AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lost Boy | Privado
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Lost Boy | Privado
De momento se sintió perdido, un extraño en un universo paralelo, a pesar de llevar ya un tiempo en la capital existían aún ciertos recónditos que nunca había visto antes. Esa tarde decidió perderse entre un mar de letras. Caminó suavemente entre los estantes enormes que parecían vigías llenos de conocimiento. Mismo del cual quería alimentarse, quería saberlo todo, detalle a detalle. Y es que las horas expuestas en sus labores de rutina no bastaban para apartar de su mente la imagen de sus padres. Quentin seguía siendo una boya a la deriva entre las salvajes olas de un mar llamado soledad. No tenía nada que perder ahora que su mundo había tomado un giro inesperado, había abierto los ojos a una nueva realidad donde las mansiones costosas y las cenas exóticas formaban parte de un nuevo paisaje, uno del cual aún se sentía ajeno.
Se detuvo, ese andar mezquino que siempre le caracterizó, tomó un libro de poesía y se sentó a contemplar la cubierta, sus dedos acariciaron la fachada y aunque pueda parecer ridículo, era un ritual que siempre hacia cuando se disponía a leer. Se sumergió en un torrente de palabras donde gustaba de perder la cordura. Desataba su imaginación, como un chiquillo que muda de piel todas y cada una de las historias que leía. Ese era su único escape y lo que a últimas fechas lo mantenía de buen humor, era un deleite que atesoraba como a ninguna otra cosa. Y lo seguiría haciendo mientras tuviera el tiempo y la necesidad. Su madre o quizás su padre solían relatarle historias antes de dormir, no estaba del todo seguro pero de algún lugar había heredado ese gusto en particular y en ausencia de estos, emprendió un viaje hacia la literatura por su propia cuenta.
Se había asegurado de colocar un par de velas a su lado para cuando la oscuridad le tomara por sorpresa este pudiera darle frente. Devoró las oraciones yuxtapuestas que estaban impresas, memorizando cada verso que el cuadernillo le obsequiaba. Sólo una pequeña bolsa de cuero yacía sobre la mesa, aunque esto pudo haber carecido de importancia, cuando leía se perdía completamente en lo que hacía. Esta vez no fue la excepción. A las afueras de la biblioteca parecía iniciar un bullicio. La lluvia caía incesante en estos últimos días y el golpeteo repetido de las gotas sobre los cristales no se hizo esperar, abandonó un poco el libro y notó que las pocas personas empezaban a retirarse. Un par de horas más, pensó. Un par de horas más disfrutando de su soledad.
Tan solo un vacío impalpable y a la vez tan real e hiriente. Era lo único que Quentin había sentido en estos años. Sus memorias se reducían a los escombros de una niñez grisácea en donde las figuras materna y paterna nunca existieron, no obstante y a pesar del hecho de vivir la mayor parte de su adolescencia a solas, nunca guardó rencor hacia su destino. Nunca se atrevió a esbozar sospechas porque tuvo que aprender a sobrevivir por sus propios medios. Mucho menos a preguntar si era debido a alguna acción de su parte. Estaba de más decir que el único sobreviviente de los Zwaan carecía de carácter para afrontar solo el mundo, prueba de ello era el haberse resguardado en aquel gigantesco inmueble, donde las historias y los poemas eran su única compañía.
Se detuvo, ese andar mezquino que siempre le caracterizó, tomó un libro de poesía y se sentó a contemplar la cubierta, sus dedos acariciaron la fachada y aunque pueda parecer ridículo, era un ritual que siempre hacia cuando se disponía a leer. Se sumergió en un torrente de palabras donde gustaba de perder la cordura. Desataba su imaginación, como un chiquillo que muda de piel todas y cada una de las historias que leía. Ese era su único escape y lo que a últimas fechas lo mantenía de buen humor, era un deleite que atesoraba como a ninguna otra cosa. Y lo seguiría haciendo mientras tuviera el tiempo y la necesidad. Su madre o quizás su padre solían relatarle historias antes de dormir, no estaba del todo seguro pero de algún lugar había heredado ese gusto en particular y en ausencia de estos, emprendió un viaje hacia la literatura por su propia cuenta.
