AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El Sol la fue arrastrando fuera de su profundo sueño paulatinamente, colándose por los resquicios de la vieja persiana que la noche anterior había atravesado para entrar en la casa. Se desperezó con desgana, bostezando largamente, deshaciéndose de los últimos trazos del extraño sueño en que había estado sumida las últimas seis horas. Soñaba que corría, descalza, sobre el césped más verde y mejor cuidado que había visto jamás. No habían nubes en el cielo, y el calor hacía que el hermoso vestido de gasa azul se le pegase al cuerpo de cuando en cuando, evidenciando aún más lo delgado de su figura. Se veía a sí misma a través de los ojos de otro, pero sabiendo que ese otra persona que se estaba mirando, también era ella. Era sumamente confuso. Se sentía ajena a su propio cuerpo, sabía que estaba fuera de él, pero experimentaba las mismas sensaciones que en éste se despertaban, como si también las estuviera viviendo de alguna forma que escapaba a su conocimiento. Notaba el vértigo que le producía el rodar por una pendiente ligeramente empinada, aun cuando se suponía que se estaba auto-observando desde fuera. No tenía demasiado sentido, pero no era para nada desagradable... al menos, no hasta que se detenía a pensarlo.
Frunció el ceño, contrariada. No era la primera vez que le ocurría, y nunca encontró respuesta para ello. ¿Acaso tenía algún tipo de significado especial que no era capaz de deducir? A veces pensaba que era una especie de metáfora de lo que había sido su vida. Su alma observaba las acciones del cuerpo que alguna vez ocupó, que se movía por el espacio, vacío, actuando de forma completamente aleatoria. Era como si ambas partes de sí misma fuesen por separado, y ahora que su alma no estaba en contacto con su cuerpo, alguien hubiese levantado su cuerpo, obligándolo a moverse, como si no fuese más que una simple marioneta en las manos de un vil titiritero. Y ella, el alma, la identidad, aquello que en algún momento dio vida a ese mismo cuerpo, se había quedado fuera de él, y era incapaz de regresar.
Se levantó del polvoriento colchón con la sensación de no haber dormido nada en siglos. Se sentía tan vacía que resultaba agotador... Y lo peor era que pese al tiempo que llevaba sintiéndose de aquella forma, era incapaz de deducir qué era exactamente lo que le faltaba, lo que la hacía estar así. Salió al exterior por la misma ventana que antes le había servido de entrada, y recorrió las calles en silencio. No tenía ni idea de hacia dónde se dirigían sus pasos, pero no se detuvo. Estaba sumamente aburrida y demasiado hastiada como para plantearse decidir un lugar concreto al que acudir. Finalmente, y tras varios minutos de vagar sin rumbo atravesando gente y provocándoles escalofríos, se detuvo frente a la biblioteca. El edificio, silencioso, pareció observarla con la misma fijeza que ella lo miraba a él. Entró sin más demora y se sentó en lo alto de una estantería a observar el rostro de aburrimiento de los bibliotecarios. Uno se estaba durmiendo y el otro parecía absorto en un crucigrama. Irónico que, siendo los cuidadores de aquel "sagrado" edificio, ninguno estuviese leyendo. Al cabo de un rato se durmió, encogida sobre sí misma en el mismo lugar donde se había colocado al principio... Volviéndose visible a ojos de todos, aunque incorpórea.
Frunció el ceño, contrariada. No era la primera vez que le ocurría, y nunca encontró respuesta para ello. ¿Acaso tenía algún tipo de significado especial que no era capaz de deducir? A veces pensaba que era una especie de metáfora de lo que había sido su vida. Su alma observaba las acciones del cuerpo que alguna vez ocupó, que se movía por el espacio, vacío, actuando de forma completamente aleatoria. Era como si ambas partes de sí misma fuesen por separado, y ahora que su alma no estaba en contacto con su cuerpo, alguien hubiese levantado su cuerpo, obligándolo a moverse, como si no fuese más que una simple marioneta en las manos de un vil titiritero. Y ella, el alma, la identidad, aquello que en algún momento dio vida a ese mismo cuerpo, se había quedado fuera de él, y era incapaz de regresar.
Se levantó del polvoriento colchón con la sensación de no haber dormido nada en siglos. Se sentía tan vacía que resultaba agotador... Y lo peor era que pese al tiempo que llevaba sintiéndose de aquella forma, era incapaz de deducir qué era exactamente lo que le faltaba, lo que la hacía estar así. Salió al exterior por la misma ventana que antes le había servido de entrada, y recorrió las calles en silencio. No tenía ni idea de hacia dónde se dirigían sus pasos, pero no se detuvo. Estaba sumamente aburrida y demasiado hastiada como para plantearse decidir un lugar concreto al que acudir. Finalmente, y tras varios minutos de vagar sin rumbo atravesando gente y provocándoles escalofríos, se detuvo frente a la biblioteca. El edificio, silencioso, pareció observarla con la misma fijeza que ella lo miraba a él. Entró sin más demora y se sentó en lo alto de una estantería a observar el rostro de aburrimiento de los bibliotecarios. Uno se estaba durmiendo y el otro parecía absorto en un crucigrama. Irónico que, siendo los cuidadores de aquel "sagrado" edificio, ninguno estuviese leyendo. Al cabo de un rato se durmió, encogida sobre sí misma en el mismo lugar donde se había colocado al principio... Volviéndose visible a ojos de todos, aunque incorpórea.
Kaethe- Fantasma
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Re: Aidez-moi à continuer... | Lissander
- ¿Dormir en la biblioteca? Eso no es correcto… - Diría con paciencia y calma, sin siquiera mirarla, un libro en sus manos y tenía bien fijado los ojos a él, estaba concentrado.
