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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Sloan Cromwell Dom Ago 04, 2013 7:38 pm

Una duda existencial: ¿cómo puede ser una noche de perros para un licántropo?

Hagamos de la pregunta algo más simple con una explicación clara y concisa de lo que vendría a ser "un día de mierda":
Las mañanas como todas las mañanas eran difíciles de llevar. Para alguien que es buscado por cada esquina conocida y por haber, levantarte y mirarse al espejo que adorna la casucha en la que se esconde llega a ser difícil. Incluso monótono. Sabes que tarde o temprano alguien le verá la cara, la relacionará con el nombre de Grey y entonces las cosas se complicarían. Pero igualmente se levanta cada día, se lava la cara en la tina. Se mira al espejo y sonríe. Simplemente sonríe, porque levantarse en su cama viene a ser un éxito más. Así pues, sonrisa en ristre y baúl abierto, tan solo falta recordar el objetivo del día: seguir al ricachón de turno para un futuro hurto.

La mañana se presenta tranquila, pasajera, con ropajes de noble y coleta de galán. Un lazo bien definido y una casaca de las que derriten mujeres tanto por su belleza como por lo que costó la confección. El seguimiento lleva a nuestro ilustre "héroe" hacia barriadas altas llenas de nobles e hijos de alta cuna. Mujeres que cuchichean y reuniones banales. Todo ello solo puede llevar a un inminente final, siendo la sala de estar de algún millonario como tablero de juegos.
En definitiva: tocaba meterse de lleno en una reunión de clase alta. "Odio este tipo de reuniones". Grey no ve otra forma de seguir con la "persecución" que internarse entre los invitados, mostrando halagos y falsas sonrisas. Haciéndose valer más que los invitados pero menos que los residentes. Unos juegos estúpidos que bien se podrían medir como lo hacían sus antepasados: sacando la espada y cortando cabezas.

Relájese señor Cromwell. Lo está haciendo bien.
- Odio...
Relájese...
- ... estas...
Siente el licor bajar por su gaznate...
- ... gilipolleces...

B.S.O.

Casi quince horas después ahí se encontraba, apoyado en una barra del "Moon Mountain's Pub", empinando el codo con su atuendo de chico rico y disfrutando del espectáculo: nada más y nada menos que un grupo de sus tierras natales. Al menos no todo el día estaba siendo despreciable. Tendría que beber mucho y embriagarse más aun de lo que ya estaba para quitarse el mal olor a rico pomposo. Recordarlo tan solo le producía náuseas... y eso que para un psicópata como él no tendría que ser ningún problema no sentir nada, pues nada sentía... pero las náuseas... Si, las náuseas allí estaban. Siempre... y jamás se alejarían.

La mano rauda y directa se estrelló contra el violín del que estaba tocando. No soportaba ese ruido, esos acordes rasgados y malsonantes. Odiaba los violines por atormentarlo noche si, noche también. La mirada del músico mostraba el miedo y la ira que caracterizaba a todo irlandés. De buen gusto se habría levantado para enzarzarse con el borracho de no ser por la mirada que le echó: una mirada afilada acompañada de una sonrisa perturbadora que le hacía saber que lo estaba esperando.
El músico volvió a las cucharas y Grey a su bebida con una nueva botella.

- Odio estas gilipolleces... - Y mañana será otro día...
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Miér Ago 07, 2013 1:05 pm

La inmortalidad de cada ser radica en su esencia misma.

