AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Noche en el calabozo
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Noche en el calabozo
La luna bañaba de carmesí la totalidad de la bodega del navío donde se hallaba preso. Incapaz de respirar y sintiendo un dolor que le recorría todo el cuerpo, fue semiconsciente que sus cadenas se habían roto, incapaces de contener su fuerza y su ira. Confundido por ver su cuerpo de monstruo con nuevos ojos, agitó su cabeza y sus ojos grises, fríos como el hielo, se volvieron rendijas en un pelaje oscuro como el azabache. Desde lo más profundo de su garganta surgió un aullido que helaba la sangre.
Memento mori.
Tan sólo quería ser libre. Se lo había confesado a sus captores, pero ni siquiera después de torturarle tras varios días se dieron satisfechos. En todo momento creían que él les engañaba para que así le dieran la libertad. Pero le retenían, y el licántropo desconocía el motivo. ¡Ni siquiera podía recordar su nombre, por el amor de lo más sagrado! Pero no le creyeron y lo torturaron aún más con armas argénteas, pero sin llegar al punto de causarle la muerte.
¿Acaso no tenían alma aquellos captores? ¿No podían ver que de haber mentido se lo habrían sonsacado con todo el dolor inimaginable que le causaron? Lo primero que recordaba al despertarse era un inmenso dolor en su cráneo y leves hormigueos en el costado. Intentar recordar cualquier otra cosa anterior le producía intensas punzadas de dolor y náuseas...
Pero la Fortuna sonreía a quienes más lo necesitaban. Una vez se halló liberado de sus ataduras, gracias al veneno que recorría sus venas y que respondía al influjo de la noche, fue masacrando a sus captores, meros peones de una tirana fallecida y que tan sólo buscaban cobrarse su venganza. Uno a uno, la sangre abandonó las venas de cada desdichado, bañando el pelaje del gran lobo negro a cada mordisco. Éste no mostró piedad ni compasión alguna, en respuesta a la clemencia que él no había recibido de ellos. Había soportado a duras penas las heridas causadas por la plata y su cuerpo luchaba desesperadamente por sanar aquellas heridas a toda costa, o sería demasiado tarde.
No sobrevivió ni uno solo de sus captores, lo cual implicaba que no podrían volver a causarle daño. Pero el licántropo era ajeno a este hecho.
Había hecho justicia con su alma y su honor. Había acabado con la vida de aquellos monstruos que le destrozaron su cuerpo y su alma, que le habían arrebatado sus recuerdos y que de buen seguro le habían arrebatado su humanidad. ¿Cómo podría explicarse aquella transformación tan horrenda y dolorosa? Había despertado sangrando y con las marcas de varias mordeduras por todo el cuerpo...
Tras reducir a astillas y cenizas el barco, la bestia se zambulló en el agua y consiguió arreglárselas para llegar a la ciudad que antaño le acogió, y de la cual él ya no conservaba ningún recuerdo. Emergió en el puerto, pero no pasó mucho hasta que las autoridades dieran con una forma humana, desprovista de todo ropaje y cubierta de sangre de pies a la cabeza…
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Los últimos vestigios de la ninfa dorada se desvanecían en el horizonte, dejando paso al horizonte oscuro de la noche que se afanaba a tejir su manto argénteo para cubrir la luz del día. Era su tercera noche en el calabozo y el veneno que despertaba al hechizo de las noches de Luna llena ya se había apaciguado, sus pupilas ya habían recobrado toda su tonalidad esmeralda. Suspiró, agotado, tras haber soportado horas de interrogatorios infructuosos y torturas diversas por parte de los carceleros; castigos que cesaron cuando éstos, frustrados, vieron que tenían que esforzarse mucho en causarle un mínimo dolor.
Al parecer se habían encontrado con un hueso duro de roer que se negaba a revelarles su identidad y que no les sabía explicar por qué apareció en el puerto desnudo y con sangre ajena cubriéndole todo su cuerpo. Que supieran que era un licántropo tampoco ayudaba, pero a él esto no le decía nada en absoluto.
¿Quién era en realidad? ¿Por qué le habían convertido a la fuerza? ¿Qué podían necesitar de él?
Sentía los músculos entumecidos. Se hallaba encadenado de pies y manos, sus extremidades sujetas en sus respectivos grilletes de plata para evitar que los rompiera con facilidad. Sus brazos, mantenidos en la posición de la crucifixión mediante una barra horizontal y sus pies suspendidos por encima de su cabeza; su cuerpo estaba colocado formando una cruz invertida, su cabeza yaciendo suspendida a un metro del suelo.
Aquella restricción era un suplicio: le dificultaba el flujo sanguíneo y le causaba una profunda jaqueca sempiterna que no le ayudaba lo más mínimo. Los carceleros se felicitaban entre carcajadas antes de cerrar la puerta dónde él se hallaba sólo y se burlaron detrás de los barrotes que componían la única pared abierta de la celda, vanagloriándose de haber encontrado algo que irritara de sobremanera al preso.
Delante de él se hallaba una celda de semejante disposición con otro preso, pero él desconocía su identidad y el otro ni se dignaba a sostenerle la mirada, atreviéndose tan sólo a dedicarle a él miradas de soslayo.
Intentó mover los dedos de sus manos y sus pies, pero sólo el esfuerzo de hacerlo le envió dolorosos pinchazos por todos y cada uno de sus huesos. Una leve mueca de dolor cruzó por su rostro, obligándole a cerrar los ojos mientras gotas de sudor recorrían su rostro. Pese a todo, sus heridas cicatrizaban con demasiada celeridad y apenas había rastro de los daños sufridos, a excepción por una espalda recubierta de latigazos.
Suspiró y volvió a intentar mover un poco sus ataduras, no para desatarse sino para intentar acomodarse un poco, pero no consiguió aliviar su malestar. Sus ligaduras emitieron un tintineo claramente audible, y él maldijo en voz baja pero audible. Confiaba en que los centinelas no lo hubieran oído o le esperaba una buena tunda sólo por el placer de éstos...
Memento mori.
Tan sólo quería ser libre. Se lo había confesado a sus captores, pero ni siquiera después de torturarle tras varios días se dieron satisfechos. En todo momento creían que él les engañaba para que así le dieran la libertad. Pero le retenían, y el licántropo desconocía el motivo. ¡Ni siquiera podía recordar su nombre, por el amor de lo más sagrado! Pero no le creyeron y lo torturaron aún más con armas argénteas, pero sin llegar al punto de causarle la muerte.
¿Acaso no tenían alma aquellos captores? ¿No podían ver que de haber mentido se lo habrían sonsacado con todo el dolor inimaginable que le causaron? Lo primero que recordaba al despertarse era un inmenso dolor en su cráneo y leves hormigueos en el costado. Intentar recordar cualquier otra cosa anterior le producía intensas punzadas de dolor y náuseas...
Pero la Fortuna sonreía a quienes más lo necesitaban. Una vez se halló liberado de sus ataduras, gracias al veneno que recorría sus venas y que respondía al influjo de la noche, fue masacrando a sus captores, meros peones de una tirana fallecida y que tan sólo buscaban cobrarse su venganza. Uno a uno, la sangre abandonó las venas de cada desdichado, bañando el pelaje del gran lobo negro a cada mordisco. Éste no mostró piedad ni compasión alguna, en respuesta a la clemencia que él no había recibido de ellos. Había soportado a duras penas las heridas causadas por la plata y su cuerpo luchaba desesperadamente por sanar aquellas heridas a toda costa, o sería demasiado tarde.
No sobrevivió ni uno solo de sus captores, lo cual implicaba que no podrían volver a causarle daño. Pero el licántropo era ajeno a este hecho.
Había hecho justicia con su alma y su honor. Había acabado con la vida de aquellos monstruos que le destrozaron su cuerpo y su alma, que le habían arrebatado sus recuerdos y que de buen seguro le habían arrebatado su humanidad. ¿Cómo podría explicarse aquella transformación tan horrenda y dolorosa? Había despertado sangrando y con las marcas de varias mordeduras por todo el cuerpo...
Tras reducir a astillas y cenizas el barco, la bestia se zambulló en el agua y consiguió arreglárselas para llegar a la ciudad que antaño le acogió, y de la cual él ya no conservaba ningún recuerdo. Emergió en el puerto, pero no pasó mucho hasta que las autoridades dieran con una forma humana, desprovista de todo ropaje y cubierta de sangre de pies a la cabeza…
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Los últimos vestigios de la ninfa dorada se desvanecían en el horizonte, dejando paso al horizonte oscuro de la noche que se afanaba a tejir su manto argénteo para cubrir la luz del día. Era su tercera noche en el calabozo y el veneno que despertaba al hechizo de las noches de Luna llena ya se había apaciguado, sus pupilas ya habían recobrado toda su tonalidad esmeralda. Suspiró, agotado, tras haber soportado horas de interrogatorios infructuosos y torturas diversas por parte de los carceleros; castigos que cesaron cuando éstos, frustrados, vieron que tenían que esforzarse mucho en causarle un mínimo dolor.
Al parecer se habían encontrado con un hueso duro de roer que se negaba a revelarles su identidad y que no les sabía explicar por qué apareció en el puerto desnudo y con sangre ajena cubriéndole todo su cuerpo. Que supieran que era un licántropo tampoco ayudaba, pero a él esto no le decía nada en absoluto.
¿Quién era en realidad? ¿Por qué le habían convertido a la fuerza? ¿Qué podían necesitar de él?
Sentía los músculos entumecidos. Se hallaba encadenado de pies y manos, sus extremidades sujetas en sus respectivos grilletes de plata para evitar que los rompiera con facilidad. Sus brazos, mantenidos en la posición de la crucifixión mediante una barra horizontal y sus pies suspendidos por encima de su cabeza; su cuerpo estaba colocado formando una cruz invertida, su cabeza yaciendo suspendida a un metro del suelo.
Aquella restricción era un suplicio: le dificultaba el flujo sanguíneo y le causaba una profunda jaqueca sempiterna que no le ayudaba lo más mínimo. Los carceleros se felicitaban entre carcajadas antes de cerrar la puerta dónde él se hallaba sólo y se burlaron detrás de los barrotes que componían la única pared abierta de la celda, vanagloriándose de haber encontrado algo que irritara de sobremanera al preso.
Delante de él se hallaba una celda de semejante disposición con otro preso, pero él desconocía su identidad y el otro ni se dignaba a sostenerle la mirada, atreviéndose tan sólo a dedicarle a él miradas de soslayo.
Intentó mover los dedos de sus manos y sus pies, pero sólo el esfuerzo de hacerlo le envió dolorosos pinchazos por todos y cada uno de sus huesos. Una leve mueca de dolor cruzó por su rostro, obligándole a cerrar los ojos mientras gotas de sudor recorrían su rostro. Pese a todo, sus heridas cicatrizaban con demasiada celeridad y apenas había rastro de los daños sufridos, a excepción por una espalda recubierta de latigazos.
Suspiró y volvió a intentar mover un poco sus ataduras, no para desatarse sino para intentar acomodarse un poco, pero no consiguió aliviar su malestar. Sus ligaduras emitieron un tintineo claramente audible, y él maldijo en voz baja pero audible. Confiaba en que los centinelas no lo hubieran oído o le esperaba una buena tunda sólo por el placer de éstos...
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Noche en el calabozo
–Madame, no sé qué voy a hacer ¡Mi pobre Alphonse! Debe estar tan asustando- Odette miró a la mujer entre apesadumbrada e irritada. No era culpa suya que el “pobre Alphonse” hubiese decidido que la mejor manera de ganarse la vida era intentando desvalijar casa ostentosas. Se había metido en problemas desde muy temprana edad y ella, temerosa de lo que un crio descarriado como aquel pudiese hacer a su propiedad, decidió dar un ultimátum a su madre: o el joven ladronzuelo abandonaba su casa o ella perdería su trabajo. Parecía injusto pero no podía permitirse alojar un criminal en potencia. Finalmente el joven se marchó y su madre conservó su trabajo como cocinera. Era lo único que podía hacer ante tal situación, la decisión correcta. Pero no podía evitar que sintiera una punzada de culpabilidad cada vez que encontraba a su empleada lamentándose por la suerte de su retoño. Entonces su fantasiosa mente empezaba a recrear los posibles resultados si tan solo hubiese actuado diferente. Le mortificaba especialmente el hecho de que tal vez el joven se hubiese enderezado con ayuda de una guía materna mucho más constante, cosa que no podría ocurrir mientras vivieran en lugares diferentes de la ciudad y el acceso a su casa le estuviese restringido.
