AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Humo {Alastair P. Cranford & Joshua Maloney}
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Humo {Alastair P. Cranford & Joshua Maloney}
La mirada se perdía en algún lugar de la estancia. No importa en quién o en dónde, tan sólo que el propietario de la misma se hallaba absorto en la nada, sumido en sus pensamientos, los cuales no eran para nada aciagos. Como transmitía la apacible expresión de sus facciones, el joven se bañaba en un caldo de serenidad, pues, pese a cualquier inconveniente que pudiera haberse dado en las últimas semanas, él era alguien manso y paciente, siempre mostrando cierta y medida felicidad que expresaba en la sencilla sonrisa que solía portar como aderezo. Pero, permítame no dar más rodeos insulsos relatando la situación y que me centre en presentarle al varón en cuestión, quien será el protagonista en las líneas que nos acompañen en lo que dure este relato. Su nombre de pila era Alastair Perseus –aunque rara vez le llamaban por el segundo– y pertenecía a los Cranford, una familia procedente del norte de Inglaterra y que había logrado convertirse en peces gordos en los campos de las industrias británicas del textil y la química. Él era el heredero del propietario de la rama de tejidos aunque, por ciertas razones, padre e hijo hacía muchos años que no se llevaban bien. Como consecuencia, el vástago no tomaba en consideración las recomendaciones de su progenitor y tal era la razón de que éste hubiese terminado en París, viviendo con sus abuelos maternos, en quien Rupert Cranford había depositado sus esperanzas de hacer de su sucesor un hombre hecho y derecho. Alastair no había puesto pegas para su partida, viendo en esta oportunidad una ocasión para ver mundo y distanciarse de casa, y creyendo que los padres de su difunta madre no opinarían igual que el empresario. Juzgar así fue un error pues una de las primeras preguntas de su abuelo fue si ya tenía prometida, lo que le acarreó un nudo en la garganta que le costó deshacer.
En el preciso instante que estoy mostrando, se encontraba en una habitación de rica decoración –por no decir excesivamente recargada–, rodeado de otros hombres y mujeres tan bien vestidos como él, lo cual ya sugiere el nivel económico de dichos acompañantes. No les prestaba atención, pues aquella noche se había descubierto más abstraído de lo normal y se había disculpado antes de retirarse de cualquier posible conversación. Acababan de salir de una representación teatral en uno de los múltiples locales dedicados a ellos repartidos por la ciudad –ni yo ni Mr. Cranford recordamos el nombre– a la cual había sido invitado por algunos conocidos. Como cabe esperar, el muchacho no había podido prestar la atención requerida y, por tanto, no había comprendido el quid de la trama. Tampoco le importaba. En determinado momento, cansado de hallarse rodeado de tanta verborrea en francés, decidió salir a la calle para que el aire de las primeras horas de la noche le refrescase. Se apoyó contra la pared y encendió un cigarrillo, divirtiéndose con aquel absurdo juego en el que a veces se entretenía y que consistía en diferenciar el humo del vaho expelido por él mismo.
- ¡Ay, París! ¿Una oportunidad o mi prisión? – resumió su inquietud para con el próximo futuro justo después de lanzar un círculo conformado de aquella blancuzca bocanada.
En el preciso instante que estoy mostrando, se encontraba en una habitación de rica decoración –por no decir excesivamente recargada–, rodeado de otros hombres y mujeres tan bien vestidos como él, lo cual ya sugiere el nivel económico de dichos acompañantes. No les prestaba atención, pues aquella noche se había descubierto más abstraído de lo normal y se había disculpado antes de retirarse de cualquier posible conversación. Acababan de salir de una representación teatral en uno de los múltiples locales dedicados a ellos repartidos por la ciudad –ni yo ni Mr. Cranford recordamos el nombre– a la cual había sido invitado por algunos conocidos. Como cabe esperar, el muchacho no había podido prestar la atención requerida y, por tanto, no había comprendido el quid de la trama. Tampoco le importaba. En determinado momento, cansado de hallarse rodeado de tanta verborrea en francés, decidió salir a la calle para que el aire de las primeras horas de la noche le refrescase. Se apoyó contra la pared y encendió un cigarrillo, divirtiéndose con aquel absurdo juego en el que a veces se entretenía y que consistía en diferenciar el humo del vaho expelido por él mismo.