La calles de París eran casi intransitables debido a la gran cantidad de personas que paseaban por ellas, chocándose las unas con las otras. La ciudad brillaba, iluminada por farolas, luces de comercios y luciérnagas de pantano que deambulaban disimuladamente por el ambiente nocturno. El olor a perro mojado y perfume barato resultaba nauseabundo para su sensible olfato. Las gentes deambulaban por las estrechas calles entre edificios. A nadie parecía importarle ni la humedad ni el frío, ni que poco a poco se fuera haciendo noche cerrada. Las calles rebosaban vida, y aunque Ophelia no alcanzaba a adivinar el motivo de aquel despliegue de pomposidad en los trajes de las damas, se unió a los festejos vistiendo igualmente de gala, mezclándose con aquellos humanos que tanto la desagradaban, abriéndose paso a codazos entre el gentío. Aquello la irritaba de sobremanera, y no fue hasta alcanzar un local lo bastante tranquilo para sentarse, hasta que su rostro no se relajó. Se sentó en el rincón más oscuro y apartado del club, haciendo caso omiso a las miradas lascivas de los borrachos de turno. Bastante tenía con soportar el repugnante olor que su sangre desprendía, como para prestar atención también a sus ininteligibles palabras. No soportaba su forma de hacer, ni de actuar. Eran tan burdos que casi le molestaba tener que compartir el mismo aire. Tanto, que a veces se olvidaba de seguir respirando... algo que no resultaba un problema dada su condición, pero le ocasionaba una sensación molesta, extraña, como si no controlase esa parte de sí misma.

La noche transcurría con normalidad, y las copas vacías iban acumulándose en su mesa a medida que las horas pasaban. Para su sorpresa, había encontrado un pasatiempo entretenido en aquel lugar, repleto de humanos casi en su totalidad: los borrachos son sumamente divertidos cuando comienzan a discutir entre ellos, y a esas horas de la noche incluso comenzaron a surgir apuestas aleatorias que buscaban encontrar vencedor en los enfrentamientos. Por supuesto, ella no se metía, pero gustaba de observar cómo el caos iba comenzando a gobernar su alrededor, desde su apartado rincón, donde no era vista pero podía ver todo cuanto ocurría. Pese a ser la primera vez que iba a aquel sitio, su fama parecía precederla. El camarero, un humano un tanto patoso pero algo agradable, siempre que se acercaba la miraba con ojos curiosos, para finalmente preguntarle si era aquella autora y compositora tan famosa. ¿Tanto? No, realmente no era tan famosa, y menos entre gente de aquella calaña. No había muchas personas humildes que supieran leer, y menos aún que quisieran leer libros como los que ello escribía. Los concebía demasiado complejos como para que lograran entenderlos. Y poco podrían opinar de su música. Los humanos solían poseer menos sensibilidad artística que una pared de mármol.

Bostezó al tiempo que una poco conocida banda de músicos comenzaba a tocar, calmando el ambiente embravecido al instante. No lo hacían nada mal, ciertamente, aunque ella podría darles muchísimas lecciones. Algo era algo. No podía pedir mucho a unos simples humanos, después de todo. Se recostó sobre la vieja silla con una sonrisa serena, aunque carente de toda alegría. Estaba tranquila, calmada, a kilómetros de aquel sitio repleto de seres malolientes y poco interesantes. La música era una de aquellas cosas del mundo mortal que aún lograba transportarla a un universo diferente. No bonito, no maravilloso, simplemente, diferente. El suyo, al que ningún otro podría nunca entrar, ni siquiera escuchando la música que ella componía. Era conocida por muchas cosas, y una de ellas era por la dificultar para comprender lo que quería decir. En esas ocasiones, nuevamente se daba cuenta de lo absurdos que eran los humanos. Siendo criaturas totalmente estúpidas y bastante poco racionales, trataban de buscar la objetividad en algo tan subjetivo como era el arte... Como si seres tan inferiores a ella pudieran siquiera ponerse en su lugar por un instante. Era tan absurdo pretenderlo como intentarlo, y llevar a cabo tales acciones para ella sólo denotaba nuevamente su exceso de egocentrismo. Menos mal que luego soy yo la ególatra...

