Foro de rol situado en el París del siglo XIX; encontrarás vampiros, licántropos, cambiaformas, hechiceros, humanos, etc. (Advertencia: Sitio +18 años).
PARÍS, FRANCIA AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?
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Una melodía insistía constantemente en mi cabeza. Una melodía giraba y se acompasaba componiéndose sola, uniéndose los acordes mentalmente una y otra vez. Primero sonando el estribillo, luego sonando pausado, luego como si todo se tornara un huracán. Las notas se daban vuelta, y ni siquiera tenía que ir al piano para perfeccionarla. Por más que lo intentaba, la melodía estaba ahí y seguía ahí, dando vueltas una y otra y otra vez en mi mente.
Cuando abrí los ojos al fin, me di cuenta que sostenía la almohada de tal modo, que me estaba prácticamente envolviendo la cabeza con ella, como si no quisiera escuchar. Algo que era francamente absurdo, pues la melodía resonaba en mi cabeza y no fuera de ella. Fuera, no había más que silencio. Resople mientras soltaba la almohada, pues me sentía un poco cansado, ya que llevaba varias noches igual, me notaba incluso mas ojeroso de lo normal –cosa ya digna de admirar-.
Suspire y me centre en los sonidos de mí alrededor; Fuera de la habitación, podía sentir a los siervos que se movían, limpiaban y escuchaba las voces de Key y Biel charlando mientras bajaban las escaleras. Mire hacia mi ventana totalmente cerrada, apreciando un ligero e infimo rayo de sol que se filtraba en unos centímetros del suelo. Era de día, por eso había tanto movimiento. Estire la almohada a un lado de mi gran y vacia cama y quite las mantas. Poniéndome tan solo un pantalón de lino negro y un albornos de un rojo oscuro e intenso que ni siquiera me moleste en cerrar. Me puse en pie, -descalzo como iba- y me encamine hacia la puerta, abriéndola con cierta violencia, para caminar casi a trote hasta las escaleras, bajándolas apresuradamente.
Los siervos me miraron contrariados, girándose para contemplar mi trayectoria. Pues no era normal para mi estar despierto a esas horas ni para ellos verme asi de energico aun cuando el sol estaba sobre el cielo, pero no había tiempo que perder. Me conduje hacia el salón -trotando con cierta prisa- subí mis mangas apresuradamente y estirando mi albornos hacia atrás -para que no me molestara en el taburete- me sente rapidamente frente al piano de esa estancia. Mis cabellos aun desordenados me impedían ver bien y no le tome importancia. Estaba un tanto agitado, como quien hace una gran carrera y se esfuerza por no llegar el ultimo, pero pese a eso, me contuve lo suficiente como para no hacer que los acordes fueran a sonar mal, acercando asi muy suavemente mis dedos para acariciar el maravilloso teclado del piano de cola.
Cerré los ojos, pues pese a estar tocando solo el piano, podía oir e imaginar el resto de instrumentos como los eran el violín o el contrabajo…Aunque también podía oir al resto, casi como si la orquesta me acompañara en mi cabeza. Segui tocando, ajeno a todo lo demas. Sintiendo mi cuerpo rígido cuando abrí los ojos, casi golpeando las teclas con las yemas de mis dedos. Pues me sentía casi disgustado mientras dejaba que los sonidos salieran de aquel instrumento. Nunca me había sentido tan torturado por una simple melodía. Hasta que finalmente ésta acabo. Sumiéndome en el silencio y en la irascibilidad una vez, mas.
¡DIOS! ¡Ya esta! ¿¡ESTAS CONTENTO!? Me dije a mi mismo al acabar. Mire el reloj de la pared, eran las diez de la mañana. Suspire, y apoye mis codos sobre las teclas, sujetando mi cabeza, con los cabellos desordenados entre mis manos de artista torturado.
A mi me ha gustado. Parpadee alzando la cabeza que aun me sujetaba para ver asi a Biel y a Key sentados ambos en uno de los cómodos sofás, mientras ambos sostenían unos humeantes tazones.
Key no dijo nada, pero se pregunto mentalmente que que me ocurria.
No puedo dormir…Son las diez de la mañana y no puedo dormir. Esta dichosa melodía me tortura cada vez que cierro los ojos. Por eso pensé que tocándola al fin, me dejaría en paz… Pero no, pese a resistirme a tocarla al piano y haberlo hecho…sabía que no me dejaría en paz.
Mire hacia las ventana cuyas cortinas aun continuaban cerradas por los siervos que aun no se habían dispuesto a ordenar aquella estancia desde la noche anterior.
¿Qué ocurriría más atrás de las colinas, más allá de las tierras y de los mares? ¿Que ocurriría mas allá de las montañas y mas allá de la nieve?...¿estaría el viento azotando sus cabellos o llevando su aroma a algún lugar del paisaje?...¿ondearían sus ropajes con la brisa?...¿habrían flores por ahí, que llamaran su atención y que la hicieran sonreír?...¿habría alguien acompañando sus pasos?
Un extraño dolor de cabeza me hizo fruncir el ceño. ¿Sería la claridad de la sala, seria porque la melodía seguía ahí cual taladro en mis sienes?…¿Seria porque realmente quería intentar no pensar en que ésta era la última canción que había compuesto para ella, mi próximo regalo, el que no alcance a hacerle, el que jamás vio la luz...? Si, todas las directrices parecían querer decirme que si, como si incluso mis musas se burlaran de mí, señalándome y riendo mientras me torturaba de dia y de noche.
Mire ceñudo al piano y me puse en pie con decisión al cabo de unos minutos. Pues no pensaba quedarme en casa antes de averiguar algunas cosas y no pensaba tampoco dejar que el silencio y aquella melodía siguieran torturándome sin cesar, pues aquello era un aviso y ya sabia de que. Por lo que camine por el salón hasta salir, sonriendo a los chicos, quienes seguramente pensarían que aquella mañana… estaba mas loco de lo habitual.
Sam. Por favor … Mire al buen mayordomo y luego negué con la cabeza. Lo haría todo yo mismo. Nada, tomate unas vacaciones amigo, aprovecha ahora que salgo de viaje. Que los guardias vigilen el castillo. Indique después de darle un suave y amistoso golpe en el hombro.
Subí los peldaños de las escaleras de tres en tres, lo cierto, es que pese a que aun tenia sueño –al no haber dormido prácticamente nada– me sentía renovado. Como si al fin fuera a hacer algo que cambiaria las cosas de mi dia a dia.
Me adentre en mi habitación, recuerdo que abrí todos mis cajones y busque una maleta, empacando yo mismo mis cosas con gran ímpetu. Pero después de verla, me di cuenta de que era demasiado excesivo, debería llevar mucho menos, por lo que cogi un bolso, un gran bolso y lo cargué con lo imprescindible. El resto del dia, lo ocupe en mi despacho, trazando algunos pergaminos y enrollando mapas, hasta que finalmente al anochecer sentí que todo lo que tenia previsto tenia cierta forma. Sonreí complacido cuando contemple los elementos que llevaría conmigo y posteriormente acompañe a los chicos en su cena, comentándoles que tenia en mente un viaje de unas pocas semanas, advirtiéndoles que de alargar mi estancia les avisaría pese a que no fuera probable. Ellos se preguntaron que que traia entre manos, pero les mantuve un tanto al margen, salvo a Key, a ella le di mas detalles que supe que no revelaria. Por lo que después de bañarme, me enfunde unos cómodos pantalones de montar y unas botas altas, dejando algunos de los botones de mi camisa desabrochados asi como mis mangas arremangadas. No me ataviaría con indumentaria innecesaria, ni con nada que realmente fuera ornamentativo. ¿Para qué? No necesitaba abrigos, ni sombreros, ni bastones, ni nada de eso. Solo una capa con capucha para pasar desapercibido y quizás algunas armas de fuego por si tenía que atacar a distancia sin ser descubierto.
...
Biel… por todos los santos, no te metas en lios en mi ausencia. Indique abrazandole mientras besaba sus cabellos al despedirme, ante su mirada de: “yo no soy el que busca problemas, los problemas me buscan a mi” y Key, cariño, ¿me relevarías como ama de casa estos días? Abrace a mi pequeña, apretujándole un tanto. Besando su frente con suavidad antes de dedicarle una sonrisa a mi dulce niña. Por cierto, he sido yo quien ha sacado uno de los arcos de la sala de armas, no os alarméis…
Despedí a los chicos, coloque mi capa sobre mis hombros, recogí mi bolso además de una especie de “carcaj” lleno de pergaminos y los cargué yo mismo hacia el carruaje, alejándome de París.
