AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Qué estás mirando (Priv)
Recuerdo del primer mensaje :
Había transcurrido semana y media desde su desliz. Que llevara la cuenta exacta de los días era un indicativo bastante fiel a la verdad de que no lo había superado tan bien como le gustaría, aunque quería convencerse de que tampoco le iba mal. Es decir, seguía preocupándose por el chico, pero se cuidaba mucho de demostrar ningún cambio en su actitud y según creía había conseguido que el otro no se percatara de que algo extraño ocurría. Cualquier pensamiento que pudiera dedicarle al asunto - y eran muchos pensamientos los que terminaba enfocando en esa dirección a lo largo del día - le pertenecía en exclusividad puesto que François nada recordaba, y eso aligeraba su pesar. No era frecuente que la vida le otorgase a uno segundas oportunidades, pero con el crío todo eran segundas, terceras y cuartas; todas las que se desearan para empezar una y otra vez y para fastidiarla una y otra vez sin repercusiones. ¿No era eso fantástico? ¿No debería Jules estar contento, eh? ¿Eh? ¿POR QUÉ no estaba contento, maldita sea? No le gustaba en absoluto que algo enturbiara su aura particular de optimismo y despreocupación, no era justo, y como si fuera un infante aturullado se había pasado esa semana y media de un humor de perros, pagándolo con todo el mundo en el burdel hasta que la madame lo echó con cajas destempladas de allí. No era un cese definitivo pero sí una especie de vacaciones para que reflexionara, como cuando en el colegio enviaban a los alumnos díscolos un rato de cara a la pared. Quizá el castigo no había sido más duro por dos razones, y la primera de ellas era que esa mujer - la más santa de las mujeres pese a regentar una casa de citas - sabía cuál era el motivo de toda esa rabieta porque había presenciado la escena por sí misma, y como les tenía cariño a ambos había transigido por una vez. La segunda razón era que ya tenía que estar enterada sobradamente de que era imposible corregir a Jules, pero el rubio prefería quedarse con la primera porque le dejaba a él en mejor lugar.
Arrugó el cucurucho de papel que había contenido los cacahuetes que se había terminado ya y encestó la bola en uno de los parterres de arbustos frondosos cuando nadie miraba. No era un ciudadano modelo y no pensaba empezar a ser responsable con la basura a sus setenta años de edad, así que el civismo lo reservaba para los jóvenes que aún estaban a tiempo de convertirse en personas de provecho. A juzgar por todos los frutos secos que se había zampado debía de llevar allí más de media hora, pero François y su acompañante todavía no habían bajado de la noria. Había sido mala suerte que precisamente el día que el cambiaformas se reincoporaba al trabajo hubiese llegado un cliente tan peculiar para el muchacho: era un hombre relativamente mayor que había pedido específicamente un muchachito imberbe para llevarlo a pasear. No era tan raro que acudiera gente al burdel que buscaba algo que no fuera específicamente sexo, pero como las intenciones de aquel señor no le habían quedado nada claras al roedor se había decidido a seguirles tan pronto como salieron del lupanar agarrados del brazo como parientes. Se había preocupado de que no le vieran aunque realmente ninguno de los dos lo iba a reconocer, y de ese modo les había observado meterse en una de las cabinas de esa atracción tan popular que daba un recorrido interminable.
Se sentó en un banco de allí cerca y se puso cómodo, iba a esperar hasta que se asegurara de que el niño aparecía sano y salvo con los pies en el suelo. A lo mejor lo único que quería su cliente era charlar en las alturas, o mirarlo mientras se desnudaba o alguna otra perversión semejante, pero no eran los celos lo que hacía que Lombard se hubiera empeñado en espiarles; estaba genuinamente mosqueado por la integridad de Fran. Mientras estaban trabajando en el mismo local le bastaba con tener los oídos alerta por si chillaba, pero fuera de su jurisdicción estaba indefenso y había depravados que preferían maltratar a los cortesanos que contrataban en lugar de acostarse con ellos. Y además, se dijo a sí mismo, hacía un buen día para pasar al aire libre en un lugar agradable como aquel.