Y justo cuando creía que nada podría salir mal aquella noche, perdida en sus ensoñaciones, un sordo silencio se apoderó de la sala, y las miradas se dirigieron directamente a un único individuo, el causante de tal estruendo. Un hombre, borracho, como la gran mayoría de los presentes, había destrozado el violín de uno de los músicos, provocando que la banda se detuviera. Ophelia sintió hervir la sangre por sus venas -metafóricamente hablando-, y se alzó de la silla velozmente, como movida por un resorte. - Maldito gilipollas... -Bufó en voz alta, tras fruncir el ceño y torcer el gesto. Salió del oscuro rincón donde se ocultaba, escrutando al individuo desde la distancia. Apestaba a licántropo desde allí. Sintió el descenso de sus colmillos, gesto normal teniendo en cuenta que eran enemigos naturales. Frunció el ceño y se cruzó de brazos, mirándole tan fijamente, que casi parecía que le estuviese taladrando. Le sonaba de algo, aunque a esa distancia no podría decir de qué. La sala al completo pareció sumirse nuevamente en el silencio, y apenas un instante después, la música volvió a sonar, aunque no había rastro alguno del sonido de violines que tanto le gustaba. La gente miraba a ambos individuos con recelo y manifiesto temor. La tensión del ambiente era tal que casi podría cortarse con un cuchillo. Estaba repentinamente enfadada, molesta por su simple existencia, hecho que se hizo patente en su mueca de desagrado.
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Mensaje por Sloan Cromwell Miér Ago 07, 2013 6:03 pm

Un poco de paz... tan solo buscaba un poco de paz. Un recodo donde poder exiliarse a uno mismo y dejar de cagarse en todo cuanto veía a su paso. Un lugar donde pudiera despejar su cabeza y al fin descansar. ¿Era mucho pedir? ¿Tanto costaba tocar con algo que no fuera un maldito violín? Grey opinaba que no lo era.

B.S.O.


Con la marcha del violín lo substituyeron las voces irlandesas, la flauta y un instrumento de cuerda que, por un momento Grey tuvo la irremediable necesidad de arrojar otra botella, pero se detuvo cuando comenzó a sonar. Su mirada se suavizó y su sonrisa volvió a mostrarse mientras seguía el ritmo de la música con los dedos de la diestra. La zurda estaba agarrando otra jarra de cerveza, preparada para bajar por su gaznate.
Sin embargo era el único que disfrutaba de la canción. El resto del pub estaban callados o susurrándose de boca a oreja. Grey seguía sonriendo como un tonto o, como era su caso, como un borracho. Seguía el ritmo, seguía los acordes pero no podía darse cuenta de la sombra que se cernía a sus espaldas. Fue cuando iba a pedir otra jarra de cerveza cuando vio el rostro del barman, el cual estaba apuntando a sus espaldas. "¿Qué tengo a mis espaldas?". Un aroma, putrefacto y agudo que le llegó cruzó las fosas nasales como un puñal al rojo vivo. Exhaló con fuerza como lo hacían los perros cuando se sentían amenazados... pero Grey no se sentía así. Para sentirse amenazado había que tener miedo, había que temer. Grey no sentía nada, ni siquiera lo que era el miedo. Cogió otra jarra, se apoyó en la barra y agarró otra botella para servirse él mismo. Esta vez era bourbon.

- El espectáculo está ante mis narices, no a mis espaldas.

No detestaba a los de su especie. No los odiaba ni quería verlos a todos muertos por segunda vez. Simplemente le daban igual; podían vivir todos los años del mundo que quisieran, beber la sangre que quisieran y follarse a los mortales que quisieran... siempre y cuando él mismo estuviera de por medio. Ni él ni... "ella". Bebió de un trago la jarra de bourbon y la dejó con fuerza sobre la barra, se giró sobre el taburete y...

- ... Retiro lo dicho.

