AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
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Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
"No esperes a que te toque el turno de hablar:
escucha de veras y serás diferente".- Charles Chaplin
escucha de veras y serás diferente".- Charles Chaplin
Los ojos de Narcisse se abren muy temprano por la mañana, son las cinco y media exactamente, está acostumbrada a esa rutina de vida, no le cuesta trabajo, pues su hora de dormir se centra más o menos entre las nueve y diez de la noche, suficiente tiempo de descanso para aquel cuerpo que se ha acostumbrado a trabajar arduamente dentro de la iglesia desde que su marido falleció. Aquella perdida no le había costado mucho trabajo asimilarla, de hecho poco le importaba, al principio sólo extrañaba la compañía de alguien al dormir, un calor corporal que le demostrara que la deseara, pues ¿Qué mujer no disfruta en exceso los elogios, las caricias, y las muestras de deseo de su compañero de vida? Cualquiera, incluso una mirada significativa y arrebatadora es una subida en el ego, y en la vanidad que no le cae nada mal a nadie, por eso, simplemente por eso le extrañaba a ratos, en medio de deseos, pues el cuerpo era traicionero, en ocasiones incluso demandaba atenciones. Fuera de eso se sentía afortunada, ahora podía levantar la voz con más naturalidad, hacer lo que le diera la gana, comprar lo que quisiera, y ¿por qué no? Tener a los amantes que quisiera, aquello no le hacía ser prostituta, o una mujer fácil, simplemente era una viuda con ganas de más, de experimentar, a fin de cuentas su Dios por algo la había puesto en aquel camino.
La mujer tomó un baño con rapidez, pues necesitaba llegar con premura a la iglesia centrar donde ahora recibía el santo padre. El papa le había pedido unos papeles que ella guardaba de forma recelosa en su casa, incluso bajo una caja fuerte, según lo estudiado, se trataba de todos los reyes, reinas, y algunos de clase burguesa que pertenecían a las criaturas de la noche, que por supuesto, el papa estaba dispuesto a negociar con ellos, pedirles fuertes cantidades de dinero con tal de dejarlos en "paz", sin darles cacería. La cantidad de nombres era excesiva, pero por eso muy conveniente para el mandamás de la iglesia, y por consiguiente para la morocha, quien siempre tenía privilegios de esas ganancias. ¿Corrupción? Claro, todo en la iglesia se regia a base de eso, solo sobrevivían quienes tenían los suficientes escrúpulos para llevar el ritmo pertinente. La mujer torció su sonrisa reconociendo que ella, después de haber sido una esposa completamente sumisa y entregada, ahora era una pieza más que valiosa dentro de la iglesia, la mano derecha del jefe.
Una de las cosas que Narcisse más disfrutaba dentro de su cargo, era ni más ni menos, que tener bajo su tutela a la fastidiosa de su hermana. Todos dentro de la iglesia saben muy bien que las hermanas Capet no tenían una pizca de amor fraternal, que siempre había roces o tensiones cuando se encontraban cerca, lo bueno de aquello es que por más malas energías que se manejaran en el ambiente, ambas ejercían un trabajo impecable, las dos se notaba que venían del mismo vientre, pues poseían una inteligencia que abrumaba a cualquiera, incluso a los condenados, no se diga la belleza que ambas poseían, con esas melenas largas y negras, y los rasgos exóticos distintos al de cualquier parisino común. Las bendiciones siempre iban de la mano con ellas. Muchos dentro de la iglesia decían que el mismo Dios había puesto su mano en el vientre de la madre de las mujeres, dándoles el visto bueno, y el privilegio a los padres de tener hijas tan espectaculares, pero dado que ambas siempre se la vivían al margen de todos aquellos inquisidores que estuvieran a su alrededor, pocos sabían de lo malo que tenían, de sus defectos más grandes o sus manías más horribles.
Los tacones resonaban con fuerza mientras pisaba los pasillos solitarios de esas horas en la iglesia, la mujer de mirada felina había tenido ya la junta con su mayor, le había entregado papeles, y el también le dio algunos, pues buscaba que la mujer, junto con aquellos que estaban en su departamento, le llevaran a organizar nuevos perfiles de supuestas criaturas de la noche, los condenados, algunos soldados siempre les traían la información suficiente para que ellas armaran los pergaminos con características necesarias, los archivaran, y todo lo tuvieran listo; Narcisse ya iba de regreso a su despacho, junto a grandes libros con nombres, perfiles, y retratos hechos a carboncillo, todo estaba colocado en forma alfabética, todo era perfecto, porque ella lo era, y sólo de esa manera las cosas podían ser echas bajo su tutela.
- Llegas quince minutos tarde, Gallup - Resaltó el apellido de la mujer, lo hizo con zalamería, todo con tal de recalcar que no tenía nada que ver con ella, aunque se parecieran demasiado - ¿No crees que esa es una falta de respeto para nuestro señor? ¿Has escuchado el dicho que dice "al que madruga Dios lo ayuda"? Parece que no, Francine, y no me gustan los fallos en mi departamento, ¿qué explicación tienes al respecto? - Le dibujó una sonrisa mordaz, demasiado orgullosa y mostrando su victoria sobre ella claro, pues era evidente que le gustaba fastidiarla, ¿qué eran quince minutos? En realidad nada, habían algunos que llegaban incluso una hora tarde, pero Narcisse deseaba molestar a su hermana, más ese día en especial, por alguna extraña razón, su humor estaba tan acido que le sería imposible no hacerlo; de una cosa estaba consiente la viuda, muy en el fondo, demasiado escondido, sabia que quería mucho a su hermana, que simplemente la vida le había jugado malas pasadas, que aquello la había dejado resentida, enojada, enfurecida y celosa, pero jamás, jamás permitiría que algo le ocurriera, porque no sólo era un simple querer. Ella estaba dispuesta a hacer que le odiara para verla firme, que se impusiera, que se alzara por completo, que su voz resonara entre aquellas pareces, porque si, a su manera, pero la amaba.
La mujer tomó un baño con rapidez, pues necesitaba llegar con premura a la iglesia centrar donde ahora recibía el santo padre. El papa le había pedido unos papeles que ella guardaba de forma recelosa en su casa, incluso bajo una caja fuerte, según lo estudiado, se trataba de todos los reyes, reinas, y algunos de clase burguesa que pertenecían a las criaturas de la noche, que por supuesto, el papa estaba dispuesto a negociar con ellos, pedirles fuertes cantidades de dinero con tal de dejarlos en "paz", sin darles cacería. La cantidad de nombres era excesiva, pero por eso muy conveniente para el mandamás de la iglesia, y por consiguiente para la morocha, quien siempre tenía privilegios de esas ganancias. ¿Corrupción? Claro, todo en la iglesia se regia a base de eso, solo sobrevivían quienes tenían los suficientes escrúpulos para llevar el ritmo pertinente. La mujer torció su sonrisa reconociendo que ella, después de haber sido una esposa completamente sumisa y entregada, ahora era una pieza más que valiosa dentro de la iglesia, la mano derecha del jefe.
Una de las cosas que Narcisse más disfrutaba dentro de su cargo, era ni más ni menos, que tener bajo su tutela a la fastidiosa de su hermana. Todos dentro de la iglesia saben muy bien que las hermanas Capet no tenían una pizca de amor fraternal, que siempre había roces o tensiones cuando se encontraban cerca, lo bueno de aquello es que por más malas energías que se manejaran en el ambiente, ambas ejercían un trabajo impecable, las dos se notaba que venían del mismo vientre, pues poseían una inteligencia que abrumaba a cualquiera, incluso a los condenados, no se diga la belleza que ambas poseían, con esas melenas largas y negras, y los rasgos exóticos distintos al de cualquier parisino común. Las bendiciones siempre iban de la mano con ellas. Muchos dentro de la iglesia decían que el mismo Dios había puesto su mano en el vientre de la madre de las mujeres, dándoles el visto bueno, y el privilegio a los padres de tener hijas tan espectaculares, pero dado que ambas siempre se la vivían al margen de todos aquellos inquisidores que estuvieran a su alrededor, pocos sabían de lo malo que tenían, de sus defectos más grandes o sus manías más horribles.
Los tacones resonaban con fuerza mientras pisaba los pasillos solitarios de esas horas en la iglesia, la mujer de mirada felina había tenido ya la junta con su mayor, le había entregado papeles, y el también le dio algunos, pues buscaba que la mujer, junto con aquellos que estaban en su departamento, le llevaran a organizar nuevos perfiles de supuestas criaturas de la noche, los condenados, algunos soldados siempre les traían la información suficiente para que ellas armaran los pergaminos con características necesarias, los archivaran, y todo lo tuvieran listo; Narcisse ya iba de regreso a su despacho, junto a grandes libros con nombres, perfiles, y retratos hechos a carboncillo, todo estaba colocado en forma alfabética, todo era perfecto, porque ella lo era, y sólo de esa manera las cosas podían ser echas bajo su tutela.
- Llegas quince minutos tarde, Gallup - Resaltó el apellido de la mujer, lo hizo con zalamería, todo con tal de recalcar que no tenía nada que ver con ella, aunque se parecieran demasiado - ¿No crees que esa es una falta de respeto para nuestro señor? ¿Has escuchado el dicho que dice "al que madruga Dios lo ayuda"? Parece que no, Francine, y no me gustan los fallos en mi departamento, ¿qué explicación tienes al respecto? - Le dibujó una sonrisa mordaz, demasiado orgullosa y mostrando su victoria sobre ella claro, pues era evidente que le gustaba fastidiarla, ¿qué eran quince minutos? En realidad nada, habían algunos que llegaban incluso una hora tarde, pero Narcisse deseaba molestar a su hermana, más ese día en especial, por alguna extraña razón, su humor estaba tan acido que le sería imposible no hacerlo; de una cosa estaba consiente la viuda, muy en el fondo, demasiado escondido, sabia que quería mucho a su hermana, que simplemente la vida le había jugado malas pasadas, que aquello la había dejado resentida, enojada, enfurecida y celosa, pero jamás, jamás permitiría que algo le ocurriera, porque no sólo era un simple querer. Ella estaba dispuesta a hacer que le odiara para verla firme, que se impusiera, que se alzara por completo, que su voz resonara entre aquellas pareces, porque si, a su manera, pero la amaba.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/01/2013
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
“Pero tú te abrazas como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma porque no hay nadie”
Alejandra Pizarnik
que sólo se halla a sí misma porque no hay nadie”
Alejandra Pizarnik
Hacía meses que no veía a Narcisse. El fatídico día la mujer había tenido la deferencia de visitar a su sobrino para saludarlo por su segundo cumpleaños. Habían desayunado juntos, y Francine nunca entendería por qué el pequeño Noah prodigaba aquel cariño por su única tía. Ella se había mantenido al margen y había preferido no cruzar palabras con su hermana mayor, no tenía intenciones de pelear con ella en la conmemoración del natalicio de su primogénito. Se había sorprendido bastante al verla aparecer en la puerta de su residencia con un paquete, sólo habían cruzado un simple “buenos días” y Noah había aparecido con su pasito tambaleante al encuentro de su madrina. ¿Qué se le había cruzado por la cabeza a Francine de poner a Narcisse como madrina de su niño? Quizá el hecho de que era su único familiar mujer vivo, y que sentía una deuda con su árbol genealógico, y no podría a elegir a otro que no fuese parte de él como quien, en caso de que le sucediera algo a ella o a Nikôlaus, velara por el bienestar de su pequeño. Una verdadera paradoja, pues lo único que hizo Narcisse fue encubrir la supuesta muerte de su hermana menor, no se preocupó por buscarla los cinco meses que estuvo postrada en la cama de un hospital, ni tampoco se encargó de buscar a quien había acabado con su familia. Francine nunca la había odiado, ni había entendido el odio que su hermana siempre le había demostrado. Desde pequeñas su relación fue tensa y turbia, la menor con su carácter afable y divertido, había intentado de mil maneras que la perfecta Narcisse la adorara como sus demás hermanos, como sus padres, y como todos los que la rodeaban, sin embargo, sólo había recibido el desamor y el rechazo, y terminó optando por devolverle lo que recibía. Y así fue como el vínculo casi inexistente se fue resquebrajando, y los padres de ambas se fueron a la tumba con la gran pena en sus almas de la discordia entre sus dos hijas, con esa falta de afecto y compañerismo que a la difunta Charlotte le había arrancado lágrimas, rogándole a ambas que intentaran llevarse bien, compartir, abrazarse. Lo cierto era que Francine había intentado cientos de veces abrazar a Narcisse, pero se había chocado con su helado corazón, y ni siquiera su amor sincero, había logrado derretirlo.
Desde su ingreso a la Santa Inquisición, Francine jamás había estado de acuerdo con la corrupción y los movimientos internos que enturbiaban una verdadera obra de bien. Y le dolía que su hermana formase parte de aquella red de impunidad. La menor de los Capet Lacroixe siempre había optado por mantenerse al margen de situaciones dudosas, y nunca había aceptado el dinero que le dejaban por debajo de la mesa, era un verdadero escollo dentro de su facción, ya que jamás quitaba a un sobrenatural de un registro, era sumamente recelosa con sus papeles, a los cuales los mantenía ocultos, hasta de su mismísima jefa. En ocasiones había sido tildada de insurrecta, y era su apellido lo que la había mantenido atada a la silla, a veces le gustaba pensar que la mismísima Narcisse era quien la retenía, por amor o por culpa, pero que lo hacía por ella. Con el tiempo había aprendido que en algún momento de su joven vida, a su hermana mayor le habían arrebatado los sueños y la dulzura, no sabía por qué, ni quién, ni bajo qué circunstancias, nunca lo habían hablado, de hecho, pocas veces hablaban de algo que no fuera lo meramente concerniente a su trabajo. Se cruzaban casi a diario, cuando ella supervisaba su labor o cuando convocaba a una reunión. Intentaban dejar sus asuntos fraternales –que de fraternales tenían poco y nada- para la intimidad, quizá cuando Francine quedaba a solas en el despacho de Narcisse y le exigía explicaciones sobre tales o cuales asuntos, como si los roles se hubieran invertido, y la menor tuviera derecho en cuestiones en las que debía agachar la cabeza y aceptar lo que se le dijese.
Francine ingresó a la Catedral y se persignó ante el Santísimo. Caminó a lo largo del pasillo hasta quedar frente al altar y observó a Cristo crucificado. Elevó una plegaria con los ojos cerrados, le pidió por el eterno descanso de su hijo, le rogó que le diera paz y las herramientas que estuvieran a su alcance para hacer justicia. Giró sobre sus talones y se encaminó hacia la oficina de su hermana. Apretó la cruz de plata que colgaba de su cuello, aquel había sido un regalo del padre de ambas tras su primera comunión a los ocho años. La conservaba como un tesoro invaluable, y cada vez que la tomaba, podía sentir la calidez de las manos de Maurice sobre las suyas, dándole valor para seguir adelante. Le hubiera gustado regalársela a Noah, pero jamás tendría la oportunidad. Y en parte, se lo debía a Narcisse. Simplemente, no aceptaba la idea de haber estado casi conviviendo con un vampiro y que ni ella ni su hermana se hubieran dado cuenta. La experiencia estaba del lado de la mayor, aunque Francine aceptaba su negligencia, y Dios era testigo de la pena que acarreaba a causa de ello. En momentos de extrema desesperación, se le cruzaba por la mente que todo había sido un plan de Narcisse para desestabilizarla y tenerla fuera de la Inquisición, estuvo a punto de lograrlo de haber sido así. En otros instantes, en los que no deseaba direccionar su odio hacia su hermana, prefería pensar que todo formaba parte del Plan Divino de Nuestro Señor, y que ella encontraría paz en algún punto de su vida.
La puerta estaba entreabierta, por lo que no hizo falta golpearla, tampoco lo hubiera hecho. Le había perdido el escaso respeto que le profesaba. Las palabras que emitió su superior, se le clavaron en el cuerpo como dagas venenosas, le oprimieron el corazón hasta que el pecho estuvo a punto de encogérsele de pura angustia y rencor. Luego de tanto tiempo separadas, sólo habían cruzado un par de cartas, y la recibía de aquella manera tan poco cordial. ¿Qué podía pretender de semejante mujer? Entró en completo silencio, la puerta se cerró en un susurro, los pasos de la joven inquisidora se hicieron sigilosos como el león que acecha a su presa. Calculó la distancia que las separaba, doce pasos, no más que eso. Observó la habitación, rodeada de papeles, bitácoras, una decoración simple y a la vez pretenciosa, como lo era la otra Capet. La mujer emanaba perfume de lavanda, igual que la difunta Charlotte, y a pesar de que la asociación estuvo a punto de hacerla vacilar, se abalanzó sobre su hermana y la tomó de las muñecas hasta aprisionarla contra la pared. Era más alta, pero Francine tenía el alma herida, y no había fuerza más poderosa que esa.
—¿Y qué crees que opine Nuestro Señor respecto a tu actitud de comprar un cadáver y hacerlo pasar por mi? Dime, Narcisse, tú que todo lo sabes, ¡¿qué demonios opinaría?! —ejerció más presión, y haciendo acopio de una fortaleza física que le resultaba hasta desconocida, la lanzó al suelo y se colocó a horcajadas sobre ella, en una despilfarro de faldas y enaguas. —No puedo creer lo que me hiciste. Estuve cinco malditos meses postrada en una cama sin poder caminar, ¡y tú no fuiste capaz de buscarme! —le dio una bofetada— Mi hijo está muerto, no te importó mi pena. Sabías que estaba viva, ¿por qué me ocultaste? ¿Qué ibas a ganar? ¿Qué la gente te quisiera más que a mí? ¡Lo has conseguido, perra, lo has conseguido! —la sacudió con violencia, tomándole los hombros— Ahora todos me miran con pena, con angustia, con pesar. Soy la pobre Francine, ya no queda nada de lo que alguna vez fui. Estoy muerta, ¡muerta! Al igual que a ti, ya no me quedan sentimientos, tengo el alma vacía, seca, hasta mi cuerpo no fue capaz de contener un embarazo, demasiado debilitado por el dolor —le dio una bofetada de revés— Si me hubieras buscado, y me hubieras brindado un mínimo de caridad, esa que te jactas con los pobres, habrías salvado dos vidas… —cerró los ojos y los abrió, y sólo pudo sentirlos inyectados de odio— Pero tu envidia, tu orgullo, tu soberbia, ¡sí! Tus pecados capitales, Narcisse, fueron más fuertes que cualquier cosa —llevó sus manos a los costados del rostro de su hermana — ¿Por qué me odias tanto? ¿Qué te hice para merecer tu desprecio? —estaba agitada, sólo quería respuestas, su vida se había vuelto un solo interrogante.
