlo, Narcisse se lo diría, él lo conseguiría poco a poco, cuando se ganara su confianza.
Por otro lado, también había logrado capturar su atención la fatídica noticia del deceso del esposo de Narcisse. Resultaba muy oportuno que la sobrina que había encontrado hermosa e interesante, estuviera completamente libre, sin ningún esposo estorboso que truncara sus planes de seducirla, por que sí, quizá era demasiado pronto para pensarlo y quizá resultaba un tanto extraño en el hombre que a menudo aparentaba ser frío e indiferente ante todo, incluso ante las mujeres, pero ella le atraía, Narcisse tenía algo que lo había cautivado desde el principio. No era solamente el porte y la elegancia que la mujer poseía de manera natural, era esa aura de altivez que la rodeaba y que resultaba sumamente extraño en una mujer, puesto que estaba acostumbrado a tratar con mujeres que se desvivían en complacerlo en todos los aspecto, mientras que Narcisse parecía tener cierta rebeldía, cierta resistencia a ceder. ¿Era su imaginación? No. Bastaba ver la forma en que articulaba cada palabra, su mirada desdeñosa. Curiosamente, lejos de ofenderlo, le gustaba.
—No lo sabía —añadió cuando emergió del silencioso momento en el que se vio hundido, ya con su acostumbrada voz fuerte y grave—. Me refiero a que no estaba enterado de que estaba casada y mucho menos que su esposo falleció. Frauke debió olvidar comentármelo, en ocasiones está demasiado distraída… —una ligera mueca de molestia apareció en su rostro al mencionar la treta de su esposa. No fue un gesto a propósito, le salió instintivamente porque le molestaba pensar que Frauke aún no había aprendido la lección y seguía haciendo su voluntad en ciertas cosas. En silencio se dijo que debía mantener la calma, que ya ajustaría cuentas cuando él la alcanzara en París o cuando ambos regresaran a Inglaterra.
—Aunque, supongo que a estas alturas, a juzgar por su entereza, ya estará bastante repuesta. Se le nota radiante —dar sus “condolencias”, fue el pretexto perfecto para adular su belleza y comenzar a hacerle notar que la encontraba sumamente atractiva. Consideraba eso mucho más importante que fingir que le causaba pena la muerte del esposo de la joven, porque en realidad no le producía ningún sentimiento en particular, nada excepto regocijo por haberle dejado el camino libre.
—Conozco algunos sitios, restaurantes sumamente elegantes; con gusto te llevaré, así podré demostrarte que no soy el tío tirano que recuerdas y podré cumplir la promesa que le hice a Frauke de hacerte sentir como en casa. Ella estará feliz de que pasemos este tiempo juntos, lo sé —la hipocresía afloró en su vocabulario, en sus gestos, en todo su ser.
—No te molesta que te hable de tú, ¿verdad? Somos familia después de todo —comentó mostrando una sonrisa que era más falsa que sus supuestas buenas e inocentes intenciones.
Todo lo que necesitaba era que ella no pusiera objeción alguna a pasar tiempo con él, ya fuera en casa o en cualquier otro sitio; lo demás… eso ya era pan comido.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
Las expresiones endurecidas de la inquisidora no cambiaban, de hecho las cambiaría muy contadas veces en el transcurso de su estancia. Ella mejor que nadie conocía la historia del hombre que tenía enfrente, con su tía. A pesar de ser una mujer fría y no arraigar sentimientos por nadie, o más bien dicho, casi nadie, por aquella mujer de rubia cabellera si sentía algo. El amor de una madre que aunque sólo se limitaba a cartas y esporádicas visitas, estuvo para ella. ¿Qué pretendía su tío al decirle halagos tan bastos? Por lo que notaba, el hombre tenía más colmillo de lo imaginado para su buena suerte eso no la impresionaba. Desde hace mucho tiempo atrás nada lo hacía. Lo que indicaba que el juego había comenzado desde que subió al barco con destino a Inglaterra, quien supiera mover mejor sus piezas vencería, y como ella jamás perdía, la cosa se encontraba muy clara.
Ella sería más inteligente, más astuta, más intuitiva, más lógica y más actuación. Él nada conocía de ella gracias a la discreción de su amada tía, pero ella si conocía todo de él. La desventaja del hombre ante la mujer en esa ocasión se veía a grandes distancias, lo que la hacía pensar hasta que niveles llegaría Horst Neumann por intentar ganar esa guerra.
— ¿Es necesario acaso tocar el tema de mi fallecido esposo? — Le miró de reojo mientras acomodaba sus faldones después de haberse acomodado en un sillón. La casa era tan ostentosa que le llegaba a asquear, no porque no disfrutara de los lujos, ella misma tenía muchos, sin embargo aquellas decoraciones si le resultaban excesivas. Se notaba que a Horst le encantaba llamar la atención de sus invitados en cada minúsculo rincón. — Existen temas que considero indiscretos en demasía, si mi tía no le ha contado nada al respecto es porqué yo se lo solicité. — Se encogió de hombros con naturalidad pero sin perder esos movimientos letales dignos de una inquisidora. — La discreción de una mujer en alta sociedad, es sinónimo de educación impecable, incluso perfecta, digna del mejor esposo, ¿llevarlo a pie la convierte en alguien…? ¿Cómo dijo? ¿Despistada? — Su mirada afilada no perdía la dirección del hombre. Ella buscaba entrar al juego de palabras, el cual le resultaba mejor que incluso el de combate. Saboreó de su copa, la cual acababan de servir a su gustó, y siguió escuchando a su tío.
— Que extraño, ¿mi tía le ha pedido que tengamos convivencia? Juraba que ella me conocía lo suficiente, resulta que no me gusta pasar demasiado tiempo acompañada — Dejó su copa a un lado, se llevó un dedo al mentón dando golpecitos, señal que estaba analizando la situación — Lamento mucho mi falta de educación e interés, tío, pero debe comprender que una mujer que nació sin las enseñanzas de sus padres suele volverse muy hermética — Ahora su rostro cambió, sus expresiones mostraron esa tristeza que obviamente no sentía. — Preferiría descansar, después de eso ir al puerto para conocer los viajes próximos a París, a fin de cuentas sólo vine a visitar a mi tía, y si ella no está no tengo mucho por lo que quedarme — Negó — Sin ofender claro, pero a penas y le conozco — Sonrió de medio lado, de manera mordaz.