Ante él se presentaba una inmortal si, pero había algo en ella que daba gusto verla. No era lo guapa que era o el color de sus ojos. No era lo rojos que tenía los labios ni la claridad de su piel. Ni sus manos ni sus sugerentes curvas. No era su largo cabello ni el vestido que llevaba. Lo que llamó la atención del licántropo fue lo mismo por lo cual los pájaros salen volando de las copas de sus árboles o los conejos se esconden en sus madrigueras. Fue el motivo del aullido del macho alfa advirtiendo a los cachorros. Era lo que vio que le erizó el bello de su cuerpo.
"De esta no salgo sin sangre... bueno, tengo mucha de todos modos". No borró la sonrisa de su rostro ni cuando se metió la zurda en el bolsillo y sacó un pitillo. Lo encendió con una cerilla y la sacudió para apagarla, dejándola sobre la barra. Tomo el humo que quería del cilindro, con calma, y lo exhaló con el mismo temple, casi disfrutando del momento. Y al final, entre los agujeros de la cortina gris, subió la vista desde sus pies hasta su cabeza.

- Dejemos las cosas claras: ni voy a llamarte preciosa ni tú vas a ser cortés conmigo. Ni voy a preguntar qué hace una chica como tú en un sitio como este ni tú me tomarás como un señor de verdad. Así que solo queda lo de ese enfado: o bien frunces el ceño porque te he echado a perder tu "momento feliz" con mi botella y estás frustrada, o bien acabas de darte cuenta que hoy es uno de esos días del mes. Para ambas preguntas, la respuesta es la misma: el baño está al fondo a la derecha. Para lo segundo ya sabes como va, y para lo primero... seguro que alguien te seguirá para proponerte seguir con tu "momento feliz".

No se la estaba jugando: había cogido todo su dinero, lo había puesto sobre la mesa y había echado los dados por la ventana, sabiendo que de hacerlo no saldría bien parado. Pero cuando un día de mierda degenera a una noche de mierda, tan solo queda ensuciarse pero con una sonrisa de disfrute.[/color]
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Miér Ago 14, 2013 1:26 am

"Los hombres prefieren devolver un agravio a devolver un favor,
porque la gratitud es una carga y la venganza un placer."

Tácito

Se había quedado quieta, muda, rígida, como si el paso del tiempo se hubiese detenido, como si el resto del bar, el resto de personas presentes, se hubiesen desvanecido. Carecían de importancia. La mirada de la vampiresa, así como su atención, se habían quedado fijadas en aquella figura distante, lejana a todo cuanto ocurría a su alrededor. ¿Estaba acaso demasiado ebrio para darse cuenta de que un ser como ella, un vampiro, se hallaba en el local? Debería haberlo notado. Debería haber tenido una reacción parecida a la suya propia en cuanto hubiera puesto un pie en aquel sitio. Eran enemigos naturales. Sus instintos les instaban a asaltarse el uno al otro. Un impulso sobrehumano les obligaba a matarse mutuamente. ¿Acaso era posible hacer caso omiso y actuar como si nada? ¿Como si fuesen criaturas burdas, civilizadas, guardando los modales por miedo al qué dirán? Oh, cómo odiaba aquella máscara que los seres sobrenaturales debían mantener colocada sobre sus hermosos rostros, a fin de que los humanos, las criaturas más absurdas del planeta, no pudieran descubrirlos. ¿Y por qué no podían saber la verdad? ¿Tan frágiles eran para no poder concebir que había en el universo seres superiores a ellos mismos? Les asqueaba. Todos en aquel bar le asqueaban... Y su "enemigo natural" era, sin embargo, quien menos repugnancia le producía. ¿Actuar con normalidad? La normalidad para ella era hacer cuanto quería y decir cuanto pensaba. No iba a cambiar de parecer por nada ni por nadie.

Le miró con intensidad, con ansias, con el deseo de abalanzarse sobre él bullendo en su interior. ¿Qué motivos tenía para hacerlo? Todos o ninguno. Demasiados motivos para asaltarse y ninguno para contenerse. No había contención alguna en alguien como ella. Todo su ser estaba compuesto por piel marmórea, huesos e ira. Sobretodo ira. Y era aquella ira la que más la distinguía del resto de criaturas. Una ira desbocada pero que sólo ella podía controlar. Pero que siempre prefería no hacerlo. Aspiró el aroma del licántropo para luego arrugar la nariz de forma exagerada. No sabía qué le producía más desagrado, si su olor a sangre de "perro" o la borrachera que llevaba encima, y que hacía que su sangre apestara de forma aún más evidente. Odiaba a los borrachos. Eso convertía a las personas en seres primitivos, desagradables, inmundos. Quizá por eso nunca asistía a antros como aquel. Sacaban lo peor de sí misma... Lo peor dentro de lo peor, porque no había nada bueno dentro de sí. Oh, por fin se había dado la vuelta para alegrarle un tanto a la vista. Pese al desagrado que le producía, lo encontraba siniestramente atractivo, para ser mortal. Aunque, bueno, rodeado de humanos, cualquier ser no-humano solía parecérselo. Y fue al ver sus ojos bicolores desde la distancia, cuando su nombre surgió entre sus pensamientos.

