AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El Placer de Conoceros (Flashback) - Privado
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El Placer de Conoceros (Flashback) - Privado
Giuliette, sonrió mientras despedía a su doncella luego de que ésta terminara de arreglarla, - gracias Gina, has hecho un precioso trabajo – le dijo inclinando un poco su cabeza y sonriéndole con los ojos. La joven le devolvió la sonrisa y se retiró. No era algo común que las personas de clase alta y menos con ascendencia en la nobleza fueran tan dulces y tiernas con su servidumbre, pero Giuliette era toda una excepción, no así su esposo que aunque con ella podía ser muy indulgente, con el resto del mundo era arisco y bastante manipulador.
Cuando quedó sola contempló su reflejo en el espejo, sus ojos centellaron de placer, aunque solo tenía 17 años en ese momento parecía mucho mayor gracias a la vestimenta y al peinado complicado que Gina había elaborado para ella, - así la diferencia de edad no se notará – pensó mientras tocaba la superficie de su falda color champagne que brillaba con tonos dorados por los destellos que tenía el ambiente por el uso de las bujías. Tomó del aparador el frasco de perfume y lo destapó, con delicadeza se colocó una gota en su cuello a la altura de la mandíbula, en sus muñecas y coqueta otra gota en el canalillo de sus senos que por el diseño del vestido y el corsé, parecían mucho más abundantes de lo que era lógico para una joven de corta edad. Volvió a contemplarse en el reflejo del cristal, de pronto se fue creando una imagen algo transparente y en ella distinguió unos ojos, azul grisáceo, de mirar dulces pero cargados de tristeza, que la contemplaban, un rostro de un hombre joven, sintió en su alma una pena profunda, estaba segura que lo conocería pronto y sería importante en su vida.
La puerta se había abierto y unos pasos se acercaban hacia ella, brazos masculinos le rodearon la cintura, sintió el peso de la cabeza de su esposo apoyándose en su hombro, su voz varonil - dime que esa mirada de profundo amor es porque has pensado en mí – Giuliette salió de la visión que había tenido y sonrió mientras levantaba su mano y acariciaba el rostro recién afeitado de su amado, - vi a un joven, triste y solitario – se giró y lo miró ahuecó sus manos, tomando en ellas la barbilla de su esposo – era como si hubiera perdido al amor de su vida – se acercó y beso los labios del hombre – dime amor, ¿qué haría yo, si te perdiera algún día? – Se aferró a ese ser que lo era todo para ella – qué harías tú, si me perdieras - él se tensó y ella pensó que lo hacía porque no podía soportar esa posibilidad, le sonrió mientras lo besaba apasionada – no te preocupes nunca nos separaremos – ella en verdad pensaba que su marido la amaba. El beso fue cortado por la necesidad de huir de aquel hombre, - debemos bajar, los invitados ya han llegado, acuérdate que vendrán personajes de la realeza y tienes que estar preparada, ahora eres la anfitriona y será necesario que tu conversación sea interesante, para las personas – le recalcó mientras la dejaba confundida y se retiraba presuroso de la habitación, ella sonrió tristemente, - no pienses tonterías Giuliette… aun te ama… ¿no? – no supo que responder y simplemente no quería encontrar una dolorosa verdad.
Comenzó a caminar hasta llegar a las escaleras de mármol que la llevarían al hall principal de la mansión y a los salones de bailes, de juegos y para las damas, en donde se desarrollaría la señorial velada, tomó aire antes de colocarse una máscara en su rostro, no un antifaz, sino crear una ilusión que ocultara la tristeza que embargaba su corazón.
Al llegar al salón distinguió a su marido charlando amenamente con una duquesa que no tenía ningún pudor en rosarlo y coquetearle, decidió alejarse, recorrió la enorme distancia que la separaba de las grandes cristaleras y la terraza , mas allá los jardines que tanto amaba ahora iluminados por una luna creciente. Se escabulló hasta la balaustrada del balcón y contempló la penumbra en que su colorido jardín se encontraba inmerso, suspiró y por un momento la máscara se cayó.
