AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Criada y Señora al azar nada abandonan {Claire Quartermane}
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Criada y Señora al azar nada abandonan {Claire Quartermane}
Era curioso cómo los recuerdos de Tulipe acerca de su infancia emergían del pasado con el transcurrir de sus días en París. Quizás era porque siempre había estado acompañada de su madre a lo largo de su vida y la soledad de la autosuficiencia en la capital la había inducido insoslayablemente a dialogar consigo misma. Muchos años podían ser dejados atrás, olvidando episodios, pero ello no quería decir que no hubieran existido y Tulipe lo sabía; no podía recordar cuándo se había hecho moretones en las piernas, pero los tenía, y sentía sus efectos al caminar tímidamente por la zona residencial.
El coloquio interno se había comenzado hacer más intenso la última semana con la partida del Duque de Escocia y con su búsqueda por un nuevo trabajo. Los francos que le había entregado Emerick se habían agotado; no tenía mucho tiempo antes de empezar a sentir sonarle la tripa, ya lo calculaba, por lo que apresuró su paso torpe por el sendero de tierra intentando huir a la vez de la posibilidad siempre existente y amenazante de tener que recurrir a otros métodos para poder comer. A pesar de su urgencia, tenía claro que no se dedicaría jamás a dos cosas en especial: a la prostitución de la cual su madre se había empeñado en alejarla y al trabajo en los sembradíos. ¿Por qué su resistencia a la segunda opción? Porque para nadie era noticia lo que los capataces hacían con las necesitadas jóvenes como ella una vez que se cerraba el granero y el patrón se iba a dormir. Y eso la llevaba a un recuerdo…
Se veía a Lavande Enivrant y a su pequeña hija de seis años cargando canastas con el grano recolectado durante el día hacia la bodega destinada para su reserva. Aquellas trabajadoras eran las últimas que faltaban para cerrar la jornada; la lentitud que Lavande había adoptado al laborar para no forzar a su niña a seguirle el ritmo le había pasado la cuenta. Así, apenas ambas féminas vaciaron sus cestas en el depósito, un hombre de aspecto fuerte hizo presencia en el lugar. Se trataba del mayoral, quien sin decir nada miró a la mayor de las campesinas con una sonrisa exageradamente feliz, aunque por alguna razón inexplicable para una niña pequeña, a Tulipe le pareció aterradora. Fue entonces cuando su madre le acarició la cabecita como si la estuviese llevando a dormir, y le susurró en su oreja “espérame afuera en los establos. Tápate los ojos y los oídos. No te muevas hasta que vaya por ti”. Aquel fue sólo uno de los múltiples sacrificios que Lavande hizo por su hija, puesto que ella supo que si no accedía, rasgarían de sus manos a quien más quería para hacer sus fechorías. No había podido salvarse a sí misma; al menos quería saber que su inmolación daría de mamar a su prole.
El alarido estruendoso de un corcel acompañado del movimiento de sus patas en el aire tapando el sol despertaron a la joven de sus remembranzas abruptamente, haciéndola caer hacia atrás. Su distracción le había impedido fijarse en el camino y en el hombre que transitaba por él.
—¡Desgraciada!, ¡la próxima vez besarás el suelo bajo mi caballo! —soltó en un grito despectivo el varón antes de largarse del lugar.
Al levantarse y sacudir sus ropas de la mugre y a su mente de la impresión, Tulipe comenzó a entender con su fortuito pero desagradable encuentro que los tratos que le habían propiciado Emerick y la dulce Doreen estaban desapareciendo lentamente tras una levantada nube de polvo. Y que cuando llegara a su destino, probablemente no quedaría nada. De nuevo esa incertidumbre amarga: la de la propia subsistencia. Al mismo tiempo se levantaba en ella esa mirada hacia el horizonte, como cada vez que sentía un desafío cercano. Y lo hacía porque ver directamente hacia ese atardecer justo antes de que el sol dejara ese tono ámbar para tornarse naranja, era como estar viendo a Dios.
Sólo después de verlo inhaló el aire invernal antes de encaminar sus piernas hacia su destino. Corría para sobrevivir, corría porque las garras de un final funesto la perseguían por detrás. Corría porque no tenía elección.
…
—Seguramente debí haberme pasado un par de casas. ¿No se habrá equivocado la cocinera? —se preguntaba Tulipe mientras admiraba la majestuosa edificación.— Dios, ¿a quién quiero engañar? Es aquí.
Una también ex trabajadora de Emerick le había pasado el dato de que había una señora buscando una sirvienta joven que pudiera con todo, incluyendo el cuidado de un niño pequeño; sin embargo, no le había contado lo imponente de la mansión, el hogar de los Quartermane. La manceba tragó saliva; si así era por fuera, no quería ni sospechar qué valor tendrían los objetos dentro. Su torpeza, sin duda, no sería de gran ayuda a la hora de transitar por las habitaciones. Se llevaría unas buenas reprimendas si arruinaba algún artefacto apreciado por los amos.
Una mujer salió de la mansión a su encuentro en la entrada. No parecía ser la mujer de la casa, pero sí alguien de confianza de la misma. Miró a Tulipe sabiendo a lo que venía. La chica se sintió extraña tras ese par de ojos que la analizaban minuciosamente sin dirigirle palabra alguna; era como si no esperara nada de ella, casi como si al ingresar tuviera los días contados. La pecosa no la juzgó; al fin y al cabo llevaba escrito en su rostro la experiencia de su cargo. Fue tan así que percibió de inmediato que la ex campesina no era una amenaza para nadie con ese cuerpo huesudo.
La joven intentó romper con el incómodo silencio.
—B-Bonjour, madame. Soy… —saludó con cortesía. Lo que recibió fue protocolo y frialdad.
—La única madame está adentro, niña. Es ella la que te pedirá tu nombre si es que le interesa. Cuando eso suceda, comenzará a importarme y te diré cómo debes referirte a mí. Mientras tanto… —abrió la reja la mujer, no sin recibir miradas de los guardias que le advirtieron que no le quitara los ojos de encima a la recién llegada. Nunca se sabía si se trataba de una loba hambrienta con piel de oveja— …estás a prueba.
La católica estuvo a punto de morder sus labios, pero se resistió; en cambio, asintió a la fémina como manera de hacer frente al desafío. Ya estaba ahí y no huiría. Tenía por qué quedarse.
—Sígueme. Y ten cuidado con tocar pisar la tierra removida. Acaban de sembrarse lilas —ordenó Dorothea. Con ese mandato comenzaron las dos mujeres a caminar por el jardín, pasando por las fuentes de agua que a las flores acompañaban. —No verás al amo durante el día, para variar, pero sí a su mujer. La señora está bebiendo té en la terraza. Estaba esperando que llegaras, por eso no está bebiendo adentro. No creerás que iba a dejarte tocar los muebles sin revisarte, ni mucho menos cargar al niño.
—Desde luego que no —susurró la chica en voz gentil, lo suficiente para que Dorothea la escuchara.
—Bien… en cuanto entiendas eso, serás medianamente aceptable —se detuvo la experimentada doméstica cuando llegaron a un empedrado diferente, más angosto que los demás.— Sigue este camino y encontrarás a la señora. Intenta no hacer nada estúpido.
Ocultando su rostro inocente del desconfiado de Dorothea, Tulipe siguió la adornada senda imaginando cómo sería la dueña del lugar. Era raro, pero la cocinera que le había informado del lugar había mencionado que no acudían muchas visitas a la mansión, como sí ocurría con las demás residencias de la realeza. ¿Tal vez se debería a rumores y habladurías o simplemente a que no eran los vecinos más sociables de París? Fuera como fuera, los Quartermane podían darle techo y comida, y eso pesaba. Sin duda la mujer que conocería se comportaría más exigente con ella que la señorita Doreen; era casada con un Duque, tenía un hijo, y era dueña de todas las cargas que aquello implicaba. Nada cambiaba para Tulipe. Seguiría trabajando arduamente bajo el amparo de su señor Jesucristo.