Grey. Un asesino. Un asesino que había sembrado el caos que tanto le gustaba por el mundo. Interesante. Muy interesante. ¿A qué se debía entonces aquella dejadez evidente en su aspecto desaliñado? Parecía demasiado perdido. Demasiado para haber sido alguien tan conocido como buscado... Y fue entonces cuando habló. Las palabras salieron a trompicones de su garganta. Casi notó el sabor a veneno que destilaban. Casi logró saborearlo. Y extrañamente, le gustó. Le gustó casi tanto como la había enfurecido. Apretó los puños hasta que notó la carne hundirse bajo sus uñas, y la sangre fluir levemente por las heridas provocadas. Dibujó una sonrisa siniestra, carente de alegría, que le ensombreció la mirada. Avanzó unos metros hasta quedarse a mitad de distancia. Sopesó sus palabras por un momento. Por un instante que le pareció eterno, y luego poso sus manos en las caderas, y ladeo la cabeza para chasquear los dientes con cierto fastidio, sin borrar su sonrisa.

- Ahora, dejemos otra cosa clara. Ni iba a ser cortés contigo ni te debería parecer preciosa... a menos que seas estúpido. Yo, dada mi condición, puedo estar donde me parezca. Pertenezco al mundo, y el mundo me pertenece. Y sí, tú, jodido perro, fastidiaste mi momento "feliz", aunque no es esa la palabra más exacta para describirlo. Jodiste mi momento tranquilo, mi momento de paz con tu repentino exabrupto, jodiste una música encantadora porque eres un maldito y asqueroso borracho... Y ahora... -Veloz como un rayo, apareció frente a él, tan cerca que casi podía respirar su alcoholizado aliento. De haber sido mortal, hubiese necesitado contener una náusea. - Dime, ¿a qué coño te refieres con eso de "uno de esos días del mes". Ignoraré tus incoherencias, propias de un ser despreciable como tú... Pero te advierto de una cosa. -Se acercó aún más y le miró directamente a los ojos, una mirada salvaje, peligrosa. - Mi paciencia es escasa y puedo ser bastante peligrosa si me lo propongo... Así que te sugiero largarte ahora mismo de este antro, o te sacaré yo a rastras. -Exigió, conteniendo las ganas de zarandearle. Había decidido que aquel sería su momento, su lugar de descanso. Y no iba a permitir que un estúpido y patético hombrecillo la fastidiase.
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Mensaje por Sloan Cromwell Jue Ago 15, 2013 5:51 am

Mal. Muy mal. Si lo que esperaba era que Grey se acongojara, se revolviera sobre su taburete y echara a correr... ¿y lo de acercarse tanto? Lo peor de lo peor, porque la contestación del castaño fue darle un beso en la totalidad de sus labios y una sonrisa cómica en los propios.

- ¿Ves? Me estás dando la razón con tantas hormonas revolucionadas.