En pasadas oportunidades le habían arrestado para encontrarse en las calles algunas horas después, golpeado y maltrecho, pero libre para jactarse de su ingenio y habilidad para escapar de los problemas. Esta vez, sin embargo, era diferente. Le habían pillado en medio del robo de la propiedad de uno de los hombres más ricos y poderosos de París. Uno al cual se le reconocería por su limitada capacidad de perdón y su enorme instinto de venganza. Ahora el muchacho permanecía encerrado en las profundidades del calabozo, sin la más mínima oportunidad de salir por sus propios medios. Odette había hecho lo que consideraba estaba a su alcance. Concedió a la cocinera el tiempo necesario para que intercediera por su hijo. Posteriormente le facilitó el dinero necesario para que intentara persuadir a los carceleros de si quiera poder darle un vistazo. Pero las órdenes eran claras y los hombres que custodiaban los calabozos más ambiciosos que prudentes.
– No hay nada más que podamos hacer, solo rezar por él y confiar en que todo saldrá bien – una sarta de palabras carentes de respaldo. No creía, ni por asomo, que todo pudiese salir bien. El muchacho sería ahorcado, si tenía suerte, de lo contrario se pudriría en un oscuro y húmedo calabozo. – Hay algo más que podemos hacer… Madame Demouy ayúdeme por favor, solo usted puede hacerlo. Los guardas no osaran ignorar a una dama como han ignorado a una pobre cocinera. Ellos le escucharan, estoy segura – los ojos hinchados de la mujer le miraban suplicantes. Ella, por su parte, solo podía ofrecer una expresión de absoluta sorpresa. ¿En verdad estaba pidiéndole que entrara al calabozo? ¿Había perdido la razón? Le costó a la cocinera días de suplica conseguir que finalmente su ama aceptara tan inusual petición y esto solo fue posible gracias al remordimiento que Odette sentía.
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- Recuérdame porque acepté – pidió con voz suplicante a la mucama que, en esos momentos alistaba los zapaticos de tacón que se pondría. – Porque es usted un alma caritativa y posee un gran corazón que no puede soportar ver a otro ser humano sufriendo – Odette blanqueo sus ojos. En parte era cierto, pero la pura verdad es que consideraba que con ese acto saldaría su deuda y quedaría exenta, de por vida, de cualquier nuevo pedido al respecto del tema. Sería su última intervención y que no se hablara más. Permitió que la chica le calzara los zapatos y que ajustara sobre sus hombros una capa ligera y elegante. Entre juntas tomaron la decisión sobre la indumentaria apropiada. Ella pretendía utilizar una que no dejara a la vista más que su rostro, ocultando incluso sus formas. La otra pretendía que se colocara algo mucho más libertino, tenía la teoría que entre mayor cantidad de piel mostrara más distraería a los guardas. Finalmente llegaron a un punto medio con un vestido que combinaba tonos negros y verdes oscuros, recatado pero que dejaba en evidencia su figura.
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La mujer tapaba son un pañuelito de encaje su nariz mientras el grosero y sucio hombrecillo la conducía por el pasillo oscuro y mal oliente. Su camino estaba adornado, a lado y lado, por rejas intermitentes. En cada una de las cuales reposaba entre uno y tres prisioneros. Ella dejó de mirar dentro después de la segunda celda. No necesitaría tales recuerdos una vez saliera del repulsivo lugar. Por ahora caminaba con la cabeza en alto, la nariz cubierta, un gesto de ligera repugnancia y sus ojos incrustados en la espalda de su guía. Finalmente el hombre se detuvo ante una de las rejas, se giró y le obsequio una sonrisa lasciva y carente de casi todos los dientes delanteros. Sin más comentarios abrió la reja y se alejó por donde había venido.
Le costó a Odette una generosa suma de dinero y mucha persuasión para que finalmente cedieran a liberar al joven Alphonse. Y tenía allí una imagen que si quería recordar: la genuina alegría e inmenso agradecimiento en el rostro pálido y consumido. Pareciera que hubiera durado años en vez de días encerrado y su cuerpo denotaba señales de golpizas tan fuertes que ella se sorprendió al ver como él se ponía en pie y salía caminando por sus propios medios. Tal vez la cojera le durara mucho más que los moretones y cortaduras. Esperaba que fuese un recordatorio suficiente y un aliciente para su recuperación. Algunas palabras atropelladas y un apretón de manos fue lo que recibió antes de que el joven se desplazara velozmente por el pasillo. No podía culparle por tener tanta prisa de abandonar el lugar, sin embargo le hubiese gustado contar con compañía para encontrar la salida.
Suspiró arrepintiéndose enseguida. Por su nariz ingresó toda clase de olores nauseabundos que descompusieron en un instante su estomago. Tenía que salir de allí. Caminó entonces con paso decidido por el corredor y, de no ser por un sonido que llamó su atención, habría conseguido el objetivo sin mayores contratiempos. Se trataba de una maldición manifestaba en voz baja y bastó con eso para que ella girara su cabeza y mirara en dirección al lugar de donde procedía la voz. Lo que vio la dejó pasmada. Un hombre colgaba boca abajo, suspendido en una posición que le recordaba vívidamente los crucifijos en las iglesias. Debía estar sufriendo una tortura pero seguramente lo tenía merecido. Además no era su problema. Se encontraba a punto de continuar su camino cuando una imagen de su pasado se sobrepuso al rostro sudoroso e invertido que veía a través de los barrotes.
– ¡Mon Dieu! – exclamó atónita al reconocer en el preso al maravilloso actor que había conocido en lo que parecía otra vida y que ahora era atormentado en el espantoso lugar.
Última edición por Odette Demouy el Mar Ago 06, 2013 12:15 am, editado 1 vez
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Noche en el calabozo
Todo su cuerpo se puso en tensión en cuanto escuchó unos pasos procedentes del corredor. Por un momento había olvidado que los calabozos disponían de varios accesos y recodos, por lo que no resultaba necesario que provinieran desde el otro extremo del corredor.
A decir verdad, él no esperaba aquello –o mejor dicho, quién- aparecería en su campo de visión. Una damisela elegantemente ataviada y con porte digno y regio. Al parecer ella no había reparado en su presencia y él se había distraído con cosas sin importancia, de modo que le sorprendió no encontrarse cara a cara con sus celadores.
No era fácil observar a otra persona en aquella peculiar y cómoda posición, por lo cual se esforzó para intentar enfocar el rostro de alguien que se molestara en fijar su atención en él. Ella tenía unos rasgos finos, adornado con una cabellera de un oscuro color caoba que ondulaba con harmonía hasta una buena parte de su espalda. Sus ojos –aquellos ojos azul cielo- parecían perforarle y fijarse en su alma, si es que aún quedaba algún resquicio de ella.
De aquellos pequeños labios salió una exclamación, y aquellos ojos cerúleos denotaron sorpresa.
Por un momento él se había olvidado del espectáculo que estaba ofreciendo. Por suerte, sus vigilantes habían decidido cubrirle con unos harapos raídos su torso y sus piernas que no ocultaban por completo su piel torneada, dejando bien visibles las recientes heridas recibidas mediante las suaves caricias de un látigo de varias puntas. Las lesiones cubrían buena parte de sus abdominales y una mayor extensión de su espalda. Las viejas prendas le causaban un escozor al rozar la tela con la piel dañada, y el hecho que algunas laceraciones todavía sangraran, además que su cuerpo sudaba por la precaria postura en la que se hallaba, no ayudaban a que dichas molestias mitigaran su presencia.
Intentó moverse mínimamente, para poder apreciar mejor el rostro de la persona aparecida. Aquél rostro tenía algo… algo que le inquietaba… casi como, si de algún modo, le resultara...
…familiar….
Un relámpago de pura agonía le atravesó el cráneo y le agujereó por todo su cuerpo entumecido. Sus ojos se cerraron con fiereza y sus dientes rechinaron, en un intento de ahogar el sonoro grito de puro dolor. La molestia fue en aumento, y sus músculos se tensaron aún mucho más. Las cadenas que lo retenían ahora tintineaban sin cesar y lo eslabones de las mismas chirriaron, pero resistieron el furioso envite del hombre que se hallaba suspendido en ellas, mientras éste forcejeaba con violencia debido al padecimiento que le causaba el tremendo esfuerzo de recordar algo más allá de los límites de su memoria.
¿Por qué estaba pasando aquello? ¿Por qué los nueve infiernos habían decidido someterle a tan dura prueba? ¿Qué había hecho él para merecerse aquello?
Varios segundos después, que se le antojaron eternos, el dolor remitió paulatinamente y pudo volver a abrir los ojos. Ahora su cuerpo estaba en reposo, pero se balanceaba ligeramente debido a la conmoción que había sufrido instantes antes. Pequeños regueros de sangre surgidos de las heridas de su tortura recorrían con lentitud sus brazos y su rostro, clara señal de que aún tenía la piel en carne viva en algunos sitios. Consiguió dirigir su mirada a la de la damisela con una leve expresión interrogativa.
No recordaba en absoluto aquél rostro, y no obstante era como si ya lo hubiera visto antes.
– ¿Quién…? – consiguió apenas articular con un hilo de voz mientras se recobraba poco a poco.
A decir verdad, él no esperaba aquello –o mejor dicho, quién- aparecería en su campo de visión. Una damisela elegantemente ataviada y con porte digno y regio. Al parecer ella no había reparado en su presencia y él se había distraído con cosas sin importancia, de modo que le sorprendió no encontrarse cara a cara con sus celadores.
No era fácil observar a otra persona en aquella peculiar y cómoda posición, por lo cual se esforzó para intentar enfocar el rostro de alguien que se molestara en fijar su atención en él. Ella tenía unos rasgos finos, adornado con una cabellera de un oscuro color caoba que ondulaba con harmonía hasta una buena parte de su espalda. Sus ojos –aquellos ojos azul cielo- parecían perforarle y fijarse en su alma, si es que aún quedaba algún resquicio de ella.
De aquellos pequeños labios salió una exclamación, y aquellos ojos cerúleos denotaron sorpresa.
Por un momento él se había olvidado del espectáculo que estaba ofreciendo. Por suerte, sus vigilantes habían decidido cubrirle con unos harapos raídos su torso y sus piernas que no ocultaban por completo su piel torneada, dejando bien visibles las recientes heridas recibidas mediante las suaves caricias de un látigo de varias puntas. Las lesiones cubrían buena parte de sus abdominales y una mayor extensión de su espalda. Las viejas prendas le causaban un escozor al rozar la tela con la piel dañada, y el hecho que algunas laceraciones todavía sangraran, además que su cuerpo sudaba por la precaria postura en la que se hallaba, no ayudaban a que dichas molestias mitigaran su presencia.
Intentó moverse mínimamente, para poder apreciar mejor el rostro de la persona aparecida. Aquél rostro tenía algo… algo que le inquietaba… casi como, si de algún modo, le resultara...
…familiar….
Un relámpago de pura agonía le atravesó el cráneo y le agujereó por todo su cuerpo entumecido. Sus ojos se cerraron con fiereza y sus dientes rechinaron, en un intento de ahogar el sonoro grito de puro dolor. La molestia fue en aumento, y sus músculos se tensaron aún mucho más. Las cadenas que lo retenían ahora tintineaban sin cesar y lo eslabones de las mismas chirriaron, pero resistieron el furioso envite del hombre que se hallaba suspendido en ellas, mientras éste forcejeaba con violencia debido al padecimiento que le causaba el tremendo esfuerzo de recordar algo más allá de los límites de su memoria.
¿Por qué estaba pasando aquello? ¿Por qué los nueve infiernos habían decidido someterle a tan dura prueba? ¿Qué había hecho él para merecerse aquello?
Varios segundos después, que se le antojaron eternos, el dolor remitió paulatinamente y pudo volver a abrir los ojos. Ahora su cuerpo estaba en reposo, pero se balanceaba ligeramente debido a la conmoción que había sufrido instantes antes. Pequeños regueros de sangre surgidos de las heridas de su tortura recorrían con lentitud sus brazos y su rostro, clara señal de que aún tenía la piel en carne viva en algunos sitios. Consiguió dirigir su mirada a la de la damisela con una leve expresión interrogativa.
No recordaba en absoluto aquél rostro, y no obstante era como si ya lo hubiera visto antes.
– ¿Quién…? – consiguió apenas articular con un hilo de voz mientras se recobraba poco a poco.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Noche en el calabozo
La mujer retiró lentamente el pañuelo de su boca mientras observaba estupefacta el rostro. Si, no cabía lugar a dudas, se trataba de los mismos rasgos, los mismos ojos, la misma boca con la que en aquel entonces había soñado ingenuamente. No podían juzgarle por eso. No era más que una adolescente con demasiadas hormonas en el cuerpo y la cabeza llena de idilios y príncipes azules. Pues hasta ahora los príncipes habían resultado muy semejantes a sapos cornudos, pero eso no cambia el hecho de que no olvidaría la cara de un amor platónico de su juventud. A pesar de la sorpresa en la que se encontraba su mente procesó el hecho de que aquel rostro, exceptuando la antinatural posición, era exactamente el mismo cuando la lógica dictaba que en algo debería haber cambiado. Habían pasado algunos años desde la última vez que le viera pero ese era un detalle que podía esperar.