Lanya Bleier- Humano Clase Alta
- Mensajes : 94
Fecha de inscripción : 28/02/2013
Re: El Placer de Conoceros (Flashback) - Privado
Los bailes… tan amenos ¿no lo creéis? Perfectos para fingir que los diluvios del tiempo no son capaces de mojaros y ocultar una pena creciente en vuestro corazón que no da marcha atrás. Eventos así le sirven al siervo para escabullirse de las reprimendas de su amo y a los reyes para convencerse a sí mismos que eran dueños del universo. Sí, podían oportunidades como aquella darles certeza a grandes y pequeñas figuras de que no había razón suficiente para no sonreír; todo eso podía hacer, mas no lograba concederos consuelo alguno que os instara a participar de ese baile en especial. ¿Sabéis algo? Mi experiencia me ha dicho que las mujeres suelen quedarse calladas cuando tienen mucho que decir y eso era más grave en vuestro caso, pues siempre os habíais caracterizado por ese espíritu sociable que os llevaba a unir parejas y a hacer amistades con facilidad.
Por supuesto, cuando esa vez en que acudí a aquella mansión conocida como el hogar de vuestro marido, no conocía aquellas facetas que os hacían una encantadora señorita de piel de cuelo alargado a quien le gustaba conservar las personas en su casa para compartir la felicidad. Me atrevería a deciros que cuando noté vuestro semblante por vez primera, jamás se me hubiera pasado por la mente que vuestra merced fuera dichosa. Fuisteis la primera fémina que rompió con la regla de que toda mujer recién casada y expectante de hijos estaba rebosante de júbilo. Claro, también puede ser que la imagen lastimera que capté de vos hubiera sido pronunciada por mis emociones ya que anterior a esos días acababa de perder a mi compañera que esperaba que fuera para toda la vida; mi siempre entusiasta Lorelei, y todo me parecía muriendo dentro de mí, aunque por fuera la vida estuviera haciendo un festival.
Esa tarde mis sirvientes prepararon mis atuendos como si se les fuera la vida en ello, creyendo que lo ostentoso de mis ropajes me distraería del inevitable sentimiento de pérdida que se había comido mi sonrisa. Os diré que en lo que menos podía pensar —si es que podía pensar— era en buscar una mujer que llenara el enorme vacío que había dejado mi Lorelei, pero podía fingir estar interesado en ello con tal de dejar tranquila a mi servidumbre y, por supuesto, a vuestros invitados. Así lo hice; con mi rostro protegido por mi antifaz saludé a condes, barones y otros duques como si nunca mi cuerpo y mi corazón nunca hubieran conocido el amor de una ninfa de tez pecosa y ojos cielo. A diferencia de vos, esa vez yo usé dos máscaras; la que ocultaba mi juventud y la que escondía mi pesar, pero sí teníamos algo en común… que ninguno de nosotros se sentía a gusto en la compañía de esos disfraces. Y es que ¿de qué os servía el esfuerzo de llevarlos cuando la gente os lo recordaba con sus murmullos y miradas?
Acabé de bailar con unas cuantas muchachas casaderas para que sus padres no me siguieran por el resto de la noche y entonces me tomé la libertad de abandonar vuestro más que presentable salón de baile para salir al desierto balcón, o al menos yo creía que estaba vacío. En el trayecto uno de vuestros sirvientes me ofreció una copa de vino, la cual acepté como mi compañía para estar a solas con mi desdicha sin saber que de todas formas ésta se uniría a la vuestra. No fue hasta que me apoyé de espaldas en la baranda que divisé vuestro triste semblante vislumbrar el jardín o algún punto lejano a vuestra merced. Estabais tan quieta y vuestra piel era tan amenamente teñida de gris por la luz de la luna, que fácilmente podría haberos confundido con una estatua de mármol; una triste figura de mármol. Más fue mi impresión cuando distinguí que llevabais atuendos más costosos que los del resto y deduje que seríais la dueña del lugar y que aquel patán que buscaba bajo las faldas de las hijas vírgenes de los poderosos debía ser vuestro marido.
—¿Y el apesadumbrado era yo? —me pregunté a mí mismo en mi cabeza al comprobar gracias a mi percepción del aura que vuestra merced se hacía pequeña por dentro.
Me surgió el deseo de dar un respiro a vuestra garganta contraída por la angustia, pero a pesar de que no me cupiera duda acerca de vuestra pena, tenía que hacer preguntas políticamente correctas antes de adentrarme en vuestros sentimientos, como si fuera un ser humano común y corriente. Caminé hacia vuestra merced hasta quedar a una distancia prudente para un par de desconocidos y os hablé con voz suave, para no causaros un espanto.
—Perdonad mi intromisión, madame, pero vuestra quietud ha causado extrañeza en mí. ¿Os sentís mal? ¿Algo que pueda hacer para que la anfitriona de este jovial festejo pueda disfrutar de él? —miré unos instantes al interior de la celebración, cerciorándome de que rostros amables continuaran bailando— Va siendo una reunión amena y sería una desperdicio vuestras amistades no pudieran compartir con vuestra merced.