Se llevó otra vez la jarra de cerveza a la boca mientras en una esquina del bar escuchó una pequeña sonrisa de hombre tras su comentario de "sus días del mes". Todo el pub estaba pendiente de ellos, incluso los músicos los cuales hacían ver que buscaban una nueva canción entre su repertorio mientras mantenían sus orejas y ojos pegados a la sobrenatural pareja. "Somos el circo personal de estos parroquianos... y me lo estoy pasando en grande". Sería el efecto del alcohol o sería por su cabeza "destrozada", pero tener aquella vampira tan de cerca, amenazándole con sacarlo a rastras del pub le parecía tremendamente gracioso y entretenido. De nuevo no era por el odio natural que se tenían ambas razas; a Grey se la traía al fresco. Era simplemente ver que podía irritarla con cuatro palabras y esperar a su reacción. Seguramente lo del beso tendría sus consecuencias pero... ¿qué le haría? ¿Arrancarle la cabeza? Para eso tendría que esforzarse y bastante, y si lo intentaba bueno... tendría otro tipo de diversión.

- ¿Cómo? ¿Nos acabamos de conocer y ya me quieres sacar a rastras del pub? ¿Cuándo te di un anillo y por qué no estás con los niños? - Cada vez eran más los sonidos de pequeñas risotadas que morían antes de ser totalmente audibles, y más las bocas de sorpresa sabiendo que aquella no era una riña cualquiera, sino que se olía a "pelea de taberna" y de las que hacen historia. - Pobres, aguantar a una madre así - esta vez se dirigía a los demás "lugareños". - Aunque claro, yo también querría ser niño si me amamantaran semejantes pechos.

Era lo que faltaba para que saltaran las últimas chispas. Los hombres más osados levantaron las jarras y gritaron al unísono como respuesta al comentario de Grey. Se había ganado por así decirlo su "agrado" aunque a él... ni fu ni fa. Si había soltado semejante comentario era más que nada para atizar las brasas que se acumulaban bajo los pies de la vampira. Lo pudo saber cuando volvió la mirada a la fémina y esta pudiera ver sus ojos, atrevidos, insultantes y provocadores mientras se terminaba su jarra de cerveza. Depositó un franco sobre la mesa y el barman se lo llevó de inmediato. Golpeó el licántropo con sus nudillos dos veces sobre la barra y el barman le sirvió algo más fuerte que una simple cerveza.
La noche daría de si y necesitaba un poco más de "carburante". No es que se sintiera cansado ni necesitara los efectos del alcohol para "hablar" con alguien. Era tan simple como que tenía sed.

En un momento de "descanso" observó a la fémina que tenía justo delante desde la escasa altura del taburete: cabellos largos, labios rojos sangre, mirada de odio y superioridad, piel tersa y nívea, buena delantera... "Será que cuando se crea un vampiro sale de algún catálogo". La mayoría le parecían iguales, tan inmortalmente jóvenes y de belleza perfecta que eran incluso aburridos. La mente le devolvió las miradas de esos dos gemelos tras su jugarreta y recordando tiempos pasados. No pudo evitar ladear la sonrisa. "La vida me sienta mejor que la muerte".

- ¿Vas a pedir algo o te vas a quedar aquí mirándome por el resto de la noche?
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Sáb Sep 14, 2013 1:30 pm

Cuando Ophelia pensaba en una noche tranquila, sin altercados de ningún tipo... No se imaginaba algo como aquello, sino efectivamente lo mismo que esperaba. Una noche tranquila, calmada, sin ningún tipo de altercado, y eso incluí el hecho de toparse con licántropos tocapelotas y borrachos que en lugar de darle la razón a ella se la diesen a él. Era lo que le faltaba. El colmo para cerrar una noche que había empezado bien, y que estaba comenzando a torcerse de forma exagerada. El licántropo estaba borracho, y por experiencia sabía que la explosividad propia de esa especie, mezclada con el alcohol en la sangre no eran buena combinación. Pero peor combinación era juntar a un licántropo con malas pulgas en el mismo bar que una vampiresa sedienta y con tanta mala leche. Porque, reconozcámoslo, Ophelia ni era ni había sido nunca todo corazón. Para ella ser "agradable" significaba decir todo cuanto pensaba como primero se le ocurría. Y el resto de la sociedad no estaba de acuerdo.