El hombre la miró y la expresión en aquellos atormentados ojos le confirmo su creencia. Él también la reconocía, o al menos no la miraba como a una completa desconocida. Luego se cerraron mientras su expresión mudaba a una de completa agonía. El cuerpo lleno de laceraciones respondió en concordancia, agitándose y tratando de liberarse de las cadenas que tan firmemente le sometían. Odette dio un paso atrás ante tan estremecedor espectáculo. Se encontraba conmocionada y no muy segura sobre cómo reaccionar, así que se obligó a permanecer quieta y expectante hasta que los frenéticos movimientos cesaron y la mirada volvió a centrarse en ella.
Escuchó entonces lo que parecía ser el inicio de una pregunta que no se llegó a concretar. Ella se limitó a contemplar aterrada algunos segundos más como la sangre escurría por su cuerpo hasta que su mente emergió del sopor y la parálisis. Solo entonces percibió el dolor que sentía en su mano derecha y, al mirarla, se percató de que sostenía con tanta fuerza el pañuelito que había clavado sus propias uñas en la palma. No alcanzó a lacerar su piel pero si quedaron los semicírculos fuertemente impresos en su pálida piel. ¿Cuánto dolor podría estar soportando aquel pobre hombre? Resultaba inaudito e inhumano mantenerlo de esa manera. Odette ignoraba que había hecho él para merecer tal tratamiento pero si sabía que no iba a permitir que continuara de esa manera.
– Chisss, no intente hablar Monsieur. Conserve sus fuerzas y aguarde por mí, no tardare. le susurró aproximándose a la reja que les separaba. ”Noah, su nombre es Noah” recordó entonces y una oleada de indignación la recorrió. Enfurecida se alejó de la reja y caminó con paso decidido por el corredor hasta el punto en donde se encontraba el guarda.
– Quiero hablar con el encargado – – exigió al hombre que enseguida le miró desconfiado.
– Lo tiene en frente – le contestó una voz desde detrás del guarda al que se había dirigido. Reconoció en él al hombre con el que había negociado la liberación de Alphonse.
– Monsieur, deseo que se me permita ingresar a una de las celdas – una solicitud empañada por un tono perentorio propio de alguien acostumbrado a dar órdenes en lugar de pedir favores
- ¿Y porque habría de hacer eso? – preguntó el otro con una sonrisa burlona en el rostro
– Porque se lo estoy pidiendo, porque es algo que deseo, porque pertenezco a una familia con muchos recursos y muchos contactos, porque entre algunos de mis conocidos figuran importantes personajes de la política y altos mandos militares y porque podemos ahorrarnos los dos muchos inconvenientes solo con que cooperemos en algo tan sencillo – replicó enojada. Podía ver como el rostro del hombre se fruncía, molesto por las amenazas que escucha y al mismo tiempo indeciso sobre qué hacer. Odette suspiro antes de ofrecerle algunos francos. Este gestó pareció aclarar las dudas del carcelero. Resultaba un buen trato evitar problemas con sus superiores y, a la vez, tener algunas monedas de más en su haber. Tomó las monedas ofrecidas con una nueva sonrisa, inclinó ligeramente la cabeza ante la mujer y se encamino hacia la celda que ella le señalaba.
Odette esperó hasta a que el hombre abriera la celda y luego a que se retirara de la entrada antes de ingresar ella misma. Con pasos inseguros se acercó al lugar en donde se encontraba Noah suspendido y le miro entre horrorizada y asqueada por la forma en que había sido torturado. – Quiero que lo bajen – ordenó con la mandíbula apretada. Sentía sus ojos anegados pero se negó a permitir que las lagrimas escapasen mientras el carcelero la estuviese observando – Lo siento Madame pero eso no va a ser posib… - el hombre no alcanzó a terminar su frase antes de que el chillido de la mujer le sobresaltara -¡AHORA! O juro por lo que es sagrado que me encargare personalmente de que su cabeza ruede por la plaza central - El hombre abrió ligeramente la boca como si fuese a replicar pero lo pensó y mejor y la cerró de nuevo. Luego lanzó un silbido y poco después aparecieron en la puerta de la celda otros dos hombres – Ayudadme a descolgarlo – dijo señalando al prisionero para después lanzar una mirada asesina hacia Odette. Esta le sostuvo la mirada sin dejarse amedrentar por el mudo enfrentamiento hasta que fue el hombre quien tuvo que retirarla. En aparente paciencia esperó a que los hombres hiciesen lo que se les había ordenado.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Noche en el calabozo
No le pasaron desapercibidas las expresiones que cruzaron por el rostro de la doncella. Algo en esos cambios sutiles le perturbaban, y no sabía muy bien como debía de interpretar aquellas señales. Era consciente que no debía de ofrecer un espectáculo digno de ver, pero…
Su mirada, irremediablemente, se desvió hacia la mano diestra de su observadora, más allá de los barrotes. Era una lástima que tan delicada piel padeciera tales tormentos. Una punzada de culpabilidad invadió sus entrañas, y casi le hizo replantearse que sus acciones habían sido inadecuadas. Pero entonces recordó cómo le torturaron y todo lo que le hicieron aquellos monstruos. No mostraron piedad, seguro que disfrutaron marcándole y convirtiéndole en lo que era. Casi se alegraba de no poder recordar tal suceso: demasiado duro se le hacía aceptar que ya no era un ser humano cualquiera.
La voz de la doncella lo sacó de su ensimismamiento, un suave arrullo acogedor pero que no alcanzaba a ser un bálsamo para todas sus heridas, si bien alivió su corazón al saber que había gente compasiva en la ciudad. Intentó sonreír, pero el gesto le supuso otra oleada de dolor lacerante que aguantó impertérrito.
«Como si pudiera irme de aquí…» pensó para sus adentros resignado, al tiempo que la miraba con expresión interrogativa. ¿Qué se proponía aquella mujer? ¿Adónde se dirigía? ¿Acaso pensaba que podría hacer algo por un desconocido que se hallaba encadenado? Se veía a todas luces que él no era trigo limpio…
Cuando ella se alejó, él fue consciente por primera vez de lo agudos que habían vuelto sus sentidos. Sin necesidad de concentrarse, pudo escuchar la conversación que tenía con sus carceleros. Y su petición le dejó consternado. ¿Por qué se arriesgaría a solicitar algo así? No había tenido tiempo para conocerla siquiera… ¿Acaso estaba confabulada para que le hicieran creer que le dejaban reposo y lo iban a torturar más?
Desechó esa idea nada más gestarse en su mente. No tenía ningún sentido que fuera así. No haría falta que se presentara una dama que vistiera bellos atuendos para hacerle caer en una encerrona así. Pese todo, sintió un leve escalofrío al escuchar, involuntariamente, que aquella mujer era poderosa. Desde luego, no le gustaría nada hacerla enfadar o tenerla en su contra.
De nuevo, la damisela hizo acto de presencia en su campo de visión, esta vez acompañada de aquellos vigilantes bastardos. Entraron en la celda donde se hallaba suspendido, y luego ella se le acercó tanto que pudo oler la repulsión que ella sentía, y la acerada mirada que le dirigió sólo le hizo sentirse más miserable todavía. Por eso, la orden que emanó de sus labios le cogió desprevenido, al igual que a los otros presentes, y el matiz que escuchó en su voz cuando exigió que se le hiciera caso le erizó todos los vellos de su nuca
¿Por qué le pasaban estas cosas a él?
Los hombres obedecieron de mala gana, lo cual resultaba obvio con cada gesto que hacían para liberarlo. Primero le quitaron las ataduras de sus manos, las cuales cayeron fláccidas a ambos lado de su cabeza y se quedaron más cerca del suelo. Luego procedieron a liberar sus piernas, y como cabía esperar, dejaron que él se precipitara estrepitosamente contra el frío suelo de la celda, causando que el impacto hiciera eco por buena parte de los pasillos. Con su frente tocando el suelo mientras veía por enésima vez las estrellas, se esforzaba como podía por recuperar la respiración e incorporarse temblorosamente. Incluso para él resultaba una ardua tarea tras llevar colgado boca abajo varios días, ya que la sangre todavía no podía circular correctamente. Apenas pudo escuchar la sarcástica respuesta del capataz mientras se alejaba de allí, así como los celadores, mientras proclamaba con voz triunfal a la damisela que “ya lo habían bajado”. Tampoco se podía esperar menos de una gente tan cruel.
Luchó por intentar ponerse en pie sin ayuda, intentando mantener algo de dignidad si es que aún quedaba algo de ella. Acto seguido, en cuanto pudo mantener el equilibrio, hizo una genuflexión, moviendo el pie derecho hacia adelante y con la rodilla izquierda tocando el suelo. Sí, aquello le dolía horrores, pero que no recordase nada no significaba que no supiera ser agradecido.
Esta vez, cuando habló, su voz no era tan ronca ni frágil, pero seguía siendo un poco tosca.
- Gracias, Milady… por considerarme digno de ser liberado de tal tortura, aunque sea por unos momentos -murmuró mientras agachaba la cabeza en señal de reverencia-. Estoy en deuda con usted…
Su mirada, irremediablemente, se desvió hacia la mano diestra de su observadora, más allá de los barrotes. Era una lástima que tan delicada piel padeciera tales tormentos. Una punzada de culpabilidad invadió sus entrañas, y casi le hizo replantearse que sus acciones habían sido inadecuadas. Pero entonces recordó cómo le torturaron y todo lo que le hicieron aquellos monstruos. No mostraron piedad, seguro que disfrutaron marcándole y convirtiéndole en lo que era. Casi se alegraba de no poder recordar tal suceso: demasiado duro se le hacía aceptar que ya no era un ser humano cualquiera.
La voz de la doncella lo sacó de su ensimismamiento, un suave arrullo acogedor pero que no alcanzaba a ser un bálsamo para todas sus heridas, si bien alivió su corazón al saber que había gente compasiva en la ciudad. Intentó sonreír, pero el gesto le supuso otra oleada de dolor lacerante que aguantó impertérrito.
«Como si pudiera irme de aquí…» pensó para sus adentros resignado, al tiempo que la miraba con expresión interrogativa. ¿Qué se proponía aquella mujer? ¿Adónde se dirigía? ¿Acaso pensaba que podría hacer algo por un desconocido que se hallaba encadenado? Se veía a todas luces que él no era trigo limpio…
Cuando ella se alejó, él fue consciente por primera vez de lo agudos que habían vuelto sus sentidos. Sin necesidad de concentrarse, pudo escuchar la conversación que tenía con sus carceleros. Y su petición le dejó consternado. ¿Por qué se arriesgaría a solicitar algo así? No había tenido tiempo para conocerla siquiera… ¿Acaso estaba confabulada para que le hicieran creer que le dejaban reposo y lo iban a torturar más?
Desechó esa idea nada más gestarse en su mente. No tenía ningún sentido que fuera así. No haría falta que se presentara una dama que vistiera bellos atuendos para hacerle caer en una encerrona así. Pese todo, sintió un leve escalofrío al escuchar, involuntariamente, que aquella mujer era poderosa. Desde luego, no le gustaría nada hacerla enfadar o tenerla en su contra.
De nuevo, la damisela hizo acto de presencia en su campo de visión, esta vez acompañada de aquellos vigilantes bastardos. Entraron en la celda donde se hallaba suspendido, y luego ella se le acercó tanto que pudo oler la repulsión que ella sentía, y la acerada mirada que le dirigió sólo le hizo sentirse más miserable todavía. Por eso, la orden que emanó de sus labios le cogió desprevenido, al igual que a los otros presentes, y el matiz que escuchó en su voz cuando exigió que se le hiciera caso le erizó todos los vellos de su nuca
¿Por qué le pasaban estas cosas a él?
Los hombres obedecieron de mala gana, lo cual resultaba obvio con cada gesto que hacían para liberarlo. Primero le quitaron las ataduras de sus manos, las cuales cayeron fláccidas a ambos lado de su cabeza y se quedaron más cerca del suelo. Luego procedieron a liberar sus piernas, y como cabía esperar, dejaron que él se precipitara estrepitosamente contra el frío suelo de la celda, causando que el impacto hiciera eco por buena parte de los pasillos. Con su frente tocando el suelo mientras veía por enésima vez las estrellas, se esforzaba como podía por recuperar la respiración e incorporarse temblorosamente. Incluso para él resultaba una ardua tarea tras llevar colgado boca abajo varios días, ya que la sangre todavía no podía circular correctamente. Apenas pudo escuchar la sarcástica respuesta del capataz mientras se alejaba de allí, así como los celadores, mientras proclamaba con voz triunfal a la damisela que “ya lo habían bajado”. Tampoco se podía esperar menos de una gente tan cruel.
