El dominio de la bestia [Mikael Boulanger]

Recuerdo del primer mensaje :

 
 

Como cada noche, se encontraba paseando por las calles de París, donde temporalmente, residía. Los encargos que había acudido a hacer a la grande ciudad Parisiense, llevaba mas tiempo de lo que había supuesto en un principio, y no había tenido mas remedio que yacer en esta desconocida ciudad, lejos de su querida Escocia y sus vacíos bosques, que tanto, en noches como esta, echaba de menos. La suave brisa, de otoño, le acariciaba el fino rostro, intentando llegar y juguetear con las finas hebras de su cabello, que escondía en una negra capa, con la que se resguardaba de las miradas indiscretas, internándose mas en el bosque, dejando atrás, las ultimas luces de la civilización. El frondoso bosque se abría a sus pasos, sinuosos árboles, y otros milenarios, se alzaban majestuosos en sombras inacabables, que no cedían ante el envite del viento, que en sus copas, intensamente los removía. Al paso de ella, los aromas del bosque, de las flores, y del húmedo musgo que cubría, grandes piedras en el camino y algún que otro tronco caído, se fueron descubriendo a su sentido del olfato desarrollado que tenia por su naturaleza. Saltó por encima de algunos que otro obstáculo, que intentaron entorpecer su camino, sin éxito alguno y siguió haciéndose camino, en ese salvaje paisaje.
 
El sol decaía, cada vez mas, el cielo se cubría de un bonito atardecer, pero así ella no lo sentía. A su parecer, el atardecer, no era mas que el previo aviso, de su inminente dominación, en que seria atemorizada y reducida, por las fauces de su bestia -la que indomable, recorría cada treinta noches, las sombras, sin control, mas que el asesino instinto, en la que se regocijaba-. Las sombras del bosque, iban tomando el camino, indicando así, que la interminable espera, tocaría a su fin, cuando el último rayo de sol, alumbrara el firmamento, dejándole el control de los cielos, a la luna y sus noches, dando paso a las criaturas de la noche. Los vampiros se levantarían, con ellos, la interminable sed de sangre que todos padecían, y junto la luna llena, los licántropos con sus celestiales cantos, la adorarían.
 
Temiendo, que la luna la pillara aún cerca de la esencia humana de los alrededores, usando su velocidad sobrehumana, corriendo contra el viento otoñal, se internó en lo mas hondo que pudo del bosque, sin preocuparse donde llegaría, o acabaría. En su mente solo un pensamiento recorría y deseaba fervientemente, por encima de cualquier cosa; no herir a nadie. Y así, con su objetivo fijo, aprovechó los últimos momentos del atardecer, para resguardarse en lo más oscuro del bosque, temiendo el dolor de la bestia, que inminentemente ardería transformando, su entero ser, hasta resquebrajarlo y darle forma, de una autentica blanca bestia….
 
Tras pararse, y quitarse la capa negra, la que en la transformación, rompería, dejándola a un rincón – acordándose del sitio exacto de su posición, para mas tarde, recuperarla-. Se preparó. Desde hacia veinte-seis años, que sufría la dolorosa transformación, por suerte, el dolor se le hacia mas llevadero, y en su mayoría lo aguantaba sin grito alguno, mas que leves quejidos. Pero esta fresca noche y tan silenciosa, quizás deparaba otra destino a la joven licántropa.
 
Finalmente, el último rayo, cayó en la lejanía, y la magia de la luna, la que tímidamente se postraba a su cabeza, fue presenciándose en la suave piel de la joven, preparándola, para el resurgir de la bestia.
 
 Primero un escalofrío arrebató sus sentidos, tras la ceguera momentánea, al ver la brillante luz de la llena luna. Tras ese inicial sobresalto, seguido de un atroz silencio, un pulsante dolor empezó a nacer por sus extremidades, extendiéndose  a cada segundo, aumentando con ello, la crispación del dolor que en ella sentía. Su cuerpo se arqueó, apretando los dientes, aguantó con heroísmo los primeros segundos, hasta que se derrumbó sobre el agreste suelo del bosque, retorciéndose a medida, que la transformación se llevaba a cabo, sin descanso mas que unos leves segundos, en que apresurada cogía aliento. No parecía suficiente el aire de sus pulmones, con los que soportaba la tirantez de sus músculos y el resquebrajamiento de sus huesos, que uno en uno, en una tortuosa tortura, cedían, convirtiéndose en el cuerpo de una grande bestia.