- ¡Ay, París! ¿Una oportunidad o mi prisión? – resumió su inquietud para con el próximo futuro justo después de lanzar un círculo conformado de aquella blancuzca bocanada.
Alastair P. Cranford- Humano Clase Alta
- Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 09/11/2013
Re: Humo {Alastair P. Cranford & Joshua Maloney}
Las órdenes del doctor han sido claras y precisas: “Reposo absoluto” pues me encuentro sumamente enfermo de la garganta como para aventurarme a dar la función de aquella noche. Sin embargo me temí una jugarreta y haciendo caso omiso a todas las indicaciones, salí de la cama, caminé lo más rápido que pude y me colé por la parte trasera del teatro, ocultándome entre las sombras; para de ésta forma, presenciar la función estelar de la noche, sin que nadie se percatara de mi presencia.
El alternante se está haciendo cargo de la situación, moviéndose como auténtico pez en el agua. No puedo evitar el sentir celos y envidia por no ser yo quien se encuentra parado sobre el escenario, pero ni mi condición de cambia formas, me ha eximido de recibir daños a la garganta por las extenuantes jornadas laborales. Temo mucho perder mi trabajo, pues es lo único que sé hacer. Jean – el nombre de mi alternante – ha estado siempre a la caza de algún descuido mío. He escuchado rumores tras bambalinas y el sujeto me odia tanto, que irónicamente, hace y se comporta como yo. ¿A qué me refiero con esto? Pues bien, que ahora mismo es quien recibe los favores de Aleksandr, ni más ni menos. Da citas particulares a empresarios, músicos, artistas, entre otras cosas más que no quiero imaginarme. Si no actúo de forma inteligente, perderé mi empleo por no funcionar “como la gente normal” pero yo no quiero ser como todos ellos, ni aparentar algo que no soy. Es por eso que quizás mi supuesta fama, no haya subido como la espuma, como el empresario predijo cuando me contrató: “Tienes que ser más abierto. Sonreír, ser encantador, cooperativo” y con encantador se refiere ni más ni menos, que terminar acostándose con quien tenga que hacerlo, incluido él. Pero no me arrepiento y estoy orgulloso de mí mismo, por no haber sucumbido al medio en el que me desenvuelvo. Sólo temo – repito – a perder la posibilidad de desarrollar mi mayor pasión que es actuar.
Con los sentimientos a flor de piel y un cúmulo de ideas arremolinadas en mi cabeza, salgo del teatro tal y como llegué, cubriendo mi rostro para evitar ser reconocido, sumado a que el frío arremete con fuerza. Mi nariz está completamente helada. Caminar un par de metros para rodear el inmueble parece casi una tarea titánica. Está claro que no me siento bien por hacer lo que no debería estar haciendo – valga la redundancia – porque por un lado la tos me está matando, y por otro… De todos modos lo hecho, hecho está y ya no puedo dar marcha atrás. Lo único medianamente decente que puedo hacer es retirarme con dignidad, aunque la moral esté por los suelos. << Valiente has resultado ser Maloney. Dejarte vencer tan fácil, debería darte vergüenza >> La molesta vocecilla interior martirizándome como de costumbre. No es que me haya dejado vencer, es que simplemente nada puedo hacer por el momento. Me siento atado de pies y manos, incapaz. Solo puedo pensar en mi cama, acurrucándome entre sus sábanas para dormir toda la noche, olvidándome de que el mundo existe.
Otro acceso de tos me obliga a recargarme en la pared para retomar el aliento. Ya me estoy arrepintiendo total y absolutamente de haber abandonado la tibieza de mi hogar, por mi inseguridad. Por la falta de confianza en mí mismo. Soy un completo idiota…
- ¡Ay, París! ¿Una oportunidad o mi prisión?
Mi vista se ha posado en un caballero que fuma, a pocos metros. Me han llamado poderosamente la atención sus palabras. Sin querer me siento identificado con ellas. ¡Nunca antes mejor dichas! Ya mismo puedo darme cuenta, de que la vida, el destino o como quiera llamársele, no da tregua a nadie. Ni a ricos ni a pobres. Claramente el hombre es de una buena posición económica. Basta con verle a simple vista.