— No quisiera pecar de indiscreta, Dios sabe que sólo preguntaré porque me preocupa, espero no ser indiscreta — Se inclinó un poco hacía el frente para poder hablar en “privado” y que nadie pueda escuchar — ¿Por qué ha dejado que una hermosa mujer como mi tía se fuera sola? ¿No conoce los riesgos? En París adoran a las mujeres como ella, podrían intentar arrancarla de su lado — Su rostro parecía preocupado, lo cierto es que para ella habría sido mejor que su tía terminara con esa tormentosa relación, ella podría mantenerla, tenerla bajo su techo. ¿Por qué quedarse con ese hombre que encima se veía más viejo de lo que era? Recordó entonces que Frauke estaba tan estrictamente educada que jamás se atrevería a cometer semejante acto.
Quizás Narcisse estaba siendo muy dura con aquel hombre, no tenía otra forma de ser más que esa, además, tomando en cuenta todo lo que sabía de él, lo único que deseaba era desaparecerlo, al igual que a todas esas criaturas de la noche, y también a quienes se cruzaban en su camino. Algo existía en Horst Neumann que la inquisidora no deseaba cortarle la cabeza en ese preciso momento. Lo haría, sin duda lo haría, incluso buscaría la manera de apresurar el proceso, antes de llegar a la meta buscaría la manera de sacar provecho, de que su tía consiguiera poder adquirir las riquezas. El poderoso Horst terminaría por arrepentirse de todo lo que había hecho.
— ¿De verdad desea llevarme a cenar después de ver en que me he convertido? — Se puso de pie caminando por aquel pequeño salón, asomando su rostro por la ventana. Los terrenos eran inmensos, llenos de colores, de vida. ¿Su tía se habría encargado de supervisar cada detalle? Seguramente. Aquel hombre que se encontraba en su misma habitación no parecía tener esa clase de dones. Al menos tendría de consuelo la naturaleza en su permanencia en ese país.
Ella sería más inteligente, más astuta, más intuitiva, más lógica y más actuación. Él nada conocía de ella gracias a la discreción de su amada tía, pero ella si conocía todo de él. La desventaja del hombre ante la mujer en esa ocasión se veía a grandes distancias, lo que la hacía pensar hasta que niveles llegaría Horst Neumann por intentar ganar esa guerra.
— ¿Es necesario acaso tocar el tema de mi fallecido esposo? — Le miró de reojo mientras acomodaba sus faldones después de haberse acomodado en un sillón. La casa era tan ostentosa que le llegaba a asquear, no porque no disfrutara de los lujos, ella misma tenía muchos, sin embargo aquellas decoraciones si le resultaban excesivas. Se notaba que a Horst le encantaba llamar la atención de sus invitados en cada minúsculo rincón. — Existen temas que considero indiscretos en demasía, si mi tía no le ha contado nada al respecto es porqué yo se lo solicité. — Se encogió de hombros con naturalidad pero sin perder esos movimientos letales dignos de una inquisidora. — La discreción de una mujer en alta sociedad, es sinónimo de educación impecable, incluso perfecta, digna del mejor esposo, ¿llevarlo a pie la convierte en alguien…? ¿Cómo dijo? ¿Despistada? — Su mirada afilada no perdía la dirección del hombre. Ella buscaba entrar al juego de palabras, el cual le resultaba mejor que incluso el de combate. Saboreó de su copa, la cual acababan de servir a su gustó, y siguió escuchando a su tío.
— Que extraño, ¿mi tía le ha pedido que tengamos convivencia? Juraba que ella me conocía lo suficiente, resulta que no me gusta pasar demasiado tiempo acompañada — Dejó su copa a un lado, se llevó un dedo al mentón dando golpecitos, señal que estaba analizando la situación — Lamento mucho mi falta de educación e interés, tío, pero debe comprender que una mujer que nació sin las enseñanzas de sus padres suele volverse muy hermética — Ahora su rostro cambió, sus expresiones mostraron esa tristeza que obviamente no sentía. — Preferiría descansar, después de eso ir al puerto para conocer los viajes próximos a París, a fin de cuentas sólo vine a visitar a mi tía, y si ella no está no tengo mucho por lo que quedarme — Negó — Sin ofender claro, pero a penas y le conozco — Sonrió de medio lado, de manera mordaz.
— No quisiera pecar de indiscreta, Dios sabe que sólo preguntaré porque me preocupa, espero no ser indiscreta — Se inclinó un poco hacía el frente para poder hablar en “privado” y que nadie pueda escuchar — ¿Por qué ha dejado que una hermosa mujer como mi tía se fuera sola? ¿No conoce los riesgos? En París adoran a las mujeres como ella, podrían intentar arrancarla de su lado — Su rostro parecía preocupado, lo cierto es que para ella habría sido mejor que su tía terminara con esa tormentosa relación, ella podría mantenerla, tenerla bajo su techo. ¿Por qué quedarse con ese hombre que encima se veía más viejo de lo que era? Recordó entonces que Frauke estaba tan estrictamente educada que jamás se atrevería a cometer semejante acto.
Quizás Narcisse estaba siendo muy dura con aquel hombre, no tenía otra forma de ser más que esa, además, tomando en cuenta todo lo que sabía de él, lo único que deseaba era desaparecerlo, al igual que a todas esas criaturas de la noche, y también a quienes se cruzaban en su camino. Algo existía en Horst Neumann que la inquisidora no deseaba cortarle la cabeza en ese preciso momento. Lo haría, sin duda lo haría, incluso buscaría la manera de apresurar el proceso, antes de llegar a la meta buscaría la manera de sacar provecho, de que su tía consiguiera poder adquirir las riquezas. El poderoso Horst terminaría por arrepentirse de todo lo que había hecho.