Rápidamente, sus apenas perceptibles quejidos, fueron rompiendo la calma del bosque, hasta convertirse en gritos de dolor, al notar como la mandíbula, parecía querer salirse de su rostro, empujando la piel, que cedía tornándose de un tono blanco. Ella abrió la boca gritando del dolor, mientras sus fauces se abrían en su mandíbula, saliéndole los colmillos y caninos, letales de su naturaleza. Sus hasta ahora piernas, lentamente adquirían la forma de unas fuertes patas, el blanco empezó a cubrir su cuerpo, de un suave y abundante pelaje. Pronto su cuerpo irreconocible, bajo el manto de la bestia, fue desarrollándose, y su consciente mente, soltando alaridos de dolor, fue silenciándose, hasta reducirse, en simples pensamientos.
 

Nunca había sabido de hierbas para inmortales, como los vampiros. Todo y así nada perdía en intentarlo, todo y que la opción más seguro para que el vampiro se recuperase mejor de sus heridas siempre seria la sangre humana. Y solo en casos extremos quizás la sangre de los licántropos. Pero aquello ultimo era demasiado arriesgado y no estaba probado, o no que ella supiera.

Acercándose a él, dejó que tocara las hierbas y moviéndose con lentitud, y suavemente para no asustar al vampiro acercó las hojas a las heridas más graves que aún quedaban en su cuerpo. Dos desgarros en su espalda que aún tardaban en sanar. – Ahora a esperar a que la hoja deje ir sus substancia en la herida. Y esto hará como una especie de sedante, que te tendría que adormecer el dolor o molestia que puedas sentir en los desgarros. – Le explicó con pena de que él se encontrara así por su culpa.

Esperó unos tres minutos en separar de nuevo las hojas de la piel ajena y descubrir, como la substancia de la hoja, había dejado la zona de las heridas con una capa de color blanca.

—Ahora removeré un poco esto para que entre mejor en la herida y ayude a cicatrizar. Solo que creo que sin alimentarte…no hará demasiado, ante tu condición de vampiro. —Comentó suavemente deslizando uno de sus dedos por la crema, esparciéndola por su espalda siendo igual de cuidadosa que de antaño.

— Creo que terminé…—Dijo habiendo esparcido ya la crema. Una vez concluyó su tarea, se separó del vampiro cayendo en la cuenta de su cuerpo todavía desnudo. Suspirando, pensó en dirigirse al pueblo más cercano y tomar algo “prestado”, puesto que luego ella devolvía la ropa y una bolsa con oro, por las molestias. Así no se sentía mal, ni que andaba robando prendas ajenas.

— ¿Necesitas dirigirte a algún lugar en concreto…? Que te guie hacia Paris o algún otro sitio? — Le preguntó al vampiro con cierta preocupación en su voz. Se encontraban en una zona del bosque desconocida. No debían de andar demasiado lejos de la ciudad todo y así, seguramente si él iba solo se encontraría con serios problemas. Todo y que podía ser que lo subestimara de nuevo como en la lucha había hecho su parte loba. — Tendrías que encontrar alimento… y refugio. Yo debo buscar ropas, y creo que tu también. — Terminó diciendo esperando por la decisión del vampiro, de si le acompañaba en su viaje de vuelta.

El aroma de las hierbas llegó sin tardanza al olfato del vampiro quien, estando aún herido, continuaba inmóvil, a la escucha de cada uno de los movimientos que realizaba la dama. Un leve escozor en la piel herida amenazaba con dibujar una expresión dolorida en su semblante, mas lograba mantenerse impasible.

―Confío en que estás segura de lo que te propones hacer ―mencionó el ser de la noche al momento de que un sobresalto invadió su cuerpo a causa del ardor leve producido por las hojas que ahora se encontraban en las heridas de su espalda.

Los segundos pasaron hasta que el efecto se dejó sentir en el cuepo del vampiro, el dolor experimentado poco antes a causa de las heridas producidas por la anterior lucha con la licántropa, poco a poco comenzaba a ceder hasta que no sintiese más que un ligero hormigueo en el área de la afectación. Ante esto, una inhalación profunda precedió a las palabras que diría a continuación.