Desde su ingreso a la Santa Inquisición, Francine jamás había estado de acuerdo con la corrupción y los movimientos internos que enturbiaban una verdadera obra de bien. Y le dolía que su hermana formase parte de aquella red de impunidad. La menor de los Capet Lacroixe siempre había optado por mantenerse al margen de situaciones dudosas, y nunca había aceptado el dinero que le dejaban por debajo de la mesa, era un verdadero escollo dentro de su facción, ya que jamás quitaba a un sobrenatural de un registro, era sumamente recelosa con sus papeles, a los cuales los mantenía ocultos, hasta de su mismísima jefa. En ocasiones había sido tildada de insurrecta, y era su apellido lo que la había mantenido atada a la silla, a veces le gustaba pensar que la mismísima Narcisse era quien la retenía, por amor o por culpa, pero que lo hacía por ella. Con el tiempo había aprendido que en algún momento de su joven vida, a su hermana mayor le habían arrebatado los sueños y la dulzura, no sabía por qué, ni quién, ni bajo qué circunstancias, nunca lo habían hablado, de hecho, pocas veces hablaban de algo que no fuera lo meramente concerniente a su trabajo. Se cruzaban casi a diario, cuando ella supervisaba su labor o cuando convocaba a una reunión. Intentaban dejar sus asuntos fraternales –que de fraternales tenían poco y nada- para la intimidad, quizá cuando Francine quedaba a solas en el despacho de Narcisse y le exigía explicaciones sobre tales o cuales asuntos, como si los roles se hubieran invertido, y la menor tuviera derecho en cuestiones en las que debía agachar la cabeza y aceptar lo que se le dijese.
Francine ingresó a la Catedral y se persignó ante el Santísimo. Caminó a lo largo del pasillo hasta quedar frente al altar y observó a Cristo crucificado. Elevó una plegaria con los ojos cerrados, le pidió por el eterno descanso de su hijo, le rogó que le diera paz y las herramientas que estuvieran a su alcance para hacer justicia. Giró sobre sus talones y se encaminó hacia la oficina de su hermana. Apretó la cruz de plata que colgaba de su cuello, aquel había sido un regalo del padre de ambas tras su primera comunión a los ocho años. La conservaba como un tesoro invaluable, y cada vez que la tomaba, podía sentir la calidez de las manos de Maurice sobre las suyas, dándole valor para seguir adelante. Le hubiera gustado regalársela a Noah, pero jamás tendría la oportunidad. Y en parte, se lo debía a Narcisse. Simplemente, no aceptaba la idea de haber estado casi conviviendo con un vampiro y que ni ella ni su hermana se hubieran dado cuenta. La experiencia estaba del lado de la mayor, aunque Francine aceptaba su negligencia, y Dios era testigo de la pena que acarreaba a causa de ello. En momentos de extrema desesperación, se le cruzaba por la mente que todo había sido un plan de Narcisse para desestabilizarla y tenerla fuera de la Inquisición, estuvo a punto de lograrlo de haber sido así. En otros instantes, en los que no deseaba direccionar su odio hacia su hermana, prefería pensar que todo formaba parte del Plan Divino de Nuestro Señor, y que ella encontraría paz en algún punto de su vida.
La puerta estaba entreabierta, por lo que no hizo falta golpearla, tampoco lo hubiera hecho. Le había perdido el escaso respeto que le profesaba. Las palabras que emitió su superior, se le clavaron en el cuerpo como dagas venenosas, le oprimieron el corazón hasta que el pecho estuvo a punto de encogérsele de pura angustia y rencor. Luego de tanto tiempo separadas, sólo habían cruzado un par de cartas, y la recibía de aquella manera tan poco cordial. ¿Qué podía pretender de semejante mujer? Entró en completo silencio, la puerta se cerró en un susurro, los pasos de la joven inquisidora se hicieron sigilosos como el león que acecha a su presa. Calculó la distancia que las separaba, doce pasos, no más que eso. Observó la habitación, rodeada de papeles, bitácoras, una decoración simple y a la vez pretenciosa, como lo era la otra Capet. La mujer emanaba perfume de lavanda, igual que la difunta Charlotte, y a pesar de que la asociación estuvo a punto de hacerla vacilar, se abalanzó sobre su hermana y la tomó de las muñecas hasta aprisionarla contra la pared. Era más alta, pero Francine tenía el alma herida, y no había fuerza más poderosa que esa.
—¿Y qué crees que opine Nuestro Señor respecto a tu actitud de comprar un cadáver y hacerlo pasar por mi? Dime, Narcisse, tú que todo lo sabes, ¡¿qué demonios opinaría?! —ejerció más presión, y haciendo acopio de una fortaleza física que le resultaba hasta desconocida, la lanzó al suelo y se colocó a horcajadas sobre ella, en una despilfarro de faldas y enaguas. —No puedo creer lo que me hiciste. Estuve cinco malditos meses postrada en una cama sin poder caminar, ¡y tú no fuiste capaz de buscarme! —le dio una bofetada— Mi hijo está muerto, no te importó mi pena. Sabías que estaba viva, ¿por qué me ocultaste? ¿Qué ibas a ganar? ¿Qué la gente te quisiera más que a mí? ¡Lo has conseguido, perra, lo has conseguido! —la sacudió con violencia, tomándole los hombros— Ahora todos me miran con pena, con angustia, con pesar. Soy la pobre Francine, ya no queda nada de lo que alguna vez fui. Estoy muerta, ¡muerta! Al igual que a ti, ya no me quedan sentimientos, tengo el alma vacía, seca, hasta mi cuerpo no fue capaz de contener un embarazo, demasiado debilitado por el dolor —le dio una bofetada de revés— Si me hubieras buscado, y me hubieras brindado un mínimo de caridad, esa que te jactas con los pobres, habrías salvado dos vidas… —cerró los ojos y los abrió, y sólo pudo sentirlos inyectados de odio— Pero tu envidia, tu orgullo, tu soberbia, ¡sí! Tus pecados capitales, Narcisse, fueron más fuertes que cualquier cosa —llevó sus manos a los costados del rostro de su hermana — ¿Por qué me odias tanto? ¿Qué te hice para merecer tu desprecio? —estaba agitada, sólo quería respuestas, su vida se había vuelto un solo interrogante.
Francine Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
Narcisse no deseaba la alabanza, mucho menos el amor del mundo, la simple idea de alguien pensando eso de ella le podía arrancar una carcajada. Era una de las más grandes estupideces en la fas de la tierra. A ella no le importaban esas cosas tan innecesarias. Durante toda su vida aprendió a estar sin amor, sin cariños o detalles cargados de sentimiento, pero no por eso lo buscaba de forma desesperada. A diferencia de su hermana, ella no necesitaba un hombre o un hijo para sentir que vivía, menos que le voltearan a ver, no lo necesitaba, ni por verdad, ni por lastima. Sólo amaba a dos criaturas existentes aunque no lo pareciera. Su sobrino, y una tía que vivía lo suficiente lejos como para tener la desgracia de no visitarla. Con su pequeño sobrino no había demasiada relación, a pesar del inmenso cariño que ella profesaba interna y recelosamente por él, no es que no quisiera, la verdad es que el hecho de pensarse cerca de su hermana le impedía verlo, le parecía patético ir a observar la cara de sufrida de aquel mujer, no tenía interés, y no lo haría. Le pudieran decir lo que fuera, quizás en momentos de terror y dónde no hubiera más alternativa lo haría, por lo demás era mejor que nadie se hiciera a la idea, pues no es que fuera una mujer demostrativa, con el paso del tiempo el pequeño lo sabría, y cuando tuviera la suficiente edad lo invitaría a salir, lejos de las empalagosas e insoportables faldas de su madre.
A la líder de facción no le cabía en la cabeza tanta terquedad de su hermana ¿Por qué seguía esperando tanto de ella? ¿Por qué sigue creyendo que le dará amor, cariño, o cualquiera de esas tonterías? ¿Sería que no le entraba en la cabeza? ¿Acaso los años la estaban volviendo más tonta? De verdad, le parecía extremadamente ridícula, tanto que simplemente podría sonreír con sorna al tenerla enfrente, adoraba mandarla, hacerle a su antojo en aquel trabajo, para Narcisse la mujer le parecía patética, siempre en esa burbuja de amor, todo lo contrario a ella. Capet no creía que sólo el amor fuera el motor, habían más cosas, como el poder, el triunfo, el dinero, pero habían estúpidos como su hermana que seguían con esas ideas surrealistas. Más valía que lo entendiera sino deseaba seguir dándose contra paredes, aunque ninguna tan difícil de tumbar como la suya. Había más que rivalidad, más que desprecio, era odio, resentimiento, podría llevar su sangre pero eso no la dejaba exenta de ser extremadamente insignificante para la mayor. Seguía siendo la niñita tonta, pero ahora no se podía esconder en las faldas de sus padres, porque ellos habían muerto años atrás, y lo agradecía de cierta forma, porque también por eso se le había forjado el carácter que dejaba maravillado a más de uno.
Inevitablemente arqueó una ceja al notar a su hermana tan decidida, pero no se inmuto, parecía tan pacifica y al mismo tiempo tan prepotente como siempre. No le intimidaba su frágil, dramática y lloricona hermana. Pero debe admitir que la forma en que la arrojó la había llevado a sorprender. En cada palabra que la mujer articulaba su sonrisa se ampliaba más, descarada, sin vergüenza, simplemente ella. La primer bofetada le hizo sentir ardor en la piel, la segunda le dejó la marca de la mano ajena, pero daba igual, no iba a sufrir por las reacciones. Internamente agradecía que su pequeña hermana sacará a relucir esa parte que parecía muerta. Francine siempre tan perfecta, ahora demostraba que no lo era. Aquello será un dato que guardara para siempre, si pudiera lo enmarcaría en un lienzo sobre una pared, pero no estaba para idioteces. Lo cierto es que su rostro le ardía, aquello comenzaba a ponerla de mal humor. Cerró los ojos un par de veces, tomó grandes bocanas de aire. La ventaja de sus entrenamientos dentro de la inquisición, es que le daban la fuerza y la destreza para vencer a criaturas sobrenaturales, podría con una débil mujer.
- Eres tan estúpida - Colocó ambas plantas de los pies sobre el piso alfombrado, sus brazos los dobló para con esa posé levantar las caderas de un tirón fuerte, la hizo brincar en el suelo, le empujó un poco para poder liberarse, gateó hasta quedar perfectamente libre de su hermana, se puso de rodillas, después de pie, mientras dio la vuelta se acercó a su hermana y propinó una fuerte cachetada que incluso le dolió a ella - Mira Francine, no sé de que te sorprendes, nunca he sido una hermana modelo, y no pretendo serlo, ahora no vengas con arrebatos que te haces ver patética, y con esperanzas ¿de qué? ¿Qué yo te pida disculpas? ¿Que te diga lo siento estoy arrepentida y te de un cálido abrazo? - El rostro fino de la chica se sonrojó de la rabia que estaba mostrando - ¡No lo haré! Deja ya de reclamar lo que jamás sabrás, si te odio o no es mi problema, no tengo que darte ninguna explicación, por más sangre igual que llevemos por nuestras venas - Bramó sin voltear a verla. Estaba llena de rabia, si la odiaba, pero en el fondo también existía cariño, uno especial, pero lo había.
- Viniste a trabajar, a servir como se supone lo haces, no ha hacer un maldito espectáculo, para eso ve a dramatizar al teatro, o a la calle con los muertos de hambre ¿estuviste en una maldita cama cinco, seis meses, un año? ¡Es tu problema por no cuidarte, no él mío! ¿Entendiste? Ya deja de hacerte la sufrida que no te queda, me tienes cansada, Gallup, cansada de tanta charlatanería - Rodó los ojos tomando una distancia necesaria con ella, se acomodó los cabellos, como eliminando todo el drama que habían tenido minutos atrás, no estaba para estupideces, claro que no, y debía enseñarle a su hermana a respetar a sus mayores, no por la familia, eso salía sobrando, sino por el lugar de trabajo, en todos los años jamás había tenido una falta, y no iba a empezar porque su perfecta hermana quisiera tener gritos de niña caprichosa. No lo haría.
A la líder de facción no le cabía en la cabeza tanta terquedad de su hermana ¿Por qué seguía esperando tanto de ella? ¿Por qué sigue creyendo que le dará amor, cariño, o cualquiera de esas tonterías? ¿Sería que no le entraba en la cabeza? ¿Acaso los años la estaban volviendo más tonta? De verdad, le parecía extremadamente ridícula, tanto que simplemente podría sonreír con sorna al tenerla enfrente, adoraba mandarla, hacerle a su antojo en aquel trabajo, para Narcisse la mujer le parecía patética, siempre en esa burbuja de amor, todo lo contrario a ella. Capet no creía que sólo el amor fuera el motor, habían más cosas, como el poder, el triunfo, el dinero, pero habían estúpidos como su hermana que seguían con esas ideas surrealistas. Más valía que lo entendiera sino deseaba seguir dándose contra paredes, aunque ninguna tan difícil de tumbar como la suya. Había más que rivalidad, más que desprecio, era odio, resentimiento, podría llevar su sangre pero eso no la dejaba exenta de ser extremadamente insignificante para la mayor. Seguía siendo la niñita tonta, pero ahora no se podía esconder en las faldas de sus padres, porque ellos habían muerto años atrás, y lo agradecía de cierta forma, porque también por eso se le había forjado el carácter que dejaba maravillado a más de uno.
Inevitablemente arqueó una ceja al notar a su hermana tan decidida, pero no se inmuto, parecía tan pacifica y al mismo tiempo tan prepotente como siempre. No le intimidaba su frágil, dramática y lloricona hermana. Pero debe admitir que la forma en que la arrojó la había llevado a sorprender. En cada palabra que la mujer articulaba su sonrisa se ampliaba más, descarada, sin vergüenza, simplemente ella. La primer bofetada le hizo sentir ardor en la piel, la segunda le dejó la marca de la mano ajena, pero daba igual, no iba a sufrir por las reacciones. Internamente agradecía que su pequeña hermana sacará a relucir esa parte que parecía muerta. Francine siempre tan perfecta, ahora demostraba que no lo era. Aquello será un dato que guardara para siempre, si pudiera lo enmarcaría en un lienzo sobre una pared, pero no estaba para idioteces. Lo cierto es que su rostro le ardía, aquello comenzaba a ponerla de mal humor. Cerró los ojos un par de veces, tomó grandes bocanas de aire. La ventaja de sus entrenamientos dentro de la inquisición, es que le daban la fuerza y la destreza para vencer a criaturas sobrenaturales, podría con una débil mujer.
- Eres tan estúpida - Colocó ambas plantas de los pies sobre el piso alfombrado, sus brazos los dobló para con esa posé levantar las caderas de un tirón fuerte, la hizo brincar en el suelo, le empujó un poco para poder liberarse, gateó hasta quedar perfectamente libre de su hermana, se puso de rodillas, después de pie, mientras dio la vuelta se acercó a su hermana y propinó una fuerte cachetada que incluso le dolió a ella - Mira Francine, no sé de que te sorprendes, nunca he sido una hermana modelo, y no pretendo serlo, ahora no vengas con arrebatos que te haces ver patética, y con esperanzas ¿de qué? ¿Qué yo te pida disculpas? ¿Que te diga lo siento estoy arrepentida y te de un cálido abrazo? - El rostro fino de la chica se sonrojó de la rabia que estaba mostrando - ¡No lo haré! Deja ya de reclamar lo que jamás sabrás, si te odio o no es mi problema, no tengo que darte ninguna explicación, por más sangre igual que llevemos por nuestras venas - Bramó sin voltear a verla. Estaba llena de rabia, si la odiaba, pero en el fondo también existía cariño, uno especial, pero lo había.
- Viniste a trabajar, a servir como se supone lo haces, no ha hacer un maldito espectáculo, para eso ve a dramatizar al teatro, o a la calle con los muertos de hambre ¿estuviste en una maldita cama cinco, seis meses, un año? ¡Es tu problema por no cuidarte, no él mío! ¿Entendiste? Ya deja de hacerte la sufrida que no te queda, me tienes cansada, Gallup, cansada de tanta charlatanería - Rodó los ojos tomando una distancia necesaria con ella, se acomodó los cabellos, como eliminando todo el drama que habían tenido minutos atrás, no estaba para estupideces, claro que no, y debía enseñarle a su hermana a respetar a sus mayores, no por la familia, eso salía sobrando, sino por el lugar de trabajo, en todos los años jamás había tenido una falta, y no iba a empezar porque su perfecta hermana quisiera tener gritos de niña caprichosa. No lo haría.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
¡Maldita! ¡Maldita cien veces! Hubiera maldecido su familia, si no hubiera sido la misma que la de ella. Francine podía sentir el cosquilleo en sus nudillos, el deseo corriéndole por las venas, el deseo de asesinar a su hermana. Cada golpe se lo daba a Narcisse, a Neo, a los asesinos de su familia, a Nikôlaus, a la Inquisición y, por sobre todos, a sí misma. Odiaba a todos por despertar aquella violencia, aquella ira, de las que jamás se creyó capaz de poseer. Le habían corrompido centímetro a centímetro su alma, y se la habían arrebatado en el mismo instante en que le dieron muerte a su hijo, a su único y preciado hijo. La habían dejado sola, le habían dado la espalda, la habían tirado al piso y allí mismo la habían pateado, una y otra vez, hasta sangra y desangrar, hasta que la sangre coagulada estallaba en las heridas de su alma, mientras se secaba lentamente, mientras el dolor y la desesperación la consumían y le rasgaban los vestigios que quedaban de ella. Hubo un fugaz instante en que se detuvo a observar a su hermana mayor, ¿en qué se parecían? ¿Había algo de Narcisse en su interior? ¡No! Jamás sería una zorra manipuladora y despreciable, jamás usaría a los demás para sus propios fines corruptos, y la realidad la cacheteó al derecho y al revés. Había vendido a su marido como si se tratase de un jarrón, lo había expuesto por pura venganza y por pura desesperanza. ¡Oh Dios! ¡Se había convertido en Narcisse! No había pensado ni un solo segundo en Nikôlaus, sólo en ella, en aplacar sus emociones desbordantes.
