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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Cédric Moncrieff Sáb Jun 01, 2013 4:59 am

Una ligera sonrisa – que hacía exactamente un año no llegaba hasta sus orbes – asomó por sus comisuras al observar al pequeño husky que tenía sus patas delanteras estiradas y su cuerpo pegado al suelo en una evidente señal de querer salir a jugar. – Espera un poco más, Celtick. Anunció, volviendo su atención al lobo que había estado detallando desde hacía largo rato. Se había encerrado en el estudio mucho antes de que los primeros rayos del Sol tiñeran de color el oscuro firmamento. Esa magnánima necesidad de encontrar – desesperadamente – un punto de equilibrio, parecía refrenarse mientras tallaba la madera concienzudamente. Una vez más, volvía al mismo lugar. Cualquier esperanza que había albergado al escuchar sobre aquélla poderosa bruja, se había esfumado tan pronto ésta anunció lo que ya sabía. ¡Nadie sería capaz de ayudarlo! Maldecía a Arya y se maldecía a sí mismo por su arrebato. ¿Por qué no lo había visto venir? Había abandonado a la manada debido a que no podía controlar sus emociones. Permanecer bajo el liderazgo de Mick – su hermano mayor – había sido una constante y maldita lucha. Incontables veces se habían enfrentado. Erick, su padre, siempre había hecho de intermediario. No había tardado en notar que por sus venas corría salvajemente un ansia por la libertad. Si no hubiese encontrado a aquélla inquisidora al borde de la muerte, no habría añorado algo que no necesitaba tras permanecer tanto tiempo aunado a los bosques, a la caza, al silencio roto solo por los sonidos de los animales. Su naturaleza solitaria se había visto abrumada por la llegada inesperada de una mujer y él, como un jodido bastardo, había mendigado su compañía. Había mentido para atarla a su lado, creyendo, estúpidamente, que el nacimiento de su hijo la obligaría a quedarse cuando sus mentiras fuesen descubiertas. Por la forma en que deslizaba la filosa hoja del cuchillo que usaba para retocar el hocico de la pieza que tallaba, estaba enteramente furioso. La necesidad de descargarse en algo – o alguien – cuando la ira lo golpeaba de esa forma era poderosa. Peligrosa.

Su hijo – obviamente impaciente – se alejó de Titán, la enorme mascota que había adquirido para asegurar su protección cuando se alejaba; y saltó de forma juguetona hacia él, corriendo en círculos a su alrededor. El pecho de Cedrick dolió. La muerte de Arya había sido demasiado rápida. Se lamentaba incluso por no haberle hecho suplicar por su vida. Ella había ganado al final. No él. Con su muerte los había condenado a ambos. ¿Cuán fuerte sería el odio de Celtick cuando creciera y fuese consciente de la maldición que encerraba su cuerpo? Si los papeles fuesen invertidos, él querría su venganza. No. Se dijo rudamente, mientras dejaba el cuchillo sobre la mesa, deslizando – por última vez – las yemas de sus dedos sobre el lobo de madera. ‘Ese día no llegará porque la maldición que han impuesto en el cuerpo de mi hijo se romperá.’ Moriría en su búsqueda. Vendería su alma al mismísimo diablo si con eso Celtick era liberado. Se limpió las manos llenas de polvo de la madera sobre el pantalón. Al ponerse en cuclillas para estar a la altura del pequeño husky, éste se puso en dos patitas. Si fuese posible, la herida ya sangrante en su corazón se hizo más grande. Un aullido – proveniente de Titán – le hizo levantar al cambiaformas. Era tan pequeño, que podía cargarlo con tan solo una mano. – De acuerdo. Vayamos de paseo. Aunque pretendía sonar enfurruñado, no lo logró. Nunca se había imaginado a sí mismo como padre hasta que Arya anunció que estaba encinta. Dado que la bruja había estado distante tras nacer Celtick, él había cuidado de su hijo. ¿Y había estado feliz por su regreso? Si bien la había extrañado durante esos meses lejos, el niño le había mantenido bastante ocupado con sus inesperadas transformaciones. ¡Tan orgulloso había estado de que heredara su condición en ese entonces! La familia Moncrieff lo habría amado, especialmente su hermana. – Cuídalo. Ordenó al husky, mientras bajaba a su hijo. Su capacidad para comunicarse con los animales había servido para forjar un vínculo entre Titán y ellos. Se metió a la cabaña para ir por su arco. Aprovecharía el viaje para cazar un ciervo.
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Mensaje por Invitado Sáb Jun 01, 2013 10:12 am

El salvajismo del bosque me atraía, tanto al lobo que se escondía en mi interior y salía cada luna llena como a mí, a Abigail, la que habitualmente estaba fuera de control y no podía evitar desear la cercanía de las fieras. Ellos eran como yo; me encontraba más cercana a los animales que a las personas, ya que los primeros, al menos, tenían libertad... toda la que les permitieran sus instintos. Como licántropo yo era una mezcla de ambos, con tan mala fortuna (o buena, al menos así lo creía yo) que tenía tanto de animal como de humano. Una pena para el viejo Gregory, que si nunca había aceptado que yo no fuera su querido Raoul, mucho menos aceptaba que su hija Solange no fuera del todo humana, pero a mí me daba igual. Esa, en realidad, era la historia de mi vida: no me importaba lo que nadie pensara de mí, siempre y cuando yo estuviera de acuerdo con lo que hacía, y al menos una parte de mí estaba totalmente a favor de que perdiera el control, así que ¿por qué la otra debía estar opuesta? La naturaleza de licántropo que me habían contagiado con el mordisco, cuya cicatriz aún permanecía grabada en mi piel, encajaba a la perfección con la Abigail que era, no con la Solange que mi padre deseaba que fuera, así que lo disfrutaba, lo abrazaba y encima lo consentía y malcriaba. Oh, bueno, dado que no tenía hijos siempre podía decidir darme a mí misma todos mis caprichos, ¿verdad? Y a quien le molestara, lo tenía sumamente fácil: que no mirara. Y punto.

