La Vie et la Mort | Ambrose de Thíra

por **Hēra L. Tsakalidis** Dom Oct 13, 2013 8:10 pm

Noche amarga aquella en que la muerte sobreviene sin remedio a los incautos que optaron por no aguardarla con paciencia y se toparon con su gélido y yerto abrazo. ¿De qué se sorprenden? Ella nunca hace esperar a sus presas. Las elige sin cuidado. Al azar. Brindándole una nueva perspectiva de futuro a quien tuviera las santas... narices de plantarle cara. Como ella, y otros muchos, habían hecho. Claro que ella era un ser que había trascendido lo carnal y vacío, convirtiéndose en un ente que rozaba la perfección con los labios. O eso se instaba a pensar, y nadie osaba contradecirla. El humo del cigarrillo subió en volutas sobre su cabeza, arremolinándose, perdiéndose entre la brisa. Desapareciendo en apenas segundos, mientras que las nuevas caladas siguen la rutina. Así, hasta que el cigarro está completo, terminado, aplastado bajo sus tacones y enmarcado en el asfalto. Meditó el encender uno nuevo, y se decidió por la negativa. Un poco de alcohol terminaría de ahogar los monstruos de sus pensamientos, pero no ahora.

Ahora tenía que aguardar el paso de la presa perfecta por el flanco derecho de la calle. Las examinaba con ojo clínico, pensativa, rumiando internamente los defectos y virtudes que intuía en cada una de las personas que pasaban. Ella siempre "comía" cosas de calidad. Y nadie se atrevería a quitarle el mérito que tenía esperar durante horas hasta encontrar la víctima perfecta. Aquella que le hiciese descender los colmillos en un acto reflejo. Esa sería su seña de identidad. Aquella noche, sin embargo, tenía más prisa y probablemente acabaría decantándose con alguien del montón... Del montón de basura humana que vagaba por las calles a esas horas de la tarde. La noche acababa de caer sobre la ciudad de París, cubriéndola con su mando helado. Las nubes habían acudido también a su llamada, provocando que una neblina densa y bastante oportuna, dada su condición de cazadora, se instalase hasta una altura considerable.

Y allí estaba. Perfecta y preciosa, vestida de gala... Perseguida por la muerte que venía a atraparla con cara de mujer de clase alta y sonrisa de superioridad. Aletheïa se relamió simplemente, para luego guiar a la chica a su perdición con cara de no haber roto nunca un plato. La desangró sin contemplaciones, bebiendo su líquido vital como si de un regalo divino se tratase. Pronto, su piel, antes blanca y suave, antes viva, adquirió el color violáceo de aquellos que acabaron sus días sobre esta tierra. La vampiresa sonrió de forma macabra, ladeando el rostro cual muñeca mecánica. Tras soltar unas cuantas monedas de oro sobre el cadáver, prosiguió su paseo de forma relajada, con una tenue sonrisa siempre dibujada en su pétreo rostro, del color del marfil. La humana había resultado ser un plato de primera, pese a que su olor le indicase que no era más que una niña jugando a ser mujer. Una adolescente que aquella noche no volvería a casa como cualquier noche. Su vida había cumplido un propósito mayor: el de alimentarle. Sus padres estarían muy orgullosos. Reflexionó un momento acerca de la facilidad que tenía para destruir a las personas. El cuerpo humano era demasiado frágil, tan frágil como un simple cristal. Pueden ser fracturados con una facilidad asombrosa y, a veces, ocurrían tragedias... Aunque nunca nadie las llorara. Siguió su paseo hasta el teatro, donde ocupó uno de los palcos superiores, completamente desiertos. Los actores pronto entraron a escena. Aquella sería una noche maravillosa.

por **Ambrose de Thíra** Dom Oct 27, 2013 2:15 pm

Tras la pedicura diaria, calcé mis pies con unos deslumbrantes zapatos azabaches y me dirigí al espejo de mi alcoba, sonriendo al contemplar mi fantástico porte elegante compuesto por mi mejor camisa blanca de bordados dorados tanto en las solapas como en el largo abrigo de mutón, dando media vuelta para comprobar lo ajustados que quedaban aquellos pantalones en mis glúteos, contorneándolos más todavía. Ajusté luego mi corbata y dispuse un sombrero de copa negro sobre mis cabellos, recogidos ahora en un lazo verdoso a la altura de mis hombros y cuyos hilos dorados caían por mi espalda grácilmente.