Se había asegurado de colocar un par de velas a su lado para cuando la oscuridad le tomara por sorpresa este pudiera darle frente. Devoró las oraciones yuxtapuestas que estaban impresas, memorizando cada verso que el cuadernillo le obsequiaba. Sólo una pequeña bolsa de cuero yacía sobre la mesa, aunque esto pudo haber carecido de importancia, cuando leía se perdía completamente en lo que hacía. Esta vez no fue la excepción. A las afueras de la biblioteca parecía iniciar un bullicio. La lluvia caía incesante en estos últimos días y el golpeteo repetido de las gotas sobre los cristales no se hizo esperar, abandonó un poco el libro y notó que las pocas personas empezaban a retirarse. Un par de horas más, pensó. Un par de horas más disfrutando de su soledad.
Tan solo un vacío impalpable y a la vez tan real e hiriente. Era lo único que Quentin había sentido en estos años. Sus memorias se reducían a los escombros de una niñez grisácea en donde las figuras materna y paterna nunca existieron, no obstante y a pesar del hecho de vivir la mayor parte de su adolescencia a solas, nunca guardó rencor hacia su destino. Nunca se atrevió a esbozar sospechas porque tuvo que aprender a sobrevivir por sus propios medios. Mucho menos a preguntar si era debido a alguna acción de su parte. Estaba de más decir que el único sobreviviente de los Zwaan carecía de carácter para afrontar solo el mundo, prueba de ello era el haberse resguardado en aquel gigantesco inmueble, donde las historias y los poemas eran su única compañía.
Última edición por Quentin Zwaan el Sáb Mayo 20, 2017 6:26 pm, editado 1 vez
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Lost Boy | Privado
Lo odiaba, ya no podía soportarlo más. A veces deseaba ser una gitana, ser libre, en definitiva, sin tener que rendirle cuentas a nadie… o una esclava, que tiene por seguro que su vida será de servicio de principio a fin y vive en consecuencia. Pero ella estaba a medio camino entre la una y la otra, se suponía que era una mujer libre y con todo lo que desease a su disposición, pero era en verdad esclava de los mandatos de su abuelo, de todo lo que él desease para su vida.
Tras una fuerte discusión, nacida por el mismo tema de siempre, Colette había corrido hasta hallar a su cochero para ordenarle que la llevase hasta el único sitio de la ciudad en donde podría encontrar un refugio: la bibliteca.
Sabía que su abuelo tarde o temprano la encontraría allí, pero antes iría dónde sus amigas o a la Académie. Tendría algunas horas de paz antes de ser hallada por él y solo por eso valdría la pena la escapada y el seguro castigo que le sobrevendría luego.
Tenía miedo. ¿Por qué él no entendía que ella sólo tenía miedo? Que no era rebeldía, que no era una forma de desafío hacia su autoridad como único tutor… sólo tenía miedo. No quería casarse, no quería volver a tomarle cariño a una persona para luego perderla. En su vida ya había pasado por muchos duelos, sus padres, su prometido… Ya no podría soportar algo más. Estaba bien así, ya había encontrado tranquilidad en su vida diaria, en sus poemas y pinturas, ¿para qué comenzar de nuevo a conocer a una persona? Su abuelo no la entendía y ya evaluaba a dos posibles candidatos.
“Debería meterme en un convento”, se dijo mientras ingresaba en la biblioteca, segura de que esa vida sería la mejor para ella que con veintidós años estaba al límite de ser vista como una solterona.
Solo había estado unos minutos expuesta a la lluvia -bajó del coche y caminó unos metros hasta la entrada-, y ahora tenía el rostro empapado, no solo por las lágrimas.
Ya era tarde, creía que estaría a solas allí hasta que su abuelo la hallase o el lugar cerrase sus puertas.
Tomó un libro cualquiera, sin mirar siquiera el título -porque era solo una excusa para poder llorar culpando a la poesía- y fue a sentarse a la mesa rectangular. En la otra punta un joven parecía meditabundo, tan absorto que no había notado su presencia. Y Colie lo agradecía.
Abrió el libro, al azar elegido, sin pasar sus ojos por las palabras. Realmente no le importaba de qué iba aquello. Preferiría escribir, pero no había papel y pluma allí, al menos no a la vista.
Tras una fuerte discusión, nacida por el mismo tema de siempre, Colette había corrido hasta hallar a su cochero para ordenarle que la llevase hasta el único sitio de la ciudad en donde podría encontrar un refugio: la bibliteca.