Fue así que en una vuelta del sendero se topó con la silueta de una mujer bastante elegante que se encontraba sentada bebiendo de una taza de porcelana. Tulipe posicionó sus manos tras su espalda y agachó la cabeza con respeto, con una de esas reverencias propias de la pobreza: carentes de clase y plagadas de sumisión. No la miró a los ojos ni le habló. Ella entendía que debía ser la dueña quien le dirigiera la palabra para permitirle hablar y que no sería la sirvienta quien osara indagar en la mirada de la ama, sino al revés.
El coloquio interno se había comenzado hacer más intenso la última semana con la partida del Duque de Escocia y con su búsqueda por un nuevo trabajo. Los francos que le había entregado Emerick se habían agotado; no tenía mucho tiempo antes de empezar a sentir sonarle la tripa, ya lo calculaba, por lo que apresuró su paso torpe por el sendero de tierra intentando huir a la vez de la posibilidad siempre existente y amenazante de tener que recurrir a otros métodos para poder comer. A pesar de su urgencia, tenía claro que no se dedicaría jamás a dos cosas en especial: a la prostitución de la cual su madre se había empeñado en alejarla y al trabajo en los sembradíos. ¿Por qué su resistencia a la segunda opción? Porque para nadie era noticia lo que los capataces hacían con las necesitadas jóvenes como ella una vez que se cerraba el granero y el patrón se iba a dormir. Y eso la llevaba a un recuerdo…
Se veía a Lavande Enivrant y a su pequeña hija de seis años cargando canastas con el grano recolectado durante el día hacia la bodega destinada para su reserva. Aquellas trabajadoras eran las últimas que faltaban para cerrar la jornada; la lentitud que Lavande había adoptado al laborar para no forzar a su niña a seguirle el ritmo le había pasado la cuenta. Así, apenas ambas féminas vaciaron sus cestas en el depósito, un hombre de aspecto fuerte hizo presencia en el lugar. Se trataba del mayoral, quien sin decir nada miró a la mayor de las campesinas con una sonrisa exageradamente feliz, aunque por alguna razón inexplicable para una niña pequeña, a Tulipe le pareció aterradora. Fue entonces cuando su madre le acarició la cabecita como si la estuviese llevando a dormir, y le susurró en su oreja “espérame afuera en los establos. Tápate los ojos y los oídos. No te muevas hasta que vaya por ti”. Aquel fue sólo uno de los múltiples sacrificios que Lavande hizo por su hija, puesto que ella supo que si no accedía, rasgarían de sus manos a quien más quería para hacer sus fechorías. No había podido salvarse a sí misma; al menos quería saber que su inmolación daría de mamar a su prole.
El alarido estruendoso de un corcel acompañado del movimiento de sus patas en el aire tapando el sol despertaron a la joven de sus remembranzas abruptamente, haciéndola caer hacia atrás. Su distracción le había impedido fijarse en el camino y en el hombre que transitaba por él.
—¡Desgraciada!, ¡la próxima vez besarás el suelo bajo mi caballo! —soltó en un grito despectivo el varón antes de largarse del lugar.
Al levantarse y sacudir sus ropas de la mugre y a su mente de la impresión, Tulipe comenzó a entender con su fortuito pero desagradable encuentro que los tratos que le habían propiciado Emerick y la dulce Doreen estaban desapareciendo lentamente tras una levantada nube de polvo. Y que cuando llegara a su destino, probablemente no quedaría nada. De nuevo esa incertidumbre amarga: la de la propia subsistencia. Al mismo tiempo se levantaba en ella esa mirada hacia el horizonte, como cada vez que sentía un desafío cercano. Y lo hacía porque ver directamente hacia ese atardecer justo antes de que el sol dejara ese tono ámbar para tornarse naranja, era como estar viendo a Dios.
Sólo después de verlo inhaló el aire invernal antes de encaminar sus piernas hacia su destino. Corría para sobrevivir, corría porque las garras de un final funesto la perseguían por detrás. Corría porque no tenía elección.
…
—Seguramente debí haberme pasado un par de casas. ¿No se habrá equivocado la cocinera? —se preguntaba Tulipe mientras admiraba la majestuosa edificación.— Dios, ¿a quién quiero engañar? Es aquí.
Una también ex trabajadora de Emerick le había pasado el dato de que había una señora buscando una sirvienta joven que pudiera con todo, incluyendo el cuidado de un niño pequeño; sin embargo, no le había contado lo imponente de la mansión, el hogar de los Quartermane. La manceba tragó saliva; si así era por fuera, no quería ni sospechar qué valor tendrían los objetos dentro. Su torpeza, sin duda, no sería de gran ayuda a la hora de transitar por las habitaciones. Se llevaría unas buenas reprimendas si arruinaba algún artefacto apreciado por los amos.
Una mujer salió de la mansión a su encuentro en la entrada. No parecía ser la mujer de la casa, pero sí alguien de confianza de la misma. Miró a Tulipe sabiendo a lo que venía. La chica se sintió extraña tras ese par de ojos que la analizaban minuciosamente sin dirigirle palabra alguna; era como si no esperara nada de ella, casi como si al ingresar tuviera los días contados. La pecosa no la juzgó; al fin y al cabo llevaba escrito en su rostro la experiencia de su cargo. Fue tan así que percibió de inmediato que la ex campesina no era una amenaza para nadie con ese cuerpo huesudo.
La joven intentó romper con el incómodo silencio.
—B-Bonjour, madame. Soy… —saludó con cortesía. Lo que recibió fue protocolo y frialdad.
—La única madame está adentro, niña. Es ella la que te pedirá tu nombre si es que le interesa. Cuando eso suceda, comenzará a importarme y te diré cómo debes referirte a mí. Mientras tanto… —abrió la reja la mujer, no sin recibir miradas de los guardias que le advirtieron que no le quitara los ojos de encima a la recién llegada. Nunca se sabía si se trataba de una loba hambrienta con piel de oveja— …estás a prueba.
La católica estuvo a punto de morder sus labios, pero se resistió; en cambio, asintió a la fémina como manera de hacer frente al desafío. Ya estaba ahí y no huiría. Tenía por qué quedarse.
—Sígueme. Y ten cuidado con tocar pisar la tierra removida. Acaban de sembrarse lilas —ordenó Dorothea. Con ese mandato comenzaron las dos mujeres a caminar por el jardín, pasando por las fuentes de agua que a las flores acompañaban. —No verás al amo durante el día, para variar, pero sí a su mujer. La señora está bebiendo té en la terraza. Estaba esperando que llegaras, por eso no está bebiendo adentro. No creerás que iba a dejarte tocar los muebles sin revisarte, ni mucho menos cargar al niño.
—Desde luego que no —susurró la chica en voz gentil, lo suficiente para que Dorothea la escuchara.
—Bien… en cuanto entiendas eso, serás medianamente aceptable —se detuvo la experimentada doméstica cuando llegaron a un empedrado diferente, más angosto que los demás.— Sigue este camino y encontrarás a la señora. Intenta no hacer nada estúpido.
Ocultando su rostro inocente del desconfiado de Dorothea, Tulipe siguió la adornada senda imaginando cómo sería la dueña del lugar. Era raro, pero la cocinera que le había informado del lugar había mencionado que no acudían muchas visitas a la mansión, como sí ocurría con las demás residencias de la realeza. ¿Tal vez se debería a rumores y habladurías o simplemente a que no eran los vecinos más sociables de París? Fuera como fuera, los Quartermane podían darle techo y comida, y eso pesaba. Sin duda la mujer que conocería se comportaría más exigente con ella que la señorita Doreen; era casada con un Duque, tenía un hijo, y era dueña de todas las cargas que aquello implicaba. Nada cambiaba para Tulipe. Seguiría trabajando arduamente bajo el amparo de su señor Jesucristo.