- Traed el carruaje, pandilla de estúpidos. ¡Llegaré tarde al teatro y odio ser el centro de atención de los espectadores!- bramé, alzando mis brazos con un cetro de madera con ornamentos de oros en mi mano derecha.

- Pero si ya llegáis media hora tarde, señor...- farfulló uno de mis siervos, el mismo que sostenía la cortina de seda china por la que pasaba en aquél instante, dirigiéndome hacia la entrada de mi residencia. Ante sus quejas, detuve mi paso por un instante, ladeándome muy lentamente hasta fulminarle con mi implacable mirada mientras deshacía el camino dibujado por mis pies, regresando al punto inicial para enfrentarme al susodicho, cuyas rodillas empezaron a temblar en cuanto recorté distancias.- Se... se.. señor... Y...Yo... no... no...

Torcí una sonrisa cómplice, logrando incluso que sus músculos se destensaran y relajara su posición, momento en el que hundí mis largas uñas en su pecho y le extraje su aun palpitante y cálido corazón.

- Traedme una servilleta, pues no quisiera manchar mi traje esta noche.

Los siervos no tardaron ni veinte segundos en obedecer mis órdenes mientras otros arrastraban el cadáver por el suelo hasta que lo perdí de vista, intuyendo que lo lanzarían en algún pantano olvidado de la mano de Dios. Después de tomar aquella cena imprevista, me dirigí al fin hacia el carruaje aun chupándome los dedos ensangrentados.

Pronto perdí de vista la cueva en la que residía en aquellos momentos, inmiscuyéndome en el salvaje bosque que protegía la ciudad de París, cuyas luces pronto advirtieron de mi intrusión en ella, perdiéndome por las callejuelas adoquinadas hasta llegar al teatro, frente al que bajé del carruaje y despedí a mi siervo con un guiño divertido. Me detuve ahí, en las puertas ya cerradas, sonriente y de buen humor.

- Vamos allá, Fausto.- musité para mí mismo aludiendo a la obra teatral en cartelera mientras me abría paso con cierto estruendo, haciendo girar varias cabezas de los presentes en el público.

Caminé a paso firme por el pasillo del teatro, alzando algunas quejas y reproches que ignoré con una sonrisa aun en mis labios, infiltrándome luego por una de las filas en las que divisé una butaca libre, sentándome en ella para contemplar el espectáculo hasta que alguien tocó mi hombro y me giré, contemplando a una mujer que parecía molesta por mi sombrero de copa, puesto que este no le dejaba ver bien la escena. Le saqué la lengua y me volví, echando de menos un bocado que me hiciera más entretenida la obra de teatro.

De reojo, me aseguré de su presencia junto a mí, aunque ella no sabía en absoluto de mi intrusión en su vida hasta aquél momento. Me incliné hacia ella y posé mi mano sobre la suya, apoyada en el reposabrazos contiguo al mío.

- Buenas noches, Aletheïa. Cuanto tiempo.- susurré con sorna, esperando que ella me mirara y me recordara con sólo perderse en mi mirada, ahora brillante y llena de diversión.- Soy tu particular Mefistófeles y vine a cobrar el precio de nuestro pacto firmado.-añadí, apretando entonces sus manos entre la mía.

por **Hēra L. Tsakalidis** Vie Nov 01, 2013 9:25 pm

La banalidad de aquellas gentes desconocidas e ignorantes de su milenaria presencia, había sido la única bienvenida que recibió. No es que esperase mucho por parte de aquellos humanos patéticos e insulsos, con mentalidades tan cerradas como plana su inteligencia, pero quizá una simple mirada de sorpresa hubiese bastado para alimentar su ego, que siempre gustaba de apreciar henchido por halagos de toda clase. Aletheïa amaba la atención, la adoraba, la buscaba, la perseguía y siempre estaba deseosa de obtenerla, y lo conseguía, que duda cabe, eligiendo con cuidado cada uno de sus ropajes, e incluso de sus palabras.

