Luna de Marfil | Gonnar

por **Ainariell K. Ivánov** Jue Nov 21, 2013 3:07 am

No necesitaba ser muy lista para saber que deambular por las calles a altas horas de la noche, ni era sano, ni era demasiado inteligente. Pero aquella curiosidad que siempre había caracterizado a su personalidad, era demasiado grande para ignorar aquellos impulsos que la llevaban a cometer actos realmente temerarios. No le importaba el peligro, necesitaba abrirse paso en un mundo que siempre consideró sumamente interesante, necesitaba descubrir, experimentar... O el aburrimiento acabaría comiéndosela por completo. Aquella mañana se había levantado a las seis, tan temprano que ni el Sol se había dignado a salir tras las montañas. Se había vestido de "gala" y había bajado a desayunar té con pastas, sumergida en una rutina marcada por la monotonía propia de la vida del aristócrata. Por Dios, tenía dieciocho años, ¿es que acaso pretendían que se quedase todo el día entre los gruesos muros de la mansión, mirando a la nada? Necesitaba salir de ahí, o se acabaría volviendo loca de remate. El tedio es una sensación fea para alguien tan joven, y francamente inaguantable.

Así que aquella noche, tras abrigarse adecuadamente y dar esquinazo a la ama de llaves que siempre la perseguía para que se comportase "como las señoritas de su clase deben hacerlo", salió a la negrura de la noche invernal con una sonrisa clara y alegre en el rostro. El aire fresco le heló la nariz, pero estaba tan ensimismada observando el lento caer de los copos de nieve que nada le importó. La vida era eso, pasar frío en invierno y calor en verano... Permanecer oculta bajo un techo ricamente decorado era limitarse a vivir enjaulado. Y ella no estaba dispuesta. Era demasiado joven para ser conformista, y estaba demasiado enamorada de la vida como para rendirse en sus intentos por descubrir más, por saber más. ¡Nadie imaginaba la alegre fascinación que le producía observar a las personas mientras caminaban por las calles! Unos corrían por el frío mientras que otros, como ella, disfrutaban del espectáculo que la naturaleza les otorgaba.

El siniestro "gato" a su espalda se removió, quejándose por la noche tan inoportuna que había escogido para salir al exterior. Su abuela, cuyo "alma" reposaba en el interior de aquel extravagante objeto, siempre parecía más que dispuesta a actuar como una conciencia externa, aconsejándola cuando incluso ella no quería escucharla. Pero no le importaba. Siempre había sido su mejor compañía, y las largas conversaciones que ambas mantenían la hacían reflexionar sobre muchas cosas. Madurar, en cierta forma. Lo irónico era que escuchase más a un "peluche" que al resto de personas vivas que también la aconsejaban. El vínculo familiar era más fuerte de lo que muchos se imaginaban, y ni siquiera la muerte puede borrarlo.

Sus pasos la llevaron a la hermosa plaza Tertre, que a esas horas lucía casi completamente desierta. Observó los bonitos edificios que la bordeaban, maravillada por el juego de luces y sombras que se apreciaba en aquella parte de la ciudad. Eso sí que era belleza. Encontró un claro sin nieve bajo la copa de un gran árbol, y tras dirigirse allí con paso decidido, se sentó, dejando el gran peluche a un lado y dibujando una sonrisa. - Mira que Luna más blanca... Parece un plato de porcelana, como los que Mirtle me pone para el desayuno... -Murmuró la chica, alegre sin ningún motivo aparente.

- No, querida, la Luna está hecha de marfil, por eso es tan blanca y brillante... -Murmuró su abuela, dibujando un amago de sonrisa en aquel cuerpo extravagante del que su nieta le había dotado. Ainariell la miró con recelo, sin poder creerse realmente que la Luna estuviese hecha de tal cosa, y ambas se sumergieron en una interesante discusión acerca de por qué podía o no podía ser cierto, ajenas a todo cuanto les rodeaba. Las cosas interesantes nunca ocurrían dentro de casa. ¿Quién podría recriminarle que acudiera al exterior para buscar preguntas y respuestas? La curiosidad es una virtud, en ocasiones peligrosa, pero no por ello deja de ser buena.

