AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
2 participantes
Página 1 de 1.
Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
Abrió los ojos y dio un salto de la cama, levantándose de golpe. Sonrisa de oreja a oreja y cara de no haber dormido lo suficiente. ¿Pero qué importaba eso cuando el cielo era tan azul y claro? El débil calor del Sol acariciaba sus mejillas, colándose en su diminuta habitación por el gran ventanal que ocupaba casi lo que un muro entero. Se estiró como un gato recién levantado, y abrió la ventana para sentir el aire frío arañándole la piel con insistencia. El paisaje invernal la trasladó a su más tierna infancia. Recordaba el tacto de la nieve sobre su rostro desnudo, sobre sus manos peladas por el frío... Recordaba su sabor helado y seco al mismo tiempo... No era su estación favorita, ciertamente, pero un paisaje nevado siempre le había parecido una de las mejores visiones que nadie pudiese observar. Se resguardó bajo un ajado vestido de cuello vuelto, y cogió su cesta de flores dibujando una enorme sonrisa, como respondiendo de forma amable al olor suave que desprendían. La calle permanecía desierta, y sólo entonces se le ocurrió mirar su viejo reloj de bolsillo. Apenas eran las siete de la mañana del domingo. Un profundo bostezo se le escapó de la garganta, mostrándole la queja de su cuerpo por el madrugón innecesario al que lo había sometido.
Le sacó la lengua a su conciencia y siguió caminando por las calles vacías, dejando una flor cada dos puertas, ejecutando un recorrido que solía hacer todas las mañanas. Su corazón estaba feliz. Hambriento. Cansado, pero feliz. Correteó por callejuelas hasta llegar al centro de París, sintiéndose dueña y señora de la recién despierta "ciudad del amor". Sus pasos la guiaron hasta el parque de diversiones, ante el cual se buscó un sitio bajo la sombra de un árbol sin nombre, y tras darle las gracias al centenario ser vivo, comenzó a comer su "desayuno", apenas compuesto por una manzana y una naranja. Era todo cuanto tenía, y aún así, se dedicó a compartir lo poco que le quedaba con una simpática ardilla que se enredó en sus cabellos. Un feriante, que recién se disponía a abrir su puesto de manzanas de caramelo, le sonrió y le dio una a cambio de una flor. No era la primera vez que se quedaba allí hasta que abrían un poco más adelante en la mañana, y aquel gesto amable siempre se repetía. Luego ella paseaba por entre las atracciones y los puestos sonriente como una niña pequeña, aunque con el sentimiento de vacío que siempre sentía cuando se veía rodeada de familias felices sin ninguna preocupación. Mordió la manzana sonriente y acarició a la ardilla con cariño, esperando a que las primeras personas fueran llegando para seguir repartiendo sus flores. Algo que muchos no sabían, era que ella no pedía nada por las flores. A veces alguien le daba algo, pero ella nunca lo reclamaba. Hacer feliz a las personas no tiene precio, y no sería ella quien lo ponía. Se acercó a dos niños que se acercaron a la entrada y les tendió una flor. Ellos la arrojaron al suelo y se mofaron de la muchacha, que se alejó simplemente, algo dolida pero aún manteniendo la sonrisa, temblorosa.
Le sacó la lengua a su conciencia y siguió caminando por las calles vacías, dejando una flor cada dos puertas, ejecutando un recorrido que solía hacer todas las mañanas. Su corazón estaba feliz. Hambriento. Cansado, pero feliz. Correteó por callejuelas hasta llegar al centro de París, sintiéndose dueña y señora de la recién despierta "ciudad del amor". Sus pasos la guiaron hasta el parque de diversiones, ante el cual se buscó un sitio bajo la sombra de un árbol sin nombre, y tras darle las gracias al centenario ser vivo, comenzó a comer su "desayuno", apenas compuesto por una manzana y una naranja. Era todo cuanto tenía, y aún así, se dedicó a compartir lo poco que le quedaba con una simpática ardilla que se enredó en sus cabellos. Un feriante, que recién se disponía a abrir su puesto de manzanas de caramelo, le sonrió y le dio una a cambio de una flor. No era la primera vez que se quedaba allí hasta que abrían un poco más adelante en la mañana, y aquel gesto amable siempre se repetía. Luego ella paseaba por entre las atracciones y los puestos sonriente como una niña pequeña, aunque con el sentimiento de vacío que siempre sentía cuando se veía rodeada de familias felices sin ninguna preocupación. Mordió la manzana sonriente y acarició a la ardilla con cariño, esperando a que las primeras personas fueran llegando para seguir repartiendo sus flores. Algo que muchos no sabían, era que ella no pedía nada por las flores. A veces alguien le daba algo, pero ella nunca lo reclamaba. Hacer feliz a las personas no tiene precio, y no sería ella quien lo ponía. Se acercó a dos niños que se acercaron a la entrada y les tendió una flor. Ellos la arrojaron al suelo y se mofaron de la muchacha, que se alejó simplemente, algo dolida pero aún manteniendo la sonrisa, temblorosa.
Última edición por Jeanna S. Amdahl el Sáb Oct 19, 2013 3:32 pm, editado 1 vez
Jamile S. Czinege- Gitano
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 06/09/2013
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
Callum no solía levantarse temprano porque sus horas de sueño eran muy inconstantes, siempre interrumpidas por un insomnio que no lograba vencer, por las cada vez más aterradoras pesadillas que por las noches le impedían cerrar los ojos y que por el día le provocaban somnolencia, por esos terribles pensamientos que no lo dejaban ni un segundo, atormentando y enfermando más su mente. Su cuerpo estaba desgastado por el cansancio, las ojeras seguían oscureciéndose bajo sus ojos y su mirada perdida y ausente se intensificaba. Esto incrementaba el mal humor que el muchacho mostraba siempre, porque de algún modo sentía que debía desquitarse con alguien, aunado a su ya acostumbrada –y terrible- forma de ser que pocas veces tenía una explicación coherente.
La única verdad es que Callum necesitaba ayuda profesional, ser controlado con medicamentos, asistir a terapias, pero se negaba a aceptarlo. Le aterraba la sola idea de regresar a un sanatorio como del que había logrado escapar y estaba convencido de que si le llevaban a otro, lo quemaría nuevamente como el anterior, no importando cuántas vidas se perdieran en esa ocasión porque, para él, él estaba por encima de cualquier persona. Su espíritu de sobrevivencia lo llevaba a rebasar los límites del egoísmo y lo convertía en un muchacho cruel e insensible.
Esa mañana se levantó con el mismo dolor de cabeza que se había ido a la cama, pero mucho más intenso. Intentó aminorarlo masajeándose la frente pero fue inútil. Era algo con lo que había tenido que vivir desde hacía mucho tiempo y podría decirse que ya estaba lo suficientemente acostumbrado a ello, a convivir con el dolor, y no solo el físico.
Desde que había conocido a Levana, la bruja con la que ahora compartía un techo, pocas veces se separaba de ella, pero en esa ocasión al verla dormir tan placidamente, como él no era capaz, no quiso despertarla y la dejó descansar. Decidió tomar un poco de aire para despejar su mente y terminó por adentrarse en el lugar menos esperado: un parque de diversiones.
Allí se encontró con una muchacha muy peculiar que logró captar su atención, algo que no ocurría a menudo, ya que para alguien como él todo el mundo le era indiferente. Paseaba por las calles entre la muchedumbre, podía estar en medio de una multitud, y no girar su rostro jamás. El mundo era una especie de masa gris a su alrededor, sin rostros ni voces, y solamente de vez en cuando aparecía un punto de color distinto, un susurro, una cara.
Se sentó en la acera de enfrente para observarla y se echó a reír cuando fue rechazada por los dos chiquillos.
—¡Eso es lo que te mereces, por ingenua! —le gritó desde el otro lado de la calle para asegurarse de que pudiera escucharle, y aunque el dolor de cabeza lo machacaba por dentro, su sonrisa no se desvaneció.
La única verdad es que Callum necesitaba ayuda profesional, ser controlado con medicamentos, asistir a terapias, pero se negaba a aceptarlo. Le aterraba la sola idea de regresar a un sanatorio como del que había logrado escapar y estaba convencido de que si le llevaban a otro, lo quemaría nuevamente como el anterior, no importando cuántas vidas se perdieran en esa ocasión porque, para él, él estaba por encima de cualquier persona. Su espíritu de sobrevivencia lo llevaba a rebasar los límites del egoísmo y lo convertía en un muchacho cruel e insensible.
Esa mañana se levantó con el mismo dolor de cabeza que se había ido a la cama, pero mucho más intenso. Intentó aminorarlo masajeándose la frente pero fue inútil. Era algo con lo que había tenido que vivir desde hacía mucho tiempo y podría decirse que ya estaba lo suficientemente acostumbrado a ello, a convivir con el dolor, y no solo el físico.
Desde que había conocido a Levana, la bruja con la que ahora compartía un techo, pocas veces se separaba de ella, pero en esa ocasión al verla dormir tan placidamente, como él no era capaz, no quiso despertarla y la dejó descansar. Decidió tomar un poco de aire para despejar su mente y terminó por adentrarse en el lugar menos esperado: un parque de diversiones.
Allí se encontró con una muchacha muy peculiar que logró captar su atención, algo que no ocurría a menudo, ya que para alguien como él todo el mundo le era indiferente. Paseaba por las calles entre la muchedumbre, podía estar en medio de una multitud, y no girar su rostro jamás. El mundo era una especie de masa gris a su alrededor, sin rostros ni voces, y solamente de vez en cuando aparecía un punto de color distinto, un susurro, una cara.
Se sentó en la acera de enfrente para observarla y se echó a reír cuando fue rechazada por los dos chiquillos.
—¡Eso es lo que te mereces, por ingenua! —le gritó desde el otro lado de la calle para asegurarse de que pudiera escucharle, y aunque el dolor de cabeza lo machacaba por dentro, su sonrisa no se desvaneció.
Última edición por Callum Norringthon el Sáb Nov 09, 2013 9:56 pm, editado 1 vez
Callum Norrington- Humano Clase Baja
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 07/12/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
La chica suspiró. Aun cuando se había alejado de ellos, los chicos la siguieron, aún entre risas, burlándose. Intentó contar hasta diez y sacarse de encima todos los pensamientos negativos que se le fueron acumulando al respecto en su loca cabecita. Recordaba que una vez la abuelita le había dicho que si alguien se ríe de tu felicidad, lo mejor era echarles un jarro de agua fría directamente a la cara para que se diese cuenta de lo tonto que parecía por comportarse de aquella forma. Por desgracia, no tenía ningún jarro a mano, y probablemente, del enfado que sentía, hubiese preferido estamparles el objeto en la cara en lugar de limitarse a empaparlos de arriba abajo. Además, que no tenía dinero como para andar malgastando el agua en semejantes acciones. Aquel día se sentía bastante creativa. Uno de los niños la alcanzó y trató de quitarle la cesta de flores a tirones. Estaba bastante rellenito y vestía prendas de buena calidad, lo que le hizo pensar que probablemente sería un niño de clase alta, acostumbrado a tenerlo todo cuando lo quería y como lo quería. ¡Malditos niños ricos! Se creen dueños del mundo. Jeanna, más pequeña y menos fuerte que el chico, tenía todas las de perder, así que optó por llevar a cabo otra estrategia... Y fue la de tirar, y tirar, y tirar, mientras el muchachito hacía exactamente lo mismo. Cuando ya la cesta parecía que no iba a aguantar más, ella la soltó repentinamente, provocando que ambos saliesen despedidos en dirección contraria. La chica quedó de pie, sonriendo de forma triunfante, mientras que el joven había caído de bruces sobre un charco de barro, que lo dejó completamente irreconocible, manchado de la cabeza a los pies.