Esa mañana se había levantado con un ansía especial, un buen ánimo, buena vibra, buen pensamiento, como sea, aquel joven doctor se había levantado con ganas de preparar varias cosas, de aprender cosas nuevas y de practicar cosas viejas. Después de todo, tenía una biblioteca en casa llena de listas, artilugios, y pociones para experimentar, además de los ingredientes, por ello, solo era cosa de bajar al sótano y empezar a mezclar, picar y experimentar. Exactamente eso haría, incluso llegaría a aquel lugar de su casa justo después de desayunar y empezaría a preparar algo, cuando se daría cuenta que le faltaba un ingrediente, uno muy particular y raro que deseaba tener desde hacía tiempo y no encontró ni en el bosque, ni en el pantano.
Su pensamiento le llevo a alistarse para salir, ese día debía conseguir aquel ingrediente que le faltaba. Es por eso que termino en la biblioteca, necesitaba consultar ciertos libros sobre botánica para examinar si allí en Paris podría encontrarlo, quizás eran las condiciones climáticas o quizás algún tipo de tierra especifico. El detalle residía allí, en la biblioteca de la gran ciudad, debía encontrar el libro. Hizo lo pertinente y preguntó al encargado por un libro sobre la botánica de Paris, la flora y todo aquello, con la excusa de un trabajo universitario, y es que claro, el encargado con su estúpido crucigrama solamente se limitó a chismear el porqué un joven iba a leer tal cosa, era poco común al parecer.
Fue para su sorpresa que buscando entre los estantes encontrara a una chica dormida sobre la polvorienta madera, ¿casualidad? No lo creo. Comenzaba a creer que las casualidades eran solamente pequeños azares de las manos de un destino. Examino el aura del lugar, y no había casi nadie, a excepción de aquella que obviamente era un fantasma. Sin aura, frío el lugar, y esa pesadez que solamente los muertos atraían, era su nigromancia la que le daba la seguridad de aquella mujer de vestido azul, era una alma errante, pero ¿Qué hacía allí?
- ¿Dormir en la biblioteca? Eso no es correcto… - Diría con paciencia y calma, sin siquiera mirarla, un libro en sus manos y tenía bien fijado los ojos a él, estaba concentrado. Se limitaría a decir, mientras disimulaba todo aquello, estando “distraído” en un libro de historia universal que no le importaba en lo absoluto.
Lissander C. Arcalucci- Hechicero Clase Media
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Re: Aidez-moi à continuer... | Lissander
¿Por qué había acabado durmiendo en lo alto de una estantería de la biblioteca general de París? Era una buena pregunta, ciertamente, aunque no tenía fácil respuesta, y menos, si trataba de mirarlo desde la lógica. La muerte no te arrebataba las costumbres que tenías en vida, y menos si, como ella, habías muerto hacía tan poco tiempo. No fueron pocas las noches en que se quedaba a dormir rodeada de libros en el despacho de su padre, cuando él partía en alguno de sus viajes. El olor a papel ajado, o a libro nuevo, al cuero de su sillón y al tabaco de pipa que él siempre fumaba... Aquellos aromas siempre significaron mucho para ella. Le gustaba sentirse rodeada por él, abrazada, protegida. Era su rincón favorito en el mundo. Eso le recordaba que aquel era su hogar y que podía sentirse segura. Nadie imaginaba lo mucho que lo echaba de menos...
Echaba de menos corretear por el campo, por el bosque, con sus primos; jugar al ajedrez con su padre, y ayudar a la cocinera a hacer pasteles en la gran cocina de su casa. Echaba de menos los olores, los sabores, los sonidos. Todas aquellas sensaciones que había dejado atrás y que no sabía si podría recuperar. Se sentía tan vacía... Tenía tantas ganas de regresar a su vida, de que todo volviera a ser como antes... Pero no podía, era imposible. Su familia se había marchado. En su biblioteca ya no había libros, ni olía a tabaco, ni podría sentarse y quedarse dormida en una de aquellas butacas. Su vida había desaparecido, en todos los sentidos posibles. Era un alma errante, que vagaba por el mundo intentando encontrarle sentido a todo aquel caos que la rodeaba.
Se encogió sobre sí misma, sumergida de lleno en un sueño extraño y terrible. Se sentía perseguida, insegura, y no tenía dónde refugiarse. Estaba sola en medio de la nada, de la oscuridad más absoluta, donde nada era lo que parecía y todo carecía de lógica y razón de ser. Imágenes terribles la asaltaron sin piedad. Quiso gritar, pero su voz se había esfumado de repente. Quiso pedir auxilio, pero no había nadie a su alrededor. La soledad era su única compañera en aquel paraje inhóspito y cambiante. ¿Se estaba volviendo loca? Ojalá fuera así, porque al menos el hecho de que aquellas pesadillas se repitieran día sí y día también, tendría algún sentido.
Una voz firme y dirigida a su persona, seguida por una presencia extraña por no ser humana del todo, y familiar por reconocer su naturaleza, la sacó de su ensimismamiento. Abrió los ojos lentamente, con pesadez, deshaciéndose de los últimos retazos de la pesadilla. - ¿Qué está bien? ¿Qué está mal? ¿Blanco o negro? Ningún sentido tienen esas cosas ahora para mi. Ya no soy lo que era. Nada es lo que alguna vez fue... Me gusta este lugar. Siempre he dormido entre libros, envuelta por su aroma. Es como mi segunda casa. ¿Eres un brujo, verdad? -Preguntó, sentándose con las piernas cruzadas sobre la estantería, mirándole con curiosidad. Bostezó, estirándose de forma infantil. Estaban solos en la sala, afortunadamente.