¿Y qué hace el licántropo, ajeno a toda aquella reflexión filosófica que estaba teniendo lugar dentro de la cabeza de la vampira? Plantarle un beso en los morros, como si nada. Como si ella fuera una fulana, una cualquiera... Una simple humana débil a la que manejar a gusto sin que se quejase. Nuevamente, se estaba confundiendo. Y si fuera listo, aun estando borracho, se habría dado cuenta con sólo observar su expresión. Lamentablemente, no era demasiado listo, aunque probablemente lo fuera más que cualquier otro estúpido de los que poblaban la tasca y ahora se mofaban de ella. Sintió la sangre hervir en sus venas -metafóricamente- y sus colmillos descendieron, haciéndose visibles. ¿Qué narices se creían? Ellos no significaban nada. Eran míseras y patéticas motas de polvo en medio de aquel desierto. Su vida no significaba nada para ella. Podría acabar con todos en menos de cinco minutos, y ni siquiera se inmutaría. Pero no. En aquel momento, todos sus sentidos estaban enfocados en el licántropo. Su mirada perforaba los ojos ajenos, como queriendo averiguar de qué estaba hecho realmente el hombre que acababa de humillarla de aquella forma.

Hizo caso omiso a sus palabras. A palabras necias, oídos sordos... Ahora lo que más le fastidiaba no era haber sido humillada en público con un ser inferior como él. No. Ni siquiera el repugnante sabor que había quedado impreso en sus labios tras el fugaz y forzado beso. No. Lo peor era ver que aquellos patéticos humanos se burlaban de ella como si fuese igual que a aquellas mujeres, sus mujeres, que probablemente aguardaban en sus casas a su llegada. Volverían habiéndose gastado el sueldo en beber hasta caer inconscientes. Eso era lo peor. En cuanto sintió el vomitivo aroma del aliento de un borracho a su derecha, con un movimiento seco y rápido se giró, encarándole. El borracho respondió riéndose, mofándose a su costa. Y ella actuó de forma veloz, dibujando una sonrisa sarcástica, fría, llena de rabia, estampando su cabeza contra la barra con tal fuerza, que la sangre comenzó a brotarle de la ceja, abierta.

- La próxima vez que quieras reírte de alguien... Elige mejor. Escoria. -Dijo con voz grave, fría, carente de emoción. La voz de la muerte era la que hablaba. Al instante, todos aquellos que antes se burlaban de ella y de la escena en que andaba metida, enmudecieron y su vista viajó desde los dos individuos enfrentados hasta el techo, o el reloj. Algunos salieron tras pagar sus copas, conscientes de que si la cosa acababa poniéndose fea, ellos saldrían mal parados. Acto seguido, y cuando sintió que poco a poco las miradas se alejaban de la escena, encaró nuevamente al licántropo, esta vez, agarrándole fuertemente del cuello de la camisa y mirando a sus ojos con tal fijeza, que casi podía ver lo que había detrás de su cabeza. - Tú, pedazo de mierda. Vuelve a dirigirte a mi como si fuese una de las barrio-bajeras a las que puedes tener acceso dado tu estatus y tu... clase, y no sólo te quedarás sin cabeza... -Llevó la mano que le quedaba libre hasta la entrepierna del licántropo, y lo sujetó con demasiada fuerza como para que alguien lo confundiera con un gesto de picaresca. - ¿Me he expresado con claridad? -Farfulló, para luego separarse de él escasos milímetros. Apestaba a alcohol y su piel era demasiado cálida.

Dio por finalizado su acercamiento, cuando con un gesto instó al camarero a que se acercase, para luego pedirle una botella de ron y un vaso. De un simple golpe de cadera, empujó al hombre que aún yacía inconsciente sobre la barra, sangrando. Se bebió el contenido del vaso de golpe, sin prestar atención a nada más. El bar se vació lentamente, aunque los cuchicheos de quienes permanecían en él no hacían más que aumentar en volumen y cantidad. Prefirió hacer caso omiso. Llevaba meses sin tener a ningún cazador tras suya, lo único que le faltaba ahora era eso.
Ophelia M. Haborym
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