por **Gonnar Domne** Vie Nov 22, 2013 4:57 pm

No tenía por costumbre salir por la noche a pasear, la noche era para cazar. Sin embargo esa noche era diferente. Había tenido un sueño, uno un poco más nítido que los demás. Recordaba fuego, recordaba sombras huyendo de él, recordaba a algo o alguien que le empujaba...y después todo se había vuelto negro. Había querido escribir en su diario después de soñar aquello, grabar en papel esos detalles para no olvidarlos...pero estaba demasiado reciente y se veía incapaz de escribir en ese estado de nerviosismo y angustia. Así pues, decidió salir a la calle, pasear por las frías calles de París a ver si el viento fresco y la suave luz de la luna conseguían calmar sus emociones.
Caminaba en silencio, caminaba sin hacer ruido... así era como se movía un cazador, hasta cuando simplemente salía a dar una vuelta. De pronto se paró en seco, giró la cabeza lentamente y advirtió la solitaria figura bajo del árbol. Se acercó por detrás como lo haría un depredador, sin ruido, sin respirar, sin siquiera cortar el aire a su paso. Sin embargo, no emanaba hostilidad.
Se paró detrás del árbol, observándola detenidamente durante unos instantes, después sonrió para sí mismo y le habló:

-Pues no sé yo si la luna será como un plato de porcelana, señorita, pero sí que le puedo decir que esta noche está hermosa.-hizo una pausa, a propósito, antes de continuar hablando -y bueno, la luna tampoco está nada mal- terminó la frase mientras salía de detrás del árbol, situándose al lado de ella, con una pose tranquila y nada amenazadora, guardando un poco la distancia para que no se sintiera atacada la joven.
Y se quedó, de pie, con sus ropas y su capa ondeando levemente al viento, con la capucha echada hasta los ojos, ocultando su rostro de los curiosos de la noche, pero dispuesto a dejar que aquella joven le viera. Y así, quedó esperando a la reacción de la chica mientras pensaba: -¿Será un encuentro de una sola frase, o será aquello una oportunidad para evadirme de mis inquietudes?-

por **Ainariell K. Ivánov** Lun Dic 23, 2013 8:55 pm

Lunas de marfil... ¿De verdad pensaba que podía creerse tal disparate? Una cosa era que le contase cuentos cuando era una niña, pero ahora que había crecido, no tenía el menor sentido si quiera pretender que se lo planteara. Pero, entonces, ¿de qué estaba hecha la luna? No era un cuerpo celeste, así que no podía estar hecha de polvo de estrellas... Pero brillaba y era hermosa, casi más que cualquier estrella que hubiese visto jamás. Siempre imperaba el cielo, incluso en las noches más oscuras. Guiaba a los viajeros, y controlaba el movimiento del océano... ¡Algo tan maravilloso debía tener una explicación similar! La discusión con su abuela-peluche-gato se convirtió en risas cuando la chica comentó lo increíble que sería poder viajar tan lejos. A la mujer le pareció realmente imaginativo que nadie se plantearse ir hasta allí. Irónico, ¿cierto? Pero ella estaba tan aburrida de aquel mundo aburrido de bailes, fiestas y trajes incómodos, que cualquier otro lugar le parecía perfecto. Incluso a miles de kilómetros de su amada París.

Porque sí, debía reconocer que amaba a esa ciudad, a sus gentes, y sus paisajes. No era como la lejana Rusia que un día la vio nacer, tan fría y áspera como un invierno eterno. En Francia hasta la nieve parecía conservar el olor a bollería recién hecha y a sonrisas. A Sol. Incluso la nieve parecía más blanda y, ciertamente, lo era. Era maravilloso poder vivir en un lugar como aquel, bello y lleno de vida... pese a las desigualdades. Aunque confiaba en que algún día podría solucionarlo. Sí, su optimismo era francamente admirable. Se recostó contra el árbol, apoyando por completo su delicada espalda contra el tronco, para luego mirar su copa con una sonrisa. Se sentía bien estando cerca de elementos de la naturaleza. Paz, armonía, eso era lo que la madre Tierra regalaba a sus hijos. Y no creía que hubiese persona en el mundo que lo apreciase más que ella misma.

