• Lost • {Privado}

por François* Miér Oct 16, 2013 3:32 pm

El día se había levantado bien pero algo extraño, sus ojos se habían abierto como platos desde muy temprano a causa de cierto dolor que sintió en la espalda. Cuando se levantó se vio unos feos arañazos en toda la extensión de su piel, y obviamente se asustó. No recordaba haberse hecho heridas semejantes, no tenía sentido. Fue en seguida a buscar a su madre para pedirle ayuda, teniendo entonces que soportar la charla cotidiana; su problema, su trabajo y lo que esto a veces atañía.

No era algo agradable que escuchar cuando estás recién levantado, pero como siempre, no le quedaba más remedio que aceptarlo. Al encontrar el diario trató de buscar los motivos por los que podía tener semejantes marcas, encontrándolo en seguida y dejando escapar un suspiro. Al parecer, había sido una noche dura en el burdel, con un cliente algo "especial" y poco amable. Al menos, en ese momento, se alegró enormemente de no poder recordar nada al respecto. Solo tenía las heridas, ¿y qué? A veces uno se encontraba moratones de golpes que ni recordaba haberse dado, así que no era nada importante. Todo lo inquietante llegó después, al final del diario. No podía creerse lo que leía, parecía sacado de un libro de drama. Cerró el diario y lo guardó de nuevo donde lo había encontrado, quedándose toda esa información para él mismo, para analizarla más tarde.

Después de vestirse y desayunar, su padre le dijo que podía tomarse la mañana y la tarde libre, ya que no había tenido una noche precisamente fácil. Se despidió de ellos y decidió que saldría a pasear, solo quería caminar, caminar y más caminar, hasta que su mente se despejara un poco y pudiera asimilar aun mejor todo lo que estaba ocurriendo. Apenas se dio cuenta de lo muchísimo que se había alejado de la ciudad. Cuando quiso notarlo, estaba en una zona abandonada. Era un lugar curioso y estaba silencioso, así que con una ceja alzada se decidió a recorrerlo, echando un vistazo aquí y allá, intentando distraer su mente de los problemas que tenía, pensando en qué tipo de vida tendrían aquellos que habían caminado por esas calles tiempo atrás. Ni siquiera se percató de que en un momento dado había dejado de estar solo.

por **Antonio de Carvajal** Jue Oct 31, 2013 9:59 pm

"No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque Él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano". Éxodo 20,7.

El salón de castigos había terminado convertido en un verdadero pandemonio. Todavía se podía escuchar en él los gritos ahogados de súplica y misericordia que nunca fueron atendidos. Gritos que fueron amortiguados por las gruesas y húmedas paredes de piedra de aquel lugar. Esta ocasión había sido un hombre; un hombre que rondaba los cuarenta años de edad y a quien se lo había descubierto pregonando en el nombre del Satán. Un hombre que llevaba metido el mismísimo diablo y, pese a los esfuerzos míos y de mis compañeros por salvar su alma, prefirió morir desmembrado en el potro antes de convertir su fe, antes de poner su vida en manos del único Señor y Salvador.

El salón tuvo que ser lavado muy temprano en la mañana con agua hervida, y tuvimos que llamar al monseñor para que bendijera el lugar y a nosotros, puesto que una lucha con el maligno siempre dejaba marcas en tu corazón. A mí se me había encargado la misión de desaparecer el cuerpo –o lo que quedaba de el-, ni siquiera de enterrarlo porque por su soberbia no se merecía que sus restos fueran tratados con respeto. Las órdenes fueron claras: “Ve y arrójalo en los confines de París, a las zonas abandonas en donde pasará a ser comida de los carroñeros”.

Y así fue como lo hice, dejé aquel saco putrefacto tan lejos como me fue posible y luego de mirar aquella bolsa sin forma con repugnancia, me santigüé en nombre de Dios nuestro Señor. En el fondo de mi corazón lamentaba el final de esas almas cuyo final no podía ser otro más que el infierno, el castigo eterno. Si aquel hombre pensó que la noche anterior había sentido más dolor del que era capaz de soportar, era porque no estaba siendo consciente de lo que le esperaría al morir sin arrepentirse. Me santigüe una vez más y preparé mi marcha.

Caminé por varios metros en absoluto silencio cuando de pronto mis sentidos captaron un aura que llamó mi atención. Su color no se definía, era blanca en gran parte pero poseía ciertos matices grises que daba entender que su alma no era del todo pura. ¿Era un hombre bueno?, ¿era un hombre malo? No lo sabía, y dejé que mis habilidades me guiaran hasta el génesis de aquella energía. Y no, no era un hombre el dueño de aquella alma, era un joven. Un joven que caminaba despistado, sin rumbo y sin horizonte. Un descarriado seguramente.

-Detente.- Le ordené de inmediato. -¿Qué está buscando aquí, joven?- Me planté frente a él y lo analicé sin discreción. Mi actitud era soberbia y altanera porque sabía que estaba ante la presencia de un pecador.

por François* Dom Dic 29, 2013 7:09 pm

Tan concentrado estaba en sus propias divagaciones que fue totalmente incapaz de percibir otra presencia más allá de la suya propia. De ahí que, al escuchar aquella voz que le ordenaba detenerse, se parase en seco, con el corazón latiéndole fuertemente. Después de leer en su diario todas aquellas historias sobre criaturas que no formaban parte solo de sueños y pesadillas, debería haber sido más cauto, ya sabía todo lo que podía encontrar por parís, y aun así se internaba en esas oscuras y solitarias calles sin pararse a pensar en ello, culpa de todo lo demás que tenía en la cabeza.