Un instante de distracción, y su hermana se había liberado con facilidad. Otra de tantas negligencias, ¿acaso pensó que le ganaría a una experta en el combate cuerpo a cuerpo? Hubiera sido más fácil calzarse un arma y ponerle una bala entre ceja y ceja, pero claro, era demasiado cobarde para matarla, como había sido demasiado cobarde para quitarse la vida, y demasiado cobarde para ofrecer en bandeja de plata la cabeza de su esposo. <<La única maldita soy yo, estoy maldita, destruyo todo>> pensó mientras apretaba los puños y sus uñas se clavaban en su carne, arrancándole sangre. Ya no sentía los padecimientos físicos. Hubiera sido positivo si lo hacía, pero su corazón estaba tan marchito que no importaba si le arrancaban un brazo gangrenado, nada interesaba ya… La cachetada de Narcisse le provocó un escozor que se extendió hasta su oreja. Instintivamente, llevó su mano hacia la zona adormecida, mientras un hormigueo se extendia por la mejilla, el pómulo, hasta la sien. No se dio cuenta que había volteado el rostro, que estaba mareada, y que en el impacto se había mordido el labio. El gusto metálico de la sangre le invadió la boca y le calcinó la garganta. Su propia sangre, una vez más. <<¡Si, soy una estúpida!>> clamó en su mente turbada, y sólo atinó a dejarse caer para quedar sentada en el piso.
Observó la figura alta, atlética y voluptuosa de Narcisse. ¿Era más Capet que Lacroix o al revés? ¿Y ella? La imagen de su madre estaba tan perdida en sus recuerdos, que intentaba imaginarla como esa persona que se había reflejado en el espejo cada vez que se miraba. Pero lo cierto es que se engañaba, y sentía gran culpa por no poder vivificar el rostro de Charlotte. Una noche le había confesado eso a su esposo, y él la había reconfortado con ese amor inmenso que se tenían, y nunca más volvió a pesarle, al fin de cuenta, como Nikôlaus le había dicho, todavía era muy pequeña cuando su progenitora fue asesinada. <<De todas maneras, ¡debería recordar su rostro!>>. Se arrastró unos centímetros hacia atrás, hasta apoyar la espalda en la pared. Escuchó con atención el discurso de su superior, sus ojos como plato la observaban, y admiró la capacidad de su hermana para lucir esplendorosa después de que se revolcaron golpeándose, o, mejor dicho, que ella la lanzó al piso y la golpeó. Quien parecía haber recibido la peor parte, como de costumbre, era Francine, que estaba tan pálida como todos los días de esos últimos meses, y que tenía una expresión de horror que no lograría simular ni aunque apareciese el mismísimo Sumo Pontífice ante sus ojos. <<Algo de orgullo tiene que quedarme>> se dijo al tiempo que se ponía de pie.
—¿Mi…problema por…no cuidarme? —formuló la pregunta tartamudeando. Le estaba tomando el pelo, no había otra explicación. —¿De qué hablas, mujer? ¿Estás ebria? ¿Acaso crees que tuve oportunidad después de ver cómo asesinaban a mi hijo en mi cara? ¡Todas las noches tengo pesadillas con ese momento! —le dio un golpe al escritorio, haciendo que unos papeles saltaran y el tintero se volcara— Mataron a tu ahijado, a mi Noah, uno de esos malditos seres que no lograremos exterminar jamás, ¿y me dices que fue mi culpa por no cuidarme? —giró y buscó una cruz— Perdónala, Padre, perdónala porque no sabe lo que hace —negó con la cabeza dos veces, y tras persignarse, se sentó como si nada hubiera ocurrido. Sus dedos tamborilearon en la madera, unas gotas de tinta cayeron sobre su vestido negro, pero sólo necesitaba echarle luz a sus pensamientos, demasiado arremolinados por las palabras sin sentido que había expresado Narcisse. <<¿Por qué te mientes, Francine? Si, fue tu culpa, un vampiro te tomó desprevenida y acabó con tu familia, todo ante tus ojos, y sólo atinaste a escapar>> habló la parte lógica de su mente.
—No pretendía ni un abrazo ni una palabra de aliento, sólo una pizca de tu caridad… —susurró. Con el dorso de la mano se limpió la sangre que sentía chorrear por la comisura, y luego observó la mancha rojiza en su piel. Tomó un pañuelo que llevaba en el puño y la limpió. —Es cierto, vine a trabajar —dijo por fin, tras un silencio que podría haber sido eterno. Podía sentir los latidos en todos los puntos sensibles de su cuerpo, el pulso acelerado y un nudo en la garganta, estaba incontenible, su lado salvaje bramaba y deseaba acabar con aquella maldita farsa, con el monigote poderoso que era Narcisse. —¿Qué quieres? ¿Qué necesitas? Estoy intentando volver a mis labores tras mi ausencia, tengo mucho trabajo que hacer, como sabrás. Y si te tengo cansada, ¿por qué no me echas de una vez? Motivos no te faltarían, podrías inventarlos. Alta traición, vender información, aceptar sobornos para borrar nombres de un expediente, lo que quieras, tienes ese poder y mucho más —se incorporó y se cruzó de brazos— Sácame de la Inquisición, Narcisse, atrévete a ensuciar nuestro apellido, una vez más, pero ésta vez, con sangre de tu sangre, con la de tu hermana. Hazme cortar la cabeza o ahorcar, sería un bonito espectáculo para tu colección morbosa.
Un instante de distracción, y su hermana se había liberado con facilidad. Otra de tantas negligencias, ¿acaso pensó que le ganaría a una experta en el combate cuerpo a cuerpo? Hubiera sido más fácil calzarse un arma y ponerle una bala entre ceja y ceja, pero claro, era demasiado cobarde para matarla, como había sido demasiado cobarde para quitarse la vida, y demasiado cobarde para ofrecer en bandeja de plata la cabeza de su esposo. <<La única maldita soy yo, estoy maldita, destruyo todo>> pensó mientras apretaba los puños y sus uñas se clavaban en su carne, arrancándole sangre. Ya no sentía los padecimientos físicos. Hubiera sido positivo si lo hacía, pero su corazón estaba tan marchito que no importaba si le arrancaban un brazo gangrenado, nada interesaba ya… La cachetada de Narcisse le provocó un escozor que se extendió hasta su oreja. Instintivamente, llevó su mano hacia la zona adormecida, mientras un hormigueo se extendia por la mejilla, el pómulo, hasta la sien. No se dio cuenta que había volteado el rostro, que estaba mareada, y que en el impacto se había mordido el labio. El gusto metálico de la sangre le invadió la boca y le calcinó la garganta. Su propia sangre, una vez más. <<¡Si, soy una estúpida!>> clamó en su mente turbada, y sólo atinó a dejarse caer para quedar sentada en el piso.
Observó la figura alta, atlética y voluptuosa de Narcisse. ¿Era más Capet que Lacroix o al revés? ¿Y ella? La imagen de su madre estaba tan perdida en sus recuerdos, que intentaba imaginarla como esa persona que se había reflejado en el espejo cada vez que se miraba. Pero lo cierto es que se engañaba, y sentía gran culpa por no poder vivificar el rostro de Charlotte. Una noche le había confesado eso a su esposo, y él la había reconfortado con ese amor inmenso que se tenían, y nunca más volvió a pesarle, al fin de cuenta, como Nikôlaus le había dicho, todavía era muy pequeña cuando su progenitora fue asesinada. <<De todas maneras, ¡debería recordar su rostro!>>. Se arrastró unos centímetros hacia atrás, hasta apoyar la espalda en la pared. Escuchó con atención el discurso de su superior, sus ojos como plato la observaban, y admiró la capacidad de su hermana para lucir esplendorosa después de que se revolcaron golpeándose, o, mejor dicho, que ella la lanzó al piso y la golpeó. Quien parecía haber recibido la peor parte, como de costumbre, era Francine, que estaba tan pálida como todos los días de esos últimos meses, y que tenía una expresión de horror que no lograría simular ni aunque apareciese el mismísimo Sumo Pontífice ante sus ojos. <<Algo de orgullo tiene que quedarme>> se dijo al tiempo que se ponía de pie.
—¿Mi…problema por…no cuidarme? —formuló la pregunta tartamudeando. Le estaba tomando el pelo, no había otra explicación. —¿De qué hablas, mujer? ¿Estás ebria? ¿Acaso crees que tuve oportunidad después de ver cómo asesinaban a mi hijo en mi cara? ¡Todas las noches tengo pesadillas con ese momento! —le dio un golpe al escritorio, haciendo que unos papeles saltaran y el tintero se volcara— Mataron a tu ahijado, a mi Noah, uno de esos malditos seres que no lograremos exterminar jamás, ¿y me dices que fue mi culpa por no cuidarme? —giró y buscó una cruz— Perdónala, Padre, perdónala porque no sabe lo que hace —negó con la cabeza dos veces, y tras persignarse, se sentó como si nada hubiera ocurrido. Sus dedos tamborilearon en la madera, unas gotas de tinta cayeron sobre su vestido negro, pero sólo necesitaba echarle luz a sus pensamientos, demasiado arremolinados por las palabras sin sentido que había expresado Narcisse. <<¿Por qué te mientes, Francine? Si, fue tu culpa, un vampiro te tomó desprevenida y acabó con tu familia, todo ante tus ojos, y sólo atinaste a escapar>> habló la parte lógica de su mente.
—No pretendía ni un abrazo ni una palabra de aliento, sólo una pizca de tu caridad… —susurró. Con el dorso de la mano se limpió la sangre que sentía chorrear por la comisura, y luego observó la mancha rojiza en su piel. Tomó un pañuelo que llevaba en el puño y la limpió. —Es cierto, vine a trabajar —dijo por fin, tras un silencio que podría haber sido eterno. Podía sentir los latidos en todos los puntos sensibles de su cuerpo, el pulso acelerado y un nudo en la garganta, estaba incontenible, su lado salvaje bramaba y deseaba acabar con aquella maldita farsa, con el monigote poderoso que era Narcisse. —¿Qué quieres? ¿Qué necesitas? Estoy intentando volver a mis labores tras mi ausencia, tengo mucho trabajo que hacer, como sabrás. Y si te tengo cansada, ¿por qué no me echas de una vez? Motivos no te faltarían, podrías inventarlos. Alta traición, vender información, aceptar sobornos para borrar nombres de un expediente, lo que quieras, tienes ese poder y mucho más —se incorporó y se cruzó de brazos— Sácame de la Inquisición, Narcisse, atrévete a ensuciar nuestro apellido, una vez más, pero ésta vez, con sangre de tu sangre, con la de tu hermana. Hazme cortar la cabeza o ahorcar, sería un bonito espectáculo para tu colección morbosa.
Francine Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
Su hermana le desesperaba. Le hacía sentir incluso asco. Las posturas de víctima le parecían repugnantes, incluso despreciables. Negó dos veces para si misma. Hablar con Francine, era como hablar con una pared, fea, mohosa y mal oliente. Se quedó parada, colocó una mano sobre su cintura, su mirada mostraba el desprecio que experimentaba en ese momento. Rodó los ojos, tanta auto compasión debía de dar vergüenza, y por eso ella experimentaba la pena ajena. En su rostro se dibujó una sonrisa burlona, ¿qué podría hacer al respecto? La escena en si le causaba risa, demasiada diversión. Ella, su hermana, los quejidos, los insultos. Parecía que no podían estar tranquilas trabajando. Eso era lo único que les relacionaba ahora, el trabajo, la cantidad de cosas que debían hacer para la inquisición. En ocasiones, la mujer tomaba bocanas de aire para no llegar a perder los estribos, Narcisse odiaba hacer escándalos, le gustaba pasar desapercibida, su conducta siempre destacó por la forma impecable de laborar, por hacer los trabajos con discreción, por eso había llegado a ser la mano derecha del superior de la iglesia. El papa; Se caminó con sigilo hasta toparse con una silla, en la cual se sentó a comodidad, no iba a seguir presenciando la actuación de su hermana parada, eso sería incomodo.
Narcisse era una excelente actriz, pero eso nadie lo sabía con claridad. Aunque pareciera una perra frívola y por completo indiferente, en realidad no lo era, habían situaciones que si le alteraban, o que llegaban a ponerle mal, momentos que sólo los dejaba salir en soledad, a oscuras, encerrada en aquella elegante y pretenciosa habitación de su hogar. La muerte de su ahijado le había dolido en el alma. A lo largo de su vida, todas las personas que más quería se le iban escurriendo de las manos como si se trataran de agua. Aquello era una hecho lamentable, quizás de no ser así no tendría tanta amargura y tanto odio en el corazón. Aquello se había convertido en un gran muro de tres metros de altura que impedía a cualquiera entrar en ella y abrazarla de forma cálida. Ya no confiaba en nadie, ni en nada, por eso prefería hacer a un lado el cariño, era como si en realidad se encontrara maldita, sin que nadie pudiera quitarle tal maldición, sin duda, quien escuchara sus pensamientos dentro del "recinto de Dios" la acusaría de hereje. Creer en tales cosas y no poner demasiada fe en su señor, ese que según estaba en los cielos, el cual, para ser honesta, creía en momentos esporádicos, no siempre.
- Ya, para el drama, en serio, me das lastima, pero no por eso tengo que soportar tus berridos, sé lo que ocurrió con mi ahijado, no tienes porque recalcarlo o mencionarlo a cada momento como si fuera un premio de consolación que todos los demás te escucháramos, deberías hacerte carácter, y utilizarlo para bien, toma ese maldito coraje y afronta la vida, que si alguien ha acabado con la vida de tu hijo, no por eso debes hundirte, piensa en la memoria del pequeño - Le regañó, su semblante ya no parecía burlón, de hecho, ni siquiera enrabiado, ahora se notaba la tristeza en sus ojos, pero pronto desvió el rostro hacía otra dirección para que su hermana no lo notara, a ella podría odiarla, pero incluso entre su aberración a todo ser viviente, a los pequeños, a los niños, principalmente a su ahijado jamás le había deseado un desenlace de ese tipo. Los infantes eran los únicos seres vivientes a los que ella les otorgaba el respeto, simplemente por la carencia de malicia, e incluso de dolor.
- A ti podría dejar que te murieras, y no me importaría en lo más mínimo, ya estás lo suficientemente grande para poder cuidar de ti misma, hasta el punto de saber si te permites o no la muerte en manos de una repugnante criatura, pero a él no - Comentó de forma firme, sin ninguna pizca de titubeo. Estaba al meso siendo sincera con ella después de mucho tiempo - ¡Que te calles, me tienes harta! - Volvió a musitar de mala gana - Si te dejas de lloriqueos puedo explicarte que si, he mandado a investigar el asesinato, por mi cuenta, sin mujeres melodramáticas de por medio que creen poder con todo - Gruñó con fuerza cansada de las actitudes de su hermana, de ser posible la habría tomado del cabello, le habría dado tirones fuertes, y la habría echado de patitas a la calle, sin embargo se mantuvo a la altura, sin hacer estupideces que llamaran demasiado la atención, por ella misma, no por su hermana. Jamás haría por aquella mujer que le había quitado el amor de los suyos.
- ¿Por qué no dejas de decir estupideces? ¿De qué me sirve a mi echarte de la inquisición? Mientras hagas tu trabajo a mi no me importa lo que pase contigo fuera de aquí, y dentro, con que dejes de llorar sería fantástico, esos lamentos a tu persona dan lastima, de verdad, así que ya cállate - Negó para levantarse de su asiento, fue derecho a una gran mesa cuadrada donde tenía algunos planos, un tintero, una pluma, y una libreta a un lado donde comenzaba a ejercer algunas anotaciones. - Estás chiflada, ¿crees que me importa tu maldita cabeza? ¡Deja de decir estupideces! Para mi como si no existieras ¿entiendes? Deja de darte tanta importancia, no me importa si estás aquí, si haces traición, si respiras, si comes, si lloras ¡sólo cállate y deja de decir tonterías! - Ya la estaba cansando de verdad con sus tonterías, si Francine seguía así le cumpliría su deseo.
Narcisse era una excelente actriz, pero eso nadie lo sabía con claridad. Aunque pareciera una perra frívola y por completo indiferente, en realidad no lo era, habían situaciones que si le alteraban, o que llegaban a ponerle mal, momentos que sólo los dejaba salir en soledad, a oscuras, encerrada en aquella elegante y pretenciosa habitación de su hogar. La muerte de su ahijado le había dolido en el alma. A lo largo de su vida, todas las personas que más quería se le iban escurriendo de las manos como si se trataran de agua. Aquello era una hecho lamentable, quizás de no ser así no tendría tanta amargura y tanto odio en el corazón. Aquello se había convertido en un gran muro de tres metros de altura que impedía a cualquiera entrar en ella y abrazarla de forma cálida. Ya no confiaba en nadie, ni en nada, por eso prefería hacer a un lado el cariño, era como si en realidad se encontrara maldita, sin que nadie pudiera quitarle tal maldición, sin duda, quien escuchara sus pensamientos dentro del "recinto de Dios" la acusaría de hereje. Creer en tales cosas y no poner demasiada fe en su señor, ese que según estaba en los cielos, el cual, para ser honesta, creía en momentos esporádicos, no siempre.
