AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La Diosa Fortuna es una mala pécora {Mihail Kharalian Balcêscu}
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La Diosa Fortuna es una mala pécora {Mihail Kharalian Balcêscu}
-¡Arrímense, damas, caballeros y otras bestias! ¡Arrímense a comprobar vuesa gallardía en el arte de los embustes!
-¿Y cómo va eso, zagala? -preguntó un desdentado de entre la muchedumbre.
-Yo presento tres tarros, pero sólo en uno de ellos hallaréis la canica. Si os creéis con la comprensión suficiente, mi merced os invita al reto -díjose la rusa, con una inclinación de cabeza que era más chanza y burla que por verdadero respeto hacia el desdentado miserable, que Nastya sabía que las de perder llevaba el sindientes, porque trucado el juego estaba un rato, aunque ese dato revelador se lo guardara la granujilla para sí-¡Tres peniques por intento, señores! Si ganáis el invento, el doble de lo suyo le doy. Oséase, seis peniques ganaría vuestra merced.
-¡Já! -rezumó el desdentado con diversión en sus ojillos achicados por una conjuntivitis mal curada que sufrió a edad temprana-Y viene una mocosa a retarme. ¡Ea! ¡Tres peniques que pongo de mi bolsillo y con seis que me voy a marchar! -terminó la frase con una risa estridente, mientras que la sonrisa de la rusa era más disimulada pero, con toda seguridad, más valedera.
La chiquilla a sujetos como aquéllos ya los tenía calados, porque eran los que siempre caían en el timo que con tan buen juicio el gitano le enseñó a preparar cuando vivía con él en la caravana pordiosera. El sindientes a lo más seguro quería lucirse delante de la audiencia desconocida que ya empezaba a arremolinarse en torno a ambas figuras. ”Pues anda que, por querer ganar a una chavala que no le llega ni a la cintura, tonto de todo París lo van a apodar”
-¡Enga, sácame aquí los frascos y la pelota esa!
Sin decir una palabra, y sin que en el rostro pícaro de la chiquilla se notase el anticipado sabor del triunfo -que esos detalles bien se los había incrustrado Coplin en la sesera para no revelar sus planes maestros- Nastya sacó los tres tarros, los depuso encima de una mesa improvisada hacía a penas una hora. Al tiempo, depositó la canica transparente delante de las narices del desdentado -que por pocas y se la hace comer al pueblerino- para no dar motivo ni queja de chanza alguna. Después, y con un ágil juego de manos que sólo un gitano como el de la caravana podía enseñarle, guardóse la muchacha la bola en uno de los bolsillos de su holgado y manido abrigo zarrapastroso, de manera que ni canica ni ocho cuartos había en ninguno de los tarros de cerámica, pero el sindientes ni hacerse una idea podía de tal ardid.
-Ea, a la de tres señale vuestra merced el tarro en el que cree que hay bola -dijo Nastya, al tiempo que movía con ligereza las tres tazas vacías.
El desdentado fingió pensárselo dos veces hasta que señaló con un dedo huesudo con una uña rota el tarro de la izquierda. Cuando Nastya destapó el invento, la cara del sindientes era todo un poema, mientras que la de la rusa luchaba por mantener el tipo y no echarse a reír a viva voz en la suerte de tan desventurado desgraciado que había ido a caer en sus garras.
-Oooooh. Lo siento, señor. Otra vez será, no se puede saber nunca con la suerte. Que mala pécora es -se encogió de hombros la chiquilla mientras le entraba el regustillo que daba tener tres peniques más en los bolsillos.
-¿Alguien más se atreve a tentar a la señora dama la Fortuna? ¡Venga, señores! Nunca se sabe. ¡Una mañana te despiertas con tres peniques y te acuestas con seis en el bolsillo! -las gentes pasaban, se quedaban mirando un rato el puestecillo de la chavala. Algunos curiosos se arrimaban más tratando de descifrar la treta. De entre todos ellos, uno, con mejores ropas de las que Nastya había visto en los demás pobres diablos que habían sido víctimas de su juego, y con cara de bobalicón empedernido, fue el que la rusa designó como su próxima víctima.