— ¿De verdad desea llevarme a cenar después de ver en que me he convertido? — Se puso de pie caminando por aquel pequeño salón, asomando su rostro por la ventana. Los terrenos eran inmensos, llenos de colores, de vida. ¿Su tía se habría encargado de supervisar cada detalle? Seguramente. Aquel hombre que se encontraba en su misma habitación no parecía tener esa clase de dones. Al menos tendría de consuelo la naturaleza en su permanencia en ese país.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
—Te has convertido en una inteligente, tenaz y atrevida mujer, eso lo tengo claro —respondió Horst sin siquiera dudarlo. Se levantó del asiento en el que hasta ese momento descansaba cómodamente y cuando pasó a su lado la miró de reojo. De pronto, durante unos segundos, pareció más serio, casi severo, pero en lugar de demostrar que cada uno de los adjetivos que había utilizado para describir a la joven mujer que le observaba, le resultaban impropios u ofensivos con algún gesto o ademán, sonrió al instante complacido con la idea y tomó asiento nuevamente y de lo más tranquilo, en esta ocasión muy cerca de Narcisse.
¿Por qué Neumann encontraba tan encantador y excitante lo que en su mujer había considerado desagradable y casi vulgar? Quizá porque ella no era su esposa, y tal vez porque secretamente le entusiasmaba la idea de “domarla”, como había hecho con su mujer. Narcisse le recordaba a la jovencísima Frauke que había conocido muchos años atrás, una mujer propia y educada, como lo seguía siendo, pero con un espíritu tan grande y tan libre que le habían acompañado un par de enormes alas, mismas que tanto él y el padre de ella se habían encargado de cortar. ¿Tenía pensado hacer lo mismo con Narcisse? Nada se lo impedía, ni siquiera la forma en que ella lo miró en ese instante, como declarándole la guerra. Aunque ella lo odiara, tenía que reconocer que ambos eran dos seres muy parecidos, que tenían en común cosas como la arrogancia y el orgullo, sobre todo éste último. No iba a ser una pelea sencilla, pero, como siempre, Horst auguraba una victoria, su victoria.
—No tengo nada negativo que opinar sobre tu forma de ser, Narcisse, sobre tu educación o sobre tu soledad. Son cosas muy personales en las que no intentaré incursionar —le aseguró mientras se acomodaba sobre el sofá y cruzaba una pierna encima de la otra, acercándose un poco más a ella, como si se hubiera propuesto hacer lo que fuera con el afán de hacerla sentir incómoda—. Y ya que intuyo que tu tía te ha hablado sobre mí, probablemente de la peor manera, ya que he advertido en tu tono de voz cómo te has puesto a la defensiva conmigo, creo que no gastaré mi tiempo intentando convencerte de lo contrario y voy a admitir abiertamente mis pecados —volvió a sonreír, como si el tema que abordaba fuera lo más normal o lo más divertido del mundo, algo de lo que no tenía por qué sentirse avergonzado—. Soy un hombre difícil, Narcisse, lo admito; estricto, chapado a la antigua. ¿También eso te lo contó tu tía? —ladeó el rostro para ver la expresión en su cara. Ella no pareció inmutarse, pero en el fondo él sabía que lo estaba odiando—. Sí, claro que te lo contó. Y si me permites decirlo, eso me pone en desventaja. Tú sabes todo de mí, yo no sé nada sobre ti. ¿No crees que es injusto? —le preguntó.
¿Por qué Neumann encontraba tan encantador y excitante lo que en su mujer había considerado desagradable y casi vulgar? Quizá porque ella no era su esposa, y tal vez porque secretamente le entusiasmaba la idea de “domarla”, como había hecho con su mujer. Narcisse le recordaba a la jovencísima Frauke que había conocido muchos años atrás, una mujer propia y educada, como lo seguía siendo, pero con un espíritu tan grande y tan libre que le habían acompañado un par de enormes alas, mismas que tanto él y el padre de ella se habían encargado de cortar. ¿Tenía pensado hacer lo mismo con Narcisse? Nada se lo impedía, ni siquiera la forma en que ella lo miró en ese instante, como declarándole la guerra. Aunque ella lo odiara, tenía que reconocer que ambos eran dos seres muy parecidos, que tenían en común cosas como la arrogancia y el orgullo, sobre todo éste último. No iba a ser una pelea sencilla, pero, como siempre, Horst auguraba una victoria, su victoria.
—No tengo nada negativo que opinar sobre tu forma de ser, Narcisse, sobre tu educación o sobre tu soledad. Son cosas muy personales en las que no intentaré incursionar —le aseguró mientras se acomodaba sobre el sofá y cruzaba una pierna encima de la otra, acercándose un poco más a ella, como si se hubiera propuesto hacer lo que fuera con el afán de hacerla sentir incómoda—. Y ya que intuyo que tu tía te ha hablado sobre mí, probablemente de la peor manera, ya que he advertido en tu tono de voz cómo te has puesto a la defensiva conmigo, creo que no gastaré mi tiempo intentando convencerte de lo contrario y voy a admitir abiertamente mis pecados —volvió a sonreír, como si el tema que abordaba fuera lo más normal o lo más divertido del mundo, algo de lo que no tenía por qué sentirse avergonzado—. Soy un hombre difícil, Narcisse, lo admito; estricto, chapado a la antigua. ¿También eso te lo contó tu tía? —ladeó el rostro para ver la expresión en su cara. Ella no pareció inmutarse, pero en el fondo él sabía que lo estaba odiando—. Sí, claro que te lo contó. Y si me permites decirlo, eso me pone en desventaja. Tú sabes todo de mí, yo no sé nada sobre ti. ¿No crees que es injusto? —le preguntó.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
Lejos de desagradarle la situación, aquello le parecía divertido. Demasiado tiempo tenía sin poder sonreír sinceramente. Aquello era una buena señal para ella, quería decir que todo iba bien, mientras estuviera bajo control tenía todas las de ganar, de eso no había duda. Resultaba que pocas veces algo no le salía como pensaba o planeaba, aquel encuentro no sería la excepción.
Le molestaba que se estuviera acercando tanto, que se atreviera a romper su espacio personal. Uno que sin duda era más grande que cualquier otro. A la inquisidora le parecía repulsivo el contacto con las otras personas, sólo con su permiso tenían permitido tomar tal atrevimiento, lo cual resultaba extraño de tener. Hasta la fecha reconocía que sólo su hermano y su tía tenían permitida tal cosa, nadie más que ellos dos, y claro, de repente si la excitación aparecía y se necesitaba de contacto sexual. Podía ser algo extraño, si, pero así se manejaba y nadie podía opinar al respecto. Por esa razón se puso de pie, con copa en mano se atrevió a servirse un poco más y tomárselo de un sólo tragó. Se limpió la comisura izquierda y con lentitud giró su rostro para volver a tener contacto visual.