Y a veces, debía reconocer, que el hecho de no conseguir ser el centro de atención la sacaba de quicio de forma exagerada. Se recostó en su asiento con el ceño fruncido y el gesto contraído en una mueca formada por una mezcla de frustración y profundo aburrimiento. Poco a poco, el teatro se había ido llenando de gente, en un lento goteo. Otro patético defecto de los vulgares humanos. Le fastidiaba que tuvieran la desfachatez de armar tanto alboroto e interrumpir el comienzo de una obra por no ser capaces de ser puntuales. ¿Acaso no tenían nada mejor que hacer en sus vidas que tocar las narices? La humanidad, además de ser estúpida, resultaba de lo más irritante. Tenían menos sensibilidad artística que una piedra. Que asco.

Suspiró tras coger una de las copas de vino que un camarero bastante apuesto había traído al palco. Sonrió con amabilidad y le dio una pequeña propina. Los modales le resultaban de buen gusto. Trató de concentrarse en el escenario, cuando volvieron a interrumpirla; ella, que creía que podría pasar una velada a solas sin ningún tipo de molestia... Una señora bastante pesada, bastante gritona y con demasiado perfume se había sentado a su espalda. No dejaba de moverse. Tuvo que ejercer una enorme fuerza de voluntad para no voltearse y pegarle un mordisco. No estaba de humor para tonterías... En realidad, nunca lo estaba. Tras darse la vuelta en dos ocasiones y lanzarle miradas de todo menos amables, la mujer se calló, aunque el intenso olor que desprendía seguía siendo del todo desagradable.

Finalmente, y cuando pensó que regresaba la calma al recinto, otro ser molesto hizo acto de presencia. Y, para variar, vino a sentarse justamente a su lado. Aletheïa dirigió la vista al espectáculo, ignorando deliberadamente al vampiro que acababa de llegar, aunque no le resultó demasiado sencillo. Su esencia denotaba que se trataba de alguien viejo... más viejo que ella, y eso que no era demasiado joven, precisamente. Este hecho la hizo fruncir el ceño. Por alguna extraña razón, sentía que le era familiar... Ladeó el rostro, con los ojos fijos en el escenario y la atención puesta en el sujeto que se sentaba junto a ella. Tenía un presentimiento. Ni malo ni bueno, simplemente, sabía que pasaría algo. Sólo tendría que esperar... La mujer que al inicio de la obra la había estado molestando, pareció descontenta por la intromisión. Aletheïa dibujó una sonrisa macabra, que en el fondo quería decir "jódete". El vampiro pareció hacer caso omiso a la humana -cosa bastante lógica, por otra parte-, volviéndose simplemente.

Pero lo que hizo a continuación, terminó de desconcertarla. Notó el contacto frío y firme de las manos ajenas, el sonido armonioso de su voz, la energía que transmitía... Y aún así, no tenía idea de quién se trataba. Sólo entonces se volteó para observar de frente el perfecto rostro que la observaba. El cabello rubio simulando el oro. Los ojos claros, brillantes, divertidos, mofándose de su desconocimiento. ¿Por qué si sentía que le conocía, no conseguía recordar de qué? No encajaba bien las sorpresas, nunca, en su larga existencia, lo había hecho. Y ese día, no sería la excepción. - Muy oportuno teniendo en cuenta la obra que acaba de iniciarse. ¿Y podríais refrescarme la memoria acerca de cuando, exactamente, firmé dicho pacto? Gozo de una memoria casi perfecta, imaginaos la frustración que supone para mi haberme olvidado de algo tan importante... -Su sonrisa perfecta, junto con la expresión neutra, no eran reflejo en absoluto de sus cavilaciones internas. Se sentía tensa, nerviosa... Emociones que, como inmortal, era perfectamente capaz de camuflar. ¿Pero quién era él? Necesitaba una respuesta. Deseaba una respuesta. Y no era para nada paciente.

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