–París da oportunidad a toda aquella persona que desee tomarla. -No supe cómo ni porqué me atreví a interrumpir su pequeño monólogo. A veces hasta yo me asustaba de mí mismo, por lo inoportuno que puedo ser, metiéndome en asuntos que no me competen. El caballero bien podría lanzarme un par de improperios con tranquilidad por la inesperada intromisión y yo tendría que aceptarlos sin ninguna clase de reproche.
El alternante se está haciendo cargo de la situación, moviéndose como auténtico pez en el agua. No puedo evitar el sentir celos y envidia por no ser yo quien se encuentra parado sobre el escenario, pero ni mi condición de cambia formas, me ha eximido de recibir daños a la garganta por las extenuantes jornadas laborales. Temo mucho perder mi trabajo, pues es lo único que sé hacer. Jean – el nombre de mi alternante – ha estado siempre a la caza de algún descuido mío. He escuchado rumores tras bambalinas y el sujeto me odia tanto, que irónicamente, hace y se comporta como yo. ¿A qué me refiero con esto? Pues bien, que ahora mismo es quien recibe los favores de Aleksandr, ni más ni menos. Da citas particulares a empresarios, músicos, artistas, entre otras cosas más que no quiero imaginarme. Si no actúo de forma inteligente, perderé mi empleo por no funcionar “como la gente normal” pero yo no quiero ser como todos ellos, ni aparentar algo que no soy. Es por eso que quizás mi supuesta fama, no haya subido como la espuma, como el empresario predijo cuando me contrató: “Tienes que ser más abierto. Sonreír, ser encantador, cooperativo” y con encantador se refiere ni más ni menos, que terminar acostándose con quien tenga que hacerlo, incluido él. Pero no me arrepiento y estoy orgulloso de mí mismo, por no haber sucumbido al medio en el que me desenvuelvo. Sólo temo – repito – a perder la posibilidad de desarrollar mi mayor pasión que es actuar.
Con los sentimientos a flor de piel y un cúmulo de ideas arremolinadas en mi cabeza, salgo del teatro tal y como llegué, cubriendo mi rostro para evitar ser reconocido, sumado a que el frío arremete con fuerza. Mi nariz está completamente helada. Caminar un par de metros para rodear el inmueble parece casi una tarea titánica. Está claro que no me siento bien por hacer lo que no debería estar haciendo – valga la redundancia – porque por un lado la tos me está matando, y por otro… De todos modos lo hecho, hecho está y ya no puedo dar marcha atrás. Lo único medianamente decente que puedo hacer es retirarme con dignidad, aunque la moral esté por los suelos. << Valiente has resultado ser Maloney. Dejarte vencer tan fácil, debería darte vergüenza >> La molesta vocecilla interior martirizándome como de costumbre. No es que me haya dejado vencer, es que simplemente nada puedo hacer por el momento. Me siento atado de pies y manos, incapaz. Solo puedo pensar en mi cama, acurrucándome entre sus sábanas para dormir toda la noche, olvidándome de que el mundo existe.
Otro acceso de tos me obliga a recargarme en la pared para retomar el aliento. Ya me estoy arrepintiendo total y absolutamente de haber abandonado la tibieza de mi hogar, por mi inseguridad. Por la falta de confianza en mí mismo. Soy un completo idiota…
- ¡Ay, París! ¿Una oportunidad o mi prisión?
Mi vista se ha posado en un caballero que fuma, a pocos metros. Me han llamado poderosamente la atención sus palabras. Sin querer me siento identificado con ellas. ¡Nunca antes mejor dichas! Ya mismo puedo darme cuenta, de que la vida, el destino o como quiera llamársele, no da tregua a nadie. Ni a ricos ni a pobres. Claramente el hombre es de una buena posición económica. Basta con verle a simple vista.
–París da oportunidad a toda aquella persona que desee tomarla. -No supe cómo ni porqué me atreví a interrumpir su pequeño monólogo. A veces hasta yo me asustaba de mí mismo, por lo inoportuno que puedo ser, metiéndome en asuntos que no me competen. El caballero bien podría lanzarme un par de improperios con tranquilidad por la inesperada intromisión y yo tendría que aceptarlos sin ninguna clase de reproche.