Echaba de menos corretear por el campo, por el bosque, con sus primos; jugar al ajedrez con su padre, y ayudar a la cocinera a hacer pasteles en la gran cocina de su casa. Echaba de menos los olores, los sabores, los sonidos. Todas aquellas sensaciones que había dejado atrás y que no sabía si podría recuperar. Se sentía tan vacía... Tenía tantas ganas de regresar a su vida, de que todo volviera a ser como antes... Pero no podía, era imposible. Su familia se había marchado. En su biblioteca ya no había libros, ni olía a tabaco, ni podría sentarse y quedarse dormida en una de aquellas butacas. Su vida había desaparecido, en todos los sentidos posibles. Era un alma errante, que vagaba por el mundo intentando encontrarle sentido a todo aquel caos que la rodeaba.
Se encogió sobre sí misma, sumergida de lleno en un sueño extraño y terrible. Se sentía perseguida, insegura, y no tenía dónde refugiarse. Estaba sola en medio de la nada, de la oscuridad más absoluta, donde nada era lo que parecía y todo carecía de lógica y razón de ser. Imágenes terribles la asaltaron sin piedad. Quiso gritar, pero su voz se había esfumado de repente. Quiso pedir auxilio, pero no había nadie a su alrededor. La soledad era su única compañera en aquel paraje inhóspito y cambiante. ¿Se estaba volviendo loca? Ojalá fuera así, porque al menos el hecho de que aquellas pesadillas se repitieran día sí y día también, tendría algún sentido.
Una voz firme y dirigida a su persona, seguida por una presencia extraña por no ser humana del todo, y familiar por reconocer su naturaleza, la sacó de su ensimismamiento. Abrió los ojos lentamente, con pesadez, deshaciéndose de los últimos retazos de la pesadilla. - ¿Qué está bien? ¿Qué está mal? ¿Blanco o negro? Ningún sentido tienen esas cosas ahora para mi. Ya no soy lo que era. Nada es lo que alguna vez fue... Me gusta este lugar. Siempre he dormido entre libros, envuelta por su aroma. Es como mi segunda casa. ¿Eres un brujo, verdad? -Preguntó, sentándose con las piernas cruzadas sobre la estantería, mirándole con curiosidad. Bostezó, estirándose de forma infantil. Estaban solos en la sala, afortunadamente.
Kaethe- Fantasma
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Re: Aidez-moi à continuer... | Lissander
Sus dedos suavemente tomaban las hojas secas y viejas de aquel manuscrito, leían con rapidez, buscaba algo en especial, quizás no lo obtendría aun, era difícil conseguir el ecosistema adecuado de aquella planta, pero no se rendiría, una poción era una poción, y que todo sea por la bendita ciencia mágica, ¿no? Cerró otro tomo, justo cuando escucho aquellas frases de la joven, ¿Estaba recitando poesía? Eso parecía, al parecer no solamente dormía en bibliotecas, quizás, también pasaba la eternidad leyendo libros. Eso era algo bueno, o eso creía. Sus ojos azules volverían hacia el librero donde reposaba, hacia ella, para ser exacto. - Es mejor que baje de allí, señorita. Puede lastimarse. - Es lo que diría a continuación, caminando pasos cortos y suaves, buscando con su mirar el titulo anhelado por su mente, mientras se esbozaba cierta sonrisa en su faz.
- ¿Brujo? - Pregunta con cierta sorpresa y cierta curiosidad, sin siquiera verla, estaba concentrado en su acción, le causaba curiosidad como había atinado a saber sobre sus poderes, los brujos eran humanos, despedían un aura humana, en caso de que aquel fantasma pudiese leer el aura, y en dado caso, era difícil determinarlo por esa vía. También estaba la opción de la adivinación, los espíritus siempre manejaban información, era como si mundo consistiera en saber lo que pasó, pasa y pasará, siempre saben, siempre presienten, son impresionantes estos seres sobrenaturales. Quizás por ello estuviese tan ligado a la nigromancia como don.
- ¿Cómo puedo ser un brujo por decirle a una chica que no es correcto dormir en la parte superior de un librero? - Hablaba con cierta condescendencia en su voz, cierta amabilidad ácida, bien típico de él. Solamente era amable cuando se trataba de su trabajo, a lo que correspondía externo a ello, era bastante odioso, además, después de un mal rato con un espíritu loco que invoco, lo menos que podía hacer era mantener cierta lejanía con la señorita. - ¡Bingo! - Dijo con suavidad, extendiendo su mano hacia un libro, tomándolo, y sentándose en el suelo con las piernas cruzadas cual niño de ocho años fuese. Le gustaba leer, y le gustaba estar concentrado, esa posición le daba esa sensación, por raro que parezca.
- ¿Entonces que hacía por acá dormida, señorita…? - Dejaba la pregunta al aire porque quería saber su nombre, sus orbes azules se metían en las hojas que sus dedos pasaban con cuidado, estaba centrado en aquello, la lectura, y en la conversación, aunque demostrase todo lo contrario.
Lissander C. Arcalucci- Hechicero Clase Media
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Re: Aidez-moi à continuer... | Lissander
Observó al muchacho con una mezcla de interés y recelo. Desconocía por qué sabía que era un brujo, pero el hecho era que lo sabía. Sólo frente a ellos era incapaz de ocultarse de forma eficaz. Mientras que los bibliotecarios somnolientos ignoraban su presencia en aquel hermoso edificio, de él no había podido ocultarse. Y eso sólo le ocurría ante brujos o ante otros fantasmas. Y no parecía estar muy muerto, a decir verdad. Dejó que sus pequeños pies colgaran por la parte delantera de la estantería, mientras se debatía entre bajar o quedarse justo donde estaba. Si decidía volverse invisible, el que quedaría como un loco que habla solo sería él, por lo que podía mantener su anonimato y seguir durmiendo sobre aquella estantería... O bajar e investigar un poco más acerca de él. Y, sin saber por qué, lo segundo comenzó a ganar más peso en sus pensamientos por lo que, aceptando su consejo, descendió cuidadosamente de la estantería, deslizándose por el aire como si fuese una simple pluma, para acabar posando los pies suavemente sobre el frío suelo. Estaba descalza.