Luchó por intentar ponerse en pie sin ayuda, intentando mantener algo de dignidad si es que aún quedaba algo de ella. Acto seguido, en cuanto pudo mantener el equilibrio, hizo una genuflexión, moviendo el pie derecho hacia adelante y con la rodilla izquierda tocando el suelo. Sí, aquello le dolía horrores, pero que no recordase nada no significaba que no supiera ser agradecido.
Esta vez, cuando habló, su voz no era tan ronca ni frágil, pero seguía siendo un poco tosca.
- Gracias, Milady… por considerarme digno de ser liberado de tal tortura, aunque sea por unos momentos -murmuró mientras agachaba la cabeza en señal de reverencia-. Estoy en deuda con usted…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Noche en el calabozo
Ante la aparente frialdad y dureza se encontraba agazapada una niña pequeña y angustiada. Le resultaba increíble pensar en la crueldad que pueden albergar la humanidad y, aun así, intuía que la horrible escena que estaba presenciando no era sino una pequeña prueba de los alcances de la indolencia. Permaneció en pie, perfectamente quieta y con sus ojos inexpresivos puestos en los hombres que iniciaban la tarea por ella encomendada. Muchas de las amenazas proferidas resultaban ser solo palabrerías. Tal vez en otra época podría haber sido cierta, sin embargo su reputación en los altos círculos parisinos se encontraba sumamente resentida y, por tanto, su poder e influencia había menguado día tras día. Afortunadamente se trataba de una información que los guardias desconocían y ella sabía muy bien que bastaba con un porte regio y algunas palabras afiladas para que las mentes débiles se doblegaran. Era la mejor estrategia a la cual podía recurrir y pensaba exprimirla hasta donde le fuese posible.
A pesar de sus deseos no pudo evitar fruncirse un poco en solidaria empatía al ver como el cuerpo caía libremente contra el sucio suelo. Por supuesto se trataba de una acción deliberada y no requería de las risas de los despreciables hombres para confirmarlo. Ella permaneció callada, no quería forzar las cosas más allá de la flexibilidad de los carceleros y estaba segura de que si reclamaba aquel trato podía sobrepasar la barrera y perder lo que había ganado hasta el momento. Se limitó a mirarles mientras ellos bromeaban al respecto y se alejaban de la celda. Muy seguramente pensaban que ella finalmente se acobardaría al estar en soledad con un prisionero y que pronto tendría que llamarles para controlarlo. Ese pensamiento le ocasión un nuevo rictus despectivo.
Posicionó entonces su mirada sobre el hombre en el suelo, quien se esforzaba por recuperar una postura digna tras la aparatosa caída. A pesar de la tenue luz de las antorchas que iluminaban el pasadizo y la celda pudo observar las múltiples heridas que malograban la hermosa piel. En realidad esperaba que él permaneciera un tiempo en el suelo, recuperándose de las torturas sufridas, pero, en su lugar y haciendo alarde de un aguante y fortaleza sobrehumanas, no solo consiguió erguirse, sino que se inclinó ante ella mientras le ofrecía un sentido agradecimiento. Aquel gesto le partió el corazón a Odette quien no pudo contener más una lágrima solitaria y fortuita que había pugnado por escapar desde hacía algunos minutos.
Pensó en contestarle pero tenía quebrada la voz así que se acercó hasta donde él estaba y se arrodilló a su lado ignorando la suciedad del suelo y la posibilidad de que la misma arruinara la costosa tela de sus enaguas. Luego posó los dedos en su mandíbula y le levantó gentilmente el rostro. Quería verle y que él la mirara. – No existe deuda alguna – le afirmó con dulzura mientras examinaba aquellos conocidos ojos. En verdad era él. El mismo rostro, los mismos ojos, la misma boca. A pesar de esto no pudo evidenciar una sola arruga nueva, ningún cambio, ningún estrago a cargo del paso del tiempo. - Mon Dieu - exclamó por segunda vez – No ha cambiado usted en nada Monsieur. Si mi memoria y mis ojos no me engañan sigue luciendo usted tal cual como hace algunos años – comentó olvidando momentáneamente lo tortuosa de su situación.
Dirigió la mirada hacia la entrada de la celda. No había nadie allí. Entonces retorno la atención al actor - ¿Qué le ha ocurrido? ¿Por qué le tienen aquí? - su mente empezaba ahora a fraguar una posible salida para aquel entuerto pero primero necesitaba averiguar que había ocurrido. No podía dejarle allí a merced de aquellos hombres sin escrúpulos, sin embargo debía también primero tratar de averiguar cuales habían sido las circunstancia por las cuales le habían encarcelado. Su ingenuidad ya le había costado años de infelicidad y se había prometido a sí misma tener un poco más de precaución en el futuro.
- Decidido:
- Decidido entonces… vamos con la primera opción
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Noche en el calabozo
Comenzaba a sentir un leve escozor por el cuerpo, lo cuál para él era un claro anticipo de la propia recuperación singular de su cuerpo. Todavía no se había acostumbrado a aquello, y dudaba que algún día pudiera llegar a acostumbrarse siquiera. La primera vez que recordaba haberlo experimentado había sido mientras estaba siendo atado y torturado en el barco, y le resultaría difícil olvidarse de aquella sensación que no terminaba de parecerle del todo agradable.
Era como una reminiscencia irritante que le recordaba su nueva condición.
El contacto de unos dedos descubiertos y sin guantes que los protegieran le devolvió a la realidad de la situación. No pudo sino alzar la mirada hacia aquellos ojos que lo miraban con aprensión y simpatía, escuchando con atención sus palabras y aceptándolas, por mucho que él considerase que sólo por el hecho de haber recibido tal deferencia ya se sentía en una gran deuda para con ella.
Pero si en algún instante había cruzado por su mente el anhelo de poder confiar en ella, en lo que suponía que estaba siendo una de sus horas más oscuras, lo que le dijo la joven le volvió a poner en guardia. Todo era mentira. ¿Cómo iba a poder confiar en ella? Parecía como si lo hubiera visto tiempo atrás, lo cual le resultaba imposible de concebir siquiera.
Le sostuvo la mirada unos segundos más de lo necesario para proporcionarle una respuesta cuando recibió un nuevo interrogatorio acerca de lo sucedido.
¿Cómo podía confiar en alguien que le aseguraba que lo tenía visto años atrás, con su mismo aspecto, cuando hasta no hacía mucho él había sido un humano? No fue culpa suya que lo convirtieran en la degeneración que era ahora, y no obstante era incapaz de recordar nada anterior a ese incidente, pero una convicción tan certera no podía andar errada. ¿Acaso no lo habrían reconocido en la cárcel de haber estado antes en la ciudad? Alguien debería de haberlo visto. Resultaba casi increíble que ni una sola persona lo hubiera visto anteriormente... hasta que se le apareció a esta doncella, surgida de la nada.
Que le hubiera tratado mejor que a lo que estaba acostumbrado a recibir esos días no significaba que pudiera confiar ciegamente en ella. ¿Qué esperaba ganar ella en caso de querer asistirle de verdad y que no fuera una farsa? Tampoco tendría con qué compensárselo...
El recelo asomó a sus ojos con un destello peligroso. Con resolución, mediante un simple, pero no brusco, gesto de cabeza se liberó de tan dulce presa sin llegar a soltar en ningún momento el contacto visual.
– ¿De veras considera que le pueda proporcionar una respuesta después de recibir semejantes palabras llenas de ponzoña? –le dijo en un susurro–. No he estado aquí antes, y la única forma de que me tuviera visto sería que usted estuviera confabulada con aquellos que me han despojado de toda mi humanidad.
Lo dijo con cierta amargura, denotando claramente que él consideraba que había sido humano hasta hace unos días aun careciendo de recuerdo alguno. Por eso consideraba que lo que le decía la damisela no era más que una broma de mal gusto. Se dispuso a ponerse en pie, irguiéndose y manteniendo toda la dignidad de la que pudo hacer acopio, para acto seguido retroceder un paso hacia atrás, notando en la piel lastimada de su espalda el frío roce de las cadenas que lo habían mantenido prisionero hasta hacía unos instantes.
– Intentaré no ser grosero porque le agradezco profundamente que me liberase de mi tortura y no sería cortés por mi parte; así que se lo ruego, por favor... déjese de burlarse de mí y dígame qué es lo que necesita una dama de tan noble cuna de alguien como yo...
Era como una reminiscencia irritante que le recordaba su nueva condición.
El contacto de unos dedos descubiertos y sin guantes que los protegieran le devolvió a la realidad de la situación. No pudo sino alzar la mirada hacia aquellos ojos que lo miraban con aprensión y simpatía, escuchando con atención sus palabras y aceptándolas, por mucho que él considerase que sólo por el hecho de haber recibido tal deferencia ya se sentía en una gran deuda para con ella.
Pero si en algún instante había cruzado por su mente el anhelo de poder confiar en ella, en lo que suponía que estaba siendo una de sus horas más oscuras, lo que le dijo la joven le volvió a poner en guardia. Todo era mentira. ¿Cómo iba a poder confiar en ella? Parecía como si lo hubiera visto tiempo atrás, lo cual le resultaba imposible de concebir siquiera.
Le sostuvo la mirada unos segundos más de lo necesario para proporcionarle una respuesta cuando recibió un nuevo interrogatorio acerca de lo sucedido.
¿Cómo podía confiar en alguien que le aseguraba que lo tenía visto años atrás, con su mismo aspecto, cuando hasta no hacía mucho él había sido un humano? No fue culpa suya que lo convirtieran en la degeneración que era ahora, y no obstante era incapaz de recordar nada anterior a ese incidente, pero una convicción tan certera no podía andar errada. ¿Acaso no lo habrían reconocido en la cárcel de haber estado antes en la ciudad? Alguien debería de haberlo visto. Resultaba casi increíble que ni una sola persona lo hubiera visto anteriormente... hasta que se le apareció a esta doncella, surgida de la nada.
Que le hubiera tratado mejor que a lo que estaba acostumbrado a recibir esos días no significaba que pudiera confiar ciegamente en ella. ¿Qué esperaba ganar ella en caso de querer asistirle de verdad y que no fuera una farsa? Tampoco tendría con qué compensárselo...
El recelo asomó a sus ojos con un destello peligroso. Con resolución, mediante un simple, pero no brusco, gesto de cabeza se liberó de tan dulce presa sin llegar a soltar en ningún momento el contacto visual.
– ¿De veras considera que le pueda proporcionar una respuesta después de recibir semejantes palabras llenas de ponzoña? –le dijo en un susurro–. No he estado aquí antes, y la única forma de que me tuviera visto sería que usted estuviera confabulada con aquellos que me han despojado de toda mi humanidad.
Lo dijo con cierta amargura, denotando claramente que él consideraba que había sido humano hasta hace unos días aun careciendo de recuerdo alguno. Por eso consideraba que lo que le decía la damisela no era más que una broma de mal gusto. Se dispuso a ponerse en pie, irguiéndose y manteniendo toda la dignidad de la que pudo hacer acopio, para acto seguido retroceder un paso hacia atrás, notando en la piel lastimada de su espalda el frío roce de las cadenas que lo habían mantenido prisionero hasta hacía unos instantes.
– Intentaré no ser grosero porque le agradezco profundamente que me liberase de mi tortura y no sería cortés por mi parte; así que se lo ruego, por favor... déjese de burlarse de mí y dígame qué es lo que necesita una dama de tan noble cuna de alguien como yo...
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Noche en el calabozo
Se encontraba profundamente conmovida por la situación pero esto no le impidió notar el cambio en la forma en que Noah la miraba. Sintió de repente como si una solida pared de piedra se hubiese levantado entre los dos. Aquella mirada la hirió profundamente y también la desconcertó. ¿Qué era lo que le ocurría? Al percibir el gesto por medio del cual él liberaba su rostro ella solo acertó a bajarlas con lentitud y apoyarlas sobre su cantó. No podía, ni deseaba, obligarle a soportar su contacto si no era lo que él quería. Luego le miró cuestionando su actuar pero sin decirlo con palabras por el momento.
- ¿Ponzoña? – preguntó estupefacta mientras mentalmente revisaba cada una de sus palabras en busca de cualquier indicio de mal intención sin conseguir encontrarlo. Quería preguntarle la razón por la cual le mal interpretaba pero entonces él continuo hablando y le pareció más prudente dejarle terminar. Sin embargo, cuando esto ocurrió, se encontró sin palabras y por algunos segundos solo atino a mirarle. Fue evidente que le costó ponerse de pie. Ahora él le miraba desde su altura mientras ella permanecía arrodillada en el inmundo suelo. Estaba completamente desconcertada ¿podría haberse equivocado de hombre? No, sus recuerdos eran claros. Incluso la voz y la entonación de cada palabra resultaban las mismas que había escuchado entonces.