Sabía que su abuelo tarde o temprano la encontraría allí, pero antes iría dónde sus amigas o a la Académie. Tendría algunas horas de paz antes de ser hallada por él y solo por eso valdría la pena la escapada y el seguro castigo que le sobrevendría luego.
Tenía miedo. ¿Por qué él no entendía que ella sólo tenía miedo? Que no era rebeldía, que no era una forma de desafío hacia su autoridad como único tutor… sólo tenía miedo. No quería casarse, no quería volver a tomarle cariño a una persona para luego perderla. En su vida ya había pasado por muchos duelos, sus padres, su prometido… Ya no podría soportar algo más. Estaba bien así, ya había encontrado tranquilidad en su vida diaria, en sus poemas y pinturas, ¿para qué comenzar de nuevo a conocer a una persona? Su abuelo no la entendía y ya evaluaba a dos posibles candidatos.
“Debería meterme en un convento”, se dijo mientras ingresaba en la biblioteca, segura de que esa vida sería la mejor para ella que con veintidós años estaba al límite de ser vista como una solterona.
Solo había estado unos minutos expuesta a la lluvia -bajó del coche y caminó unos metros hasta la entrada-, y ahora tenía el rostro empapado, no solo por las lágrimas.
Ya era tarde, creía que estaría a solas allí hasta que su abuelo la hallase o el lugar cerrase sus puertas.
Tomó un libro cualquiera, sin mirar siquiera el título -porque era solo una excusa para poder llorar culpando a la poesía- y fue a sentarse a la mesa rectangular. En la otra punta un joven parecía meditabundo, tan absorto que no había notado su presencia. Y Colie lo agradecía.
Abrió el libro, al azar elegido, sin pasar sus ojos por las palabras. Realmente no le importaba de qué iba aquello. Preferiría escribir, pero no había papel y pluma allí, al menos no a la vista.
Colette Moulian- Humano Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Lost Boy | Privado
Se dejó atrapar por la caricia de aquellas historias, no era la primera vez que lo hacía, desde que se había recuperado en el Sanatorio su único vicio era el de devorar cada tomo, cada empastado y encuadernado que pasaba por su vista. Y es que en la necesidad de querer recuperar su pasado, pensaba que solo el conocimiento era su única arma para enfrentar al mundo actual. Había pasado más de 10 años sumergido en un estado de letargo donde otra entidad había tomado posesión de su cuerpo, de modo que podía considerarse a Quentin como un chiquillo inexperto en el arte de la vida. Sus manos sujetaban con firmeza el libro que ahora descansaba sobre su regazo y sus ojos agiles y sagaces recorrían de un extremo al otro las líneas que describían un poema bastante complejo. El cielo retumbaba con furia a las afueras y aunque los minutos se morían paulatinamente en las manecillas de su reloj de bolsillo, poco le importó.
El ejemplar era un previo de lo que su autor estaba por publicar, de modo que no le tomó mucho tiempo terminar su lectura. Segundos antes de finalizar la misma, apenas sintió la presencia de alguien más en el establecimiento. No obstante y como era su costumbre dejó de lado aquella posible interrupción para finiquitar de una vez por todas el poema. En su actuar, Quentin pensaba que era mejor permanecer en silencio cuando alguien más se hallaba disfrutando de una buena lectura, aunque ciertamente tampoco se le consideraba alguien que supiera como entablar una conversación. Se levantó del taburete con la mirada clavada aun en el texto y al terminar de leer completamente lo colocó una vez más en su lugar. Sus dedos hábiles recorrían los lomos de los libros ahí apilados buscando con ahínco una nueva aventura. ¿Poesia? ¿Un ensayo? ¿Historia? Que sería esta vez, recorrió el estante en silencio y al dar la vuelta al mismo recordó el nombre de un tomo que había dejado pendiente.
Cuando levantó la mirada por fin, notó que se trataba de una bella mujer quien había ingresado, empero, su sorpresa ligeramente mayor al ver que ella sujetaba el libro que estaba buscando y en un intento por aproximarse hacia el otro extremo de la mesa buscó romper la barrera entre ambos. Nunca había sido bueno en ese ámbito, pero realmente quería disponer de ese ejemplar cuando la joven lo hubiese terminado.
–Es una interesante lectura madmoiselle, su elección es realmente buena –susurró, esperando no ser demasiado imprudente.
Pasó saliva antes de volver a formular una próxima aseveración.