— Quizá es justo, sin embargo resulta que para mi es realmente conveniente — Se encogió de hombros — Claro, mi tía me ha contado demasiado de su marido, una persona que aunque ella justifica, a mi me resulta despreciable — La sinceridad ante todo ¿eso era malo? Definitivamente no. Ya que las caretas se habían retirado, lo mejor sería jugar de frente, y no apuñalando por la espalda. Narcisse a diferencia de su tía no le tenía miedo a Horst, por el contrario, él que tenía un historial bastante malo, y ella otro poco. Estaban en igualdad, o casi, porque no se le podía olvidar el hecho de ser mujer, y eso, por más poder que se tenga resultaba un punto en contra, de todas formas buscaría la manera de sacar ventaja de alguna u otra forma.
— ¿Cuánto tiempo calcula que le queda para seguir gozando de ese poder que tiene? Es decir, su edad ya no le dará demasiados años, ¿no lo cree? Eso debe ser una gran desventaja — Burlarse de un hombre mayor podría ser un golpe bajo, pero en ese caso todo lo que tuviera a su alcance para fastidiarle el momento resultaba apropiado. — ¿Qué hará con todo lo que ha logrado? Por lo que sé no tiene un heredero al cual dejarle sus negocios y grandes fortunas… — Se relamió los labios — ¿Qué se siente no haber tenido un primogénito? ¿Su hombría no se lo saca a relucir? — Dio una su sonrisa burlona ampliándose. Narcisse dejaba salir mucha de aquella información que tenía. Aunque sabía que la del problema parecía ser su tía. ¿Existía evidencia de que el hombre tenía hijos fuera del matrimonio? Hasta la fecha no se tenía información al respecto. ¿Podría hacerlo dudar? Eso resultaría divertido, clavarle esa espina en la cabeza, eso que quizás lo molestaría y lo tendría pensando.
Caminó con tranquilidad, sus zapatos de tacón moderno resonaban en el piso fino de aquella mansión. La mujer se paseaba alrededor del sillón en el que su tío se encontraba sentado.
— ¿Qué desea saber de mi? Mi información no es tan complicada o lamentable. Por ejemplo, trabajo para la inquisición, estoy segura tiene conocimientos grandes con respecto a ella. — Se aclaró la garganta para seguir hablando — Estuve casada, aunque mi marido era un tanto insoportable, tenía que tolerarlo ¿no se supone así es? Mi pobre tía ha tenido que pasar por lo mismo, para mi buena suerte falleció unos años después de habernos casado, y lo mejor de todo es que no me dejó hijos, no necesito de chiquillos arruinando mi manera de vivir, también soy la mano derecha del Santo Padre — Al decir eso último rodó los ojos — Lo cual me mantiene vigilada y sobretodo protegida, tengo tanta información en esta cabeza — Se señaló la zona del cerebro — Tanto que me mantiene segura de cualquier amenaza — La mirada que le arrojó bastó para dejarle en claro que inclusive de él le protegerían.
Al terminar de hablar se sentó en el sillón que se situaba enfrente, ese que sólo se permitía alojar a una persona. No dejar de mirarlo era la clave.
— Creo que ahora nos encontramos en igualdad de información — Descansó sus manos en sus rodillas — También puedo decirle que tengo una mala relación con mi hermana, es insoportable, se la pasa sufriendo, llorando, lo cual me resulta débil y patético; que mi hermano es tan cercano a mi, como lo es mi tía, así que se imaginará las pocas veces que nos vemos, pero el cariño que nos tenemos, y que mis padres fueron asesinados por una criatura extraña ¿tiene conocimiento de eso? — Ya no sonreía, se encontraba con su rostro sereno, información que había pasado y que si, esa si llegaba a afectarle, pero la muerte siempre resultaba inevitable, y ella había aprendido demasiado de ese tema. — ¿Qué más desea saber? Estoy dispuesta a compartirle parte de mi historia, no es demasiada, le he dicho lo más relevante, ¿le parece suficiente? Por cierto, me molesta hablar demasiado y ha hecho que lo haga, así que se imaginará que hemos empezado más que mal — Guardó silencio, ahora era el turno del "caballero", del anfitrión de la casa.
Le molestaba que se estuviera acercando tanto, que se atreviera a romper su espacio personal. Uno que sin duda era más grande que cualquier otro. A la inquisidora le parecía repulsivo el contacto con las otras personas, sólo con su permiso tenían permitido tomar tal atrevimiento, lo cual resultaba extraño de tener. Hasta la fecha reconocía que sólo su hermano y su tía tenían permitida tal cosa, nadie más que ellos dos, y claro, de repente si la excitación aparecía y se necesitaba de contacto sexual. Podía ser algo extraño, si, pero así se manejaba y nadie podía opinar al respecto. Por esa razón se puso de pie, con copa en mano se atrevió a servirse un poco más y tomárselo de un sólo tragó. Se limpió la comisura izquierda y con lentitud giró su rostro para volver a tener contacto visual.
— Quizá es justo, sin embargo resulta que para mi es realmente conveniente — Se encogió de hombros — Claro, mi tía me ha contado demasiado de su marido, una persona que aunque ella justifica, a mi me resulta despreciable — La sinceridad ante todo ¿eso era malo? Definitivamente no. Ya que las caretas se habían retirado, lo mejor sería jugar de frente, y no apuñalando por la espalda. Narcisse a diferencia de su tía no le tenía miedo a Horst, por el contrario, él que tenía un historial bastante malo, y ella otro poco. Estaban en igualdad, o casi, porque no se le podía olvidar el hecho de ser mujer, y eso, por más poder que se tenga resultaba un punto en contra, de todas formas buscaría la manera de sacar ventaja de alguna u otra forma.
