Recuerdos en oferta [privado]

Si te pasas la vida procurando no romperte nada, te aburrirás terriblemente…¡No conozco nada más divertido que la imprudencia! ¡Mírate! ¡Digo “imprudencia” y se te encienden los ojos!…

La fría brisa invernal acarició su rostro, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera ante el desagradable toque de su invisible caricia. Las suaves hondas de su cabello se revolvieron al capricho del viento, dándole un aspecto mucho más pícaro del que ya solía lucir a menudo. El hoyuelo que se formaba en una de sus mejillas al sonreír, había sido una de sus armas en la adolescencia. Con él se había librado de muchos líos. Aunque debía reconocer que quizás su enorme cuerpo, tan musculoso que nada tenía que envidiarle al tan renombrado Hércules, era otra de las cosas que había influido en sus numerosas conquistas femeninas. Pero a pesar de todo, siempre conseguía crear un ambiente de seguridad en aquellas que había tomado. La gran mayoría lo trataba como un amigo de infancia, pero había una minoría que le habían creado problemas. Rumores acerca de conquistas inexistentes, cuentos de hadas acerca de sus habilidades para escapar de dormitorios matrimoniales y una absurdez referida a su miembro viril.

Por su paso seguro y rápido, podrías decir que era alguien más que satisfecho con su vida. Un hombre que no tenía problemas monetarios, femeninos ni familiares. Si bien su familia podía considerarse algo normal. – Maldita mujer entrometida- Susurró a la nada, mientras seguía caminando por el parque, como si todo el terreno fuera de él.

La maldición que había lanzado inconscientemente en alto, era fruto de una nueva redactora en el periódico parisino. Firmaba con el nombre de un hombre, pero era un secreto a voces que las letras eran producidas por una mano femenina. Se dedicaba a hablar sobre los cotilleos más selectos de París. La alta sociedad temblaba cada vez que se lanzaba un nuevo ejemplar cada semana. Aquella columna se encargaba de dar sólo las iniciales de los hombres y mujeres involucradas en el jugoso circo montado por la mente pérfida de la mujer. Nunca le había prestado atención a los rumores, más que nada, porque siempre solía salir algo sobre él. Las malditas iniciales BVM, resaltadas en negrita y un tamaño capaz de capturar a cualquier ciego, se repetían con la frecuencia de un malentendido entre ingleses y escoceses. Eso sólo había demostrado que la mujer tenía predilección por agrandar sus ya incontables historias fantásticas. El primero rumor fue extender su predilección por las mujeres morenas. Al parecer era un pecado digno de nombrar en un periódico. El segundo fue su supuesta intromisión en la mansión de la señorita CFB. Cuando lo cierto era que había acudido a una fiesta con más invitados, entre los que se encontraba el marido de la señorita CFB. Y el tercero, había sido el destacarlo como el calavera más deseado por las mujeres casadas, citando diferentes iniciales de las supuestas conquistas. Sin embargo, jamás había tocado a ninguna de aquellas mujeres después de haberse vestido de blanco para sus esposos.

Sus manos estrujaron el periódico con furia, mientras sus músculos se marcaban con demasiada facilidad en la camisa blanca que cubría su torso. Había recibido el periódico junto con una carta del mismísimo escritor. La rabia lo había hecho arder en cuestión de segundos, saliendo de su tienda de armas con la rapidez de un predador, preparado para hundir sus manos en el fino cuello de la arpía que lo había incitado. Sin embargo, al llegar al parque, su estado de ánimo había menguado lo suficiente como para darse cuenta de que no había cogido ningún abrigo y que caminaba por París como un mero hombre de clase media. Lo único que indicaba su casta, era la joya carísima que se encajaba en las tiras de cuero que aseguraban su pantalón. El oro brillaba como si fueran los mismísimos rayos del sol que se encontraba ausente entre las espesas nubes que cubrían el parque.

Una punzada de dolor le recorrió la planta del pie. Sus ojos descendieron hasta el suelo, encontrando un cuchillo encajado entre las piedras del suelo del parque. Sabía que aquel cuchillo estaba demasiado afilado como para considerarse un mero cubierto. Se agachó para recoger el arma, pues aquel filo peligroso había conseguido traspasar la suela de sus botas. Estudió el diseño como el amante de las armas que era. Una sonrisa maravillada se extendió en su rostro, haciendo que toda su rabia se disipara. ¿Quién habría hecho aquella herramienta?.

