"Miau" | Libre

por **Edith D. Keergård** Dom Oct 13, 2013 8:49 pm

Tenía una taza de café humeante a un lado de su cama, deshecha y llena de papeles repletos de garabatos trazados sobre el papel sin ningún orden. Las gafas para leer se le resbalaban por el tabique de la nariz, indicando claramente que ni eran de su talla, ni le pertenecían en primera instancia... habían sido un regalo y, vale, no los necesitaba. Pero un regalo es un regalo. Y además, tenía que admitir que se veía bien con ellas. Al menos parecía algo intelectual, que le hacía falta. Sylvie era de esas personas que no tenían pinta de nada. De esas personas a las que ves y no puedes deducir casi nada acerca de su vida; hasta que la ves con una bata blanca, no tiene cara de médico. Hasta que la ves con el violín, no tiene cara de violinista. Y así con todo. Pero sí tenía cara de gato. Su expresión era bastante parecida a la de un gato flacucho, feliz y gracioso. De esos a los que ves por la calle y te dan ganas de adoptarlos... A veces pensaba que de tanto convertirse en uno, acabaría siendo así incluso cuando estaba en su forma humana. Y es que también parecía un gato cuando se enojaba o cuando se ponía de mal humor. Entonces se volvía medio loca, empiezaba a gritar incoherencias y corría de un lado a otro, tirando por los suelos lo que se le ponga por delante. Esas manifestaciones caóticas solían durar entre veinte segundos y dos minutos. Pero la intensidad era tal, que menos mal que no duraban más.

Tomó un sorbo del café, que se había ido enfriando a medida que se concentraba en la lectura de aquel libro sumamente aburrido que le había regalado uno de sus compañeros de trabajo. El mismo que le dio las lentes para reírse de ella cada vez que se las pusiera de lo grande que le venían. No tener vida social, era francamente terrible. Dio un nuevo sorbo al café y lo escupió inmediatamente. Nuevamente había olvidado echarle azúcar. Miró la puerta cerrada de la habitación y de pronto le sobrevino una pereza impresionante. No estaba demasiado motivada como para moverse hacia la cocina y hacer uno nuevo... Y tampoco se estaba enterando de nada de lo que estaba leyendo. No, no tenía ningún problema de atención. Se estaba quedando dormida. Entró en un trance en el que las palabras que va leyendo se iban cruzando entre sí, careciendo completamente de sentido... Se cayó de espaldas sobre la almohada, totalmente "K.O.". Y, mientras el libro caía sobre su regazo y el café terminaba de enfriarse en la taza, se sobresaltó, despertando algo aturdida por un ruido que provino de la misma casa. Un estruendo y algunos pasos. Tan bloqueada estaba, que no recordó que aquella no era su casa hasta que uno de sus jefes pasó a avisarle amablemente de que iban a cerrar.

Dejó el libro en casa (esta vez sí, en la suya) y, escapando sutilmente de la extrema pereza que un domingo despierta en cualquiera, decidió pasar un día en la naturaleza, como uno de sus animales favoritos: en gato. Movía su cuerpo con absoluta gracilidad, sintiéndose más cómoda en esa forma que en la de humana. Cazó tres ratones y dos cucarachas en el trayecto a la laguna, cuyos cadáveres dejó ante la puerta de aquellas personas que siempre que iban a la cantina, no dejaban nada de propina. Una vez estuvo rodeada de árboles, todo su cuerpo se estremeció. Se sintió feliz, llena de vida, como si el simple hecho de respirar aquel aire tan puro la convirtiese en alguien completamente nuevo. El Sol invernal se calentaba ligeramente la tierra, aún húmeda por el rocío del alba. Y supo que nunca había visto un cielo tan azul como aquel. Trepó hasta la rama inferior de uno de los árboles más altos que encontró, y observó el paisaje maravillada, creyéndose el rey de la montaña. Estaba feliz.