- Ya, para el drama, en serio, me das lastima, pero no por eso tengo que soportar tus berridos, sé lo que ocurrió con mi ahijado, no tienes porque recalcarlo o mencionarlo a cada momento como si fuera un premio de consolación que todos los demás te escucháramos, deberías hacerte carácter, y utilizarlo para bien, toma ese maldito coraje y afronta la vida, que si alguien ha acabado con la vida de tu hijo, no por eso debes hundirte, piensa en la memoria del pequeño - Le regañó, su semblante ya no parecía burlón, de hecho, ni siquiera enrabiado, ahora se notaba la tristeza en sus ojos, pero pronto desvió el rostro hacía otra dirección para que su hermana no lo notara, a ella podría odiarla, pero incluso entre su aberración a todo ser viviente, a los pequeños, a los niños, principalmente a su ahijado jamás le había deseado un desenlace de ese tipo. Los infantes eran los únicos seres vivientes a los que ella les otorgaba el respeto, simplemente por la carencia de malicia, e incluso de dolor.
- A ti podría dejar que te murieras, y no me importaría en lo más mínimo, ya estás lo suficientemente grande para poder cuidar de ti misma, hasta el punto de saber si te permites o no la muerte en manos de una repugnante criatura, pero a él no - Comentó de forma firme, sin ninguna pizca de titubeo. Estaba al meso siendo sincera con ella después de mucho tiempo - ¡Que te calles, me tienes harta! - Volvió a musitar de mala gana - Si te dejas de lloriqueos puedo explicarte que si, he mandado a investigar el asesinato, por mi cuenta, sin mujeres melodramáticas de por medio que creen poder con todo - Gruñó con fuerza cansada de las actitudes de su hermana, de ser posible la habría tomado del cabello, le habría dado tirones fuertes, y la habría echado de patitas a la calle, sin embargo se mantuvo a la altura, sin hacer estupideces que llamaran demasiado la atención, por ella misma, no por su hermana. Jamás haría por aquella mujer que le había quitado el amor de los suyos.
- ¿Por qué no dejas de decir estupideces? ¿De qué me sirve a mi echarte de la inquisición? Mientras hagas tu trabajo a mi no me importa lo que pase contigo fuera de aquí, y dentro, con que dejes de llorar sería fantástico, esos lamentos a tu persona dan lastima, de verdad, así que ya cállate - Negó para levantarse de su asiento, fue derecho a una gran mesa cuadrada donde tenía algunos planos, un tintero, una pluma, y una libreta a un lado donde comenzaba a ejercer algunas anotaciones. - Estás chiflada, ¿crees que me importa tu maldita cabeza? ¡Deja de decir estupideces! Para mi como si no existieras ¿entiendes? Deja de darte tanta importancia, no me importa si estás aquí, si haces traición, si respiras, si comes, si lloras ¡sólo cállate y deja de decir tonterías! - Ya la estaba cansando de verdad con sus tonterías, si Francine seguía así le cumpliría su deseo.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
Francine se preguntó, si realmente se posicionaba como una víctima. Su hermana era la segunda persona que se lo decía, y si bien sabía que hacía tiempo no era dueña de sí misma, no consideraba que tomara una postura tan lamentable. Repasó los hechos de principio a fin, había soñado con aquel momento en que golpeó a Narcisse, se había sentido completamente satisfecha, sin embargo, cuando el hecho se volvió realidad, un hondo vacío le atenazó el corazón. Una puntada le surcaba el pecho, agravándose conforme pasaban los segundos. Curvó la espalda, a pesar del incómodo corsé, y apoyó las manos en las rodillas, apretándolas. Estaba agitada, y observó a su hermana cómo se sentaba, con aquella tranquilidad envidiable, con su aparente conducta intachable, como si hubieran mantenido una conversación de amigas en la cafetería de moda. Así había sido su padre. Él se mantenía razonable, hasta en las circunstancias más dolorosas de su vida. El dulce Maurice jamás tuvo un ataque de ira, nunca se lo vio fuera de sí. Le había transmitido a Narcisse, perfectamente, esa frialdad que servía en los álgidos momentos de la existencia. Francine no, siempre fue pasional e impulsiva, nunca tuvo el autocontrol de ellos, ni siquiera sus hermanos varones habían sido tan explosivos. Quizá porque a ella, por ser la menor, le permitieron todo tipo de caprichos, difícilmente se la reprendió, y siempre lograba lo que quería de quiénes tenía alrededor. Seguramente, por ello, admiraba, secretamente a Narcisse, porque fue la única que jamás besó el suelo que ella pisaba. Su hermana mayor le enseñó que en la vida no todo se puede conseguir, y a pesar de haber intentado una y mil maneras de encantarla, no lo había conseguido.
Se incorporó, y apoyó la espalda en la silla, agotada, exhausta de tanto odio. Su corazón siempre había sido preparado para el amor, para cuidar de los demás, para abrazar, para besar, para mimar, no para albergar ese oscuro sentimiento que la desbordaba. Odiaba a todo y a todos, no había un ser vivo o muerto que se escapase al alcance de tan tórrido sentir. Si no hubiera visto su sangre roja, habría creído que se le había ennegrecido. El odio la carcomía y le obnubilaba el pensamiento, no la dejaba pensar con claridad, y lo único que deseaba era vengarse. Una venganza en la que quizá se le fuera una vida que ya no quería. Su padre se había esmerado en que sintiera repugnancia por los sobrenaturales, pero que no albergase ningún tipo de sentimientos por ellos, “porque son muy inteligentes y lo volverán en tu contra” le había repetido y advertido, mientras le daba lecciones de tiro al blanco. Pero todo lo que sabía, se había convertido en un torrente de inútil teoría, porque de nada le había servido a la hora de salvar a los suyos, y tampoco le había servido a su familia, destrozada por los vampiros. Los Capet habían sido elegidos por esas bestias, y de la numerosa y feliz familia que quedaba, sólo restaban tres hermanos, que estaban distanciados, que vivían en su propio mundo, y que, difícilmente, les importase el uno del otro. Tanto esfuerzo de sus difuntos padres, para que, en la adultez, se convirtiesen en reconocidas figuras del Santo Oficio –Narcisse con más éxito que los otros dos- pero con almas vacías.
—Lo siento —murmuró. Y fue consciente de que quizá sólo ella lo había escuchado. —Perdóname, Narcisse. Perdóname —su voz sonó firme. Algo que sí le quedaba, era el coraje para admitir sus errores y pedir disculpas por ello. Pero sabía que a su hermana no le importaba, no necesitaba de eso. —Antes de ser mi hermana, eres mi superior; he cometido un grave error. No he cumplido con mi función, te he faltado el respeto. —estaba realmente arrepentida, pero no por haber atentado contra su jefa, sino, por haber tirado a la basura todo lo que tenía. Con su hermano ni siquiera hablaba, tenía vergüenza de verlo, de reunirse con él, pues era quien la había ayudado en su entrenamiento, quien se había hecho cargo de ella cuando quedaron huérfanos. Lo extrañaba, y en ese momento deseó que los tres Capet que estaban vivos, fueran unidos, pudieran abrazarse y quererse con sinceridad. Hasta ese momento, Francine, no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba el amor de su familia, el vínculo fraterno que le diese otro motor en su vida, y no sólo el querer vengar a su hijo. Noah, de haber sido mayor, habría deseado eso. Siempre adoró a sus tíos.
— ¿No tienes alguna misión para mí? ¿No puedes enviarme lejos por un tiempo? —no sería la primera vez. Sólo con la maternidad había parado, ni siquiera casada había olvidado sus viajes. Se puso de pie y caminó hacia una mesa, donde había una jarra con agua y dos vasos. Sirvió iguales cantidades, y le ofreció a Narcisse uno. Volvió a la silla donde estaba. Al apoyar el labio lastimado en el recipiente, lo alejó rápidamente, le provocó un fuerte dolor. Luego volvió a realizar la misma acción, pero con cuidado. Observó los papeles dispersos en el suelo, la mancha de tinta en el piso, el Cristo crucificado, y cada rincón de la habitación. Todo eso era el mundo de su hermana, allí estaba lo mejor de ella. Francine, tiempo atrás, había sentido mucha pena al saber que Narcisse no tenía un marido y unos hijos de los que cuidar, serían niños hermosos, de existir, porque ella era una de las mujeres más bellas que había conocido. —Necesito volver a sentirme útil. Vine aquí no sólo para hacer un escándalo y quedar como una loca —una sonrisa sin gracia apareció en su boca—, sino, para decirte que quiero volver a mis tareas. Pero no puedo hacerlo sin tu autorización.
Se incorporó, y apoyó la espalda en la silla, agotada, exhausta de tanto odio. Su corazón siempre había sido preparado para el amor, para cuidar de los demás, para abrazar, para besar, para mimar, no para albergar ese oscuro sentimiento que la desbordaba. Odiaba a todo y a todos, no había un ser vivo o muerto que se escapase al alcance de tan tórrido sentir. Si no hubiera visto su sangre roja, habría creído que se le había ennegrecido. El odio la carcomía y le obnubilaba el pensamiento, no la dejaba pensar con claridad, y lo único que deseaba era vengarse. Una venganza en la que quizá se le fuera una vida que ya no quería. Su padre se había esmerado en que sintiera repugnancia por los sobrenaturales, pero que no albergase ningún tipo de sentimientos por ellos, “porque son muy inteligentes y lo volverán en tu contra” le había repetido y advertido, mientras le daba lecciones de tiro al blanco. Pero todo lo que sabía, se había convertido en un torrente de inútil teoría, porque de nada le había servido a la hora de salvar a los suyos, y tampoco le había servido a su familia, destrozada por los vampiros. Los Capet habían sido elegidos por esas bestias, y de la numerosa y feliz familia que quedaba, sólo restaban tres hermanos, que estaban distanciados, que vivían en su propio mundo, y que, difícilmente, les importase el uno del otro. Tanto esfuerzo de sus difuntos padres, para que, en la adultez, se convirtiesen en reconocidas figuras del Santo Oficio –Narcisse con más éxito que los otros dos- pero con almas vacías.
—Lo siento —murmuró. Y fue consciente de que quizá sólo ella lo había escuchado. —Perdóname, Narcisse. Perdóname —su voz sonó firme. Algo que sí le quedaba, era el coraje para admitir sus errores y pedir disculpas por ello. Pero sabía que a su hermana no le importaba, no necesitaba de eso. —Antes de ser mi hermana, eres mi superior; he cometido un grave error. No he cumplido con mi función, te he faltado el respeto. —estaba realmente arrepentida, pero no por haber atentado contra su jefa, sino, por haber tirado a la basura todo lo que tenía. Con su hermano ni siquiera hablaba, tenía vergüenza de verlo, de reunirse con él, pues era quien la había ayudado en su entrenamiento, quien se había hecho cargo de ella cuando quedaron huérfanos. Lo extrañaba, y en ese momento deseó que los tres Capet que estaban vivos, fueran unidos, pudieran abrazarse y quererse con sinceridad. Hasta ese momento, Francine, no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba el amor de su familia, el vínculo fraterno que le diese otro motor en su vida, y no sólo el querer vengar a su hijo. Noah, de haber sido mayor, habría deseado eso. Siempre adoró a sus tíos.
— ¿No tienes alguna misión para mí? ¿No puedes enviarme lejos por un tiempo? —no sería la primera vez. Sólo con la maternidad había parado, ni siquiera casada había olvidado sus viajes. Se puso de pie y caminó hacia una mesa, donde había una jarra con agua y dos vasos. Sirvió iguales cantidades, y le ofreció a Narcisse uno. Volvió a la silla donde estaba. Al apoyar el labio lastimado en el recipiente, lo alejó rápidamente, le provocó un fuerte dolor. Luego volvió a realizar la misma acción, pero con cuidado. Observó los papeles dispersos en el suelo, la mancha de tinta en el piso, el Cristo crucificado, y cada rincón de la habitación. Todo eso era el mundo de su hermana, allí estaba lo mejor de ella. Francine, tiempo atrás, había sentido mucha pena al saber que Narcisse no tenía un marido y unos hijos de los que cuidar, serían niños hermosos, de existir, porque ella era una de las mujeres más bellas que había conocido. —Necesito volver a sentirme útil. Vine aquí no sólo para hacer un escándalo y quedar como una loca —una sonrisa sin gracia apareció en su boca—, sino, para decirte que quiero volver a mis tareas. Pero no puedo hacerlo sin tu autorización.
Francine Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
De no ser por los rasgos físicos, por haberla visto cuando nació, y porque estaba segura que su madre la había parido, Narcisse habría dudado que esa muñeca de trapo que tenía enfrente, no era su hermana. Para la inquisidora su hermana era demasiado frágil, quizás en su momento creyó que sería un buen elemento para su planilla de servidores de Dios, el amor que ella había obtenido durante toda su vida le debía haber bastado para luchar para siempre, sin embargo se hundía, se lamentaba tras la muerte de su hijo. ¿Para qué mentir? La mayor de las dos féminas Capet había sufrido por la pérdida de su ahijado. Aparte de ser un niño, era parte de su familia, un inocente; claro que el amor de una madre era muy distinto y sobrepasaba con creces lo que ella pudo sentir, pero no por eso se iba a lamentar toda su vida. Observando con atención a su hermana, se dio cuenta que el brillo se le había esfumado por completo de los ojos, ni siquiera una reducida luz parpadeando se encontraba en esa flor ahora marchita. Verla le hacía sentir aberración, coraje, pero también tristeza. Sus padres les habían enseñado tanto, de hecho se sentía segura que de seguir vivos, si los observaban en esa situación, el dolor sería más grande que el de la pérdida de un hijo. De todas maneras no se sentía arrepentida de sus modismos, de su forma de ser, eso la mantenía exitosa, radiante, poderosa y con el dinero necesario para incluso retirarse y dedicarse a viajar. ¡Bingo! En eso se parecían, en el gusto por estar en constante movimiento, de una tierra a otra. Quizás si tenían algo de hermanas.
Con la sonrisa torcida a causa de sus anteriores pensamientos. Narcisse seguía observándola, analizando que poder hacer con ella, le encantaba saberse su superior no sólo fuera de la inquisición, también dentro de ella, pero en ese momento no debía analizar el porqué era mejor o no. Su soberbia caminaba de regreso con su odio agarrados de la mano para ir a dormir. Debía hacer algo por ella, por su ahijado, siempre quiso el bien para el pequeño, aunque le costara aceptarlo, el bien para él era su madre. Por él la haría regresar a ese brillo, no de forma directa, porque no se encontraba dispuesta a que su hermana creyera estaba cediendo para una mejor relación. ¿Qué podría hacer? ¿Hablar con su cuñado? No, no, no, si sus sospechan eran verdaderas, él era parte del enemigo. En la inquisición todo se sabía aunque con algunas cosas se hacían de la vista gorda. Todo a base de conveniencia; “¿Qué sería conveniente para Francine?” Pensó la líder de facción por segunda vez. Dada las condiciones de su hermana no podía ponerla en una misión suicida. Estaba bien que le tuviera resentimiento, pero no por eso la iba a empujar hacia el abismo. La cuestión era un tanto complicada, aunque no imposible. Después de algunos minutos, la respuesta llegó.
– Deja de pedir perdón – Interrumpió el silencio colocando los ojos en blanco. – Sabes bien que no son necesarios los perdones porque no me importan – Se encogió de hombros mostrando una amplia sonrisa mordaz. – Los errores no se corrigen con perdones, Francine; al igual que llorar, sufrir, y odiar no volverán a la vida a mi ahijado – Si, quizás se estaba comportando de forma cruel, pero necesitaba que su hermana destruyera la burbuja que dolor que tenía a su alrededor. – No te voy a dejar marcharte, nuestra vida está llena de desgracia a base de sobrenaturales, apuesto lo que quieras a que están esperando el momento necesario para ir por el siguiente de nosotros, no se lo permitiremos ¿Has entendido? – Mentón alto, mirada inquisitiva, labios curvados en una mueca que mostraba seguridad y ganas de luchar. Poder cortar un par de cabezas no les vendría mal. – Debes permanecer en Paris, cerca de la iglesia y de mí, así te puedo tener de mejor manera vigilada – Las siguientes palabras quizás serían las más profundas que la hermana mayor pudiera darle a su pequeña y maltrecha hermanita – No quiero que mueras, eres de mi familia, y aunque no te quiera como esperas o se supone debe de ser, estás viva, y nuestro hermano también, debemos sobrevivir por los que se fueron – Se movió hacía el lado derecho, en esa zona habían unos cajones en el escritorio, removió entre carpetas, sacó dos.