– Wow, ese golpe en la cabeza debió de ser más fuerte de lo que pensé – comentó más para sí misma que para el alma desconfiada y evidentemente confundida que tenía en frente – Tiene que ser eso pues estoy segura de que no estoy loca y también de que te conozco de tiempo atrás… hace años que no te veo mi querido Noah y me entristece profundamente las circunstancias de este reencuentro – descartaba de plano el que él estuviese bromeando o fastidiándola a propósito. Estaba demasiado herido y no le recordaba como una persona de mal gusto para las bromas.
Apretó el puente de su nariz con el pulgar y el índice mientras pensaba que hacer a continuación. Y entonces, en medio de su corta meditación, reparó en las palabras exactas que él había utilizado. – Espera – soltó de improviso mirándole nuevamente - ¿Qué fue lo que…? - se interrumpió en la mitad de la pregunta temerosa de incrementar la desconfianza que el actor revelaba. Tomó aire y se humedeció ligeramente los labios antes de continuar – No me burlo de ti, jamás se me ocurriría hacer algo así con alguien que ha sufrido tanto – aseguró en tono serio para luego señalar el aparato de tortura por medio del cual había estado sujeto hasta hacia algunos minutos. Había dejado de hablarle tan formalmente, de pronto le pareció inadecuado, después de todo no eran desconocidos ni se encontraban en una situación donde la urbanidad marcara la pauta.
Solo hasta ese momento decidió ponerse de pie. A pesar de que poder hablarle sin tener que elevar tanto la mirada seria un alivio para ella, no estaba muy segura de cómo lo tomaría él. – Todos tienen que querer algo siempre ¿verdad? – afirmó con tristeza – y yo no soy la excepción. Pero estoy segura de que no es nada de lo que te imaginas. Lo único que deseo es saber que te ha ocurrió, conocer las razones por las cuales te tienen en aquí enclaustrado, el porqué te han torturado… - “y liberarte” pensó sin atreverse a decirlo en voz alta. Era algo que deseaba pero aún tenía que saber que era lo que estaba mal con él.
– No te juzgo por no querer confiar, no después de lo que he visto, pero me duele que dudes de mí ¿Es que acaso no me reconoces?– preguntó afligida acercándose un paso para que pudiese verle mejor las facciones - ¿Cómo puedes decir que no habías estado aquí antes? – había preguntas más importantes pero a veces las cosas tenían que hacerse paso a paso. Si se tensaba mucho un hilo podría romperse así que solo quedaba confiar en su instinto y armarse de paciencia.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Noche en el calabozo
Le costaba digerir todo lo que estaba sucediendo, pero se estaba esforzando para poderlo comprender. Aun así, era demasiado… tantas cosas y tan poco tiempo para asimilarlo, y cada momento no hacía sino empeorar su situación y complicar las cosas todavía más.
Y además, no es que ella le estuviera facilitando precisamente las cosas.
Resopló, ofuscado y confundido, al escuchar con demasiada nitidez aquél pensamiento interno que ella expresó en voz tenue. «Fantástico», pensó pasa sus adentros, «¿acaso es incapaz de creer una palabra de lo que digo?» ¿Cuánto más tenía que sufrir para que le hicieran caso?
Entonces, de entre toda aquella verborrea, hubo una única palabra que le sacó de su ensimismamiento.
Empezó a sentir punzadas de dolor, pero intentó por todos los medios soportarlas. Aquél nombre…. Algo había en aquello que le resultaba muy familiar...
«Mi querido Noah… mi dulce muñeco…»
Otro relámpago de dolor más que le hirió por dentro, y esta vez pareció como si sus ojos se volvieran grises por un sólo segundo, antes de que recuperaran su color verde esmeralda tan característico. Sus manos se crisparon del dolor y cerró sus ojos con fuerza, pero sus dientes no llegaron a rechinar. Pudo contener la agonía, pero era como si ese tipo de dolor le surgiera de lo más profundo de su ser, causado por una voz gélida y autoritaria.
Aquél era su nombre. Y sin embargo, no conseguía recordarlo. Así como cualquier otra cosa que fuera anterior a su situación. ¿Acaso un nombre implicaba tener que padecer tanto? Aquella damisela no se podría hacer una más mínima idea de cuánto habría sufrido. No había palabras suficientes para expresar todo aquello a lo que se había visto expuesto. A decir verdad, que lo tuvieran colgado como una res a punto de ser descuartizada era casi una comodidad digna de uno de los mejores palacios.
Una vez pasado el dolor, y con la vana esperanza que su cuerpo no hubiera demostrado demasiado los indicios de lo que le afligía, alcanzó a ver como ella se ponía en pie, quedando a una altura más normal para mantener la conversación. Aún así, ella insistía en que no era como los demás y que no debería de temerle. Parecía importarle que no pudiera recordarla, como si se sintiera dolida y decepcionada por ello.
No sabía cómo o porqué debería de confiar en ella. Por eso todo su cuerpo se tensó cuando se le acercó un solo paso. Aquél rostro le seguía resultando conocido… y aun así totalmente ajeno.
Nuevas oleadas de dolor le recorrieron todo el cuerpo, cada una más fuerte que la anterior. Volvió a concentrar toda su voluntad en evitar demostrar el dolor que le recorría todos los recovecos de su mente cada vez que intentaba superar el umbral de su memoria. Respiró profundamente para calmarse, y entonces volvió su atención hacia la doncella.
- Reconocería una preciosa cara allá donde las viera… así que mucho me temo que la suya no la tenía vista aún -murmuró con un esbozo de sonrisa socarrona en sus labios- No recuerdo nada antes de… de que me…
No llegó a terminar la frase. Inconscientemente se había subido la manga de la camisa raída que le habían proporcionado, y con ello dejó al descubierto una zona de su piel con marcas enrojecidas por los latigazos. Dolorosos recordatorios que se iban desvaneciendo a cada segundo que pasaban, cubriéndose la piel abierta y recuperando su color habitual. Una característica propia de los lícanos, según le dieron a entender en el barco, y que seguro no pasó desapercibida para ella.
- Esto es lo que soy: una abominación de la naturaleza, creado por monstruos…
Y además, no es que ella le estuviera facilitando precisamente las cosas.
Resopló, ofuscado y confundido, al escuchar con demasiada nitidez aquél pensamiento interno que ella expresó en voz tenue. «Fantástico», pensó pasa sus adentros, «¿acaso es incapaz de creer una palabra de lo que digo?» ¿Cuánto más tenía que sufrir para que le hicieran caso?
Entonces, de entre toda aquella verborrea, hubo una única palabra que le sacó de su ensimismamiento.
Empezó a sentir punzadas de dolor, pero intentó por todos los medios soportarlas. Aquél nombre…. Algo había en aquello que le resultaba muy familiar...
«Mi querido Noah… mi dulce muñeco…»
Otro relámpago de dolor más que le hirió por dentro, y esta vez pareció como si sus ojos se volvieran grises por un sólo segundo, antes de que recuperaran su color verde esmeralda tan característico. Sus manos se crisparon del dolor y cerró sus ojos con fuerza, pero sus dientes no llegaron a rechinar. Pudo contener la agonía, pero era como si ese tipo de dolor le surgiera de lo más profundo de su ser, causado por una voz gélida y autoritaria.
Aquél era su nombre. Y sin embargo, no conseguía recordarlo. Así como cualquier otra cosa que fuera anterior a su situación. ¿Acaso un nombre implicaba tener que padecer tanto? Aquella damisela no se podría hacer una más mínima idea de cuánto habría sufrido. No había palabras suficientes para expresar todo aquello a lo que se había visto expuesto. A decir verdad, que lo tuvieran colgado como una res a punto de ser descuartizada era casi una comodidad digna de uno de los mejores palacios.
Una vez pasado el dolor, y con la vana esperanza que su cuerpo no hubiera demostrado demasiado los indicios de lo que le afligía, alcanzó a ver como ella se ponía en pie, quedando a una altura más normal para mantener la conversación. Aún así, ella insistía en que no era como los demás y que no debería de temerle. Parecía importarle que no pudiera recordarla, como si se sintiera dolida y decepcionada por ello.
No sabía cómo o porqué debería de confiar en ella. Por eso todo su cuerpo se tensó cuando se le acercó un solo paso. Aquél rostro le seguía resultando conocido… y aun así totalmente ajeno.
Nuevas oleadas de dolor le recorrieron todo el cuerpo, cada una más fuerte que la anterior. Volvió a concentrar toda su voluntad en evitar demostrar el dolor que le recorría todos los recovecos de su mente cada vez que intentaba superar el umbral de su memoria. Respiró profundamente para calmarse, y entonces volvió su atención hacia la doncella.
- Reconocería una preciosa cara allá donde las viera… así que mucho me temo que la suya no la tenía vista aún -murmuró con un esbozo de sonrisa socarrona en sus labios- No recuerdo nada antes de… de que me…
No llegó a terminar la frase. Inconscientemente se había subido la manga de la camisa raída que le habían proporcionado, y con ello dejó al descubierto una zona de su piel con marcas enrojecidas por los latigazos. Dolorosos recordatorios que se iban desvaneciendo a cada segundo que pasaban, cubriéndose la piel abierta y recuperando su color habitual. Una característica propia de los lícanos, según le dieron a entender en el barco, y que seguro no pasó desapercibida para ella.
- Esto es lo que soy: una abominación de la naturaleza, creado por monstruos…
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Re: Noche en el calabozo
Odette esperaba a que él asimilara y reaccionara a sus palabras y preguntas. Parecía compungido pero no lo logro revelar si se trataba por su confusión o se era un dolor físico es que le aquejaba. - ¡Pero qué estúpida! - por supuesto que debía estar soportando dolores físico indescriptibles. Era un hombre fuerte, muchos otros estarían quejándose en el suelo de la celda. O podrían simplemente haberle seguido la corriente con tal de encontrar un buen samaritano que les ayudase a encontrar la liberación de aquel infierno. Pero él no. Solo continuaba allí, como si fuese más importante comprender lo que ella le decía que intentar escapar del lugar.
Entonces ocurrió algo que la sobresalto. Un frio indescriptible recorrió su cuerpo para luego ser inundada por una ola de calor. Era una sensación que ya había sentido con anterioridad: terror. Y la causa era Noah, o, más bien, sus ojos. – Calma, pudo ser un efecto de la luz, o solo imaginaciones – pensó tratando de serenarse aunque estaba muy segura de lo que había visto. Sus ojos habían cambiado de color a un frio escalofriante gris pálido para retornar rápidamente al tono natural. Esto hizo que su mente se agitara y vislumbrara rápidamente las páginas amarillentas de un antiguo libro que aun sobrevivía en la biblioteca personal de su suegro.
– ¿Antes de que? – insistió al ver que no completaba la frase. Estaba aturdida y si, también un poco asustada. Luego observó lo que él le enseñaba y esta vez no pudo converse a su mente de que lo veía era una ilusión. Las heridas se cerraban ante sus ojos, como ocurriría sin duda en cualquier persona, pero tan rápido que resultaba contra natura. Sintió como su estomago se encogía e involuntariamente dio un paso atrás, aumentando la distancia que ella misma había reducido algunos segundos antes.
– ¿Antes de haber sido despojado de tu humanidad? – preguntó temerosa utilizando las palabras de él. En otra ocasión le hubiese agradecido por el cumplido pero ahora estaba hecha un lío. – ¿Me estás diciendo que no eres… humano? – otra pregunta estúpida. ¿Cuándo había visto ella a un humano soportar un castigo semejante para luego simplemente inclinarse y sostener una charla? ¿O cuando había conocido alguno al cual le cambiasen los ojos de color? ¿O que unas profundas heridas se curaran en cuestión de minutos frente a sus propios ojos y que a pesar de los años no envejeciera ni un poco? Dio otro paso atrás mientras pasaba con esfuerzo. De improviso tenia la boca completamente seca. ¿En que se había metido?
Entonces ocurrió algo que la sobresalto. Un frio indescriptible recorrió su cuerpo para luego ser inundada por una ola de calor. Era una sensación que ya había sentido con anterioridad: terror. Y la causa era Noah, o, más bien, sus ojos. – Calma, pudo ser un efecto de la luz, o solo imaginaciones – pensó tratando de serenarse aunque estaba muy segura de lo que había visto. Sus ojos habían cambiado de color a un frio escalofriante gris pálido para retornar rápidamente al tono natural. Esto hizo que su mente se agitara y vislumbrara rápidamente las páginas amarillentas de un antiguo libro que aun sobrevivía en la biblioteca personal de su suegro.
