Una semana fuera de la riqueza {Privado}

Hasta que la muerte nos separe… - El gélido susurro del rencor asomo su presencia en los fríos labios de la dama, la ironía de haber esperado la muerte de su “marido” para poder obtener su libertad, la estupidez… de creer que el matrimonio acababa en la típica frase de “Hasta que la muerte los separe”; Estaba muerta, naturalmente era un cadáver que solo se alimentaba de sangre pero.. seguía unida a él y como si fuera poco, por toda la eternidad. Evitaba salir a la calle tanto como le era posible, no solo el hedor putrefacto que se establecían en las calles de París era una molestia para ella, aquella sangre agitada y extasiadas en el interior de las personas se volvía una molestia para proseguir con su auto-control. La práctica de la medicina, si bien era algo que adoraba, la había dejado poco tiempo después de que su ser cambiase a una de aquellas bestias, pocas eran las ocasiones así como aquellos que llegaban a su casa en buscar de su esposo y su persona, para tratar enfermedades o cirugías. No sabía que sentir sobre sí misma, no estaba viva pero tampoco muerta, solo era un ser demoníaco que se alimentaba de la sangre de otros y, no siempre se podría contener, por lo que terminaban matándolos… Daba vida y la quitaba, sería algo hipócrita creerse dios; Un dios no era la aberración que ella lo era, en otra ocasión, podría haber sentid algo parecido al regocijo por eso, pero no ahora, no en carne propia.

Aquel olor, que fácilmente podía identificar, se acercaba como era de costumbre hacia el lugar al que llamaban “hogar”, sin apuro alguno, comenzó a cubrir su cuerpo con las escasas sedas que la ocultaban cada vez que estaba en casa, le agradaba sentirse cómoda y andar con esa libertad, por lo que nunca desaprovechaba las oportunidades así.  Atedio fijamente su silueta en el espejo de cuerpo entero, antes de esconderlo por completo de las paredes de la enorme habitación; Su voz llego a sus oídos cual suave brisa veraniega a su rostro, se sintió tentada de poder contestar algo, pero no podía, era mejor dejar esas peleas para otro momento, después de todo, aún seguía con la maldición de poseer toda la eternidad para discutir y recriminarle lo que ahora era.
El alborotador aroma a hierro y sal lleno de ardor su garganta, apresuro paso pero sin llegar a ser obvio, apareciendo a los segundos casi enfrente de el, solo saludo con un asentamiento de cabeza; los abrazos y besos no eran demasiado normal en aquella eterna pareja, por lo que solo se limitaban a mantener la fachada enfrente de terceros.

Básicamente ignoraba lo que decía, así como lo hacía con las mayorías de las cosas que lo rodearan, la “bebida” acoplaba el ardor y la ansiedad de su ser a cada largo sorbe que daba del contenido, si él se iba, solo significaba una cosa … pero antes de que pudiera pensar en ella, su amado marido ya había hecho planes para ambos – Si así lo desea, mi señor – ¿Que podía hacer? La suerte no era su fuerte al parecer, ni en esta vida ni en ninguna otra, ya que no tenía otra; Se podría decir que lo positivo es que saldría de esa inmunda ciudad e iría a otra, no peor pero, al menos con un aire más puro – ¿Cuáles son los indicios de la supuesta enfermedad? – La sequedad con la que había soltado aquellas palabras hasta a ella le había sorprendido, dejo el recipiente sin sangre sobre la mesada, llenándola de agua mientras proseguía; Iba a decir algo, pero prefirió seguirlo hasta el cuarto que compartían para comenzar a preparar sus propias maletas; Sin un tiempo determinado, lo mejor sería llevar lo suficiente como para lo mismo, tampoco podía llevar vestidos exageradamente glamorosos, irían a los campos a “investigar” no comprendía bien en que podía ayudar un medico a ese tipo de necesidad, pero la ayuda estaba solicitada y correspondida.