— ¿Cuánto tiempo calcula que le queda para seguir gozando de ese poder que tiene? Es decir, su edad ya no le dará demasiados años, ¿no lo cree? Eso debe ser una gran desventaja — Burlarse de un hombre mayor podría ser un golpe bajo, pero en ese caso todo lo que tuviera a su alcance para fastidiarle el momento resultaba apropiado. — ¿Qué hará con todo lo que ha logrado? Por lo que sé no tiene un heredero al cual dejarle sus negocios y grandes fortunas… — Se relamió los labios — ¿Qué se siente no haber tenido un primogénito? ¿Su hombría no se lo saca a relucir? — Dio una su sonrisa burlona ampliándose. Narcisse dejaba salir mucha de aquella información que tenía. Aunque sabía que la del problema parecía ser su tía. ¿Existía evidencia de que el hombre tenía hijos fuera del matrimonio? Hasta la fecha no se tenía información al respecto. ¿Podría hacerlo dudar? Eso resultaría divertido, clavarle esa espina en la cabeza, eso que quizás lo molestaría y lo tendría pensando.
Caminó con tranquilidad, sus zapatos de tacón moderno resonaban en el piso fino de aquella mansión. La mujer se paseaba alrededor del sillón en el que su tío se encontraba sentado.
— ¿Qué desea saber de mi? Mi información no es tan complicada o lamentable. Por ejemplo, trabajo para la inquisición, estoy segura tiene conocimientos grandes con respecto a ella. — Se aclaró la garganta para seguir hablando — Estuve casada, aunque mi marido era un tanto insoportable, tenía que tolerarlo ¿no se supone así es? Mi pobre tía ha tenido que pasar por lo mismo, para mi buena suerte falleció unos años después de habernos casado, y lo mejor de todo es que no me dejó hijos, no necesito de chiquillos arruinando mi manera de vivir, también soy la mano derecha del Santo Padre — Al decir eso último rodó los ojos — Lo cual me mantiene vigilada y sobretodo protegida, tengo tanta información en esta cabeza — Se señaló la zona del cerebro — Tanto que me mantiene segura de cualquier amenaza — La mirada que le arrojó bastó para dejarle en claro que inclusive de él le protegerían.
Al terminar de hablar se sentó en el sillón que se situaba enfrente, ese que sólo se permitía alojar a una persona. No dejar de mirarlo era la clave.
— Creo que ahora nos encontramos en igualdad de información — Descansó sus manos en sus rodillas — También puedo decirle que tengo una mala relación con mi hermana, es insoportable, se la pasa sufriendo, llorando, lo cual me resulta débil y patético; que mi hermano es tan cercano a mi, como lo es mi tía, así que se imaginará las pocas veces que nos vemos, pero el cariño que nos tenemos, y que mis padres fueron asesinados por una criatura extraña ¿tiene conocimiento de eso? — Ya no sonreía, se encontraba con su rostro sereno, información que había pasado y que si, esa si llegaba a afectarle, pero la muerte siempre resultaba inevitable, y ella había aprendido demasiado de ese tema. — ¿Qué más desea saber? Estoy dispuesta a compartirle parte de mi historia, no es demasiada, le he dicho lo más relevante, ¿le parece suficiente? Por cierto, me molesta hablar demasiado y ha hecho que lo haga, así que se imaginará que hemos empezado más que mal — Guardó silencio, ahora era el turno del "caballero", del anfitrión de la casa.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
Las facciones del hombre se ensombrecieron en cuanto escuchó los inteligentes comentarios que Narcisse se sacó de la manga para contrarrestar los suyos. Sí, no se había equivocado, ella era una mujer sin miedo, audaz, temeraria, y también algo imprudente. A Horst no le gustaron muchas de las cosas que ella dijo, pero se contuvo. No dio el menor indicio de su disgusto, por el contrario, se atrevió a sonreír falsamente, convincentemente. Balanceó entre sus dedos la copa de cristal y finalmente bebió el resto de su contenido.
—Descuida, Narcisse, es suficiente, no tienes que seguir hablando sobre ti si no quieres, de todos modos, soy un hombre demasiado… —hizo una breve pausa, fingiendo que buscaba la palabra adecuada para no ofenderla, aunque, la realidad era que eso poco le importaba—, curioso, por lo que puedes dar por hecho que antes de que termine el día de mañana, estaré enterado de todo, hasta la más mínima cosa, y sin haber movido un solo dedo —amplió aun más su sonrisa. Él casi nunca sonreía, así que cuando lo hacía era, definitivamente, una señal que no debía pasarse por alto—. Como podrás darte cuenta, no eres la única que tiene gente a su cargo. Pero no tienes que sentirte incómoda por ello, es algo que hago con cada persona que conozco o se cruza en mi camino, tómalo como… una prevención de mi parte —le dijo con la intención de dejarle bien claro que no se había sentido amenazado, ni por un solo instante, con su confesión, en la que aseguraba que era inquisidora.
Él estaba bastante bien informado sobre tal organización y sus funciones, pero, lo cierto, es que siempre había albergado ciertas dudas respecto a la existencia de criaturas sobrenaturales, por lo que los consideraba, hasta cierto punto, unos chiflados. Aún así, supo que debía llevarse las cosas con cuidado, dormir con un ojo abierto, mientras descubría qué tanto poder tenía realmente Narcisse dentro de la Inquisición, no porque realmente le temiera, pero si en verdad era una guerrera, una cazadora, no podía tratársele como a una simple e ingenua muchacha. Más valía tomar sus precauciones.
Horst se puso de pie y fue a servirse otro vaso con licor. No solía beber, nunca había sido muy dado a los vicios, era un hombre bastante sano, pero, definitivamente, la ocasión y la compañía, lo ameritaban.