–Sino es mucha molestia cuando termine, podría…–
Quedó ligeramente atónito al verle triste, incluso su rostro presentaba rasgos de haber llorado o la lluvia tal vez solo había cubierto sus mejillas al ingresar al inmobiliario.
–Madmoiselle, yo…de verdad, lo siento mucho, no quise ser irrespetuoso, de verdad, lo siento–
Objetó mientras buscaba entre sus bolsillos un pañuelo para extendérselo.
–¿Se encuentra bien?–
El ejemplar era un previo de lo que su autor estaba por publicar, de modo que no le tomó mucho tiempo terminar su lectura. Segundos antes de finalizar la misma, apenas sintió la presencia de alguien más en el establecimiento. No obstante y como era su costumbre dejó de lado aquella posible interrupción para finiquitar de una vez por todas el poema. En su actuar, Quentin pensaba que era mejor permanecer en silencio cuando alguien más se hallaba disfrutando de una buena lectura, aunque ciertamente tampoco se le consideraba alguien que supiera como entablar una conversación. Se levantó del taburete con la mirada clavada aun en el texto y al terminar de leer completamente lo colocó una vez más en su lugar. Sus dedos hábiles recorrían los lomos de los libros ahí apilados buscando con ahínco una nueva aventura. ¿Poesia? ¿Un ensayo? ¿Historia? Que sería esta vez, recorrió el estante en silencio y al dar la vuelta al mismo recordó el nombre de un tomo que había dejado pendiente.
Cuando levantó la mirada por fin, notó que se trataba de una bella mujer quien había ingresado, empero, su sorpresa ligeramente mayor al ver que ella sujetaba el libro que estaba buscando y en un intento por aproximarse hacia el otro extremo de la mesa buscó romper la barrera entre ambos. Nunca había sido bueno en ese ámbito, pero realmente quería disponer de ese ejemplar cuando la joven lo hubiese terminado.
–Es una interesante lectura madmoiselle, su elección es realmente buena –susurró, esperando no ser demasiado imprudente.
Pasó saliva antes de volver a formular una próxima aseveración.
–Sino es mucha molestia cuando termine, podría…–
Quedó ligeramente atónito al verle triste, incluso su rostro presentaba rasgos de haber llorado o la lluvia tal vez solo había cubierto sus mejillas al ingresar al inmobiliario.
–Madmoiselle, yo…de verdad, lo siento mucho, no quise ser irrespetuoso, de verdad, lo siento–
Objetó mientras buscaba entre sus bolsillos un pañuelo para extendérselo.
–¿Se encuentra bien?–
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Lost Boy | Privado
Sostenía el libro con ambas manos, apretaba con fuerza los extremos esperando algo que aquellas hojas no podían brindarle, pero ni así podía detener su temblor. A causa de la angustia las letras se le entrecruzaban y Colette no entendía las palabras que veía. ¿Era narrativa? ¿Era poesía? No lo sabía, no le importaba, ¿qué cambiaría eso? Sólo se concentraba en respirar. Inhalar y exhalar, inhalar y exhalar y vuelta a empezar.
La voz del joven la sorprendió –una sorpresa sin sobresaltos, afortunadamente- y su mirada fue directa a los ojos de él. Había oído sus palabras, pero tardó en comprenderlas pues no había esperado que se dirigiese a ella, ni siquiera que notase que tenía compañía… lo había visto muy concentrado.
Reconocía que le agradaba que alguien le hablase, aunque fuese de forma tímida y en voz baja… al menos no se sentía tan sola, tan insignificante.
-Oh, en verdad no estaba prestando atención al libro. Si usted lo desea aquí lo tiene. –Se puso en pie y caminó hacia él mientras un rayo agregaba luz a la escena, colando su brillo a través de los ventanales-. Tome, es todo suyo –se lo tendió.
Después de todo, ¿qué más le daba? Ella no estaba allí para leer, no esa vez, sino que estaba huyendo. Estaba en la biblioteca para esconderse de la furia de su abuelo.
-No, no estoy bien –le respondió, porque estaba harta de mentir, de fingir. A eso acababa reducida la vida de cualquier señorita de su edad: a fingir, a aparentar y esforzarse siempre por agradar a otros sin lograrlo, sin sentirse suficiente. Ya no podía soportarlo más-. Pero no debe preocuparse, no es por usted que estoy así, he recibido una mala noticia... Así que ya estaba mal desde antes de llegar a este sitio que considero un refugio –su voz se quebró, a causa del llanto que buscaba recomenzar en ella.