Y fue entonces, estando absorta en las maravillas que París le regalaba, cuando escuchó una voz proveniente de su espalda. La muchacha sonrió, notando que el rubor se instalaba en sus mejillas al comprender su significado. Apreció en los matices de la voz, que se trataba de un hombre no muy mayor, que sólo intentaba ser amable. Esperó hasta que el individuo estuviese frente a ella para levantarse y ejecutar una grácil y elegante reverencia. - Os agradezco vuestras palabras, Monsieur, pero no puede negar que la Luna siempre será más hermosa que cualquier mortal, en cada una de sus fases... Y dígame, ¿de qué creéis que está hecha? Mi abuela y yo estábamos debatiendo su contenido, pero llegamos a un punto muerto... Una opinión distinta no nos vendría mal. -Dijo sin pensar, para luego darse cuenta de que realmente parecería una chiflada, teniendo en cuenta que allí no había nadie más que ellos dos... Y el peluche.

por **Gonnar Domne** Mar Dic 24, 2013 9:30 pm

Ladeé la cabeza ante su comentario, dubitativo pero sin retirar la sonrisa de mi rostro. Podría ser que se hubiera expresado mal, tampoco era nada importante. Giré la cabeza levemente para mirar a la luna y la observé unos segundos antes de volver a dirigir la mirada a la chica. La verdad es que las dos eran hermosas, y a mi me habría resultado difícil elegir cuál de las dos lo era más. Pese a ello, sólo una de las dos estaba a mi lado, y sólo una de las dos me podía escuchar.

-Sigo pensando que su belleza no tiene nada que envidiar a la de la luna. No lo sé, la verdad. No sé de qué está hecha. Quizá esté hecha de sueños. Cuando está llena, es porque está repleta de sueños sin cumplir, y a medida que va menguando, significa que los sueños se van cumpliendo. Y luego cuando está creciendo, es cuando se está volviendo a llenar de sueños- me senté a su lado, flexionando las rodillas y sujetándome las piernas con los brazos para mantener el equilibrio y la espalda recta. No era una posición ideal, pero para apoyar la espalda en el árbol tendría que arrimarme mucho a la joven, y no quería que se sintiera incómoda o pensara que estaba cogiendo demasiadas confianzas.

-Pero dígame, joven. ¿Es tan importante saber de qué está hecha? Yo suelo conformarme con admirarla...- comenté, cerrando los ojos un momento y tomando profundamente el aire frío de París por la boca, expulsándolo después en forma de vaho debido a la diferencia de temperatura entre mi cuerpo y el aire. Abrí entonces los ojos, sintiéndome un poco más en paz conmigo mismo y el mundo, más tranquilo. -Es curioso como algo tan simple como sentarse a ver la luna puede resultar tan placentero. ¿No le parece, señorita...?- pregunté, esperando a escuchar su nombre de sus labios, ponerle un nombre a aquella mirada inquieta que seguía observando la luna como intentando desentrañar un misterio oculto.

En los segundos que precedieron a su contestación, tuve tiempo de pensar en cientos de nombres que surcaron mi cabeza como veleros por el mar, cientos de nombres diferentes que a mi se me antojaban que quedaban bien con su cara, con su pelo, con su forma de vestir. Y aunque en ningún momento pensé que podría adivinarlo, una parte de mí, por algún motivo, deseó haber acertado con alguno.

por **Ainariell K. Ivánov** Jue Ene 02, 2014 8:55 pm

El inocente comentario al respecto de su abuela le supuso el inicio de una serie de pensamientos contradictorios que en nada le ayudaban realmente. ¿No se estaría, quizá, excediendo con su confianza para con los demás? Después de todo, no conocía de nada a aquel muchacho al que la casualidad le había llevado a encontrarse con ella en aquella hermosa noche invernal. Tras escrutar su mirada un momento, parcialmente oculta, divisó una realidad bastante diferente a la suya propia. No sólo observando sus ropajes podía adivinar que su historia distaba mucho de parecerse a la que ella había vivido, sus gestos y su forma tranquila de hablar también le daban muchas pistas acerca de su persona. Obviamente, no se fijaba en esos detalles con un fin negativo o de encasillamiento, sino a fin de encontrar las palabras necesarias para dirigirse a él. Ainariell nunca juzgaba a nadie por su fachada. Era abierta y amable con todo el mundo y aquel muchacho, tanto por la forma educada de dirigirse a ella, como por la actitud respetuosa que mostraba, no merecía menos.

- En ese caso, Monsieur, os agradezco el comentario. Realmente nunca he aspirado a tanto como a ello, pero saber que puedo tener un ápice de la belleza de algo tan hermoso como la Luna, resulta, cuanto menos, halagador. -Prestó especial atención a sus posteriores palabras, resultando su interpretación acerca del tema que les ocupaba realmente fantasiosa... Y agradable. Si bien era cierto que había más posibilidades incluso d que el astro estuviese hecho de marfil que de sueños, el hecho de que lo mencionara hizo que sintiera al hombre mucho más cercano a su forma de ver el mundo. Quizá eran más similares de lo que a simple vista parecía. - Quizá tengáis razón, Monsieur, y esté hecha de sueños... Aunque eso me lleva a la siguiente pregunta... ¿Será que algún día los nuestros serán cumplidos por ella? -Murmuró señalando directamente al núcleo de su conversación, la hermosa y pálida Luna, que iluminaba el nevado paisaje con su espectral belleza.