– Estos son los datos que he recopilado sobre el asesino de nuestros padres y nuestro hermano – Hizo una pausa, tosió de forma elegante, porque hasta para eso se auto exigía. – Son datos muy valiosos que tengo, incluso he elaborado dos copias de lo mismo, ya sabes, porque en ocasiones los papeles suelen extraviarse, o más bien, los roban, en fin, está será tu misión, Francine, debemos llegar al fondo, conocer quién y por qué lo hizo, sé que quizás tu corazón no se encuentre preparado para estás cosas, pero necesitas tomar fuerza de eso – La miró estudiando su expresión – Ahora, la segunda carpeta contiene datos de la muerte de mi ahijado, incluso algunos dibujos que los expertos hicieron, sino te crees preparada para verlos, deja la carpeta, eso lo podrás hacer después, paso a paso. – Narcisse podría ser una perra, pero no una desalmada, aún existía una minúscula parte de bondad en ella. Además, deseaba honrar la memoria de aquellos (como dijo), ya se habían ido. – Hay datos que parecen los mismo, es decir, la forma de muerte, todo eso, aunque pueden conocernos, ser una trampa, debemos descifrar todo esto, no estoy dispuesta a dejar caer mi cabeza por un indeseable de nuevo, confío en tu capacidad intelectual, además puedes tomarme de apoyo, como superior – Aclaró y observó las carpetas unos momentos, después a su hermana ¿Acaso ella podría hacer aquel trabajo? Esperaba que sí, que pusiera en alto el apellido Capet
Con la sonrisa torcida a causa de sus anteriores pensamientos. Narcisse seguía observándola, analizando que poder hacer con ella, le encantaba saberse su superior no sólo fuera de la inquisición, también dentro de ella, pero en ese momento no debía analizar el porqué era mejor o no. Su soberbia caminaba de regreso con su odio agarrados de la mano para ir a dormir. Debía hacer algo por ella, por su ahijado, siempre quiso el bien para el pequeño, aunque le costara aceptarlo, el bien para él era su madre. Por él la haría regresar a ese brillo, no de forma directa, porque no se encontraba dispuesta a que su hermana creyera estaba cediendo para una mejor relación. ¿Qué podría hacer? ¿Hablar con su cuñado? No, no, no, si sus sospechan eran verdaderas, él era parte del enemigo. En la inquisición todo se sabía aunque con algunas cosas se hacían de la vista gorda. Todo a base de conveniencia; “¿Qué sería conveniente para Francine?” Pensó la líder de facción por segunda vez. Dada las condiciones de su hermana no podía ponerla en una misión suicida. Estaba bien que le tuviera resentimiento, pero no por eso la iba a empujar hacia el abismo. La cuestión era un tanto complicada, aunque no imposible. Después de algunos minutos, la respuesta llegó.
– Deja de pedir perdón – Interrumpió el silencio colocando los ojos en blanco. – Sabes bien que no son necesarios los perdones porque no me importan – Se encogió de hombros mostrando una amplia sonrisa mordaz. – Los errores no se corrigen con perdones, Francine; al igual que llorar, sufrir, y odiar no volverán a la vida a mi ahijado – Si, quizás se estaba comportando de forma cruel, pero necesitaba que su hermana destruyera la burbuja que dolor que tenía a su alrededor. – No te voy a dejar marcharte, nuestra vida está llena de desgracia a base de sobrenaturales, apuesto lo que quieras a que están esperando el momento necesario para ir por el siguiente de nosotros, no se lo permitiremos ¿Has entendido? – Mentón alto, mirada inquisitiva, labios curvados en una mueca que mostraba seguridad y ganas de luchar. Poder cortar un par de cabezas no les vendría mal. – Debes permanecer en Paris, cerca de la iglesia y de mí, así te puedo tener de mejor manera vigilada – Las siguientes palabras quizás serían las más profundas que la hermana mayor pudiera darle a su pequeña y maltrecha hermanita – No quiero que mueras, eres de mi familia, y aunque no te quiera como esperas o se supone debe de ser, estás viva, y nuestro hermano también, debemos sobrevivir por los que se fueron – Se movió hacía el lado derecho, en esa zona habían unos cajones en el escritorio, removió entre carpetas, sacó dos.
– Estos son los datos que he recopilado sobre el asesino de nuestros padres y nuestro hermano – Hizo una pausa, tosió de forma elegante, porque hasta para eso se auto exigía. – Son datos muy valiosos que tengo, incluso he elaborado dos copias de lo mismo, ya sabes, porque en ocasiones los papeles suelen extraviarse, o más bien, los roban, en fin, está será tu misión, Francine, debemos llegar al fondo, conocer quién y por qué lo hizo, sé que quizás tu corazón no se encuentre preparado para estás cosas, pero necesitas tomar fuerza de eso – La miró estudiando su expresión – Ahora, la segunda carpeta contiene datos de la muerte de mi ahijado, incluso algunos dibujos que los expertos hicieron, sino te crees preparada para verlos, deja la carpeta, eso lo podrás hacer después, paso a paso. – Narcisse podría ser una perra, pero no una desalmada, aún existía una minúscula parte de bondad en ella. Además, deseaba honrar la memoria de aquellos (como dijo), ya se habían ido. – Hay datos que parecen los mismo, es decir, la forma de muerte, todo eso, aunque pueden conocernos, ser una trampa, debemos descifrar todo esto, no estoy dispuesta a dejar caer mi cabeza por un indeseable de nuevo, confío en tu capacidad intelectual, además puedes tomarme de apoyo, como superior – Aclaró y observó las carpetas unos momentos, después a su hermana ¿Acaso ella podría hacer aquel trabajo? Esperaba que sí, que pusiera en alto el apellido Capet
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
La crueldad de Narcisse ya no le hacía mella como al principio de la conversación. Recordó una frase que escuchó de un maestro una tarde, cuando llegó alterada por una discusión con su hermana. “Quien más te quiere, te hará llorar” le había dicho con su sonrisa afable oculta tras aquella barba blanca, que le daba un aspecto de sabio griego de la Antigüedad. Francine quería creer que, en lo profundo de su alma, Narcisse albergaba afecto por ella, al menos un minúsculo punto escondido en el más recóndito rincón, y por ello la golpeaba con su lengua viperina, para que reaccionase. Le pintaba la realidad de cuerpo entero, lo hacía con sangre, no con pinceladas suaves, como era su estilo personal. Ver a su hermana, era ver a la Inquisición. Ella era el estereotipo que el Santo Oficio se esmeraba en poseer dentro de su estructura; hombres y mujeres fuertes, capaces de sacrificar su propia familia por la causa. Por eso, siempre supo que su lugar no era sólo porque su trabajo era bueno, sino, por su apellido. Ya le habían advertido que si no se endurecía, su carrera allí dentro no sería larga, pero la promesa que le hizo a su padre en su lecho de muerte, la ayudó a sortear obstáculos y mantenerse en ese lugar sin tener que contaminarse. Pero las cosas habían cambiado, sabía perfectamente que no podía estar bien con Dios y con el Diablo, y que la hora de elegir estaba más cerca de lo que le hubiera gustado. Se preguntó qué haría cuando tuviera la oportunidad de tomar una decisión crucial, cómo reaccionaría. Observó a Narcisse fijamente, y supo lo que ella haría. Para la mayor de las Capet su reputación lo era todo, sin embargo, para la menor, la familia, el amor, los sentimientos eran lo primordial, y no se imaginaba asestándole un golpe a sus prioridades. Francine había conseguido, a pesar de todo, formar una familia y mantenerla alejada de su profesión; su marido jamás había preguntado demasiado, y había aceptado la historia que cargaba en su espalda. Pero ya nada era igual, ni siquiera ella misma…
La sorprendió de sobremanera el hecho de que Narcisse no la dejara marcharse. Por un instante pensó que la enviaría a Rusia, a congelarse en su invierno, que la mantendría alejada, como supuso que siempre deseó que estuviera. Pero su hermana no era tan predecible, o al menos para ella no lo era. El darse cuenta de que la conocía poco y nada, sintió gran pesar. Jamás la había visto con amigos, divirtiéndose o riendo a carcajadas. Ese siempre había sido su propio cuadro, desde niña llamando la atención, siendo el centro. Recordaba que de pequeña, cuando sus padres hacían recepciones, a los cuatro Capet les permitían oficiar de anfitriones junto a ellos, y Francine se colocaba en medio de los círculos y conversaba con adultos como si fuera una más. A todos les sorprendía que esa pequeñez hablara tan fluidamente y mantuviera el hilo de las charlas, y la hacían sentirse una estrella, y ella adoraba brillar. Y a pesar de ello, jamás fue vanidosa, pues no necesitaba esforzarse para transmitir su luz. Un interrogante surgió: ¿dónde se encontraba Narcisse en esos momentos? Intentó que su memoria paseara por los salones, pero no veía más que las piernas de quienes la rodeaban, logró encontrar a uno de sus hermanos, luego a otro, pero no a ella; sintió una profunda tristeza. Francine se dio cuenta de que nunca se había esmerado en que Narcisse también brillara, se había concentrado tanto en su propio reinado de ser la menor y la más carismática, que su egoísmo, en la infancia inocente, en la adultez ya no tanto, no le había permitido ver la luz de su hermana. Ahora que la tenía ante ella, que todas sus perspectivas habían cambiado, que era su superior desde hacía años, podía dar cuenta de todo lo que había hecho por destacar. Quizá no con esa intención, pero decir Narcisse Capet dentro de la Iglesia, era casi como invocar al mismísimo Dios. Se alegró por ella, lo merecía.
—Supongo que tienes razón, y aunque no la tuvieras, no tengo más opción —le impactó, aunque lo disimuló, que trajera a colación el hecho de que hubiera sobrenaturales rondándolos. Se suponía que su sola posición ya era un imán para que esas criaturas quisieran poner sus manos sobre ellos, matarlos en el mejor de los casos, convertirlos en el peor. A ella le habían asestado el peor golpe, la venganza había sustituido la sangre en sus venas, y corría como un río furioso. El hecho de viajar le podría haber dado esperanzas de conseguir pistas de Neo, algo le decía que éste ya no estaba en París. Algunas noches, se levantaba a la madrugada, corría las cortinas del ventanal de su habitación en el hotel, y observaba la calle, esperando verlo pasar o apoyado en una farola, observándola con aquella mirada sibilina, espantosa, con su sonrisa, la misma que le había mostrado antes de tomar a Noah. Apretó los puños y se clavó las uñas en las palmas para despejarse de aquellos pensamientos— Es toda una revelación que me quieras viva, Narcisse, debo alegrarme por ello. ¿De Maximiliano tienes novedades? Desde hace tiempo que no he sabido de él, antes solíamos intercambiar alguna carta, nunca me dijo dónde se encontraba. Tampoco le preguntaba, sus misiones son confidenciales, pero me preocupa haber perdido el contacto —caminó algunos pasos, se apoyó en la mesa y cruzó los brazos— Si le hubiera sucedido algo malo, ya lo sabríamos, las noticias poco felices llegan rápido.
—El asesino de nuestros padres… —murmuró. Le parecía extraño, nunca le había dicho que estaba en busca de él. Aunque no le pareció extraño. Acarició las hojas a medida que repasaba, leyendo los datos por encima, aunque también su atención estaba puesta en la voz de Narcisse. Su rostro se mantuvo impávido, ni una mueca, ni un movimiento. Los detalles escabrosos sobre las marcas en el cuerpo de Charlotte y de Maurice penetraron en ella como agujas, millones de agujas atravesándola, vejándola, arañándola, desangrándola. Ella había visto ambos cuerpos, el de su madre era un recuerdo nebuloso, su padre había muerto en sus brazos, pero jamás imaginó la mutilación a la que habían sido sometidos. La risa fresca de su hermano se coló por su memoria, y salteó el apartado de la descripción de cómo fue encontrado. —Si no creyeras que estoy preparada, no habrías compartido esto conmigo —no la miró, seguía inmiscuida en aquellos papeles con promesas de venganza— El asesino de Noah no es el mismo que el de mamá, papá y nuestro hermano. Neo no es un vampiro anciano, es joven, sólo que escurridizo e inteligente, cometió tres errores, que un avezado como el que acabó con nuestra familia, no cometió; el principal, haberme dejado vivir —levantó la carpeta, acarició el título de la tapa, que rezaba “Noah Gallup”. La abrió y leyó todos los datos de su hijo, nombre de su padre, madre, familiares, fecha y hora de nacimiento, de muerte, datos de ambas familias, y todas aquellas cuestiones protocolares. —Lo leeré ahora mismo —la levantó, tomó las hojas y se sentó en un sillón. Utilizó el mismo procedimiento que con la carpeta anterior, datos por encima, se detuvo en los detalles, sí, algunos podían coincidir, pero no. Allí se escapaba el hecho de que había sido Nikôlaus quien acabó con el niño. Ese era un asunto del que ella se encargaría. Observó los dibujos, uno por uno, cada línea. No lloró, no se inmutó, y dentro suyo ya no había nada para que muriese. Pasaron varios minutos, pero se puso de pie, devolvió las hojas a su carpeta, la cerró, y enfrentó a Narcisse— Acepto la misión. Del asesino de mi hijo me encargaré personalmente, no quiero pasar por encima de ti ni de la Inquisición, pero es un asunto que me compete, y no estoy dispuesta a oficializarlo, tendré que prestar declaración, y no deseo someterme a un interrogatorio, espero sepas entender —y si no lo hacía, tampoco le importaba, no entregaría a su esposo— Pero cuentas conmigo para encontrar al otro vampiro. Lo haremos. Te agradezco la confianza —quiso abrazarla, pero se contuvo— ¿Por dónde empiezo?
La sorprendió de sobremanera el hecho de que Narcisse no la dejara marcharse. Por un instante pensó que la enviaría a Rusia, a congelarse en su invierno, que la mantendría alejada, como supuso que siempre deseó que estuviera. Pero su hermana no era tan predecible, o al menos para ella no lo era. El darse cuenta de que la conocía poco y nada, sintió gran pesar. Jamás la había visto con amigos, divirtiéndose o riendo a carcajadas. Ese siempre había sido su propio cuadro, desde niña llamando la atención, siendo el centro. Recordaba que de pequeña, cuando sus padres hacían recepciones, a los cuatro Capet les permitían oficiar de anfitriones junto a ellos, y Francine se colocaba en medio de los círculos y conversaba con adultos como si fuera una más. A todos les sorprendía que esa pequeñez hablara tan fluidamente y mantuviera el hilo de las charlas, y la hacían sentirse una estrella, y ella adoraba brillar. Y a pesar de ello, jamás fue vanidosa, pues no necesitaba esforzarse para transmitir su luz. Un interrogante surgió: ¿dónde se encontraba Narcisse en esos momentos? Intentó que su memoria paseara por los salones, pero no veía más que las piernas de quienes la rodeaban, logró encontrar a uno de sus hermanos, luego a otro, pero no a ella; sintió una profunda tristeza. Francine se dio cuenta de que nunca se había esmerado en que Narcisse también brillara, se había concentrado tanto en su propio reinado de ser la menor y la más carismática, que su egoísmo, en la infancia inocente, en la adultez ya no tanto, no le había permitido ver la luz de su hermana. Ahora que la tenía ante ella, que todas sus perspectivas habían cambiado, que era su superior desde hacía años, podía dar cuenta de todo lo que había hecho por destacar. Quizá no con esa intención, pero decir Narcisse Capet dentro de la Iglesia, era casi como invocar al mismísimo Dios. Se alegró por ella, lo merecía.
—Supongo que tienes razón, y aunque no la tuvieras, no tengo más opción —le impactó, aunque lo disimuló, que trajera a colación el hecho de que hubiera sobrenaturales rondándolos. Se suponía que su sola posición ya era un imán para que esas criaturas quisieran poner sus manos sobre ellos, matarlos en el mejor de los casos, convertirlos en el peor. A ella le habían asestado el peor golpe, la venganza había sustituido la sangre en sus venas, y corría como un río furioso. El hecho de viajar le podría haber dado esperanzas de conseguir pistas de Neo, algo le decía que éste ya no estaba en París. Algunas noches, se levantaba a la madrugada, corría las cortinas del ventanal de su habitación en el hotel, y observaba la calle, esperando verlo pasar o apoyado en una farola, observándola con aquella mirada sibilina, espantosa, con su sonrisa, la misma que le había mostrado antes de tomar a Noah. Apretó los puños y se clavó las uñas en las palmas para despejarse de aquellos pensamientos— Es toda una revelación que me quieras viva, Narcisse, debo alegrarme por ello. ¿De Maximiliano tienes novedades? Desde hace tiempo que no he sabido de él, antes solíamos intercambiar alguna carta, nunca me dijo dónde se encontraba. Tampoco le preguntaba, sus misiones son confidenciales, pero me preocupa haber perdido el contacto —caminó algunos pasos, se apoyó en la mesa y cruzó los brazos— Si le hubiera sucedido algo malo, ya lo sabríamos, las noticias poco felices llegan rápido.
—El asesino de nuestros padres… —murmuró. Le parecía extraño, nunca le había dicho que estaba en busca de él. Aunque no le pareció extraño. Acarició las hojas a medida que repasaba, leyendo los datos por encima, aunque también su atención estaba puesta en la voz de Narcisse. Su rostro se mantuvo impávido, ni una mueca, ni un movimiento. Los detalles escabrosos sobre las marcas en el cuerpo de Charlotte y de Maurice penetraron en ella como agujas, millones de agujas atravesándola, vejándola, arañándola, desangrándola. Ella había visto ambos cuerpos, el de su madre era un recuerdo nebuloso, su padre había muerto en sus brazos, pero jamás imaginó la mutilación a la que habían sido sometidos. La risa fresca de su hermano se coló por su memoria, y salteó el apartado de la descripción de cómo fue encontrado. —Si no creyeras que estoy preparada, no habrías compartido esto conmigo —no la miró, seguía inmiscuida en aquellos papeles con promesas de venganza— El asesino de Noah no es el mismo que el de mamá, papá y nuestro hermano. Neo no es un vampiro anciano, es joven, sólo que escurridizo e inteligente, cometió tres errores, que un avezado como el que acabó con nuestra familia, no cometió; el principal, haberme dejado vivir —levantó la carpeta, acarició el título de la tapa, que rezaba “Noah Gallup”. La abrió y leyó todos los datos de su hijo, nombre de su padre, madre, familiares, fecha y hora de nacimiento, de muerte, datos de ambas familias, y todas aquellas cuestiones protocolares. —Lo leeré ahora mismo —la levantó, tomó las hojas y se sentó en un sillón. Utilizó el mismo procedimiento que con la carpeta anterior, datos por encima, se detuvo en los detalles, sí, algunos podían coincidir, pero no. Allí se escapaba el hecho de que había sido Nikôlaus quien acabó con el niño. Ese era un asunto del que ella se encargaría. Observó los dibujos, uno por uno, cada línea. No lloró, no se inmutó, y dentro suyo ya no había nada para que muriese. Pasaron varios minutos, pero se puso de pie, devolvió las hojas a su carpeta, la cerró, y enfrentó a Narcisse— Acepto la misión. Del asesino de mi hijo me encargaré personalmente, no quiero pasar por encima de ti ni de la Inquisición, pero es un asunto que me compete, y no estoy dispuesta a oficializarlo, tendré que prestar declaración, y no deseo someterme a un interrogatorio, espero sepas entender —y si no lo hacía, tampoco le importaba, no entregaría a su esposo— Pero cuentas conmigo para encontrar al otro vampiro. Lo haremos. Te agradezco la confianza —quiso abrazarla, pero se contuvo— ¿Por dónde empiezo?