Fue así que en una vuelta del sendero se topó con la silueta de una mujer bastante elegante que se encontraba sentada bebiendo de una taza de porcelana. Tulipe posicionó sus manos tras su espalda y agachó la cabeza con respeto, con una de esas reverencias propias de la pobreza: carentes de clase y plagadas de sumisión. No la miró a los ojos ni le habló. Ella entendía que debía ser la dueña quien le dirigiera la palabra para permitirle hablar y que no sería la sirvienta quien osara indagar en la mirada de la ama, sino al revés.
Última edición por Tulipe Enivrant el Dom Abr 13, 2014 10:16 am, editado 4 veces
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
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Re: Criada y Señora al azar nada abandonan {Claire Quartermane}
Mientras aprendía a leer llegó a sus manos un libro repleto de ilustraciones que mostraba, entre muchas cosas, escenas de un palacio inglés que Claire por supuesto desconocía. La historia le pareció aburrida, sin sentido, llena de datos a los que no podía prestarle atención ya que su mirada se desviaba insistentemente hacia la imagen de una habitación donde destacaba un gran espejo. La obsesión, que nació a la luz de una vela hace tantos años, continuó luego cuando tuvo bajo su poder una mansión que ahora se convertía en su hogar. Mantuvo la historia del origen del conocimiento de ese mobiliario en secreto pero la insistencia para obtenerlo que hizo hacia su esposo le ayudó a que finalmente, luego de más de cinco años, Nigel accediera a pagar lo que fuera por esa específica pieza que tuvo que traer desde Inglaterra sólo para cumplir con el capricho de su esposa. Así solía ser con ella, si una idea se metía en su cabeza no se detiene hasta que la cumple o hasta que consigue lo que quiere. ¿Realmente pidió el espejo porque le gustaba o para probar a su marido? Se lo preguntó mientras elegía el lugar para ubicarlo, se lo preguntó mientras los trabajadores lo instalaban, se lo preguntó cuando pudo estar a solas y observar su reflejo. Lo que sus ojos le mostraban no era lo que ella esperaba ver y aquello no se debía a alguna característica especial que poseyera aquel objeto, sino mas bien a los cambios que ella misma había sufrido a través del tiempo, cambios que no son mas que la consecuencia de sus propias acciones.
Varios meses después de ese día, el espejo seguía cubierto por una sábana blanca, tal como cada mueble estuvo hasta la llegada del dueño de casa luego de ese “particular” viaje que lo hizo volver muy distinto. La diferencia radicaba principalmente en que esa habitación donde descansaba aquel objeto fue hecha totalmente para ella, decorada por ella, destinada a ella, un rincón especial donde podía realizar sus actividades personales, otro capricho más que su querido esposo le había cumplido y que durante su ausencia se transformó en el sector más evitado de la mansión. El corazón se le partía cada vez que sus pies la obligaban a acercarse siquiera y entrar le recordaba que cada dolor que tenía en la vida había sido provocado por sus propios errores. Perder a su hija había sido producto de su debilidad, casi perder a su esposo había sido porque ella no supo mantener a ese hombre satisfecho a su lado y todo eso salía a la luz en su deterioro físico, en los kilos perdidos y en la transformación que tuvo en una mujer más del montón y dejar de ser la increíble cortesana que era capaz de conseguir a quien quisiera, cuando quisiera. Como siempre, una voz en su cabeza se reía de esas memorias de fama que aún la hacían sonreír y de paso le recordaba que ya no era esa, que nunca volvería a serlo y que simplemente es patético y casi ridículo que se compare con una figura del pasado que dista tanto del presente.
Aún cuando los huesos no se marcan como antes y su piel no luce grisácea ni sin vida, muchos de los conflictos internos que se generaron en esos meses, que para ella no fueron más que una nube negra entre tanto tiempo de sol, aún siguen abiertos y principalmente gracias a esa cobardía que se ha acentuado en el último tiempo. Es por lo mismo que luego de lograr que León finalmente se durmiera, entra en la prohibida habitación y se planta frente al espejo que le ha traído más tristezas que alegrías. — Hazlo… — intenta darse coraje, susurrar palabras de motivación y esperar que con eso consiga algo, pero nada sirve y sus manos no se mueven. Todo está limpio y comprueba que a pesar de sus indicaciones sí han entrado ahí, al menos para mantener todo libre de suciedad. La respiración se agita, su pecho sube y baja con dificultad y un ardor creciente es sinónimo de la angustia que todo le causa. Nigel ya está en casa, vuelve a dormir cada amanecer aunque aún no lo hace en la cama que compartían juntos y pese a que de a poco le permite acercarse un poco más aún no es capaz de pasar tanto tiempo con León como a ella le gustaría. Aquello le duele y a la vez le da la fuerza suficiente para dar ese paso adelante, extender sus manos y tirar de la tela que le revela a una mujer seria, que luce mayor de los veintitrés años que realmente tiene y que abre los ojos para mirar asombrada que ya no está tan mal como pensaba.
— ¡Dorothea! ¡Dorothea! ¡Dorothea! — su voz se alza con cada grito. La empleada corre y se encuentra con su patrona con la cara sonriente y un semblante distinto, esta incluso parece una mujer diferente a esa que habitó la mansión en el último año. — Dorothea, quiero que volvamos a utilizar esta habitación, traeré muebles nuevos y algunas de las cosas de León… abre las ventanas, deja que entre el sol, acá no hay problemas… estaremos acá durante el día y en la noche podremos ver las estrellas… — habla en plural, gesticula y mueve las manos mientras va nombrando sus ideas, recorre todo el espacio como si tomara las medidas para crearle un traje nuevo a lo que de algún modo es el comienzo de un cambio, de algo que debió partir mucho antes pero que el tiempo decidió que sucediera ahora. — ¿Crees que pueda conseguir todo a tiempo? — no quiere decirlo en voz alta pero esa mujer es capaz de leerle la mente y aunque Claire no quiera reconocerlo ha pasado a ser lo más cercano que tiene a una amiga desde que dejó el burdel y desde que las paredes de ese hogar se convirtieron en la prisión voluntaria que no tiene planeado dejar. — Sí, creo que podemos conseguirlo… — esta sonrisa es sincera, camina hasta una de las ventanas al mismo tiempo que Dorothea comienza a abrirlas, el aire entra a raudales y le revuelve no sólo el cabello suelto, sino también las ideas que parecían dormidas. — Necesitaré ayuda, ¿crees que podrías encontrar a alguien? —
Días pasaron y la empleada más antigua de esa casa, que conoció incluso a Lord Quartermane y a Nigel de pequeño, sigue sin responder a la última pregunta que la señora le había hecho. El silencio de Dorothea suele significar una respuesta positiva para Claire pero de todos modos necesita asegurarse y aquella afirmación sólo llegó esa mañana luego de que despertara con los gritos de León exigiendo algo que al comienzo no fue del todo claro. El pequeño bandido, con apenas dos años y medio de edad, era un fiel amante de los caballos al igual que su padre y aunque bajo ningún motivo ella lo dejara cabalgar, sí le permitía acompañar a los trabajadores en las labores de cepillar y peinar a los animales siempre que esté bajo la mirada atenta de su madre, quien en contadas ocasiones le dejaba acariciar el bien cuidado crin y sólo si durante el acercamiento se encuentra en sus brazos. Pero ahora, mientras León juega con la tierra un poco más allá y Claire mantiene la costumbre de sus tiempos en lejanas tierras de beber té durante la tarde, es que los susurros de los empleados llegan a ella y llama su atención que esta vez los pastelillos no los traiga la muchacha de siempre. Siente los pasos y su espalda se endereza, no es Dorothea, es una muchacha que sin dudas es menor que ella y que con sólo verla puede notar que ha tenido una vida de trabajo parecida a la de su madre.