—Te has dedicado a insinuar que soy demasiado viejo casi toda la noche —reflexionó—, a estas alturas debería sentirme ofendido por ello. ¿Tan acabado me veo? No te creas, bien dicen que las apariencias engañan… —dijo intentando que sonara como una broma, pero hablaba en serio. A él le convenía, hasta cierto punto, que ella lo considerara un hombre débil, que no lo viera como una amenaza, de ese modo tenía más posibilidades de tomarla por sorpresa, de atacar sigilosamente y sorprender a su víctima—. En todo caso, si tan viejo y acabado crees que estoy, supongo que no me consideras una amenaza para ti, ¿verdad? Pero te has puesto de pie para alejarte de mí, y eso sólo puede ser por una sola cosa: te molesta mi presencia… —se acercó nuevamente al sofá donde Narcisse se encontraba, tan solo para provocarla un poco—. Y si te molesta presencia, al grado de tener que alejarte de mí, sólo puede ser por una razón: me tienes miedo —una nueva y triunfal sonrisa se dibujó en sus labios—. ¿Es así, Narcisse? ¿Me temes? Si lo hicieras, no te culparía. Serías demasiado tonta de no hacerlo, pero yo sé que de tonta no tienes ni un pelo —dando por hecho que su teoría era cierta, en la que aseguraba que ella le temía, aunque se esforzara en no hacerlo evidente, alargó su mano y tomó un mechón de su cabello negro, con el que jugueteó por un buen rato y más tarde acomodó detrás de su oreja—. Descuida, cariño, no hay nada por lo que debas temer. Jamás me atrevería a lastimar a una hermosura como tú… no podría, sería casi un pecado —se burló, más de sí mismo que de ella, a causa del cinismo que cargaban sus palabras.
Horst no tenía ningún problema cuando se trataba de maltratar a una mujer. Lo había decenas de veces con su propia esposa, por lo que ponerle la mano encima a cualquier otra no debía significar un problema. En silencio se preguntó si la estúpida de Frauke le había hablado también sobre ello, sobre los maltratos físicos además del psicológico, pero casi estuvo seguro de que sí.
—Y, por cierto, sobre lo que has dicho… Mi hombría no tiene nada que envidiarle a ninguna otra; mi hombría está perfectamente, es tu tía la que está tan seca que jamás pudo darme un hijo. Y si acaso quedara alguna duda al respecto, con gusto podría demostrártelo… —sugirió cínicamente, dando por hecho que ella lo estaría odiando, más que nunca en esos instantes, por lo que había dicho sobre su pobre tía y su infertilidad—. De hecho… tengo una propuesta para ti. ¿Te gustaría escucharla? —pero ella no respondió—. Bien, voy a decírtela de todos modos —decidió continuar—. Estoy dispuesto a dejar libre a tu tía… a cambio de que pases una noche conmigo. ¿Qué te parece? No soy más que un viejo, ¿no es así? ¿Qué podrías perder? —Preguntó, haciendo uso de las propias insinuaciones de Narcisse, aunque esta vez utilizándolas a su favor—. En cambio yo… yo tiraría más de veinte años por la borda a cambio de saborear esta piel… —con la yema de los dedos recorrió lentamente uno de los brazos desnudos de su sobrina, comprobando que, en efecto, era deliciosamente suave.
—¿Amas tanto a tu tía como para sacrificarte un poco por ella? —quiso saber, después de todo, de esa respuesta suya dependía todo lo demás.
—Descuida, Narcisse, es suficiente, no tienes que seguir hablando sobre ti si no quieres, de todos modos, soy un hombre demasiado… —hizo una breve pausa, fingiendo que buscaba la palabra adecuada para no ofenderla, aunque, la realidad era que eso poco le importaba—, curioso, por lo que puedes dar por hecho que antes de que termine el día de mañana, estaré enterado de todo, hasta la más mínima cosa, y sin haber movido un solo dedo —amplió aun más su sonrisa. Él casi nunca sonreía, así que cuando lo hacía era, definitivamente, una señal que no debía pasarse por alto—. Como podrás darte cuenta, no eres la única que tiene gente a su cargo. Pero no tienes que sentirte incómoda por ello, es algo que hago con cada persona que conozco o se cruza en mi camino, tómalo como… una prevención de mi parte —le dijo con la intención de dejarle bien claro que no se había sentido amenazado, ni por un solo instante, con su confesión, en la que aseguraba que era inquisidora.
Él estaba bastante bien informado sobre tal organización y sus funciones, pero, lo cierto, es que siempre había albergado ciertas dudas respecto a la existencia de criaturas sobrenaturales, por lo que los consideraba, hasta cierto punto, unos chiflados. Aún así, supo que debía llevarse las cosas con cuidado, dormir con un ojo abierto, mientras descubría qué tanto poder tenía realmente Narcisse dentro de la Inquisición, no porque realmente le temiera, pero si en verdad era una guerrera, una cazadora, no podía tratársele como a una simple e ingenua muchacha. Más valía tomar sus precauciones.
Horst se puso de pie y fue a servirse otro vaso con licor. No solía beber, nunca había sido muy dado a los vicios, era un hombre bastante sano, pero, definitivamente, la ocasión y la compañía, lo ameritaban.
—Te has dedicado a insinuar que soy demasiado viejo casi toda la noche —reflexionó—, a estas alturas debería sentirme ofendido por ello. ¿Tan acabado me veo? No te creas, bien dicen que las apariencias engañan… —dijo intentando que sonara como una broma, pero hablaba en serio. A él le convenía, hasta cierto punto, que ella lo considerara un hombre débil, que no lo viera como una amenaza, de ese modo tenía más posibilidades de tomarla por sorpresa, de atacar sigilosamente y sorprender a su víctima—. En todo caso, si tan viejo y acabado crees que estoy, supongo que no me consideras una amenaza para ti, ¿verdad? Pero te has puesto de pie para alejarte de mí, y eso sólo puede ser por una sola cosa: te molesta mi presencia… —se acercó nuevamente al sofá donde Narcisse se encontraba, tan solo para provocarla un poco—. Y si te molesta presencia, al grado de tener que alejarte de mí, sólo puede ser por una razón: me tienes miedo —una nueva y triunfal sonrisa se dibujó en sus labios—. ¿Es así, Narcisse? ¿Me temes? Si lo hicieras, no te culparía. Serías demasiado tonta de no hacerlo, pero yo sé que de tonta no tienes ni un pelo —dando por hecho que su teoría era cierta, en la que aseguraba que ella le temía, aunque se esforzara en no hacerlo evidente, alargó su mano y tomó un mechón de su cabello negro, con el que jugueteó por un buen rato y más tarde acomodó detrás de su oreja—. Descuida, cariño, no hay nada por lo que debas temer. Jamás me atrevería a lastimar a una hermosura como tú… no podría, sería casi un pecado —se burló, más de sí mismo que de ella, a causa del cinismo que cargaban sus palabras.