– ¿Antes de que? – insistió al ver que no completaba la frase. Estaba aturdida y si, también un poco asustada. Luego observó lo que él le enseñaba y esta vez no pudo converse a su mente de que lo veía era una ilusión. Las heridas se cerraban ante sus ojos, como ocurriría sin duda en cualquier persona, pero tan rápido que resultaba contra natura. Sintió como su estomago se encogía e involuntariamente dio un paso atrás, aumentando la distancia que ella misma había reducido algunos segundos antes.
– ¿Antes de haber sido despojado de tu humanidad? – preguntó temerosa utilizando las palabras de él. En otra ocasión le hubiese agradecido por el cumplido pero ahora estaba hecha un lío. – ¿Me estás diciendo que no eres… humano? – otra pregunta estúpida. ¿Cuándo había visto ella a un humano soportar un castigo semejante para luego simplemente inclinarse y sostener una charla? ¿O cuando había conocido alguno al cual le cambiasen los ojos de color? ¿O que unas profundas heridas se curaran en cuestión de minutos frente a sus propios ojos y que a pesar de los años no envejeciera ni un poco? Dio otro paso atrás mientras pasaba con esfuerzo. De improviso tenia la boca completamente seca. ¿En que se había metido?
Intentaba recordar lo que había leído y para su sorpresa, a pesar de los años, consiguió recordar muchas más cosas de las que realmente esperaba. Describían en él muchas criaturas sobrenaturales sin embargo solo a dos que curasen tan rápidamente. Quería que él quien le dijera que estaba pasando, necesitara escucharlo en voz alta sin expresar conjeturas o suposiciones excéntricas. El hecho de que supiera algo al respecto no le añadía ni un poco de tinte verídico al asunto. – Noah Dómine, ese es tu nombre… el nombre por el cual te conocí aquí en Paris… hace años – pasó nuevamente y tomó una gran bocanada de aire antes de continuar – No tengo idea de por qué no me recuerdas – se detuvo en seco. Tal vez esa no fuese la manera apropiada de llegar a él. Tal vez su amnesia tuviese algo que ver con lo que le había pasado. “Creado por monstruos” había dicho. Un escalofrió la recorrió y fue imposible que no fuera notorio – Mi nombre es Odette Demouy – le confió asumiendo que si no recordaba su rostro menos aun habría de recordar su nombre. Resultaba tan irreal que necesitaba anclarse a algo conocido para no perder la cabeza, y su nombre, una simple presentación, resultaba una pequeña tabla salvavidas. - ¿Que… que eres? se atrevió finalmente a preguntar mientras se apretaba con fuerza una mano con la otra de manera nerviosa.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Noche en el calabozo
Comenzaba a oler en ella el miedo. Por extraño que pudiera parecerle, no era una sensación agradable… también podía escuchar el variable latido de su corazón, batiendo más allá de su piel y causando un incesante martilleo que ascendía de sus tímpanos hasta sus sienes.
Que ella se alejara un paso de él no ayudaba a aliviar aquellas sensaciones, por desgracia.
De entre todo aquél caos, una parte de su mente intentaba ser racional. Las emociones que se mostraban en el rostro de la damisela eran genuinas, lo que le hacía dudar que ella realmente estuviera mintiéndole acerca de que lo había visto en su pasado. Aun así, ¿cómo podía eso ser posible?
Quizás lo que le sucedió en el barco no fue que lo convirtieran… al fin y al cabo, soportó duras torturas. Pudiera ser que le hicieran algo para que no pudiera recordar algo importante…
Sintió otro repentino aguijonazo en la cabeza, pero tan sólo entrecerró los ojos un momento. Se estaba extralimitando. No conseguiría nada forzando su mente hasta tales extremos. Cabía la posibilidad que lo que fuera que su mente había enterrado jamás saliera de nuevo a flote, pero flagelándose a sí mismo no lograría nada.
No vio necesario responder a su interlocutora al momento, puesto que prácticamente estaba deduciendo por sí misma su naturaleza, pero no por ello la miró de forma denigrante. Que alguien fuera algo más que un humano debía de ser… difícil de aceptar.
Escuchar su nombre y apellido no le volvió a causar dolor, pero notó una cálida sensación en su interior. Alzó su mano derecha, la que se hallaba con la tela vulgar recogida, a su pecho, y cerrando el puño, lo presionó suavemente a la altura del corazón.
Debía de elegir con sumo cuidado las siguientes palabras, o aquella chica saldría corriendo despavorida, cuál Caperucita Roja. Era evidente sólo con ver cómo su cuerpo frágil se estremecía.
– Encantado de conocerla… Odette –murmuró, su voz siendo un dulce arrullo, la tonalidad era la más calmada hasta el momento–. Y lamento no poder recordarla. Tal vez se deba a las penalidades que pasé antes de hallarme aquí, pues no recuerdo nada anterior a las torturas que fui sometido antes de escaparme a la ciudad. Pero… ¿está segura que desea saber qué soy?
Observó que ella mantenía un gesto nervioso, pero él no temía que fuera a llamar a los celadores. No conseguía recordarla antes de ese encuentro, pero algo en su interior le decía que se merecía algo más.
Por ese motivo, sin llegar a pronunciarlo en un susurro siquiera, sus labios dibujaron una palabra: «Licántropo»...
Que ella se alejara un paso de él no ayudaba a aliviar aquellas sensaciones, por desgracia.
De entre todo aquél caos, una parte de su mente intentaba ser racional. Las emociones que se mostraban en el rostro de la damisela eran genuinas, lo que le hacía dudar que ella realmente estuviera mintiéndole acerca de que lo había visto en su pasado. Aun así, ¿cómo podía eso ser posible?
Quizás lo que le sucedió en el barco no fue que lo convirtieran… al fin y al cabo, soportó duras torturas. Pudiera ser que le hicieran algo para que no pudiera recordar algo importante…
Sintió otro repentino aguijonazo en la cabeza, pero tan sólo entrecerró los ojos un momento. Se estaba extralimitando. No conseguiría nada forzando su mente hasta tales extremos. Cabía la posibilidad que lo que fuera que su mente había enterrado jamás saliera de nuevo a flote, pero flagelándose a sí mismo no lograría nada.
No vio necesario responder a su interlocutora al momento, puesto que prácticamente estaba deduciendo por sí misma su naturaleza, pero no por ello la miró de forma denigrante. Que alguien fuera algo más que un humano debía de ser… difícil de aceptar.
Escuchar su nombre y apellido no le volvió a causar dolor, pero notó una cálida sensación en su interior. Alzó su mano derecha, la que se hallaba con la tela vulgar recogida, a su pecho, y cerrando el puño, lo presionó suavemente a la altura del corazón.
Debía de elegir con sumo cuidado las siguientes palabras, o aquella chica saldría corriendo despavorida, cuál Caperucita Roja. Era evidente sólo con ver cómo su cuerpo frágil se estremecía.
– Encantado de conocerla… Odette –murmuró, su voz siendo un dulce arrullo, la tonalidad era la más calmada hasta el momento–. Y lamento no poder recordarla. Tal vez se deba a las penalidades que pasé antes de hallarme aquí, pues no recuerdo nada anterior a las torturas que fui sometido antes de escaparme a la ciudad. Pero… ¿está segura que desea saber qué soy?
Observó que ella mantenía un gesto nervioso, pero él no temía que fuera a llamar a los celadores. No conseguía recordarla antes de ese encuentro, pero algo en su interior le decía que se merecía algo más.
Por ese motivo, sin llegar a pronunciarlo en un susurro siquiera, sus labios dibujaron una palabra: «Licántropo»...
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Noche en el calabozo
Bueno, Odette supuso que era un avance el que él no siguiera ni mirándole desconfiadamente ni argumentando las razones por las cuales no la conocía. Había escuchado de situaciones similares, por supuesto. Gente que tras un trauma o un fuerte golpe perdían la memoria parcial o totalmente. Algunas veces se recuperaban, otra no. Pero nunca había conocido a nadie que fuese afectado por tan desconcertante trastorno. Eso unido al hecho de que al parecer no hablaba precisamente con una “persona” en todo el sentido de la palabra. Si fuese un poco sensata daría media vuelta y abandonaría aquella celda, lamentablemente la sensatez no estaba caminando a su lado ese día y la curiosidad por llegar hasta el fondo del asunto, unida al cariño de antaño por el actor, la obligo a permanecer donde estaba.
Asintió con la cabeza como silenciosa respuesta a la pregunta por él formulada. Empezaba mal el asunto pues le confirmaba que se trataba de un “que” en lugar de corregirla por un “quien”. Entonces ella pudo leer en sus labios, más que oírla, esa palabra que estaba temiendo. ¿Qué le pasaría a una noble que se desmayase en un calabozo? La respuesta la aterraba un poco más que la revelación que acababan de hacerle, por lo que tomo aire despacio y se llevó la mano hasta la frente en gesto nervioso. No era posible y aun así allí estaba él, con sus ojos cambiantes y sus heridas que cicatrizaban absurdamente rápido.
–No es posible – murmuró sus pensamientos más para sí que para su interlocutor. Luego le miró con expresión entre alarmada e incrédula – Son mitos, se supone que son mitos… no es posible que tales criaturas existan bajo la luz del cielo – estaba al borde del llanto. Sus labios se movían, expelían palabras que desea creer pero en el fondo sabía que lo que él le decía era real. Existía un mundo oculto al superficial punto de vista de los humanos y ella ya lo había sufrido. ¿Es que acaso no había escarmentado suficiente con los extraños sucesos que nadie podía explicar en su propia mansión? ¿Es que no recordaba aquel desastroso incidente en un baile en su juventud?
Entonces un mal presentimiento se apoderó de ella. - ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué estas preso? ¿Qué hiciste? – ¿eran los licántropos criaturas malignas? El libro decía que sí pero ella se negaba a creer que aquel hombre frente a ella fuese una entidad perversa. Bastaba con mirar sus ojos. Pero también era cierto que se trataba de un actor, podría interpretar con facilidad cualquier papel ¿Y si fuese su amnesia solo una actuación? ¿Si detrás de ojos claros se escondiera la criatura infernal que recordaba haber visto en dibujos hechos a mano alzada? Demasiadas preguntas rondaban su cabeza, se sentía agobiada. Exhalando el aire se acercó a uno de los muro y apoyo su mano contra él mientras esperaba las respuestas a sus preguntas. Un mareo leve se estaba apoderando de su campo visual y requería con urgencia de un punto de apoyo.
Un haz de luz se hizo de repente en su cabeza: él tenía el mismo aspecto que cuando le conoció, por lo tanto debía ser un ser sobrenatural (que locura pensarlo siquiera) desde aquel tiempo. Si así fuese sería un alivio pues nunca en el pasado lo relacionó con actos malvados y por tanto no tendría por qué hacerlo ahora, ¿o sí? Los papeles se habían invertido y ella, que tan solo unos momentos atrás le había manifestado su dolor por sentir el peso de su desconfianza, era ahora quien bullía en suspicacia.
Última edición por Odette Demouy el Dom Ago 25, 2013 9:55 pm, editado 1 vez
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Noche en el calabozo
El tiempo pasaba aunque no fueran conscientes de ello. La situación cada vez se tornaba más surrealista, y a cada palabra que se cruzaban, en lugar de estar más cerca de comprenderse mutuamente, se hallaban más separados por un gélido abismo. No sabía qué era lo que le impulsaba a ella a permanecer allí, pero parecía que, fuera lo que fuera, no iba a quedarse mucho más tiempo.
«Bajo la luz de la Luna, más bien…» pensó con cierta amargura para sus adentros. Ya fueran mitos, leyendas o fantasías, la cuestión era que no le aportaba nada en ese momento. ¿Qué era él? Aquella mujer parecía conocerle desde años atrás… ¿Acaso él había sido lo que era durante años y ahora, por causas ajenas a su entendimiento, había perdido esos recuerdos?
Guardó silencio mientras meditaba. Había tantas incógnitas… su mente tendía a acabar siendo un hervidero de bulliciosas preguntas sin respuesta. Y entonces, casi olvida que no se encuentra sólo y es consciente del creciente rechazo de la joven, a quién le faltaba el aliento, era más que obvio. Le costaba imaginarse qué podía estar pensando ella, pero la compasión comenzaba a aflorar en el sino del licántropo.
Se acercó a la damisela, que se esforzaba en mantener la dignidad por todos los medios que le eran posibles. Sin dudarlo dos veces, acortó la distancia aún más y, sin esperar a que le devolviera la mirada siquiera, la rodeó con sus brazos en un tranquilizador abrazo.
