De nuevo otra vez, tú [Ophelia Haborym]

por **Lucius Grimm** Lun Nov 18, 2013 12:03 pm

1852. Exactamente 1852 años llevaba velando por su seguridad. ¿Qué era 1852 años para su existencia? En realidad nada. Pero sin duda los nuevos tiempos prometían el avance de la civilización como nunca antes lo había hecho. En el aire se podía oler lo moderno y aunque en su opinión el Renacimiento había sido una época mucho más bella, el siglo XVII no estaba mal de momento. Pero solo acababa de empezar, por supuesto, podía torcerse en cualquier momento.

Sabía donde vivía. Obviamente lo sabía y en más de una ocasión había merodeado por allí. No le fue en absoluto difícil encontrar el camino hasta la alta puerta de aquella mansión. Acababa de anochecer y en el cielo aún se podía sentir el suave calor del Sol de Invierno. Las calles estaban nevadas y la nieve se acumulaba al borde de las aceras. Vestido de pies a cabeza de negro, atravesó la verja y llegó hasta la entrada con el silencio característico de un ser tan antiguo como él. Llamó una vez, no hizo falta más para que alguien del servicio le abriese.

-Vengo a visitar a lady Haborym-lo dijo serio, con su voz tranquila y serena, neutral y fría por el paso de los años. Le dejaron pasar y cuando entró sus ojos azules observaron con un interés tedioso lo que le rodeaba. Una criada le llevó hasta una salón que ostentaba riqueza. Los sillones ricamente decorados, la chimenea encendida y gran parte de las paredes repletas de libros.
-¿Por qué nombre he de presentarle, monseur?-preguntó la mujer.
-Lucius.
-¿Lucius... y su apellido, monseur?

Él esbozó una fría sonrisa que podría haberse interpretado como de fastidio pero simplemente era de perspicacia. Sus ojos sin embargo no reflejaban alegría alguna en su fría pupila.

-Ella no necesitará más-la aseguró.

Dicho esto la criada salió del salón en silencio, cerrando tras de si y Lucius se dispuso a esperar. Quieto como una estatua en la sala puso atención en su oído que podía atravesar las paredes de aquella mansión. Siguió los pasos de la joven criada que subía las escaleras y el fru frú de su falda al arremangarsela. Oyó como los tacones suaves no repiqueteaban, amortiguardos por la alfombra del segundo piso y después como, finalmente, llamaba a la puerta de la habitación donde Ophelia se encontraba.