Horst no tenía ningún problema cuando se trataba de maltratar a una mujer. Lo había decenas de veces con su propia esposa, por lo que ponerle la mano encima a cualquier otra no debía significar un problema. En silencio se preguntó si la estúpida de Frauke le había hablado también sobre ello, sobre los maltratos físicos además del psicológico, pero casi estuvo seguro de que sí.
—Y, por cierto, sobre lo que has dicho… Mi hombría no tiene nada que envidiarle a ninguna otra; mi hombría está perfectamente, es tu tía la que está tan seca que jamás pudo darme un hijo. Y si acaso quedara alguna duda al respecto, con gusto podría demostrártelo… —sugirió cínicamente, dando por hecho que ella lo estaría odiando, más que nunca en esos instantes, por lo que había dicho sobre su pobre tía y su infertilidad—. De hecho… tengo una propuesta para ti. ¿Te gustaría escucharla? —pero ella no respondió—. Bien, voy a decírtela de todos modos —decidió continuar—. Estoy dispuesto a dejar libre a tu tía… a cambio de que pases una noche conmigo. ¿Qué te parece? No soy más que un viejo, ¿no es así? ¿Qué podrías perder? —Preguntó, haciendo uso de las propias insinuaciones de Narcisse, aunque esta vez utilizándolas a su favor—. En cambio yo… yo tiraría más de veinte años por la borda a cambio de saborear esta piel… —con la yema de los dedos recorrió lentamente uno de los brazos desnudos de su sobrina, comprobando que, en efecto, era deliciosamente suave.
—¿Amas tanto a tu tía como para sacrificarte un poco por ella? —quiso saber, después de todo, de esa respuesta suya dependía todo lo demás.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
Narcisse mantenía la pose elegante y recata en la que acostumbrada estar. No se movía más de lo debido, incluso sólo su pecho subía y bajaba, pero eso era parte de la inercia de lo que el cuerpo necesitaba para seguir con vida. Sus ojos miraban hacía el frente y detallaban un hermoso cuadro de su tía Frauke. Los rubios cabellos de la mujer, su silueta fina y femenina, pero lo que más rescataba de aquella imagen era la tristeza que manaba aquel perfecto rostro. Suspiró y se imaginó que su amargura aparecería en alguno que le hicieran a ella. No se trataba de una mujer sentimental, de hecho sus barreras gruesas e indestructibles las tenía, pero contaba con ciertos puntos débiles que no podía pasar por alto, por ejemplo, su tía, quien a lo lejos había estado, pero los detalles, aliento y confianza hacía su persona siempre los había dado. ¿Por qué las personas buenas tenían que sufrir? Ese era un detalle que jamás entendería.
Dentro de las personas buenas, era evidente que no se contaba ella, por supuesto, pero sí podía cuestionar aquello por lo demás.
— Dígamos que no es el hombre más… — No supo cómo decirlo, así que lo diría de la mejor manera — Saludable, es decir, la edad y lo que quiera que haya hecho con ella le estaba pasando la factura y de forma lamentable — Aseguro asintiendo un par de veces — Así que sí, se ve bastante viejo — Era dura con él, no tenía que ser blanda, además él estaba invadiendo su espacio personal, y eso le hastiada — Espero con ansias a que las respuestas que le den a mi persona sean las correctas, que obtengan información errónea puede ser un grave error — Aseguró cruzándose de brazos. Su espacio personal estaba siendo invadido y la inquisidora se estaba guardando las ganas de darle un buen golpe para que la dejara en paz. No lo hacía porque se encontraban en los territorios del hombre, y debía ser cautelosa.
Se tensó un poco más al sentir los juegos con su cabello, la forma en que le acariciaba. ¡Era un abusivo! Y se notaba que tenía todo aquello que deseaba, todo fácil y fuera a la fuerza o no.
— No le temo — Terminó por decir. — No podría temerle, sin embargo me ando con cuidado con usted, que es distinto, muchas cosas dicen de su persona, pero eso ya debe de saberlo sí todo aquello que dicen es verdad — Suspiró, giró su rostro para verlo, y le devolvió aquella sonrisa descarada que a ambos le salía tan bien. — No puedo decir que le tengo respeto porque aquello se gana — No pudo evitarlo, Narcisse movió una de sus manos con violencia para apartar la caricia del hombre. Lo estaba detestando de verdad. Le sujetó con fuerza de la muñeca para que no se atreviera a acercar de nuevo su contacto. — No me gusta que se aprovechen de la situación, y mucho menos de las mujeres ¿no le enseñaron eso? Es una regla básica, y con los años que lleva lo tendría que saber de memoria — Enfatizó aquello de los años para molestarlo un poco más.
— ¿Usted habla en serio? — Se puso de pie con rapidez, sin dejar tiempo, no iba a permitir que el hombre tuviera la oportunidad de atraerla, o impedirle una salida — ¿Usted cree de verdad que le daré una noche? — Narcisse se carcajeó sin poder ocultarlo — Digamos que quiero a mi tía, pero no pienso sacrificar parte de mi integridad, y sobretodo, parte de mi dignidad para dejarla libre, lo siento, pero soy bastante egoísta al respecto, y le puedo asegurar que no necesitará tener una noche conmigo para que la deje ir — Se encogió de hombros — No me interesa, Horst — No iba a hablarle de tío, así cómo a Francine no le hablaba o le daba el trato de hermana, eso estaba muy sobrevalorado sólo por un mero titulo, los lazos familiares debían ganarse de otra manera. Ella lo sabía muy bien.
— Pensarlo simplemente me resulta asqueroso — Mencionó con muecas que dejaban en claro su desagrado — No, no, está equivocado sí cree que soy de esas mujeres que se sacrifican por la noble causa, y mucho menos dando mi cuerpo, no tengo esa necesidad gracias a Dios — Arqueó una de sus cejas, le volteó a ver sin dejar de mostrar el asco que le daba simplemente pensarlo. — ¿Sus prostitutas no lo satisfacen demasiado? — Se caminó por aquella sala, y buscó algún tipo de trago más fuerte. Aquel viaje lo había realizado para relajarse, para pasarlo bien, no para lidiar con hombres que creían intimidando al resto lo tenían todo. Horst Neumann se había topado contra pared y se iba a dar un golpe muy fuerte.
