No Return | Lumarie

Que traicionado me sentía. No dejaba depensar que todo era culpa de mi estúpida inocencia, de mi creencia, pero, ¿qué había de malo defender mis creencias y mis decisiones? Estaba claro que yo quería que cambiase todo el estamento social, sin derecho para elegir sobre las personas y sobre su dinero en el futuro. ¡Vamos, la nobleza estaba acomodada y hasta yo lo sabía! Aun así, alguna de mis ganancias siempre las intentaba dar a los pobres que de verdad lo necesitabn o dar más propina de la cuenta, sin que nadie de la nobleza se diese cuenta... hasta ahora.
Realmente no pensé que dos de los condes de París se fuesen a reír de mi y, sobretodo, de mi padre. Él se sintió decepcionado, de pronto, cuando empezaron a burlarse de nosotros en aquel palacio real, acudiendo a esa gran cena de celebración de a saber qué. No quise que se riesen, pero no pude hacer nada más que reír con ellos, intentando mejorlo... pero el silencio de mi padre en el carro fue lo que hizo que mi dolor aumentase.

El carro estaba en silencio y yo asomaba mi rostro por la ventanilla de la derecha, la cual no tenía ventanas. Veía como esa noche fría y helada se apoderaba de aquellos callejones de Francia donde solía vivir las personas de clase media. No había ni un alma en la calle, ni un ruído... hasta en mi carro.
Miré de soslayo a mi padre, poniéndome recto en el carro para mirarle ahora de frente. Él estaba mirando con anhelo y profundamente la ventana contraria a la mía. Respiré profundamente y tragué saliva.

- Padre, ¿a caso no me va a hablar? -Le pregunté sin tener respusta. Volví a coger aire y, mordiéndome el labio mientras me contenía la rabia, repetí el proceso.- ¿Podemos solucionarlo, por favor, mi señor padre? -Pregunté, de nuevo, sin respuesta.

Todo eso me puso de muy mal humor. Odiaba cuando pasaban de mi cara cuando intentaba hacer algo bien o arreglarlo, como si todo fuese inutil. Todo se acumuló e hizo que explotase en ese momento y, de pronto, me levanté del carro con fuerza, mientras apretaba mis puños.

-¡DETENGA EL CARRO, ME BAJO AQUÍ MISMO! -Exclamé al conductor y, de pronto, frenó tan de golpe que casi me caía de este, agarrandome a la ventana. Cuando mi padre me miró extrañado, mientras bajaba del carruaje y cogía mi chaqueta para ponermela, cerré la puerta y me fui, mientras decía entre un grito.- ¡No quiero estar en un lugar donde ni mi padre me hable! ¡Antes prefieo estar en el infierno!


~

Me arrepentía mucho de mis actos pasados, sabiendo que había hecho mal en reaccionar así, pero es que me sentía realmente mal. No sabía que hacer y solo andaba por esos callejones, dando rodeos largos para no llegar a casa y pensar un perdón e intentando que no me caigan más lágrimas por mis ojos. Era en vano, pues ahora paseaban esas pequeñas gotas por mis mejillas.
Caminaba con mis manos en los bolsillos, apagado y sin nada mejor que hacer, con mi cabeza gacha. Quizá quería que algo me despertase de mi trance y, justo a tiempo, más adelante, un grito de auxilio femenino me despertó. Me extrañé y, con pao rápido, me acerqué a la esquina de un callejón del fondo de una calle donde estaba una muchacha de cabellos rubios siendo atacada por un encapuchado que, al parecer, quería abusar de ella. "No delante de mi presenta, truán. Con lo enfadado que me siento, este me viene perfecto", pensé mientras veía aquella aura demasiado corrompida por sus instintos animales mientras que la de la chica era lo más puro y claro que podía perceptar.
Estiré mis manos y, de pronto, sentí como pude dominar el cuerpo de ese hombre gracias a la dominación. Mi cuerpo descansó sobre una de las farolas mientras llevaba el cuerpo lejos de ese lugar, haciendo que se fuese corriendo y dejase en paz a la chica. Demasiado alejado, lleno de golpes que hice que se reciviese por mi dominación, y, con una advertencia desde dentro de él, volví de ese estado de trance por haber salvado a la mujer y, con una sonrisa, me acerqué a la mujer con paso lento mientras le intentaba tranquilizar.

- Jovencita, ¿estas bien? Siento si mi presencia le ha asustado, pero vengo en son de paz, lo juro.

Esa esa extraña manía de acudir a la llamada de auxilio en muchos momentos de mi vida, así como cualquier ocasión como para jugar un poco con esos "mundanos" que se pasaban de la raya de la ciudadania y normas de comportamiento. Realmente era lo que más me divertía: jugar con la mente humana. Era demasiado cruel, pues poseía ciertos poderes que uno de cada quince humanos podría tener aquí en París. No me imaginaba nadie así, pero lo era... y cuando podía, sacaba ese interior mío demasiado... "malo".

Caminé hacía la chica, la cua parecía como una muñeca de porcelana demasiado bella. Era una hermosa jovencita con una piel que parecía pulida de lo pálida que era, con un cabello rubio platino a conjunto y unos hermosos labios que dibujaban una sonrisa tímida e infantil. Su modesto traje le calificaba como una chica de clase media o quizá baja, pero lo segundo era más improbable por su hermoso pelo bastante bien peinado y sus modales. Era como esas muñequitas de porcelana que tenía mi madre, en esa infancia que aun recordaba, las cuales me prohibía tocar bajo ningún concepto.
Caminé hacía ella, poniéndome a su lado. Me preocupaba que se hubiese hecho algo malo, pero cuando no vi ni rastro de herida, ahora lo que me preocupó en ese momento era como le explicaría la huída de aquel hombre si lo llegaba a preguntar, lo cual estuvo claro cuando esta me respondió con un tono sencillo y tímido, como algo tensa y nerviosa. ¿Sería por mi presencia o quizá por la sorpresa que le dio que alguien le salvase?

- Me alegro que esté bien, de verdad. - Sonreí ampliamente, acercándome un paso a la chica, la cual se alejó demasiado para mantener las distancias precavidas y educadas. Cuando me arrodille para saludarle, fue como si una escena muy cómica apareciese, pues casi me dieron ganas de caerme de boca cuando escuché esa curiosidad sobre aquel ladrón. "Sabía que me lo preguntaría. ¡Mira que soy idiota!", pensé, pero en unos segundos reaccioné, encogiéndome de hombros.- Digamos que ese criminal me conoce demasiado bien y sabe que cuando me ve aparecer, tiene que echar a correr si no quiere volver a ser metido en la cárcel, querida. Soy bastante conocido, eso es lo malo de ser de clase alta. -Suspiré y recordé, de nuevo, la pelea que tuve con mi padre y en aquella cena. No quería volver a deprimirme, aunque realmente estaba tapando esos sentimientos de desanimo y de ganas de llorar por la impotencia que sentía de no haber echo nada. Me tapé esas lágrimas con una amplia sonrisa bien fingida y, haciendo un leve gesto con mis manos, miré hacía la salida del callejón.- ¿Quiere que le acompañe o prefiere ir sola, my lady? Créame que puedo coger tiempo para usted y en mi casa no es que esté el ambiente demasiado bueno como para volver.