El chico salió corriendo en dirección al parque, entre contrariado y furioso, no sin antes dirigirle una mirada asesina y un gesto bastante soez con el dedo. Jeanna, por su parte, se limitó a sacarle la lengua y sonreír de oreja a oreja. Pero aún quedaba el otro muchacho. Éste corrió velozmente hacia ella y la placó, cayendo ambos al suelo con fuerza. Sintió que el faltaba el aire debido al peso que ejercía el muchacho sobre su pecho, que no paraba de intentar tirarle del pelo mientras ella forcejeaba. Frunció el ceño y bufó en voz baja. Se había hecho daño y empezaba a estar cansada de toda aquella tontería. Cuando finalmente consiguió cogerle una mano con la suficiente fuerza para que no la moviera, le propinó un fuerte mordisco en la misma, lo que provocó que el niño, más joven que el anterior pero igualmente grueso, hiciese un puchero y bajase la guardia, irguiéndose levemente. Aprovechando la distracción, se escabulló de debajo de su "captor", y tras alcanzar su cesta de flores, comenzó a golpearle con ésta hasta que el niño salió corriendo, gritando "¡¡Mamá!!". Le sacó la lengua mientras se alejaba, para luego observar el desastre. La mayoría de sus flores yacían desparramadas por el suelo, algunas ya inservibles. Fue entonces cuando escuchó aquella voz al otro lado de la calle. Miró al muchacho con los ojos entornados, intentando poner cara de furia, pero más bien le salió una mueca de gato enfurruñado.
- Niño tonto... ¡¿acaso también quieres que te de una paliza?! Tengo fuerzas de sobra. -Esbozó una sonrisilla orgullosa. Nadie iba a fastidiarle aquel momento de gloria. Ella había vencido, y aunque muchas de sus flores habían caído en el campo de batalla, nada cambiaría aquel hecho. Miró su brazo derecho y puso una mueca. Tenía una herida, no demasiado profunda pero sí bastante grande, que no paraba de sangrar. Aunque le dolía un poco, sobreviviría. Cosas peores le habían pasado. Recogió del suelo aquellas flores a las que aún podía darles utilidad, mirando con cara de pena aquellas a las que dio por muertas sin remedio. Se imaginó el llanto de sus hermanas y se le escapó una lagrimita, y... ¿de verdad estaba a punto de llorar por eso? ¿Estaba loca? Un poco sí, desde luego, pero ella prefería pensar que era buena con la naturaleza. Siempre lo había sido, esperando, tal vez, recibir el mismo trato en algún momento de su vida. Podían llamarlo karma o justicia divina, pero a ella le agradaba imaginar que había una posibilidad de que eso ocurriera. Era mejor que esperar que un Dios ausente la salvara de todos sus apuros. ¿Qué le había hecho ella a Dios para que todo le fuera tan mal en la vida? Cuando fuera al cielo iba a tener unas palabras con el barbudo. Prefería, de momento, creer en aquello que veía diariamente, en lo que podía tocar. En sus flores, en la gente, en que si hacía el bien recibiría cosas buenas. Ahora o en diez años. Pero no le importaba esperar.
El chico salió corriendo en dirección al parque, entre contrariado y furioso, no sin antes dirigirle una mirada asesina y un gesto bastante soez con el dedo. Jeanna, por su parte, se limitó a sacarle la lengua y sonreír de oreja a oreja. Pero aún quedaba el otro muchacho. Éste corrió velozmente hacia ella y la placó, cayendo ambos al suelo con fuerza. Sintió que el faltaba el aire debido al peso que ejercía el muchacho sobre su pecho, que no paraba de intentar tirarle del pelo mientras ella forcejeaba. Frunció el ceño y bufó en voz baja. Se había hecho daño y empezaba a estar cansada de toda aquella tontería. Cuando finalmente consiguió cogerle una mano con la suficiente fuerza para que no la moviera, le propinó un fuerte mordisco en la misma, lo que provocó que el niño, más joven que el anterior pero igualmente grueso, hiciese un puchero y bajase la guardia, irguiéndose levemente. Aprovechando la distracción, se escabulló de debajo de su "captor", y tras alcanzar su cesta de flores, comenzó a golpearle con ésta hasta que el niño salió corriendo, gritando "¡¡Mamá!!". Le sacó la lengua mientras se alejaba, para luego observar el desastre. La mayoría de sus flores yacían desparramadas por el suelo, algunas ya inservibles. Fue entonces cuando escuchó aquella voz al otro lado de la calle. Miró al muchacho con los ojos entornados, intentando poner cara de furia, pero más bien le salió una mueca de gato enfurruñado.
- Niño tonto... ¡¿acaso también quieres que te de una paliza?! Tengo fuerzas de sobra. -Esbozó una sonrisilla orgullosa. Nadie iba a fastidiarle aquel momento de gloria. Ella había vencido, y aunque muchas de sus flores habían caído en el campo de batalla, nada cambiaría aquel hecho. Miró su brazo derecho y puso una mueca. Tenía una herida, no demasiado profunda pero sí bastante grande, que no paraba de sangrar. Aunque le dolía un poco, sobreviviría. Cosas peores le habían pasado. Recogió del suelo aquellas flores a las que aún podía darles utilidad, mirando con cara de pena aquellas a las que dio por muertas sin remedio. Se imaginó el llanto de sus hermanas y se le escapó una lagrimita, y... ¿de verdad estaba a punto de llorar por eso? ¿Estaba loca? Un poco sí, desde luego, pero ella prefería pensar que era buena con la naturaleza. Siempre lo había sido, esperando, tal vez, recibir el mismo trato en algún momento de su vida. Podían llamarlo karma o justicia divina, pero a ella le agradaba imaginar que había una posibilidad de que eso ocurriera. Era mejor que esperar que un Dios ausente la salvara de todos sus apuros. ¿Qué le había hecho ella a Dios para que todo le fuera tan mal en la vida? Cuando fuera al cielo iba a tener unas palabras con el barbudo. Prefería, de momento, creer en aquello que veía diariamente, en lo que podía tocar. En sus flores, en la gente, en que si hacía el bien recibiría cosas buenas. Ahora o en diez años. Pero no le importaba esperar.
Jamile S. Czinege- Gitano
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 06/09/2013
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
—¿Y acaso crees que también voy a salir corriendo como esos tontos? No te tengo miedo —la retó contestándole enseguida, sin dudar un segundo, y para hacer más creíble lo que estaba asegurando, abandonó la fría y dura piedra de la acera sobre la que yacía sentado y se puso de pie.
Cruzó la calle empedrada para así acortar la distancia que le impedía detallar con más precisión el rostro de la muchachita. Se dio cuenta de que era joven, probablemente tan joven como él ya que no aparentaba rebasar los diecisiete años. La clase social a la que pertenecía tampoco podía ocultarla, era tan pobre como él, sus ropas sencillas y humildes la delataban. Cuando esta flexionó su cuerpo para agacharse a recoger de la calle algunas de sus flores, Callum observó las pequeñas manos de la joven, frágiles y maltratadas, como las tenían todas las muchachas de clase baja, ya que la circunstancias las obligaban a trabajar desde edades muy tempranas.
La rodeó en silencio y esperó que esta se irguiera para así poder encararla y retomar la “plática” que en cualquier momento podía mutar hasta volverse una agresión.
—No eres más que una simple florista —le espetó en la cara y ladeó el rostro cuando se atrevió a barrerla con sus castaños ojos; la miró de arriba abajo con grosera insistencia—, además, mírate, estás flacucha y mides como veinte centímetros menos que yo. ¿Por qué debería temerte? —le sonrió, pero no fue una sonrisa amistosa, era una burla a su ingenuidad, a la inocencia que destilaba a simple vista, porque no había duda de que esa niña era la credulidad andando, fresca y libre de malicia, pero simple y tonta, aunque quizá no tanto al final de cuentas, ya que después de todo se había vengado de los que la molestaron.
A Callum, que era un ser temerario por naturaleza, no le importó saber que aquello podía terminar en una riña, es más, eso era lo que lo motivaba. Siempre buscaba problemas, era el aliciente que lograba sacarlo momentáneamente de la monotonía en la que caía diariamente sin remedio alguno. Nunca antes había golpeado a una mujer, a excepción de esas enfermeras a las que había escupido y arañado la cara en el sanatorio mental donde había estado recluido.
—Para serte sincero, no sé por qué estás tan enojada, si no te he dicho más que la verdad. ¿Es eso lo que te ha dolido, que te llamara ingenua? Eso eres después de todo —aseguró una vez más con una voz juvenil pero mórbida, nociva, corrosiva.
Dio un paso más al frente y del cesto que ella sostenía entre sus manos cogió una rosa, la cual alzó a la altura de su rostro. Estaba a punto de marchitarse, ¿o era que en manos de Callum, con su inagotable y persistente negatividad, parecía tener el poder de secarlo todo?
Cruzó la calle empedrada para así acortar la distancia que le impedía detallar con más precisión el rostro de la muchachita. Se dio cuenta de que era joven, probablemente tan joven como él ya que no aparentaba rebasar los diecisiete años. La clase social a la que pertenecía tampoco podía ocultarla, era tan pobre como él, sus ropas sencillas y humildes la delataban. Cuando esta flexionó su cuerpo para agacharse a recoger de la calle algunas de sus flores, Callum observó las pequeñas manos de la joven, frágiles y maltratadas, como las tenían todas las muchachas de clase baja, ya que la circunstancias las obligaban a trabajar desde edades muy tempranas.
La rodeó en silencio y esperó que esta se irguiera para así poder encararla y retomar la “plática” que en cualquier momento podía mutar hasta volverse una agresión.
—No eres más que una simple florista —le espetó en la cara y ladeó el rostro cuando se atrevió a barrerla con sus castaños ojos; la miró de arriba abajo con grosera insistencia—, además, mírate, estás flacucha y mides como veinte centímetros menos que yo. ¿Por qué debería temerte? —le sonrió, pero no fue una sonrisa amistosa, era una burla a su ingenuidad, a la inocencia que destilaba a simple vista, porque no había duda de que esa niña era la credulidad andando, fresca y libre de malicia, pero simple y tonta, aunque quizá no tanto al final de cuentas, ya que después de todo se había vengado de los que la molestaron.
A Callum, que era un ser temerario por naturaleza, no le importó saber que aquello podía terminar en una riña, es más, eso era lo que lo motivaba. Siempre buscaba problemas, era el aliciente que lograba sacarlo momentáneamente de la monotonía en la que caía diariamente sin remedio alguno. Nunca antes había golpeado a una mujer, a excepción de esas enfermeras a las que había escupido y arañado la cara en el sanatorio mental donde había estado recluido.
—Para serte sincero, no sé por qué estás tan enojada, si no te he dicho más que la verdad. ¿Es eso lo que te ha dolido, que te llamara ingenua? Eso eres después de todo —aseguró una vez más con una voz juvenil pero mórbida, nociva, corrosiva.
Dio un paso más al frente y del cesto que ella sostenía entre sus manos cogió una rosa, la cual alzó a la altura de su rostro. Estaba a punto de marchitarse, ¿o era que en manos de Callum, con su inagotable y persistente negatividad, parecía tener el poder de secarlo todo?
Callum Norrington- Humano Clase Baja
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 07/12/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
La siempre positiva y sonriente Jeanna, no estaba en absoluto preparada para las situaciones complicadas que la vida, y más para alguien de su clase, le iba colocando en el camino. Ella prefería responder al mal tiempo con buena cara, y aunque solía funcionar, había días que, por más en que se obsesionara en que todo era precioso, el gris seguía siendo gris, y no podía negar lo que estaba viendo con tanta claridad. Y aquel día se estaba convirtiendo en uno de esos en los que mejor sería no haberse levantado de la cama. Eso la molestaba casi más que la problemática en sí. En un momento dado en que las cosas le iban mal, se había prometido a sí misma que se esforzaría todo cuanto pudiera por cambiar lo que sucedía a su alrededor. Pero nunca había sido lo bastante fuerte, y pese a conseguir camuflarlo con sonrisas sinceras y contagiosas, su corazón no siempre estaba tan feliz como a ella le gustaría. Así que, y aunque mentalmente le diese la razón a aquella acusación de ingenua que el chico le había escupido al rostro, nunca lo reconocería. Mentiría tanto como hiciera falta y quizá algún día aquella mentira se tornara una realidad.