- No creo que en mi estado pueda hacerme daño alguno... A decir verdad, me gustaría que algo me doliera en algún momento. Así recordaría lo que es estar vivo. ¿Qué día es hoy? ¿Jueves? ¿Es de día? ¿Llueve? ¿Hace frío? Algo a lo que en vida no concedía ninguna importancia, ahora me resulta lo más interesante del mundo... Ojalá caerme de la estantería me despertase de este mal sueño. -Su voz sonaba melodiosa, ilustrando a la perfección su rostro de soñadora. No porque viviese en una ilusión constante, sino porque parecía estar completamente loca, perdida en un mundo que ningún mortal podía llegar a conocer nunca, y volver para contarlo. Volviendo al presente, se fijó en el hombre que ahora estaba sentado, leyendo como si nada. Se volvió corpórea progresivamente, para acabar sentándose a su lado, observando con interés el libro que tenía entre las manos.
- Sí, brujo. Ese es un libro extraño para venir a leer si no quieres hacer ungüentos o brebajes... Aunque desde ahí arriba no leía nada. Lo intuí por el simple hecho de que puedo hacer que ellos no me vean, pero me cuesta hacer que los brujos no me vean. -Murmuró, señalando a los bibliotecarios, que ahora sí se habían fijado en la chiquilla menuda que sostenía un antiguo libro de cuentos entre las manos. - En realidad que me digas que no duerma ahí es lo de menos... No sé bien por qué me sentía más cómoda allá arriba que en una cama blandita... Aparte de porque algunas noches concilio el sueño hasta tal punto de ir traspasando los pisos de la casa y acabar en el sótano. -Se encogió de hombros. Para ella eso era normal. Estar leyendo un libro junto a alguien cuyo corazón aún palpitaba, eso era lo raro.
- Me gusta el olor de los libros... Me recuerda que alguna vez tuve una casa. Y una familia. Y una vida... Por eso estaba aquí. Y bueno, solía dormir en la biblioteca de mis padres... Me pudo la costumbre, supongo. -Se recostó contra la estantería, tratando de relajarse. No le gustaba hablar de sus padres en voz alta, ni de su vida. Normalmente todo aquello la reconcomía internamente, y la frustraba... Pero en silencio. De alguna forma, decirlo para alguien más que ella misma, lo hacía más evidente. Una punzada de dolor la hizo temblar levemente. Y, por primera vez en mucho tiempo, sintió frío. Aunque aquel frío venía de dentro. - ¿Realmente eres un brujo...? -Preguntó en voz baja, recuperando aquellos deseos lejanos de regresar a la vida, de alguna forma en la que solo los seres con poderes especiales eran capaces de cumplir.
- No creo que en mi estado pueda hacerme daño alguno... A decir verdad, me gustaría que algo me doliera en algún momento. Así recordaría lo que es estar vivo. ¿Qué día es hoy? ¿Jueves? ¿Es de día? ¿Llueve? ¿Hace frío? Algo a lo que en vida no concedía ninguna importancia, ahora me resulta lo más interesante del mundo... Ojalá caerme de la estantería me despertase de este mal sueño. -Su voz sonaba melodiosa, ilustrando a la perfección su rostro de soñadora. No porque viviese en una ilusión constante, sino porque parecía estar completamente loca, perdida en un mundo que ningún mortal podía llegar a conocer nunca, y volver para contarlo. Volviendo al presente, se fijó en el hombre que ahora estaba sentado, leyendo como si nada. Se volvió corpórea progresivamente, para acabar sentándose a su lado, observando con interés el libro que tenía entre las manos.
- Sí, brujo. Ese es un libro extraño para venir a leer si no quieres hacer ungüentos o brebajes... Aunque desde ahí arriba no leía nada. Lo intuí por el simple hecho de que puedo hacer que ellos no me vean, pero me cuesta hacer que los brujos no me vean. -Murmuró, señalando a los bibliotecarios, que ahora sí se habían fijado en la chiquilla menuda que sostenía un antiguo libro de cuentos entre las manos. - En realidad que me digas que no duerma ahí es lo de menos... No sé bien por qué me sentía más cómoda allá arriba que en una cama blandita... Aparte de porque algunas noches concilio el sueño hasta tal punto de ir traspasando los pisos de la casa y acabar en el sótano. -Se encogió de hombros. Para ella eso era normal. Estar leyendo un libro junto a alguien cuyo corazón aún palpitaba, eso era lo raro.
- Me gusta el olor de los libros... Me recuerda que alguna vez tuve una casa. Y una familia. Y una vida... Por eso estaba aquí. Y bueno, solía dormir en la biblioteca de mis padres... Me pudo la costumbre, supongo. -Se recostó contra la estantería, tratando de relajarse. No le gustaba hablar de sus padres en voz alta, ni de su vida. Normalmente todo aquello la reconcomía internamente, y la frustraba... Pero en silencio. De alguna forma, decirlo para alguien más que ella misma, lo hacía más evidente. Una punzada de dolor la hizo temblar levemente. Y, por primera vez en mucho tiempo, sintió frío. Aunque aquel frío venía de dentro. - ¿Realmente eres un brujo...? -Preguntó en voz baja, recuperando aquellos deseos lejanos de regresar a la vida, de alguna forma en la que solo los seres con poderes especiales eran capaces de cumplir.