Pasarían diversos días… Hasta que el viaje, por tierra y por mar me llevo a las recónditas tierras de Islandia; mi paradero y destino. Compre un caballo al llegar a las viejas tierras, cargue mis cosas y cabalgue día y noche, sin más descanso que el necesario para ocultarme del sol y para que mi bestia descansara, hasta que llegamos a Gríndavik.
El paisaje era sobrecogedor en cuanto a belleza, por lo que no era difícil entender porque sus habitantes, pese al frio, vivirían allí todas sus vidas.
Cabalgue acercándome y comprobando que el pueblo se mantenía en paz, descansando sus habitantes, salvo los de las tabernas, que aun estaban ahí de juerga. No pude evitar reír al recordar las andanzas que hacia tantos siglos se habían llevado a cabo en aquellas tierras en una taberna perdida. Acaricie mi puño derecho inconscientemente. Aun me dolía de recordar el puñetazo que le di a aquel hombre-armario, no por el golpe en si, sino por susto que me lleve al pensar siquiera que no pudiera escribir nunca más.
Eran las altas horas de la madrugada, cuando, le distinguí caminando en la lejanía. me sentí extraño, como si hubiera tenido un radar para encontrarla. ¿Viviría ella en mismo pueblo? ¿O es que la suerte me sonreía? Fuera como fuera no lo dude, cabalgué, parándome a unos cincuenta metros.
Aun podía pensármelo, aun podía recapacitar y marchar...Pero sabia, que si me iba a ahora me arrepentiría toda mi vida. Por lo que sin saber si todo saldria bien o si aquello seria una gran equivocacion, saque el arco de mi bolsa, aun a una distancia prudencial y me coloque la capucha, mientras anudaba una nota en la flecha que posteriormente me encarge de encender.
Espolee al caballo y sujete el arco decididamente mientras el corcel pasaba a su lado, siendo yo quien disparaba la flecha que aterrizo con precisión en un poste de madera a unos pocos centímetros de su nariz mientras ella caminaba, haciéndola parar. Ella giro el rostro con indignación hacia mi, mientras yo continuaba cabalgando, haciendo que mi bestia se alzara en dos patas antes de mirarle oculto bajo las sombras de mi capucha. Avanzando cual bandido por la espesura de la oscuridad, dejándole atrás.
El mensaje enrollado en la flecha.:
Esta noche, es la noche negra, la noche maldita. La noche del juego, la verdad y la travesura. Eres la victima...Y eres la verdugo. Así que dime Eyra Erikdottir. ¿Aceptaras el reto que este ladrón te propone?
-En tu hogar. En la misma puerta-
La próxima pista estaría en su hogar como mi nota indicaba. Por lo que cabalgue con prisa en busca de la que tendría que ser su residencia. No tenía mucho tiempo, pues todo ocurriría sobre la marcha. ¿Leería ella la nota que le enviaba y seguiría el juego? ¿O habría sido todo un simple y sencillo sueño demasiado corto para llamarse siquiera travesura?
Jerarld Délvheen
Vampiro/Realeza
Mensajes : 476 Fecha de inscripción : 14/08/2011 Edad : 794 Localización : Paseando por el techo de casa...
Recogí mis piernas y las abracé entre mis brazos, acomodando mi mentón sobre las rodillas mientras contemplaba aquella reluciente luna llena que colgaba del firmamento estrellado tras bañarse en las gélidas aguas del inmenso océano en cuyo reflejo se miraba anonadada.
- Veo que has regresado aquí, Eyra.
Suspiré, escondiendo entonces una sonrisa triste, alegrándome de que él no pudiera ver mi rostro. Permanecí en silencio, dejando que la brisa marina se llevara el pesar que cada noche pesaba sobre mis hombros, llenándose ahora mis ojos de una nitidez que ansiaba poseer, como si aquél paisaje, aquella luna, aquella brisa tuvieran el don de borrar la tristeza de mi ser. Él farfulló algo que no me tomé la molestia de escuchar y se sentó a mi lado, dejando que sus piernas colgaran por el precipicio rocoso en el que nos encontrábamos.
- Te perderás la fiesta.- añadió, dándome un pequeño golpecito en el hombro con el mismo suyo, riendo a la espera de contagiarme su alegría. Le devolví el gesto de la mejor forma que pude fingir.
- Tienes razón.- concluí, alzándome entonces y sintiendo cómo el viento un tanto tormentoso se colaba por mis faldas y subía piernas arriba, estremeciéndome.
Otto sonrió satisfecho y yo no pude evitar sentirme invadida cuando él no respetaba mi espacio y mis ganas de permanecer a solas, aunque bien sabía que sus intenciones eran buenas, pues podía ver en sus ojos el pesar de ser testigo de mi sufrimiento inexplicable.
Antes de regresar a la aldea, Otto me propuso un juego de cacería del que no pude negarme, pues me sentía un tanto hambrienta. Quizás por ello o quizás por mi longevidad, aquél juego lo gané yo, alimentándome de un rebaño entero de carneros mientras él sólo pudo cazar un pequeño grupo de alces salvajes, aunque claro, eso tenía más mérito. Yo me conformaba con saciar mi sed de algún modo, pero él quería más. Él veía la caza como un juego, algo divertido con lo que entretenerse. Recordé entonces cómo le había conocido y me alegré de haber logrado cambiar sus hábitos alimentícios, pues antes de mi llegada él era la sombra de la Muerte que se cernía sobre los escasos habitantes de Gríndavik, quién los atemorizaba cada noche y de quién habían creado nuevas y espeluznantes leyendas de ogros y seres horripilantes, cazadores de almas y de vidas inocentes. Otto fue quién dio conmigo al reconocerme como a su igual y pronto nació un extraño vínculo parecido al fraternal que ablandó el punzante carácter del jovencísimo inmortal, convertido por una desquiciada con ansias de repoblar el mundo de cainitas a su control y del que Otto había logrado escapar junto a varios de sus camaradas. No obstante, él había sido el único superviviente tras la persecución de su Creadora. A ella le di muerte hacía no más de dos meses y por ello, Otto me adoraba. Decía que le había salvado la vida. ¿La vida?, me pregunté en mis adentros. ¡Los vampiros no poseen tal regalo! Sólo el pesar de subsistir hasta el fin de los tiempos, esclavos de las sombras y la sed de vida ajena.
- ¿Eyra?- Su voz me despertó de aquellas cavilaciones y me di cuenta de nuestra llegada al pueblo, cruzando ya el umbral de la puerta de la Taberna dónde se llevaba a cabo la celebración por el compromiso inminente de la hija del tabernero, la joven Marja, una mujer ligera de faldas que al fin había cazado un pobre atolondrado dispuesto a convertirse en su marido.- ¿Seguías penando en la familia Delvin?
No pude evitarlo, le dediqué una furtiva mirada que él mismo interpretó, dando un pequeño respingo.
- Son los Délvheen, Otto. Y no, no pienso ya en ellos.- mentí, desviando mi atención hacia el albedrío de risas, gentío y alcohol que circulaban por la taberna.- ¡Vamos a divertirnos!
Otto tomó mis dos manos y me llevó hasta el centro de la taberna, moviéndose cuál espantapájaros hasta lograr hacerme reír y olvidar mis penas, siguiendo sus pasos con aquél alegre baile iniciado por un par de ancianos en cuyos hombros dispusieron los violines, dos jóvenes ataviados con sus respectivas guitarras y un último componente que tocaba el banjo con gran euforia en cada una de sus notas. A nuestro alrededor, mientras, el pueblo entero bailaba en parejas o en círculo, girando y girando, riendo y bebiendo sin cesar.
Las horas se fueron consumiendo y poco a poco, los aldeanos fueron regresando a sus respectivos hogares entre risas, aun ebrios muchos de ellos. Yo vi la ocasión de escapar de ahí y aproveché que Otto flirteaba con la hermana de Marja para escaquearme sin despedirme de él, escabulléndome por la puerta trasera del local que conducía a los establos de su dueño. Después, simplemente tuve que saltar el cercado de madera que delimitaba su finca y dirigirme hacia la calle principal cuya pronunciada pendiente solía costar al resto de mortales. Mientras caminaba en la soledad de la noche pensaba en el aniversario que hoy cumplía, o, al menos, que mi yo humana habría cumplido: 817 años.