- No sé si sea importante o no, buen Señor, pero quizá mi mayor defecto sea el querer conocer todo cuanto me rodea y que a simple vista no puedo entender. Admirar la Luna es infinitamente satisfactorio, he de reconocerlo... ¡¿Pero no sería maravilloso poder desvelar todos sus secretos?! Seríamos los primeros del universo en descubrir algo tan interesante. - Su voz sonaba fantasiosa, llena de vida y de alegría... Características que la definían en toda su plenitud. Así era ella, simple pero chispeante, con tantos matices como verdades existen para entender un universo que a ella siempre le fascinaba por lo infinito. Para Ainariell, desconocer la verdad sobre algo no era más que un aliciente para descubrir más, para indagar más. Y nunca se conformaba. Ese era el motor de su existencia. Se recostó sobre el tronco con la sonrisa perdida entre las estrellas, y con su pequeña cabecita buscando mil y un significados diferentes a lo que estaban viendo. - Lo simple siempre resulta ser lo más satisfactorio... No necesitas preguntarte si la Luna es hermosa, porque con mirarla, ya tienes la respuesta. Nos cautiva. Nos atrae... -Se giró bruscamente y le tendió la mano con una sonrisa de oreja a oreja. -Soy Ainariell. Pero os ruego no lo adornéis con formalismos que en nada nos benefician. Esta noche solo quiero ser vuestro acompañante y guía por el cielo estrellado. ¿Conocéis las constelaciones? -Alegre, fugaz... Así es la juventud. Y estaba segura de que ella conseguiría seguir teniendo esa esencia, pese al inexorable paso de los años.

por **Gonnar Domne** Lun Ene 20, 2014 3:23 pm

Me reí ante su comentario sobre las formalidades. Yo no era alguien que dijera nada que no pensara, ni para quedar bien, ni para quedar mal, así que las formalidades nunca habían ido conmigo, aún así su comentario me hizo sonreír, pues no lo esperaba lo más mínimo. -No te preocupes, Ainariell- contesté -no soy yo dado a los cumplidos ni las formalidades, y todo lo que sale de mi boca es tan real como la luna que estamos observando- terminé de decir, mientras se pasaba la mano por su pelo para dejarlo en su sitio. Hacía poco viento, era una noche relativamente agradable considerando el frío que solía hacer por las noches en París, y así como otras veces los huesos comenzaban a calarse cuando te quedabas quieto en algún lugar, esa noche el frío no traspasaba las capas de ropa y la capa que envolvía mi espalda y mis hombros.

Miré hacia el cielo, y después hacia ella. Su manera de hablar, su manera de mirar mientras hablaba de todo aquello no dejaba lugar a dudas de que realmente estaba intrigada y apasionada por el tema que nos ocupaba. Volví a fijar la mirada en el cielo y negué con la cabeza un par de veces. -La verdad es que no conozco las constelaciones.- hice una pausa para respirar el aire fresco que llenaba mis pulmones. Miré el conjunto amplio de estrellas que se dibujaba en el firmamento y me pregunté cuántas constelaciones podrían caber allí, y si allá donde no alcanzaba mi vista, habría más y más todavía. -pero me gustaría que me contaras sobre las que tú creas más interesantes- concluí, sonriendo amablemente mientras me ponía en la postura más cómoda posible para escuchar, y poder mirarla a ella y al cielo mientras así lo hacía.

Antes de que empezara a hablar, di un último repaso a nuestro alrededor, miré todo cuanto nos rodeaba, fuentes, farolas, casas y bancos. Cualquier cosa. Me aseguré que todo estuviera en su sitio, y visualicé en mi cabeza tres caminos de huida alternativos al obvio por si ocurría algo inesperado. Soy un cazador, y nunca se está suficientemente preparado. Nunca. Ni siquiera podía estar seguro de que aquella joven encantadora no fuera una vampiresa o una mujer lobo, ni siquiera podía estar seguro de que aquello no era todo una trampa de alguien para bajar mi guardia y atacarme mientras estaba desprevenido. Al fin y al cabo, un cazador que caza, termina por ser la presa de alguien también. Qué triste vivir así siempre. Bah.