Francine Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
Cuando su ahijado murió, Narcisse tuvo la esperanza de que su hermana se volviera una guerrera, después de todo en su sangre corría la de toda una dinastía, inquisidores legendarios dispuestos a dar su vida por una buena causa, supo desde siempre que era una mujer frágil, sentimental, y todas esas ridiculeces, jamás creyó que llegaría al fondo del dolor, claro que pensó lo mejor, quizás siempre debía esperar la peor reacción de Francine, cómo cuando llegó a la oficina para gritarle y atacarle cómo si de dos locas se tratara; cerró los ojos unos momentos, tomó aire con tranquilidad, incluso sonrió de medio lado, necesitaba relajarse porqué de no hacerlo terminaría por reaccionar de mala manera a la primera palabra que la castaña frente a ella dijera. Juntas eran cómo una pistola lista para ser disparada, no les convenía tanto acercamiento, tampoco el constante intercambio de palabras. Después de la muerte de sus padres todo les resultó tranquilo porqué cada una se encontraba en su mundo, sin que se molestaran, sin que la presencia ajena perturbara el entorno propio.
- Existe la posibilidad que me encuentre en duda sobre darte o no la misión – Guardó silencio esperando a que su hermana interviniera, cómo no lo hizo siguió hablando, antes se relamió los labios, la sensación de sequedad en ellos le desagradaba – Sabes que puedo tener a los mejores trabajando en esto, el problema es que ellos no entienden ni entenderán nuestro coraje o dolor, no al menos hasta que lo vivan, honestamente no deseo que esas personas lo padezcan – Aunque Narcisse era fría, calculadora, egoísta y muchas veces cruel, seguía siendo humana, también mostraba compasión, un poco de aprecio hacía los demás, ella no puede desearles tanto sufrimiento a quien busca la tranquilidad de los ignorantes que rondan por las calles parisinas, o incluso en lugares más lejanos – Necesito que enfoques tu dolor en esto, Francine, tu coraje, incluso el odio que me tienes – La miró directa y profundamente a los dos. La Jefe de Facción sabía que por más amor que su hermana dijera que le tenía, la realidad es que después de tanto un poco de odio no le iría mal. Eran dos sentimientos muy opuestos, sin embargo la intensidad que podrían tener llegaba a ser escalofriante, y no, no eran tan diferentes después de todo, depende de los enfoques claro.
- Maximiliano se encuentra bien – Junto con su tía Frauke y su amiga Scarlett, su hermano era de las personas que más confiaba, no importaba que fuera a base de cartas, ni por códigos, ambos hermanos resultaban muy parecidos. Fríos, expertos en su rama, todos unos profesionales que la inquisición adoraba. Incluso en la inexpresión parecían ser como dos gotas de agua, pero claro, eran hermanos. – Quizás pueda invitarlo a París en poco, necesito que él también analice estos papeles con nosotras, no eres la única interesada, y si te rompes a llorar en medio de la misión no tengo interés de mirar atrás para ayudar a levantarte, quizás juntos te daremos un poco más de valor, nadie lo sabe – Se encogió de hombros con suavidad, con esa elegancia que llegaba volverse envidiable; rodó los ojos al escuchar lo último, incluso soltó una pequeña risita cargada de burla, su hermana era tan tonta. – Si te intentas valer por ti misma en alguna misión, no llegarás a sacar ni siquiera un par de dagas, Francine, ¿lo ves? Terminas siendo impulsiva, sentimental y tonta – Negó de nuevo, que su hermana se comportara como una principiante le ocasionaba de nueva cuenta mal humor.
Narcisse se puso de pie de aquel amplio escritorio. Alguno que otro golpe acompañado de un rasguño le incomodaba, sin embargo no era señal para quedarse tirada detrás de aquel mueble para descansar, perder tiempo es no tener tanto poder o riquezas, para nada se permitiría eso; sacó una carpeta distinta, aunque en esa había el escudo de la iglesia, del vaticano, de la inquisición, la carpeta era negra, de terciopelo negro.
- Firma, no dice exactamente para que es, son hojas perfectamente elaboradas para que yo mande a los soldados a la guerra o a alguna misión secreta sin que se me cuestione, sólo firma y no tendrás problema con tus asuntos, con los asesinos, ya sabes – Se la deslizó por aquel costoso escritorio en el que su hermana se encontraba – Necesito que estés limpia de historial para poder terminar con quien nos ha destruido como familia, Francine - ¿Para que mentir? Toda niña de corta edad necesita tener una guía, a sus padres, aquí no importaba quien había sido la consentida, ni quien tuvo más amistades, todo aquello se resumía a una venganza, dejar a los hijos sin los padres es cómo lanzar al vacío a alguien que no sabe si podrá aterrizar con los pies o con la cabeza lista para quebrarse.
- Existe la posibilidad que me encuentre en duda sobre darte o no la misión – Guardó silencio esperando a que su hermana interviniera, cómo no lo hizo siguió hablando, antes se relamió los labios, la sensación de sequedad en ellos le desagradaba – Sabes que puedo tener a los mejores trabajando en esto, el problema es que ellos no entienden ni entenderán nuestro coraje o dolor, no al menos hasta que lo vivan, honestamente no deseo que esas personas lo padezcan – Aunque Narcisse era fría, calculadora, egoísta y muchas veces cruel, seguía siendo humana, también mostraba compasión, un poco de aprecio hacía los demás, ella no puede desearles tanto sufrimiento a quien busca la tranquilidad de los ignorantes que rondan por las calles parisinas, o incluso en lugares más lejanos – Necesito que enfoques tu dolor en esto, Francine, tu coraje, incluso el odio que me tienes – La miró directa y profundamente a los dos. La Jefe de Facción sabía que por más amor que su hermana dijera que le tenía, la realidad es que después de tanto un poco de odio no le iría mal. Eran dos sentimientos muy opuestos, sin embargo la intensidad que podrían tener llegaba a ser escalofriante, y no, no eran tan diferentes después de todo, depende de los enfoques claro.
- Maximiliano se encuentra bien – Junto con su tía Frauke y su amiga Scarlett, su hermano era de las personas que más confiaba, no importaba que fuera a base de cartas, ni por códigos, ambos hermanos resultaban muy parecidos. Fríos, expertos en su rama, todos unos profesionales que la inquisición adoraba. Incluso en la inexpresión parecían ser como dos gotas de agua, pero claro, eran hermanos. – Quizás pueda invitarlo a París en poco, necesito que él también analice estos papeles con nosotras, no eres la única interesada, y si te rompes a llorar en medio de la misión no tengo interés de mirar atrás para ayudar a levantarte, quizás juntos te daremos un poco más de valor, nadie lo sabe – Se encogió de hombros con suavidad, con esa elegancia que llegaba volverse envidiable; rodó los ojos al escuchar lo último, incluso soltó una pequeña risita cargada de burla, su hermana era tan tonta. – Si te intentas valer por ti misma en alguna misión, no llegarás a sacar ni siquiera un par de dagas, Francine, ¿lo ves? Terminas siendo impulsiva, sentimental y tonta – Negó de nuevo, que su hermana se comportara como una principiante le ocasionaba de nueva cuenta mal humor.
Narcisse se puso de pie de aquel amplio escritorio. Alguno que otro golpe acompañado de un rasguño le incomodaba, sin embargo no era señal para quedarse tirada detrás de aquel mueble para descansar, perder tiempo es no tener tanto poder o riquezas, para nada se permitiría eso; sacó una carpeta distinta, aunque en esa había el escudo de la iglesia, del vaticano, de la inquisición, la carpeta era negra, de terciopelo negro.
- Firma, no dice exactamente para que es, son hojas perfectamente elaboradas para que yo mande a los soldados a la guerra o a alguna misión secreta sin que se me cuestione, sólo firma y no tendrás problema con tus asuntos, con los asesinos, ya sabes – Se la deslizó por aquel costoso escritorio en el que su hermana se encontraba – Necesito que estés limpia de historial para poder terminar con quien nos ha destruido como familia, Francine - ¿Para que mentir? Toda niña de corta edad necesita tener una guía, a sus padres, aquí no importaba quien había sido la consentida, ni quien tuvo más amistades, todo aquello se resumía a una venganza, dejar a los hijos sin los padres es cómo lanzar al vacío a alguien que no sabe si podrá aterrizar con los pies o con la cabeza lista para quebrarse.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
Su hermana la subestimaba desde tiempos inmemoriales. Quizá porque Francine siempre fue alegre y despreocupada, romántica y soñadora, jamás había dejado que el peso de las obligaciones y las pérdidas le arrebataran la felicidad, a la cual la encontraba en pequeñas cosas y en pequeños gestos. Valoraba desde el vuelo de una mariposa, hasta los costosos regalos que recibía de algún hombre que aspirara a su mano. Eran buenos tiempos aquellos… Casi no los recordaba, prefería no hacerlo, lejos de traerle sonrisas, la amargaban más. Cuando era una adolescente, creía que podría llevarse al mundo por delante, que todo se solucionaba con palabras cariñosas, y no había permitido que el desprecio que su familia profesaba por los sobrenaturales desde los orígenes, se trasladara a ella, al menos, no de la forma irracional en que se presentaba en todos sus conocidos. Parientes cercanos y lejanos, primos, tíos, abuelos, había crecido en aquel clima de guerra y tensión, y sentía que su rol no era alimentarlo, sino, descomprimirlo. Imaginaba, desde siempre, que por ese motivo algunos fueron recelosos a su entrada en el Santo Oficio, jamás mostró chapa de inquisidora, a pesar de haber sido bastante hábil con las armas y con la mente. Le faltaba aquella pasión que movía los ideales, no era una fanática religiosa y, si bien había acompañado a su padre en viajes y misiones, no había sentido aquel llamado celestial del que muchos se jactaban, y que terminaba siendo dudoso a sus ojos. Su decisión fue unilateral, la última voluntad del moribundo Capet. No podría haberse negado, por más que quisiera.
No le agradaba la sinceridad nociva de Narcisse, y tampoco el hecho de sentirse tan pequeña ante su presencia. ¿Qué sabía su hermana del dolor? Lo único que sus ojos veían era una Francine destrozada, pero no por ello menos capaz. Sabía del error que había cometido al ingresar hecha una tromba, cargada de violencia y resentimiento, pero, al fin de cuentas, era su hermana, y odiarla significaba escupir y zapatear sobre la herencia de los Capet Lacroix, sobre la memoria de Charlotte y Maurice. Pero había aprendido que contradecir a su superior era en vano, no le haría entender que no la odiaba y que su mayor deseo, en algún momento, fue reconciliarse con ella. Sin embargo, todo había pasado a un segundo plano, lo único que anhelaba era volver a abrazar a su dulce Noah, y eso era imposible. Dedicaría lo poco que le quedara de vida a satisfacer una voluntad familiar, a vagar con tibieza por un mundo de traición. Nadie le aseguraba que todo aquello no se filtrara, y bien sabía que, en caso de que la información llegara a los oídos incorrectos, la vida de los tres estaba en peligro, así como sus puestos dentro de la Inquisición. A Francine le daba igual lo que sucediera con ella, pero estaba segura de no soportar más golpes. Perder a alguno de sus hermanos terminaría de enloquecerla.
—Será como tú quieras —aseguró. Inspiró profundo. Ella también tenía sus propias armas para dar con Neo, si Narcisse la autorizaba o no, era harina de otro costal. Lo mejor era que creyera que estaba aplacada y sosegada. Estallaría si se atrevía a apartarla de una misión como aquella, y conociéndola, no le temblaría el pulso llegado su momento. —Me gustará volver a ver a Maximiliano —se mordió la lengua antes de expresar que realmente lo extrañaba. Volver a abrazarlo sería un atisbo de consuelo. Desde pequeña, su lazo con el mayor había sido especial, y si bien su hermano fallecido era el más cercano, Maximiliano significa seguridad, era lo más parecido a un padre que podía tener, por más que él no hubiese asumido ese rol tras la muerte de Maurice, por razones más que obvias, su profesión lo obligaba a estar alejado, en misiones altamente peligrosas, viviendo al límite. No había noche, en aquella vida anterior que Francine tenía, que no rezara por él y encomendara su bienestar a la Virgen. A su hijo le hablaba de su tío Maxi, al cual había visto sólo en un par de ocasiones y del cual no tenía recuerdos. Ella se esmeraba en que Noah formara en su cabecita una familia unida y feliz.
—La famosa carpeta… —acarició el suave terciopelo negro. Sabía de su existencia, pero nunca le había tocado tenerla entre sus manos. A ella habían llegado hojas sueltas. Alzó su vista levemente, dirigiéndole un gesto de desconfianza a Narcisse. Quedar en sus manos no era una situación en la que se quisiera ver envuelta, pero no era momento de titubear. Abrió la tapa, intentó no detener sus ojos en algunas frases sueltas. Vio la línea al final de la hoja. Estiró su mano, mojó la pluma en el tintero y garabateó su firma. “Francine Juliette Capet”, escrito en una cursiva casi indescifrable, con las iniciales de los nombres y el patronímico con claridad. Corrió esa página para dejar que se secara, y firmó la segunda; repitió el procedimiento y firmó dos más. —Nunca imaginé que vería en tus ojos ese fuego —comentó con una media sonrisa forzada, mientras acomodaba las hojas dentro de la carpeta. —Estás realmente convencida de que encontraremos a éste vampiro y le cortaremos la cabeza, ¿verdad? —ella tenía sus serias dudas, hacía demasiados años que aquel ser había destrozado todo, era un verdadero experto, y no creía que sorprenderlo fuera una tarea fácil. Era sólo cuestión de fe. Y a la fe, Francine la había dejado en alguna parte del camino.
No le agradaba la sinceridad nociva de Narcisse, y tampoco el hecho de sentirse tan pequeña ante su presencia. ¿Qué sabía su hermana del dolor? Lo único que sus ojos veían era una Francine destrozada, pero no por ello menos capaz. Sabía del error que había cometido al ingresar hecha una tromba, cargada de violencia y resentimiento, pero, al fin de cuentas, era su hermana, y odiarla significaba escupir y zapatear sobre la herencia de los Capet Lacroix, sobre la memoria de Charlotte y Maurice. Pero había aprendido que contradecir a su superior era en vano, no le haría entender que no la odiaba y que su mayor deseo, en algún momento, fue reconciliarse con ella. Sin embargo, todo había pasado a un segundo plano, lo único que anhelaba era volver a abrazar a su dulce Noah, y eso era imposible. Dedicaría lo poco que le quedara de vida a satisfacer una voluntad familiar, a vagar con tibieza por un mundo de traición. Nadie le aseguraba que todo aquello no se filtrara, y bien sabía que, en caso de que la información llegara a los oídos incorrectos, la vida de los tres estaba en peligro, así como sus puestos dentro de la Inquisición. A Francine le daba igual lo que sucediera con ella, pero estaba segura de no soportar más golpes. Perder a alguno de sus hermanos terminaría de enloquecerla.
—Será como tú quieras —aseguró. Inspiró profundo. Ella también tenía sus propias armas para dar con Neo, si Narcisse la autorizaba o no, era harina de otro costal. Lo mejor era que creyera que estaba aplacada y sosegada. Estallaría si se atrevía a apartarla de una misión como aquella, y conociéndola, no le temblaría el pulso llegado su momento. —Me gustará volver a ver a Maximiliano —se mordió la lengua antes de expresar que realmente lo extrañaba. Volver a abrazarlo sería un atisbo de consuelo. Desde pequeña, su lazo con el mayor había sido especial, y si bien su hermano fallecido era el más cercano, Maximiliano significa seguridad, era lo más parecido a un padre que podía tener, por más que él no hubiese asumido ese rol tras la muerte de Maurice, por razones más que obvias, su profesión lo obligaba a estar alejado, en misiones altamente peligrosas, viviendo al límite. No había noche, en aquella vida anterior que Francine tenía, que no rezara por él y encomendara su bienestar a la Virgen. A su hijo le hablaba de su tío Maxi, al cual había visto sólo en un par de ocasiones y del cual no tenía recuerdos. Ella se esmeraba en que Noah formara en su cabecita una familia unida y feliz.
—La famosa carpeta… —acarició el suave terciopelo negro. Sabía de su existencia, pero nunca le había tocado tenerla entre sus manos. A ella habían llegado hojas sueltas. Alzó su vista levemente, dirigiéndole un gesto de desconfianza a Narcisse. Quedar en sus manos no era una situación en la que se quisiera ver envuelta, pero no era momento de titubear. Abrió la tapa, intentó no detener sus ojos en algunas frases sueltas. Vio la línea al final de la hoja. Estiró su mano, mojó la pluma en el tintero y garabateó su firma. “Francine Juliette Capet”, escrito en una cursiva casi indescifrable, con las iniciales de los nombres y el patronímico con claridad. Corrió esa página para dejar que se secara, y firmó la segunda; repitió el procedimiento y firmó dos más. —Nunca imaginé que vería en tus ojos ese fuego —comentó con una media sonrisa forzada, mientras acomodaba las hojas dentro de la carpeta. —Estás realmente convencida de que encontraremos a éste vampiro y le cortaremos la cabeza, ¿verdad? —ella tenía sus serias dudas, hacía demasiados años que aquel ser había destrozado todo, era un verdadero experto, y no creía que sorprenderlo fuera una tarea fácil. Era sólo cuestión de fe. Y a la fe, Francine la había dejado en alguna parte del camino.