¿Os mantendríais en silencio o abriríais vuestro sentir para compartirlo con un extraño como yo, quien había sido invitado por título y no por simpatía?
Por supuesto, cuando esa vez en que acudí a aquella mansión conocida como el hogar de vuestro marido, no conocía aquellas facetas que os hacían una encantadora señorita de piel de cuelo alargado a quien le gustaba conservar las personas en su casa para compartir la felicidad. Me atrevería a deciros que cuando noté vuestro semblante por vez primera, jamás se me hubiera pasado por la mente que vuestra merced fuera dichosa. Fuisteis la primera fémina que rompió con la regla de que toda mujer recién casada y expectante de hijos estaba rebosante de júbilo. Claro, también puede ser que la imagen lastimera que capté de vos hubiera sido pronunciada por mis emociones ya que anterior a esos días acababa de perder a mi compañera que esperaba que fuera para toda la vida; mi siempre entusiasta Lorelei, y todo me parecía muriendo dentro de mí, aunque por fuera la vida estuviera haciendo un festival.
Esa tarde mis sirvientes prepararon mis atuendos como si se les fuera la vida en ello, creyendo que lo ostentoso de mis ropajes me distraería del inevitable sentimiento de pérdida que se había comido mi sonrisa. Os diré que en lo que menos podía pensar —si es que podía pensar— era en buscar una mujer que llenara el enorme vacío que había dejado mi Lorelei, pero podía fingir estar interesado en ello con tal de dejar tranquila a mi servidumbre y, por supuesto, a vuestros invitados. Así lo hice; con mi rostro protegido por mi antifaz saludé a condes, barones y otros duques como si nunca mi cuerpo y mi corazón nunca hubieran conocido el amor de una ninfa de tez pecosa y ojos cielo. A diferencia de vos, esa vez yo usé dos máscaras; la que ocultaba mi juventud y la que escondía mi pesar, pero sí teníamos algo en común… que ninguno de nosotros se sentía a gusto en la compañía de esos disfraces. Y es que ¿de qué os servía el esfuerzo de llevarlos cuando la gente os lo recordaba con sus murmullos y miradas?
Acabé de bailar con unas cuantas muchachas casaderas para que sus padres no me siguieran por el resto de la noche y entonces me tomé la libertad de abandonar vuestro más que presentable salón de baile para salir al desierto balcón, o al menos yo creía que estaba vacío. En el trayecto uno de vuestros sirvientes me ofreció una copa de vino, la cual acepté como mi compañía para estar a solas con mi desdicha sin saber que de todas formas ésta se uniría a la vuestra. No fue hasta que me apoyé de espaldas en la baranda que divisé vuestro triste semblante vislumbrar el jardín o algún punto lejano a vuestra merced. Estabais tan quieta y vuestra piel era tan amenamente teñida de gris por la luz de la luna, que fácilmente podría haberos confundido con una estatua de mármol; una triste figura de mármol. Más fue mi impresión cuando distinguí que llevabais atuendos más costosos que los del resto y deduje que seríais la dueña del lugar y que aquel patán que buscaba bajo las faldas de las hijas vírgenes de los poderosos debía ser vuestro marido.
—¿Y el apesadumbrado era yo? —me pregunté a mí mismo en mi cabeza al comprobar gracias a mi percepción del aura que vuestra merced se hacía pequeña por dentro.
Me surgió el deseo de dar un respiro a vuestra garganta contraída por la angustia, pero a pesar de que no me cupiera duda acerca de vuestra pena, tenía que hacer preguntas políticamente correctas antes de adentrarme en vuestros sentimientos, como si fuera un ser humano común y corriente. Caminé hacia vuestra merced hasta quedar a una distancia prudente para un par de desconocidos y os hablé con voz suave, para no causaros un espanto.
—Perdonad mi intromisión, madame, pero vuestra quietud ha causado extrañeza en mí. ¿Os sentís mal? ¿Algo que pueda hacer para que la anfitriona de este jovial festejo pueda disfrutar de él? —miré unos instantes al interior de la celebración, cerciorándome de que rostros amables continuaran bailando— Va siendo una reunión amena y sería una desperdicio vuestras amistades no pudieran compartir con vuestra merced.
¿Os mantendríais en silencio o abriríais vuestro sentir para compartirlo con un extraño como yo, quien había sido invitado por título y no por simpatía?
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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