Por eso terminé en el bosque, como muchas otras veces, y por eso paseaba descalza, al amparo de los animales salvajes. Nunca había tenido ningún problema al caminar sola entre los árboles, aunque los lobos aullaran y los otros depredadores se afilaran las uñas contra las piedras. Ellos intuían que la parte animal en mí estaba muy viva, y no solían atacarme, ni siquiera solían tampoco mostrarse ante mí. Era, más o menos, un vive y deja vivir que a veces no se terminaba de cumplir porque ciertos animales, sobre todo los cachorros, solían sentir curiosidad. No era para menos: una humana, que olía a humana, se comportaba como un animal y tenía mirada de lobo era algo digno de ser observado por cualquiera, y únicamente la desinhibición de las crías les impedía ocultar lo que a sus padres les costaba más enseñar. Al final, animales y humanos no eran tan diferentes, sólo que en mi caso la distancia era aún más reducida que en un espécimen, digamos, libre de contaminación. Como si la bendición a la que muchos llamaban maldición fuera mala... ¡Al contrario! Pese a que había sido entonces que los castigos de Gregory se habían intensificado, también había sido cuando más fuerte y mejor me había sentido, casi como si hubiera estado destinada a convertirme en un licántropo. Pero yo no creía en el destino, sino en lo que veía, escuchaba, tocaba, degustaba y olía, y lo que podía percibir en aquel momento con mis sentidos eran animales, más de los habituales.

En un claro, dejé caer los zapatos que había estado llevando en la mano y me deshice de la capa que me servía de abrigo. La noche, pese a ser otoñal, no era demasiado fresca, y con la ropa de cuero, propia de los inquisidores, que llevaba (pantalones y corsé, ya que la camisa era de algodón egipcio, impolutamente blanca) estaba a la temperatura perfecta. Iba a recoger la ropa del suelo, pese a que mis armas estuvieran en mi ropa, pegadas a mi cuerpo, y ese no fuera el motivo de recuperar la capa, pero un ladrido suave me detuvo. Habitualmente, los perros pertenecían al campo o a las casas de las ciudades, pero no a un bosque, especialmente si se trataba de un cachorro tan pequeño de husky siberiano, que además quería jugar. Lo que ya había empezado como algo raro me hizo fruncir el ceño cuando lo miré más de cerca, ya que no era un animal, o al menos no tenía su aura. ¿Sería posible que fuera un cambiaformas...? Tenía que ser uno joven, de ahí la edad del cachorro, que tanto deseaba jugar que poco le importaba mi aura amenazadora y se acercaba a mí sin miedo. Y yo, claro, lo que hice fue cogerlo en brazos y acariciarlo con una sonrisa en los labios, tan juguetona como ese cachorro que intentaba lamerme y morderme los dedos suavemente y atrapar los rizos rebeldes que se me escapaban del recogido.

La escena podía parecer sumamente enternecedora, ¿verdad? Yo, jugando con un cachorro de husky que evidentemente deseaba atención. Y, en cierto modo, lo era, porque me sentía como si en vez de ser una chica normal fuera su hermana mayor y estuviéramos los dos un domingo por la tarde en casa, entreteniéndonos a base de travesuras infantiles. Mi imaginación, si era capaz de sentirme como jamás me había sentido en mi casa por mucho que hubiera jugado con mi hermano Roland, debía de estar muy viva y despierta, pero no fue la única, porque sin siquiera ser capaz de hacerlo conscientemente esquivé, simplemente de oídas, el ataque de un enorme husky que se había lanzado hacia mí. No solté al cachorro que tenía en brazos, y en lugar de achantarme y huir lo que hice fue girarme hacia el animal rabioso, que sólo tenía aura de animal, y dejar que el lobo, por un momento, fuera quien lo mirara y le enseñara los dientes. No literalmente, claro, no podía controlar mi transformación y mucho menos hacerlo cuando no era luna llena, pero a veces sí podía adquirir su fiereza y sus expresiones, y esa fue una de ellas, porque el perro soltó un quejido y se tumbó en el suelo, con el rabo entre las piernas. No pude evitar sonreír, ni tampoco volver a jugar con el pequeño que tenía en brazos y que ni siquiera parecía haberse asustado por mi, literalmente, mirada de lobo hacia su compañero, que se lo merecía por intentar atacarme.