Observó la cercanía del chico con cierta desconfianza. Casi hubiera preferido pelearse desde la segura distancia, donde podía decir todo lo que se le pasara por la cabeza, bueno o malo, y escapar en caso de que las cosas se pusieran feas. Había completado su cupo diario de enfrentamientos, y aunque aquel chico estaba considerablemente más flaco que los otros dos -juntos, porque eran como vacas chiquititas-, era un tanto más alto que ella. Y no le gustaba estar en desventaja. Estaba herida y había perdido parte de su ejército de flores. Entonces se dio cuenta de que muchas, aun salvables, ya no podían ser vendidas. Y eso era un enorme chasco para sus planes de comer aquella semana. Suspiró, retrocediendo un par de pasos cuando finalmente hubo recogido todas las que aún conservaban un aspecto relativamente bueno. Al menos, podría seguir regalándolas. Una sonrisa sincera era la mejor medicina para su enfado y frustración. Se cruzó de brazos cuando el muchacho finalmente se detuvo ante ella, y haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad -que no era poca- frunció el ceño todo cuanto pudo, adoptando una posición defensiva bastante impropia en ella.
- Y qué si no me tienes miedo... Ellos tampoco y se fueron con una patada en el trasero por creer que eran mejores que yo. ¡Y sí! Soy una florista, pero no creas que es tan simple... Tienes que escoger las flores según el día de la semana y la estación del año... Y luego venderlas. ¡Ja! De seguro te podría dar muchas lecciones de floristería pero como eres un niño y eres tonto, no aprenderías nada. -Le sacó la lengua, presa del fastidio. Sí, era una rabieta más propia de una niñita que de una medio adulta, pero tanto en apariencia, como en carácter, ella siempre sería una niñita. Puso los ojos en blanco al escuchar sus palabras. ¿Por qué todos se empeñaban en recordarle que era pequeña? ¿Acaso ella se reía de los calvos por ser calvos? ¿O de los gorditos por comer de más? Bufó cómicamente y alzó tanto las cejas que poco más y se le saltan del rostro -metafóricamente hablando, claro.- Pues no eres tan alto si mido sólo veinte centímetros menos. Además, si he podido con esos, puedo contigo, que eres tan flaco como yo. Niño... niño de la acera, ¡así te llamaré! Porque de seguro es lo único que haces, sentarte en las aceras y reírte de las niñas... Todos sois iguales... -Y tal que así, se volteó, incapaz de creer que le hubiera repetido en su propia cara lo ingenua que era. No sabía si reír o llorar... ¡No! Llorar no era una opción. Ella era más macho que él, y si tenía que golpearle para demostrarlo, ¡lo haría!
- Seré una ingenua, pero así soy más feliz. Y tú te ves triste. O raro. O loco. No sé. Pero no te ves normal. ¿Igual es que quieres un poco de mi ingenuidad para entender lo lindas que son las flores? La miras como si fuera algo patético y chiquito. ¡Tú eres lo mismo para los demás! -Escupió aquellas palabras de forma acelerada, sin recordar bien quién se las había dicho antes. ¿Le estaba regañando a él o recordándose a sí misma por qué debía sonreír a diario? Puede que ambas cosas... Pero, para fastidiarle el lapso de madurez que la había asaltado, apareció la madre de los niños, corriendo tras una de sus "vaquitas", que la señalaba directamente con el dedo. No parecía demasiado contenta... - Tranquilo, yo te defiendo... -Bromeó con la voz un tanto temblorosa. Eso no se lo había esperado. Justo lo que menos necesitaba en aquel momento era tener más problemas...
Observó la cercanía del chico con cierta desconfianza. Casi hubiera preferido pelearse desde la segura distancia, donde podía decir todo lo que se le pasara por la cabeza, bueno o malo, y escapar en caso de que las cosas se pusieran feas. Había completado su cupo diario de enfrentamientos, y aunque aquel chico estaba considerablemente más flaco que los otros dos -juntos, porque eran como vacas chiquititas-, era un tanto más alto que ella. Y no le gustaba estar en desventaja. Estaba herida y había perdido parte de su ejército de flores. Entonces se dio cuenta de que muchas, aun salvables, ya no podían ser vendidas. Y eso era un enorme chasco para sus planes de comer aquella semana. Suspiró, retrocediendo un par de pasos cuando finalmente hubo recogido todas las que aún conservaban un aspecto relativamente bueno. Al menos, podría seguir regalándolas. Una sonrisa sincera era la mejor medicina para su enfado y frustración. Se cruzó de brazos cuando el muchacho finalmente se detuvo ante ella, y haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad -que no era poca- frunció el ceño todo cuanto pudo, adoptando una posición defensiva bastante impropia en ella.
- Y qué si no me tienes miedo... Ellos tampoco y se fueron con una patada en el trasero por creer que eran mejores que yo. ¡Y sí! Soy una florista, pero no creas que es tan simple... Tienes que escoger las flores según el día de la semana y la estación del año... Y luego venderlas. ¡Ja! De seguro te podría dar muchas lecciones de floristería pero como eres un niño y eres tonto, no aprenderías nada. -Le sacó la lengua, presa del fastidio. Sí, era una rabieta más propia de una niñita que de una medio adulta, pero tanto en apariencia, como en carácter, ella siempre sería una niñita. Puso los ojos en blanco al escuchar sus palabras. ¿Por qué todos se empeñaban en recordarle que era pequeña? ¿Acaso ella se reía de los calvos por ser calvos? ¿O de los gorditos por comer de más? Bufó cómicamente y alzó tanto las cejas que poco más y se le saltan del rostro -metafóricamente hablando, claro.- Pues no eres tan alto si mido sólo veinte centímetros menos. Además, si he podido con esos, puedo contigo, que eres tan flaco como yo. Niño... niño de la acera, ¡así te llamaré! Porque de seguro es lo único que haces, sentarte en las aceras y reírte de las niñas... Todos sois iguales... -Y tal que así, se volteó, incapaz de creer que le hubiera repetido en su propia cara lo ingenua que era. No sabía si reír o llorar... ¡No! Llorar no era una opción. Ella era más macho que él, y si tenía que golpearle para demostrarlo, ¡lo haría!
- Seré una ingenua, pero así soy más feliz. Y tú te ves triste. O raro. O loco. No sé. Pero no te ves normal. ¿Igual es que quieres un poco de mi ingenuidad para entender lo lindas que son las flores? La miras como si fuera algo patético y chiquito. ¡Tú eres lo mismo para los demás! -Escupió aquellas palabras de forma acelerada, sin recordar bien quién se las había dicho antes. ¿Le estaba regañando a él o recordándose a sí misma por qué debía sonreír a diario? Puede que ambas cosas... Pero, para fastidiarle el lapso de madurez que la había asaltado, apareció la madre de los niños, corriendo tras una de sus "vaquitas", que la señalaba directamente con el dedo. No parecía demasiado contenta... - Tranquilo, yo te defiendo... -Bromeó con la voz un tanto temblorosa. Eso no se lo había esperado. Justo lo que menos necesitaba en aquel momento era tener más problemas...
Última edición por Jeanna S. Amdahl el Vie Feb 14, 2014 11:19 pm, editado 1 vez
Jamile S. Czinege- Gitano
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 06/09/2013
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
Frunció el ceño. No le gustó para nada que lo llamara niño, y era la segunda vez que lo hacía. Eso era demasiado. Nadie lo llamaba de ese modo. Tampoco le agradó del todo que se refiriera a él como alguien raro, infeliz y loco. ¿Quién se creía ella para exponer de ese modo lo que él se empeñaba tanto en ocultar, lo que tan celosamente guardaba en su interior? Porque sí, era cierto, Callum era un ser infeliz que no estaba precisamente cuerdo, después de todo había pasado varios años en un sanatorio mental, un sitio inmundo repleto de gente desquiciada con toda clase de trastornos mentales, unos peores que los suyos; esos habían sido los peores años de su vida porque lo habían tratado peor que a un perro rabioso. Durante su estancia había mantenido riñas con los empleados del lugar asegurándoles que estaban equivocados por tenerlo allí encerrado, pero todos se burlaban de él llamándolo con apodos ofensivos que no tenían otro fin además de la humillación. Definitivamente odiaba recordar esos días tan oscuros que venían a su mente cada vez que hacían referencia a su locura.
Dio un paso al frente y alargó su mano para tomar la de la chiquilla, su intención era sujetarla, obligarla a que permaneciera en su sitio mientras seguía diciéndole sus verdades, porque de algún modo tenía que vengarse de su insolencia, pero su mano quedó suspendida, congelada a escasos centímetros porque justo en este instante apareció un tercer personaje en escena. Se trataba de una mujer alta que se dirigía a ellos con ojos enrojecidos, probablemente por el coraje que se notaba llevaba encima. La seguían el par de mocosos que la florista había despachado agresivamente apenas unos minutos antes, lloriqueando como dos becerros mocosos. La mujer se les plantó en frente y preguntó quién había sido el culpable de molestar a sus angelitos, a lo que Callum y la florista permanecieron callados, mirándose el uno al otro.
—¿Acaso les han comido la lengua los ratones? —insistió la dama cuyas enaguas resultaban excesivas y por ende ridículas. Arqueó las cejas y alargó el cuello como si se tratara de un cisne, uno bastante feo—. ¿Saben lo que pasará si ninguno de los dos… ?
—He sido yo —interrumpió Callum sin darle la oportunidad de terminar su amenaza—. No he tenido otra opción porque sus hijos molestaban a... mi amiga aquí presente —giró los ojos para mirar a la muchacha cuyo nombre aún desconocía para hacer constar que era ella a quien se estaba refiriendo—. Le ofrezco una disculpa.
La mujer de pronto pareció desconcertada. Había acudido al sitio del infortunio con la idea de encontrarse con un culpable agresivo y que negaría haber atacado a sus hijos; iba dispuesta a dar pelea, a interceder por sus críos pero, ahora que veía que el muchacho frente a ella le pedía disculpas y le hablaba con tanta cortesía, no sabía cómo reaccionar ante lo inesperado. Su cuello largo volvió a su sitio y retrocedió dos pasos.
La razón por la que Callum había decidido echarse la culpa y ayudar a la florista, solamente la conocía él.
Dio un paso al frente y alargó su mano para tomar la de la chiquilla, su intención era sujetarla, obligarla a que permaneciera en su sitio mientras seguía diciéndole sus verdades, porque de algún modo tenía que vengarse de su insolencia, pero su mano quedó suspendida, congelada a escasos centímetros porque justo en este instante apareció un tercer personaje en escena. Se trataba de una mujer alta que se dirigía a ellos con ojos enrojecidos, probablemente por el coraje que se notaba llevaba encima. La seguían el par de mocosos que la florista había despachado agresivamente apenas unos minutos antes, lloriqueando como dos becerros mocosos. La mujer se les plantó en frente y preguntó quién había sido el culpable de molestar a sus angelitos, a lo que Callum y la florista permanecieron callados, mirándose el uno al otro.
—¿Acaso les han comido la lengua los ratones? —insistió la dama cuyas enaguas resultaban excesivas y por ende ridículas. Arqueó las cejas y alargó el cuello como si se tratara de un cisne, uno bastante feo—. ¿Saben lo que pasará si ninguno de los dos… ?
—He sido yo —interrumpió Callum sin darle la oportunidad de terminar su amenaza—. No he tenido otra opción porque sus hijos molestaban a... mi amiga aquí presente —giró los ojos para mirar a la muchacha cuyo nombre aún desconocía para hacer constar que era ella a quien se estaba refiriendo—. Le ofrezco una disculpa.
La mujer de pronto pareció desconcertada. Había acudido al sitio del infortunio con la idea de encontrarse con un culpable agresivo y que negaría haber atacado a sus hijos; iba dispuesta a dar pelea, a interceder por sus críos pero, ahora que veía que el muchacho frente a ella le pedía disculpas y le hablaba con tanta cortesía, no sabía cómo reaccionar ante lo inesperado. Su cuello largo volvió a su sitio y retrocedió dos pasos.
La razón por la que Callum había decidido echarse la culpa y ayudar a la florista, solamente la conocía él.