— Levanta la cabeza… — le molesta el exceso de reverencias, le pone de mal humor todo ese protocolo que sabe que no merece porque aunque ahora sea la esposa del duque, sigue siendo la hija bastarda producto de la violación de un hijo de puta inglés que luego las negó pese a que las gemelas eran copias idénticas de su propio rostro. — ¿Traes una recomendación? ¿Qué sabes hacer, muchacha? — el tono duro de sus palabras es la única señal de la prueba que está aplicando, es probable que la chica ya esté contratada por Claire, sobre todo porque si Dorothea permitió que la vea es porque cree que es capaz y porque sabe que su jefa confía totalmente en su criterio. — ¿Has cuidado niños? ¿Tienes experiencia? — la mira de pies a cabeza, niega y da un paso adelante para observarla más en detalle, una sonrisa irónica aparece y se cruza de brazos. — ¿Cuántos años tienes? Tú eres una niña, no creo que seas capaz de cuidar a mi hijo… ¿dónde vives? — aunque sabe que la está bombardeando con preguntas, aquello es lo mejor que puede hacer para descubrir el carácter de su nueva empleada, porque está claro que ya la aceptó, aunque quizás sólo lo hizo porque justo ahora, en ese minuto, está un poco aburrida. — Mi nombre es Claire, cuando te refieras a mí puedes llamarme madame o señora Quartermane, no de otro modo... el nombre de mi esposo es Nigel, a él mejor ni te refieras, de todos modos no lo verás hoy... y mi hijo, que ves ahí, es León… ¿cómo te llamas tú, muchachita? —
Varios meses después de ese día, el espejo seguía cubierto por una sábana blanca, tal como cada mueble estuvo hasta la llegada del dueño de casa luego de ese “particular” viaje que lo hizo volver muy distinto. La diferencia radicaba principalmente en que esa habitación donde descansaba aquel objeto fue hecha totalmente para ella, decorada por ella, destinada a ella, un rincón especial donde podía realizar sus actividades personales, otro capricho más que su querido esposo le había cumplido y que durante su ausencia se transformó en el sector más evitado de la mansión. El corazón se le partía cada vez que sus pies la obligaban a acercarse siquiera y entrar le recordaba que cada dolor que tenía en la vida había sido provocado por sus propios errores. Perder a su hija había sido producto de su debilidad, casi perder a su esposo había sido porque ella no supo mantener a ese hombre satisfecho a su lado y todo eso salía a la luz en su deterioro físico, en los kilos perdidos y en la transformación que tuvo en una mujer más del montón y dejar de ser la increíble cortesana que era capaz de conseguir a quien quisiera, cuando quisiera. Como siempre, una voz en su cabeza se reía de esas memorias de fama que aún la hacían sonreír y de paso le recordaba que ya no era esa, que nunca volvería a serlo y que simplemente es patético y casi ridículo que se compare con una figura del pasado que dista tanto del presente.
Aún cuando los huesos no se marcan como antes y su piel no luce grisácea ni sin vida, muchos de los conflictos internos que se generaron en esos meses, que para ella no fueron más que una nube negra entre tanto tiempo de sol, aún siguen abiertos y principalmente gracias a esa cobardía que se ha acentuado en el último tiempo. Es por lo mismo que luego de lograr que León finalmente se durmiera, entra en la prohibida habitación y se planta frente al espejo que le ha traído más tristezas que alegrías. — Hazlo… — intenta darse coraje, susurrar palabras de motivación y esperar que con eso consiga algo, pero nada sirve y sus manos no se mueven. Todo está limpio y comprueba que a pesar de sus indicaciones sí han entrado ahí, al menos para mantener todo libre de suciedad. La respiración se agita, su pecho sube y baja con dificultad y un ardor creciente es sinónimo de la angustia que todo le causa. Nigel ya está en casa, vuelve a dormir cada amanecer aunque aún no lo hace en la cama que compartían juntos y pese a que de a poco le permite acercarse un poco más aún no es capaz de pasar tanto tiempo con León como a ella le gustaría. Aquello le duele y a la vez le da la fuerza suficiente para dar ese paso adelante, extender sus manos y tirar de la tela que le revela a una mujer seria, que luce mayor de los veintitrés años que realmente tiene y que abre los ojos para mirar asombrada que ya no está tan mal como pensaba.
— ¡Dorothea! ¡Dorothea! ¡Dorothea! — su voz se alza con cada grito. La empleada corre y se encuentra con su patrona con la cara sonriente y un semblante distinto, esta incluso parece una mujer diferente a esa que habitó la mansión en el último año. — Dorothea, quiero que volvamos a utilizar esta habitación, traeré muebles nuevos y algunas de las cosas de León… abre las ventanas, deja que entre el sol, acá no hay problemas… estaremos acá durante el día y en la noche podremos ver las estrellas… — habla en plural, gesticula y mueve las manos mientras va nombrando sus ideas, recorre todo el espacio como si tomara las medidas para crearle un traje nuevo a lo que de algún modo es el comienzo de un cambio, de algo que debió partir mucho antes pero que el tiempo decidió que sucediera ahora. — ¿Crees que pueda conseguir todo a tiempo? — no quiere decirlo en voz alta pero esa mujer es capaz de leerle la mente y aunque Claire no quiera reconocerlo ha pasado a ser lo más cercano que tiene a una amiga desde que dejó el burdel y desde que las paredes de ese hogar se convirtieron en la prisión voluntaria que no tiene planeado dejar. — Sí, creo que podemos conseguirlo… — esta sonrisa es sincera, camina hasta una de las ventanas al mismo tiempo que Dorothea comienza a abrirlas, el aire entra a raudales y le revuelve no sólo el cabello suelto, sino también las ideas que parecían dormidas. — Necesitaré ayuda, ¿crees que podrías encontrar a alguien? —
Días pasaron y la empleada más antigua de esa casa, que conoció incluso a Lord Quartermane y a Nigel de pequeño, sigue sin responder a la última pregunta que la señora le había hecho. El silencio de Dorothea suele significar una respuesta positiva para Claire pero de todos modos necesita asegurarse y aquella afirmación sólo llegó esa mañana luego de que despertara con los gritos de León exigiendo algo que al comienzo no fue del todo claro. El pequeño bandido, con apenas dos años y medio de edad, era un fiel amante de los caballos al igual que su padre y aunque bajo ningún motivo ella lo dejara cabalgar, sí le permitía acompañar a los trabajadores en las labores de cepillar y peinar a los animales siempre que esté bajo la mirada atenta de su madre, quien en contadas ocasiones le dejaba acariciar el bien cuidado crin y sólo si durante el acercamiento se encuentra en sus brazos. Pero ahora, mientras León juega con la tierra un poco más allá y Claire mantiene la costumbre de sus tiempos en lejanas tierras de beber té durante la tarde, es que los susurros de los empleados llegan a ella y llama su atención que esta vez los pastelillos no los traiga la muchacha de siempre. Siente los pasos y su espalda se endereza, no es Dorothea, es una muchacha que sin dudas es menor que ella y que con sólo verla puede notar que ha tenido una vida de trabajo parecida a la de su madre.