De repente, el sonido de aquello que rompe el aire llamó mi atención, dando un respingo por ello y contemplando alerta cómo una flecha se había clavado en un poste cercano a mí. Instintivamente me puse en guardia y localicé el sujeto que había atentado contra mi vida, siendo éste una figura encapuchada a lomos de un corcel que como si pretendiera dar un toque soberbio a su gesto, puso el caballo a dos patas antes de cabalgar hacia lo oscuro, perdiéndose su rastro antes siquiera de que me planteara el seguirle la pista. ¿Quién diablos era? ¿Por qué había lanzado aquella flecha? ¿Qué era lo que esperaba conseguir con semejante acto? Apreté mis mandíbulas con fuerza y mantuve mi cuerpo rígido, como si esperara otro ataque. Pero los minutos transcurrían y nada se movía a mi alrededor en un radio tan amplio como mis sentidos desarrollados pudieran captar, por lo que volví lentamente a relajarme y sólo entonces me aproximé hacia la flecha, desanclándola del poste y guardándomela en la mano mientras que con la otra descubría un pergamino en el que pude leer:
Esta noche, es la noche negra, la noche maldita. La noche del juego, la verdad y la travesura. Eres la victima...Y eres la verdugo. Así que dime Eyra Erikdóttir. ¿Aceptarás el reto que este ladrón te propone?
-En tu hogar. En la misma puerta-
Arrugué el pergamino tras la séptima vez que la leí, haciendo chirriar mis dientes. ¿Quién osaba retarme de ese modo? ¡¿Quién era él?!
El enfado pronto dio lugar a la curiosidad y la curiosidad guió entonces mis pasos los cuales, ya viéndose acelerados, puse rumbo a mi residencia con cierto temor. ¿Qué me esperaría allí? ¿Sería una emboscada? ¿Una trampa? ¿Habrían prendido fuero a la casa? ¿Qué querría de mí aquél que había organizado todo aquello? ¿Sería un conocido? ¿Alguien de mi pasado? ¿Un enemigo que Éir forjó a costa de mi cuerpo?
¡Aun podía huir! Pero, por supuesto, no era mi estilo. Así que llegué a la puerta de mi hogar y en ella encontré otra flecha que desterré de la madera, extrayendo de su punta un segundo mensaje:
Tic tac, dijo el reloj a su dueño. Tic tac, dijo el cielo a la tierra que la vio nacer. Tic tac dicen las campanas al viento. ¿Es que puedes ver desde donde estás, el amanecer?
Llevé dos dedos a mi mentón y sopesé la idea de que todo aquello fuera obra de Otto, pues bien era sabido por todos su afición a los juegos infantiles, a los retos, a los rompecabezas y a las aventuras que le llenaran de adrenalina su inerte cuerpo de no-vivo. Quizás por ello, mi forma de tomarme aquella situación cambión drásticamente, sonriendo incluso ante la idea de que formara parte de mi regalo de cumpleaños. ¿Me aguardaría una fiesta sorpresa, quizás? ¿O me habría preparado un bonito lugar adornado con florituras? ¿Quizás querría entregarme una bonita joya?
Mientras reía internamente imaginando la sorpresa que me aguardaría, puse rumbo a la iglesia del pueblo, lugar en el que supe que sería mi próximo punto de encuentro en aquél misterioso juego, pues ¿dónde sino habría un reloj? ¿en qué otro lugar habían campanas? ¿no es la iglesia el punto más alto de la aldea? Todo encajaba, así que allí estaba yo, llegando a la iglesia y entrando en ella tras forzar mínimamente una puerta lateral que daba a una de las pequeñas capillas interiores. La iglesia, vacía y oscura pese a las múltiples velas que iluminaban el altar y las figuras santas, parecía un templo que dedicaba una oda al silencio y a la reflexión. Sin detenerme, subí los estrechos peldaños de la escalera de caracol situada en un extremo de la sala y que me llevó hasta el campanario cuyas campanas dormidas eran ahora lugar abandonado por las aves y los nidos que allí éstas habían dejado la estación anterior. Nada había allí, nadie me aguardaba. Ninguna flor ni adorno colgaba del techo de madera. ¿Sería todo una broma? Pronto, la decepción hizo mella en mi semblante y las comisuras de mis labios cayeron hasta dibujar una sonrisa invertida, una pequeña mueca. Era hora de ir a casa, me dije, pero no sin antes contemplar la hermosa vista de la aldea que desde aquellas alturas podía gozar. A lo lejos, pude distinguir los acantilados en los que solía pasarme las noches en vela; los extensos prados verdes y vírgenes aún sin mano humana sobre ellos; los caminos adoquinados que se veían acechados por los frondosos bosques que delimitaban la población con la aldea vecina; el río en el otro lado, que con poco caudal era suficiente para mantener la tierra próspera para sus cultivos; las pequeñas casas amontonadas entre sí en un mismo punto álgido; y la soledad haciendo mella en cada rincón de la oscura aldea, ya sin habitantes que despertaran sus calles y con ellas al sol, todos dormidos aun en sus lechos cálidos gracias a las chimeneas y al fuego perpetuo que alimentaban con brasas.
Hacía un gran viento en el lugar en el que me hallaba, un gran viento y una profunda oscuridad. Mientras que yo me mantenía ahora al fin relajado y sosegado, con las manos en los bolsillos, contemplando el mar.
El oleaje chocaba perverso y con furia contra aquellas rocas desgastadas. Y yo no pude evitar negar cerrando los ojos con una sonrisa amarga ante la metáfora que se formaba en mi cabeza. Y es que en muchas ocasiones me sentía como aquellas piedras de la costa… Totalmente desgastado ante el perverso oleaje y aun asi resistiendo, al pie del cañón. Desgastado quizás, pero siempre aguantando y continuando inamovible. Quizás era culpa del oleaje por querer pasar, quizás de las rocas por querer interponerse en el camino del mar…¿Pero ya que mas daba? La dulce mar seguía allí luchando, y yo, la tozuda roca, aun intentaba retenerla conmigo.
…
El campanario donde se hallaba Eyra, tenía una pequeña sorpresa para ella…Y esa sorpresa consistía en un hermoso halcón que le esperaba allí junto al gran ventanal que dejaba ver todo el inmenso y hermoso paisaje. El halcón llevaba una nota consigo:
Nota:
Libre como esta hermosa ave, así eres. Sin ataduras. Sin esposas. Sin cadenas que te aten a ningún lugar. Pero pese a ello, aun llevas algo mio. Algo que te di hace mucho tiempo. Porque pese a que ya no te queden cadenas, aun conservas el candado y yo la llave. Me pregunto si aun recordaras. O si por el contrario, aun guardas el deseo de recordarme.
El halcón te enseñara el camino. Si quieres encontrarme, solo tienes que encontrar la llave.
Observe en el horizonte como el halcón volaba como el señor del cielo, y sonreí al contemplar como venia hacia mí. Abrí el ventanal. Y el ave, agitando sus alas, graznó antes de posarse en el brazo que puse en alto. La extremada belleza del halcón me hizo sonreír aun mas mientras acariciaba su plumaje. Le di de comer, observando que en su pata ya no llevaba consigo la nota que le había depositado, por lo que Eyra ya debía tenerla en su poder.
Observe hacia el campanario, donde ella se encontraba, preguntándome si estaría mirando en mi dirección, preguntándome si me odiaría por seguir jugando a este juego con ella. Temiendo que decidiera abandonar para marcharse, dejando de lado la fantasía y el juego de un lunático como yo. Aunque lo cierto era, que esperaba que su curiosidad -como hiciera antaño-, siguiera guiando sus pasos en esta ocasión hacia mí…pues pese a lo extraño que pudiera sonar. Añoraba el frio… El frio de sus manos, el frio de su tacto, el vacio de su pecho y de su corazón sin palpitar. Extrañaba el invierno que siempre nos envolvía y el pasar de las horas ante ese tiempo infinito. En el que simplemente compartíamos nuestra simple cercanía, sin que ninguna cosa interrumpiese esa paz que nos acompañaba…
Y asi, simplemente ido en mis pensamientos, en mis recuerdos y en la soledad que me acompañaba, deje pasar el tiempo, hasta que al fin un extraño ruido me hizo comprender, que ya no estaba solo en el gran faro de Grindavík…
Jerarld Délvheen
Vampiro/Realeza
Mensajes : 476 Fecha de inscripción : 14/08/2011 Edad : 794 Localización : Paseando por el techo de casa...
