Concupiscent {Privado}

Luna Llena. El vampiro sentía una puta fascinación por ella. La muy maldita, tenía el poder sobre las bestias. Nadie, con la maldición en su sangre, podía ignorar su llamado. A Darren le ponía increíblemente duro observar su espectáculo. Se encontraba descansando en una de las rocas, a la orilla de una cueva, con su tentempié – una humana que había cogido en el camino – sentada a horcajadas sobre su regazo. La joven poseía marcas de sus colmillos por toda la piel descubierta. Dado que él iba desnudándola cuando se quedaba sin espacio para profanar, había muchas de ellas para entretenerse y contar. La joven había pasado del miedo a la histeria durante el trayecto. Sus gritos habían tenido el mismo efecto en él, que los aullidos de sus enemigos. Expectación. Excitación. Su llanto, sin embargo, había cejado. Su puta se había quedado en el limbo, solo su cuerpo respondía a sus mordiscos. Para comprobar que aún estaba con vida, que aún sentía, la mordió en el pecho, entre las marcas de sus gemelos. Esa vez, cuando separó sus colmillos, se llevó carne consigo. Mientras ella terminaba de soltar su escandaloso grito, él tragó el trozo como si fuese el manjar más jugoso del banquete. El líquido escarlata había rápidamente brotado para llenar el espacio que había dejado. Utilizó la lengua para introducirla, como si fuera su maldito falo, en el interior de la laceración. Dejó de torturar la herida cuando escuchó que alguien más sufría. La Luna se había ocultado y con ella su hechizo se había esfumado. La bestia retrocedía. Los huesos se rompían y se contraían, devolviendo a sus súbditos a su forma humana. ¡Esa era su parte favorita! Verlos sufrir, sucumbir, ¡aullar! – ¡ELLA VOLVERÁ, PUTO CABRÓN! Gritó. No necesitaba hacerlo. El hombre que se encontraba respirando con dificultad, tirado sobre su vientre, escuchaba perfectamente. Era solo que a Darren le gustaba hacer de todo un alarde. Casi podía jurar que veía el odio reflejarse en los ambarinos orbes de aquél patético. Y ahí estaba de nuevo el crujir de huesos, ¡la perversa Luna volvía! Apartó la mirada el tiempo suficiente para abofetear a la hembra. La despabiló. – Esta fue mi acogida y despedida, primor. Cerró su mano en el frágil cuello para despegarla de su cuerpo. La levantó en el aire y luego, simplemente, la soltó. La mujer cayó. – Aliméntate bien, chucho.

Se pasó el dorso de la mano sobre los labios, sacudió el polvo del pantalón y estiró los puños de su camisa. Esa noche sí que parecía el maldito primo del conde. Se levantó – como quien tiene todo el tiempo del mundo – y luego, saltó al vacío. El animal ya se encontraba con el hocico enterrado en las entrañas del cuerpo de su presa. Le gruñó, cada vez con más fuerza, conforme se acercaba. ¿Estaba marcando su territorio? ¿No olía su puta a él? ¿No era él quién estaba compartiendo? Darren sonrió amistosamente. Había ido a ese lugar no solo a observar, sino a luchar. Cuando no recibió la atención deseada, su sonrisa mutó rápidamente a una macabra. Se movió tan rápido, que parecía que solo con un pensamiento se había transportado al lado de ellos. Lanzó a la bestia contra las rocas, todo el tiempo carcajeándose por los aullidos mezcla furiosos rugidos. Finalmente, se había ganado la exclusividad de éste. – Has sido un perro malo, muy malo. El licántropo entró en acción. Unas palabras aquí y allá, y se enfurruñaban. ¿No se suponía que no entendían? ¿Qué la bestia era tan fuerte que el humano se perdía? ¿Era posible que se tratara de la eterna enemistad entre ellos y los vampiros? ¡¿Y qué mierda le importaba?! Iba a joderse, NO literalmente, a ese chucho. No fue hasta que lo tuvo moribundo que se percató de los gruñidos de la otra bestia. ¿Es que no había estado prestando la debida atención? ¿Una puta poco dispuesta y perdía la cabeza? El animal siseaba como si estuviese luchando por liberarse. ¿Alguien se había atado para evitar hacer daño? Más veces de las que podía contar había tropezado con algunos de esos idiotas. La Luna volvió a ser presa de otra nube pasajera. Se acuchilló para estar a la altura y observar el cambio a consciencia. No había jugado limpio. En absoluto. Arrancó la cabeza del hombre y la cogió del cabello. Tenía una visita que hacer. Pasó dos cuevas antes de encontrar la que quería. Sonrió como un maniático cuando vio a la hembra jadeante, desnuda, atada con plata. – Terminaste por ponérmela como una roca. Tiró la cabeza ante ella, como si se tratase de un maldito ramo. ¡Que no lo culparan! ¡Él podía ser bastante romántico! Cubrió la distancia que lo separaba de ella y recorrió su cuerpo a consciencia. La estaba evaluando y por la hambrienta mirada, bastante interesado en comprar. Caminó hasta quedar tras de ella. Su mano se posó sobre una de sus nalgas. Agarró un cachete. – Puta traviesa. ¿Esperabas por tu Dios? Pues éste ya llegó.