Kaethe- Fantasma
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Re: Aidez-moi à continuer... | Lissander
Leyó el artículo sobre la planta que buscaba, detenidamente, para internalizarlo, necesitaba comprender muy bien los usos de aquella la planta, las partes que eran aprovechables, los posibles efectos secundarios, sus potencialidades, hasta el sabor o textura que podría producir, un herbolario necesitaba estar preparado para cualquier eventualidad, porque la naturaleza era bastante mística, y le encantaban las casualidades. Míralos a ellos, un vivo y un muerto, charlando como si nada fuese anormal, un brujo y un alma errante, completamente conscientes el uno del otro, pero sin preocuparse por las consecuencias o por lo inusual que pudiese ser catalogado el encuentro. Ellos dos, eran el vivo ejemplo del misticismo de la madre naturaleza, ¿no se supone que los seres humanos la habiten sin poder manipularla con poderes sobrenaturales? ¿No se supone que tras la vida sigue el paso irreversible de la muerte a un supuesto paraíso para un descanso eterno? Si, se supone, pero no todas las suposiciones son ciertas.
- Las sensaciones nos pueden recordar que estamos vivos, como también pueden recordarnos que queremos estar muertos. - Le indicaría a la joven, levantando su mirada de ojos azules para percibir lo maravilloso que era su danzarín movimiento al bajarse del estante, grácil, como si bajara unas escaleras de copos de nubes invisibles, eso era parte del mismo misticismo de la naturaleza, justo allí, ella. - Este mal sueño, señorita, se llama vida, y es malo o bueno dependiendo de la perspectiva, sea eterno o efímero, seas mortal o inmortal, el paso por la vida puede ser una completa pesadilla, o puede ser el mejor de los sueños. - Formaría una suave línea curva en sus labios, era su sonrisa casual, tan amable y tan poética, solo un segundo para ella, y luego volvería a su libro, habían otro par de cosas por leer allí.
Era inevitable sentir la presencia de aquella, desde su encuentro en el cementerio con aquel espectro que trajo, sentía la energía espiritual manifestarse en muchas partes, era algo que no podía controlar o precisar, aun no desarrollaba la percepción por completo, pero esa pesadez en el aire, ese frío que emano al aparecer a su lado y que erizaba los vellos de su nuca fueron suficiente aviso, además, podía verla perfectamente, gracias a que ella se dejaba ver. A sus oídos llegaría ese seudónimo, “brujo”, eso era, y eso iba a hacer hasta el último día de su vida, pero no le gustaba que le tildaran en publico de aquello, las etiquetas nunca serían de su agrado. - Bueno, yo soy doctor, y puedo conocer de herbolaria, las plantas medicinales son un buen apoyo para la medicina convencional, y a veces sanan mucho más rápido a los pacientes, no necesito ser un brujo, como usted me tilda, señorita. - Era educado al hablar, no buscaba sonar grosero, ni mucho menos sonar como se escudara en eso, solamente hablaba dando la razón a que también esa posibilidad era verdad, y en su caso, lo era.
- Los gustos son particulares, puede dormir sobre rocas, o en un árbol, y la percepción de cada quién sería diferente. - Le aclararía a ella por su gusto a dormir sobre las estanterías polvorientas de la biblioteca, aunque, si bien era cierto que los fantasmas penaban eternamente y no tenían descanso, ella podría dormir, pero nunca lograría darle a su cuerpo una recuperación, siempre se sentiría igual, fría, sin sensación alguna, totalmente apática de las sensaciones de los vivos, y mucho que las anhelaba la pobre muchacha. - Bueno, a mi el olor de los libros viejos me es desagradable, pero al mismo tiempo te dicen que el conocimiento esta enmarañado esperando por ti. ¿No lo ve de esa manera? - Le preguntaría sin importar la respuesta, pues, eran ese tipo de preguntas que no necesitaban ser respondidas porque la información era irrelevante para la conversación.
Desplegó su mirar de aquellas hojas, volvió su rostro para ver como se recostaba en la estantería y como se quedaba pensando en quién sabe qué cosas, quizás, en su vida pasada, por lo que dijo de recordar las costumbres que tuvo en vida. Supuso que la "vida" de un fantasma se resumía en aferrarse al pasado y a recordarlo eternamente porque nada más podría hacer eso ante un futuro que era más predecible. - Si me respondes a una pregunta, yo prometo responderte esa. ¿Vale? - Le miro fijamente al decir esto, se mostró un poco serio, porque intentaba cautivarla, llamar su atención, porque la pregunta que lanzaría a continuación era importante para él, y seguramente, lo sería para ella…
- ¿Por qué penas por esta tierra de malos sueños? -
- Las sensaciones nos pueden recordar que estamos vivos, como también pueden recordarnos que queremos estar muertos. - Le indicaría a la joven, levantando su mirada de ojos azules para percibir lo maravilloso que era su danzarín movimiento al bajarse del estante, grácil, como si bajara unas escaleras de copos de nubes invisibles, eso era parte del mismo misticismo de la naturaleza, justo allí, ella. - Este mal sueño, señorita, se llama vida, y es malo o bueno dependiendo de la perspectiva, sea eterno o efímero, seas mortal o inmortal, el paso por la vida puede ser una completa pesadilla, o puede ser el mejor de los sueños. - Formaría una suave línea curva en sus labios, era su sonrisa casual, tan amable y tan poética, solo un segundo para ella, y luego volvería a su libro, habían otro par de cosas por leer allí.