Había escuchado muchas historias sobre el faro de Gríndavik y ninguna de ellas aguardaba moraleja alguna que me incitara a ir hasta allí. Unos decían que allí había sucedido un escalofriante asesinato pasional de una pareja hacía ya muchos años: las víctimas eran dos amantes y el autor, un hombre enamorado de la mujer que, despechado, prefirió colgar al hombre de un gancho situado en medio del faro, quemando luego el mismo edificio para, finalmente, suicidarse lanzándose a las rocas que custodiaban el faro del rabioso oleaje marino que las azotaba. En el pueblo se decía que el alma torturada del asesino aún habitaba en aquél faro aun en ruinas, pues sólo se mantenían en pie las paredes exteriores, parte de la escalinata que subía hasta el balcón de vigilancia dónde se ubicaba el foco apagado que antaño solía guiar los barcos que atracaban en la aldea, la cocina prácticamente íntegra y parte de una sala dónde aun se conservaba el gramófono con el disco que aquél asesino había puesto para que sonara mientras llevaba a cabo semejante matanza.
No, definitivamente, nada bueno podía llevarme hasta aquél abandonado y solitario faro sin utilidad ni función. De hecho, de camino al lugar que me indicaba aquél halcón que había encontrado en lo alto del campanario con la nota bien atada a su pata, me encontré con Angus, el enterrador del pueblo, quién me advirtió de la peligrosidad del terreno y del faro en sí, pues resultaba ser que se caía a trozos al mínimo vendaval que soplara su frágil estructura.
- Si no regresáis en un par de horas, iré a por vos.- dijo el buen hombre, visiblemente preocupado por mi decisión de ir hasta allí pese al temporal que se avecinaba, pues habían saltado las alarmas de una tormenta y muchos pescadores habían decidido dejar las barcas y regresar a sus casas, protegiéndolas y cerrando así ventanas y puertas. Angus fue el último del pueblo en ponerse a salvo y sin embargo, ahí estaba yo, tomando una pequeña embarcación y remando pese al fuerte oleaje hasta llegar a las rocas dónde até el cabo de la barca tan bien como supe hacerlo, preocupada por si el viento se la llevaba consigo y luego me impidiera el retorno a casa.
Alcé la mirada y contemplé un momento de más aquél faro en ruinas, distinguiendo el halcón entrando por la ventana de la cocina dónde había residido el supuesto fantasma del faro. ¿Se encontraría allí el misterioso remitente de aquellas notas? Releí la carta un par de veces más, un tanto nerviosa por lo que podría avecinarse si no era cauta. Sin embargo, sabía que había hecho bien en ir hasta el lugar señalado y descubrir así la verdad de aquél juego infantil. Pronto todo tendría una explicación y mi curiosidad malsana se vería satisfecha.
Recogí mi voluminosa falda y empecé a escalar por las abruptas rocas con ciertas dificultades, salpicándome el mar con violencia hasta que al fin llegué a los pies del mismo faro cuya puerta permanecía abierta completamente, invitándome a entrar. Guardé la carta en uno de mis bolsillos y entré en el edificio que olía pésimo, contemplando a mi alrededor la sala circular repleta de polvo y retales de piedra y demás materiales que antiguamente habían conformado el mobiliario que ahora escaseaba. Sobre mí pude distinguir la escalera de caracol que subía hasta el foco de luz ya apagado y tras de mí, un claustrofóbico pasillo al final del cuál pude ver cierto atisbo de luz. Sin dudarlo, me encaminé hacia allí con paso firme, llegando así a una pequeña estancia con una chimenea cuyas brasas ardían en un fuego pequeño pero cálido que se agradecía debido al frío invernal que azotaba el exterior. Aquella sala sólo contenía de más una alfombra en el suelo de madera, una mesa auxiliar dónde se encontraba el gramófono polvoriento y una silla cuya tercera pata estaba rota.
Movida entonces por el morbo, crucé la sala y me acuclillé frente al gramófono, soplando el disco para eliminar parte del polvo que anidaba en este, deslizando la yema de mi dedo índice por el pinchadiscos que dispuse sobre el disco, empezando así a sonar la última melodía que aquél faro había escuchado en años.
Me erguí lentamente, perdiéndome por un momento en el crepitar del fuego hasta recordar el motivo de mi visita a un lugar tan alejado como aquél. Así di media vuelta, dispuesta a dirigirme a la cocina ubicada junto a aquella misma sala dónde yo me encontraba. Sin embargo, allí, en el umbral de la puerta, identifiqué al fin a aquél que tan entretenida mañana me estaba haciendo pasar. Sobre su hombro derecho, el halcón graznó al verme.
- De saber que veníais a visitar Gríndavik le hubiera preparado una visita guiada por la aldea y le habría ofrecido unas magdalenas de chocolate que junto a un té le habría ayudado a entrar en calor. Pero algo me dice que no está interesado ni en turismo de la zona ni en su gastronomía.- reí, paseándome por la sala y deteniéndome ante él con una sonrisa divertida.- ¿Qué le trae por éstas frías y alejadas tierras, más allá de ser éste un viaje lúdico para vos?
El halcón volvió a graznar y finalmente extendió sus alas y emprendió el vuelo por el mismo sitio por el que había entrado, dejándonos a solas y en silencio, pues la melodía cesó demasiado pronto para mi gusto y un relámpago iluminó el cielo como última advertencia del temporal que se avecinaba sobre Gríndavik.
- ¿Que es aquello que me dio y que aún conservo?- insistí, extrayendo del bolsillo la arrugada nota que le desplegué ante él a la espera de obtener mis primeras respuestas a aquél entuerto.
¿Cómo vivir, sabiendo que tu amor respira y contempla la vida en un lugar que no está junto a ti? ¿Cómo sobrevivir cuando sabes que ya nada te completara ni nada se llenara del mismo modo que antes? ¿Cómo continuar, cuando sabes en el fondo de tu alma, que pese a lo que todos digan, que pese a lo que ha ocurrido y que incluso pese a que ella misma ya no te ame…no puedes continuar si ella no esta ahí?...
Había vivido una mentira. Una vida llena de engaños, y pese a todo la prefería asi si al menos asi podía compartir un instante a su lado. Y es que, aunque me pesara, mendigaba por un amor que había sido falso…
Observe el vuelo del halcón, perdiéndose entre las nubes de la tormenta. Y es que ya no había vuelta atrás. Tanto como si todo se torcía y mis mayores temores se hacían realidad, como si por alguna extraña razón, la vida me ofrecía una segunda, tercera…o cuarta oportunidad. No... Ya no había vuelta atrás.
Baje la mirada y le contemple con sosiego y seriedad. Apreciando su sorpresa, su duda y aquel brillo en su mirada. ¿Era posible que fuera real? … Lo era… Pese a mi temor, aquella mirada era real. Asi como el brillo inocente que ahora aguardaba y me miraba. Como si ella sintiera una gran curiosidad ante mi o mis palabras. Y es que aquella no era mi esposa y eso me alegraba. Aquella era la muchacha de Grindavik, la que en una sola noche convirtió mi vida en un mundo en el que todo podía cambiar, una vida en la que había esperanza y algo que empezaba a llamarse amor. Era a ella a quien venia a buscar, a esa chica, a ella…y tan solo a ella.
Me incline hacia ella acercando mis labios a su oído izquierdo. Sin poder evitar deleitarme con su aroma fresco y frio, y le susurre la respuesta.
Mi corazón.
Su rostro se giro hacia mi, alzando ella su mirada sorprendida mientras yo aun contemplándole desde cerca, le miraba hacia abajo, sin poder reprimir una sutil sonrisa ante su mirada, pues habría jurado que de haber podido ser posible, el rubor habría subido a sus mejillas. El tocadiscos siguió girando pese a que ya no había música.
No soy aquel barón en quien piensas, aquel altanero con una vida descarriada alardeando de su fama, de su dinero o de su poder…Solo soy yo, aquel chico torpe que te lleno de barro y te metió en apuros cuando tu solo querías descansar una tranquila noche…No soy nada más que eso. Aquel chico perdido que aun hoy sigue buscándote, pero no para vivir una mentira, sino para que le aceptes y vivas una vida real junto a él...
La música del tocadiscos continuo, como si de pronto la aguja hubiera encontrado lo que deseaba, continuando con una melodía hermosa, que ciertamente…mucho me sonaba. Tal vez porque la había compuesto yo.
Los truenos resonaron y los rayos iluminaron la estancia dando a nuestras siluetas aspectos espectrales mientras el silencio nos acunaba. Suspiré.