Every step you take
I'll be watching you.
The Police
I'll be watching you.
The Police
Había transcurrido semana y media desde su desliz. Que llevara la cuenta exacta de los días era un indicativo bastante fiel a la verdad de que no lo había superado tan bien como le gustaría, aunque quería convencerse de que tampoco le iba mal. Es decir, seguía preocupándose por el chico, pero se cuidaba mucho de demostrar ningún cambio en su actitud y según creía había conseguido que el otro no se percatara de que algo extraño ocurría. Cualquier pensamiento que pudiera dedicarle al asunto - y eran muchos pensamientos los que terminaba enfocando en esa dirección a lo largo del día - le pertenecía en exclusividad puesto que François nada recordaba, y eso aligeraba su pesar. No era frecuente que la vida le otorgase a uno segundas oportunidades, pero con el crío todo eran segundas, terceras y cuartas; todas las que se desearan para empezar una y otra vez y para fastidiarla una y otra vez sin repercusiones. ¿No era eso fantástico? ¿No debería Jules estar contento, eh? ¿Eh? ¿POR QUÉ no estaba contento, maldita sea? No le gustaba en absoluto que algo enturbiara su aura particular de optimismo y despreocupación, no era justo, y como si fuera un infante aturullado se había pasado esa semana y media de un humor de perros, pagándolo con todo el mundo en el burdel hasta que la madame lo echó con cajas destempladas de allí. No era un cese definitivo pero sí una especie de vacaciones para que reflexionara, como cuando en el colegio enviaban a los alumnos díscolos un rato de cara a la pared. Quizá el castigo no había sido más duro por dos razones, y la primera de ellas era que esa mujer - la más santa de las mujeres pese a regentar una casa de citas - sabía cuál era el motivo de toda esa rabieta porque había presenciado la escena por sí misma, y como les tenía cariño a ambos había transigido por una vez. La segunda razón era que ya tenía que estar enterada sobradamente de que era imposible corregir a Jules, pero el rubio prefería quedarse con la primera porque le dejaba a él en mejor lugar.
Arrugó el cucurucho de papel que había contenido los cacahuetes que se había terminado ya y encestó la bola en uno de los parterres de arbustos frondosos cuando nadie miraba. No era un ciudadano modelo y no pensaba empezar a ser responsable con la basura a sus setenta años de edad, así que el civismo lo reservaba para los jóvenes que aún estaban a tiempo de convertirse en personas de provecho. A juzgar por todos los frutos secos que se había zampado debía de llevar allí más de media hora, pero François y su acompañante todavía no habían bajado de la noria. Había sido mala suerte que precisamente el día que el cambiaformas se reincoporaba al trabajo hubiese llegado un cliente tan peculiar para el muchacho: era un hombre relativamente mayor que había pedido específicamente un muchachito imberbe para llevarlo a pasear. No era tan raro que acudiera gente al burdel que buscaba algo que no fuera específicamente sexo, pero como las intenciones de aquel señor no le habían quedado nada claras al roedor se había decidido a seguirles tan pronto como salieron del lupanar agarrados del brazo como parientes. Se había preocupado de que no le vieran aunque realmente ninguno de los dos lo iba a reconocer, y de ese modo les había observado meterse en una de las cabinas de esa atracción tan popular que daba un recorrido interminable.
Se sentó en un banco de allí cerca y se puso cómodo, iba a esperar hasta que se asegurara de que el niño aparecía sano y salvo con los pies en el suelo. A lo mejor lo único que quería su cliente era charlar en las alturas, o mirarlo mientras se desnudaba o alguna otra perversión semejante, pero no eran los celos lo que hacía que Lombard se hubiera empeñado en espiarles; estaba genuinamente mosqueado por la integridad de Fran. Mientras estaban trabajando en el mismo local le bastaba con tener los oídos alerta por si chillaba, pero fuera de su jurisdicción estaba indefenso y había depravados que preferían maltratar a los cortesanos que contrataban en lugar de acostarse con ellos. Y además, se dijo a sí mismo, hacía un buen día para pasar al aire libre en un lugar agradable como aquel.