-Usted, señor. Sí, sí. El de la levita azul pálido. ¿No quiere usted probar, a ver? De seguro que a alguien de tan buen porte como vuesa merced, la Diosa Fortuna le sonríe.
-¿Y cómo va eso, zagala? -preguntó un desdentado de entre la muchedumbre.
-Yo presento tres tarros, pero sólo en uno de ellos hallaréis la canica. Si os creéis con la comprensión suficiente, mi merced os invita al reto -díjose la rusa, con una inclinación de cabeza que era más chanza y burla que por verdadero respeto hacia el desdentado miserable, que Nastya sabía que las de perder llevaba el sindientes, porque trucado el juego estaba un rato, aunque ese dato revelador se lo guardara la granujilla para sí-¡Tres peniques por intento, señores! Si ganáis el invento, el doble de lo suyo le doy. Oséase, seis peniques ganaría vuestra merced.
-¡Já! -rezumó el desdentado con diversión en sus ojillos achicados por una conjuntivitis mal curada que sufrió a edad temprana-Y viene una mocosa a retarme. ¡Ea! ¡Tres peniques que pongo de mi bolsillo y con seis que me voy a marchar! -terminó la frase con una risa estridente, mientras que la sonrisa de la rusa era más disimulada pero, con toda seguridad, más valedera.
La chiquilla a sujetos como aquéllos ya los tenía calados, porque eran los que siempre caían en el timo que con tan buen juicio el gitano le enseñó a preparar cuando vivía con él en la caravana pordiosera. El sindientes a lo más seguro quería lucirse delante de la audiencia desconocida que ya empezaba a arremolinarse en torno a ambas figuras. ”Pues anda que, por querer ganar a una chavala que no le llega ni a la cintura, tonto de todo París lo van a apodar”
-¡Enga, sácame aquí los frascos y la pelota esa!
Sin decir una palabra, y sin que en el rostro pícaro de la chiquilla se notase el anticipado sabor del triunfo -que esos detalles bien se los había incrustrado Coplin en la sesera para no revelar sus planes maestros- Nastya sacó los tres tarros, los depuso encima de una mesa improvisada hacía a penas una hora. Al tiempo, depositó la canica transparente delante de las narices del desdentado -que por pocas y se la hace comer al pueblerino- para no dar motivo ni queja de chanza alguna. Después, y con un ágil juego de manos que sólo un gitano como el de la caravana podía enseñarle, guardóse la muchacha la bola en uno de los bolsillos de su holgado y manido abrigo zarrapastroso, de manera que ni canica ni ocho cuartos había en ninguno de los tarros de cerámica, pero el sindientes ni hacerse una idea podía de tal ardid.
-Ea, a la de tres señale vuestra merced el tarro en el que cree que hay bola -dijo Nastya, al tiempo que movía con ligereza las tres tazas vacías.
El desdentado fingió pensárselo dos veces hasta que señaló con un dedo huesudo con una uña rota el tarro de la izquierda. Cuando Nastya destapó el invento, la cara del sindientes era todo un poema, mientras que la de la rusa luchaba por mantener el tipo y no echarse a reír a viva voz en la suerte de tan desventurado desgraciado que había ido a caer en sus garras.
-Oooooh. Lo siento, señor. Otra vez será, no se puede saber nunca con la suerte. Que mala pécora es -se encogió de hombros la chiquilla mientras le entraba el regustillo que daba tener tres peniques más en los bolsillos.
-¿Alguien más se atreve a tentar a la señora dama la Fortuna? ¡Venga, señores! Nunca se sabe. ¡Una mañana te despiertas con tres peniques y te acuestas con seis en el bolsillo! -las gentes pasaban, se quedaban mirando un rato el puestecillo de la chavala. Algunos curiosos se arrimaban más tratando de descifrar la treta. De entre todos ellos, uno, con mejores ropas de las que Nastya había visto en los demás pobres diablos que habían sido víctimas de su juego, y con cara de bobalicón empedernido, fue el que la rusa designó como su próxima víctima.