El vampiro se mantuvo tranquilo, con excepción del momento en el cual, con la intención de ayudarle a su recuperación, la joven frotaba la pasta creada por las hojas en la espalda de Mikael. Las palabras de la misma recordándole su falta de alimento no hizo más que inquietarlo un poco más, al grado de que la necesidad de beber ensombrecieron levemente sus sentidos.

―Es una fortuna, supongo ―respondió el ser luego de que Dana terminase su labor ―¿dirigirme a algún sitio? Realmente no estoy seguro, lo confieso. Mucho menos en semejantes condiciones...

Mikael, afortunadamente, se encontraba mucho mejor. Su condición de vampiro le ayudaba grandemente a una rápida recuperación, mas no creía que ella hubiese tenido tanta suerte, por lo que se dispuso a averiguarlo sin dudarlo demasiado.

―Lamentablemente, si no me equivoco, su caso es un poco diferente... ¿se encuentra bien, señorita? ¿algo que pueda hacer por usted?

El vampiro desconocía la existencia de seres tales como los licántropos, sin embargo, gracias al acontecimiento ocurrido poco tiempo atrás podía darse ligera cuenta de las dificultades que atravesaría la chica para conducirse al pueblo sin problema.

Ante la joven se mostraba un largo día en el que debería acudir al pueblo más cercano, tomar ropas para cubrirse e irse de nuevo a Paris, sin saber si este se encontraba lejos o muy cerca de donde se encontraban en aquel instante, en medio de ese bosque que la había contemplado en la noche como la bestia que residía en su interior.

Todo y que intentó ser cuidadosa al poner aquellas hierbas y la pasta en las heridas del vampiro – todo y no necesitarlas, ya que los vampiros solían recuperarse a más velocidad de la normal, como ella- no fue hasta que dejó de ver en el rostro del vampiro unos pequeños indicios de molestias y dolor, que procuraba esconder, que dejó de preocuparse tanto. En breves se encontraría mejor y en unas horas, si comía algo y regeneraba su fuerza, todo quedaría como un susto y un encuentro entre dos especies enemigas, que al final habían terminado bien.

— Tras un cierto tiempo ya os encontrareis mejor. — Le dijo mordiéndose el labio  unos segundos con preocupación. No había tenido mucho contacto para aquel entonces con vampiros, por lo que desconocía la capacidad de sanar auténticamente solo de ellos. — Por suerte no tuvimos que lamentar nada más que unas heridas. — Añadió intentando sobreponerse al dolor que sentía cuando tras cada luna llena aparecía llena de heridas, perdida o con sangre en su cuerpo. Siempre sucedía algo, todo y que por fortuna muchas veces la sangre era simplemente de animales a los que había cazado.

— Si, tranquilícese. No hay nada que lamentar y me encuentro bien… solo deberé de conseguir ropas nuevas y regresar a la ciudad y como si nada hubiese pasado. Cada luna llena es así. — Suspiró y por un instante su mirada se alzó y se perdió en el cielo oscuro de la noche, pensando en los regaños que le esperaban por llegar tan tarde y preocupar tanto a los suyos. Sobre todo a Víctor y a Marie, los que debían de andar de búsquedas desde la mañana hasta ahora. A veces pensaba que algún día debería de contarles su secreto o terminarían muriendo de tantos nervios cualquier día de esos.

— Espero por favor que me perdonéis y si algún día me necesitéis, acudáis a mi búsqueda. — Se ofreció a desvelar su identidad realmente y a ofrecerle ayuda a cambio del daño causado y las molestias de la movida noche en la que perecieron. — Soy duquesa de Escocia, por lo que si algún día me necesitáis, estaré a vuestra disposición. — Con una sonrisa aunque sin que la pudiera ver el inmortal a causa de su ceguera se le acercó lentamente para no asustarle y le dio un apretón de manos. Ya había sido consciente de que no le agradaba la cercanía con los demás, por lo que preferiría no molestarle de más.

— Si no me necesitáis, debo regresar y buscar cómo conseguir las ropas. En París deben estar preocupados por mí y no deseo preocuparlos más. ¿Me acompañáis? O nuestros caminos se separan? Si fuera así ha sido todo un placer, aún tras la adversidad que unió nuestros caminos.

En cualquier caso si la acompañaba, lo llevaría de regreso a París, y si decidía salirse del bosque por su propia cuenta, sus caminos se separarían, como el día y la noche irremediablemente se separan cada día, hace desde ya incontables siglos atrás.