Sus ojos se clavaron en aquel hombre que no reconocía en lo más mínimo. En un principio llegó a preguntarse si acaso se conocían pero él, a causa de su enfermedad, lo había olvidado del todo. Pero aquella duda se vio despejada -al menos de momento- cuando le dirigió aquella pregunta. ¿Qué estaba buscando en un lugar como aquel? Nada, simplemente silencio y soledad, tal vez se buscaba a si mismo, buscaba sus recuerdos y su pasado, buscaba su memoria y sus sentimientos, pero nada de eso estaría escondido bajo los escombros de ninguna parte, ¿verdad?

— Yo...solo empecé a pasear, mi señor. Apenas me había dado cuenta de hasta dónde me habían llevado mis pies. — reconoció, con total sinceridad. Tampoco tenía por qué mentirle a aquel desconocido, y algo le decía que sería mejor no hacerlo. Tenía un aura que imponía respeto, como si fuera un guardia, alguien que tenía la ley en su mano. François sintió algo de temor, respeto, hasta llegó a sentir algo de frío, todas las sensaciones que de algún modo le alertaban que aquello no era bueno. Pero sonrió, con la dulzura propia de la que puede hacer gala alguien inocente que no cree haber hecho nada malo — Lamento si, de algún modo, le he interrumpido, espero me disculpéis y en seguida me marcharé para poder dejaros de nuevo con vuestros asuntos. — retrocedió un par de pasos, no solo impulsado por cierto sentido del temor, seguramente movido por el instinto, sino por el propio respeto, para hacer entender que se marcharía corriendo si hacía falta.

No sabía qué podía haber hecho para interrumpir en un sitio que parecía visiblemente abandonado. Pero París era un lugar muy particular, más ahora que sabía la cantidad de cosas que podía esconder, así que a saber la de problemas que podía causarle el estar en el momento más inoportuno en el instante menos indicado. Se mordió el labio inferior de forma disimulada, agachando la mirada un tanto para no mantenérsela fijamente, esperando.

por **Antonio de Carvajal** Lun Ene 27, 2014 10:12 am

¿Dejarle ir tan fácilmente? No era una opción, aún y cuando mi apariencia estaba cubierta bajo la sombra de un hombre de mediana edad, el cuerpo del delito estaba a escasos metros de nosotros. Por obviedad, al ir caminando hacia el rumbo donde le estaba dirigiendo sus pasos, encontraría el bulto ensangrentado. Al ser aquel sitio un lugar abandonado ¿quién más salvo yo, para haber cometido tal acto inmisericorde? Todo había sido en favor de Dios, bajo las órdenes expresas de su santidad. No tenía, no debía dar explicaciones de mis actos, sin embargo, una ira irracional en contra del joven, comenzaba a ganarme la batalla. Tenía dos opciones: Dejarle ir, y aparentar que nada ocurrió, y la segunda, que mis manos se llenasen de sangre por segunda vez en lo que iba de la noche.

Enarqué una ceja, medité con una rapidez asombrosa mi próximo movimiento. Tal y como se presentaba la situación, tenía todo a mi favor y quizás un poco de diversión después de una ardua tarea no me venían nada mal. Siempre que mis mazmorras arrancaban la vida a un pecador, siempre que la extraña sensación de algo más parecido a la euforia me invadía el cuerpo, el raciocinio me abandonaba. Estaba deseoso de continuar con una noche prometedora, cargada de emociones variadas. Si mi instinto no me fallaba, en realidad casi nunca sucedía tal cosa, el hombre joven que tenía delante de mí, podría satisfacerme en muchos, muchos aspectos. Era joven, atractivo, y sumamente sensual, tanto, que mi entrepierna pareció cobrar vida. ¿Estaba excitándome el simple hecho de imaginarlo bajo mis sábanas de seda? La respuesta era: Sí.

–No – Le dije apenas en un susurro, observándole fijamente, envolviéndole en un halo de glamour que solía utilizar ante mis enemigos. Estaba penetrando lentamente en su mente para controlar su voluntad y hacer lo que yo quería que hiciese. Que se acercase a mí, como un manso e indefenso corderito, deseoso de protección y cobijo. –– Mucho me temo que éste no es un sitio para alguien como tú. Ahora mismo vendrás conmigo a un lugar más seguro, hazme el favor de acompañarme –. Le ofrecí mi brazo como todo un caballero, para que se sujetara de él, al momento en que yo alzaba mi brazo, haciendo una señal hacia aún costado del agreste camino.

De entre los matorrales, apareció mi fiel sirviente, acercando el pequeño carruaje que utilizaba para tales encomiendas. Uno muy deteriorado, que tuvo mejores años, pero que en su triste suerte, me brindaba la posibilidad de pasar completamente desapercibido a ojos curiosos. Nadie repararía en un hombre que vestía andrajos. Absolutamente nadie sospecharía de mis intenciones, ni siquiera mi nuevo… amigo.

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