Recuerdos Tormentosos {Privado}

A veces los monstruos que atormentaban en sus pesadillas, salían de ellas para lograr que su realidad fuera igual a un cuento de terror de esos que espantan a los niños, como si algo fuera a escapar del armario o alguien se colara por debajo de la cama. Adriana se levantó con rapidez de la cama, tenía la frente sumamente sudorosa, respiraba agitado, las manos le temblaban y las sábanas se habían pegado contra su cuerpo como si de algún modo estuvieran adheridas a ella -Sólo fue un sueño- se dijo así misma y giro la cabeza hacia la ventana mientras sus dedos se deslizaban por su cabello quitando las cortinas rojizas que le cubrían la visibilidad, ya era de mañana, se podían notar los rayos del sol colándose por los cristales. Se quitó la ropa de cama que la cubría y salió del cuarto mientras se enredaba en la bata de dormir, sus pies descalzos tocando el piso frío hicieron que el sudor de aquella pesadilla abandonara lentamente su cuerpo, se pasó la mano por la cara de nueva cuenta y se asomó por la baranda de la calle, no había nadie que conociera, ni que le llamara la atención, su piel blanquecina logró sentir el calor que ya provocaba aquél amanecer y entró de nueva cuenta a su cuarto, cerrando detrás de ella la ventana.

Se dirigió al baño y tomó una ducha rápida mientras que en su mente se volvían a dibujar aquellos seres malditos que tanto odiaba, los lobos que le habían arrebatado a su padre, lo único que había amado en ese mundo, de nuevo, una lágrima rodó por su mejilla al traer aquellos recuerdos, por más años que pasaran ella no podía dejar de llorar al pensar en el hombre que le había dado la vida -Te vengaré...- eso se repetía cada mañana, era por eso que exponía su vida como si nada importara, quizá un día lo alcanzara y estarían untos de nuevo, nada la ataba a aquél sitio. Salió de la tina y después de secar su cuerpo se colocó la vestimenta habitual, un pantalón que le quedaba holgado, dejando escondidas sus caderas, una camisa que la enfundaba a la perfección, quedando sin presiones en su vientre, ocultando el poco busto que podía resaltarle y una chaqueta que había sido de su padre, no sabía cuanto tiempo tenía con ella, pero para Adriana era su amuleto de la suerte. Tomó asiento frente al tocador y comenzó a recoger su cabello en una coleta para hacer un chongo en lo alto que quedó finalmente oculto tras colocarse una gorra.

Era fácil ocultarse, nadie se daba cuenta de quien caminaba a su lado, si supieran que corrían peligro día con día, seguramente nadie saldría de su casa. Guardó un poco de dinero en los bolsillos de su pantalón, así como las llaves de aquella casa y salió a la "jungla", observaba todo a su alrededor, pero nada de aquél por el que iba, sin embargo sabía exactamente donde encontrarlo, así que sus pasos eran seguros, iba con la cabeza hacia abajo mientras caminaba a toda prisa, hasta que logró internarse en el bosque, su posición se relajó un poco aunque no del todo y siguió adentrándose hasta localizar la laguna de la que tanto había escuchado, sólo necesitaba esperar un poco, así lo hizo y trepó hacia una de las ramas de los árboles que se encontraban perfectos para dejarle una buena vista y ver quien se acercaba a aquél lugar. Su navaja iba perfectamente atada a su cintura, la única amiga que le quedaba.

El tiempo pasaba tan lento que ella se comenzaba a aburrir, pero sabía perfectamente que así era aquello, si se apresuraba entonces podría terminar muerta, la paciencia nunca había sido una de sus mejores virtudes pero se esforzaba por lo menos por lograrlo cada día, sin importar cuán difícil fuera aquella sencilla tarea. Acomodó las piernas en la rama de aquél árbol y se recargó escuchando únicamente los ruidos de la naturaleza, siempre sus pantalones habían sido de gran ayuda para no llevarse las picaduras de miles de bichos que se encontraban en aquél sitio, a veces pensaba que la idea de que con ello estaba cerca de sus padres la hacía querer seguir con esa tortuosa labor, algún día moriría y podría estar donde realmente deseaba, por ahora, necesitaba mandar al infierno a unos cuantos, aunque quizá se condenara así misma a aquél infame destino, pero de eso no estaba segura, así que seguiría con las mismas ideas por mucho más tiempo, hasta que la muerte le diera la respuesta correcta.

Se enderezó un poco al notar aquél ruido... ¿De dónde provenía? Sus sentidos se comenzaron a despertar a medida de que escuchaba con más detalle los pasos acercándose, era un simple humano, lo podía notar en los movimientos lentos del viejo, ¿Qué hacía ahí a esas horas? Suponía que perder el tiempo, así que ella simplemente dejó que sus pies colgaran por la rama, al menos ahora tenía algo en que distraerse, viendo lo que los demás hacían, aunque no fuera la gran cosa, pero de otra manera terminaría dormida en aquél árbol y no serviría de absolutamente nada aquél trabajo, diría que eran buenos días, pero la verdad no lo sentía de aquella forma. Algo más captó la atención de la pelirroja y giró la cabeza hacia donde provino ese ruido tan conocido por ella, de un brinco se encontraba en el pasto, se agazapó y pasó la mano hacia su espalda cogiendo su daga -¡Hey!- gritó para llamar la atención del hombre, pero parecía que simplemente no hacía caso -¡Hey! ¡Muévase!- volvió a gritar moviendo una de las manos aunque sin levantarse demasiado.

-Aléjate, maldito bicho...- gruñó y al ver que iba directo contra aquél se aventó sin pensarlo, logró golpear el costado del animal, su gorro cayó al piso dejando libre su cabello, jugando con el viento -¿Qué quieres?- preguntó como si aquél le comprendiera y sacó su daga, poniéndola en medio de ambos cortando con ella el aire -No dejaré que dañes a nadie ¿Comprendes?- mencionó un tanto enojada con aquella situación, seguía sin comprender como seres como aquél podía vivir en medio de los humanos, de aquellos que no podían defenderse, estaba bien, que los seres que se llamaban hombres eran más sádicos que los otros, pero la desventaja no le iba bien a Adriana.