– ¿Aparte de pasearme desnudo por todo el Puerto? – bromeó, intentado sacarle alguna sonrisa aunque fuera por un chiste tan malo como aquél, aun siendo cierto a medias –. No sabría decirte qué hice para merecerme lo que me sucedió, pero el primer recuerdo que tuve fue despertarme en plena tortura… Me hallaba cautivo de una manada de estos seres. Me causaron tanto sufrimiento que no me atrevo a relatar nuevamente, pero cometieron un error al acercarse la Luna llena…
Soltó a su presa y apenas desanduvo un paso para poderla mirar a la cara, si es que ella se dignaba a concederle tal honor.
– Los carceleros no saben nada. No me iban a creer: para ellos el hecho de cruzarse en su camino a un hombre desnudo y recubierto de sangre no admite réplica ni explicación, aunque fuera en defensa propia…
«Bajo la luz de la Luna, más bien…» pensó con cierta amargura para sus adentros. Ya fueran mitos, leyendas o fantasías, la cuestión era que no le aportaba nada en ese momento. ¿Qué era él? Aquella mujer parecía conocerle desde años atrás… ¿Acaso él había sido lo que era durante años y ahora, por causas ajenas a su entendimiento, había perdido esos recuerdos?
Guardó silencio mientras meditaba. Había tantas incógnitas… su mente tendía a acabar siendo un hervidero de bulliciosas preguntas sin respuesta. Y entonces, casi olvida que no se encuentra sólo y es consciente del creciente rechazo de la joven, a quién le faltaba el aliento, era más que obvio. Le costaba imaginarse qué podía estar pensando ella, pero la compasión comenzaba a aflorar en el sino del licántropo.
Se acercó a la damisela, que se esforzaba en mantener la dignidad por todos los medios que le eran posibles. Sin dudarlo dos veces, acortó la distancia aún más y, sin esperar a que le devolviera la mirada siquiera, la rodeó con sus brazos en un tranquilizador abrazo.
– ¿Aparte de pasearme desnudo por todo el Puerto? – bromeó, intentado sacarle alguna sonrisa aunque fuera por un chiste tan malo como aquél, aun siendo cierto a medias –. No sabría decirte qué hice para merecerme lo que me sucedió, pero el primer recuerdo que tuve fue despertarme en plena tortura… Me hallaba cautivo de una manada de estos seres. Me causaron tanto sufrimiento que no me atrevo a relatar nuevamente, pero cometieron un error al acercarse la Luna llena…
Soltó a su presa y apenas desanduvo un paso para poderla mirar a la cara, si es que ella se dignaba a concederle tal honor.
– Los carceleros no saben nada. No me iban a creer: para ellos el hecho de cruzarse en su camino a un hombre desnudo y recubierto de sangre no admite réplica ni explicación, aunque fuera en defensa propia…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Noche en el calabozo
Odette aún se sostenía de uno de los muros cuando el actor avanzó y la envolvió con sus brazos. Su primer instinto fue alejarse, apartarlo de un empellón y colocar tanta distancia como fuese posible entre los dos, por lo menos hasta que tuviese su mente clara con todo el extraño asunto. Pero de alguna manera el toque consiguió tranquilizarla y relajarla, por lo que en lugar de actuar permaneció quieta durante algunos segundos, sintiendo su cercanía y luego, tímidamente, apoyo su mano libre en la lastimada espalda de Noah. Eso aclaró sus sentimientos, por lo menos con respecto a si confiar o no en él. El camino estaba decidido y ya no había marcha atrás.
Por el tono de voz que él utilizó pudo discernir que con sus palabra intentaba decir una broma pero a ella no le hizo gracia – Paseando desnudo en el puerto – repitió en un susurro. Algunos años atrás hubiese dado medio brazo, ella y prácticamente todas sus amigas de la época, por poder contemplar semejante escena. Y fue ese pensamiento el que consiguió finalmente arrancarle un simulacro de sonrisa. Sin embargo la sonrisa se borró rápidamente al escuchar lo siguiente. ¿Con eso quería decir que se había… transformado en lobo? Un escalofrió la recorrió. Se sentía tensa nuevamente y muchas emociones contrarias se agolpaban en su interior.
Permitió con docilidad que él se soltara del abrazo y le devolvió la mirada aunque no estaba muy segura del aspecto que le estaba ofreciendo. La confusión reinaba en su interior. – ¿Entonces ellos solo asumieron que habías cometido un crimen pero en realidad no hay nadie que pueda comprobarlo? - un nuevo escalofrió la recorrió al finalizar aquella pregunta. Estaban hablando de un asesinato y a ella al parecer solo le importaba lo que los guardas sabían o no. ¿Debía preguntar más? La respuesta llegó de manera inmediata ¡No! Entre menos supiera en ese momento más sencillo seria recuperar el control y seguir adelante. Por otro lado él había mencionado la “defensa propia” y ¿quién con menos autoridad moral que ella para juzgarlo por semejante argumento?
– No sé qué pensar. Esto resulta confuso y muy, muy extraño – comentó soltándose finalmente de la pared. – Digo, ¿Qué harías si de pronto alguien te dijera que no es humano? Es una completa locura – enfatizó la última palabra con su dedo índice – y a pesar de esto no puedo ignorar lo que ven mis ojos – soltó un suspiro antes de continuar – Te conozco, o eso creo, hace muchos años nos presentaron en el teatro en el cual trabajabas - pausó un segundo permitiendo le digerir la idea – Eras actor y siempre me pareciste una muy buena persona – en ese punto Odette apartó la mirada y sintió como los colores ascendían a su rostro. Moriría antes de admitir su fascinación pueril para con el hombre que tenía en frente, pero eso no impedía que su conciencia se lo recordara.
La serenidad y aplomo característicos volvían a ella poco a poco. Había decido creerle y debía entregarse por completo a su decisión si pretendía seguir adelante. – Hay mucho más que decir, estoy segura, pero creo que podríamos buscar otro lugar para hacerlo ¿no lo crees? – le preguntó mirando con desagrado la totalidad de la celda. Tenía que sacarle solo que todavía no sabía cómo. Algunas ideas se formaban en su mente pero parecían demasiado arriesgadas - ¿Alguna idea de cómo lograrlo? – la pregunta no solo pretendía que él le ayudara a pensar en un método factible para su liberación, sino que supiera que ella le creía y que estaba dispuesta a ayudarle a salir de aquel embrollo.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Noche en el calabozo
Sabía que con aquél burdo intento de broma no iba a llegar muy lejos, pero había que tener presente que no era algo fácil de explicar. Al menos había intentado quitarle algo de hierro al asunto, lo cual se pudo reflejar levemente cuando ella apoyó su mano en su espalda. Lejos de causarle molestia alguna por rozar alguna zona lastimada, el tacto le hizo ser consciente de lo mucho que anhelaba salir de allí.
No le estaba resultando fácil aceparse a sí mismo con todo lo que estaba sucediendo.
Fue consciente que sus palabras causaban confusión a la joven y la perturbaban de sobremanera. No se le podía tildar de crimen, pero por cómo se le refería ella, era obvio que no todos aquellos que no fueran humanos estuvieran precisamente bien vistos en la ciudad.
– Entiendo que sea difícil de creer, pero no estoy en condiciones para inventarme excusas baratas. Sobretodo lamento no poder recordarte; así quizás no te causaría tanto malestar…
Al parecer, ella lo conocía y según lo que estaba viendo, no tenía motivos para dudar de su palabra. Incluso cuando pudo notar su rubor, del cual no haría mención alguna ni se quedaría observándolo con fijeza, sabía que no le mentía. Realmente le había conocido años atrás, y si era cierto que no había envejecido lo más mínimo, debía ser que, fuera cual fuese su condición, se remontaba a lustros atrás.
Comenzaba a sentirse agradecido por haber tenido ocasión de conocerla, y que quisiera ayudarle desinteresadamente, pero entonces, casi como en respuesta a su pregunta y sin que él pudiera aclararle nada al respecto, reapareció uno de sus carceleros.
– Oh, no se preocupe, tan sólo lo retendremos un par de noches más. Este afortunado diablo será puesto en libertad, pero aun tardarán unas cuantas horas en arreglar todo el papeleo. Una lástima, porque nos quedaremos sin nuestro nuevo juguete resistente… –rompió a reír de forma desagradable mientras volvía a desaparecer por la esquina.
Él suspiró. Estaba tan preocupado por el mal rato que le estaba haciendo pasar a Odette que no había podido escuchar acercarse al celador pese a sus habilidades. Pero comenzaba a escuchar más pasos, y sabía que el tiempo de recreo por aquella noche ya había terminado.
– Mucho me temo que ya no queda tiempo para más visitas. Siento de corazón el daño que te haya podido causar y sufrir lo que estoy padeciendo no es excusable. Deberías irte –dijo con voz apenada–. Sólo con tu visita no tengo suficientes palabras de agradecimiento. Si… si no fuera abusar, y le fuera posible, me gustaría poder verla de aquí a dos noches, cuando me pongan en libertad. Sería agradable contar con una cara conocida…
No le estaba resultando fácil aceparse a sí mismo con todo lo que estaba sucediendo.
Fue consciente que sus palabras causaban confusión a la joven y la perturbaban de sobremanera. No se le podía tildar de crimen, pero por cómo se le refería ella, era obvio que no todos aquellos que no fueran humanos estuvieran precisamente bien vistos en la ciudad.
– Entiendo que sea difícil de creer, pero no estoy en condiciones para inventarme excusas baratas. Sobretodo lamento no poder recordarte; así quizás no te causaría tanto malestar…
Al parecer, ella lo conocía y según lo que estaba viendo, no tenía motivos para dudar de su palabra. Incluso cuando pudo notar su rubor, del cual no haría mención alguna ni se quedaría observándolo con fijeza, sabía que no le mentía. Realmente le había conocido años atrás, y si era cierto que no había envejecido lo más mínimo, debía ser que, fuera cual fuese su condición, se remontaba a lustros atrás.
Comenzaba a sentirse agradecido por haber tenido ocasión de conocerla, y que quisiera ayudarle desinteresadamente, pero entonces, casi como en respuesta a su pregunta y sin que él pudiera aclararle nada al respecto, reapareció uno de sus carceleros.
– Oh, no se preocupe, tan sólo lo retendremos un par de noches más. Este afortunado diablo será puesto en libertad, pero aun tardarán unas cuantas horas en arreglar todo el papeleo. Una lástima, porque nos quedaremos sin nuestro nuevo juguete resistente… –rompió a reír de forma desagradable mientras volvía a desaparecer por la esquina.
Él suspiró. Estaba tan preocupado por el mal rato que le estaba haciendo pasar a Odette que no había podido escuchar acercarse al celador pese a sus habilidades. Pero comenzaba a escuchar más pasos, y sabía que el tiempo de recreo por aquella noche ya había terminado.
– Mucho me temo que ya no queda tiempo para más visitas. Siento de corazón el daño que te haya podido causar y sufrir lo que estoy padeciendo no es excusable. Deberías irte –dijo con voz apenada–. Sólo con tu visita no tengo suficientes palabras de agradecimiento. Si… si no fuera abusar, y le fuera posible, me gustaría poder verla de aquí a dos noches, cuando me pongan en libertad. Sería agradable contar con una cara conocida…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Noche en el calabozo
La mujer dio un respingo al escuchar la voz pastosa y desagradable del carcelero. No le había oído acercarse por lo que la tomó completamente por sorpresa el que les interrumpiera dado su propia opinión sobre un asunto que no estaba siendo discutido con él. La furia la embargó momentáneamente al escucha el inhumano comentario pero había algo que les daba un poco de luz: en dos días estaría libre. Eso podría significar que había mas tras todo el tema que o que el mismo Noah conocía. Ella no creía que simplemente lo soltaran. Si no tenía a nadie que abogara por él bien podría haberse podrido entre los barrotes sin que a nadie le importara en lo más mínimo. Pero, al final, lo que contaba era el resultado. Después habría tiempo para las pesquisas y consultas, por ahora lo rescatable era que estaría en libertad en solo dos días. Volvió la mirada una vez más hacia Noah y sintió como su corazón se encogía ante sus palabras. Para ella se trataba de solo dos días de espera, para el eran dos días más de tortura física y mental.
En ese momento deseo que las amenazas antes conferidas a los guardias fuesen realidad. Tener el reconocimiento social necesario para poder hacer algo para que le soltasen más rápidamente, entablar algún tipo de queja o querella contra aquellos infames hombres, algo, lo que fuera, pero todo estaba más allá de su alcance actual. Algunos años antes la situación hubiese sido muy distinta y eso incrementaba su propio sentimiento de impotencia. Era una de las razones por las cuales había decidió volver a salir al mundo. Andar nuevamente por las calles de París, entrar a restaurantes, entablar conversaciones vanas y falsas con aquellos que se denominaron como “amigos” solo para darle la espalda cuando su reputación fue manchada por chismorreos. Necesitaba recuperar su posición social y bien sabia que el dinero ayudaba pero el verdadero poder estaba un peldaño por encima.