Joshua Maloney- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
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Re: Humo {Alastair P. Cranford & Joshua Maloney}
Ciertamente hacía frío en aquella noche de invierno, pero, ¡por Dios! él era un hombre venido del otro lado del Canal de la Mancha -o, como lo llamaban en dichas tierras, English Channel- y no iba a dejarse ver como un individuo de constitución débil y dispuesto a permitirse vencer por las inclemencias del tiempo ¡Por supuesto que no! Él era un orgulloso ciudadano de uno de los grandes imperios del momento, el cual ya resplandecía aún cuando no estuviera más que comenzando su era de máximo apogeo, y por lo tanto debía mostrarse como un ejemplo a pequeña escala de lo que su madre patria estaba capacitada para llevar a cabo. Dejando al margen las razones sentimentales que motivaran a aquel hombre a arriesgarse de tal manera, lo cierto es que, si bien portaba una chaqueta, ésta no parecía lo suficiente gruesa como para mantener su cuerpo en calor. Eso sí, soportaba la baja temperatura con un esmerado estoicismo. También se dejaba perder en el devenir de sus pensamientos, como ya llevara haciendo por demasiado tiempo, por lo que no se percató del muchacho que se acercaba a la posición en la que él se hallaba ni tampoco de la fuerte tos seca que desgarrara su garganta a no demasiados metros de él. Sin embargo, fue la intención del destino -o quizás no de éste, sino tan sólo la del joven- la que quiso que sus desvaríos cesaran repentinamente por unas palabras cuyo destinatario no podía ser otro más que él.
- ¿Disculpe? - se mostró confundido en un francés casi perfecto, sorprendido por la inesperada aparición. Le costó un par de segundos rememorar lo que acababa de transitar por su intelecto y darse cuenta que, efectivamente, lo había pronunciado en voz alta – Bueno, supongo que como cualquier lugar, monsieur – la respuesta fue cortés, como era propio de alguien con su educación.
Aquel nuevo aparecido se trataba de, como ya se ha sugerido, un varón de apenas dos décadas de edad. Cabello castaño, una pequeña nariz y una altura similar a la suya. No había muchos rasgos más que pudiera detallar en la penumbra en la que se encontraban. Sus ropajes diferían en medida de los que portara Mr. Cranford, delatando, a juzgar por lo aparente, la pertenencia a un estatus social inferior al suyo. No es que el británico tuviera algo en contra del proletariado, no en principio, pero sí tenía acarreaba prejuicios de los que no podía deshacerse. Que el lector no me malinterprete, éstos no eran más que por cuestiones de seguridad personal. En concreto, en esta ocasión, su recelo era debido a la posibilidad de que resultase ser un vándalo y sus motivaciones no fueran otras que la de asaltarle. No es que tuviera mucho de valor encima, no al menos nada que, en principio, le supusiera un duro revés perder, pero no quería verse envuelto en dicha adversa situación. Y, aun así, no mostraba ni un ápice de dicho temor en su habla o en sus gestos, sabiendo guardar tanto la calma como la compostura; las mentiras, las apariencias y las palabras vacías eran un ejercicio casi diario en la alta sociedad londinense.
- Pero yo me hallo atrapado en este lugar en concreto – continuó -, por lo que estimo su comentario como oportuno – quizás le elogiara, quizás le agradeciese su intervención. Claro está que no le importaba el acierto del joven más que la verdad sobre sus intenciones, al menos en lo que respectaba a ese momento -. Pero, permítame preguntarle, ¿qué le ha hecho detenerse y contestar ese disparate, que de vil manera se escapó por mis labios? - y quizás con el interrogante pretendiera saciar su curiosidad o, quizás, tan sólo obtener una respuesta que despejara la sospecha de su mente y pudiera devolverle el sosiego que había sido, en parte, desterrado de él.
- ¿Disculpe? - se mostró confundido en un francés casi perfecto, sorprendido por la inesperada aparición. Le costó un par de segundos rememorar lo que acababa de transitar por su intelecto y darse cuenta que, efectivamente, lo había pronunciado en voz alta – Bueno, supongo que como cualquier lugar, monsieur – la respuesta fue cortés, como era propio de alguien con su educación.