Colette no podía creerlo, pero allí, en la biblioteca, había encontrado a alguien que era incluso más tímido que ella. No era muy sociable pero, por las pocas frases que habían intercambiado, notaba que a él le costaba mucho más que a ella entablar aquel diálogo.
-Gracias –le dijo con un sonrisa tímida y aceptó el pañuelo que él le ofrecía.
Con suavidad se secó los restos de lágrimas que habían quedado en sus mejillas y atrapó una –la última- justo en su nacimiento.
La voz del joven la sorprendió –una sorpresa sin sobresaltos, afortunadamente- y su mirada fue directa a los ojos de él. Había oído sus palabras, pero tardó en comprenderlas pues no había esperado que se dirigiese a ella, ni siquiera que notase que tenía compañía… lo había visto muy concentrado.
Reconocía que le agradaba que alguien le hablase, aunque fuese de forma tímida y en voz baja… al menos no se sentía tan sola, tan insignificante.
-Oh, en verdad no estaba prestando atención al libro. Si usted lo desea aquí lo tiene. –Se puso en pie y caminó hacia él mientras un rayo agregaba luz a la escena, colando su brillo a través de los ventanales-. Tome, es todo suyo –se lo tendió.
Después de todo, ¿qué más le daba? Ella no estaba allí para leer, no esa vez, sino que estaba huyendo. Estaba en la biblioteca para esconderse de la furia de su abuelo.
-No, no estoy bien –le respondió, porque estaba harta de mentir, de fingir. A eso acababa reducida la vida de cualquier señorita de su edad: a fingir, a aparentar y esforzarse siempre por agradar a otros sin lograrlo, sin sentirse suficiente. Ya no podía soportarlo más-. Pero no debe preocuparse, no es por usted que estoy así, he recibido una mala noticia... Así que ya estaba mal desde antes de llegar a este sitio que considero un refugio –su voz se quebró, a causa del llanto que buscaba recomenzar en ella.
Colette no podía creerlo, pero allí, en la biblioteca, había encontrado a alguien que era incluso más tímido que ella. No era muy sociable pero, por las pocas frases que habían intercambiado, notaba que a él le costaba mucho más que a ella entablar aquel diálogo.
-Gracias –le dijo con un sonrisa tímida y aceptó el pañuelo que él le ofrecía.
Con suavidad se secó los restos de lágrimas que habían quedado en sus mejillas y atrapó una –la última- justo en su nacimiento.
Colette Moulian- Humano Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Lost Boy | Privado
Cuando escuchó la voz ajena, sintió una extraña sensación de nostalgia. Ese sentimiento tan ambiguo y tan lleno de desolación era algo que había caracterizado sus años previos a su recuperación. Y como si fuesen ráfagas de un arma, las imágenes le acribillaron repentinamente. Lo único que no esperaba encontrar ahí, era a una persona que también pudiera padecer el mismo trastorno de distracción que el en ocasiones mostraba. Sintió una especie de remordimiento por ser quien quizás pudo haber provocado esa reacción en la joven. Pero ya era un poco tarde para retractarse, pues su brazo ya había acortado la distancia ofreciéndole el pañuelo, los bordes en tonos dorados y sobre la esquina una mediana letra “Z” que denotaba el origen de alta cuna del joven de ojos tristes.
Recibió el tomo, solo por educación, porque ahora que le veía en ese estado poco importaba el continuar con su ya conocida rutina de lectura. Si las circunstancias hubiesen sido otras, el neerlandés habría hecho una ligera reverencia y caminaría hacia el otro extremo de la mesa o quizás abandonado la sala para ir a algún otro espacio lejos de donde ella estaba para no causarle molestias en su lectura. Pero al verle en tal estado de fragilidad sintió que enmendar el error era lo menos que podía hacer. Iba a preguntar qué era lo que pasaba por su mente, pero como siempre, su falta de seguridad era tan abrumadora que demoró demasiado en formular la pregunta y entonces la joven se adelantó a concretar una de sus razones.
–Yo…–
Cayó en secó cuando ella confesaba. Y fue inevitable sentir que el corazón se rompía en pedazos al escucharle, porque había sido testigo de más de un paciente como ella durante su estadía en el Sanatorio, no porque la joven presentara algún cuadro o síntoma, sino porque había mucho dolor en su confesión y Quentin no soportaba ver que las personas de sentimientos nobles sufrieran o se vieran minimizados por ese tipo de cuestiones.