– Buen chico...
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Mensaje por Cédric Moncrieff Jue Jun 27, 2013 4:30 pm

Sentía el llamado de su lobo. El tirón – cada vez más exigente – buscaba doblegar a su humanidad, a esa parte de sí que se negaba a aventurarse a los bosques para cazar como su naturaleza dictaba desde que el cuidado de Celtick pasó a ser su prioridad. Aunque llevaba más de un año valiéndose con sus habilidades en el arco, no podía negar que extrañaba la poderosa sensación que albergaba todo su ser cuando su mandíbula – y no una jodida flecha – privaba de la vida a sus presas. Una lenta, oscura y determina sonrisa curvó sus comisuras cuando finalmente divisó a un par de ciervos a unos metros. Apuntó y tensó la cuerda en su dirección. Antes de que pudiese soltar la flecha, los ladridos del pequeño husky alertaron a los animales de su presencia. Cedrick había bajado su arma para ver qué había llamado la atención de su hijo, consciente de que sus presas se alejaban rápidamente. No se sorprendió cuando le vio correr y saltar tras una mariposa. Celtick ladraba a casi cualquier animalejo. Hacía una semana, había estado ladrando amistosamente a una serpiente. De no ser porque Titán se había alarmado, el maldito reptil le habría picado. Vio al cachorro desaparecer tras unos árboles. Su mascota pronto le siguió, sin que él tuviese que darle la orden. El husky actuaba como un hermano guardián, ayudando al pequeño a descubrir las maravillas de la naturaleza. Hizo un leve contacto telepático con su hijo mientras se apresuraba a localizar a uno de los ciervos. No importaba cuán lejos estuviesen, si se encontraban en su mira, la flecha encajaría. Una vez más, el lobo luchaba por dominar. Le resultaba tan tentador rendirse a él. Con su sentido auditivo en sintonía con todos los sonidos del bosque, no tardó en escuchar el ladrido amenazador de Titán. Su mano se cerró en torno al arco con una fuerza descomunal, pulverizando la madera con sus dedos. Inmediatamente, entró en la mente del animal. Celtick era muy pequeño como para ser consciente de los peligros. - ¡¿Qué demonios?! Su improperio, mezcla de asombro e irritación, era producto de la sumisión a la que había sido inducido el husky. No se necesitaba ser un genio para llegar a la conclusión que se trataba de uno de los suyos.

Fuese quien fuese, ya formaba parte de la lista de sus enemigos. Nadie se metía con su familia. Nadie. Mientras seguía el rastro de Titán y su hijo, volvió a sondear sus mentes. Celtick no parecía estar en ningún peligro. ¡Como si fuese a fiarse! El cachorro podría encontrarse en medio de una manada de hienas y no sentir nada, excepto curiosidad. Y a todo eso, ¿a dónde demonios se habían metido? ¿Tan lejos habían ido? Sus zancadas se hicieron más grandes. Su pecho subía y bajaba con poderosa fuerza. Dado que no llevaba nada sobre sí, excepto el pantalón, la marca de su clan era visible. Odiaba el tatuaje. No recordaba cuándo se lo habían hecho, solo que siempre había estado ahí. Durante la época que estuvo con la manada – que ahora pertenecía a su hermano – había visto cómo marcaban a los cachorros. De modo que cuando nació, le fue entregada. Celtick no poseía ninguno. Su tío aún no lo había conocido. Tampoco lo haría en un futuro próximo. Primero iba a romper esa maldita maldición. Lo último que necesitaba era atacar a todos si se les ocurría tratar a su hijo como un marginado. Una de sus cejas se enarcó notablemente en cuanto divisó al pequeño husky en brazos de una joven. Celtick había mordido uno de sus mechones y parecía reacio a soltarlo. Se cruzó de brazos. Cualquiera que no lo conociera creería que se mostraba indiferente a la escena. Desvió la mirada hacia Titán, que estaba tirado en una posición sumisa. – Levántate. Ordenó fríamente, volviendo su mirada a la joven. Ver al husky indiferente, en brazos de una mujer que parecía disfrutar con su compañía, le enojó más de lo que algún día admitiría. Él habría dado cualquier jodida cosa por ver esa sonrisa en Arya cuando tomara al cachorro en sus brazos. La maldita, en cambio, había aborrecido a su propio hijo. – Celtick. Llamó. El pequeño ladeó su cabeza en señal de reconocimiento, pero no se volteó, sus orbes azules estaban claramente entretenidos en el rostro de la joven. – ¿Qué crees que estás haciendo? Con cada palabra su voz aumentaba. Imposible saber con quién estaba más enfurecido. Si con ella, Titán o su hijo.
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Mensaje por Invitado Jue Jun 27, 2013 6:07 pm

Antes de llegar a verlo, olí su enfado, con el que parecía cargar como si fuera un saco de patatas que llevaba a la espalda, pesadamente. Una reacción tan sobreprotectora, que jamás habían tenido conmigo por cierto y no había salido ni tan mal (a no ser que fueras mi padre, claro, ya que en su caso había sido lo peor que le podía haber tocado como hija), sólo podía revelar que aquel que venía, fuera quien fuera, era alguien que se consideraba como una figura superior al cachorro que jugaba conmigo, y no necesité más que mirarlo, cuando vino, para darme cuenta de que así era. Pero esa mirada de reconocimiento sólo duró un instante, ya que al siguiente lo que empañó mis ojos verdosos fue la curiosidad y, sobre todo, un creciente apetito que iba formándose por mi cuerpo a medida que captaba el suyo, fuerte y deliciosamente al descubierto. Encima malhumorado... ¿Podría ser posible que hubiera encontrado a alguien que fuera una tentación tal simplemente cogiendo a alguien en brazos? Porque él no era humano, se intuía en su aura y se veía en su actitud más animal que racional, y si no era un licántropo la única opción que le quedaba era la de ser un cambiaformas, igual que el cachorro que yo tenía en brazos. ¿Sería familia suya? ¿Un hermano, un padre quizá? No lo sabía, pero francamente su lazo me interesaba mucho menos que ellos dos por separado, cada uno a su manera. Por eso no solté al cachorro, y por eso cuando mi mirada por fin se plantó en sus ojos le dediqué una sonrisa traviesa.

