Contrato mortal | La caída del príncipe

por **Gyöngyvér Kovács** Miér Ago 14, 2013 12:42 pm

La puerta de la cabaña se abrió, era una noche de verano y llovía a cántaros. Las velas de cera estaban cercas de acabarse por lo que la luz era mortecina. El intruso se fue acercando con seguridad a la figura femenina que le daba la espalda por estar contemplando el amplio campo desde una ventana. La luz simulaba que el cabello cobrizo de la anfitriona ardiera cual llamas y los escasos rayos de luna que penetraban las espesas nubes resaltaron el perfil cuando se dio media vuelta para recibir al intruso.

—Dicen que eres una habilidosa cazadora— era la voz de un hombre, el intruso llegó hasta ella y se quitó el sombrero haciéndole una reverencia. La anfitriona lo analizó, no era cualquier hombre y aunque ella no lo había visto jamás no dudó en ningún instante que aquel hombre apuesto y joven se trataba de un miembro real, por su acentuación un inglés. Gyöngyvér sonrió con picardía y sacó un cigarrillo, el hombre se apresuró a acercarle lumbre y luego de asegurarse que el cigarrillo estaba encendido guardo el elegante encendedor. La mujer dio una calada y por ese breve instante en el que el cigarrillo se torna roja, los ojos grisáceos de Gyöngyvér brillaron con maldad.

—¿Eso dicen?... Dime hombre, ¿qué es lo que quieres?— le espetó en tono juguetón para después dar otra fumada. Pero el hombre comenzó a verse nervioso, los ojos de la asesina había adoptado un expresión indescifrable lo que al parecer le incomodó. Sin embargo, y aunque titubeando él continuó. —Me dijeron que no eres muy costosa y que a veces lo haces gratis— dijo con torpeza, mas ella no mudó de expresión, sólo le dio otra calada a su vicio. —¿Qué es lo que quieres?— repitió con sapiencia manteniendo el mismo semblante.

—Quiero saber si es verdad— respondió con cierto recelo a lo desconocido. La cazadora volvió a darle una fumada y le arrojó el humo con prepotencia. —Reconozco que soy una mujer habilidosa, sin embargo, tienes que decirme que quieres para darte a conocer mi precio... ahora ¿alguien te dijo que hago las cosas gratis? Eso es una estupidez— reprendió mientras volvía a darle otra calada al cigarrillo pero esta vez dirigiendo el humo a un costado. El hombre caviló nervioso, los ojos y la sonrisa malvada a penas visible por la traicionera luz de vela no hacían más que incrementar la apariencia maligna de la cazadora.

—¡Quiero que hagas sufrir al príncipe de los Países Bajos, quiero que lo tortures y destruyas su mundo y al final lo mates— por fin el hombre había abandonado su temor y había ido al grano tal como le gustaba a Gyöngyvér.