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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Re: Qué estás mirando (Priv)
Era absurda la facilidad que tenía ese crío para provocarlo a él, un cambiaformas que le sacaba medio siglo y que siempre se había jactado de hacer en todo momento su santa voluntad sin tener en cuenta los deseos de otros. Ahora bastaba que François le pusiera ojos de Bambi - esos putos ojos tristes con sus pestañas largas de muñeca - para que perdiera el juicio e hiciera exactamente lo que había decidido no hacer. En realidad tampoco podía decirse que Lombard hubiese tenido nunca mucha sensatez, así que no era demasiado lo que el chico echaba a perder, pero le molestaba saberse en cierta forma controlado por alguien que ni siquiera tenía intención de manejarlo. O eso parecía al menos, el muchacho era inocente y tan tímido como el día en que lo parió su madre a pesar de trabajar en el oficio más viejo del mundo. Al parecer tenía mucha más facilidad para abrir las piernas de la que parecía poseer a simple vista, o su remilgo era una pose o su sentido del deber para con su familia muy elevado. El roedor estaba irritado con él y preferiría creer lo primero para poder desquitarse a gusto y llamarlo farsante, pero en el fondo sabía que solo podía ser lo segundo. También sabía - aunque no quería saber - que la única causa de su enojo con Fran era que le importaba y por tanto todo ese sinsentido cobraba unas dimensiones ridículamente inmensas. Jules nunca había sido tan consciente hasta ese momento de lo capullo que podía llegar a ser, tonto, estúpido, hijo de... - Depende. Si te acercas sin pantalones no me va a molestar.
Ya se habían alejado un poco del tumulto de gente y no había peligro de que les oyeran hablar, así que podía ser tan bruto como quisiera. El empleo de ese lenguaje tan directo no era casual, quería demostrarse a sí mismo que lo único que quería del joven era que fuera su amigo con derecho y nada más, así que entre ellos solo habría eso: amistad y sexo. No quiso saber si eso hería o no al chico porque era su trato, propuesto por el mismo Fran, y por tanto ambas partes debían acatarlo. Detenerse a investigar cuáles eran sus emociones y por qué tenía la molesta sensación de que aquello solo podía acabar mal le habría llevado mucho tiempo y en realidad no estaba seguro de que a la larga le beneficiase. ¿No había vivido muy feliz hasta la fecha sin dar demasiadas vueltas al coco? Era más de actuar que de pensar y así quería seguir hasta el fin de sus días. Dando paso a una conversación intrascendente como las que solía mantener con el niño cada día que se encontraban en el burdel puso rumbo al mismo, satisfecho a pesar de todo con el curso de las cosas. El recuento estaba: Jules 1 - Misterioso caballero pervertido 0.
Ya se habían alejado un poco del tumulto de gente y no había peligro de que les oyeran hablar, así que podía ser tan bruto como quisiera. El empleo de ese lenguaje tan directo no era casual, quería demostrarse a sí mismo que lo único que quería del joven era que fuera su amigo con derecho y nada más, así que entre ellos solo habría eso: amistad y sexo. No quiso saber si eso hería o no al chico porque era su trato, propuesto por el mismo Fran, y por tanto ambas partes debían acatarlo. Detenerse a investigar cuáles eran sus emociones y por qué tenía la molesta sensación de que aquello solo podía acabar mal le habría llevado mucho tiempo y en realidad no estaba seguro de que a la larga le beneficiase. ¿No había vivido muy feliz hasta la fecha sin dar demasiadas vueltas al coco? Era más de actuar que de pensar y así quería seguir hasta el fin de sus días. Dando paso a una conversación intrascendente como las que solía mantener con el niño cada día que se encontraban en el burdel puso rumbo al mismo, satisfecho a pesar de todo con el curso de las cosas. El recuento estaba: Jules 1 - Misterioso caballero pervertido 0.
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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