Era inevitable sentir la presencia de aquella, desde su encuentro en el cementerio con aquel espectro que trajo, sentía la energía espiritual manifestarse en muchas partes, era algo que no podía controlar o precisar, aun no desarrollaba la percepción por completo, pero esa pesadez en el aire, ese frío que emano al aparecer a su lado y que erizaba los vellos de su nuca fueron suficiente aviso, además, podía verla perfectamente, gracias a que ella se dejaba ver. A sus oídos llegaría ese seudónimo, “brujo”, eso era, y eso iba a hacer hasta el último día de su vida, pero no le gustaba que le tildaran en publico de aquello, las etiquetas nunca serían de su agrado. - Bueno, yo soy doctor, y puedo conocer de herbolaria, las plantas medicinales son un buen apoyo para la medicina convencional, y a veces sanan mucho más rápido a los pacientes, no necesito ser un brujo, como usted me tilda, señorita. - Era educado al hablar, no buscaba sonar grosero, ni mucho menos sonar como se escudara en eso, solamente hablaba dando la razón a que también esa posibilidad era verdad, y en su caso, lo era.
- Los gustos son particulares, puede dormir sobre rocas, o en un árbol, y la percepción de cada quién sería diferente. - Le aclararía a ella por su gusto a dormir sobre las estanterías polvorientas de la biblioteca, aunque, si bien era cierto que los fantasmas penaban eternamente y no tenían descanso, ella podría dormir, pero nunca lograría darle a su cuerpo una recuperación, siempre se sentiría igual, fría, sin sensación alguna, totalmente apática de las sensaciones de los vivos, y mucho que las anhelaba la pobre muchacha. - Bueno, a mi el olor de los libros viejos me es desagradable, pero al mismo tiempo te dicen que el conocimiento esta enmarañado esperando por ti. ¿No lo ve de esa manera? - Le preguntaría sin importar la respuesta, pues, eran ese tipo de preguntas que no necesitaban ser respondidas porque la información era irrelevante para la conversación.
Desplegó su mirar de aquellas hojas, volvió su rostro para ver como se recostaba en la estantería y como se quedaba pensando en quién sabe qué cosas, quizás, en su vida pasada, por lo que dijo de recordar las costumbres que tuvo en vida. Supuso que la "vida" de un fantasma se resumía en aferrarse al pasado y a recordarlo eternamente porque nada más podría hacer eso ante un futuro que era más predecible. - Si me respondes a una pregunta, yo prometo responderte esa. ¿Vale? - Le miro fijamente al decir esto, se mostró un poco serio, porque intentaba cautivarla, llamar su atención, porque la pregunta que lanzaría a continuación era importante para él, y seguramente, lo sería para ella…
- ¿Por qué penas por esta tierra de malos sueños? -
Lissander C. Arcalucci- Hechicero Clase Media
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Re: Aidez-moi à continuer... | Lissander
La vida -y la muerte, en su caso- está llena de contradicciones de todo tipo. Personas rodeadas de gente que gritan y exclaman sentirse solas, y personas que estando completamente solas, no precisaban de la compañía de ningún otro. Ella, aun habiendo dejado atrás su vida de forma violenta, seguía viéndose inmersa en esa forma de actuar del mundo que no había podido abandonar. La luz no vino a por ella. No se abrieron ningunas malditas puertas, ni una voz de ultratumba la llamó. No. Para ella la muerte fue una oscuridad profunda, y una nueva perspectiva, pero estando todavía en el mismo mundo que la había visto nacer, y morir. Kaethe, a veces, se sentía como la reina de las tempestades. ¿Que por qué? Pues porque se sabía tan incontrolable como ellas, y tan poderosa como la que más. Su muerte la había hecho fiera, caótica, sin una conciencia despierta que le dijese qué debía o no debía hacer... Claro que, otras veces, se sentía una simple pluma en medio de un huracán. Mecida por el violento viento, que la arrojaba contra las paredes de su soledad sin contemplaciones. Porque sólo un muerto sabe lo solos que se sienten los difuntos, tumbados en sus destartaladas tumbas, sin ganas de pasear por una tierra que ya los olvidó.
- Bueno, en mi caso, quiera o no quiera, ya estoy muerta. Supongo que perdí la oportunidad de sentir. ¿Alguna vez has sentido un vacío punzante en el pecho, tan grande que te cuesta respirar? Pues imagínalo multiplicado por veinte. Y como yo no respiro, pues no me doy cuenta hasta que ya me ha engullido entera. -Saboreó las palabras del mortal con cierta apatía. ¿Cómo podría saber alguien que nunca ha estado muerto, las diferencias que habían entre un mundo y otro? Cuando estás vivo, todo es más fácil... incluso lo que entonces te parecía difícil, una vez muerto, se convierte en una bendición. Tener un tiempo limitado es el mejor don que tenían. Y a ella se lo habían arrebatado. - La vida ni es buena ni es mala. Somos nosotros los que la convertimos en una cosa o en la otra. U otros lo eligen por nosotros, como ha sido, por desgracia, en mi caso. Nadie me preguntó si quería abandonar la vida mortal para entregarme a esta incolora existencia. Pero cualquiera en mi lugar habría dicho que no. Y el que piense lo contrario, se arrepentiría para siempre. -Su voz sonaba pausada, neutra, aunque con un regusto de dolor que se hacía evidente entre líneas. Pocos podrían imaginar el dolor causado en aquel alma aún joven al sacarla tan brusca e inmerecidamente de su entorno.
Se encogió de hombros ante su respuesta. Sí, obviamente los doctores podían acudir a remedios alternativos para curar enfermedades -aunque no fuese lo más usual-, pero eso seguía sin responder a por qué le resultaba difícil esconder su presencia de él. Que ella supiera, los médicos no tenían poderes especiales. De hecho, ni siquiera pensaba que creyeran en el alma o los fantasmas. Su mentalidad científica lo contradecía. Pero a él le había parecido normal ver a una muerta sobre una estantería, no sobresaltándose en ningún momento por su gélida presencia ni por sus excentricidades. O era un doctor extraño, o ella tenía razón, pero supuso que el interés del hombre por esconder lo que era, se explicaba mejor por la necesidad de pasar desapercibido que por las ganas de contradecirla. Eso era algo que ella había olvidado hacía mucho. ¿Para qué iba a fingir no estar, o ser como todos, si no había nada que pudieran hacerle? Claro que debía haber entendido desde el principio que en su caso, era bastante diferente. Podían acusarle, dañarle. Y eso no era lo que ella quería.