Callum Norrington- Humano Clase Baja
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 07/12/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
Jeanna nunca había hecho gala, y menos de aquella forma tan explícita, de tener mal humor. De hecho, incluso ella misma estaba sorprendida por las poco moderadas palabras que iban saliendo de entre sus labios sin ningún tipo de pudor. Frunció el ceño momentáneamente, observando al muchacho que la había llamado ingenua como si realmente no estuviera allí. ¿Qué le estaba pasando? ¿Es que acaso la madurez iba a significar que se volvería una fiera en miniatura carente de escrúpulos? Jamás había llamado a nadie cosas tan feas, y mucho menos se había metido en peleas tan seguido. De repente se sintió desconcertada, no entendía cómo las cosas habían podido torcerse tanto en un momento. Ella siempre quiso pensar que era feliz, o mas bien que, fingiendo ser feliz, nunca dejaría de serlo. Y ahora podía darse cuenta de que estaba equivocada. No le gustaba que le dijeran la verdad. Que era pequeña y que era ingenua... Y que probablemente estuviese más loca que aquel muchacho con el que se estaba enfrentando sin conocerlo. Pero, obviamente, eso nunca lo iba a reconocer en voz alta. Podría estar loca, pero no era tonta. No es como si le debiese una al chico por haberlo tratado mal. Él parecía disgustado pero tampoco se había ido de allí. Así que, o le divertía su actitud de niñita tonta, o las riñas no le molestaban. No parecía mucho más afortunado que ella en la vida, ahora que se fijaba. Ni creía que fuese mucho más mayor. De haberse encontrado en otra situación, puede incluso que le hubiese caído bien... Aunque bueno, no es que pudiera decir que le cayese mal, precisamente.
Sacudió la cabeza, de vuelta al mundo real, y un repentino escalofrío la hizo retroceder, ante la furiosa mirada de la madre de los niños a los que acababa de patear. No estaba acostumbrada a ser la mala de la película, así que no tenía la menor idea de lo que tenía que hacer. ¿Decir que sí, que les había golpeado porque ellos habían pisoteado la razón de su subsistencia? Hombre, la verdad era esa, pero dudaba mucho que alguien que tenía todo el dinero del mundo y un plato caliente a la hora de las comidas, supiera a qué se refería. Tenía que asumir de una vez por todas, que el mundo giraba a su alrededor sin detenerse nunca. Y que ella no era importante. No era nadie, no tenía a nadie. ¿A quién le iba a importar lo que le pasara a sus flores? Al final tendría que darle la razón al "niño de la acera". No conseguía nada siendo tan ingenua. A nadie le interesaban sus flores, ni su vida, ni lo que ella hiciera o dejase de hacer. El mundo no era para los débiles. Y ella, por más que se empeñara en fingir lo contrario, nunca había sido fuerte.
Justo cuando iba a avanzar a plantarle cara a la horrible mujer que se acercaba a ambos con paso decidido, las palabras del muchacho terminaron de confundirla. ¿Se estaba echando la culpa? Pero... ¿por qué motivo? Ella no había hecho nada por él, salvo insultarle y pagar con él sus frustraciones. Una sonrisa de alivio se dibujó en sus labios, y su cuerpo se relajó casi de inmediato. Se olvidó de todo, de las palabras, de los insultos y del enfado. Si un desconocido era capaz de dar la cara por ella, no creía tener motivos para estar enfadada... Pero aquellos estúpidos niños no parecían estar de acuerdo.
- ¡No mamá, él no ha sido! ¡Ha sido la niña tonta de su lado! A él no le conocemos, de seguro que es algún amigo pobretón que ha encontrado por allí. -La mirada de maldad que uno de los niños dedicó a Jeanna, se le quedó clavada en las retinas durante un buen rato. ¿Por qué no se habían limitado a irse con la cabeza gacha y el orgullo herido, tal y como ella hubiese hecho estando en su lugar? La mujer volvió a envararse, aunque algo dubitativa por las sinceras palabras del muchacho, a las que no sabía si creer o no creer. Jeanna se puso junto al chico y miró a la señora con cierta amargura, esperando que tal vez la piedad que los niños no mostraban sí llegase a manifestarla un adulto. Pero entonces, el otro de los niños corrió hasta su altura y la arrancó la cesta de las manos. Las flores cayeron desparramadas a su alrededor. Antes de que llegase a reaccionar, las estaba pisoteando, y cuando quiso darse cuenta, estaba corriendo hasta él dispuesta a golpearla de nuevo. ¿Qué era lo peor que le podría pasar? ¿La meterían en algún calabozo durante una noche, con un techo bajo el que dormir y con comida gratis? Francamente, en aquellos momentos aquello le parecía todo, menos malo.
- ¡¡Maldito imbécil!! -Golpeó lo que pudo antes de que el padre de las criaturas se acercase corriendo y la cogiese en volandas sin ninguna dificultad. Miró al hombre con los ojos vidriosos por la rabia y por la pena. Y él sonrió.
Sacudió la cabeza, de vuelta al mundo real, y un repentino escalofrío la hizo retroceder, ante la furiosa mirada de la madre de los niños a los que acababa de patear. No estaba acostumbrada a ser la mala de la película, así que no tenía la menor idea de lo que tenía que hacer. ¿Decir que sí, que les había golpeado porque ellos habían pisoteado la razón de su subsistencia? Hombre, la verdad era esa, pero dudaba mucho que alguien que tenía todo el dinero del mundo y un plato caliente a la hora de las comidas, supiera a qué se refería. Tenía que asumir de una vez por todas, que el mundo giraba a su alrededor sin detenerse nunca. Y que ella no era importante. No era nadie, no tenía a nadie. ¿A quién le iba a importar lo que le pasara a sus flores? Al final tendría que darle la razón al "niño de la acera". No conseguía nada siendo tan ingenua. A nadie le interesaban sus flores, ni su vida, ni lo que ella hiciera o dejase de hacer. El mundo no era para los débiles. Y ella, por más que se empeñara en fingir lo contrario, nunca había sido fuerte.
Justo cuando iba a avanzar a plantarle cara a la horrible mujer que se acercaba a ambos con paso decidido, las palabras del muchacho terminaron de confundirla. ¿Se estaba echando la culpa? Pero... ¿por qué motivo? Ella no había hecho nada por él, salvo insultarle y pagar con él sus frustraciones. Una sonrisa de alivio se dibujó en sus labios, y su cuerpo se relajó casi de inmediato. Se olvidó de todo, de las palabras, de los insultos y del enfado. Si un desconocido era capaz de dar la cara por ella, no creía tener motivos para estar enfadada... Pero aquellos estúpidos niños no parecían estar de acuerdo.
- ¡No mamá, él no ha sido! ¡Ha sido la niña tonta de su lado! A él no le conocemos, de seguro que es algún amigo pobretón que ha encontrado por allí. -La mirada de maldad que uno de los niños dedicó a Jeanna, se le quedó clavada en las retinas durante un buen rato. ¿Por qué no se habían limitado a irse con la cabeza gacha y el orgullo herido, tal y como ella hubiese hecho estando en su lugar? La mujer volvió a envararse, aunque algo dubitativa por las sinceras palabras del muchacho, a las que no sabía si creer o no creer. Jeanna se puso junto al chico y miró a la señora con cierta amargura, esperando que tal vez la piedad que los niños no mostraban sí llegase a manifestarla un adulto. Pero entonces, el otro de los niños corrió hasta su altura y la arrancó la cesta de las manos. Las flores cayeron desparramadas a su alrededor. Antes de que llegase a reaccionar, las estaba pisoteando, y cuando quiso darse cuenta, estaba corriendo hasta él dispuesta a golpearla de nuevo. ¿Qué era lo peor que le podría pasar? ¿La meterían en algún calabozo durante una noche, con un techo bajo el que dormir y con comida gratis? Francamente, en aquellos momentos aquello le parecía todo, menos malo.
- ¡¡Maldito imbécil!! -Golpeó lo que pudo antes de que el padre de las criaturas se acercase corriendo y la cogiese en volandas sin ninguna dificultad. Miró al hombre con los ojos vidriosos por la rabia y por la pena. Y él sonrió.
Jamile S. Czinege- Gitano
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 06/09/2013
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
Callum permaneció al lado de la ingenua jovencita, como habría hecho un gran amigo, como si estuviera allí, protegiéndola y brindándole el apoyo moral que se requería en una situación como esa, aunque, realmente no sabía por qué lo hacía. Al inicio, su pretexto había sido quedarse para defender el derecho que consideraba se había ganado, para vengarse de ella, por la manera en la que le había tratado y las cosas que le había dicho, porque así era Callum: siempre estaba hambriento de más problemas, necesitaba un poco de caos en su vida para sentir un poco de paz, y ella parecía perfecta para saciar ambas cosas. Todo lo que había deseado era deshacerse cuanto antes de la madre de los latosos críos, y luego quedarse nuevamente a solas con ella, para llevar a cabo la revancha, pero, ahora que veía lo feas que se estaban poniendo las cosas, la forma en que ese hombre se había acercado a la niña, para luego alzarla y zarandearla, como si se tratara de una muñeca de trapo, parecía cambiar sus prioridades; las cosas tomaban otro rumbo.
Un extraño sentimiento invadió el pecho de Callum al observar la desagradable escena. Por alguna razón que no llegó a comprender, ver a la jovencita indefensa, siendo maltratada y sin nadie que la defendiera, lo hizo sentirse identificado. Su menté viajó tres años atrás y en su cabeza se agolparon salvajemente las terribles memorias que guardaba de aquel sanatorio mental en el que había sido recluido. Callum había sufrido en ese lugar, había recibido toda clase de maltratos, no solo físicos, principalmente psicológicos, y nadie, ni siquiera el más miserable de los hombres, había movido un dedo para defenderlo de las garras de sus verdugos. ¿Debía él hacer lo mismo? Y de hacer lo contrario, ¿cuál sería la excusa que le daría a la ingenua muchachita cuando le pidiera una explicación? Probablemente no le daría ninguna, porque ni él mismo llegaba a comprenderse, aunque, después de todo, ¿no era así como actuaba siempre? La coherencia no era parte de su vida, no tenía por qué rendir cuentas a nadie de sus actos.
—Suéltela —exigió al hombre, con una determinación que resultaba francamente admirable. Él ya no era un niño, pero tampoco se le podía considerar un hombre, y sin embargo, se enfrentaba sin temor alguno, como solo aquel que ya se considera muerto y que no tiene nada más que perder, es capaz de hacer. Aún así, su orden fue ignorada—. Le he dicho que la suelte. Si no lo hace, se va a arrepentir —volvió a insistir, amenazándolo abiertamente, sin tapujos, como sólo era capaz de hacer un criminal, un maldito psicópata, aumentando el volumen de su voz, hasta que ésta salió mucho más ronca y decidida. Quería hacerle ver al hombre que, quizá él pensaba que se trataba de una broma, que estaba jugando, pero que nunca en su vida había hablado más en serio. Estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de demostrarlo.
—Yo se lo advertí... —no estuvo dispuesto a ser nuevamente ignorado, así que, con una increíble determinación, que no era para nada propia en un acto tan perverso como el que estaba a punto de realizar, a menos de que se tratara de un psicópata que estaba acostumbrado a ir por la vida dañando a los demás, hundió su mano en el interior de su vieja chaqueta y sacó su inseparable navaja de afeitar. La abrió con maestría y, como si se tratara de una hermosa y fina daga, la empuñó y se la clavó al hombre en el área de las costillas, exactamente en la zona donde se encontraban algunos órganos vitales. El hombre gimió de dolor y, ante los aterrados ojos de su esposa, sus hijos, y todo aquel que encontraba cerca presenciando la escena, cayó al piso, herido de muerte, y comenzó a desangrarse.
Callum lo observó apenas unos momentos con satisfacción. Luego reaccionó y corrió hasta donde la muchacha se encontraba.
—Corre, hazlo si realmente valoras un poco la libertad de la que has gozado hasta ahora —más que un simple comentario, era una real advertencia. Estaba dándole la oportunidad de huir con él y automáticamente convertirse en una especie de cómplice, o de quedarse, y enfrentar un inevitable encierro en un horrible y sucio calabozo. La tomó del brazo y la tironeó para que lo siguiera.
Callum no era estúpido, por eso corrió con toda la fuerza que sus piernas fueron capaz de proveerle y llegó hasta un cementerio, en el que se adentró para buscar refugio.
—¿Viste su cara cuando me vio con la navaja en la mano? Observé el terror en sus ojos. Sabía que yo iba a hacerlo, no lo dudó ni un segundo. Pobre imbécil —se jactó con satisfacción, burlándose del hombre que ahora se debatía entre la vida y la muerte-. Espero que ahora no seas tan tonta como sentirte culpable por lo que ocurrió. Él se lo merecía.