De haber sido humano, me habría encantado probar las magdalenas y el té. Aunque créeme…Estoy seguro de que me las habría comido todas, me habría puesto gordo y ya no podría pegar a armarios fornidos como los que habían en el bar aquella noche…
Y como de costumbre, rompí tal momento como solía hacer…No porque fuera un idiota –que también cabe decir que lo era– sino porque siempre que me ponía nervioso decía estupideces varias intentando relajarme y darle un aire más desenfadado a la situación…Claro está, que eso nunca lo supo nadie hasta ahora. Y es que aquel atolondrado escritor de antaño que yo habia sido...Nunca me abandono del todo.
Jerarld Délvheen
Vampiro/Realeza
Mensajes : 476 Fecha de inscripción : 14/08/2011 Edad : 794 Localización : Paseando por el techo de casa...
No puede evitar sonreír, agachando la mirada y encaminándome hacia la ventana por la que había emprendido el vuelo el halcón. Me quedé ahí, mirando la lejanía, escuchando de nuevo en mi cabeza las últimas palabras del barón.
- ¿Sabe? Anoche tuve un sueño. Llorando me hallaba yo en la estación. El tren se iba y yo no podía retenerle junto a mí. Bien sabíais vos de mi dolor y del por qué de mis ojos tristes, más no podía ya sonreír. Mirando el gran reloj me daba cuenta de que sólo quedaba un minuto nada más y pensaba "Luego te irás, luego te irás diciendo adiós". Y yo me quedará muy sola en el andén, envuelta entre la gente que mis ojos ya no ven. Mi vida sin querer, se marchaba en ese tren y yo recordaba aun las caricias y los besos del ayer. Mi mundo se acabó, nada tenía ya valor si no estabais vos conmigo. Ya nada me importaba, ya nada quería, pues sin su cariño yo por vos moría.
Envolví mis brazos con mis propias manos, como si me abrazara a mí misma. De pronto, sentía frío en mi piel y un estremecimiento me hizo castañear los dientes. ¿Era eso posible? ¿Sentir frío cuando mi cuerpo ya de por sí era frío? No tenía sentido.
- Es un sueño recurrente, ¿sabe? Desde mi marcha de París me persigue, como si quisiera recordarme todo cuanto dejo atrás. Es vos quién sube a ese tren y se va, más de algún modo, sé que tuve que subir con él cuando se me tendió la mano para abordar ese reto, el de emprender un nuevo rumbo, una nueva vida.- proseguí, apretando mis labios con fuerza cuando el temblor hacía vibrar mis palabras.- ¿Es posible, Jerarld? ¿Es posible que ese tren vuelva a pasar por mi estación y sea su mano la que me invite a viajar en él?
Poco a poco fui girándome hasta que mis ojos se focalizaron en su figura. No pude evitar mirarle de abajo arriba, deteniéndome en cada detalle de su anatomía, en cada pliegue de su ropa, en cada rastro de lodo que bordeaba sus zapatos, en cada destello que su reloj de bolsillo profería, en cada parpadeo de sus ojos o en cada tic de sus labios cuando éstos no sabían si sonreír, si permanecer en silencio o si hablar. De pronto, me invadió una sensación extraña, como la que uno siente cuando está en paz, en la calidez de su hogar, en un entorno familiar y en el que se siente seguro. Así me sentía ahora yo ante él. Quizás sólo había sido una noche juntos, pero... ¡había sentido más en esa noche que en toda mi vida!
No dije nada. Me limité a cruzar la sala y estrechar mis brazos en torno a su cuello, acomodando mi cabeza sobre su pecho silencioso. Cerré los ojos, sonriendo de felicidad al verme envuelta entre sus brazos firmes. Su aroma era el mismo que el de aquella noche, nada había cambiado en él: ni su aspecto, ni su voz, ni sus tics, ni sus poéticas palabras, ni aquél centello en sus ojos, ni la textura de su piel, ni su olor... Era él, seguía siendo él. Era él y yo seguía siendo yo.
- ¿Cuál es el precio a pagar por semejante boleto?- pedí con una suave risa que invadió la habitación, deshaciendo poco a poco el nudo que mis manos habían establecido en su nuca, volviendo así todo mi peso a mis talones para al fin alzar la vista hacia su rostro y contemplar un destello extraño en sus ojos que juraría haber provocado el sonrojo en mis mejillas.
¿Como explicar la sensación que sientes cuando miras los ojos de alguien y te ves a ti mismo en ellos? ¿Cómo explicar cuando sientes que todo encaja, que todo tiene un porque, que todo sucede por una buena razón?
¿Cómo me sentía…? Como si un rayo hubiera alcanzado el mar y su electricidad se hubiera desparramado por el oleaje, como si el fuego y el agua se mezclaran crepitando ante el simple contacto entre ellos, como la misma nieve que se deposita sobre los petalos de cualquier flor y permanece allí hasta que se derrite, deslizándose por la superficie de las hojas hasta encontrar su hogar en el interior de la naturaleza…Me sentía como aquel que encuentra lo que mas anhela en el mundo. ¿Por qué? Porque ella era mi luz, el socorro entre la tormenta, la mano a la que agarrarme, el abrazo que no debía soltar jamás.
Sonrei ante sus palabras y ante aquella mirada que me dedicaba, que habría jurado que le provocaba aun cierta vergüenza ante mi. Y es que pese a eso, no lo pude evitar. Me quede mirándole, recordando lo que tanto extrañana de ella. Mirando sus ojos penetrantes, cuya luz y brillo me recordaba al sol que nunca mas pude ver y tanto necesitaba; Su voz, tan dulce que podía superar el canto de la mas dulce sirena; sus cabellos negros, salvajes y alborotados, que me traian el aroma fresco y envolvente de su figura; sus labios rojizos y carnosos que tanto me recordaban el aliento que me faltaba y la palabra que no encontraba cuando ella no estaba… Y es que eso era una simple y pobre descripción de su persona. Que tarde lo había comprendido todo…y que tonto habia sido. Ella lo era todo, y ni siquiera podría describir cuanto su sola imagen me suscitaba y hacia surgir. Supongo que nunca sere un escritor digno de representar y describir la sensación que su sola cercanía me aportaba. Pues ahora, mientras contemplaba su mirada calida y tierna entendía al fin, que volvía a estar en casa, y volvia a sintirme seguro, como si al fin hubiera vuelto al lugar que mas anhelaba del mundo entero.
Rodee su cintura con mis brazos, envolviéndola un instante. Sin poder reprimir una ligera sonrisa ante el confort que aquel gesto me aportaba. …Es complicado. Pues este es un viaje sin fin ni retorno, Un viaje que incluso la misma muerte ignorara. El precio de este viaje es la eternidad a mi lado, y es un alto precio créeme. Bromee ligeramente. Pues podia decir eso con conocimiento de causa, y seguramente ella lo intuía. Sin embargo, baje un instante la cabeza y le hable con el corazón en la mano, pues queria que supiera que realmente no habia nada mas tras mi palabras, era sincero con ella de todas las formas inimaginables. He cometido muchos errores, y ni siquiera soy digno de tu mirada…Sin embargo estoy aquí, negué mientras sonreía, volviendo la mirada hacia ella. Estoy aqui, temblando como un chiquillo, porque me he dado cuenta de que todo lo que tengo y de todo lo que soy es gracias a ti. Mi vida, mi camino, mi felicidad… mi mundo entero se ha formado gracias a ti. Yo no necesito ni dinero, ni poder, ni fama alguna. Pues eres tu quien me hace grande, quien me hace sentir pleno, quien me da alas y a la vez me hace sentir pequeño ante tu sola mirada…Solo te necesito a ti. A tu lado no me hace falta nada más. Coge este tren conmigo, pues estoy aquí, he venido a por ti…y vámonos. Vámonos juntos de una buena vez…
Después de mi larga vida, después de todo lo que había vivido allí estaba. Temblando como si aun tuviera sangre y ésta se bombeara a mi corazón inerte con firmeza. Como si aun pudiera éste escaparse por mi boca, como un loco...igual que un loco. Un loco enamorado...
Jerarld Délvheen
Vampiro/Realeza
Mensajes : 476 Fecha de inscripción : 14/08/2011 Edad : 794 Localización : Paseando por el techo de casa...
Envuelta aun entre sus brazos, aferré mis dedos al cuello de su camisa, apretándole para que mi mismo cuerpo se apegara al suyo, acomodando de nuevo mi cabeza sobre su pecho silencioso, aspirando su aroma, su inconfundible aroma. Sonreí con dulzura.