Francine Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
El silencio resultaba ser el mejor amigo de Narcisse en esa situación. Ya no deseaba escuchar la voz de su hermana. Se volvía cada vez más chillona, aguda, y penetrante, tanto que podía asimilarla a golpecitos en el cráneo. Su sola presencia resultaba fastidioso para la mayor de las dos hermanas Capet, sin embargo resistió. La líder de los bibliotecarios suspiró con profundidad. Necesitaba analizar con profundidad porqué despreciaba tanto a su hermana aparte de lo evidente. Claramente ese rechazo que sentía hacía ella no era normal, pero si se ponía a analizar con profundidad, su desprecio resultaba ser general. La humanidad le resultaba fastidiosa, inútil. Demasiado desperdicio de talentos. Si en ella estuviera la posibilidad de separar lo útil de lo que no, seguramente lo habría hecho. ¿En qué espacio se encontraría su hermana? Por orgullo, ese apellido que portaban le indicaba que debía dejarla entre los mejores, por sentimentalismos sería de las primeras en ser alejadas de lo que para ella valía la pena, sin embargo si se hablaba con objetividad esos dos puntos salían sobrando. Pese a toda tristeza, llanto, y muestras de insignificancia, su hermana se consideraba un elemento importante, una mujer con verdadera inteligencia, quien le serviría para sacar adelante cualquier iglesia. Si sabía eso ¿Por qué la seguía despreciando? Pensar en eso le consumiría tiempo y energías, así que prefirió olvidarlo.
Francine parecía querer atacarla, llegar a ponerla en igualdad de condiciones. Sin que se diera cuenta tocó su punto débil: su hermano; pocas personas conocían con profundidad a Narcisse. Contadas serían tres. Su tía, una pequeña amistad guardada (porque nadie lo sabía), y su hermano. Aquel muchacho que al nombrarlo se le inflaba su pecho de orgullo, y su corazón se aceleraba presuntuoso. El guerrero de la inquisición resultaba ser tan frío como ella, y se entendían en cuanto a los sentimientos, porque ninguno se mostraba inquebrantable, y su trabajo les había costado llegar donde se encontraban. Dado que le estaba dando la espalda a su pequeña hermana, se giró, de esa forma volvió a encararla, a sonreírle de medio lado con sinceridad. Nunca antes (o al menos que recuerde), la líder de facción había ofrecido un gesto tan puro a su hermana pequeña, pero había acertado en el tema, así que se dejaría llevar por el sentimiento que aquel hombre le ocasionaba. Incluso tomó dos copas con el mejor de su whisky y se lo ofreció a su hermana. Dar otro poco de tregua no les caería mal. Ellas necesitaban marchar con paz, tener un poco de mejor trato para hacer el trabajo como era debido.
- Maximiliano, el gran Maximiliano Capet, incluso las paredes de la iglesia tiemblan de miedo al escuchar su nombre. ¿No te parece magnifico? - Alzó una de sus cejas con gesto significativo, relamió sus labios y bebió con brevedad de su copa, disfrutando de la calidez que se sentía gracias al alcohol. - Te pondrá de buen humor saber que vendrá pronto, o a menos eso tengo contemplado, un par de cartas con información del asesino han llegado a sus manos, sus respuestas fueron prometedoras, así que te advierto, él quiere la cabeza - Se atrevió a bromear con su hermana, lo cual le dejó una sensación extraña, buena, pero extraña. - Le he informado parte del plan, también que formarás parte, creo que la idea no le cayó del todo bien, ya sabes que le gusta cuidarte, pero debemos convencerlo, esto nos compete a los tres, Francine, y aunque seas la pequeña de los tres tienes derecho a luchar y hacer justicia, confío en tus habilidades, no me decepciones - Se encogió de hombros con elegancia, sutil, o mejor dicho, directamente le estaba diciendo que estaba más que capacitada, aunque su hermana no era tonta, desde hace rato lo había captado - Francine, hay cosas en la vida que son un hecho, no por el Dios que dicen está en los cielos, sino por que nosotros los seres humanos tenemos la capacidad de lograrlo, y más encima nosotros tres - Soberbia, altanera y fría podría escucharse, pero estaba segura que aquello pasaría.
- Podría decirte que ya no sufras más, que no te pongas mal, pero sabes bien cuanto tiempo tu corazón querrá seguir así, sé que hay perdidas que nunca podremos superar, pero depende de nosotros salir adelante, no te dejes caer, Francine, no dejes que te vean como un blanco fácil. Enjuaga tu rostro, maquilla el mismo, ponte el mejor vestido, que ese que te ha causado pena y daño vea que jamás te doblegará porque eres mejor que eso - Palabras que probablemente nunca volvería a repetir, el que su hermana tocara el tema de Maximiliano la endulzó por completo. - Ponte objetivos, mantén tu mente distraída, encierra tu corazón para que nadie pueda tomarlo como un arma en tu contra - Detalles que seguramente ella había hecho en un pasado lejano, que le habían y estaban funcionando.
- La pregunta de la noche es ¿crees tu que lleguemos a lograr nuestro objetivo? - Para Narcisse una de las claves grandes recaía en que el equipo tuviera la confianza necesaria para poder cumplir la meta. Si uno flaqueaba los demás por consecuencia lo hacían. Ese era la clave, conocer bien a tu equipo, tenerle confianza y fe aunque cueste trabajo. Ellos eran hermanos, ¿costaría tanto trabajo llegar a eso?
Francine parecía querer atacarla, llegar a ponerla en igualdad de condiciones. Sin que se diera cuenta tocó su punto débil: su hermano; pocas personas conocían con profundidad a Narcisse. Contadas serían tres. Su tía, una pequeña amistad guardada (porque nadie lo sabía), y su hermano. Aquel muchacho que al nombrarlo se le inflaba su pecho de orgullo, y su corazón se aceleraba presuntuoso. El guerrero de la inquisición resultaba ser tan frío como ella, y se entendían en cuanto a los sentimientos, porque ninguno se mostraba inquebrantable, y su trabajo les había costado llegar donde se encontraban. Dado que le estaba dando la espalda a su pequeña hermana, se giró, de esa forma volvió a encararla, a sonreírle de medio lado con sinceridad. Nunca antes (o al menos que recuerde), la líder de facción había ofrecido un gesto tan puro a su hermana pequeña, pero había acertado en el tema, así que se dejaría llevar por el sentimiento que aquel hombre le ocasionaba. Incluso tomó dos copas con el mejor de su whisky y se lo ofreció a su hermana. Dar otro poco de tregua no les caería mal. Ellas necesitaban marchar con paz, tener un poco de mejor trato para hacer el trabajo como era debido.
- Maximiliano, el gran Maximiliano Capet, incluso las paredes de la iglesia tiemblan de miedo al escuchar su nombre. ¿No te parece magnifico? - Alzó una de sus cejas con gesto significativo, relamió sus labios y bebió con brevedad de su copa, disfrutando de la calidez que se sentía gracias al alcohol. - Te pondrá de buen humor saber que vendrá pronto, o a menos eso tengo contemplado, un par de cartas con información del asesino han llegado a sus manos, sus respuestas fueron prometedoras, así que te advierto, él quiere la cabeza - Se atrevió a bromear con su hermana, lo cual le dejó una sensación extraña, buena, pero extraña. - Le he informado parte del plan, también que formarás parte, creo que la idea no le cayó del todo bien, ya sabes que le gusta cuidarte, pero debemos convencerlo, esto nos compete a los tres, Francine, y aunque seas la pequeña de los tres tienes derecho a luchar y hacer justicia, confío en tus habilidades, no me decepciones - Se encogió de hombros con elegancia, sutil, o mejor dicho, directamente le estaba diciendo que estaba más que capacitada, aunque su hermana no era tonta, desde hace rato lo había captado - Francine, hay cosas en la vida que son un hecho, no por el Dios que dicen está en los cielos, sino por que nosotros los seres humanos tenemos la capacidad de lograrlo, y más encima nosotros tres - Soberbia, altanera y fría podría escucharse, pero estaba segura que aquello pasaría.
- Podría decirte que ya no sufras más, que no te pongas mal, pero sabes bien cuanto tiempo tu corazón querrá seguir así, sé que hay perdidas que nunca podremos superar, pero depende de nosotros salir adelante, no te dejes caer, Francine, no dejes que te vean como un blanco fácil. Enjuaga tu rostro, maquilla el mismo, ponte el mejor vestido, que ese que te ha causado pena y daño vea que jamás te doblegará porque eres mejor que eso - Palabras que probablemente nunca volvería a repetir, el que su hermana tocara el tema de Maximiliano la endulzó por completo. - Ponte objetivos, mantén tu mente distraída, encierra tu corazón para que nadie pueda tomarlo como un arma en tu contra - Detalles que seguramente ella había hecho en un pasado lejano, que le habían y estaban funcionando.
- La pregunta de la noche es ¿crees tu que lleguemos a lograr nuestro objetivo? - Para Narcisse una de las claves grandes recaía en que el equipo tuviera la confianza necesaria para poder cumplir la meta. Si uno flaqueaba los demás por consecuencia lo hacían. Ese era la clave, conocer bien a tu equipo, tenerle confianza y fe aunque cueste trabajo. Ellos eran hermanos, ¿costaría tanto trabajo llegar a eso?
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
No podía negar el hecho de que un deje de envidia hacia Maximiliano podía sentir, debido a la forma en que el rostro de Narcisse había mutado con tan sólo escuchar su nombre. Jamás a alguien volvería a iluminársele el rostro por escuchar el suyo, y eso le encogía aún más el corazón. También, que nunca más sus ojos brillarían con alegría, esa era una sensación que le había sido tan extirpada como el amor. Profundamente, se sintió contenta de que ellos se tuvieran aquella estima tan profunda. Francine tenía la certeza de que si alguien conocía el alma de su hermana, ese era el mayor de los Capet. A quien ella le había entregado la suya, ya no formaba parte del mundo terrenal, y estuvo a punto de quebrarse en llanto, de no haber sido por un arrebato de orgullo que la obligó a tragarse el nudo en la garganta y dejarlo instalado con amargura en la boca de su estómago. Tomó el vaso entre sus manos, a sabiendas de que le sería complicado dejarlo después. Hacía poco tiempo que notaba que, cada vez que ingería alcohol, le costaba frenarse y mantenerse sobria, más que nada porque comía muy poco, si es que lo hacía. Ya se había acostumbrado al leve temblequeo de sus manos, y tuvo que ocultar la satisfacción que le generó el whisky recorriendo cálidamente su garganta seca. No cuestionó que una de las personalidades más reconocidas de la Inquisición, tuviera el descaro de cometer una herejía tal como tener alcohol en la mismísima Catedral de Notre Dame, órgano vital de la Iglesia Católica.
—Confío en tu habilidad para que Maximiliano acepte mi presencia en ésta misión —habló en voz baja, como se había acostumbrado. En ocasiones, se descubría murmurando sola, como si estuviese Noah presente. No lo veía, pero sentía la profunda necesidad de llamarlo, de decirle “hijo”, “mi amor”, “mi niño”, y a la sonrisa que se pespuntaba en sus comisuras, le seguía una avalancha de dolor, que se convertía o en lágrimas o en encierro. Pasaba días enteros oculta tras las cortinas de su habitación, viviendo a agua y a algún que otro pedazo de pan, sin bañarse. Sólo cuando ya no soportaba la suciedad de su propio cuerpo, decidía retomar una vida dentro de todo normal, y tomar una ducha, cambiarse el vestido –siempre utilizando el riguroso negro de luto- y salir a buscar algo por lo que continuar existiendo. No lo encontraba fácilmente, pero, al menos ese día, su hermana le había dado un nuevo motor para hacerse cargo de sí misma. En ocasiones, creía que seguir respirando, era una terrible afrenta a la violencia con la que su familia había dejado de hacerlo, y hasta solía contener la respiración, hasta que soltaba el aire, agitada y mareada. Se creía cobarde por no terminar con todo de una buena vez, y continuar con aquella agonía lamentable, que la volvía un monigote patético.
Le parecía extraño, y hasta incómodo, que su hermana le diese aquella clase de consejos. No estaba acostumbrada a la consideración de Narcisse, y no sabía bien cómo reaccionar a esa clase de palabras amorosas. Se limitó a beber con tranquilidad, escuchándola atentamente, intentando hacer carne las frases repletas de sabiduría. Claramente, su hermana no sabía por el Infierno por el que estaba pasando. Sabía la mitad de cómo se habían desencadenado los hechos, y no sería la propia Francine quien la iluminase al respecto. No estaba dispuesta a develar todo ante nadie, ni siquiera ante sí misma. Cuando las pesadillas la atacaban, se obligaba a pensar que su marido había muerto en manos de otro, no en las suyas. Solía observarse los dedos y veía cómo los hilos de sangre de Nikôlaus se escurrían entre ellos. La piel se le teñía de un rojo intenso, y creía que la cabeza iba a estallarle de tanto dolor. También, en sus sueños oscuros, reproducía una y otra vez la escena en la que su hijo se convertía en la presa de su cuñado, y nadie podía hacer algo al respecto. Ella estaba inmóvil, y gritaba pidiendo ayuda, pero nadie acudía a su llamado, y allí la vida de Noah se extinguía.
—Te agradezco tus palabras. Supongo que tienes razón, que debo continuar con mi vida. Eso estoy intentando, sino, no habría venido aquí y no te habría escuchado —le dolía no corresponder la manera afectuosa como se dirigía Narcisse. Francine se había pronunciado de forma tranquila y, se notaba a leguas, que lo hacía con un pequeño atisbo de compromiso. Sabía que eso sólo haría acrecentar la brecha entre ellas, pero no le nacía ser de otra forma. Habían sido demasiados años de peleas sin sentido, de entredichos y distanciamiento, y le hubiera gustado poder darle un abrazo sincero y recostarse en su hombro, que ella le acariciase el cabello y la meciese suavemente, como lo hacía su madre cuando alguno de ellos se golpeaba en la infancia. Francine había tenido la misma personalidad dulce que Charlotte, pero de ella no quedaba absolutamente nada.
—Tú y Maximiliano están más que capacitados para esto… —aseguró. Lo cierto era que la muchacha no creía ni dejaba de creer. —Lo lograremos, si lo hacemos con cautela y sin dejar cabos sueltos —era la mejor respuesta que podía dar. Se hizo de una firmeza increíble para ese momento de su existencia, y pudo parecer que aquellas palabras eran verdaderas. Tristemente, Francine dudaba de que alguno de ellos –o los tres- no fueran a caer en una misión de tamaña envergadura. Algo le decía que estaban ante una empresa difícil, más de lo que realmente podían imaginar. —Debemos ser cautelosos. Aunque ninguno de los tres tiene mucho que perder… ¿O si? —o, al menos, ella ya no tenía nada de lo que preocuparse. —Sólo debemos cuidar nuestro apellido —y eso no era poco. Los Capet fueron, eran, y lo seguirían siendo, personas que se tuviesen en lo más alto de la estima de la Santa Sede. Generaciones enteras de grandes inquisidores, y la joven rogó que ellos no mancillasen tan espléndido recuerdo.
—Confío en tu habilidad para que Maximiliano acepte mi presencia en ésta misión —habló en voz baja, como se había acostumbrado. En ocasiones, se descubría murmurando sola, como si estuviese Noah presente. No lo veía, pero sentía la profunda necesidad de llamarlo, de decirle “hijo”, “mi amor”, “mi niño”, y a la sonrisa que se pespuntaba en sus comisuras, le seguía una avalancha de dolor, que se convertía o en lágrimas o en encierro. Pasaba días enteros oculta tras las cortinas de su habitación, viviendo a agua y a algún que otro pedazo de pan, sin bañarse. Sólo cuando ya no soportaba la suciedad de su propio cuerpo, decidía retomar una vida dentro de todo normal, y tomar una ducha, cambiarse el vestido –siempre utilizando el riguroso negro de luto- y salir a buscar algo por lo que continuar existiendo. No lo encontraba fácilmente, pero, al menos ese día, su hermana le había dado un nuevo motor para hacerse cargo de sí misma. En ocasiones, creía que seguir respirando, era una terrible afrenta a la violencia con la que su familia había dejado de hacerlo, y hasta solía contener la respiración, hasta que soltaba el aire, agitada y mareada. Se creía cobarde por no terminar con todo de una buena vez, y continuar con aquella agonía lamentable, que la volvía un monigote patético.
Le parecía extraño, y hasta incómodo, que su hermana le diese aquella clase de consejos. No estaba acostumbrada a la consideración de Narcisse, y no sabía bien cómo reaccionar a esa clase de palabras amorosas. Se limitó a beber con tranquilidad, escuchándola atentamente, intentando hacer carne las frases repletas de sabiduría. Claramente, su hermana no sabía por el Infierno por el que estaba pasando. Sabía la mitad de cómo se habían desencadenado los hechos, y no sería la propia Francine quien la iluminase al respecto. No estaba dispuesta a develar todo ante nadie, ni siquiera ante sí misma. Cuando las pesadillas la atacaban, se obligaba a pensar que su marido había muerto en manos de otro, no en las suyas. Solía observarse los dedos y veía cómo los hilos de sangre de Nikôlaus se escurrían entre ellos. La piel se le teñía de un rojo intenso, y creía que la cabeza iba a estallarle de tanto dolor. También, en sus sueños oscuros, reproducía una y otra vez la escena en la que su hijo se convertía en la presa de su cuñado, y nadie podía hacer algo al respecto. Ella estaba inmóvil, y gritaba pidiendo ayuda, pero nadie acudía a su llamado, y allí la vida de Noah se extinguía.
—Te agradezco tus palabras. Supongo que tienes razón, que debo continuar con mi vida. Eso estoy intentando, sino, no habría venido aquí y no te habría escuchado —le dolía no corresponder la manera afectuosa como se dirigía Narcisse. Francine se había pronunciado de forma tranquila y, se notaba a leguas, que lo hacía con un pequeño atisbo de compromiso. Sabía que eso sólo haría acrecentar la brecha entre ellas, pero no le nacía ser de otra forma. Habían sido demasiados años de peleas sin sentido, de entredichos y distanciamiento, y le hubiera gustado poder darle un abrazo sincero y recostarse en su hombro, que ella le acariciase el cabello y la meciese suavemente, como lo hacía su madre cuando alguno de ellos se golpeaba en la infancia. Francine había tenido la misma personalidad dulce que Charlotte, pero de ella no quedaba absolutamente nada.