-Usted, señor. Sí, sí. El de la levita azul pálido. ¿No quiere usted probar, a ver? De seguro que a alguien de tan buen porte como vuesa merced, la Diosa Fortuna le sonríe.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: La Diosa Fortuna es una mala pécora {Mihail Kharalian Balcêscu}
Hoy era el día. No podía retractarse de lo que su determinación le había llevado a decidir, y es que a pesar de que a duras penas logró hacer amago de toda ella, cuando se trataba de aquel asunto había una ilusión que lo empujaba a seguir, ilusión que poco a poco había dejado de ser una mera esperanza infantil. ¿Cómo se le podía llamar infantil a ese sentimiento que se gestaba dentro de él? Porque sí, desde pequeño había luchado por muchas cosas, pero ahora diferente. Ahora había en él un fervor que era capaz de desafiar cada una de las reglas que otrora hubiese observado sin rechistar. De hecho, hasta había algo más maduro en su mirada desde que había aceptado que sus acciones podían traer consecuencias que podría bordear lo peligroso.
Su mecenas, la Reina, le había dejado claro lo que pasaría si insistía en seguir frecuentando a aquel cortesano, y sus palabras aun ahora retumbaban en su cabeza, el vaticinio de que todo podía terminar mal y… la amenaza de que ella se encargaría de evitar que las cosas llegaran más lejos. El muchacho aun no podía entender la motivación que había detrás de esa postura, y pese a que podía imaginarse desde el prejuicio moral hasta el prejuicio social, sabía que ella no era esa clase de ser tan superficial, por lo que debía haber algo más, algo íntimo en lo que no tenía derecho a indagar. Mismo motivo que hacía que toda su persistencia le provocara dolor, porque sabía que la contrariaría y que probablemente todo ello le llevaría al extremo de mentir. Así como ahora, donde la fachada de una cita en la sastrería ocultaba la intención de ver al señor Llobregat después de no haber tenido el valor para plantarse frente a él para contarle que había recuperado su memoria y una vida casi irreal. Por eso hoy era el día, se lo contaría, pese al profundo miedo de que ese vínculo sin nombre que tenían se desvaneciera.
Envió el carruaje de vuelta por unas cuantas horas, y la puerta trasera de la sastrería fue la única que tocó antes de la mismísima puerta de la pequeña casita de Óscar. Pero nadie salió. ¿Estaría aun en el burdel? Se preguntó extrañado, dado que esa no era una hora de… actividad. Pero no había tiempo para conjeturas, así que enfiló con rapidez a su lugar de trabajo, hasta que de golpe se detuvo frente a las puertas. No podía ser visto en aquel lugar, dado que había trabajado frecuentemente haciendo entregas y mandados ¿Qué hacer entonces? Alcanzó a preguntarse antes de que un niño, prácticamente de la mitad de su estatura, se estrellara contra él. Antes de que huyera, puso una mano sobre su hombro y le ofreció unos cuantos francos a cambio de que entrara a preguntar por Óscar. Cuando el muchachito salió puso las monedas en su mano y trató con todas sus fuerzas de sonreír afablemente, no obstante por dentro se estuviese desmoronando la determinación que tanto se había esforzado en juntar.
Empezó a caminar sin rumbo, sintiendo el cuerpo tan pesado como el plomo y tratando de convencerse a sí mismo de que no tenía derecho alguno a esperar ser esperado ¿Quizás había tardado demasiado en decidirse? O bien, había malentendido la premisa básica ¿Quién era él para esperar un trato diferente y exclusivo? Pensó que probablemente había malinterpretado también esa complicidad que había entre ellos, que había dejado volar su imaginación demasiado alto.
Deseaba que su mente dejara de divagar al respecto, pero incluso el ruidoso ajetreo de las calles se volvía un sonido sordo e lejano que a ratos se volvía inaudible. Por eso no espabiló sino hasta que un codazo lo despertó ¿La muchacha hablaba a él? Tan ensimismado había estado que le fue necesario bajar la mirada hasta sus ropas para tener la certeza de que la invitación iba para él – No lo creo, hasta ahora ella me ha estado siendo esquiva – dijo prácticamente sin pensar mientras que las voces de los que se encontraban apostados alrededor le incitaran a aceptar el desafío – Aunque… supongo que si lo consigo puedo seguir teniendo esperanzas, al menos por hoy – agregó antes de sonreír amargamente ante lo personal de aquella confesión.