- Tengo una idea mejor.- propuse de pronto, alzando el mentón para mirarle a los ojos mientras la sonrisa se ampliaba en mis labios pícaros.- Quédate conmigo, Jerarld. Quédate aquí, en Gríndavik, junto a mí. Empecemos dónde lo acabamos aquella noche.
Jerarld despegó sus labios para responder a mi sugerencia, más no pudo permitir a su voz aparecer en escena cuando me puse en puntillas y ascendiendo mis manos por su cuello hasta enredar mis dedos en su cabello, mi aliento acarició su boca y le robé las palabras una vez más.
- ¿Recuerdas la última vez que me propusiste quedarme a tu lado? ¿Compartir tus días conmigo? Me pediste que lo pensara y, ¿sabes? Ochocientos años dan para mucho.- reí.- Pero tal y como dije antaño, reitero mis palabras: Hasta el fin del mundo, Jerarld. Te amo.
Estreché distancias, conteniendo mi aliento y cerrándoseme ya los párpados. Sólo pensaba en aquello que me empujaba a su boca, aquél deseo, aquél amor que tantas fronteras había logrado cruzar y permanecer, aquél cariño incondicional, aquella chispa que aun recorría mi piel ante su simple roce...
Pero me detuve cuando mis labios ya tocaban los suyos y reí suavemente, retrocediendo y volviendo el peso a mis talones. Quiero hacer bien las cosas. Esta vez sí, me dije a mí misma, negando con la cabeza antes de darle la espalda y caminar hacia la chimenea, contemplando su crepitar para romper luego el silencio que se formó en la sala.
- En realidad, vivo muy modestamente.- comenté de pronto, removiendo las brasas con el atizador de hierro.- Mi casa es pequeña, solamente con un dormitorio, una cocina y un salón. No hay baño, pues me lavo en la fuente del jardín y me baño en el río. Fuera se encuentra el retrete, junto a los establos de los caballos. Oh, ¿no te lo dije? Soy ganadera.- reí, mirándole de medio lado antes de volver a la tarea en la chimenea.- Tengo un par de vacas de las que extraigo la leche para mi propio suministro, así como unas gallinas para los huevos y un pequeño huerto del que me alimento... porque sí, me estoy acostumbrando a alimentarme de comida humana, me es más fácil aferrarme a mi humanidad si mantengo algunas viejas costumbres humanas.-apunté sin darle mayor importancia.- En la parte trasera de mi casa hay un antiguo garaje que ahora uso como taller para fabricar cerámica. Hago vasos, jarrones y pequeñas piezas de joyería con piedras y cristales. De hecho, las esculturas que verás en mi residencia las hice yo.. son obra mía.- musité, creyendo recuperar el rubor en mis mejillas a medida que le iba contando mi vida.
Me erguí y limpié mi falda sucia de cenizas, volteándome hacia mi interlocutor enmudecido, sonriéndole con timidez mientras jugaban mis dedos con un tirabuzón de mi cabello.
- ¿Crees que esta es vida para un barón?- le pregunté entonces, sin contar que mi voz destilara cierta tristeza en mi tono, como si mis propias palabras pese a ser una cuestión no resulta, ya se imaginaran la cruda verdad de ella. Era como si más que una pregunta, fuera una afirmación.
De pronto, tras la figura de Jerarld, creí ver lo que parecía ser un anzuelo que avanzaba sin sentido alguno por el pasillo, colgando del techo y aun así, recortando distancias a gran velocidad. Como siguiera así, ¡se incrustaría en la espalda de Jerarld! Así que, sin pensarlo dos veces, avancé hacia él, le aparté de un empujón y antes de poder decir nada siquiera, sentí en mi abdomen cómo el anzuelo perforaba la tela de mi ropa y atravesaba mi piel, incrustándose en mis entrañas hasta hacerme escupir un hilito de sangre. Miré el anzuelo, dispuesta a arrancármelo cuando aquél que lo sujetaba se mostró ante nosotros, congelándome la sangre en las venas.
Torci una sonrisa, ciertamente con una pizca de perversidad. No es la vida de un barón. Ella parecio entristecerse en el mismo instante.Pero si es la vida que yo necesito. Indique acabando la frase ante la sonrisa que volvia a nacer en ella, lamentando enseguida mi pequeña broma.
Si…Me quedare aquí. Sonreí ante su propuesta descabellada y maravillosa. ¿Porque no hacerlo? ¿Por qué no quedarme allí junto a ella, Porque no retomar el hilo de donde todo quedo aquella noche? Me volvi a acercar a ella y le sujete por la espalda, abrazandole asi. Si y mil veces si cielo mio… Me deleite con aquel abrazo tanto como con el aroma de sus cabellos, envolviendo su cuerpo y volviendo a sentir esa paz que ella daba.
Me parece una idea estupenda. Aunque…yo propondría cosas para agrandar esa casa… Indique cual travieso mientras le giraba y me acariciaba el mentón, comenzando a caminar a su alrededor. Quizás una casa más grande nos vendría bien…Quizás con una habitación mas, para meter un piano…o quizás con un baño donde… Indique acercándome para susurrar con cierta picardía en su oído. Nos podamos bañar juntos esos días fríos de invierno… Ella sonrió, girándose mientras yo besaba su frente, bajando mi rostro para rozar su nariz con la mía, casi apreciando el rubor de su rostro.
Eyra se distancio, y volvió a limpiar las cenizas de su vestido, pero entonces, de pronto su semblante frunció su ceño cuando miro tras de mí. Ella se acerco veloz y cuando me di cuenta…
¡Eyra!
¡Era demasiado tarde! ¿Que había pasado? ¿Quien había hecho eso?
Me abalance sobre ella, Sujetando su torso y retrocediendo inmediatamente con ella, agarrando el anzuelo y sacándolo de su piel mientras su frágil figura temblaba entre mis brazos que ahora la sostenían. Me gire para contemplar el rostro descompuesto del hombre que había osado aparecer y acercarse,-uno al que no habia sentido ni olido, cosa que me sorprendio- sintiendo que me hervía la sangre como hacía demasiado que no sentía. Gruñí feroz, enseñando mis colmillos, dispuesto a atacar. Mas el hombre de aspecto enfermizo se acerco y su rostro se desencajó, como si su cuerpo estuviera hecho girones. Su mandíbula se abrió de manera sobrenatural y entonces, cuando un nuevo paso le hizo avanzar un grito gutural salió de aquella garganta, irradiando un fuerte viento en nuestra dirección. Protegí a Eyra con mis brazos instantáneamente, girándome para que aquello no le diera a ella, mas cuando volví la cabeza, aprecié como el cuerpo del hombre se tornaba en una masa de humo negro que se desintegraba alzándose en el aire para elevarse por el faro. Ante un gran chirrido que hizo estallar todos los cristales de las ventanas, como si fuera un ente, ¡un fantasma loco!.
Un gran trueno hizo rugir los cielos y antes de que me pudiera dar cuenta, un rayo daba en el faro, incendiando el techo, mientras los trozos de cristales comenzaban a caer rápidamente. Mire hacia todos lados y me di prisa en tomar en brazos a Eyra, haciendo que ella se agarrase bien a mis ropajes. Su vientre sangraba debido al extraño anzuelo que el hombre había clavado en su vientre.
Corrí hacia una de las ventanas y esquive algunos trozos de la pared y de la madera que caían con el fuego iniciado. Mire hacia abajo, donde el acantilado nos esperaba. El faro se estaba quemando, y las ruinas a punto de caer sobre nosotros. Las manos de eyra se aferraron a mi ropa y a mi carne, mientras yo la miraba tragando saliva. Cogiendo algo de impulso antes de saltar sin dudarlo con ella en brazos, saltando hacia el abismo y cayendo en medio del fuerte oleaje que junto a las rocas nos recibió con los brazos abiertos. Nos hundimos en el fuerte oleaje, golpeandonos ambos con la rocosidad del mar, mientras ambos nos mirábamos bajo las oscuras aguas, aun agarrados. Nos alzamos por encima de las aguas hasta sacar las cabezas y apreciamos así como el faro estallaba y continuaba quemándose ante nuestros ojos que miraban con ansia como el lugar donde momentos antes habíamos charlado. Mas, cuando aun el crepitar de las llamas me distraía, senti que algo no iba bien.