Un extraño sentimiento invadió el pecho de Callum al observar la desagradable escena. Por alguna razón que no llegó a comprender, ver a la jovencita indefensa, siendo maltratada y sin nadie que la defendiera, lo hizo sentirse identificado. Su menté viajó tres años atrás y en su cabeza se agolparon salvajemente las terribles memorias que guardaba de aquel sanatorio mental en el que había sido recluido. Callum había sufrido en ese lugar, había recibido toda clase de maltratos, no solo físicos, principalmente psicológicos, y nadie, ni siquiera el más miserable de los hombres, había movido un dedo para defenderlo de las garras de sus verdugos. ¿Debía él hacer lo mismo? Y de hacer lo contrario, ¿cuál sería la excusa que le daría a la ingenua muchachita cuando le pidiera una explicación? Probablemente no le daría ninguna, porque ni él mismo llegaba a comprenderse, aunque, después de todo, ¿no era así como actuaba siempre? La coherencia no era parte de su vida, no tenía por qué rendir cuentas a nadie de sus actos.
—Suéltela —exigió al hombre, con una determinación que resultaba francamente admirable. Él ya no era un niño, pero tampoco se le podía considerar un hombre, y sin embargo, se enfrentaba sin temor alguno, como solo aquel que ya se considera muerto y que no tiene nada más que perder, es capaz de hacer. Aún así, su orden fue ignorada—. Le he dicho que la suelte. Si no lo hace, se va a arrepentir —volvió a insistir, amenazándolo abiertamente, sin tapujos, como sólo era capaz de hacer un criminal, un maldito psicópata, aumentando el volumen de su voz, hasta que ésta salió mucho más ronca y decidida. Quería hacerle ver al hombre que, quizá él pensaba que se trataba de una broma, que estaba jugando, pero que nunca en su vida había hablado más en serio. Estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de demostrarlo.
—Yo se lo advertí... —no estuvo dispuesto a ser nuevamente ignorado, así que, con una increíble determinación, que no era para nada propia en un acto tan perverso como el que estaba a punto de realizar, a menos de que se tratara de un psicópata que estaba acostumbrado a ir por la vida dañando a los demás, hundió su mano en el interior de su vieja chaqueta y sacó su inseparable navaja de afeitar. La abrió con maestría y, como si se tratara de una hermosa y fina daga, la empuñó y se la clavó al hombre en el área de las costillas, exactamente en la zona donde se encontraban algunos órganos vitales. El hombre gimió de dolor y, ante los aterrados ojos de su esposa, sus hijos, y todo aquel que encontraba cerca presenciando la escena, cayó al piso, herido de muerte, y comenzó a desangrarse.
Callum lo observó apenas unos momentos con satisfacción. Luego reaccionó y corrió hasta donde la muchacha se encontraba.
—Corre, hazlo si realmente valoras un poco la libertad de la que has gozado hasta ahora —más que un simple comentario, era una real advertencia. Estaba dándole la oportunidad de huir con él y automáticamente convertirse en una especie de cómplice, o de quedarse, y enfrentar un inevitable encierro en un horrible y sucio calabozo. La tomó del brazo y la tironeó para que lo siguiera.
Callum no era estúpido, por eso corrió con toda la fuerza que sus piernas fueron capaz de proveerle y llegó hasta un cementerio, en el que se adentró para buscar refugio.
—¿Viste su cara cuando me vio con la navaja en la mano? Observé el terror en sus ojos. Sabía que yo iba a hacerlo, no lo dudó ni un segundo. Pobre imbécil —se jactó con satisfacción, burlándose del hombre que ahora se debatía entre la vida y la muerte-. Espero que ahora no seas tan tonta como sentirte culpable por lo que ocurrió. Él se lo merecía.
Callum Norrington- Humano Clase Baja
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 07/12/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
Cuando la oscuridad se cierne sobre las personas, ni la más brillante de las luces puede hacer retornar el equilibrio del que estuvo disfrutando hasta ese momento. Jeanna pudo sentir como todos los pilares que sostenían su pequeño e inocente mundo se contraían sobre sí mismos hasta casi desaparecer. La sinceridad, la bondad, la simpatía con que intentaba ver siempre la realidad habían estallado en mil pedazos de repente, dejándola sin palabras. Mientras corría tras el niño, que chillaba como un cerdo indefenso a punto de ser llevado al matadero, no pudo reconocerse a sí misma. Y eso le provocó un terror que no sabría describir con palabras. Se vio roja de ira, movida por el deseo irracional de dañar a aquel chiquillo, con el rostro desencajado... Un escalofrío le recorrió de arriba abajo. Pero eso no la hizo detenerse. ¿Estaba, tal vez, descubriendo una parte de sí misma que le era desconocida hasta entonces? ¿Quizá las maldades sufridas durante todos aquellos años surgían ahora como trazas de una nueva personalidad, totalmente diferente a la anterior? ¿Dónde estaba la niña que regalaba flores y abrazos a todo aquel que se le cruzara por delante?
La respuesta le vino como un relámpago: clara, repentina, y fugaz. Esa niña se había quedado llorando por sus flores, en un rinconcito apartado de su corazón. Y la que corría como alma que llevaba al diablo, persiguiendo al chico para intentar golpearle era aquella parte de sí misma que nunca había llegado a mostrar. Quizá al fin había comprendido que llorar por lo que te han arrebatado no te hace recuperarlo. O tal vez había asumido que nadie le haría caso jamás si se limitaba a pedir disculpas cuando eran otros quienes debían rogar por su perdón. Por primera vez en su vida, sintió que el latido de su corazón se había acelerado a causa de la adrenalina, y no por el miedo. No, mientras corría, observando el pánico en los ojos ajenos, todo rastro de temor acabó por desaparecer, dejando rastro únicamente a la rabia. Pese a que de todos los pensamientos que se agolpaban en su cabeza, solo uno tenía que ver con aquel que iba a ser objeto de toda su "maldad". Venganza. Una palabra que siempre había odiado, ahora guiaba sus pasos, y su puño, una vez alcanzada la presa. Cayeron al suelo de forma brusca, aunque el dolor en sus rodillas no fue lo bastante fuerte para que cesase en su empeño. La sangre en la nariz del chico la hizo sonreír...
Aunque le duró poco. Demasiado poco. Justo al verse reflejada en la mirada asustada del niño, una sensación de horror se adueñó de todo su cuerpo, que volvía a sentirse dolorido de repente. Esa no era ella. Ni quería serlo nunca más. Y pese a la rabia y a que aquel idiota había destrozado sus flores, aquello de lo que vivía, sintió que debía pedirle disculpas. Y lo intentó. Pero las fuerzas le fallaron, igual que la voz... Y el hombre la alzó. Lo miró con miedo, mientras la movía violentamente a varios palmos del suelo. Se sintió diminuta en comparación con el adulto, que le clavó sus ojos oscuros sin piedad. El tiempo se detuvo momentáneamente, mientras las fuertes manos del padre del chiquillo se cerraban con fuerza sobre su cuello. La sensación de que le faltaba el aire, junto con el vértigo de no sentir el suelo bajo sus pies, fue demasiado para ella. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, mientras farfullaba algunas frases de disculpa que nadie llegó a oír. La venganza nunca trae nada bueno, y acababa de comprobarlo en su propia piel. Cerró los ojos, preparada para una azotaina, cuando escuchó a lo lejos la voz del chico que la acababa de defender.
Lo que no se esperó en absoluto fue todo lo que pasó a continuación. Y aun cuando salió corriendo sin soltar la mano del chico, todo lo rápido que le permitían sus piernas, no pudo quitarse de la cabeza la imagen del cuerpo de aquel padre de familia, desangrándose a sus pies. Estaba bloqueada. Rota por dentro. Y ni siquiera podía llorar. Una mano que le atenazaba la garganta con violencia. Unos ojos inhumanos. Un cuerpo yerto, pálido, sin vida. La sensación de que nada de aquello era real. ¿Se estaba volviendo loca? Los gritos de la mujer los perseguían, aun estando ya muy lejos de la fatídica escena. ¿Qué era lo que había pasado? ¿La había matado y todo aquello no era más que una pesadilla? No. No estaba muerta. El dolor en sus extremidades era real. Él lo había asesinado. Sin más. Sin parpadear. Y ahora la tenía sujeta por el brazo mientras corría. Lo sentía extrañamente cálido, como si su cuerpo se hubiese convertido en un pedazo de hielo. Y tal vez era verdad. Sus pies fallaron cuando la carrera por su "libertad" ya había terminado. Y se quedó en el suelo, tirada, escuchando la voz tenebrosa de aquel asesino. O de aquel justiciero. Aún no sabía cuál de las dos opciones era la más válida. Pero estaba en shock.
- T-tú... tú... -No sabía que decir. En el fondo, no podía evitar sentirse culpable. Él lo había matado para liberarla. Y de no haber reaccionado de forma tan violenta ante el ataque contra sus flores, eso nunca hubiera ocurrido. Se volteó sobre la tierra y observó las tumbas a su alrededor, incorporándose. Irónico que precisamente la hubiese llevado hasta allí. - Eres un monstruo. -Dijo finalmente, mirándolo de frente. Aunque para su sorpresa, su voz no tembló ni un ápice. Sí, era un monstruo. Pero ella ya no tenía miedo. ¿Podría pasarle acaso algo peor?
La respuesta le vino como un relámpago: clara, repentina, y fugaz. Esa niña se había quedado llorando por sus flores, en un rinconcito apartado de su corazón. Y la que corría como alma que llevaba al diablo, persiguiendo al chico para intentar golpearle era aquella parte de sí misma que nunca había llegado a mostrar. Quizá al fin había comprendido que llorar por lo que te han arrebatado no te hace recuperarlo. O tal vez había asumido que nadie le haría caso jamás si se limitaba a pedir disculpas cuando eran otros quienes debían rogar por su perdón. Por primera vez en su vida, sintió que el latido de su corazón se había acelerado a causa de la adrenalina, y no por el miedo. No, mientras corría, observando el pánico en los ojos ajenos, todo rastro de temor acabó por desaparecer, dejando rastro únicamente a la rabia. Pese a que de todos los pensamientos que se agolpaban en su cabeza, solo uno tenía que ver con aquel que iba a ser objeto de toda su "maldad". Venganza. Una palabra que siempre había odiado, ahora guiaba sus pasos, y su puño, una vez alcanzada la presa. Cayeron al suelo de forma brusca, aunque el dolor en sus rodillas no fue lo bastante fuerte para que cesase en su empeño. La sangre en la nariz del chico la hizo sonreír...
Aunque le duró poco. Demasiado poco. Justo al verse reflejada en la mirada asustada del niño, una sensación de horror se adueñó de todo su cuerpo, que volvía a sentirse dolorido de repente. Esa no era ella. Ni quería serlo nunca más. Y pese a la rabia y a que aquel idiota había destrozado sus flores, aquello de lo que vivía, sintió que debía pedirle disculpas. Y lo intentó. Pero las fuerzas le fallaron, igual que la voz... Y el hombre la alzó. Lo miró con miedo, mientras la movía violentamente a varios palmos del suelo. Se sintió diminuta en comparación con el adulto, que le clavó sus ojos oscuros sin piedad. El tiempo se detuvo momentáneamente, mientras las fuertes manos del padre del chiquillo se cerraban con fuerza sobre su cuello. La sensación de que le faltaba el aire, junto con el vértigo de no sentir el suelo bajo sus pies, fue demasiado para ella. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, mientras farfullaba algunas frases de disculpa que nadie llegó a oír. La venganza nunca trae nada bueno, y acababa de comprobarlo en su propia piel. Cerró los ojos, preparada para una azotaina, cuando escuchó a lo lejos la voz del chico que la acababa de defender.
Lo que no se esperó en absoluto fue todo lo que pasó a continuación. Y aun cuando salió corriendo sin soltar la mano del chico, todo lo rápido que le permitían sus piernas, no pudo quitarse de la cabeza la imagen del cuerpo de aquel padre de familia, desangrándose a sus pies. Estaba bloqueada. Rota por dentro. Y ni siquiera podía llorar. Una mano que le atenazaba la garganta con violencia. Unos ojos inhumanos. Un cuerpo yerto, pálido, sin vida. La sensación de que nada de aquello era real. ¿Se estaba volviendo loca? Los gritos de la mujer los perseguían, aun estando ya muy lejos de la fatídica escena. ¿Qué era lo que había pasado? ¿La había matado y todo aquello no era más que una pesadilla? No. No estaba muerta. El dolor en sus extremidades era real. Él lo había asesinado. Sin más. Sin parpadear. Y ahora la tenía sujeta por el brazo mientras corría. Lo sentía extrañamente cálido, como si su cuerpo se hubiese convertido en un pedazo de hielo. Y tal vez era verdad. Sus pies fallaron cuando la carrera por su "libertad" ya había terminado. Y se quedó en el suelo, tirada, escuchando la voz tenebrosa de aquel asesino. O de aquel justiciero. Aún no sabía cuál de las dos opciones era la más válida. Pero estaba en shock.