- ¿Desagradable? -Se replanteó por un momento el olor de los libros, y aspiró con todas sus fuerzas sólo para darse cuenta de que ya no era lo mismo. - No lo sé. No lo recuerdo. Sólo sé que me gustaba porque así me sentía protegida. Era el olor que siempre emanaba mi padre. Pero supongo que tiene razón... sobre gustos no hay nada escrito. Aunque lo segundo se lo reconozco. Hay mucha sabiduría encerrada en los libros más escondidos. Claro que a medida que el tiempo avanza, esa información hay que revisarla y actualizarla... Me apena que esos libros se olviden y se sustituyan. Milenios de sabiduría relegados al olvido... ¿Qué será de mi, entonces, que apenas si era una niña cuando morí? No es demasiado agradable imaginarse qué acabaré siendo para un mundo tan olvidadizo como este.
¿Cuánto tiempo había pasado encerrada sobre si misma, vagando por la tierra, sin que nadie se dignase a preguntarle sus motivos? ¿Cuánto tiempo llevaba esperando a que alguien con aquellas características se fijase en ella con la intención de ayudarla? Desconocía sus motivos para interesarse por un fantasma más, como ella era, pero aquella pregunta provocó que una sonrisa amarga se adueñase de su semblante, y que una lágrima imaginaria cayera por su etérea mejilla. - Porque me cortaron las alas, antes incluso de aprender a volar. Porque ni siquiera recuerdo quién me hizo esto, ni mucho menos, sus motivos... Porque quise volver a ser lo que era, y he sido incapaz. Porque a veces me olvido de que ya no tengo un corazón que lata. Porque ninguna luz me llevó consigo a descansar... Y vos... vos... seáis lo que seáis... ¿Podréis ayudarme a continuar?. Su mirada perdida en la inmensidad azul de los ojos de su acompañante. El tiempo se detuvo, relegado a un segundo plano. Nada importaba, salvo la respuesta a esa pregunta. ¿Habría acabado, por fin, su vagar por las tierras del olvido?
- Bueno, en mi caso, quiera o no quiera, ya estoy muerta. Supongo que perdí la oportunidad de sentir. ¿Alguna vez has sentido un vacío punzante en el pecho, tan grande que te cuesta respirar? Pues imagínalo multiplicado por veinte. Y como yo no respiro, pues no me doy cuenta hasta que ya me ha engullido entera. -Saboreó las palabras del mortal con cierta apatía. ¿Cómo podría saber alguien que nunca ha estado muerto, las diferencias que habían entre un mundo y otro? Cuando estás vivo, todo es más fácil... incluso lo que entonces te parecía difícil, una vez muerto, se convierte en una bendición. Tener un tiempo limitado es el mejor don que tenían. Y a ella se lo habían arrebatado. - La vida ni es buena ni es mala. Somos nosotros los que la convertimos en una cosa o en la otra. U otros lo eligen por nosotros, como ha sido, por desgracia, en mi caso. Nadie me preguntó si quería abandonar la vida mortal para entregarme a esta incolora existencia. Pero cualquiera en mi lugar habría dicho que no. Y el que piense lo contrario, se arrepentiría para siempre. -Su voz sonaba pausada, neutra, aunque con un regusto de dolor que se hacía evidente entre líneas. Pocos podrían imaginar el dolor causado en aquel alma aún joven al sacarla tan brusca e inmerecidamente de su entorno.
Se encogió de hombros ante su respuesta. Sí, obviamente los doctores podían acudir a remedios alternativos para curar enfermedades -aunque no fuese lo más usual-, pero eso seguía sin responder a por qué le resultaba difícil esconder su presencia de él. Que ella supiera, los médicos no tenían poderes especiales. De hecho, ni siquiera pensaba que creyeran en el alma o los fantasmas. Su mentalidad científica lo contradecía. Pero a él le había parecido normal ver a una muerta sobre una estantería, no sobresaltándose en ningún momento por su gélida presencia ni por sus excentricidades. O era un doctor extraño, o ella tenía razón, pero supuso que el interés del hombre por esconder lo que era, se explicaba mejor por la necesidad de pasar desapercibido que por las ganas de contradecirla. Eso era algo que ella había olvidado hacía mucho. ¿Para qué iba a fingir no estar, o ser como todos, si no había nada que pudieran hacerle? Claro que debía haber entendido desde el principio que en su caso, era bastante diferente. Podían acusarle, dañarle. Y eso no era lo que ella quería.
- ¿Desagradable? -Se replanteó por un momento el olor de los libros, y aspiró con todas sus fuerzas sólo para darse cuenta de que ya no era lo mismo. - No lo sé. No lo recuerdo. Sólo sé que me gustaba porque así me sentía protegida. Era el olor que siempre emanaba mi padre. Pero supongo que tiene razón... sobre gustos no hay nada escrito. Aunque lo segundo se lo reconozco. Hay mucha sabiduría encerrada en los libros más escondidos. Claro que a medida que el tiempo avanza, esa información hay que revisarla y actualizarla... Me apena que esos libros se olviden y se sustituyan. Milenios de sabiduría relegados al olvido... ¿Qué será de mi, entonces, que apenas si era una niña cuando morí? No es demasiado agradable imaginarse qué acabaré siendo para un mundo tan olvidadizo como este.