Contemple a Eyra, apreciando como sus parpados comenzaban a cerrarse. Si hubiera tenido corazón, y palpitante, este habría querido escaparse por mi boca ante la ansiedad de aquel momento. Le sujete por el torso y ambos nadamos hasta que llegamos a la orilla. La lluvia espesa se sumó a la noche tormentosa, siendo los rayos los que iluminaron mi camino con ella en brazos cuando le lleve conmigo a su propia casa. Donde a tientas busque su habitación, quitándole las ropas mojadas para meterle en medio de su lecho reconfortable y cálido.
Me senté a su lado, aun goteando y acerque mi muñeca a mis colmillos desgarrando mi piel para acercar el corte a sus labios carnosos. Acaricie su rostro a la vez que sus labios entreabiertos recibían las gotas rojizas que caian sobre ellos, siendo luego sus propias manos las que aun ante su sueño sujetaron de mi brazo para beber lentamente de mi ante mi mirada que realmente me mantenía ajeno ante la simple belleza de su rostro dormido…
Menuda noche de locos, ¿porque siempre nos pasaban esas cosas?
Oh Eyra... No es la vida del barón la que quiero…Sino la vida del hombre que ama y es amado. ¿Me dejaras demostrártelo cuando despiertes? Porque quiero estar aqui cada dia, quiero que seas lo que yo mismo vea cuando abra los ojos cada anochecer...
Jerarld Délvheen
Vampiro/Realeza
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Aquél que logró desperezar mis ojos fue el repiqueteo de un pájaro cuyo pico martilleaba la madera de mi ventana hasta abrir un diminuto agujero por el que se filtró la luz del día que atravesó el dormitorio para alojarse en un rincón de la sala. Abrí bien los ojos y luego llevé una de mis manos fuera de la sábana blanca que me cubría, restregándome los dedos por mis ojos como si así el sueño se borrara completamente de mí. Bostecé un par de veces, quedándome anonadada mirando aquella pequeña perforación de la madera de mi ventana cuya luz no me tocaba. Por un instante, quise hacerlo y antes de darme cuenta, ya había colocado mi mano sobre el haz de luz, frunciendo mis labios ante el dolor que el quemazón provocaba en mi piel y el horrible olor a chamusquina que de mi mano ahora emanaba. La retiré casi al instante, escapándoseme un suspiro. ¡Nunca me acostumbraría a vivir en las sombras! Suspiré entonces, colocando mi mano dañada bajo mi propia cabeza ladeada sobre la almohada, encontrando entre mis dedos algo un tanto viscoso y de aroma marino. Tiré de ello y mi sorpresa fue mayúscula al identificar el alga. ¿Cómo había llegado el alga a mi cabeza? Luego recordé el extraño sueño que había tenido aquella noche y llevé mis dedos a los labios, como si quisiera acallar aquello que mi mente quería decir. Pero no. ¡No podía ser posible!
Hacía ya tiempo que soñaba con aquél barón que había conocido en París, Jerarld. ¿Por qué creer ahora que aquello no era un sueño como otro cualquiera? ¿Por qué seguía esperando encontrarlo de nuevo en mi vida? ¡Cómo él iba a venir a buscarme después de la fatídica cena que le ofrecí la última noche de mi estancia en Francia! Si seguramente él ya no se acordaría de mí... Entonces, ¿por qué seguía esperando un milagro? ¿Por qué me dañaba la idea de haberle perdido realmente, si ni siquiera le conocía? ¿Por qué odiaba saber que sólo se había tratado de un sueño? Aun podía recordar cada una de las palabras que él me había dicho en aquél faro justo antes de el sueño se tornara pesadilla. Aun podía recordar su figura, su rostro, los detalles de sus ojos o del aroma de su pelo. ¡Había sido tan real! ¡Tan bello! ¡Y tan efímero!
Pero pese a saber que no había sido más que un sueño, intenté recordar lo último que había hecho anoche. ¿Cuando me había quedado yo dormida? ¿Quizás en la fiesta? ¡Pero recordaba haber salido de la taberna! Y en ese momento.. yo encontré aquella primera nota que me llegó más tarde a casa, luego al campanario y de allí al faro... ¿Dónde diablos terminaba la realidad y empezaba el espejismo? Solté de pronto una blasfemia, un tanto estresada por la situación. De pronto, me sentía como una chiquilla cuya resaca de la noche anterior le nublaba los recuerdos de su vida. ¿A eso me dedicaría a partir de ahora? ¿A emborracharme y olvidar? Quizás así ahogaría mis penas y mis tristezas. Quizás así todo sería más feliz para mí. Quizás, al menos así, mientras durara el efecto del sueño, yo me sentiría más cerca de él, más cerca de Jerarld...
¡Qué patética eres, Eyra!, me grité para mis adentros, negando con la cabeza aun en mi almohada, incapaz todavía de levantarme del lecho, convirtiéndome en un ovillo que se abraza las rodillas. Aquél era uno de esos días en los que uno no quiere levantarse de la cama. Pero, ¿y si no lo es? ¿Y si no fue un sueño?, insistió la parte más irracional de mi ser, llevándome entonces a recordar el brutal ataque del anzuelo en el faro a manos de un fantasma. De haber sucedido realmente, ¿habría quedado una cicatriz al menos, no? Sonreí ampliamente ante mi magnífica idea de comprobación, dándome prisa a la hora de apartar mis ropas de mi cuerpo, localizando al fin la piel de mi vientre, un vientre intacto e impoluto. Nada de nada, ni siquiera había un solo rasguño. Volví a suspirar, abatida.
Entonces me giré en la cama, queriendo dar la espalda a la ventana que alumbraba la habitación en penumbra. Y allí estaba él, otro de mis espejismos. Sonreí sin darme cuenta, pues en el fondo, me alegraba que mi mente me torturara de aquél modo, pues al menos así podía sentirme más cerca de Jerarld, aunque todo fuera una manipulación de mi cabeza loca. Al menos así, podía verle dormir como ahora, tan cerca mío. Me deleité con su rostro tranquilo y apacible, contando sus respiraciones para acompasarlas con las mías. Su cabello cobrizo descansaba sobre mi almohada con naturalidad, enmarcando sus cejas a sus ojos cerrados, protegiéndolos sus largas pestañas claras. Las aletas de su nariz de inflaban cuando respiraba y volvían a su forma normal cuando expulsaba el aire de sus pulmones a un ritmo lento. Sus labios entreabiertos parecían reclamarme, como si me llamaran a gritos ¡BÉSAME, QUE TENGO FRÍO SIN TU CALOR!. Reí ante mi estúpido pensamiento, temiendo despertarle realmente. ¡Cómo si pudiera! Si ya sabía que en cuanto alargara mi mano hacia su rostro blanquecino su imagen se desvanecería entre mis dedos y dónde antes estuviera él luego sólo me quedaría el vacío de su ausencia y el recuerdo de su presencia. Una presencia falsa, pero más verdadera para mí que mi propia existencia.
Tensé las mandíbulas.
Has de acabar con este delirio cotidiano, Eyra. Termina de una vez con esto que sólo te llevará a la locura.
Asentí para mí misma como si el diálogo fuera entre mi conciencia y yo, obedeciéndola a ella finalmente, pues era ella la cuerda, no yo. Cerré un momento los ojos antes de volver a mirarle, queriendo retener de él los últimos segundos de su presencia en mi lecho, a sabiendas de su desaparición en cuanto dejara caer mi mano sobre su mejilla, tal y como hice. Sólo que en aquella ocasión... no desapareció.
Pestañeé. Retiré la mano de su mejilla gélida y suave. Estreché mis ojos y contuve el aliento, confusa cuando volví a posar mi mano sobre su rostro cuidadosamente, esperando entonces su desvanecimiento. Él seguía allí. Volví a parpadear. ¿Era eso posible? ¡Había perdido la chaveta completamente! Ahora ya no sólo le imaginaba como a un fantasma... ¡ahora le imaginaba de carne y hueso!
No lo dudé. Retiré mi mano de él y sin vacilar, empecé a abofetear su mejilla con fuerza, cerrando los ojos mientras gritaba:
- ¡DESAPARECE, DESAPARECE, NO ERES REAL, NO ERES REAL!
Pero su piel, su figura, sus contornos... todo de Jerarld había permanecido allí, inmóvil, sólo que ahora sus ojos abiertos me miraban interrogantes y sus quejidos inundaron la habitación hasta que dejé de pegarle. Instintivamente me erguí, retrocediendo por la cama hasta caer de ella y quedar bajo la ventana, acurrucada y mirando a Jerarld como si acabara de ver al mismísimo diablo personificado. Llevé mis manos a mis labios, asustada. ¿Qué sucedía conmigo? ¿En qué momento había perdido el último tornillo de mi cabeza?