Su cabeza se meneó, mientras se levantaba, buscando a alguien que pudiera haber abandonado algo como aquello. Hasta que sus ojos dieron con una figura casi oculta entre los árboles que circundaban el parque. Sus manos parecían buscar algo, ¿sería el cuchillo que él tendría en sus manos?. Por un impulso, comenzó a caminar hacia ella. Se aseguró de caminar con sigilo, sin hacer ruido, para poder observar mejor quién era el posible dueño de lo que él había encontrado. Sus ojos se abrieron al descubrir que era una mujer. Sus largos cabellos se mecían con el viento. Mientras los labios más besables que había visto jamás, se movían en hechizantes círculos, masticando algo que su vista no quería descubrir. - ¿Puede ser que busque esto, madame?- Le susurró, mientras hacía una reverencia para observar mejor su cuerpo. Cuando se irguió de nuevo, estuvo seguro de que aquella mujer no tenía nada de escuálida. Estaba creada para ser acariciada en las noches frías, cubriendo su cuerpo con la ardiente piel que ya se estremecía por tocarla. – No debería abandonar cosas peligrosas.- Ni ser tan malditamente atrayente.

Porque hay amores que matan y asesinos que enamoran.

Todo había sucedido con tanta rapidez, que apenas había tenido tiempo para reaccionar. Un momento estaba de pie, listo para admirar la belleza de una joven que no conocía  ni entendía por qué se escondía tras una vieja manta, y de repente, se había encontrado en el suelo con el cuerpo de aquella mujer encima de él. Tuvo sólo unos segundos para gemir por la caída.

Había sido un asesino a sueldo durante una época de su vida, incluso como cambiaformas, sus sentidos estaban más desarrollados que el de los demás. Podría haber esquivado el ataque del hombre que estaba muerto, si sólo lo hubiera deseado. Aunque se habría llevado algún corte por estar distraído mirando los labios de la muchacha. ¿Tendría alguien detrás de su vida?.

Con preocupación, se levantó con rapidez y sacudió sus pantalones, intentando sacar toda la tierra que los había embadurnado. Pero eso sólo era una excusa para calcular la distancia en la que yacía el cadáver del hombre y determinar cuán experta era aquella niña. Comparado con él, a pesar de que era toda una mujer para la sociedad, sería siempre una pequeña muchachita. Una con un secreto muy bien escondido si sabía acertar en un punto vital, con tantos metros de distancia. Además, él era un hombre alto y corpulento, se necesitaba más agilidad y flexibilidad de la necesaria para lanzarlo al suelo de un solo movimiento. Algo le decía que la expresión de la mujer era más de incredulidad y pánico, que de satisfacción escondida por haber conseguido tal hazaña.

- No te preocupes, yo me encargo de esto.- Le susurró en el oído mientras deslizaba la manta sobre su cuerpo y le tapaba parcialmente el rostro. Con un movimiento galante, la tomó en brazos y la obligó a pegar aquellos gruesos labios contra su camisa. – Tiembla y finge un llanto ligero. Verás cómo nos libramos del policía.- Soltó una risita y se dio la vuelta para comenzar su teatro. Si ella era alguien como él, las apariencias lo eran todo. Por eso no se debían dar nombres en asesinatos  o muertes extrañas. Mucho menos cuando habías demostrado tener unas habilidades tan mortíferas, con un cuerpo tan femenino y encantador. Había visto una transformación en cuestión de segundos y cualquiera con sesera, sabría que ella no podía ser el conejillo asustadizo que había parecido al principio mientras intentaba mordisquear su panecillo.

Se acercó al policía que había aparecido ante los gritos de varias personas y con suma tranquilidad, comenzó a explicarle lo ocurrido. Consiguió librarse de ellos dándole una tarjeta con su nombre y una contundente propina a cambio de sus servicios. Fingió preocupación por la dama y su estado de ánimo después de todo el incidente. Así, con ayuda de algunos hombres y de los mismos policías, todos ayudaron a conseguirle un caballo con el que llevar a la muchacha a casa. Nadie era tan poco caballero como para dejar desamparada a una mujer, por muy pobre que fuese, ni tan estúpido como para dejar ver cuán cruel era con las clases pobres, cuando tenían de su mano a algunas candidatas a matrimonio. Él estaba acostumbrado a aquel mundo de falsas apariencias y máscaras de cordialidad y amabilidad. Si tenías dinero, había muy pocas cosas que no pudieras hacer en las sombras en París. Mucho más cuando ponías una expresión de caballero andante y tenías una sonrisa capaz de desarmar cualquier barrera.

- Dime, muchacha. ¿Dónde puedo llevarte para que estés a salvo?- Le Preguntó mientras la subía delante suya en un caballo y se despedía de los demás con un mero cabeceo de su cabeza.

Atrás quedó cualquier preocupación sobre los comentarios que salían de su persona en aquel periódico de prensa nacional. Aunque una parte de él, no podía esperar a tener el próximo número de aquella cotilla mentirosa. Sería; ¿caballero en apuros?, o quizás algo más comercial como ¿Monsieur de alta clase involucrado en un asesinato?.