-Aghgh... Aghgh... -Soltó la bola de pelo tras estremecerse un par de veces... y le cayó justo en mitad de la calva a un cura que pasaba por debajo. La gata pareció sonreír, disimulando que se limpiaba las patitas delanteras con gracia.

por **Elodie M. Dupont** Dom Oct 20, 2013 6:22 am

Otra noche más me tocaba soportar a los invitados de mis padres a la fiesta que habían montado. Odiaba tener que aguantar esa situación noche sí y noche también.
Ellos intentaban, desesperadamente, que encontrase un hombre con el que casarme. Me presentaban a todos los hijos de sus "amigos", y yo educadamente los rechazaba.
Me exponían como si fuese un trofeo que alguno tuviese que llevarse a casa. Podía oírlos al otro lado de la sala hablar de mí como si fuese...comida. ¿De verdad eran tan cretinos?
Asqueada ya de la situación, en mitad de la fiesta me marché sin decir nada a nadie. Ya había aguantado demasiado por esa noche.

Deambulé por la ciudad con paso tranquilo, hasta que al alba llegué a la laguna. Me senté en un banco algo apartado y aspiré aire cerrando los ojos a su vez.
Cada aroma de mi alrededor me envolvió y cada sonido me relajó. Los rayos del sol comenzaban a salir y daban contra la piel de mi rostro con suavidad, calentándome plácidamente. Era una sensación maravillosa.

Una pequeña lágrima cayó por mi mejilla y rápidamente la sequé con el dorso de la mano. En ese momento de relajación mi mente había hecho de las suyas y había vuelto a revivir la noche anterior.
Antes me encantaban esas fiestas, pero desde el ataque que había sufrido lo veía todo tan innecesario... Sentía auténtico terror cada noche...

por **Edith D. Keergård** Jue Oct 31, 2013 8:55 am

La gata contemplaba todo cuanto acontecía a su alrededor con ojos maravillados, como si realmente nunca hubiese visto un paisaje tan grandioso como aquel que se extendía ante ella. Todo parecía mucho más hermoso y considerablemente más grande cuando lo veía a con los ojos del animal. La parte humana de Sylvie, tanto física como mentalmente, aun teniendo muy poco de simple, era parecida a cualquier otra muchacha que pudieras encontrarte. Rubia, bonita, simpática y quizá un poco más loca que cualquiera... Pero normal, al fin y al cabo. Y eso no le agradaba demasiado. Pero en el reino animal, su pelaje brillante y perfecto, su color, intenso y destacable, y su tamaño, ligeramente superior al de un gato convencional, sorprendía al resto de animales que se relacionaban con ella. La miraban con curiosidad, con aquellos ojillos pequeños e inocentes que simpatizaban con la joven de inmediato. La envidia era cosa del ser humano, que pese a tener más que cualquier otro animal, nunca se conforma con lo que posee.

Trepó un poco más por el árbol, persiguiendo alegremente a una mariposa azul que se le había colocado hacía unos instantes en medio de la nariz, sacándola de su ensimismamiento. Se revolcó panza arriba sobre una gruesa rama, fingiendo que iba a cazarla. Era extraño imaginarse a sí misma, con la identidad de una persona y su cuerpo humano, haciendo aquello mismo -o tratándolo, realmente-. No, no podía imaginarse. La mirarían como si estuviera loca, e incluso la tratarían como tal, cuando solamente disfrutaba de la naturaleza con cada ápice de su ser. Que diferente era todo cuando lo efectuaba desde alguna de sus otras formas... Correr, saltar, cantar, todo se magnificaba. Era como si fuese más gato que humana. Siempre lo había sentido así.

De pronto percibió un sonido extraño, el de alguien llorando no muy lejos de donde ella se encontraba. Bajó del árbol saltando ágilmente de rama en rama, y correteó alegremente hasta llegar al banco donde una chica, de aspecto triste y ligeramente cansado, dejaba caer sus lágrimas. Se sentó sobre sus patas traseras y la observó a cierta distancia. Sonrió mentalmente, aunque su exterior dejó expresar aquel gesto amable en un dulce y agudo maullido, que trataba de captar su atención. Se lamió la patita derecha con tranquilidad. No podía reprimir aquellos impulsos animales, bien codificados en su persona. A veces, incluso cuando cambiaba a su forma "por defecto", seguía manifestando aquellas conductas, extrañas en ese caso. ¿Por qué una muchachita tan joven estaría allí sola, tan triste? No se le ocurría una razón de suficiente peso para que eso pasara.

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