– Cuido de... ¿Celtick? Él vino a mí, grandullón, no tienes por qué preocuparte de que desee cazarlo o algo así. ¿No crees que, si ese fuera mi deseo, ya lo habría hecho?

No necesitaba hacerlo para que se diera cuenta de ese pequeño detalle respecto a mi atuendo, pero aun así, gratuitamente, me giré sobre mí misma para que se fijara que aún llevaba ropas de inquisidora, que no había tenido tiempo ni ganas de quitarme. A Celtick le gustó el movimiento lo suficiente para que ladrara, juguetón, y una vez más le hice una carantoña que, pese a todo, terminó por la aviesa mirada que no dejaba de lanzarme mi querido e inapropiado invitado. No pude evitar alzar las cejas, incrédula y a un tiempo algo molesta, porque su seriedad resultaba tan aburrida que incluso el cachorro parecía querer librarse de él un momento... ¿y por qué no dejar que lo hiciera? Lo dejé en el suelo con cuidado, y el gran perro al que antes había asustado se dirigió a su lado con ademán protector, por lo que, aunque no fuera realmente así, quedábamos solos y frente a frente el hombre extranjero que seguía malhumorado y la joven francesa que tenía ganas de jugar con él, sobre todo ahora que tenía las manos libres. Aproveché que los dos perros estaban quietos, observándonos (el cachorro con curiosidad, el grande con una mezcla entre rabia animal y cierta sumisión por su dueño y por la que lo había frenado), para llevar las manos tras mi espalda y entrecruzarlas, al tiempo que, con actitud burlona y ligera, me dirigía hacia él, totalmente relajada. Podía atacarme, y seguramente lo haría si era tan desconfiado como parecía, pero no estaba totalmente indefensa, y si yo había sido capaz de deducir que él era un cambiaformas, él sabría que yo, licántropa, tampoco era una presa fácil... al menos, no si quería matarme.

– Ahora... ¿qué crees tú que estás haciendo? ¿No sabes que este bosque es peligroso y todas esas historias que se cuentan para asustar a quienes se adentran aquí?

Una vez el cachorro estaba a salvo, como si alguna vez hubiera llegado a estar en peligro real simplemente por encontrarse entre mis brazos, el juego adquiría unas dimensiones más (aparentemente) humanas al reducirse a nosotros dos. Ahora, no sabía él, pero yo al menos estaba perfectamente de acuerdo con ese ligero cambio de papeles que había tenido lugar en cuanto los más pequeños habían sido apartados de algo que bien podía convertirse en sólo apto para mayores... mental y físicamente hablando, por mucho que yo, a veces y según quien se hacía llamar mi padre, sólo lo fuera en el segundo caso. Él me atraía, eso era inevitable, y el hecho de que fuera a suponer un desafío porque me había pillado con el cachorro en brazos, tocando lo intocable, sólo alimentaba aún más mi ya considerable interés y mis deseos de jugar con fuego. ¿Qué podía decir? Me habían quemado tantas veces que resultaba irónico que siguiera dispuesta a probar las llamas en mi piel, pero mientras no fuera de manera literal (y estaba segura de que con él no lo sería), a mí me bastaba... Por eso, reduje la distancia que existía entre nosotros y acaricié su pecho desnudo; por eso, me acerqué a él y mordí el lóbulo de su oreja; por eso, me aparté de un salto, rápidamente, para evitar que se le fuera la mano y decidiera castigarme por mi osadía de una manera que sólo iba a disfrutar él... porque a mí, desde luego, se me ocurrían cosas mucho mejores que una paliza o una pelea.

– No me has dicho tu nombre, sólo el de tu cachorro. Para estar en igualdad de condiciones, te diré que puedes llamarme Abigail.
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Mensaje por Cédric Moncrieff Sáb Ago 03, 2013 10:39 pm