– Me encantaría – contestó de inmediato. Y era cierto, en verdad quería verle en condiciones más favorables para ambos. Quería contarle lo que sabía y que él también se abriera a ella, no solo en lo que refería a su encarcelamiento, sino también a su condición. – Me gustaría poder quedarme, aunque fuese solo para asegurarme de que no le hagan sufrir más de la cuenta – miró un poco cohibida el artefacto al cual, muy seguramente, le volvería a subir. Se estremeció visiblemente. – pero sé que no me lo permitirán. ¿Prometes que me buscaran cuando te liberen? – preguntó con el sentimiento a flor de piel, pero entonces una nueva pregunta se abrió camino entre sus labios - ¿Qué harás cuando salgas? Es decir, ¿Tienes con quien quedarte? ¿Donde dormirás, que comerás, con que te vestirás? – por su charla pasada intuía que aunque tuviese contactos no los recordaría y le revolvía el estomago el pensar en que tuviese que dormir en las frías calles de la ciudad como un indigente. Estaba más que dispuesta a ofrecerle su techo, independientemente de que se tratase de una visita de corto o largo plazo, pero no se atrevía a hacer la oferta de manera tan abierta, prefería primero saber lo que él tenía en mente.
- Off:
- Gracias por la nominación ;)Noah es también una inspiración para mí
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Noche en el calabozo
La rápida respuesta que proporcionó la damisela bastó para aplacar un poco sus ansias de libertad. Por estúpido que pudiera parecerle a cualquier otra persona, eso le reconfortaba y le daba ánimos para aguantar las horas de encarcelamiento que le quedaban por delante. Era tan extraño no saber nada acerca de uno mismo y que, sin embargo, hubieran otras personas que parecían conocerte mejor…
Siguió la mirada de la joven hacia aquella peculiar herramienta mediante la cual le habían estado sujetando tantas horas. No pudo sino esbozar una leve sonrisa al escucharle con detenimiento. De ningún modo iba a permitir que se tomara la damisela más molestias por aquél día, teniendo en cuenta que se había desplazado allí con otros propósitos. Demasiado bien se estaba portando con él como para ahora estar exigiéndole más aún.
– No te preocupes tanto por mí, estaré bien… o al menos, mejor de lo que he estado en estos últimos días.
Iba a responderle a su siguiente pregunta, cuando de repente se vio sometido a un interrumpido interrogatorio fugaz y, confiaba al menos, sincero. De haber sido otra persona, seguramente se habría mostrado receloso o dubitativo a la hora de responderle. Pero él no era así. Intentó contenerse, pero no pudo, y se echó a reír a carcajadas.
– ¿Quieres que te acerque un látigo y me interrogas en condiciones? –le dijo con una sonrisa maliciosa y un tono incitador, antes de volver a reír. Ya sereno, con una encantadora sonrisa en su rostro y con sus brazos ligeramente abiertos con las palmas hacia arriba, para tratar de calmar la conciencia de la doncella–. De momento no tengo a nadie, o al menos eso creo, así que ya me las arreglaré. ¿No creerás que te vaya a pedir asilo después de todos los quebraderos de cabeza que te he estado causando por esta noche? Además, seguro que te he robado demasiado tiempo ya con mi cantinela. Pero te agradezco todo lo que has hecho por mí hasta ahora… es mucho más de lo que podría llegar a compensarte, lo digo de corazón.
Siguió la mirada de la joven hacia aquella peculiar herramienta mediante la cual le habían estado sujetando tantas horas. No pudo sino esbozar una leve sonrisa al escucharle con detenimiento. De ningún modo iba a permitir que se tomara la damisela más molestias por aquél día, teniendo en cuenta que se había desplazado allí con otros propósitos. Demasiado bien se estaba portando con él como para ahora estar exigiéndole más aún.
– No te preocupes tanto por mí, estaré bien… o al menos, mejor de lo que he estado en estos últimos días.
Iba a responderle a su siguiente pregunta, cuando de repente se vio sometido a un interrumpido interrogatorio fugaz y, confiaba al menos, sincero. De haber sido otra persona, seguramente se habría mostrado receloso o dubitativo a la hora de responderle. Pero él no era así. Intentó contenerse, pero no pudo, y se echó a reír a carcajadas.
– ¿Quieres que te acerque un látigo y me interrogas en condiciones? –le dijo con una sonrisa maliciosa y un tono incitador, antes de volver a reír. Ya sereno, con una encantadora sonrisa en su rostro y con sus brazos ligeramente abiertos con las palmas hacia arriba, para tratar de calmar la conciencia de la doncella–. De momento no tengo a nadie, o al menos eso creo, así que ya me las arreglaré. ¿No creerás que te vaya a pedir asilo después de todos los quebraderos de cabeza que te he estado causando por esta noche? Además, seguro que te he robado demasiado tiempo ya con mi cantinela. Pero te agradezco todo lo que has hecho por mí hasta ahora… es mucho más de lo que podría llegar a compensarte, lo digo de corazón.
- Spoiler:
- Gracias por tan grande halago, aunque a veces lamento que algunas respuestas sean un poco más cortas. Espero que eso no te reste inspiración con el resultado...
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Noche en el calabozo
Los colores ascendieron nuevamente al rostro de Odette quien bajo la mirada escudándose en una tímida sonrisa. Se sentía avergonzada por la retahíla de preguntas que le había soltado sin más pero al mismo tiempo una calidez se extendió por su pecho al escuchar la sincera y despreocupada risa. No pudo evitar preguntarse en silencio cuanto tiempo habría pasado desde la última vez que aquel hombre había reído tan despreocupadamente. Después de meditarlo un segundo decidió que prefería no saberlo. Ya llevaba demasiadas imágenes tortuosas en su cabeza como para añadir una más. No, lo que restaba ahora era mirar hacia el futuro, confiar en que los dos días prometidos pasasen rápidamente y dar por hecho que sería como él había pronosticado, mejores que los últimos.
– Podías traerlo pero yo no tendría idea ni de cómo sujetarlo – bromeó sobre la propuesta del látigo sintiendo su rostro arder. Podía añadir algo más pero decidió esperar a que él terminara de reír. Le gustaba escuchar aquel sonido y se prometió a sí misma que haría todo lo posible por volver a escucharle fuera del calabozo. Finalmente la risa fue reemplazada por una respuesta que, de cierta manera, la asombro. Le miró en silencio por algunos segundos. Resultaba un poco desconcertante encontrarse con un espíritu tan firme y una voluntad tan fiera como la que ostentaba Noah. Ella podía observan en sus ojos, y en tono utilizado en su cortes negativa, que no estaba ésta motivada por el orgullo. Era una respuesta sincera de alguien que prefería seguir pasando penurias antes de provocarle algún tipo de contratiempo o incomodidad.
– No me molestaría en lo más mínimo darte asilo pero debes ser cuando tu así lo desees. Solo espero que no olvides este ofrecimiento y que me busques en caso de necesitar… básicamente lo que sea. Solo debes preguntar por la mansión Demouy – toda su vida había contado con los beneficios implícitos del dinero por esa razón al mencionar su hogar no sonó ni pretenciosa ni jactanciosa, simplemente daba una señal de la manera más natural. Los pasos que se acercaban por el pasillo le recordaron que su tiempo juntos había terminado. Ella se acerco y sin reparar en la suciedad y sangre que le cubría, depositó un casto beso en la mejilla de Noah – Te estaré esperando… en dos días. Hasta entonces te deseo suerte – pensó en cuantas cosas deseaba contarle sobre lo que recordaba, el gran actor que había sido, el teatro, la ciudad, los cambios en la sociedad. Además había muchas preguntas que quería hacerle sobre su “condición”. Era muy probable que no pudiese responder la mayoría dado que no recordaba prácticamente nada, sin embargo confiaba en que entre los dos pudiesen encontrar respuestas que le ayudaran a él y calmaran un poco la curiosidad de ella. Y de improviso, y del lugar menos esperado, se instauró en su mente un motivo más para abandonar su reclusión. Ahora dependía de él aguantar dos dias y contactarla una vez fuese liberado; y de ella solo esperar.
- Off:
- Perdona por la demora, fue un fin de semana un poco ajetreado. Por cierto, lo que importa es la calidad más que la cantidad
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Noche en el calabozo
Su sonrisa se amplió aún más al escuchar la réplica de Odette, pese a que sus mejillas parecían enrojecerse por momentos. Esa era la reacción que esperaba sonsacarle, pues era una señal evidente que se hallaba más relajada y no seguía tan tensa como lo había estado momentos antes. Pero aun y así, no podía evitar sentirse decepcionado consigo mismo. ¿Cuán frustrante debe de resultar para alguien que una persona no conserve recuerdos suyos? No hay mayor condena para el alma que el olvido… y pese a tenerla presa en el infierno del abandono, aquella joven parecía dispuesta a querer ayudarlo de verdad. ¿Desinteresadamente? Era probable, pero eso era algo que él desconocía.
Que alguien le mostrara bondad ya era hacer demasiado por él. Tan sólo esperaba no termina decepcionando a nadie.
No pudo evitar sentirse más agradecido ante al sutil insistencia de su rescatadora. Al fin y al cabo, ya le debía más de lo que él sabría poderle compensar: le había dado esperanzas de comenzar una nueva vida, de poder dejar atrás el pasado, por doloroso o esquivo que fuera, y mirar al futuro con renovados ojos. En su mente se grabó a fuego aquél nombre, y se prometió a sí mismo que, algún día no muy lejano, le compensaría por aquél trato tan deferente. Ya pensaría en algo, pues si algo sabía de sí mismo es que era un hombre de palabra que pagaba sus deudas, sin importar cuales fueran.
Sin estar impulsado por el orgullo, consideraba que rechazar tal oferta sería descortés, al igual que aceptarla podría ser tomada a mal. Pero tampoco es que tuviera demasiadas alternativas. Justo iba a darle una réplica, sabedor que por mucho que se negara, no era un mal ofrecimiento, cuando el sonido de unos pasos que se acercaban lo sacó de sus pensamientos. Se había acabado el tiempo. Entonces, ella se le acercó aún más y le besó la mejilla. Fue un gesto tan hermoso y puro que sólo le dio tiempo a musitar un agradecimiento como respuesta, incapaz de reaccionar de otro modo, y antes de que pudiera siquiera retenerla un último segundo para agradecerle, ella ya se había desvanecido.
Dos días. Tan sólo dos días más y nada de lo que le hicieran entre aquellas sucias piedras le causaría más daño. Cuando entró en la celda uno de los carceleros, lo miró con una sonrisa desafiadora, antes que le bendijeran en la delicada piel de su otra mejilla –la que no fue tocada por la joven– de forma cruenta, marcando el inicio de sus última horas como prisionero...
Que alguien le mostrara bondad ya era hacer demasiado por él. Tan sólo esperaba no termina decepcionando a nadie.
No pudo evitar sentirse más agradecido ante al sutil insistencia de su rescatadora. Al fin y al cabo, ya le debía más de lo que él sabría poderle compensar: le había dado esperanzas de comenzar una nueva vida, de poder dejar atrás el pasado, por doloroso o esquivo que fuera, y mirar al futuro con renovados ojos. En su mente se grabó a fuego aquél nombre, y se prometió a sí mismo que, algún día no muy lejano, le compensaría por aquél trato tan deferente. Ya pensaría en algo, pues si algo sabía de sí mismo es que era un hombre de palabra que pagaba sus deudas, sin importar cuales fueran.
Sin estar impulsado por el orgullo, consideraba que rechazar tal oferta sería descortés, al igual que aceptarla podría ser tomada a mal. Pero tampoco es que tuviera demasiadas alternativas. Justo iba a darle una réplica, sabedor que por mucho que se negara, no era un mal ofrecimiento, cuando el sonido de unos pasos que se acercaban lo sacó de sus pensamientos. Se había acabado el tiempo. Entonces, ella se le acercó aún más y le besó la mejilla. Fue un gesto tan hermoso y puro que sólo le dio tiempo a musitar un agradecimiento como respuesta, incapaz de reaccionar de otro modo, y antes de que pudiera siquiera retenerla un último segundo para agradecerle, ella ya se había desvanecido.
Dos días. Tan sólo dos días más y nada de lo que le hicieran entre aquellas sucias piedras le causaría más daño. Cuando entró en la celda uno de los carceleros, lo miró con una sonrisa desafiadora, antes que le bendijeran en la delicada piel de su otra mejilla –la que no fue tocada por la joven– de forma cruenta, marcando el inicio de sus última horas como prisionero...
- OFF:
- Siento también mi demora en contestar, a veces me gustaría que un día tuviera más horas...
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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