- T-tú... tú... -No sabía que decir. En el fondo, no podía evitar sentirse culpable. Él lo había matado para liberarla. Y de no haber reaccionado de forma tan violenta ante el ataque contra sus flores, eso nunca hubiera ocurrido. Se volteó sobre la tierra y observó las tumbas a su alrededor, incorporándose. Irónico que precisamente la hubiese llevado hasta allí. - Eres un monstruo. -Dijo finalmente, mirándolo de frente. Aunque para su sorpresa, su voz no tembló ni un ápice. Sí, era un monstruo. Pero ella ya no tenía miedo. ¿Podría pasarle acaso algo peor?
Jamile S. Czinege- Gitano
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 06/09/2013
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
Monstruo. Mucha gente lo llamó de esa manera a lo largo de sus escasos dieciséis años, y todas las veces reaccionó del mismo modo. No le gustaba que lo llamaran así, le dolía, lo ofendía, lo ponía furioso. No podía creer que después de haberla ayudado ella fuera tan mal agradecida. O mejor dicho, sí podía creerlo, sólo que le costaba todavía un poco asimilarlo. Muchas veces había fantaseado con encontrar personas que valieran la pena, que no fueran como el resto, pero a la fecha la única persona que podía ser catalogada dentro del reducido grupo era Levana.
Miró a la niña de las flores con ojos llenos de rencor. La oscuridad de sus pupilas se hizo aún más profunda al encontrarse con las ajenas. En ese momento, había algo oscuro dentro de él, algo tenebroso. Su cara pareció más pálida que de costumbre y las ojeras debajo de sus ojos se acentuaron; le hicieron parecer más feroz, salvaje.
—Te salvé la vida, estúpida —espetó con rencor—. ¿Acaso eso no significa algo para ti? Deberías estar agradecida, deberías arrodillarte y pedirme perdón por la manera en que me has tratado cuando lo único que he querido es abrirte los ojos, primero con las flores y ahora con ese hombre que quería hacerte daño. Pero me llamas monstruo y me miras de esa manera… —era la misma mirada que había recibido toda su vida, en su casa, en el orfanato, en el sanatorio mental; la misma maldita mirada de sus padres, hermanos y todo el que le había llegado a conocer. Parecía que nadie era capaz de mirarlo de otro modo, que no era merecedor de ello. ¿Con qué derecho se atrevían a juzgarlo? ¿Quienes eran ellos, ella, para satanizarlo de ese modo?
De un momento a otro y de manera inesperada, el semblante del muchacho, cambió. Sólo Callum era tan inestable, tan voluble, para cambiar de ánimo con esa facilidad tan inquietante. La miró entonces a los ojos. No se le veía enojado, ni triste, ni cansado. No expresaba ninguna emoción. Era como un muñeco, un pedazo de plástico inanimado. Todo lo que Jeanna debió haber hecho era quedarse callada o limitarse a decir cualquier comentario inofensivo. Pero había dicho aquella frase que lo echaría a perder todo, que cambiaría el rumbo de toda aquella situación, que desencadenaría al verdadero Callum.
—¡No me mires así! ¡No-estoy-loco! —Gritó con todas las fuerzas que sus pulmones le permitían, se lo gritó en la cara, haciendo énfasis en sus palabras, en la separación de cada sílaba, como queriendo dejárselo bien claro. Su voz sonó más ronca de lo normal, como si en lugar de pertenecer a un muchacho le perteneciera a un hombre. Gritó tan fuerte que si aquel hubiese sido un lugar a punto de derrumbarse, en ese momento habría caído encima de ellos—. ¿Has escuchado lo que dije? ¡NO ESTOY LOCO! —volvió a gritar, le exigió escucharle de una manera claramente hostil y a la vez desesperada.
Había gritado tan fuerte que sentía ganas de toser por las fuerzas que había empleado al hacerlo. Su voz, si bien sonaba llena de rabia, cualquiera que fuera un buen analista se hubiese dado cuenta de que aquello le dolía, que le lastimaba que lo creyera un ser anormal, un desquiciado. ¡Él no había querido nacer así! Giró su cuerpo y quedó frente a un cristo crucificado que yacía encima de una tumba. Alzó una de sus manos y apuntó directo a la estatua; lo miró con rabia, con ganas de asesinarlo, pero sólo era una imagen…
—¡Él, él tiene la culpa de todo! ¡¿Me escuchaste?! —Volvió a girarse para preguntárselo, pero nunca esperó una respuesta de parte de la joven. Estaba tan rabioso que su rostro se había enrojecido y sus ojos se notaban llorosos, pero no era de tristeza, era rabia pura, cólera en su máximo esplendor—. Te odio… ¡T-E O-D-I-O! —Escupió una vez más hacia la imagen de Jesucristo, culpándolo nuevamente de toda su desgracia.
Se dejó caer de rodillas sobre la tierra suelta del cementerio y echó la cabeza hacia delante. Daba la impresión de estar haciendo una alabanza, pero por supuesto que no era así. Estaba llorando, esa era la forma en la que drenaba su furia.
—No estoy loco… —murmuró esta vez casi como un susurro para sí mismo, como si intentara auto convencerse de lo que decía. Nunca se detuvo a pensar que con lo que hacía, con su actitud desconcertante, sólo aseguraba lo contrario.
Miró a la niña de las flores con ojos llenos de rencor. La oscuridad de sus pupilas se hizo aún más profunda al encontrarse con las ajenas. En ese momento, había algo oscuro dentro de él, algo tenebroso. Su cara pareció más pálida que de costumbre y las ojeras debajo de sus ojos se acentuaron; le hicieron parecer más feroz, salvaje.
—Te salvé la vida, estúpida —espetó con rencor—. ¿Acaso eso no significa algo para ti? Deberías estar agradecida, deberías arrodillarte y pedirme perdón por la manera en que me has tratado cuando lo único que he querido es abrirte los ojos, primero con las flores y ahora con ese hombre que quería hacerte daño. Pero me llamas monstruo y me miras de esa manera… —era la misma mirada que había recibido toda su vida, en su casa, en el orfanato, en el sanatorio mental; la misma maldita mirada de sus padres, hermanos y todo el que le había llegado a conocer. Parecía que nadie era capaz de mirarlo de otro modo, que no era merecedor de ello. ¿Con qué derecho se atrevían a juzgarlo? ¿Quienes eran ellos, ella, para satanizarlo de ese modo?
De un momento a otro y de manera inesperada, el semblante del muchacho, cambió. Sólo Callum era tan inestable, tan voluble, para cambiar de ánimo con esa facilidad tan inquietante. La miró entonces a los ojos. No se le veía enojado, ni triste, ni cansado. No expresaba ninguna emoción. Era como un muñeco, un pedazo de plástico inanimado. Todo lo que Jeanna debió haber hecho era quedarse callada o limitarse a decir cualquier comentario inofensivo. Pero había dicho aquella frase que lo echaría a perder todo, que cambiaría el rumbo de toda aquella situación, que desencadenaría al verdadero Callum.
—¡No me mires así! ¡No-estoy-loco! —Gritó con todas las fuerzas que sus pulmones le permitían, se lo gritó en la cara, haciendo énfasis en sus palabras, en la separación de cada sílaba, como queriendo dejárselo bien claro. Su voz sonó más ronca de lo normal, como si en lugar de pertenecer a un muchacho le perteneciera a un hombre. Gritó tan fuerte que si aquel hubiese sido un lugar a punto de derrumbarse, en ese momento habría caído encima de ellos—. ¿Has escuchado lo que dije? ¡NO ESTOY LOCO! —volvió a gritar, le exigió escucharle de una manera claramente hostil y a la vez desesperada.
Había gritado tan fuerte que sentía ganas de toser por las fuerzas que había empleado al hacerlo. Su voz, si bien sonaba llena de rabia, cualquiera que fuera un buen analista se hubiese dado cuenta de que aquello le dolía, que le lastimaba que lo creyera un ser anormal, un desquiciado. ¡Él no había querido nacer así! Giró su cuerpo y quedó frente a un cristo crucificado que yacía encima de una tumba. Alzó una de sus manos y apuntó directo a la estatua; lo miró con rabia, con ganas de asesinarlo, pero sólo era una imagen…
—¡Él, él tiene la culpa de todo! ¡¿Me escuchaste?! —Volvió a girarse para preguntárselo, pero nunca esperó una respuesta de parte de la joven. Estaba tan rabioso que su rostro se había enrojecido y sus ojos se notaban llorosos, pero no era de tristeza, era rabia pura, cólera en su máximo esplendor—. Te odio… ¡T-E O-D-I-O! —Escupió una vez más hacia la imagen de Jesucristo, culpándolo nuevamente de toda su desgracia.
Se dejó caer de rodillas sobre la tierra suelta del cementerio y echó la cabeza hacia delante. Daba la impresión de estar haciendo una alabanza, pero por supuesto que no era así. Estaba llorando, esa era la forma en la que drenaba su furia.
—No estoy loco… —murmuró esta vez casi como un susurro para sí mismo, como si intentara auto convencerse de lo que decía. Nunca se detuvo a pensar que con lo que hacía, con su actitud desconcertante, sólo aseguraba lo contrario.
Callum Norrington- Humano Clase Baja
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 07/12/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
Pudo apreciar los cambios que poco a poco iban manifestándose en el semblante del muchacho con los ojos bien abiertos, intentando mantener aquella sensación de indiferencia, de control, que acababa de experimentar. Pero no era sencillo. Cuando estás tan acostumbrado a huir de todo aquello que te resulta temible, intentar afrontar problemáticas tan complejas como aquella era más de lo que podía soportar. La chica que conocía, que veía cada día ante un mugriento espejo, ella habría salido corriendo hacía rato, buscando un buen sitio para esconderse. No sabía hacer otra cosa. Cuando las cosas se ponían feas, sabía que las únicas opciones disponibles eran afrontar los problemas, o salir corriendo en dirección contraria. Y ella tenía poca fuerza en los brazos, pero las piernas muy largas. Aún así, aguantó con valentía aquella sarta de verdades que el chico, furioso, le escupía a la cara sin piedad. Quería que ella sufriera lo mismo que él, por haberle llamado así, ¿pero acaso no tenía razón? ¡Había matado a un hombre! Sí, era cierto que por intentar salvarla, pero ella no se le había pedido. No era una desagradecida, pero había sido demasiado. ¿Qué habría podido hacerle aquel padre de familia? ¿Darle una azotaina?
El recuerdo de la sangre del hombre brotando a borbotones de la herida abierta, la hizo estremecerse, derrumbando de lleno su fachada de niñita dura que tanto le había costado mantener en aquel breve período de tiempo. Tenía los zapatos manchados. De sangre. De su sangre. De pronto se sintió terriblemente culpable, sucia, como si ella hubiese sido la provocadora de todo aquel caos. De todo aquel infierno. Una lágrima solitaria cayó por su mejilla. Y sin embargo, aunque las ganas de dejar caer más fueran horriblemente grandes, estaba tan tensa que era incapaz de desahogarse. No podía dejar de mirar al chico. Parecía tan fuera de sí, tan ido, que nada podría detenerle en caso de querer saltar ahora sobre ella. ¿Y qué podría hacer al respecto, más que llorar y rezar por que sus piernas le respondieran? Ella no se defendería. No podía. No quería. Hacer eso atentaría contra todas sus creencias, contra todas sus convicciones. La gente como Jeanna estaba hecha para sufrir. Podían resistir eternamente los vaivenes de la vida, la crudeza de la misma, pero si actuaban para defenderse, su conciencia se volvía un lastre inevitable. Ellos dos no eran iguales. Ni siquiera se parecían. Él albergaba odio, y ella se negaba a sentir otra cosa que no fuera amor, y respeto por la vida. Se preparó para el golpe. No tenía dudas de que quería devolverle sus palabras. Esperó...