— Levanta la cabeza… — le molesta el exceso de reverencias, le pone de mal humor todo ese protocolo que sabe que no merece porque aunque ahora sea la esposa del duque, sigue siendo la hija bastarda producto de la violación de un hijo de puta inglés que luego las negó pese a que las gemelas eran copias idénticas de su propio rostro. — ¿Traes una recomendación? ¿Qué sabes hacer, muchacha? — el tono duro de sus palabras es la única señal de la prueba que está aplicando, es probable que la chica ya esté contratada por Claire, sobre todo porque si Dorothea permitió que la vea es porque cree que es capaz y porque sabe que su jefa confía totalmente en su criterio. — ¿Has cuidado niños? ¿Tienes experiencia? — la mira de pies a cabeza, niega y da un paso adelante para observarla más en detalle, una sonrisa irónica aparece y se cruza de brazos. — ¿Cuántos años tienes? Tú eres una niña, no creo que seas capaz de cuidar a mi hijo… ¿dónde vives? — aunque sabe que la está bombardeando con preguntas, aquello es lo mejor que puede hacer para descubrir el carácter de su nueva empleada, porque está claro que ya la aceptó, aunque quizás sólo lo hizo porque justo ahora, en ese minuto, está un poco aburrida. — Mi nombre es Claire, cuando te refieras a mí puedes llamarme madame o señora Quartermane, no de otro modo... el nombre de mi esposo es Nigel, a él mejor ni te refieras, de todos modos no lo verás hoy... y mi hijo, que ves ahí, es León… ¿cómo te llamas tú, muchachita? —
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Re: Criada y Señora al azar nada abandonan {Claire Quartermane}
Sintió la aspirante a sirvienta la mirada escrutiñadora de la señora Quartermane sobre ella, queriendo indagar no en sus ropas apolilladas, no en lo blancos que pudieran estar sus dientes, sino en lo que estaba debajo de todo aquello. Conocía bien en qué consistía esa vista que había notado sobre otros como ella tantas veces; iba de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, y se tomaba una gran bocanada de aire antes de dar su veredicto. ¿Estaría midiendo su coraje, su paciencia, su precisión? Tulipe nunca lo sabría. Por eso dejaba que ganara la duda y se quedaba de pié preparada para lo que fuera.
Acompañada del molesto tono de la orden de quien quería que fuera su ama, Tulipe se atrevió a lentamente ubicar su mentón en el aire, manteniendo la posición de sus manos junto a su espalda. Pestañeó un par de veces cuando visualizó con claridad el rostro de la señora, encontrando una inusual mezcla de melancolía y fortaleza en sus ojos que la hacía marcar un antes y un después en las impresiones que las personas pudieran tener de ella. En las líneas de expresión alrededor de su boca había rastros de risas explosivas, pero también de sonrisas forzadas por ella misma, así como también la ligera hinchazón bajo sus ojos indicaba que le había tocado llorar. Seguramente por la imponencia que destilaba, habría llorado sola.
Todas esas cosas la campesina de Amiens se las guardaría. Solamente tendrían lugar dichos presentimientos cuando le tocara comprender el estado de ánimo de Claire. Probablemente jamás le compartiría ninguna interioridad, pero eso no quería decir que no pudiera apoyar desde fuera, ahorrándole malos ratos, guardando silencio cuando ella requiriera escuchar sus pensamientos, y en otros casos hablando de cualquier cosa superficial para distraerla. Pero ahora la tenía frente a ella disparando preguntas, poniendo a prueba su capacidad de esperar lo inesperado y actuar coherentemente respecto a ello. Así que eso hizo. Inhaló una buena cantidad de oxígeno y se propuso hablar de corrido.
—El ex duque de Escocia amablemente escribió esto. Él ha partido a su tierra natal de improviso. Me lo entregó para estos fines —estiró su mano con un sobre timbrado con el sello de su antiguo amo y lo depositó sobre la mesa. Su madre le había dicho antes de partir de casa que había señores a los que no les gustaba recibir nada directamente que hubiera tocado la servidumbre. No podía arriesgarse— Sé lavar, barrer, coser, tejer, cocinar desde cenas abrigadas para el invierno hasta pasteles y aperitivos. El señor también me asignó por un tiempo como dama de compañía de quien fue su prometida para ayudarle en lo que necesitara.
No contenta con ello, Claire puso sobre la mesa el tema más importante: niños. Razones tenía para dudar de una chiquilla huesuda, de pocas curvas, caderas aún estrechas, y labios temblorosos. No había que ser un genio para darse cuenta de que Tulipe jamás se había unido a un hombre ni en el lecho ni en ninguna parte, ni mucho menos cabía preguntarse si había tenido hijos. La respuesta estaba en los ojos de quien la contemplase. Pero así y todo la desposeída sí que tenía noción de aquello. Toda la experiencia que necesitaba se hallaba en sus años como temporera en su lejana Amiens.
—Tengo diecisiete años, señora. Sé que mi vida no es tan extensa como la de las nodrizas de París, las he visto, pero al menos en Amiens, de donde yo vengo, las niñas son las que más tienen hijos que cuidar. Como yo no tengo hijos una de mis labores en los sembradíos era cargarlos y atenderlos; incluso, varias veces fui partera ahí mismo. No se me ha olvidado nada. Podría serle útil para cuando vengan más hijos, si usted lo requiere —ofreció gentil y torpemente. No sabía que de parte de los Quartermane no vendrían más vástagos, ni en un año, ni en dos, ni en mil— Por ahora no tengo residencia. Lo últimos días desde que se fue mi patrón he estado ocupando mis últimos francos en posadas con la esperanza de encontrar trabajo en estos días.
Agradeció que Claire le dijera las reglas claras desde un principio; no había nada más incómodo que preguntarle a los patrones cómo referirse a ellos, porque casi siempre volteaban con un rostro indignado a responder, como si alguien les hubiera dado un pellizco en el trasero. Tendría, eso sí, que tener cuidado de toparse con el amo; si la señora hubiera querido asustarla, hubiera usado a los perros. No tenía motivos para exagerar. Recordaría preguntarle a Dorothea qué hacer para evitar sus maltratos y qué lugares de la mansión no frecuentar para reducir la probabilidad de enfrentamientos.
Los sustos se callaron temporalmente cuando Claire hizo notar el sitio en donde jugaba un niño, el tesoro del hogar: León. A Tulipe le resultó un infante adorable, tanto por el contraste de su piel nívea y ojos azules como por la manera en que jugaba con la tierra con gusto en vez de trabajarla, como le tocaba a los de la cepa de la muchacha. Y no sentía ningún resentimiento por no haber tenido la suerte de ese pequeño que con ese rostro manchado de polvo pero no así de pecado; era más, ella misma aceptaba en donde había nacido por su religión. Ocurría exactamente al revés; ver a un niño en esas condiciones le daba paz, porque había sido bendecido. No había otra verdad al respecto. De haber sido por ella, se habría quedado observando a aquel pequeño jugar a salvo el resto del día, y, ¿por qué no? Cuidado de que las pesadillas no lo atormentaran en la noche. Pero todavía no tenía trabajo y las preguntas de Claire no se habían acabado. Despegó su vista del infante de una vez y le contestó a la mujer.
—Me llamo Tulipe Enivrant, señora Quartermane —dijo con un acento que resultaba una mezcla del campo, la iglesia y la timidez, pero había algo más: disposición— Con el respeto que merece, si usted me lo permite, me gustaría servir en su hogar. Entiendo que es una mansión grande y sofisticada, pero en la tarea en que me ubique aprenderé rápido y aumentaré el ritmo de ser necesario. T-Trabajar aquí para mí sería… un verdadero honor.
Era más que un privilegio, lo sabía. De ello dependía lo que pudiera ocurrir el día de mañana. Era cierto que aceptaba lo que la marea le dejara, pero realmente no quería pasar hambre de nuevo, ni peligrar por las noches de París bajo las miradas hostiles de quienes aguardaban una oportunidad en los callejones. De eso había querido huir. Justamente para no pasar por eso la había enviado su madre a buscar mejor calidad de vida. No encontrar siquiera cobijo se traduciría en algo que ella bien sabía: el fracaso, la angustia, el hambre.
Acompañada del molesto tono de la orden de quien quería que fuera su ama, Tulipe se atrevió a lentamente ubicar su mentón en el aire, manteniendo la posición de sus manos junto a su espalda. Pestañeó un par de veces cuando visualizó con claridad el rostro de la señora, encontrando una inusual mezcla de melancolía y fortaleza en sus ojos que la hacía marcar un antes y un después en las impresiones que las personas pudieran tener de ella. En las líneas de expresión alrededor de su boca había rastros de risas explosivas, pero también de sonrisas forzadas por ella misma, así como también la ligera hinchazón bajo sus ojos indicaba que le había tocado llorar. Seguramente por la imponencia que destilaba, habría llorado sola.
Todas esas cosas la campesina de Amiens se las guardaría. Solamente tendrían lugar dichos presentimientos cuando le tocara comprender el estado de ánimo de Claire. Probablemente jamás le compartiría ninguna interioridad, pero eso no quería decir que no pudiera apoyar desde fuera, ahorrándole malos ratos, guardando silencio cuando ella requiriera escuchar sus pensamientos, y en otros casos hablando de cualquier cosa superficial para distraerla. Pero ahora la tenía frente a ella disparando preguntas, poniendo a prueba su capacidad de esperar lo inesperado y actuar coherentemente respecto a ello. Así que eso hizo. Inhaló una buena cantidad de oxígeno y se propuso hablar de corrido.
—El ex duque de Escocia amablemente escribió esto. Él ha partido a su tierra natal de improviso. Me lo entregó para estos fines —estiró su mano con un sobre timbrado con el sello de su antiguo amo y lo depositó sobre la mesa. Su madre le había dicho antes de partir de casa que había señores a los que no les gustaba recibir nada directamente que hubiera tocado la servidumbre. No podía arriesgarse— Sé lavar, barrer, coser, tejer, cocinar desde cenas abrigadas para el invierno hasta pasteles y aperitivos. El señor también me asignó por un tiempo como dama de compañía de quien fue su prometida para ayudarle en lo que necesitara.
No contenta con ello, Claire puso sobre la mesa el tema más importante: niños. Razones tenía para dudar de una chiquilla huesuda, de pocas curvas, caderas aún estrechas, y labios temblorosos. No había que ser un genio para darse cuenta de que Tulipe jamás se había unido a un hombre ni en el lecho ni en ninguna parte, ni mucho menos cabía preguntarse si había tenido hijos. La respuesta estaba en los ojos de quien la contemplase. Pero así y todo la desposeída sí que tenía noción de aquello. Toda la experiencia que necesitaba se hallaba en sus años como temporera en su lejana Amiens.
—Tengo diecisiete años, señora. Sé que mi vida no es tan extensa como la de las nodrizas de París, las he visto, pero al menos en Amiens, de donde yo vengo, las niñas son las que más tienen hijos que cuidar. Como yo no tengo hijos una de mis labores en los sembradíos era cargarlos y atenderlos; incluso, varias veces fui partera ahí mismo. No se me ha olvidado nada. Podría serle útil para cuando vengan más hijos, si usted lo requiere —ofreció gentil y torpemente. No sabía que de parte de los Quartermane no vendrían más vástagos, ni en un año, ni en dos, ni en mil— Por ahora no tengo residencia. Lo últimos días desde que se fue mi patrón he estado ocupando mis últimos francos en posadas con la esperanza de encontrar trabajo en estos días.
Agradeció que Claire le dijera las reglas claras desde un principio; no había nada más incómodo que preguntarle a los patrones cómo referirse a ellos, porque casi siempre volteaban con un rostro indignado a responder, como si alguien les hubiera dado un pellizco en el trasero. Tendría, eso sí, que tener cuidado de toparse con el amo; si la señora hubiera querido asustarla, hubiera usado a los perros. No tenía motivos para exagerar. Recordaría preguntarle a Dorothea qué hacer para evitar sus maltratos y qué lugares de la mansión no frecuentar para reducir la probabilidad de enfrentamientos.
Los sustos se callaron temporalmente cuando Claire hizo notar el sitio en donde jugaba un niño, el tesoro del hogar: León. A Tulipe le resultó un infante adorable, tanto por el contraste de su piel nívea y ojos azules como por la manera en que jugaba con la tierra con gusto en vez de trabajarla, como le tocaba a los de la cepa de la muchacha. Y no sentía ningún resentimiento por no haber tenido la suerte de ese pequeño que con ese rostro manchado de polvo pero no así de pecado; era más, ella misma aceptaba en donde había nacido por su religión. Ocurría exactamente al revés; ver a un niño en esas condiciones le daba paz, porque había sido bendecido. No había otra verdad al respecto. De haber sido por ella, se habría quedado observando a aquel pequeño jugar a salvo el resto del día, y, ¿por qué no? Cuidado de que las pesadillas no lo atormentaran en la noche. Pero todavía no tenía trabajo y las preguntas de Claire no se habían acabado. Despegó su vista del infante de una vez y le contestó a la mujer.
—Me llamo Tulipe Enivrant, señora Quartermane —dijo con un acento que resultaba una mezcla del campo, la iglesia y la timidez, pero había algo más: disposición— Con el respeto que merece, si usted me lo permite, me gustaría servir en su hogar. Entiendo que es una mansión grande y sofisticada, pero en la tarea en que me ubique aprenderé rápido y aumentaré el ritmo de ser necesario. T-Trabajar aquí para mí sería… un verdadero honor.
Era más que un privilegio, lo sabía. De ello dependía lo que pudiera ocurrir el día de mañana. Era cierto que aceptaba lo que la marea le dejara, pero realmente no quería pasar hambre de nuevo, ni peligrar por las noches de París bajo las miradas hostiles de quienes aguardaban una oportunidad en los callejones. De eso había querido huir. Justamente para no pasar por eso la había enviado su madre a buscar mejor calidad de vida. No encontrar siquiera cobijo se traduciría en algo que ella bien sabía: el fracaso, la angustia, el hambre.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: Criada y Señora al azar nada abandonan {Claire Quartermane}
Claire soltó un suspiro largo, muy largo, que la hacía lucir cansada y por sobre todo hastiada. ¿De qué podría estar cansada alguien como ella que ni los calzones se lavaba? Todos podrían preguntarse eso y tendrían mucha razón en hacerlo. Ella no barría, no cocinaba, no hacía nada de lo que seguramente su nueva empleada hacía, pero tenía a cuestas una vida también difícil y por sobre todo muy dura y solitaria, llena de riquezas pero pobre espiritualmente. Aquello la llevó un tiempo a intentar hacer como su madre y acercarse a la iglesia, pero ni todo el dinero del mundo podían lograr que ese puto sacerdote quitara la cara de espanto que ponía cada vez que la veía. Por lo mismo fue que luego del bautizo de León, las visitas se hicieron esporádicas pero una vez que Lilith falleció no volvió a pisar un templo. ¿Por qué tendría que rendirle culto a un Dios que se encargaba sólo de enviarle dolores y sufrimiento? Un Dios que continuamente la abandonaba y en el que era difícil creer si permitía que más gente muera de hambre, que su esposo se convierta en un vampiro y que el pequeño cuerpo de su niña termine comido por los gusanos hasta ser convertido en polvo.
Tenía los ojos entrecerrados y el ceño tranquilo, relajado como pocas veces se le ve. Se mantuvo así durante todas las primeras respuestas de la chiquilla y también cuando tomó el sobre que había dejado en la mesa y lo abrió para leer, en absoluto silencio, la carta enviada por el mismo ex duque de Escocia. Mientras recorría las palabras pensó en que luego le haría preguntas a la muchacha sobre cosas de la realeza, porque si bien ella misma es la esposa de un duque nunca ha sabido si eso en realidad sirve para algo o sólo por tener un título. Que el dinero viene de los negocios y el prestigio de la vida que lleven o el honor que posean, por lo que para ella todo eso no era más que un adorno como ese espejo en el que se mira para recordar que todo está mejor. O al menos eso es lo que quiere creer. Claire es sin dudas su peor enemiga, siempre se engaña a si misma. Nadie podría creer lo ingenua que puede llegar a ser.
Su rostro cambia, se endurece, las cejas se unen y la hacen lucir molesta porque realmente lo está. La chica habla y habla y pese a que la comenzó a escuchar con atención, sus palabras la golpean fuerte y logran que cualquier rastro de amabilidad desaparezca de las facciones de la dueña de casa. Podría serle útil para cuando vengan más hijos. Le gustaría gritarle que nunca más tendrá hijos, que su vientre seguirá vacío, desposeído de lo que más adora y que tampoco quiere tener otros y perderlos tal como ha hecho con su pequeña. El corazón de Claire se salta un latido, ella lleva una de sus manos al colgante que cae entre su vestido y se aferra a la pequeña piedra que ahí cuelga, es apenas visible y debe ser de ese modo, la compró a solas y sólo porque el color era similar al que creyó sería el cabello de Lilith, un rubio rojizo distinto al de su propio cabello chocolate y al oscuro que comparten Nigel y León.
—Te vas a quedar aquí, Tulipe… —dijo fuerte y claro luego de escuchar en silencio las respuestas a todas las preguntas que había hecho. Aquello no fue sólo a que le interesara conocer un poco más de quien será ahora su empleada, sino porque también necesita recuperarse de ese golpe doloroso que ella le ha dado sin saberlo. No tiene por qué saberlo, no necesita saberlo tampoco porque no conocerá la naturaleza de su patrón aunque es probable que lleguen rumores a sus oídos. —Porque me imagino que no tienes problemas en comenzar a trabajar ahora mismo… la plaza está disponible para ti, tendrás techo, comida, un pago mensual y una tarde libre por semana para que hagas lo que sea que hagas cuando tienes libre… — Claire vuelve a mirarla directo a los ojos antes de alejarse, lo hace por unos instantes que parecen una eternidad, hay mucho que dice ahí y que no expresa con palabras, espera que ella entienda o que al menos comprenda que podrá descubrir lo demás con el tiempo.
El niño detiene sus juegos apenas ve que su madre se acerca y estira los brazos para que la tome, ella susurra palabras en su oído que lo hacen reír y luego juega con el colgante tal como lo hace siempre, ignorando todo lo que sucede a su alrededor. —Por ahora te encargarás de labores en la cocina y lo que Dorothea te indique, si te contrato es porque quiero que más adelante seas la niñera de mi hijo, sólo eso y nada más pero necesito saber que estás calificada para el trabajo y no me basta tu palabra ni que digas que sostenías niños donde sea que quede esa ciudad que dijiste. —la ignorancia de Claire es grande pero siempre intenta disimularla, aferra a su hijo con cuidado y vuelve a estar más cerca de la empleada, deja que el pequeño la mire y le sonría. No entiende cómo suele llevarse bien con los extraños pero siga llorando cada vez que ve a su padre, eso sigue siendo un motivo de preocupación que le quita el sueño y que desea con todas sus fuerzas poder cambiar.
—Te estoy dando el trabajo porque necesito a alguien pero estarás a prueba sin paga por una semana, si recibo una queja de Dorothea sobre ti volverás a la calle, así que es a ella a quien tendrás que complacer… —bromea pero en su mirada no parece existir rasgo alguno de diversión, sólo puede observarse una leve mueca que podría asimilar una sonrisa y que León toma como símbolo de aquello y por lo mismo ríe. El cambio en Claire es automático, mira a su hijo y se calma, se tranquiliza, pero sale de esa burbuja y los recuerdos vuelven a atormentarla. —¿Tienes alguna pregunta? Necesito la dirección de la posada en la que estabas para enviar a alguien a por tus pertenencias… — ha dado unos pasos adelante pero se detiene, la mira por sobre el hombro y suspira, todas estas labores no le gustan, tener que elegir a quien le da trabajo y a quien no deberían ser tareas de su esposo, pero eso es imposible siquiera de pensar. —Camina rápido niña, hay algo que debo mostrarte antes de que continuemos… —
Tenía los ojos entrecerrados y el ceño tranquilo, relajado como pocas veces se le ve. Se mantuvo así durante todas las primeras respuestas de la chiquilla y también cuando tomó el sobre que había dejado en la mesa y lo abrió para leer, en absoluto silencio, la carta enviada por el mismo ex duque de Escocia. Mientras recorría las palabras pensó en que luego le haría preguntas a la muchacha sobre cosas de la realeza, porque si bien ella misma es la esposa de un duque nunca ha sabido si eso en realidad sirve para algo o sólo por tener un título. Que el dinero viene de los negocios y el prestigio de la vida que lleven o el honor que posean, por lo que para ella todo eso no era más que un adorno como ese espejo en el que se mira para recordar que todo está mejor. O al menos eso es lo que quiere creer. Claire es sin dudas su peor enemiga, siempre se engaña a si misma. Nadie podría creer lo ingenua que puede llegar a ser.
Su rostro cambia, se endurece, las cejas se unen y la hacen lucir molesta porque realmente lo está. La chica habla y habla y pese a que la comenzó a escuchar con atención, sus palabras la golpean fuerte y logran que cualquier rastro de amabilidad desaparezca de las facciones de la dueña de casa. Podría serle útil para cuando vengan más hijos. Le gustaría gritarle que nunca más tendrá hijos, que su vientre seguirá vacío, desposeído de lo que más adora y que tampoco quiere tener otros y perderlos tal como ha hecho con su pequeña. El corazón de Claire se salta un latido, ella lleva una de sus manos al colgante que cae entre su vestido y se aferra a la pequeña piedra que ahí cuelga, es apenas visible y debe ser de ese modo, la compró a solas y sólo porque el color era similar al que creyó sería el cabello de Lilith, un rubio rojizo distinto al de su propio cabello chocolate y al oscuro que comparten Nigel y León.
—Te vas a quedar aquí, Tulipe… —dijo fuerte y claro luego de escuchar en silencio las respuestas a todas las preguntas que había hecho. Aquello no fue sólo a que le interesara conocer un poco más de quien será ahora su empleada, sino porque también necesita recuperarse de ese golpe doloroso que ella le ha dado sin saberlo. No tiene por qué saberlo, no necesita saberlo tampoco porque no conocerá la naturaleza de su patrón aunque es probable que lleguen rumores a sus oídos. —Porque me imagino que no tienes problemas en comenzar a trabajar ahora mismo… la plaza está disponible para ti, tendrás techo, comida, un pago mensual y una tarde libre por semana para que hagas lo que sea que hagas cuando tienes libre… — Claire vuelve a mirarla directo a los ojos antes de alejarse, lo hace por unos instantes que parecen una eternidad, hay mucho que dice ahí y que no expresa con palabras, espera que ella entienda o que al menos comprenda que podrá descubrir lo demás con el tiempo.
El niño detiene sus juegos apenas ve que su madre se acerca y estira los brazos para que la tome, ella susurra palabras en su oído que lo hacen reír y luego juega con el colgante tal como lo hace siempre, ignorando todo lo que sucede a su alrededor. —Por ahora te encargarás de labores en la cocina y lo que Dorothea te indique, si te contrato es porque quiero que más adelante seas la niñera de mi hijo, sólo eso y nada más pero necesito saber que estás calificada para el trabajo y no me basta tu palabra ni que digas que sostenías niños donde sea que quede esa ciudad que dijiste. —la ignorancia de Claire es grande pero siempre intenta disimularla, aferra a su hijo con cuidado y vuelve a estar más cerca de la empleada, deja que el pequeño la mire y le sonría. No entiende cómo suele llevarse bien con los extraños pero siga llorando cada vez que ve a su padre, eso sigue siendo un motivo de preocupación que le quita el sueño y que desea con todas sus fuerzas poder cambiar.
—Te estoy dando el trabajo porque necesito a alguien pero estarás a prueba sin paga por una semana, si recibo una queja de Dorothea sobre ti volverás a la calle, así que es a ella a quien tendrás que complacer… —bromea pero en su mirada no parece existir rasgo alguno de diversión, sólo puede observarse una leve mueca que podría asimilar una sonrisa y que León toma como símbolo de aquello y por lo mismo ríe. El cambio en Claire es automático, mira a su hijo y se calma, se tranquiliza, pero sale de esa burbuja y los recuerdos vuelven a atormentarla. —¿Tienes alguna pregunta? Necesito la dirección de la posada en la que estabas para enviar a alguien a por tus pertenencias… — ha dado unos pasos adelante pero se detiene, la mira por sobre el hombro y suspira, todas estas labores no le gustan, tener que elegir a quien le da trabajo y a quien no deberían ser tareas de su esposo, pero eso es imposible siquiera de pensar. —Camina rápido niña, hay algo que debo mostrarte antes de que continuemos… —
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Re: Criada y Señora al azar nada abandonan {Claire Quartermane}
Su lengua titubeante halló el cierra que necesitaba con el decreto final de Claire. Tuvo que parpadear varias veces con la boca entreabierta para asimilar que había sido aceptada. Es decir, entendía que la señora necesitase una criada y que por ello la rapidez, pero… no parecía muy a gusto, o al menos eso le había dicho su afirmativa pero cortante voz. ¿No confiaba en sus habilidades como partera en situaciones precarias? Si era así, no dejaría que aquello la desanimase; le estaba dando la oportunidad de tener un techo y comida estable, lejos de los peligros del exterior. Por todos los cielos, hasta le estaba dando una tarde libre. De ahora en adelante sólo debía enfocarse en hacer un buen trabajo y no estropearlo, o de lo contrario terminaría perdiendo más de lo que tenía. Y ella no tenía nada.
—¿En serio? E-Es decir, se lo agradezco mucho, Madame —inclinó la cabeza sin poder esconder su alivio— Con gusto iniciaré en este momento a trabajar en lo que me ordene. Se lo agradezco, pero no debe molestarse en enviar a nadie, porque… bueno, sólo tengo lo puesto —recordó sonrojada que su antiguo vestido lo había vendido para recocer el que estaba usando. Era eso o su crucifijo. Y ya que le costaba tanto mantener la calma cuando se sentía en peligro, no sentir el peso del símbolo de Dios contra su pecho no era opción.
Levantó su mirada y ahí encontró los ojos de su nueva patrona viéndola fijamente. Tragó saliva al instante; era una mujer de una altura imponente, pero además daba la impresión de haber visto demasiado. Eso haría que Tulipe la respetara por una razón más de peso que el que fuese la mano alimentadora.
Fue impresionante verla cargar con esa delicadeza al tesoro de la familia. Nadie hubiera podido sospechar que Claire era sido la misma Madame que había bordado escalofríos en la espina dorsal de Tulipe. A la criada misma le costaba creerlo, y se maravillaba con los estragos que dejaba la maternidad. ¿Cómo un ser tan pequeñito hacía a su madre tan grande? Suspiraba con imágenes así; las asociaba a la valentía que había tenido su madre de no abandonarla en un callejón apenas nació. Estaba tan ensimismada en esa escena que solamente asentía a las labores que tendría sin chistar ni hacer ningún comentario. Se ocuparía de la cocina, de lo que dijera Dorothea y… ¿había mencionado al niño?
—¿Yo? ¿Al señorito León? —al principio dudó en demasía, no porque no supiese cuidar a un infante como aquel, sino porque las consecuencias de salir algo mal serían mucho peores a solamente perder el trabajo; podría perder incluso la vida. Así pensó hasta que vio al pequeño sonreírle, como si le diese la determinación necesaria para aceptar aquella responsabilidad. Le haría bien a ambos y también a su madre que ella estuviese allí— S-Será un honor que me ponga a prueba, señora mía. No faltaba más. Cuidaré a su hijo como si se tratase del futuro rey de Francia. —poco sabía la sirvienta que dentro de un tiempo, así sería.
Y de pronto, su patrona cambió la intención de su mirada siempre intensa. Era sorprendente la velocidad con que pensaba y actuaba. A Tulipe le costaba seguir su ritmo, pero tendría que hacerlo. Acababa de entrar a un mundo desconocido, y sólo Claire tenía la clave para atravesarlo como correspondía. Había aprendido la primera y más importante regla del lugar: Si la patrona decía “camina rápido”, se sacaban piernas nuevas para cumplirlo; si ella hacía énfasis en algo puntual, se concentraba en aquello el doble. No sabía de qué forma exactamente, pero a la sirvienta le quedaba claro que sin ella no sobreviviría.
—Voy tras usted, Madame, para servir a su merced.
—¿En serio? E-Es decir, se lo agradezco mucho, Madame —inclinó la cabeza sin poder esconder su alivio— Con gusto iniciaré en este momento a trabajar en lo que me ordene. Se lo agradezco, pero no debe molestarse en enviar a nadie, porque… bueno, sólo tengo lo puesto —recordó sonrojada que su antiguo vestido lo había vendido para recocer el que estaba usando. Era eso o su crucifijo. Y ya que le costaba tanto mantener la calma cuando se sentía en peligro, no sentir el peso del símbolo de Dios contra su pecho no era opción.
Levantó su mirada y ahí encontró los ojos de su nueva patrona viéndola fijamente. Tragó saliva al instante; era una mujer de una altura imponente, pero además daba la impresión de haber visto demasiado. Eso haría que Tulipe la respetara por una razón más de peso que el que fuese la mano alimentadora.
Fue impresionante verla cargar con esa delicadeza al tesoro de la familia. Nadie hubiera podido sospechar que Claire era sido la misma Madame que había bordado escalofríos en la espina dorsal de Tulipe. A la criada misma le costaba creerlo, y se maravillaba con los estragos que dejaba la maternidad. ¿Cómo un ser tan pequeñito hacía a su madre tan grande? Suspiraba con imágenes así; las asociaba a la valentía que había tenido su madre de no abandonarla en un callejón apenas nació. Estaba tan ensimismada en esa escena que solamente asentía a las labores que tendría sin chistar ni hacer ningún comentario. Se ocuparía de la cocina, de lo que dijera Dorothea y… ¿había mencionado al niño?
—¿Yo? ¿Al señorito León? —al principio dudó en demasía, no porque no supiese cuidar a un infante como aquel, sino porque las consecuencias de salir algo mal serían mucho peores a solamente perder el trabajo; podría perder incluso la vida. Así pensó hasta que vio al pequeño sonreírle, como si le diese la determinación necesaria para aceptar aquella responsabilidad. Le haría bien a ambos y también a su madre que ella estuviese allí— S-Será un honor que me ponga a prueba, señora mía. No faltaba más. Cuidaré a su hijo como si se tratase del futuro rey de Francia. —poco sabía la sirvienta que dentro de un tiempo, así sería.
Y de pronto, su patrona cambió la intención de su mirada siempre intensa. Era sorprendente la velocidad con que pensaba y actuaba. A Tulipe le costaba seguir su ritmo, pero tendría que hacerlo. Acababa de entrar a un mundo desconocido, y sólo Claire tenía la clave para atravesarlo como correspondía. Había aprendido la primera y más importante regla del lugar: Si la patrona decía “camina rápido”, se sacaban piernas nuevas para cumplirlo; si ella hacía énfasis en algo puntual, se concentraba en aquello el doble. No sabía de qué forma exactamente, pero a la sirvienta le quedaba claro que sin ella no sobreviviría.
—Voy tras usted, Madame, para servir a su merced.
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