— Ahora dígame una cosa ¿llevaremos la fiesta en paz? De esa forma sabré si puedo permanecer en su casa, con tal gentil gesto hospitalario, o me puedo marchar a un hotel para esperar a que los días transcurran y pueda tomar mi barco de regreso — Era lo único que necesitaba escuchar, pero algo dentro de ella le gritaba que debía largarse de ahí, que Horst Neumann no iba a quitar el dedo del renglón sin tener alguna especie de ganancia.
Dentro de las personas buenas, era evidente que no se contaba ella, por supuesto, pero sí podía cuestionar aquello por lo demás.
— Dígamos que no es el hombre más… — No supo cómo decirlo, así que lo diría de la mejor manera — Saludable, es decir, la edad y lo que quiera que haya hecho con ella le estaba pasando la factura y de forma lamentable — Aseguro asintiendo un par de veces — Así que sí, se ve bastante viejo — Era dura con él, no tenía que ser blanda, además él estaba invadiendo su espacio personal, y eso le hastiada — Espero con ansias a que las respuestas que le den a mi persona sean las correctas, que obtengan información errónea puede ser un grave error — Aseguró cruzándose de brazos. Su espacio personal estaba siendo invadido y la inquisidora se estaba guardando las ganas de darle un buen golpe para que la dejara en paz. No lo hacía porque se encontraban en los territorios del hombre, y debía ser cautelosa.
Se tensó un poco más al sentir los juegos con su cabello, la forma en que le acariciaba. ¡Era un abusivo! Y se notaba que tenía todo aquello que deseaba, todo fácil y fuera a la fuerza o no.
— No le temo — Terminó por decir. — No podría temerle, sin embargo me ando con cuidado con usted, que es distinto, muchas cosas dicen de su persona, pero eso ya debe de saberlo sí todo aquello que dicen es verdad — Suspiró, giró su rostro para verlo, y le devolvió aquella sonrisa descarada que a ambos le salía tan bien. — No puedo decir que le tengo respeto porque aquello se gana — No pudo evitarlo, Narcisse movió una de sus manos con violencia para apartar la caricia del hombre. Lo estaba detestando de verdad. Le sujetó con fuerza de la muñeca para que no se atreviera a acercar de nuevo su contacto. — No me gusta que se aprovechen de la situación, y mucho menos de las mujeres ¿no le enseñaron eso? Es una regla básica, y con los años que lleva lo tendría que saber de memoria — Enfatizó aquello de los años para molestarlo un poco más.
— ¿Usted habla en serio? — Se puso de pie con rapidez, sin dejar tiempo, no iba a permitir que el hombre tuviera la oportunidad de atraerla, o impedirle una salida — ¿Usted cree de verdad que le daré una noche? — Narcisse se carcajeó sin poder ocultarlo — Digamos que quiero a mi tía, pero no pienso sacrificar parte de mi integridad, y sobretodo, parte de mi dignidad para dejarla libre, lo siento, pero soy bastante egoísta al respecto, y le puedo asegurar que no necesitará tener una noche conmigo para que la deje ir — Se encogió de hombros — No me interesa, Horst — No iba a hablarle de tío, así cómo a Francine no le hablaba o le daba el trato de hermana, eso estaba muy sobrevalorado sólo por un mero titulo, los lazos familiares debían ganarse de otra manera. Ella lo sabía muy bien.
— Pensarlo simplemente me resulta asqueroso — Mencionó con muecas que dejaban en claro su desagrado — No, no, está equivocado sí cree que soy de esas mujeres que se sacrifican por la noble causa, y mucho menos dando mi cuerpo, no tengo esa necesidad gracias a Dios — Arqueó una de sus cejas, le volteó a ver sin dejar de mostrar el asco que le daba simplemente pensarlo. — ¿Sus prostitutas no lo satisfacen demasiado? — Se caminó por aquella sala, y buscó algún tipo de trago más fuerte. Aquel viaje lo había realizado para relajarse, para pasarlo bien, no para lidiar con hombres que creían intimidando al resto lo tenían todo. Horst Neumann se había topado contra pared y se iba a dar un golpe muy fuerte.
— Ahora dígame una cosa ¿llevaremos la fiesta en paz? De esa forma sabré si puedo permanecer en su casa, con tal gentil gesto hospitalario, o me puedo marchar a un hotel para esperar a que los días transcurran y pueda tomar mi barco de regreso — Era lo único que necesitaba escuchar, pero algo dentro de ella le gritaba que debía largarse de ahí, que Horst Neumann no iba a quitar el dedo del renglón sin tener alguna especie de ganancia.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Missa pro defunctis | Privado
Segura de sí misma, Narcisse no dudó en minimizar con sus palabras al gran y temible Horst Neumann. Era como si a sus oídos jamás hubieran llegado los rumores que siempre habían girado en torno a él, donde la gente además de admirarlo y adular su inigualable inteligencia y audacia cuando de negocios se trataba, también hablaba de su pésima personalidad, su mal genio y lo rencoroso y vengativo que podía llegar a ser. Muchos lo respetaban y temían por igual. Nadie tenía pruebas sobre lo que se decía de él, a nadie le constaba, y todo se debía a que ni un solo individuo había vivido para contar algún desagradable suceso, porque todos los que habían tentando su suerte, pretendiendo jugar con él, ahora estaban muertos. Eso, probablemente, Narcisse no lo sabía. Quizás por eso lo retaba, lo provocaba, como si realmente estuviera dispuesta a ofrecer una buena pelea si se presentaba la ocasión. A Horst le pareció que era audaz y exigente, pero, definitivamente, también demasiado insolente y procaz. Dos cosas que él no solía tolerar en otros, mucho menos si se trataba de una mujer. De haber sido su esposa, le habría propinado incontables bofetadas, las necesarias hasta hacerle ver sus errores, los justos hasta hacerla arrepentirse de ellos. Pero a Narcisse no se atrevía a golpearla. Le parecía demasiado hermosa para arruinarle la cara.
—Te has propuesto hacerme las cosas difíciles, ¿verdad? Lo admito: estaría verdaderamente desilusionado si no fuera así —un vestigio de sonrisa asomó en los labios de Horst.
—Te has propuesto hacerme las cosas difíciles, ¿verdad? Lo admito: estaría verdaderamente desilusionado si no fuera así —un vestigio de sonrisa asomó en los labios de Horst.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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