Se aventuró a decir algo más que una escueta silaba cuando ella permitió al silencio gobernar una vez más la situación.
–Lo, lo siento en verdad madmoiselle–
Sintió como se deslizaba el pañuelo de sus dedos. Le veía y por más que buscaba una razón o justificación real no la hallaba, porque por desgracia la sociedad estaba habituada a pensar que los afortunados que vivían en mansiones portentosas rodeados de miles de privilegios y acervos materiales eran personas soberbias o egoístas. No veían que detrás de los sombreros de copa alta y los ampulosos vestidos y abanicos también había seres frágiles y ausentes, temerosos de ser ellos mismos.
–De nada madmoiselle–
Depositó el libro que ella le había devuelto sobre la mesa, pensó en tomar asiento pero quizás era introducirse en un espacio privado donde seguramente no sabría que decir para aminorar su pena.
–Yo, yo también recibí una mala noticia estos días– soltó sin pensarlo, un poco nervioso trató de mantener su mirada fija en ella y cabo de un par de segundos volteó hacia el ventanal donde la lluvia acribillaba sin piedad.
–Mi nombre es Quentin madmoiselle. Quentin Zwaan–
Recibió el tomo, solo por educación, porque ahora que le veía en ese estado poco importaba el continuar con su ya conocida rutina de lectura. Si las circunstancias hubiesen sido otras, el neerlandés habría hecho una ligera reverencia y caminaría hacia el otro extremo de la mesa o quizás abandonado la sala para ir a algún otro espacio lejos de donde ella estaba para no causarle molestias en su lectura. Pero al verle en tal estado de fragilidad sintió que enmendar el error era lo menos que podía hacer. Iba a preguntar qué era lo que pasaba por su mente, pero como siempre, su falta de seguridad era tan abrumadora que demoró demasiado en formular la pregunta y entonces la joven se adelantó a concretar una de sus razones.
–Yo…–
Cayó en secó cuando ella confesaba. Y fue inevitable sentir que el corazón se rompía en pedazos al escucharle, porque había sido testigo de más de un paciente como ella durante su estadía en el Sanatorio, no porque la joven presentara algún cuadro o síntoma, sino porque había mucho dolor en su confesión y Quentin no soportaba ver que las personas de sentimientos nobles sufrieran o se vieran minimizados por ese tipo de cuestiones.
Se aventuró a decir algo más que una escueta silaba cuando ella permitió al silencio gobernar una vez más la situación.
–Lo, lo siento en verdad madmoiselle–
Sintió como se deslizaba el pañuelo de sus dedos. Le veía y por más que buscaba una razón o justificación real no la hallaba, porque por desgracia la sociedad estaba habituada a pensar que los afortunados que vivían en mansiones portentosas rodeados de miles de privilegios y acervos materiales eran personas soberbias o egoístas. No veían que detrás de los sombreros de copa alta y los ampulosos vestidos y abanicos también había seres frágiles y ausentes, temerosos de ser ellos mismos.
–De nada madmoiselle–
Depositó el libro que ella le había devuelto sobre la mesa, pensó en tomar asiento pero quizás era introducirse en un espacio privado donde seguramente no sabría que decir para aminorar su pena.
–Yo, yo también recibí una mala noticia estos días– soltó sin pensarlo, un poco nervioso trató de mantener su mirada fija en ella y cabo de un par de segundos volteó hacia el ventanal donde la lluvia acribillaba sin piedad.
–Mi nombre es Quentin madmoiselle. Quentin Zwaan–
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Lost Boy | Privado
No iba a casarse con ese hombre viejo –al que pocos años le faltaban para alcanzar la edad de su abuelo-, eso lo tenía por seguro… Pero, ¿cómo? ¿Cómo podía una jovencita como Colette Moulian escapar de las imposiciones familiares? Era esa la raíz de su angustia, era eso lo que la estaba ahogando; no tenía elección, mucho menos una salida.
No sería bien visto que una señorita de su clase y posición estuviese llorando ante un joven desconocido, muchísimo menos que le contase sus penas… Pero había tantas cosas ya que estaban mal en la vida de Colette que ella simplemente no se detendría a esforzarse por contener su arrebato de angustia.
