¡Escóndeme del mundo! [Privado]

Las olas rompían con fiereza contra las rocas del acantilado dónde se llevaba a cabo aquella fiesta de mi compromiso con aquél vampiro llamado Frausto. Las gentes -humanos la mayoría de ellos- charlaban, reían, bebían y sobretodo, bailaban. Bailaban al compás de una música animada y muy medieval, detalle que tuvieron en cuenta los organizadores a la hora de decantarse hacia un género en específico, pues ya había dado a entender mi predilección por las canciones tradicionales, sobre todo aquellas que procedían del norte de Europa. Y es cierto que no era de las tierras gélidas, pero sentía un especial apego por los celtas y aquellos lugares dónde parecía que la naturaleza aun gobernaba al hombre y no a la viceversa.

Una enorme fogata cuyo fulgor agrietaba el cielo en su intento por trepar por él era el centro de la fiesta, el lugar alrededor del cual se hallaban varias carpas de tela con adornos florales que comunicaban unas con otras y en el interior de las cuales se encontraban las distintas barras dónde servían el alcohol que corría a mares de boca en boca, dedicándose una de aquellas tiendas al grupo musical que animaba la fiesta con sus melodías, capaces de transportarme a un lugar imaginario en el que pudiera encontrarme sola, lejos de aquellas gentes desconocidas que compartían una dicha con la que no me sentía identificada. De hecho, aquello para mí era la celebración de un funeral: de mi funeral.

De reojo contemplé cómo mi futuro marido bailaba elegantemente con una moza mucho más joven que él, girando de un lado a otro con sus brazos en jarras entrelazados, riendo sin cesar cuales niños sumergidos en un juego infantil. Torcí una sonrisa y deposité mi copa de xampagne sobre una de las rocas, levantando mi falda antes de dar un salto desde aquél acantilado y caer sutilmente sobre la arena de una playa virgen que se escondía bajo las rocas que impedían su visión. Me descalcé y con los zapatos en mano y la falda del vestido bien sujeta con la otra, eché a correr a contra viento, riendo por la simple sensación de sentirme libre al fin, corriendo y corriendo sin cesar, zambulléndome entre la espesura del bosque, dejando atrás la fiesta, la gente, el alcohol, la música e incluso la luna, pues como yo había huido de su trono celestial y ahora las nubes la cubrían con unas cortinas grisáceas que anunciaron la tormenta que no tardó en abrigar mi cuerpo en movimiento, pues pese a la fuerte tempestad que descargaba ya sobre mis hombros, mi avance no se detuvo, bailando incluso bajo la lluvia hasta que, frente a mí, descubrí una casa cuyas luces seguían encendidas.

Tras una de las ventanas, pude divisar la figura de un hombre trasteando algo en la cocina, por lo que, movida por la simple curiosidad y con el alcohol haciendo de las suyas en mi cuerpo, avancé hasta posicionarme frente a aquella ventana, apegando mi rostro con tal de verle de más cerca, riendo cuál niña traviesa que hace algo que no debe, aunque sólo fuera espiar a un desconocido mientras parecía prepararse una copa de vino. Apoyé mis brazos entrelazados sobre el alféizar de la ventana y acomodé mi mentón sobre mis manos juntas, escrutando los contornos de su cuerpo, sus cabellos oscuros y cortos, sus rasgos exóticos que desde luego me cautivaron, sus gestos y su... ¡ouch! ¡Me había sorprendido in fraganti!

Sus ojos claros se habían fijado en mi presencia fuera de su casa y pegada a la ventana de su cocina, por lo que ahora se dirigía directamente hacia ella quizás con la intención de abrirla y lanzarme un cubo de agua fría, aunque bajo aquella tempestad, poco me hubiera importado mojarme más.

Me limité a sonreír dulcemente y me aparté un tanto para que pudiera abrirla sin golpearme, dándole la señal así, de querer conversar con él, lejos de mi instinto que me gritaba que le mordiera y bebiera de él hasta su última gota de sangre, o lejos también de la ética moral, que dictaba que en tales casos, la dama debería huir de semejante y comprometida situación. Pero yo... allí estaba, esperándole impaciente.