-Te escucho- le dije, desechando todo lo que acababa de pensar mi mente, decidiendo imprudentemente dejar de lado toda la precaución que me había mantenido vivo tanto tiempo, y permitiéndome el peligroso lujo de convertirme por una noche, en un simple joven que disfrutaba de una buena conversación en compañía de una bella joven.

por **Ainariell K. Ivánov** Sáb Feb 15, 2014 2:09 am

La inocencia es una flor que nunca marchita, pese a los años. Que nunca desaparece, ni se seca, ni muere... Al menos no mientras la sigas regando de sueños y de ilusiones. Muchos pueden pensar que ver la vida tras el prisma de la inocencia puede ser demasiado inútil, por carecer de valor; y demasiado sencillo, como si quienes la conservan se dedicasen a adornar un mundo cuya crudeza no podrían soportar de otra forma. Lo que ellos se niegan a sí mismos, sin embargo, es que perdieron la pureza y la capacidad de hacerlo por ellos mismos. Y por eso se lamentan. Por eso lloran y se ciegan, negándose a ver las maravillas que podrían hacer en el mundo los pocos soñadores que aún quedan vivos en él. Ainariell era una soñadora. Una niña mayor. Alguien que se negaba a crecer al compás que marcaba una sociedad profundamente herida. Su cuerpo envejecía, y su mente se mantenía joven, pura, abierta a todo cuanto había a su alrededor, sin quedar su pensamiento contaminado por las mentiras que los adultos querían inculcarle. Porque la sociedad misma era una mentira. Y ella lo sabía. Y por eso podía ser feliz.

Sin embargo, y aunque generalmente se negara a que los adultos le diesen lecciones que, según su propia experiencia, siempre venían cargadas de ideologías que nada le interesaban, el conocimiento es poder, y sólo alguien que posee conocimiento puede enseñárselo a otro. Y ahí entraban sus profesores, anclados en una mentalidad arcaica pero cargados de una información sumamente valiosa e interesante. Y fue en una de sus clases donde comenzó a investigar el hermoso mundo de los astros, los planetas, y las estrellas. Sabía que muchas de las que en aquellos momentos estaba mirando llevaban muertas cientos de años, pero su luz seguía llegando a la Tierra debido a lo lejos que se encontraban. Siempre se daba cuenta de lo pequeña que era en el mundo, y lo diminuto que era el mismo mundo, cuando se comparaba con aquellas maravillas. Y lejos de ponerse triste o melancólica, eso la alegraba. Porque podía examinarlas pese a su grandeza.

- Veamos... ¿Puedes ver esa que parece una mujer tumbada? -Murmuró, señalando un conjunto de estrellas en concreto. -Es Andrómeda. Se dice que Casiopea y Cefeo, reyes de Etiopía eran sus padres. La reina Casiopea alardeaba de la belleza de su hija, y la comparaba con las Nereidas, hijas del dios del mar Poseidón, conocidas por su belleza sobrenatural. Pero estas, enfadadas por aquel atrevimiento, exigieron a Poseidón venganza y él, conmovido por sus hijas mandó a un monstruo marino, llamado Cetus a destruir las costas de Etiopía. Entonces, Cefeo, preocupado por lo que pudiera pasarle a su país, acudió a un oráculo que le aconsejó que sacrificara a su hija Andrómeda atándola a una roca en el acantilado para que el monstruo se la llevara, solo así calmaría la ira de los Dioses... -Se detuvo un momento, poniendo una mueca de damisela en apuros para hacerlo más gráfico todo, y usando al peluche de su abuela como monstruo marino a punto de atacarle, a lo que esta contestó con un gruñido. - ¡Pero! En ese momento Perseo volvía de su lucha contra la Gorgona, y se enamoró de ella. Acudió al rey y le propuso liberarla a cambio de su mano. Perseo mató al monstruo mostrándole la cabeza de Medusa. Pero entonces vino el celoso de turno, Fineo, tío de la princesa y con quien se había comprometido en matrimonio, y juró vengarse de Perseo. Pero como él era mejor, pues usó la cabeza de Medusa convirtiéndolo en piedra con tan mala fortuna que los padres de Andrómeda también se convirtieron en piedra. -Sus ojos se iluminaron tímidamente. ¡Qué bonito le parecía el amor mitológico!

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