¿Cuánto tiempo había pasado encerrada sobre si misma, vagando por la tierra, sin que nadie se dignase a preguntarle sus motivos? ¿Cuánto tiempo llevaba esperando a que alguien con aquellas características se fijase en ella con la intención de ayudarla? Desconocía sus motivos para interesarse por un fantasma más, como ella era, pero aquella pregunta provocó que una sonrisa amarga se adueñase de su semblante, y que una lágrima imaginaria cayera por su etérea mejilla. - Porque me cortaron las alas, antes incluso de aprender a volar. Porque ni siquiera recuerdo quién me hizo esto, ni mucho menos, sus motivos... Porque quise volver a ser lo que era, y he sido incapaz. Porque a veces me olvido de que ya no tengo un corazón que lata. Porque ninguna luz me llevó consigo a descansar... Y vos... vos... seáis lo que seáis... ¿Podréis ayudarme a continuar?. Su mirada perdida en la inmensidad azul de los ojos de su acompañante. El tiempo se detuvo, relegado a un segundo plano. Nada importaba, salvo la respuesta a esa pregunta. ¿Habría acabado, por fin, su vagar por las tierras del olvido?
Kaethe- Fantasma
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Re: Aidez-moi à continuer... | Lissander
Entre tanto los vivos se preocupaban de no morir, de poder sonreír cada día de sus vidas, los muertos se preocupaban de no vivir como si hubiesen muerto cada día. Entre tanto los vivos se percataban de que ropa usar, de que comer, de qué hacer con el paso de las horas, los muertos solo se percataban como penar en la eternidad de un tiempo inmortal. Entre tanto los vivos buscaban lo material, aquellos sin vida, anhelan tener lo que esos narcisistas seres mortales derrochaban a cada paso: su vida. La vida nunca es añorada con tantas ganas como aquel que la pierde tras nunca tenerla. El caso de aquella señorita causaba mucho en el joven, ella de verdad anhelaba vivir, es como si su deseo de volver a sentirse viva le era de alguna forma transmitido empáticamente a aquel que solamente fue por un libro de herbolaria a la biblioteca. Y eso era producto de aquel don de la nigromancia, la conexión espiritual que el joven poseía le daba la capacidad de intuir las emociones de aquellos seres espectrales, y como tal hecho, se dispuso a escuchar a aquella señorita y no perturbar su confesión.
- Algunas personas no se arrepienten de tomar la muerte. - Le diría con seriedad, mientras ese mirar azulino se iba a las hojas del libro. - Muchas cosas suceden en nuestra vida y no nos preguntan si pueden suceder. Nos corresponde a nosotros asumirlas, aceptarlas, confrontarlas, según sea el caso, la personalidad, o las opciones que se tengan. - Le diría con calma en sus palabras, tratando de alivianar esa impaciencia y hasta ese toque de resentimiento que tenía aquella mujer a la hora de hablar de su muerte. - Creo que ya es hora de aceptar que estas muerta y que se puede continuar. No te aferres al sentimiento de una vida mortal, después de todo, no podrás recuperarla nunca. - Su voz sonaba serena a la hora de hablarle, no quería hacerle sentir de ninguna manera inferior o que no había esperanza alguna, mas bien, intentaba darle la oportunidad de un primer paso: la aceptación. Para quizás luego dar un segundo avance.
- Acabaras siendo lo que tú quieres que ser. - Diría como respuesta a su premisa, observándola de nuevo fijamente, mostrando un poco más de seriedad, un poco más de dureza, se estaba haciendo menos de lo que era y eso no iba a permitirlo. A Lissander no le gustaba ver la bajeza de las personas, a menos que fuese él quién la provocase y estuviese justificada. - Puedes ser una hoja llevada por el viento de esta vida, o puedes ser parte del viento. Lo decides tú, y nadie más. Deja de sentirte menos porque tienes mucho para dar, los espíritus tienen capacidades increíbles y pueden hacer cosas maravillosas, no olvides que si tu destino ha sido el recorrer esta tierra de olvidos, entonces debe ser para ayudar a crear algún recuerdo. - Cerraría el libro de un golpe y se alzaría de aquel suelo polvoriento, ya tenía lo que necesitaba, justo en su mente, porque había memorizado la ubicación de la planta, no en vano había estado viendo el libro. Era bueno estudiando teoría, por algo era doctor, ¿no?
Luego, aquella mujer hizo una pregunta que le dejo un poco fuera de onda, es verdad que nunca le habían interrogado con algo así, pero, se tornó tranquilo y en medio de su pensar, una suave sonrisa se formó en su rostro, justo a tiempo, porque había volteado a verle a aquellos ojos tan reales que podrían hasta ser malinterpretados como los ojos mismos de un ser vivo. Tomó un respiro y dejó fluir sus palabras a la chica… - Te ayudaré, no ahora, no mañana, pero es una promesa… Nos volveremos a encontrar, y cuando sea ese momento, cuando suceda, estaré listo para ayudarte. - Pondría el libro en su espacio del librero, se acomodaría un poco la ropa y haría una reverencia a la chica, más por agradecimiento y educación que por otra cosa. - Gracias por la conversación, ha sido muy amena. Hasta pronto, señorita. - Se daría la vuelta, dando pasos suaves y calmados, como si una paciencia extrema estuviese en sus hombros, más antes de cruzar el pasillo aquel que daba al centro del lugar y próxima salida, se daría la vuelta y la vería desde la distancia recorrida. - La respuesta a su pregunta es sí. Hasta entonces. - Y se marcharía, ya había cumplido su objetivo en ese lugar, obtener la información y de paso, hallar lo que podría ser: el comienzo de su vida como un brujo nigromante.
Lissander C. Arcalucci- Hechicero Clase Media
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