Pero contrariamente a lo que había creído que pasaría, tan solo las palabras del chico iban dirigidas hacia ella, mas no su rabia. Su rostro pasó de reflejar el pánico más absoluto, a causa de aquel "brote" en el muchacho, a representar el más claro y hondo resentimiento. Consigo misma, por lo que acababa de decirle. Era cierto que pensaba que estaba mal lo que había hecho, por lo excesivo, pero... ¿Cuántas veces había llorado porque la trataban como a un trapo? ¿Porque la miraban con los ojos llenos de indiferencia, o de asco, o de lastima? Muchísimas. Y ahora ella había hecho exactamente lo mismo. En verdad sí que se merecía lo que le ocurriese. Era igual que todos aquellos ricos que hacían alarde en todo momento de su superioridad sobre el resto. Y eso no le gustaba. Realmente era una desagradecida, no por lo que había hecho para salvarle la vida, algo que siempre encontraría reprobable, sino porque ciertamente, le había hecho abrir los ojos a una realidad que siempre se había negado a ver por sí misma. Le aterrorizaba la idea de que todos sus sentimientos fueran tan solo fruto de su eterna imaginación. De su mente de niña. Tenía absoluto pánico al hecho de madurar, de cambiar. Porque, ¿en qué se convertiría?
Se levantó del suelo con el rostro enrojecido por el llanto. Ni siquiera sabía que se había puesto a llorar. Otra vez. Como la estúpida niña que siempre había sido. Lo sentía. Lo sentía muchísimo, aunque cualquier excusa que quisiera poner no sería suficiente. ¿Quién era más monstruo de los dos? Se acercó al muchacho, lentamente, tratando de abandonar el miedo, y sin mediar palabra lo abrazó por los hombros, como si realmente eso pudiera solucionar algo. Enmendar el daño que le había hecho. Era una estúpida. Los abrazos sólo servían para gente ingenua, como ella. Pero aquel muchacho tan lastimado definitivamente no era tan ingenuo. - Yo... siento haber dicho eso... ¡En verdad lo siento!... Yo... yo nunca digo cosas así. Me sorprendió mucho. Estaba asustada, ¿sabes? Muy asustada por lo que hubiera podido ocurrir. Y por... la sangre. -Trató de serenarse pensando que, tal vez, no le guardase tanto rencor como merecía. Aunque no le hubiera sorprendido en absoluto que se girase para golpearla. Y tampoco se lo hubiera reprochado.
- Es sólo que... no debiste matarlo. No por mi. No está bien... No merece la pena. -"No la mereces". Una vocecita acusadora y una figura de ella misma en miniatura, la señalaba con el dedo, reprobando su comportamiento. - Ya ves que soy una desagradecida... una idiota que piensa que todos son buenos a su manera, aunque no lo demuestren... Nunca me ha importado ser menos que ellos. -Se separó del chico y se limpió las lágrimas con las mangas de su sucio vestido, para luego voltearse y encararlo con una sonrisa triste aunque amable. - Me has salvado. ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Sólo... no me odies por decir tonterías. No me odies a mi también. No creo que pudiera soportar saber que alguien me odiase... Eso me lastimaría bastante. Aunque no hay duda de que lo merezco por haberte dicho esas cosas tan horribles... -Se dio la vuelta de forma repentina antes de ponerse a llorar nuevamente, topándose cara a cara con la imagen del "creador". "Tú me has abandonado. Cada día me dejas morir de hambre, y de frío. Nos dejas pudrirnos a nuestra merced. ¿Qué he hecho yo de malo?" Recorrió el contorno de la cruz con la yema de los dedos, confusa por todo lo que acababa de ocurrir. Demasiadas emociones para un sólo día. - No eres más que una mentira... -Dijo, aunque esa vez, fue en voz alta.
El recuerdo de la sangre del hombre brotando a borbotones de la herida abierta, la hizo estremecerse, derrumbando de lleno su fachada de niñita dura que tanto le había costado mantener en aquel breve período de tiempo. Tenía los zapatos manchados. De sangre. De su sangre. De pronto se sintió terriblemente culpable, sucia, como si ella hubiese sido la provocadora de todo aquel caos. De todo aquel infierno. Una lágrima solitaria cayó por su mejilla. Y sin embargo, aunque las ganas de dejar caer más fueran horriblemente grandes, estaba tan tensa que era incapaz de desahogarse. No podía dejar de mirar al chico. Parecía tan fuera de sí, tan ido, que nada podría detenerle en caso de querer saltar ahora sobre ella. ¿Y qué podría hacer al respecto, más que llorar y rezar por que sus piernas le respondieran? Ella no se defendería. No podía. No quería. Hacer eso atentaría contra todas sus creencias, contra todas sus convicciones. La gente como Jeanna estaba hecha para sufrir. Podían resistir eternamente los vaivenes de la vida, la crudeza de la misma, pero si actuaban para defenderse, su conciencia se volvía un lastre inevitable. Ellos dos no eran iguales. Ni siquiera se parecían. Él albergaba odio, y ella se negaba a sentir otra cosa que no fuera amor, y respeto por la vida. Se preparó para el golpe. No tenía dudas de que quería devolverle sus palabras. Esperó...
Pero contrariamente a lo que había creído que pasaría, tan solo las palabras del chico iban dirigidas hacia ella, mas no su rabia. Su rostro pasó de reflejar el pánico más absoluto, a causa de aquel "brote" en el muchacho, a representar el más claro y hondo resentimiento. Consigo misma, por lo que acababa de decirle. Era cierto que pensaba que estaba mal lo que había hecho, por lo excesivo, pero... ¿Cuántas veces había llorado porque la trataban como a un trapo? ¿Porque la miraban con los ojos llenos de indiferencia, o de asco, o de lastima? Muchísimas. Y ahora ella había hecho exactamente lo mismo. En verdad sí que se merecía lo que le ocurriese. Era igual que todos aquellos ricos que hacían alarde en todo momento de su superioridad sobre el resto. Y eso no le gustaba. Realmente era una desagradecida, no por lo que había hecho para salvarle la vida, algo que siempre encontraría reprobable, sino porque ciertamente, le había hecho abrir los ojos a una realidad que siempre se había negado a ver por sí misma. Le aterrorizaba la idea de que todos sus sentimientos fueran tan solo fruto de su eterna imaginación. De su mente de niña. Tenía absoluto pánico al hecho de madurar, de cambiar. Porque, ¿en qué se convertiría?
Se levantó del suelo con el rostro enrojecido por el llanto. Ni siquiera sabía que se había puesto a llorar. Otra vez. Como la estúpida niña que siempre había sido. Lo sentía. Lo sentía muchísimo, aunque cualquier excusa que quisiera poner no sería suficiente. ¿Quién era más monstruo de los dos? Se acercó al muchacho, lentamente, tratando de abandonar el miedo, y sin mediar palabra lo abrazó por los hombros, como si realmente eso pudiera solucionar algo. Enmendar el daño que le había hecho. Era una estúpida. Los abrazos sólo servían para gente ingenua, como ella. Pero aquel muchacho tan lastimado definitivamente no era tan ingenuo. - Yo... siento haber dicho eso... ¡En verdad lo siento!... Yo... yo nunca digo cosas así. Me sorprendió mucho. Estaba asustada, ¿sabes? Muy asustada por lo que hubiera podido ocurrir. Y por... la sangre. -Trató de serenarse pensando que, tal vez, no le guardase tanto rencor como merecía. Aunque no le hubiera sorprendido en absoluto que se girase para golpearla. Y tampoco se lo hubiera reprochado.
- Es sólo que... no debiste matarlo. No por mi. No está bien... No merece la pena. -"No la mereces". Una vocecita acusadora y una figura de ella misma en miniatura, la señalaba con el dedo, reprobando su comportamiento. - Ya ves que soy una desagradecida... una idiota que piensa que todos son buenos a su manera, aunque no lo demuestren... Nunca me ha importado ser menos que ellos. -Se separó del chico y se limpió las lágrimas con las mangas de su sucio vestido, para luego voltearse y encararlo con una sonrisa triste aunque amable. - Me has salvado. ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Sólo... no me odies por decir tonterías. No me odies a mi también. No creo que pudiera soportar saber que alguien me odiase... Eso me lastimaría bastante. Aunque no hay duda de que lo merezco por haberte dicho esas cosas tan horribles... -Se dio la vuelta de forma repentina antes de ponerse a llorar nuevamente, topándose cara a cara con la imagen del "creador". "Tú me has abandonado. Cada día me dejas morir de hambre, y de frío. Nos dejas pudrirnos a nuestra merced. ¿Qué he hecho yo de malo?" Recorrió el contorno de la cruz con la yema de los dedos, confusa por todo lo que acababa de ocurrir. Demasiadas emociones para un sólo día. - No eres más que una mentira... -Dijo, aunque esa vez, fue en voz alta.
Jamile S. Czinege- Gitano
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 06/09/2013
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
—Odio esto. ¡Cómo lo odio! Me odio. —Murmuró muy bajo para sí mismo, recriminándose, mientras se retorcía de dolor en medio de lágrimas.
Callum no era de llanto fácil. Es decir, podía llorar con facilidad, en el momento menos inesperado, pasando de la rabia a la tristeza con la facilidad sorprendente, pero, aunque fuera un chico sensible que se esforzaba por parecer duro e insensible, se esmeraba siempre en no hacerlo frente a otros. No obstante, en ocasiones, por más que se resistiera, no podía controlarlo. Por eso rompió a llorar frente a la muchacha, ruidosamente, berreando como un crío desconsolado, como había hecho tantas veces en el sanatorio mental, pero con su rostro presionado contra una almohada para que nadie pudiera escucharlo y se dieran cuenta de lo débil que en realidad era.
Allí, frente a ella, ya no había necesitad de camuflajes. Su verdad había quedado al descubierto. Para bien o para mal, él la había admitido abiertamente, y se la había escupido en la cara y sin remordimiento alguno a una completa extraña que lo había juzgado. Ya nada podía hacer. Ahora solo debía esperar un poco, tranquilizarse, recuperar poco a poco la calma perdida. Allí, arrodillado en el suelo, sintió un enorme frío en su interior, una terrible gelidez que le revolvió el estomago y que lo obligó a volver el estómago poco tiempo después de que la muchacha se acercara y lo abrazara por la espalda para luego volver a alejarse. Vomitó bastante, arqueó la espalda de tal manera que terminó sintiendo un dolor punzante en las costillas.
Tal vez su repentino malestar fue la razón por la cual no alcanzó a hacer nada en contra del contacto físico que tanto evitaba en las personas, quizá por eso no fue capaz de girar su cuerpo para aventar a la muchacha y exigirle que se alejara de él, o quizá en el fondo se estaba inventando una excusa para no admitir que el abrazo le había resultado reconfortante. Pero de nada servía agradecer un gesto como ese cuando era consciente de que no podía ser considerado como un abrazo sincero. Mientras ella no supiera las cosas malas que había hecho, de nada servía. Seguramente si le hubiera contado que él había sido el causante del incendio en el sanatorio mental, donde habían muerto más de treinta personas, en su mayoría enfermos mentales, ella jamás se le hubiera acercado y en lugar de provocarle lástima habría sentido asco, miedo de él.
Ya más tranquilo, se puso de pie y se acercó un poco a la muchacha que permanecía de espaldas. Alzó su mano y la alargó con la intención de colocarla sobre su hombro, sintiéndose con el deber de regresarle el favor que ella le había hecho al consolarlo, pero no llegó a tocarla.
—Debo irme. Estoy exhausto. Pero antes, ¿cuál es tu nombre? ¿Vas a decírmelo? —permaneció a la expectativa durante un breve momento, sintiendo reales deseos de conocer su nombre y poderla llamar de otro modo que no fuera diciéndole “niña” o “estúpida”, pero enseguida reaccionó dándose cuenta de que era algo tonto e innecesario—. Aunque, pensándolo bien, no creo que importe demasiado. Quizá es mejor no saberlo. Da igual cuando seguramente no volveremos a encontrarnos.
Sin darle la oportunidad de hablar, Callum retrocedió un poco, dispuesto a alejarse de allí. Creía que ya había tenido demasiado para un solo día y todo lo que deseaba era llegar con Levana, acurrucarse contra su estómago, y dormir, dormir hasta que el mundo, su mundo, fuera otro.