-Mi abuelo pretende casarme con un hombre viejo y horrible –lloró, y buscó su mirada. ¿Qué más daba? Él ni siquiera sabía su nombre, no debía temer por su reputación pues no podría cotillear aquello si ella no le revelaba su identidad-. Ya no aguanto, ya estoy cansada de vivir… Soy una joven señorita, pero ya siento que debería estar muerta hace tiempo. ¡Sí, quisiera morir! –lo exclamó en medio de susurros, no le servían para desahogar del todo su pena y sus temores, pero al menos se estaba liberando.
-Ya lo he pensado, tengo dos opciones frente a mí, dos caminos –especificó mientras volvía a recoger sus lagrimas con el pañuelo que Quentin (porque ahora sabía que ese era su nombre) le había facilitado-, la reclusión en un convento o la muerte. Casarme con ese viejo no está siquiera contemplado por mi mente –le hablaba como si a él le importase, pese a que sabía que de seguro no le interesaba en lo más mínimo. No le importaban ya el decoro ni las buenas costumbres-. Y prefiero la muerte, ya tengo pensada la forma en la que moriré… -Lo miró de pronto, asustaba de las propias palabras expresadas. ¿Qué estaba diciendo? ¡Dios iba a castigarla si seguía hablando así! Al ver que estaba frente a un hombre tranquilo, de voz calma y regios modales, Colette tuvo el valor de preguntarle-: ¿Alguna vez ha querido morir, señor Zwaan? Cuénteme usted cuál es esa mala noticia que ha recibido y dígame si es peor que la mía…
¿Qué hacía allí, contándole sus problemas a un desconocido? Sin dudas Colette había perdido la cabeza, no tenía nada que perder pues todo lo había perdido ya, sus padres, su prometido… todo cuanto le era querido. Ya ni su reputación le importaba así que finalmente decidió decirle:
-Mi nombre es Colette Moulian. Gracias por oírme, no se imagina cuanto tiempo he pasado sin hablar abiertamente con nadie. –Suspiró y apretó entre sus manos el pañuelo.
No sería bien visto que una señorita de su clase y posición estuviese llorando ante un joven desconocido, muchísimo menos que le contase sus penas… Pero había tantas cosas ya que estaban mal en la vida de Colette que ella simplemente no se detendría a esforzarse por contener su arrebato de angustia.
-Mi abuelo pretende casarme con un hombre viejo y horrible –lloró, y buscó su mirada. ¿Qué más daba? Él ni siquiera sabía su nombre, no debía temer por su reputación pues no podría cotillear aquello si ella no le revelaba su identidad-. Ya no aguanto, ya estoy cansada de vivir… Soy una joven señorita, pero ya siento que debería estar muerta hace tiempo. ¡Sí, quisiera morir! –lo exclamó en medio de susurros, no le servían para desahogar del todo su pena y sus temores, pero al menos se estaba liberando.
-Ya lo he pensado, tengo dos opciones frente a mí, dos caminos –especificó mientras volvía a recoger sus lagrimas con el pañuelo que Quentin (porque ahora sabía que ese era su nombre) le había facilitado-, la reclusión en un convento o la muerte. Casarme con ese viejo no está siquiera contemplado por mi mente –le hablaba como si a él le importase, pese a que sabía que de seguro no le interesaba en lo más mínimo. No le importaban ya el decoro ni las buenas costumbres-. Y prefiero la muerte, ya tengo pensada la forma en la que moriré… -Lo miró de pronto, asustaba de las propias palabras expresadas. ¿Qué estaba diciendo? ¡Dios iba a castigarla si seguía hablando así! Al ver que estaba frente a un hombre tranquilo, de voz calma y regios modales, Colette tuvo el valor de preguntarle-: ¿Alguna vez ha querido morir, señor Zwaan? Cuénteme usted cuál es esa mala noticia que ha recibido y dígame si es peor que la mía…
¿Qué hacía allí, contándole sus problemas a un desconocido? Sin dudas Colette había perdido la cabeza, no tenía nada que perder pues todo lo había perdido ya, sus padres, su prometido… todo cuanto le era querido. Ya ni su reputación le importaba así que finalmente decidió decirle:
-Mi nombre es Colette Moulian. Gracias por oírme, no se imagina cuanto tiempo he pasado sin hablar abiertamente con nadie. –Suspiró y apretó entre sus manos el pañuelo.
Colette Moulian- Humano Clase Alta
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