Buscó en su bolsillo los peniques que requería la apuesta y los colocó en la mesita que hacía las veces de puesto. ¿Cuánto iba ya? Un par de francos y tres peniques perdidos. Perdidos porque conocía a la perfección el timo, por el instinto de quien teniendo lo justo y menos para comer ve en el juego la fácil oportunidad de una cena suculenta y la consciencia limpia de haberse podido dar el pequeño lujo de no tener que ejercer de pillo en las clases - ¿Empezamos? – preguntó de nuevo con ese semblante de quien sabe de antemano que va a perder pero que de todos modos camina voluntariamente a la derrota ¿No era eso lo mismo que hacía ahora al perseguir al señor Llobregat? Apostando en algo que probablemente estaba destinado a fallar.
Su mecenas, la Reina, le había dejado claro lo que pasaría si insistía en seguir frecuentando a aquel cortesano, y sus palabras aun ahora retumbaban en su cabeza, el vaticinio de que todo podía terminar mal y… la amenaza de que ella se encargaría de evitar que las cosas llegaran más lejos. El muchacho aun no podía entender la motivación que había detrás de esa postura, y pese a que podía imaginarse desde el prejuicio moral hasta el prejuicio social, sabía que ella no era esa clase de ser tan superficial, por lo que debía haber algo más, algo íntimo en lo que no tenía derecho a indagar. Mismo motivo que hacía que toda su persistencia le provocara dolor, porque sabía que la contrariaría y que probablemente todo ello le llevaría al extremo de mentir. Así como ahora, donde la fachada de una cita en la sastrería ocultaba la intención de ver al señor Llobregat después de no haber tenido el valor para plantarse frente a él para contarle que había recuperado su memoria y una vida casi irreal. Por eso hoy era el día, se lo contaría, pese al profundo miedo de que ese vínculo sin nombre que tenían se desvaneciera.
Envió el carruaje de vuelta por unas cuantas horas, y la puerta trasera de la sastrería fue la única que tocó antes de la mismísima puerta de la pequeña casita de Óscar. Pero nadie salió. ¿Estaría aun en el burdel? Se preguntó extrañado, dado que esa no era una hora de… actividad. Pero no había tiempo para conjeturas, así que enfiló con rapidez a su lugar de trabajo, hasta que de golpe se detuvo frente a las puertas. No podía ser visto en aquel lugar, dado que había trabajado frecuentemente haciendo entregas y mandados ¿Qué hacer entonces? Alcanzó a preguntarse antes de que un niño, prácticamente de la mitad de su estatura, se estrellara contra él. Antes de que huyera, puso una mano sobre su hombro y le ofreció unos cuantos francos a cambio de que entrara a preguntar por Óscar. Cuando el muchachito salió puso las monedas en su mano y trató con todas sus fuerzas de sonreír afablemente, no obstante por dentro se estuviese desmoronando la determinación que tanto se había esforzado en juntar.
Empezó a caminar sin rumbo, sintiendo el cuerpo tan pesado como el plomo y tratando de convencerse a sí mismo de que no tenía derecho alguno a esperar ser esperado ¿Quizás había tardado demasiado en decidirse? O bien, había malentendido la premisa básica ¿Quién era él para esperar un trato diferente y exclusivo? Pensó que probablemente había malinterpretado también esa complicidad que había entre ellos, que había dejado volar su imaginación demasiado alto.
Deseaba que su mente dejara de divagar al respecto, pero incluso el ruidoso ajetreo de las calles se volvía un sonido sordo e lejano que a ratos se volvía inaudible. Por eso no espabiló sino hasta que un codazo lo despertó ¿La muchacha hablaba a él? Tan ensimismado había estado que le fue necesario bajar la mirada hasta sus ropas para tener la certeza de que la invitación iba para él – No lo creo, hasta ahora ella me ha estado siendo esquiva – dijo prácticamente sin pensar mientras que las voces de los que se encontraban apostados alrededor le incitaran a aceptar el desafío – Aunque… supongo que si lo consigo puedo seguir teniendo esperanzas, al menos por hoy – agregó antes de sonreír amargamente ante lo personal de aquella confesión.