Aquel nuevo aparecido se trataba de, como ya se ha sugerido, un varón de apenas dos décadas de edad. Cabello castaño, una pequeña nariz y una altura similar a la suya. No había muchos rasgos más que pudiera detallar en la penumbra en la que se encontraban. Sus ropajes diferían en medida de los que portara Mr. Cranford, delatando, a juzgar por lo aparente, la pertenencia a un estatus social inferior al suyo. No es que el británico tuviera algo en contra del proletariado, no en principio, pero sí tenía acarreaba prejuicios de los que no podía deshacerse. Que el lector no me malinterprete, éstos no eran más que por cuestiones de seguridad personal. En concreto, en esta ocasión, su recelo era debido a la posibilidad de que resultase ser un vándalo y sus motivaciones no fueran otras que la de asaltarle. No es que tuviera mucho de valor encima, no al menos nada que, en principio, le supusiera un duro revés perder, pero no quería verse envuelto en dicha adversa situación. Y, aun así, no mostraba ni un ápice de dicho temor en su habla o en sus gestos, sabiendo guardar tanto la calma como la compostura; las mentiras, las apariencias y las palabras vacías eran un ejercicio casi diario en la alta sociedad londinense.
- Pero yo me hallo atrapado en este lugar en concreto – continuó -, por lo que estimo su comentario como oportuno – quizás le elogiara, quizás le agradeciese su intervención. Claro está que no le importaba el acierto del joven más que la verdad sobre sus intenciones, al menos en lo que respectaba a ese momento -. Pero, permítame preguntarle, ¿qué le ha hecho detenerse y contestar ese disparate, que de vil manera se escapó por mis labios? - y quizás con el interrogante pretendiera saciar su curiosidad o, quizás, tan sólo obtener una respuesta que despejara la sospecha de su mente y pudiera devolverle el sosiego que había sido, en parte, desterrado de él.
Alastair P. Cranford- Humano Clase Alta
- Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 09/11/2013
Re: Humo {Alastair P. Cranford & Joshua Maloney}
–Perdone usted caballero mi intromisión. No sé por qué tuve el atrevimiento de responder su pregunta, si no fue formulada para nadie en específico. Suelo ser imprudente. Si le he ofendido de alguna manera, le ruego acepte mis más sinceras disculpas…
No tuve el valor moral para mirarle directo al rostro. Me limité a mirar de reojo y percibir su figura un tanto difusa por la niebla y el humo del cigarrillo. En verdad estoy apenado. No sé qué pasó por mi mente en aquel instante en que me atreví a inmiscuirme en una situación ajena a mi persona. Tal vez la furia me hizo reaccionar de manera imprudente. Ni siquiera me pasó por la cabeza que estaba siendo impertinente. No quiero excusar mi proceder, pero últimos días han sido difíciles, en constante zozobra: Cambios repentinos de humor, inseguridades, mal humor… Dando como resultado – lamentablemente – que situaciones como ésta se salgan por completo de mis manos. Aquella noche en el cementerio me había marcado, quizás para siempre. Después de aquello había un Joshua Maloney antes y un Joshua Maloney después.
Un nuevo acceso de tos me obliga a girar mi rostro para cubrirme con el antebrazo. Me duele la espalda, incluso me duele el pecho al respirar. La última y más extraordinaria transformación que había tenido consumió mi energía y mis defensas a tal grado, que aquel mal que me aquejó cuando apenas era un muchachito, arremetió con fuerza pillándome desprevenido. No conocí lo que era una enfermedad después de que me enteré de mi condición. Pensé que la infección que me llevó al umbral de la muerte nunca jamás regresaría, que no volvería a postrarme por semanas en una cama, padeciendo fiebres terribles. ¡Cuán equivocado estaba!
–Algunas veces me siento atrapado como usted. Atrapado en una jaula de oro –. Hago un pequeño ademán con la mano golpeando el muro del teatro. No es que me hubiese arrepentido de haber escogido el camino que siempre quise recorrer. Arrepentido estaba de no extender mis alas buscando nuevas oportunidades en otro sitio. ¡Ciudades y países habían muchos! Sólo era cuestión de tener un poco de iniciativa, echarse la mochila al hombro y seguir tocando puertas, hasta encontrar el lugar idóneo para encajar echando raíces de una buena vez, esperando no encontrar piedras en el camino apellidadas McPherson. Pero las callejuelas de Paris, su gente, ¡todo me había hechizado! Enamorado estaba de aquella tierra que se convertía día a día en mi segundo hogar.
–Los sueños, los deseos, son tan difíciles de alcanzar, que sientes derrumbarte por dentro cuando vez que todo tú esfuerzo se va por la borda… – Me sostengo con la fuerza que me queda del muro despintado, repleto de carteles de anuncios que ya casi han perdido su color original -… Que no depende únicamente de ti el lograr el éxito, sino de terceras personas que se creen los dueños del universo. No importa nada más para ellos, que el mero deseo de pisotear y humillar a la gente haciéndoles sentir que no vales nada como persona.