—Tú y Maximiliano están más que capacitados para esto… —aseguró. Lo cierto era que la muchacha no creía ni dejaba de creer. —Lo lograremos, si lo hacemos con cautela y sin dejar cabos sueltos —era la mejor respuesta que podía dar. Se hizo de una firmeza increíble para ese momento de su existencia, y pudo parecer que aquellas palabras eran verdaderas. Tristemente, Francine dudaba de que alguno de ellos –o los tres- no fueran a caer en una misión de tamaña envergadura. Algo le decía que estaban ante una empresa difícil, más de lo que realmente podían imaginar. —Debemos ser cautelosos. Aunque ninguno de los tres tiene mucho que perder… ¿O si? —o, al menos, ella ya no tenía nada de lo que preocuparse. —Sólo debemos cuidar nuestro apellido —y eso no era poco. Los Capet fueron, eran, y lo seguirían siendo, personas que se tuviesen en lo más alto de la estima de la Santa Sede. Generaciones enteras de grandes inquisidores, y la joven rogó que ellos no mancillasen tan espléndido recuerdo.
Francine Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
Lo cierto es que Narcisse no estaba dando ningún consejo de amor a su hermana. Intentaba darle un poco de fortaleza, sino, no podría servirles de aliada en aquella vil batalla. Eran tan distintas y al mismo tiempo parecidas. Tenían ese mismo cabello negro largo y oscuro, aunque claramente a la Lider de Facción se le notaba más brillante y sedoso, quizás se trataba de la vanidad absoluta que tenía. Las dos tenían la piel blanca cómo la nieve, y ese par de ojos expresivos. El cuerpo esbelto, igual que el de las muñecas nuevas que estaba fabricando. Ellas eran musas, bellezas absolutas, deidades (por así decirlo), y si le sumaban el carácter, y el apellido, habrían sido inquebrantables. Sin embargo Francine era débil, se había dejado doblegar por aspectos sentimentales. Muchas veces se había dicho que la mayor de aquel par de hermanas no tenía sentimientos, mucho menos corazón, pero lo cierto es que esos mismos la habían forjado, le habían convertido en aquella mujer que todo lo podía. ¡Era indomable! ¡Nadie podría vencerla! Su nombre causaba temor y emoción al ser escuchado. ¿Una mujer tan poderosa en medio de esa sociedad? ¡Lo existía! Ella era el claro ejemplo, y no dejaría que nada ni nadie le arrancara aquello.
Sintió pena por su hermana, al mismo tiempo rabia, la lastima no la podía aún experimentar porque aquello se trataba de algo muy bajo, sin embargo no tardaba en que apareciera ese sentimiento tan negativo. Narcisse tenía un poco de confianza en que el tiempo, y la venganza le podrían dar el sentido y la fuerza para salir adelante. Ella no había tenido familia, ni hijos, y tampoco amó a su ex marido, por eso ese tipo de dolor y perdida jamás lo experimentara. En ocasiones quería poder comprender a su hermana, de esa forma no la juzgaría tanto, pero le era tan inevitable, hervía su sangre al verla tan apagada, tan insignificante. ¡Ella era una Capet por el amor de Dios! Debía comportarse cómo tal, ¿por qué le costaba? Necesitaba sacarle ventaja a su belleza, a su inteligencia, a los recursos, medios y ventajas que tenia de su vida mortal. Si lo pensaba de otra manera, quizás el hecho de no tener la mente ocupada en obligaciones, también podía tenerla tan eclipsada. No lo sabría, mucho menos lo comprendería. ¡Que ganas de darle un par de bofetadas para regresarla de ese petarlo de dolor mental!
— ¿No tenemos nada que perder? Tenemos todo para perder, somos los últimos de los Capet ¿No lo comprendes? Nuestro apellido tiene peso, tiene una historia, un gran valor, no sólo es unirse en matrimonio, reproducirse. ¡Hay sacrificios que se deben tomar para llegar a ser grandes! — La señaló — Eres joven, hermosa, y puedes volver a formar una vida, tener hijos, una vida mejor, y jamás hijos mejores, pero sí que te llenarán el corazón, te estás comportando como una niña caprichosa — Gruñó. ¿Cuánto tiempo tenía que su pequeño sobrino se había ido de ese mundo? Ya había pasado tiempo, era momento se seguir en pie. La venganza no regresa de la muerte a nuestros seres vivos, pero no por eso se tiene que detener. El dolor se debía pagar con dolor, y mucho más que eso, hacer que las lagrimas de sangre formaran charcos, manchas permanentes que nadie pudiera quitar. — No existirá margen de error ¿comprendido? — La miró de forma severa — No existe margen de error para nosotros. Te descuidaste por haber creído que estabas en un mundo de fantasía, pero no permitirás que te toquen de nuevo, y a partir de ahora no habrá lagrimas que no valgan la pena. Ellos nos quieren exterminar, nosotros tendremos sus cabezas como trofeos colgados en paredes — La joven Narcisse estaba más que segura de eso, y cuando la seguridad la invadía, nunca estaba equivocada.
— Creo que es momento de que te vayas, no creo que sea conveniente que ambas sigamos ya con esta conversación, llegamos a un punto medio, estamos de acuerdo en algo, en una misma misión, así que más vale que te empapes de información, entrenes un poco, te alimentes, y aclares tu mente, nuestro próximo encuentro debo de verte con otra actitud, porque de no ser así, te sacaré de la misión — Sonrió, nada de jugar, si Francine seguía así, si la tristeza la seguía consumiendo, en medio de un ataque podría debilitarse ¿No? — ¿Necesitas que te de horarios con mis entrenadores personales? — Arqueó una ceja observándola, sí su hermana lo pedía, entonces se lo daría, claro que aquello no era caridad. La que más ganaba en todo eso era ella. Más de dos mentes trabajan mejor que una, y la fuerza de tres podría acabar con cualquiera.
Se puso de pie, avanzó un poco hasta la puerta tomando la perilla, no la giró, sin embargo esperó a que su hermana entendiera.
Sintió pena por su hermana, al mismo tiempo rabia, la lastima no la podía aún experimentar porque aquello se trataba de algo muy bajo, sin embargo no tardaba en que apareciera ese sentimiento tan negativo. Narcisse tenía un poco de confianza en que el tiempo, y la venganza le podrían dar el sentido y la fuerza para salir adelante. Ella no había tenido familia, ni hijos, y tampoco amó a su ex marido, por eso ese tipo de dolor y perdida jamás lo experimentara. En ocasiones quería poder comprender a su hermana, de esa forma no la juzgaría tanto, pero le era tan inevitable, hervía su sangre al verla tan apagada, tan insignificante. ¡Ella era una Capet por el amor de Dios! Debía comportarse cómo tal, ¿por qué le costaba? Necesitaba sacarle ventaja a su belleza, a su inteligencia, a los recursos, medios y ventajas que tenia de su vida mortal. Si lo pensaba de otra manera, quizás el hecho de no tener la mente ocupada en obligaciones, también podía tenerla tan eclipsada. No lo sabría, mucho menos lo comprendería. ¡Que ganas de darle un par de bofetadas para regresarla de ese petarlo de dolor mental!
— ¿No tenemos nada que perder? Tenemos todo para perder, somos los últimos de los Capet ¿No lo comprendes? Nuestro apellido tiene peso, tiene una historia, un gran valor, no sólo es unirse en matrimonio, reproducirse. ¡Hay sacrificios que se deben tomar para llegar a ser grandes! — La señaló — Eres joven, hermosa, y puedes volver a formar una vida, tener hijos, una vida mejor, y jamás hijos mejores, pero sí que te llenarán el corazón, te estás comportando como una niña caprichosa — Gruñó. ¿Cuánto tiempo tenía que su pequeño sobrino se había ido de ese mundo? Ya había pasado tiempo, era momento se seguir en pie. La venganza no regresa de la muerte a nuestros seres vivos, pero no por eso se tiene que detener. El dolor se debía pagar con dolor, y mucho más que eso, hacer que las lagrimas de sangre formaran charcos, manchas permanentes que nadie pudiera quitar. — No existirá margen de error ¿comprendido? — La miró de forma severa — No existe margen de error para nosotros. Te descuidaste por haber creído que estabas en un mundo de fantasía, pero no permitirás que te toquen de nuevo, y a partir de ahora no habrá lagrimas que no valgan la pena. Ellos nos quieren exterminar, nosotros tendremos sus cabezas como trofeos colgados en paredes — La joven Narcisse estaba más que segura de eso, y cuando la seguridad la invadía, nunca estaba equivocada.
— Creo que es momento de que te vayas, no creo que sea conveniente que ambas sigamos ya con esta conversación, llegamos a un punto medio, estamos de acuerdo en algo, en una misma misión, así que más vale que te empapes de información, entrenes un poco, te alimentes, y aclares tu mente, nuestro próximo encuentro debo de verte con otra actitud, porque de no ser así, te sacaré de la misión — Sonrió, nada de jugar, si Francine seguía así, si la tristeza la seguía consumiendo, en medio de un ataque podría debilitarse ¿No? — ¿Necesitas que te de horarios con mis entrenadores personales? — Arqueó una ceja observándola, sí su hermana lo pedía, entonces se lo daría, claro que aquello no era caridad. La que más ganaba en todo eso era ella. Más de dos mentes trabajan mejor que una, y la fuerza de tres podría acabar con cualquiera.
Se puso de pie, avanzó un poco hasta la puerta tomando la perilla, no la giró, sin embargo esperó a que su hermana entendiera.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Written in reverse || Francine Gallup (Capet)
Lejos de enojarse, de ofenderse, Francine sólo pensó en que su hermana jamás comprendería su dolor. Claro, no había amado y tampoco había tenido hijos, y eso la imposibilitaba para poder dimensionar el tamaño real de su pérdida. No podía juzgarla ni mucho menos obligarla a que, por un segundo, tuviese el corazón suficiente para entender que a la menor de los Capet no le interesaba el apellido, no le interesaba la historia, ni la genealogía, ni la reputación; lo único que quería era tener a su marido y a su niño de vuelta con ella, estrecharlos entre sus brazos y nunca más soltarlos. La perspectiva de imposibilidad de volver a sentirlos, a escucharlos, a olerlos, era desoladora y estaba repleta de desesperanza. Pero ella seguía con vida, y mal que le pesase, pues lo único que deseaba era unirse a ellos en el otro mundo, debía intentar seguir hasta que Dios se apiadase de su alma y la llevase junto a Él o la enviase al Infierno, lo único que le interesaba era no respirar más. Sin embargo, se tragó los improperios y las explicaciones, pues Narcisse jamás simpatizaría con sus trágicos pensamientos y sólo la alentaría a continuar con aquella pantomima que, a su juicio, sólo terminaría arruinándolos. Pero como ella no tenía nada que perder, por más que la jefa de los bibliotecarios se esmerase en recalcar la importancia del patronímico que las unía, se aventuraría en aquella empresa complicada y sin futuro.
—Tienes razón, Narcisse. No hay margen de error —repitió con cansancio, porque era lo que su hermana necesitaba escuchar. —No estuve en un mundo de fantasías, tenía una familia y era feliz, nada más —suspiró. Ya estaba demasiado agotada, pero necesitaba decir aquellas palabras. ¡Su familia había sido real y no una mera ilusión! Había amado a su esposo desde que era niña, y lo amaría para siempre; lo había traicionado y debía pagar con lágrimas de sangre haberle arrebatado la vida de aquella manera. —Cuando lo hayamos logrado, tú te quedarás con sus cabezas, no me gustan esos trofeos. Me conformo con saber que honramos el apellido que se están esmerando en mancillar.
—Comeré y me entrenaré, pero no con tus entrenadores. Sigo teniendo mis contactos, a pesar de mi estado —comentó con cierta ironía. Lo mejor, como decía Narcisse, era dar por finalizado aquel asunto. Existía la posibilidad de entrar en un terreno embarrado, y habían dado un pequeño paso al poder sostener una conversación cordial por cuarenta y cinco minutos, que era más de lo que habían intercambiado en todos esos años. La imitó cuando se puso de pie, y esperó a que llegase a la puerta. Le gustaba observarla, tan elegante e intocable, Narcisse era una verdadera estampa de lo que significaban la jerarquía, el orgullo y la fortaleza; era la mujer más increíble que le había tocado conocer, y a quien amaba y odiaba con la misma intensidad. A pesar de la nueva oportunidad que le estaba dando, no se olvidaría de que había permitido que la tuvieran encerrada en un convento y de que haya colocado un cuerpo en una tumba con su nombre. Si Nikolaüs hubiera sabido que ella estaba viva, seguramente la habría encontrado y el desenlace hubiera sido otro.
—Gracias por tenerme en cuenta para esto, por considerarme de tu familia —dijo al pararse a su lado. La miró de reojo, era bastante más baja que ella, y eso la hacía aún más imponente. —Y discúlpame por el deplorable espectáculo que di al principio, no correspondía bajo ninguna forma; no sólo eres mi hermana, sino también mi superior. Resarciré mi error, te doy mi palabra —dicho esto, con su mano corrió suavemente del picaporte la de Narcisse, y lo giró. La puerta se abrió con un chirrido casi imperceptible. —Adiós. Cuídate —cruzó el umbral con su paso cansino, pero alzó el mentón e irguió su cuerpo, estaba segura que la mayor estaría observándola, y lo último que deseaba era que la viera caminando como una desamparada.
Antes de salir de la Catedral, se persignó ante el Santísimo, y luego detuvo su mirada en la Virgen con el Niño Jesús en brazos. Los ojos se le abnegaron de lágrimas, que le nublaron la visión. La risa fresca de su pequeño Noah salió de lo hondo de sus recuerdos y le arrancó una sonrisa empapada de llanto; daría su vida a cambio de escucharlo una vez más. <<Sólo una vez más… >> pensó con profundo dolor, con un dolor que nadie más que ella sería capaz de entender. Sólo una madre era capaz de amar con aquella intensidad, con aquella entrega, con aquel despojo total de egoísmo, y también era la única capaz de sufrir con aquel desgarro, con aquella profundidad, con aquella nostalgia. Se enjugó el rostro con un pañuelo que extrajo del puño del vestido, y salió luego de echarle un último vistazo a la imagen de la Virgen María. Caminó unos cuantos metros, le dio unas monedas a un linyera a cambio de una botella de whisky, y se perdió en las profundidades de París, a llorar su pena, a matarse el alma.
—Tienes razón, Narcisse. No hay margen de error —repitió con cansancio, porque era lo que su hermana necesitaba escuchar. —No estuve en un mundo de fantasías, tenía una familia y era feliz, nada más —suspiró. Ya estaba demasiado agotada, pero necesitaba decir aquellas palabras. ¡Su familia había sido real y no una mera ilusión! Había amado a su esposo desde que era niña, y lo amaría para siempre; lo había traicionado y debía pagar con lágrimas de sangre haberle arrebatado la vida de aquella manera. —Cuando lo hayamos logrado, tú te quedarás con sus cabezas, no me gustan esos trofeos. Me conformo con saber que honramos el apellido que se están esmerando en mancillar.
—Comeré y me entrenaré, pero no con tus entrenadores. Sigo teniendo mis contactos, a pesar de mi estado —comentó con cierta ironía. Lo mejor, como decía Narcisse, era dar por finalizado aquel asunto. Existía la posibilidad de entrar en un terreno embarrado, y habían dado un pequeño paso al poder sostener una conversación cordial por cuarenta y cinco minutos, que era más de lo que habían intercambiado en todos esos años. La imitó cuando se puso de pie, y esperó a que llegase a la puerta. Le gustaba observarla, tan elegante e intocable, Narcisse era una verdadera estampa de lo que significaban la jerarquía, el orgullo y la fortaleza; era la mujer más increíble que le había tocado conocer, y a quien amaba y odiaba con la misma intensidad. A pesar de la nueva oportunidad que le estaba dando, no se olvidaría de que había permitido que la tuvieran encerrada en un convento y de que haya colocado un cuerpo en una tumba con su nombre. Si Nikolaüs hubiera sabido que ella estaba viva, seguramente la habría encontrado y el desenlace hubiera sido otro.
—Gracias por tenerme en cuenta para esto, por considerarme de tu familia —dijo al pararse a su lado. La miró de reojo, era bastante más baja que ella, y eso la hacía aún más imponente. —Y discúlpame por el deplorable espectáculo que di al principio, no correspondía bajo ninguna forma; no sólo eres mi hermana, sino también mi superior. Resarciré mi error, te doy mi palabra —dicho esto, con su mano corrió suavemente del picaporte la de Narcisse, y lo giró. La puerta se abrió con un chirrido casi imperceptible. —Adiós. Cuídate —cruzó el umbral con su paso cansino, pero alzó el mentón e irguió su cuerpo, estaba segura que la mayor estaría observándola, y lo último que deseaba era que la viera caminando como una desamparada.
Antes de salir de la Catedral, se persignó ante el Santísimo, y luego detuvo su mirada en la Virgen con el Niño Jesús en brazos. Los ojos se le abnegaron de lágrimas, que le nublaron la visión. La risa fresca de su pequeño Noah salió de lo hondo de sus recuerdos y le arrancó una sonrisa empapada de llanto; daría su vida a cambio de escucharlo una vez más. <<Sólo una vez más… >> pensó con profundo dolor, con un dolor que nadie más que ella sería capaz de entender. Sólo una madre era capaz de amar con aquella intensidad, con aquella entrega, con aquel despojo total de egoísmo, y también era la única capaz de sufrir con aquel desgarro, con aquella profundidad, con aquella nostalgia. Se enjugó el rostro con un pañuelo que extrajo del puño del vestido, y salió luego de echarle un último vistazo a la imagen de la Virgen María. Caminó unos cuantos metros, le dio unas monedas a un linyera a cambio de una botella de whisky, y se perdió en las profundidades de París, a llorar su pena, a matarse el alma.
Francine Capet- Inquisidor Clase Alta
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