Buscó en su bolsillo los peniques que requería la apuesta y los colocó en la mesita que hacía las veces de puesto. ¿Cuánto iba ya? Un par de francos y tres peniques perdidos. Perdidos porque conocía a la perfección el timo, por el instinto de quien teniendo lo justo y menos para comer ve en el juego la fácil oportunidad de una cena suculenta y la consciencia limpia de haberse podido dar el pequeño lujo de no tener que ejercer de pillo en las clases - ¿Empezamos? – preguntó de nuevo con ese semblante de quien sabe de antemano que va a perder pero que de todos modos camina voluntariamente a la derrota ¿No era eso lo mismo que hacía ahora al perseguir al señor Llobregat? Apostando en algo que probablemente estaba destinado a fallar.
Mihail Kharalian Balcêscu- Realeza Rumana
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Re: La Diosa Fortuna es una mala pécora {Mihail Kharalian Balcêscu}
El mozalbete se hacía el remolón pero Nastya ya sabía que lo tenía en bandeja. Una mirada, sin embargo, de compasión -o algo parecido- cruzó el rostro de la rusa al escuchar tales pesares. Parecía que el joven no estaba pasando por sus mejores momentos, a juzgar por esos ojos tristes. Pero muy pronto se le pasó la piedad a la rusa cuando, al final, el de la levita azul se decidió a probar suerte.
-Empezamos. Eso eso. Pero, ajá, los dineros primero -extendió la mano para recibir el que iba a ser el sustento de, al menos, esa semana, antes de empezar a apañarlo todo de nuevo tal como había hecho la vez anterior, y la anterior, y la anterior...
Los parisinos seguían picando siempre en el mismo anzuelo. Claro estaba que la joven rusa también sabía elegir a los suos contrincantes. Aquellos con más cara de pocas luces -sobre todo los que no tenían dientes o iban mal rasurados- eran sus objetivos preferidos. Con el de la levita azul decidió hacer una excepción, porque a todas luces también se le veía con cara de bonachón dócil y algo de ingenuidad infantil de la que la rusa carecía totalmente parecía desprenderse de sus ojos vivaces. ”Casi me da pena”. Ajá. Casi. He ahí la cuestión.
-Muy bien, señor. Ya a vuestra merced queda elegir en cual de los botes se encuentra la pelota -una sonrisa complaciente sembró el rostro de Nastya. Porque claro era que allí ni pelota ni nada había. Algo le dijo a la rusa que el de la levita ya sabía por donde iban los tiros, pero aún así participaba en tal patraña. ¿Los motivos? La curiosidad insana de la que tanto había hecho gala la mozuela en sus tempranas edades allá en el palacete de los Stroganov empezó de nuevo a hacerse eco. Esa curiosidad que la había llevado, también, a dar con su trasero en los calabozos de París en no menos que en una ocasión, y ya hasta los guardias aburridos acababan de ella.
-Venga, monsieur. ¿A qué esa cara tan larga? ¿No cree en su propia suerte? -inquirió con una sonrisa ladina, dejando ver entre los finos labios unos dientecillos de ratón perfectamente blancos, a sorpresa de muchos. Que Nastya podía ser una vagabunda, pero era la vagabunda más limpia de todo París.
Pensó qué pasaría si lo dejaba ganar. Debería darle el doble de los francos que el de la levita le había pagado, pero es que eran tan grandes aquellos ojillos de corderito degollado que le dio pena. Total, siempre podría volver a recuperar esa suma y un poco más de algún otro viandante despistado. Hoy era mercado en París, seguro que no le resultaría difícil tal cometido con la agilidad que se gastaba la chiquilla. Pero...
No le dio tiempo a cavilar nada más, porque los guardias de la ciudad se abrieron paso por entre la gente que observaba el espectáculo ansiosos porque el de la levita perdiese o ganase.
-¡Esa es! ¡La ratera! Maldita mocosa, ya sabemos cómo te las gastas con tus juegos trucados, y, ¡por más! ¡Que no es la primera vez que damos con tus huesos para el calabozo!