¿Si fuera su deseo? ¡Pero qué mujer más arrogante! Era cierto que su hijo era apenas un cachorro, pero maldita sea, había entrenado a Titán él mismo. El husky no la habría dejado tomar a Celtick entre sus brazos si creyera – realmente – que era una amenaza. No es que pensara que el perro guardián fuese a hacer mucho contra ella, pero habría presentado batalla mientras él llegaba. Y él, maldita sea, hubiese cargado como un tornado, destruyendo todo a su paso. Siempre había sido de aquéllos que golpean primero y preguntan luego. Así que la joven se había marcado un tanto al sostener al cachorro. Cedrick jamás haría algo que pusiese en peligro a su hijo. Su lado protector – uno que no conoció hasta el nacimiento del niño – alcanzaba límites inimaginables. Era el pequeño quien sostenía esa frágil cuerda por la que andaba, entre la cordura y la locura. ¿Quién cuidaría de él si se dejaba llevar por esa furia cegadora cada que una bruja le decía que la maldición nunca se podría romper? Celtick lo necesitaba, pero no tanto como hacía él. Ver cómo jugaba con la desconocida, le hizo consciente de que, quizás, el cachorro se sentía solo. Si bien no lo habían echado del clan, se había marchado porque prefería permanecer aislado de todo y todos. Su hijo podría no compartir su necesidad. Soltó un gruñido por lo bajo ante la dirección de sus pensamientos. No se dejaría embaucar. Trataría con ello más adelante, cuando no tuviese a una exasperante fémina jodiendo con sus sentidos. ¡Por que sí que le jodía! Y eso solo le enardecía. Era tan atractiva y atrevida. Su aura actuaba como un detonante para su lobo, quien estaba dejándole en claro cuánto le gustaba. Antes, había querido que lo dejara salir para que cazara. Ahora, el maldito animal exigía que lo liberara porque quería frotarse contra ella. Quería… ¿marcarla? ¡Pero qué demonios! Era cierto que era extremadamente territorial, pero no podía considerar a esa mujer como suya. La última vez que él se interesó por una mujer, terminó perdiendo los estribos. Por supuesto, Arya se lo había merecido. Lo único que lamentaba – además de la maldición que mantenía a Celtick en su forma husky – era haberle dado una muerte tan rápida.

Un gruñido – mucho más fuerte que el anterior – surgió de lo más profundo de su pecho cuando ella le tocó y le mordió. Su cachorro soltó un ladrido, curiosamente entretenido. ¿Es que ahora todos se aliaban en su contra? Al menos Titán permanecía estoico. Claramente, Abigail no se había ganado un admirador al forzar su sumisión. – Abigail. Casi mordió su nombre. ¿Estaba molesto porque se había alejado o porque se había atrevido a ponerle una mano? Si era lo primero, podía entenderlo. Había pasado mucho tiempo desde que estuviese con una mujer. Los últimos tres años había estado muy ocupado buscando una forma de devolverle a su hijo lo que le había sido arrebatado. Si era lo segundo… ¿Desde cuándo se mentía a sí mismo? Si fuese eso, habría atacado antes de poder siquiera pensarlo. – Estamos lejos de estar en igual de condiciones. Su mirada abrasaba el de la fémina. De los tres animales en que podía transformarse, el lobo era el más dominante. Además, reconocía al predador en ella. Cada vez era más dificultoso mantenerlo a raya, sobre todo si le incitaban. – Te acercas a mi territorio. Ordenas a mi mascota. Coges lo que es mío. Y no conforme, me provocas. Eso es artillería suficiente para molestar a un lobo. Especialmente, a un lobo como este. Molesto no era la palabra que usaría para explicar la sensación que despertaba. Pero no iba a reconocerlo, ni ante ella ni su hijo. Dio un paso, acechándola; pero antes de terminar su frase, tenía su torso pegado a su pecho y la mano firmemente sujetando su mentón. Inclinó su cabeza levemente hacia atrás, lo suficiente para que sus labios se encontrasen muy cerca de los suyos. – Nunca inicies una guerra si no estás segura de terminarla. Ella tenía demasiada ropa para su gusto. Ese pensamiento, le hizo caer en la cuenta de su vestimenta. Enarcó una ceja. – Pero ustedes siempre las terminan, ¿cierto? El desprecio tiñó sus palabras. Les odiaba. Arya había sido uno de ellos. – Sin importarle las malditas consecuencias. La soltó, pero no se alejó. – Así que ahora te pregunto, ¿qué haces aquí si tu intención no era acabar con Celtick? Y mejor que sea una respuesta convincente. Porque una vez, hacía un tiempo, había acabado con una inquisidora. Y lo haría de nuevo, sin titubeos.  
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Mensaje por Invitado Jue Ago 08, 2013 5:27 am

Su manera de pronunciar mi nombre, tan ronca que me hizo tener un escalofrío, era el indicativo de que había decidido formar parte del juego que yo misma había comenzado, y no pude evitar dibujar una sonrisa ladina en los labios, victoriosa. ¿Cómo podía ser de otra manera? Él, que al principio se había lanzado hacia mí con hostilidad, había terminado pegándome contra su cuerpo y cogiéndome de la barbilla, ¿qué había mejor que eso? A mí, la verdad, me parecía una idea infinitamente mejor que enfrentarme violentamente con él, aunque sus reacciones me parecieran también divertidas, como las de alguien que no está acostumbrado a que lo desafíen... y yo adoraba desafiar a la gente. Si él aún no se había dado cuenta de ese pequeñísimo detalle pronto lo haría, yo no tenía ninguna prisa por dejar de jugar con él, pero al parecer él sí porque pronto volvió a la hostilidad y me hizo, sin que me apeteciera hacer nada por evitarlo, poner los ojos en blanco. ¿Tenía algún tipo de trauma relacionado con la Inquisición, que mis ropas de cuero le habían hecho atacarme con palabras? Porque no era como si yo fuera la inquisidora más aplicada de todos ellos, más bien al contrario, y eso era algo que todos los que habían trabajado alguna vez conmigo lo sabían, pero ¿qué le iba a hacer yo si estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de conseguir lo que quería...?