Al caballero no debe interesarle nada de lo que le digo. Incluso puede sentirse aludido por mis comentarios resentidos hacia la clase más favorecida a la cual pertenece. Pero repito. Estoy cansado, enojado, decepcionado, desilusionado y febril. Más valiera que fuera encaminando mis pasos hacia casa, antes de que me manden propinar una golpiza por boquiflojo, o en su defecto que termine tirado en el arroyo por falta de energías. O en su defecto, los actores que suelen deambular por aquellos rincones apartados se den cuenta de mi presencia, yéndose de la lengua para que mi comportamiento "impropio" sea castigado de la peor manera por aquel mueve los hilos en aquel mundillo de la actuación teatral.
No tuve el valor moral para mirarle directo al rostro. Me limité a mirar de reojo y percibir su figura un tanto difusa por la niebla y el humo del cigarrillo. En verdad estoy apenado. No sé qué pasó por mi mente en aquel instante en que me atreví a inmiscuirme en una situación ajena a mi persona. Tal vez la furia me hizo reaccionar de manera imprudente. Ni siquiera me pasó por la cabeza que estaba siendo impertinente. No quiero excusar mi proceder, pero últimos días han sido difíciles, en constante zozobra: Cambios repentinos de humor, inseguridades, mal humor… Dando como resultado – lamentablemente – que situaciones como ésta se salgan por completo de mis manos. Aquella noche en el cementerio me había marcado, quizás para siempre. Después de aquello había un Joshua Maloney antes y un Joshua Maloney después.
Un nuevo acceso de tos me obliga a girar mi rostro para cubrirme con el antebrazo. Me duele la espalda, incluso me duele el pecho al respirar. La última y más extraordinaria transformación que había tenido consumió mi energía y mis defensas a tal grado, que aquel mal que me aquejó cuando apenas era un muchachito, arremetió con fuerza pillándome desprevenido. No conocí lo que era una enfermedad después de que me enteré de mi condición. Pensé que la infección que me llevó al umbral de la muerte nunca jamás regresaría, que no volvería a postrarme por semanas en una cama, padeciendo fiebres terribles. ¡Cuán equivocado estaba!
–Algunas veces me siento atrapado como usted. Atrapado en una jaula de oro –. Hago un pequeño ademán con la mano golpeando el muro del teatro. No es que me hubiese arrepentido de haber escogido el camino que siempre quise recorrer. Arrepentido estaba de no extender mis alas buscando nuevas oportunidades en otro sitio. ¡Ciudades y países habían muchos! Sólo era cuestión de tener un poco de iniciativa, echarse la mochila al hombro y seguir tocando puertas, hasta encontrar el lugar idóneo para encajar echando raíces de una buena vez, esperando no encontrar piedras en el camino apellidadas McPherson. Pero las callejuelas de Paris, su gente, ¡todo me había hechizado! Enamorado estaba de aquella tierra que se convertía día a día en mi segundo hogar.
–Los sueños, los deseos, son tan difíciles de alcanzar, que sientes derrumbarte por dentro cuando vez que todo tú esfuerzo se va por la borda… – Me sostengo con la fuerza que me queda del muro despintado, repleto de carteles de anuncios que ya casi han perdido su color original -… Que no depende únicamente de ti el lograr el éxito, sino de terceras personas que se creen los dueños del universo. No importa nada más para ellos, que el mero deseo de pisotear y humillar a la gente haciéndoles sentir que no vales nada como persona.
Al caballero no debe interesarle nada de lo que le digo. Incluso puede sentirse aludido por mis comentarios resentidos hacia la clase más favorecida a la cual pertenece. Pero repito. Estoy cansado, enojado, decepcionado, desilusionado y febril. Más valiera que fuera encaminando mis pasos hacia casa, antes de que me manden propinar una golpiza por boquiflojo, o en su defecto que termine tirado en el arroyo por falta de energías. O en su defecto, los actores que suelen deambular por aquellos rincones apartados se den cuenta de mi presencia, yéndose de la lengua para que mi comportamiento "impropio" sea castigado de la peor manera por aquel mueve los hilos en aquel mundillo de la actuación teatral.
Joshua Maloney- Cambiante Clase Baja
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