¡Por las barbas que no tenía! ¿Sería posible que la hubieran pillado? ¡Si había tomado precaución de no acudir a los barrios donde ya había llevado a cabo alguna de sus chanzas! ”Estos franceses van a ser más espabilados de lo que yo pensaba”. Recogió la parafernalia lo más rápido que pudo, y se colocó su boina sobre la cabeza.
-Parece que me buscan... ¡Ha sido un honor jugar con vos! ¡Ya nunca sabremos si la suerte le sonreiría o no! ¡Qué lástima! Bueno, ahora, si me disculpa... -se propuso a marcharse de allí (sin devolverle los francos al de la levita). La gente se hacía cada vez más hacia un lado para dejar pasar a los guardias, y para ver mejor el numerito que estaban a punto de montar los guardias y la rusa, claro está.
-Empezamos. Eso eso. Pero, ajá, los dineros primero -extendió la mano para recibir el que iba a ser el sustento de, al menos, esa semana, antes de empezar a apañarlo todo de nuevo tal como había hecho la vez anterior, y la anterior, y la anterior...
Los parisinos seguían picando siempre en el mismo anzuelo. Claro estaba que la joven rusa también sabía elegir a los suos contrincantes. Aquellos con más cara de pocas luces -sobre todo los que no tenían dientes o iban mal rasurados- eran sus objetivos preferidos. Con el de la levita azul decidió hacer una excepción, porque a todas luces también se le veía con cara de bonachón dócil y algo de ingenuidad infantil de la que la rusa carecía totalmente parecía desprenderse de sus ojos vivaces. ”Casi me da pena”. Ajá. Casi. He ahí la cuestión.
-Muy bien, señor. Ya a vuestra merced queda elegir en cual de los botes se encuentra la pelota -una sonrisa complaciente sembró el rostro de Nastya. Porque claro era que allí ni pelota ni nada había. Algo le dijo a la rusa que el de la levita ya sabía por donde iban los tiros, pero aún así participaba en tal patraña. ¿Los motivos? La curiosidad insana de la que tanto había hecho gala la mozuela en sus tempranas edades allá en el palacete de los Stroganov empezó de nuevo a hacerse eco. Esa curiosidad que la había llevado, también, a dar con su trasero en los calabozos de París en no menos que en una ocasión, y ya hasta los guardias aburridos acababan de ella.
-Venga, monsieur. ¿A qué esa cara tan larga? ¿No cree en su propia suerte? -inquirió con una sonrisa ladina, dejando ver entre los finos labios unos dientecillos de ratón perfectamente blancos, a sorpresa de muchos. Que Nastya podía ser una vagabunda, pero era la vagabunda más limpia de todo París.
Pensó qué pasaría si lo dejaba ganar. Debería darle el doble de los francos que el de la levita le había pagado, pero es que eran tan grandes aquellos ojillos de corderito degollado que le dio pena. Total, siempre podría volver a recuperar esa suma y un poco más de algún otro viandante despistado. Hoy era mercado en París, seguro que no le resultaría difícil tal cometido con la agilidad que se gastaba la chiquilla. Pero...
No le dio tiempo a cavilar nada más, porque los guardias de la ciudad se abrieron paso por entre la gente que observaba el espectáculo ansiosos porque el de la levita perdiese o ganase.
-¡Esa es! ¡La ratera! Maldita mocosa, ya sabemos cómo te las gastas con tus juegos trucados, y, ¡por más! ¡Que no es la primera vez que damos con tus huesos para el calabozo!
¡Por las barbas que no tenía! ¿Sería posible que la hubieran pillado? ¡Si había tomado precaución de no acudir a los barrios donde ya había llevado a cabo alguna de sus chanzas! ”Estos franceses van a ser más espabilados de lo que yo pensaba”. Recogió la parafernalia lo más rápido que pudo, y se colocó su boina sobre la cabeza.
-Parece que me buscan... ¡Ha sido un honor jugar con vos! ¡Ya nunca sabremos si la suerte le sonreiría o no! ¡Qué lástima! Bueno, ahora, si me disculpa... -se propuso a marcharse de allí (sin devolverle los francos al de la levita). La gente se hacía cada vez más hacia un lado para dejar pasar a los guardias, y para ver mejor el numerito que estaban a punto de montar los guardias y la rusa, claro está.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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