– A ver, déjame hacer un recuento, ¿quieres? Vienes aquí a incordiarme cuando estoy tan tranquila, me exiges explicaciones que no vienen a cuento, invades demasiado brevemente mi espacio vital y luego, encima, te atreves a molestarte conmigo por... ¿qué? ¿Por esto?

Mientras hablaba, mis manos pasearon por mi perfil hasta que, al hacer la alusión, las dejé sobre mi corsé de cuero, que dejaba clara la afiliación que tanto parecía odiar. Bueno, no era el primero ni sería el último, que se pusiera a la fila porque antes que él ya estaba yo para despreciar todo lo que la Iglesia representaba, especialmente a mi padre. Ah, si yo le contara... Pero no le iba a contar que si estaba metida allí era porque era un mal menor y porque necesitaba poder y aliados para una venganza personal, no cuando él no debía de estar muy dispuesto a compartir nada conmigo. ¡Qué desconsiderado! Por suerte para él, había veces que yo estaba dispuesta a hacer la vista gorda, y esa era una de ellas, tal y como reveló mi movimiento lento pero no por ello menos seguro de desanudar el corsé para, en cuanto quedó laxo en mis manos, dejarlo caer al suelo. Si tanto le molestaba verme vestida de cuero, todo era tan sencillo como quitarlo de nuestra vista, y así los dos podríamos olvidar que era una inquisidora, al menos por un rato. ¿De verdad era tan complicado...? Hombres. ¿Qué sería de ellos sin una mujer como yo a su lado, eh? Seguramente terminarían ahogándose en un vaso de agua porque son incapaces de encontrar la salida, pero en fin, eso también tenía sus ventajas, y al final se les cogía cariño... o algo así.

– Yo diría que más bien eres tú quien busca una guerra porque estás convencido de que puedes ganarme, y yo no estoy tan segura de que así sea. Tu lobo exige respuestas, y estoy de buen humor, así que te las daré: estaba paseando. No tengo ningún otro motivo para merodear por el bosque a las tantas de la noche, ¿o qué te creías? ¿Que te estaba buscando? ¡Si sigues sin decirme tu nombre! Y Celtick es adorable, lo admito, pero ¿qué motivo puedo tener para ir a por un cachorro?

Sin la sujeción del corsé, la camisa blanca se resbalaba por mi piel  y dejaba a la vista retales morenos, como uno de mis hombros y mis clavículas, sobre las que caían mechones de pelo rebeldes que no podía controlar. Descalza como estaba, lo único que me quedaba por quitarme eran los pantalones también de cuero, pero aún era pronto y no había jugado lo suficiente con él. Además, bajo esa ropa, las prendas interiores que llevaba eran minúsculas, prácticamente inexistentes, y si él no estaba dispuesto a deshacerse de la tela que lo cubría yo no lo haría tan rápido. Era evidente que a mí no me importaba desnudarme para él, sobre todo si íbamos a hacer algo más que solamente hablar, pero hasta a mí me parecía que era demasiado pronto si ni siquiera había jugado un poco con él... un poco más, quiero decir. Por eso, estaba claro que lo siguiente que iba a hacer era acercarme, y me daba igual ya si quería intentar castigarme, puesto que hasta eso tenía su punto de atractivo si se trataba de alguien como él, a quien al parecer tanto me divertía molestar. Mordí sus labios y estiré de ellos, con una amplia sonrisa en los labios y actitud tranquila, más o menos como lo estaba yo. No tenía ninguna intención de matarlo, ni a él ni al cachorro, y mucho menos entregarlo, así que ¿por qué no abandonaba ese rictus constante de mal humor...? Me daba dolor de cabeza.

– ¿Qué problema tienes con mi ropa? ¿Es que no me queda bien...? Porque, vamos, si así fuera es tan sencillo como quitármela... del todo.
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Mensaje por Cédric Moncrieff Vie Dic 13, 2013 5:42 pm

Gruñó. Feroz. Amenazador. El lobo exigía su sumisión y, dado que no lo estaba logrando, había decidido pasar a los castigos. Su mirada recorrió la clavícula, luego el cuello y, finalmente, el hombro de la fémina. Se imaginaba perfectamente cerrando su mandíbula sobre ese músculo, con él tras su espalda, enterrándose profusamente en su vaina. – No voy a perdonarte. Le ladró. – No me importa que seas una ignorante sobre el instinto de un hombre que encima es un lobo extremadamente dominante. Su mirada se la comía. La desnudaba. Seguía, hipnotizado, los movimientos de sus manos. Eran las suyas las que quería poner sobre su cuerpo y las de ella en su pecho. Deseaba su tacto, su calor, su confort. La muy descarada, utilizaba la seducción como un arma. No tenía dudas de que sería una mujer apasionada en la cama aunque, para ser honestos, la cama era el último lugar en el que pensaba estar en esos momentos. Si ella continuaba, iba a poseerla ahí mismo. ¿Qué lo detenía? ¿Su hijo? ¿El que fuese una inquisidora? No necesitaba creerle. No necesitaba confiar en ella. Si Abigail le deseaba una mínima parte de lo que él lo hacía – y por sus juegos estaba seguro que así era – entonces podrían disfrutar de su encuentro. – Cedrick. Mi nombre es Cedrick. Pronunció esas palabras como si se las arrancaran, como si le molestara revelar su identidad cuando, en realidad, era todo lo contrario. Cuando él estuviese bien acobijado en su interior y, ya no tenía dudas de que lo estaría, tendría a sus labios gimiendo su nombre en una silenciosa súplica, señal de que el fuego también a ella la estaba consumiendo. Esa vez, cuando le mordió, sonrió con malicia. Ya eran dos mordiscos los que le debía y, el lobo, siempre los devolvía. Maldita sea. Su miembro iba a romper la bragueta sino lo liberaba, pronto. Aunque los cambiaformas, al igual que otros sobrenaturales, poseían una fuerza descomunal; la suya estaba duplicada. Era una habilidad que había pulido con el paso de los años. Así, cuando obligó a la joven a girarse, ella no pudo; por mucho, resistírsele. Pegó su pelvis a su trasero, su torso a su espalda y, como había querido hacer desde que llevaba desafiándolo, la mordió en el hombro que se le había desnudado. Para Cedrick, éste reclamaba por toda su atención. No fue, en absoluto, considerado. Más tarde, quizás, se detendría a pensar que había mordido con fuerza para marcarla, para impregnarse en ella. El animal en su interior se revolvió. Le gustaba el olor de la hembra, de la loba que solo se manifestaba durante la luna llena. Si no se detenía, iba a perder el poco control que poseía.

Empujó sus caderas contra ella, frotando su dureza. Su gruñido por su pequeña victoria, quedó amortiguado sobre su piel. Cuando liberó su hombro, levantó un poco el rostro para llegar hasta su lóbulo. – Este es el problema que tengo con tu ropa. Cada palabra iba acompañada de sus descarados movimientos. – Impide el contacto directo. Su lengua salió disparada sobre su lóbulo. Lo lamió y chupó con dedicación. – Esta guerra la ganaré yo, Abie. No estoy convencido, estoy seguro. Puedo oler tu excitación. Si te exploro, ¿te encontraré mojada para mí? Quería que ella le respondiera, aunque por su especiado aroma, ya sabía la respuesta. Cedrick era todo primitivo. Le gustaba mandar y ser obedecido. Deslizó su mano sobre sus senos, el valle entre ellos, el torso. La tela le estorbaba. Se había convertido en un enemigo rápidamente y, si en algo sobresalía el lobo, era en eliminar cualquier amenaza que se presentara. Iba a destrozarla. Ansiaba el contacto, piel con piel, carne con carne. Descendió un poco más, se detuvo sobre el borde del pantalón. Estaba tan ajustado. Tendría que quitárselo. El animal quería romperlo, obligarla a andar desnuda a su alrededor. Si Celtick no hubiese soltado un ladrido en ese momento, habría hecho realidad cada uno de sus malditos pensamientos. Soltó un par de blasfemias, pero no la liberó de su agarre. Unas cadenas habrían tenido el mismo efecto que su cuerpo. – Tenemos que… Haciendo gala de su poder telepático para comunicarse con su hijo, sondeó sus pensamientos. Su cachorro tenía solo tres años, estaba lejos de comprender qué demonios hacía su padre. ‘Celtick.’ El husky ladeó el rostro, dedicándole toda su atención. Inconscientemente, enterró su rostro en la larga cabellera de la mujer. Podría emborracharse con su sola esencia. – Esto aún no ha nivelado la balanza. Sentenció, mientras la soltaba y daba un paso hacia atrás. - ¿Quieres acompañarnos? Nosotros también estábamos dando un paseo. Aunque preguntó, su cortesía era falsa. Por su culpa, tenía el miembro como una barra de hierro. ¿Qué había dicho la cazadora? “Invades demasiado brevemente mi espacio vital”, murmuró, con burla e irritación. Bien. Se mantendría muy rezagado. Vigilándole la espalda. Si intentaba algo, ya se las ingeniaría para castigarla. Aunque sus castigos, una vez más, iban todos en la misma dirección. A él montándola como un perro en celo. ¡Por Dios! Si los Moncrieff lo escucharan, seguramente le arrancarían la cabeza. Los chistes sobre su especie no eran bien recibidos. Abigail se equivocaba, no estaba de malhumor, el malhumor era su estado natural.
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Mensaje por Invitado Miér Ene 29, 2014 8:02 am

Podría decir que pensé cualquier cosa durante el tiempo que transcurrió desde que escuché su nombre hasta que lo sentí, duro como una piedra, tras de mí, pero eso sería algo que ni siquiera yo podía hacer, porque Cedrick, a quien por fin podía nombrar, había conseguido quitarme todos los pensamientos de la cabeza de un plumazo. Zas. De golpe. Simplemente mordiéndome y demostrándome que la sensualidad era algo que funcionaba en dos direcciones, cosa a la que nadie me tenía demasiado acostumbrada porque, bueno, solía cogerlos demasiado desprevenidos... ¡Incluso a él lo había atrapado por sorpresa! Pero, al final, se había puesto a mi altura, y si entre mi excitación era capaz de pensar algo era que, sin duda, Cedrick merecía mi respeto, y eso no era algo fácil de conseguir. Era probable que en cuanto lo probara se me pasara la idea tan loca, no iba a engañarme; también era muy posible que todo fuera el resultado de la humedad de entre mis piernas, que él había intuido pero que no tenía manera de comprobar a menos que me quitara los pantalones que llevaba, y no pareció demasiado por la labor cuando el cachorro ladró y lo distrajo. Hombres... En ocasiones como aquella incluso prefería a las mujeres, sabíamos siempre las mejores maneras de convertir la situación en algo favorable y si deseábamos algo de amour lo teníamos, costara lo que costase, y aunque yo siguiera siendo una fémina, él me lo había puesto complicado... ¡Exactamente la clase de reto que a mí me gustaba! De lo contrario, ¿qué tendría la vida de divertido...? No iba a permitirle ganar, eso no podía ni siquiera soñarlo; además, que estuviera tan duro era una victoria para mí porque significaba que, como siempre, había conseguido lo que deseaba. Por eso, le dediqué una sonrisa amplia y llena de dientes, a la que acompañé con un asentimiento.

– Me encantaría, Cedrick. Sólo me gustaría recordarte que tengas cuidado cuando camines, no vaya a ser que lo que tienes bajo los pantalones te golpee las piernas y te haga tanto daño que te acaben quedando cardenales...

Con la jovialidad de mis palabras teñida en mi rostro, me incliné y apoyé la mano sobre mis rodillas para mirar a Celtick, el pequeño cachorro que atrapó mi mirada e interpretó mis ganas de jugar... a su manera. Evidentemente yo con quien quería entretenerme era con Cedrick, pero el cachorro era adorable y me provocaba una ternura que si alguien me preguntaba negaría en voz alta tantas veces como San Pedro a Jesucristo, o quizá incluso más, así que acepté su muda proposición y salí corriendo en dirección a la maleza, con Celtick acompañándome y ladrando felizmente. Y yo... bueno, yo también estaba liberada. El aire fresco contra mi rostro, alborotándome el pelo y poniéndome la piel de gallina, también me impelía a sacar los instintos lobunos que acumulaba a la luz de la luna, y por eso mi ritmo era mayor que el de una persona humana normal aunque no hubiera plenilunio aquella noche. Me sentía bien, me sentía en paz, y por fin había olvidado el intenso calor de antes para sustituirlo por el de la carrera a... ¿a dónde estaba yendo? Por primera vez me fijé en mi rumbo a través del bosque, al que no había estado prestando atención porque era Celtick quien me guiaba, y lo hice a tiempo de detenerme frente a una cabaña que el cachorro pareció considerar como segura, porque se acercó y se adentró en sus profundidades. Yo, en cambio, permanecí quieta, esperando a que Cedrick llegara al claro y me demostrara con sus gestos, como hizo exactamente cuando lo tuve a mi alcance, que aquella cabaña era suya. Y no en el sentido de poseer las escrituras de propiedad, no, sino más bien marcada por su olor intenso y almizclado, que de golpe, sin compañía canina de por medio, se volvió tan abrumador que me volvió a revolver los pensamientos hasta convertirlos en una bruma inexistente, porque todo lo que me guiaban eran mis deseos, y lo que yo deseaba era a él.

– ¿Y bien? ¿Sólo sugieres como hipótesis que vas a explorarme y cuando tienes la oportunidad te echas para atrás? Permíteme solucionarlo, me siento particularmente generosa esta noche...

En mi tono, ronco, pude escuchar a la perfección la necesidad primaria que me guiaba, ¿o tal vez era porque la sentía con tal intensidad que era imposible ignorarla? Lo desconocía. Lo que sí sabía era que lo deseaba, como si era en medio del maldito bosque aunque tuviéramos su cabaña frente a nosotros, y por eso reduje la distancia que nos separaba con hábiles y rápidas zancadas, lo cogí por la ropa y, haciendo gala de la fuerza que me había otorgado el mordisco que aún lucía en el vientre, lo conduje contra uno de los árboles que nos rodeaban, conmigo prácticamente encima. Entonces, antes de que le diera tiempo a intentar invertir la situación, atrapé sus labios en un beso que más bien pareció una vorágine furiosa de labios y lenguas, los dos desesperados por llegar más allá como lo estábamos que en algún momento saboreé sangre – su sangre. Y aunque no fuera una vampiresa (de hecho, me daban tanto asco todas las sanguijuelas que si por mí fuera los mataría a todos), el sabor contribuyó tanto a aumentar mi calor que me distrajo y él pudo ponerme a mí contra la corteza dura del árbol, con la madera clavándose en mi tierna carne sin la protección del corsé para impedirlo. Pero ya se sabía, a mí las delicadezas me parecía que estaban sobrevaloradas, y lo que a los demás podía resultarles doloroso a mí, que tenía muchísimo aguante para el dolor, podía llegar a excitarme... siempre y cuando se tratara de la persona adecuada, claro, y él lo era de cabo a rabo. Aprovechando un segundo de tregua que el señor adecuado me proporcionó, atrapé una de sus manos y, tras mordisquear sus dedos con la mirada clavada en la suya e insinuándole absolutamente todo lo que, sin necesitar palabras, podía transmitirle, le regalé un viaje por mi cuerpo que se coló bajo la cintura de mi pantalón, con mi mano sobre la suya e impidiendo que se apartara.

– Vaya, tenías razón... Estoy tan empapada que parece que acabe de darme un baño, y ni siquiera te he dado tiempo a que así sea.
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