Callum no era de llanto fácil. Es decir, podía llorar con facilidad, en el momento menos inesperado, pasando de la rabia a la tristeza con la facilidad sorprendente, pero, aunque fuera un chico sensible que se esforzaba por parecer duro e insensible, se esmeraba siempre en no hacerlo frente a otros. No obstante, en ocasiones, por más que se resistiera, no podía controlarlo. Por eso rompió a llorar frente a la muchacha, ruidosamente, berreando como un crío desconsolado, como había hecho tantas veces en el sanatorio mental, pero con su rostro presionado contra una almohada para que nadie pudiera escucharlo y se dieran cuenta de lo débil que en realidad era.
Allí, frente a ella, ya no había necesitad de camuflajes. Su verdad había quedado al descubierto. Para bien o para mal, él la había admitido abiertamente, y se la había escupido en la cara y sin remordimiento alguno a una completa extraña que lo había juzgado. Ya nada podía hacer. Ahora solo debía esperar un poco, tranquilizarse, recuperar poco a poco la calma perdida. Allí, arrodillado en el suelo, sintió un enorme frío en su interior, una terrible gelidez que le revolvió el estomago y que lo obligó a volver el estómago poco tiempo después de que la muchacha se acercara y lo abrazara por la espalda para luego volver a alejarse. Vomitó bastante, arqueó la espalda de tal manera que terminó sintiendo un dolor punzante en las costillas.
Tal vez su repentino malestar fue la razón por la cual no alcanzó a hacer nada en contra del contacto físico que tanto evitaba en las personas, quizá por eso no fue capaz de girar su cuerpo para aventar a la muchacha y exigirle que se alejara de él, o quizá en el fondo se estaba inventando una excusa para no admitir que el abrazo le había resultado reconfortante. Pero de nada servía agradecer un gesto como ese cuando era consciente de que no podía ser considerado como un abrazo sincero. Mientras ella no supiera las cosas malas que había hecho, de nada servía. Seguramente si le hubiera contado que él había sido el causante del incendio en el sanatorio mental, donde habían muerto más de treinta personas, en su mayoría enfermos mentales, ella jamás se le hubiera acercado y en lugar de provocarle lástima habría sentido asco, miedo de él.
Ya más tranquilo, se puso de pie y se acercó un poco a la muchacha que permanecía de espaldas. Alzó su mano y la alargó con la intención de colocarla sobre su hombro, sintiéndose con el deber de regresarle el favor que ella le había hecho al consolarlo, pero no llegó a tocarla.
—Debo irme. Estoy exhausto. Pero antes, ¿cuál es tu nombre? ¿Vas a decírmelo? —permaneció a la expectativa durante un breve momento, sintiendo reales deseos de conocer su nombre y poderla llamar de otro modo que no fuera diciéndole “niña” o “estúpida”, pero enseguida reaccionó dándose cuenta de que era algo tonto e innecesario—. Aunque, pensándolo bien, no creo que importe demasiado. Quizá es mejor no saberlo. Da igual cuando seguramente no volveremos a encontrarnos.
Sin darle la oportunidad de hablar, Callum retrocedió un poco, dispuesto a alejarse de allí. Creía que ya había tenido demasiado para un solo día y todo lo que deseaba era llegar con Levana, acurrucarse contra su estómago, y dormir, dormir hasta que el mundo, su mundo, fuera otro.
Callum Norrington- Humano Clase Baja
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 07/12/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sun is Shining... Is there anything better?! | Callum Norringthon
Dejó que el chico descargarse toda su rabia, todo su dolor, sin soltarle en ningún momento. Sabía bien que a veces las lágrimas son necesarias para sanar un alma herida. Y de lo que no le cabía ninguna duda era de que aquel joven había sufrido, casi tanto o más que ella misma, y ella, brusca y maleducada, le había echado en cara que la hubiese salvado. ¡Como si no estuviera agradecida en el fondo por ello! Nunca nadie hubiera hecho algo así por ella, y mucho menos poniendo en riesgo su propia integridad. Porque no tenía sentido, era una cualquiera, una doña-nadie, ¡cómo alguien iba a sacrificar tanto por una simple niña llorona, que además de ser tonta y soñadora, era una malagradecida! Pues aquel al que había llamado loco, aquel al que ahora no quería dejar de abrazar, aquel que se estaba deshaciendo en lágrimas ante sus ojos sin que ella pudiera, ni supiera, hacer nada para remediarlo. No cesó en ningún momento de pedirle perdón por lo bajo, a sabiendas de que el chico, en su estado, no la oiría. Pero no le importaba. Necesitaba hacerlo, necesitaba convencerlo de que ella no pensaba que estuviese loco, aunque las circunstancias invitaran a pensar lo contrario. Ella sabía lo que era el sufrimiento, el sentirse sola y desamparada. Sabía lo que era odiarse a uno mismo.
- No debes odiarte, la culpa no es tuya. Tenías razón, ¿sabes? El mundo es terrible y yo soy demasiado estúpida o demasiado infantil para reconocerlo. ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! Deberías odiarme a mi, no a ti... Aunque eso no me guste... Y gracias por salvarme... No me parece bien lo que hiciste, pero nunca nadie había hecho algo así por mi... -Su voz sonaba apagada, reprimida, como si tuviera miedo de decir en voz alta aquello que pensaba. No quería hacer más daño del que ya había provocado en la maltrecha mente del joven. No quería ser culpable de su locura, ni de su dolor, aunque, en parte, ya lo fuera. Finalmente, al alejarse de él, lo observó vomitar con una mezcla de tristeza y lástima. No sentía asco más que por sí misma, por haberle provocado aquel brote de, ¿ansiedad? ¿locura? ¿dolor? ¿pánico? Se quedó callada, mirándolo simplemente.
Y cuando las lágrimas pujaron por salir también de sus ojos, decidió que era mejor dejarle recomponerse, y hacerlo ella misma, a solas. Se volteó. Le temblaban las piernas, como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Ese era el efecto que situaciones tan violentas como la que acababa de vivir surtían en ella. No estaba acostumbrada en absoluto a enfrentarse a la gente, y mucho menos a toparse cara a cara con una realidad que ella misma vivía, y que no quería reconocer. Jeanna se había aferrado a su inocencia y actitud infantil para sobrevivir en un mundo que amenazaba seriamente con engullirla. Aquel chico, sin embargo, le escupía en la cara a ese mismo mundo, por ser tan hostil con él. Ella era la cobarde, y no él. Aunque ambos lloraran, uno tenía más posibilidades de sobrevivir que el otro. Y no era ella. Le escuchó acercarse, y por un momento no pudo evitar temer que la bofetada que se merecía fuese a quedarse grabada en su rostro. Y lo más raro es que realmente hubiese deseado que se la diera. Era lo menos que podía hacer después de su ofensa.
Pero no fue eso lo que ocurrió. Le extrañó enormemente que la voz del muchacho sonase nuevamente tranquila, fría. ¿Cómo podía recomponerse tan deprisa? Ahora más que nunca se sentía como una niña en comparación con él. Tuvo que sopesar un momento lo que iba a decir antes de contestarle, y finalmente lo hizo, titubeando. - Te... ¿marchas? -La idea de quedarse sola no le hacía especial gracia, pero al menos, si el muchacho había vuelto a dirigirle la palabra, eso debía significar que no la odiaba mucho, ¿no? - Yo... yo me llamo Jeanna... -Respondió en un hilo de voz, contrariada por el brusco y repentino cambio de discurso que, nuevamente, mostró el chico al decir aquello último. ¿No volverían a encontrarse? Probablemente, y quizá realmente fuera lo mejor, pero no era lo que deseaba. Tampoco sabía si quería encontrarse con él, hacerse su amiga o algo así, pero sí le hubiera gustado intentarlo. No lo dijo, por supuesto. Ella nunca decía nada. Se guardaba los sentimientos contradictorios como un tesoro, a sabiendas de lo sencillo que resultaba que los volviesen en su contra.
Se quedó parada en el sitio, viéndole avanzar en dirección contraria, y una repentina sensación de frío la recorrió de arriba abajo. Aquel chico le había mostrado algo, algo que se había negado a aceptar: que el mundo era un lugar frío, oscuro y hostil. Y que ella no estaba preparada para sobrevivir, a solas, en él.
- No debes odiarte, la culpa no es tuya. Tenías razón, ¿sabes? El mundo es terrible y yo soy demasiado estúpida o demasiado infantil para reconocerlo. ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! Deberías odiarme a mi, no a ti... Aunque eso no me guste... Y gracias por salvarme... No me parece bien lo que hiciste, pero nunca nadie había hecho algo así por mi... -Su voz sonaba apagada, reprimida, como si tuviera miedo de decir en voz alta aquello que pensaba. No quería hacer más daño del que ya había provocado en la maltrecha mente del joven. No quería ser culpable de su locura, ni de su dolor, aunque, en parte, ya lo fuera. Finalmente, al alejarse de él, lo observó vomitar con una mezcla de tristeza y lástima. No sentía asco más que por sí misma, por haberle provocado aquel brote de, ¿ansiedad? ¿locura? ¿dolor? ¿pánico? Se quedó callada, mirándolo simplemente.
Y cuando las lágrimas pujaron por salir también de sus ojos, decidió que era mejor dejarle recomponerse, y hacerlo ella misma, a solas. Se volteó. Le temblaban las piernas, como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Ese era el efecto que situaciones tan violentas como la que acababa de vivir surtían en ella. No estaba acostumbrada en absoluto a enfrentarse a la gente, y mucho menos a toparse cara a cara con una realidad que ella misma vivía, y que no quería reconocer. Jeanna se había aferrado a su inocencia y actitud infantil para sobrevivir en un mundo que amenazaba seriamente con engullirla. Aquel chico, sin embargo, le escupía en la cara a ese mismo mundo, por ser tan hostil con él. Ella era la cobarde, y no él. Aunque ambos lloraran, uno tenía más posibilidades de sobrevivir que el otro. Y no era ella. Le escuchó acercarse, y por un momento no pudo evitar temer que la bofetada que se merecía fuese a quedarse grabada en su rostro. Y lo más raro es que realmente hubiese deseado que se la diera. Era lo menos que podía hacer después de su ofensa.
Pero no fue eso lo que ocurrió. Le extrañó enormemente que la voz del muchacho sonase nuevamente tranquila, fría. ¿Cómo podía recomponerse tan deprisa? Ahora más que nunca se sentía como una niña en comparación con él. Tuvo que sopesar un momento lo que iba a decir antes de contestarle, y finalmente lo hizo, titubeando. - Te... ¿marchas? -La idea de quedarse sola no le hacía especial gracia, pero al menos, si el muchacho había vuelto a dirigirle la palabra, eso debía significar que no la odiaba mucho, ¿no? - Yo... yo me llamo Jeanna... -Respondió en un hilo de voz, contrariada por el brusco y repentino cambio de discurso que, nuevamente, mostró el chico al decir aquello último. ¿No volverían a encontrarse? Probablemente, y quizá realmente fuera lo mejor, pero no era lo que deseaba. Tampoco sabía si quería encontrarse con él, hacerse su amiga o algo así, pero sí le hubiera gustado intentarlo. No lo dijo, por supuesto. Ella nunca decía nada. Se guardaba los sentimientos contradictorios como un tesoro, a sabiendas de lo sencillo que resultaba que los volviesen en su contra.
Se quedó parada en el sitio, viéndole avanzar en dirección contraria, y una repentina sensación de frío la recorrió de arriba abajo. Aquel chico le había mostrado algo, algo que se había negado a aceptar: que el mundo era un lugar frío, oscuro y hostil. Y que ella no estaba preparada para sobrevivir, a solas, en él.
- Agradecimiento:
- PD: Muchas gracias por el tema ♥ creo que la chiquita Jeanna finalmente logró aprender a ser menos infantil gracias a él. ¡Y quizá se vuelvan a encontrar, quien sabe!
Jamile S. Czinege- Gitano
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 06/09/2013
Temas similares
» Callum Norringthon
» Do you think I'm crazy? PROVE IT! | Relaciones de Callum Norringthon
» Ónix {Chelsey Norringthon}
» Shining Through [Lucian Argeneau, +18]
» Do you think I'm crazy? PROVE IT! | Relaciones de Callum Norringthon
» Ónix {Chelsey Norringthon}
» Shining Through [Lucian Argeneau, +18]
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour