Entre el roce de las olas (Leonor)

Exaló el humo del cigarrillo, moviendo sus labios de forma inesperadamente sensual. El humo blanco se esparció en el aire nocturno, creando una mancha que dañaba la perfección de la oscuridad. Observó con tranquilidad cómo se elevaba, fundiéndose con la noche. Quizás ascendiera hasta el cielo, uniéndose a aquellas poderosas nubes. Manchas azuladas que se cernían sobre las casas de Francia. Parecía extraño que aquellas mullidas y frágiles nubes hubieran derramado numerosos copos de nieve, llenando los tejados de esa fría superficie húmeda y blanca. Era un fenómeno hermoso y hogareño, uno que le recordaba una época lejana. Dónde los niños se enfrentaban al frío de la montaña, sin más protección que una daga apenas afilada y su valor e ingenio para sobrevivir. La transición de niño a hombre era la más importante tradición de todas, después del juramento que se brindaba al señor de las tierras.

Descendió por la rampa que habían afianzado sus hombres, uniendo la cubierta de su barco con la tierra firme del muelle. Sus ojos se deslizaron por el gentío que lo esperaba allí abajo. Todos mantenían sus cabezas alzadas hacia él, como si su aire misterioso y la gallardía de su figura, fueran suficientes para asegurar un espectáculo. Casi en la mitad del camino que conectaba al barco, sus oídos captaron el sonido de un griterío que nada tenía que ver con el gentío que esperaba en la fría noche, para ver al hombre que había logrado capturar al pirata más escurridizo de la época.

Su cabeza giró hacia el sonido que había escuchado, cerrando sus ojos para apreciar mejor lo que ocurría bajo la cubierta de su barco. El sonido de pasos apresurados y golpes, sólo podían significar una cosa: el pirata había escapado. Su maldito segundo al mando, debió haberse acercado demasiado al muchacho, facilitando que éste lo golpease para escapar. O al menos, eso era lo que hubiera hecho él. Sin embargo, no importaba cuán astuto fuera el humano, esa rata escurridiza que ahora mismo buscaba una salida rápida. Él siempre sería más rápido.

Se quitó el abrigo con un gesto elegante, dejando que la capa ondulase al viento, antes de ser lanzada al aire hacia atrás. Sabía que alguno de sus hombres la recogería, a menos que quisieran ver cómo desollaba a latigazos la piel del desgraciado que había dejado ensuciar la prenda. – Vamos, chico mugriento. – Susurró con ansias, mientras el viento se llevaba el sombrero que ocultaba su rostro. Por unos instantes, sus ojos se abrieron, conectando con los del asustado hombre que recogía su abrigo. Después, junto al sonido de unos cristales rotos y el chapuzón de algo que había caído desde la ventana de proa, estiró sus brazos y se lanzó al vacío.

Sus manos rompieron la superficie del agua, permitiendo que su entrada fuera rápida y eficaz, ante cada brazada que daba el vampiro. Sus movimientos tenían la ferocidad de un tiburón, silencioso y letal, hechos para alcanzar en el menor tiempo a su presa. Así, entre el griterío de aquellos que observaban y los marineros que animaban a su capitán, el pirata fue quedando cada vez más cerca del vampiro. Sus desesperadas pataleadas no servían de nada ante el avance certero de Löwe. Cuando él decidía algo, no había nada más que aquello para él.

- Te tengo- Le gritó, mientras una de sus manos atrapaba uno de sus pies. Lo hundió en el agua, usando el peso de su cuerpo para ello. Y con una sonrisa, escuchó los gritos ahogados del hombre, antes de dejarlo subir la cabeza para coger aire de nuevo. – Te dije que te portaras bien, estúpido. – Le siguió diciendo mientras rodeaba el pecho del desesperado pirata, con un agarre imposible de soltar para un mero humano.

Arrastró su cuerpo, escuchando los insultos que el hombre le profería en alto. Lo ignoró, luchando por llegar a la escalerilla del muelle, donde sus hombres ya lo esperaban con cadenas para atar de nuevo al escurridizo joven. Sus largos cabellos oscuros se pegaban al rostro enrojecido por la falta de aire y la rabia. - ¡Me las pagarás caro, maldito afrancesado!.- Le gritó cuando liberó su cuerpo al entregárselo a sus hombres. Subió la escalera en silencio, tomando un trozo de tela que su segundo al mando le tendía. Su hombre había terminado con la nariz rota.

Sus fríos dedos acariciaron la piel dañada. – Quieto.- Le ordenó con un suspiro, y antes de que el hombre se preparase, la colocó en su lugar con un fuerte tirón.- Así me gusta. – Le dijo con una sonrisa, al ver que el hombre se había mordido la lengua para no gritar.

- Así que no eres más que un jodido sodomita.- Dijo el pirata mientras era encadenado con gruesas cadenas. Los ojos azules del vampiro cayeron sobre el pirata, haciendo que su rostro palideciese de golpe. Se acercó a él y con una patada, lo lanzó de nuevo al agua.

- Que alguien coja a la rata, antes de que se ahogue.- Su voz era una poderosa contradicción, pues parecía pedirle lo contrario a sus hombres. Escuchó las risas ahogadas de sus hombres y las sonoras carcajadas de su segundo al mando. Al parecer, había conseguido el aprecio de su tripulación sólo por lanzar al bastardo de nuevo al agua. – Y Spencer, recuerda que aunque tu nariz torcida sea más masculina ahora, no puedes tocar al muchacho.- Vio cómo el hombre lo miraba con horror, ofendido de que pudiera pensar que la burla del pirata fuera cierta. – Ni siquiera cuando te suplique- Terminó su frase con un guiño de ojos, haciendo que el hombre volviera a sonreírle con afecto. Eran tan fáciles de manejar.

Un escalofrío recorrió su espalda, haciendo que se pusiera alerta, vigilando su alrededor. Sus ojos coincidieron con una figura con un aura especial. Una idéntica a la suya. – Madame…- Susurró a la noche, sabiendo que a pesar de la distancia aquella figura, demasiado femenina a pesar del abrigo que la cubría, captaría sus palabras con claridad.

La vampiresa continuaba estática, como si una fuerza mas haya de ella la mantuviera justo ahí, de pie junto a la barandilla... ¿curiosidad? Seguramente podría ser eso, sentía intriga por el alboroto que la llegada de ese hombre provocaba, seguramente traería algo importante, o no. Simplemente ella no tenía como saberlo, y por lo mismo aún sus ojos no se despegaban de la escena.

Rápidamente todo dio un giro inesperado e interesante, el ruido seco de un piquero un tanto desesperado resonó en la tranquilidad de la noche, seguido al poco rato por uno mucho mas discreto.
Mientras tanto, la figura del hombre a quien Leonor vigilaba desaparecía bajo las aguas marinas. El mismísimo capitán había salido tras su "presa" en este caso. Era claro que no le costaría trabajo alguno volver a retenerlo y así lo hizo, aunque por un momento la joven llegó a pensar que el terminaría ahogándolo, ya que le propinó varios sustos antes, y considerando la fragilidad de su vida, eso habría sido muy probable. Finalmente no fue así, y entre tanto improperio que profería aquel mientras era sacado y arrastrado por la fuerza de vuelta al puerto, en todo momento fue acompañado por las duras palabras del vampiro, aunque con esto la calma nocturna regresaba al lugar..

Era increíble como las habilidades propias de la especie les daban esa ventaja, visiblemente mas superior sobre los humanos, y aunque Leonor aún conservaba mucha de esa "humanidad" en ella, estaba consiente que su naturaleza era muy diferente, y aquella solo era compartida en ese lugar con el recién llegado. Independiente de la gran diferencia en personalidad que poseían.

El desconocido dominaba a diestra y siniestra, cada paso, cada movimiento realizado por los suyos, eran como simples marionetas controlados por firmes hilos que daban a los dedos del imponente y tirano, pirata líder de todos. Su rango podría haber cambiado, pero las verdaderas intenciones o vivencias dentro de si, jamas serían borradas.

De pronto sus desarrollados oídos escucharon con claridad como este le saludaba, al haberse percatado ya se la mirada ajena sobre el.
- Buenas noches... Capitán Von Meer. -saludó de manera educada, con voz suave mencionando el apellido que había escuchado entre algunos murmullos, sabiendo al igual que el, que podría escucharle sin problemas.

Esperaba que aquella intromisión a los eventos ocurridos, captados por sus obscuros ojos, no simularan una ofensa para el, ya que desde el principio, no fueron precisamente esas sus intenciones. Solo deseaba conocer un poco mas de lo que pasaba, ya que aún se encontraba gratamente sorprendida por haber coincido con el arribo del barco a París.

Por lo que sin dudarlo mas acortó solo un poco la distancia, rodeando el barandal donde se encontraba apoyada anteriormente, sin perder de vista al hombre, quien ahora concentraba de igual manera la vista en ella. Dos inmortales teniendo un inesperado encuentro, en el cual Leonor era la encargada de darle la "bienvenida", a quien hasta ese momento continuaba siendo un desconocido para ella.