De pronto, los pelirrojos cabellos del joven se asomaron por encima del colchón y yo grité una vez más, dando un salto por encima de él para llegar así a la puerta, la cual abrí y bajé escaleras abajo a trompicones, llegando a la cocina para tomar un cucharón de madera con el que pensaba defenderme de aquella muy real visión de mi cabeza. ¿Dónde podría esconderme de algo así? Supuse que debajo la mesa me pareció un lugar muy seguro, porque allí fue dónde me acurruqué con los ojos cerrados y deseando que aquél mal trago pasara cuanto antes.
Pero entonces, sus pies se detuvieron junto a la mesa dónde yo me había escondido y al abrir mis ojos y ladear la cabeza, allí estaba él de nuevo, mirándome con fijeza y cierto aire confuso. ¿Cómo iba a estar él más confuso que yo? Así que ante el espanto, no dudé en volver a atizarle a la cara, sólo que ésta vez, con el cucharón de madera. Al golpearle la nariz, Jerarld se quejó y retiró su rostro de debajo de la mesa, por lo que yo aproveché el instante para apartar las sillas e intentar escapar de él a gatas. No obstante, su mano se enredó en mi tobillo y tiró de él...
Maldición... ¿desde cuándo los espejismos tienen dones de telequinesis?
¡Eyra que soy yo! ¿No? ¿yo no te valgo? ¿El lechero? ¿El cartero? ¿El panadero? ¿El párroco nuevo?
Con cada respuesta llegaba un “cucharetazo” nuevo a esquivar. Me volvi a inclinar para mirar debajo de la mesa, agarrándome la nariz con una mano después de que me arrearan con el cucharon. ¿Es que nadie le habia dicho a esta mujer que una cuchara de madera era un arma mortal de gran nivel!?
Pero cielo, ¿qué demonios te ocurre? Soy yo, soy…Jer…Entrecerré los ojos al comprender que ella me recordaba, pero que me seguía viendo como el extraño de la taberna de Islandia. –El extraño con el que había tenido hijos, se había casado, divorciado y demás demases…pero el extraño que no debía de estar ahí y al que no recordaba a fin de cuentas–
Le cogí del tobillo y comencé a arrastrarla por el suelo de la cocina mientras aun me frotaba la nariz, girándole luego hacia arriba para ponerme de cuclillas, sujetarle por la cintura, alzarle y posármela sobre el hombro izquierdo. Como quien coge a su cría y se la lleva ante una pataleta mientras ella rechistaba y decía que yo no era real, que yo era algo de su imaginación, que no podía ser cierto que su mente le hiciera esto. Mientras que yo subía las escaleras con ella silbando una animada canción, tomándome las confianzas de ir golpeando su trasero mientras llegaba arriba de la escalera. Empecé a buscar por el pasillo, pero entonces recordé que Eyra decía bañarse en el rio…Sin embargo, debía haber algo con agua por ahí. Eyra seguía hablando con sus fantasmas, mientras yo me paseaba por su casa en busca de lo alguna estancia donde tuviera ella algún trastero o alguna cosa. Hasta que abriendo una puerta, encontré una gran estancia, similar a una bodega, pero llena de ropa vieja y sucia. En medio había una gran barrica de madera llena de agua. Sonreí antes de acercarme con Eyra y con toda la suavidad, el cariño y el amor del mundo, dejarla caer con ímpetu dentro de la gran barrica de agua fría.
Puede que no sea real, pero me voy a dar un baño contigo y nos quitaremos este horrible olor a algas de mar. Eyra me miro con los ojos entrecerrados y gesto de indignación, aun sujetando su mortal arma de madera para usarla contra mi si la ocasión lo requería. Dios mío menudo zarandeo para despertar, ¡eso había que patentarlo como despertador efectivo pero ya! Jamás en mi vida me había despertado tan rápidamente.
Me encaminé hacia las escalaras, cogiéndome de la barandilla para dar un salto al piso inferior y me dirigí hacia la cocina. Donde me dispuse a hervir agua en dos grandes teteras. Subiéndolas cuando ya estaban listas a donde mi paranoide amada luchaba contra las algas y los enredos de su pelo.
Se que debería haber traído el agua caliente antes de lanzarte al agua fría, pero… ¿A que ahora estas despierta y fresca? Indique sonriendo de oreja a oreja. Jejeje Y es que sabia que aunque tuviera que dormir en el sofá el resto de la eternidad, eso valdría la pena con tal de que Eyra dejara de pensar que era un fantasma.
Por lo que después de echar el agua caliente y meterme a la barrica con pantalones y camisa me apoye en el respaldo de madera y comencé a desabotonar mi camisa mientras le miraba.
Si no soy real, ¿tampoco puedo desnudarme verdad? Porque quizás…si no soy real, en el fondo no estoy aquí en la barrica, bañándome contigo… Y si no estoy aquí, tampoco puedo tocarte…¿a qué no? Indique mientras me acercaba para arrancarle un alga del cuello con una sonrisa divertida. ... Ais... En mi epitafio pondria “muerte por cucharon de madera” lo veía venir…
Jerarld Délvheen
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Mensajes : 476 Fecha de inscripción : 14/08/2011 Edad : 794 Localización : Paseando por el techo de casa...
Vale. Aquello no era normal. Los espejismos no hablaban. Y en un sueño, no habría permitido que se me tratara de aquél modo. Entonces, ¿dónde estaba la trampa? Fruncí los ojos ante su intrusión en la barrica conmigo y su último comentario.
- Si eres una ilusión, eres una ilusión muy degenerada.- comenté con cierta sonrisa divertida en mis labios cuando sus dedos me despojaron de un alga incrustada en mi cuello.- Si eres un sueño, esperaba que fueras más tórrido, ¡que hace mucho tiempo que no recibo amor carnal!- bromeé, riendo escandalosamente, echando la cabeza hacia atrás para tomar más aire en los pulmones, serenándome luego poco a poco, volviendo mis ojos hacia los suyos, ladeando la cabeza.- Pero si eres real... ¡más te vale tener una buena prueba de ello!- exigí entonces, acomodándome en la barrica e ignorando sus manos que desabrochaban su camisa, no pudiendo evitarlo y decidiéndome a mirar hacia otro lado, un tanto incómoda y avergonzada. ¿Qué pretendía?- Si eres Jerarld, responde a mis preguntas. Veamos... ¿de qué color era la lencería de la noche en la que nos conocimos por primera vez? ¿Cómo se llamaba aquella taberna? ¿Qué descubriste en mi costado izquierdo? ¿Y POR QUÉ DIABLOS TE MARCHASTE A LA MAÑANA SIGUIENTE?- inquirí, usando el juego para sonsacarle información que no disponía, aunque luego reí para limar la tensión que quizás mi pregunta le había suscitado, demostrándole que no había rencores por mi parte.- Uy, uy... desconfío demasiado de ti... ¿Tienes una buena prueba que respalde tu versión de que eres un ser real?
Mientras aguardaba su anhelada respuesta, caí en la cuenta del lugar en el que nos encontrábamos y chasqueé la lengua contra el paladar, negando con la cabeza. Suspiré.
- Por cierto... esta barrica de agua la uso para lavar la ropa sucia que ves aquí, por lo que muy limpios no saldremos.- añadí, decidiéndome entonces a salir de aquél botijo aunque con algunas dificultades, puesto que era bastante alto para mí.
Al fin con los pies en el suelo, le di la espalda al vampiro mientras le seguía hablando sobre absurdeces, dedicándome entonces a desvestirme. Empecé por quitarme el chaleco de piel que lucía empapado sobre mi camisa blanca, dejándolo sobre otro botijo cubierto con una tapa de madera. Entonces me desprendí del delantal verde y de la falda carmín, depositando ambas prendas sobre el chaleco. Luego me quité las medias blancas y finalmente, desabroché botón a botón mi camisa blanca, sintiendo cierto rubor al desnudarme ante aquél hombre, aunque supiera ya que lo había hecho con anterioridad. ¿Cómo olvidar aquella primera noche en la taberna? Sin reprimir la sonrisa, dejé sobre el montón de ropa aquella camisa, quedándome solamente con el corsé y mi ropa interior, girándome poco a poco hacia Jerarld, que parecía interesado en cada uno de mis movimientos. Me sonrojé, o así lo creí. Desvié la mirada de nuevo y crucé la sala en busca de algo limpio que ponerme encima de mi ropa húmeda, pero estaba nerviosa, me temblaban las manos y estaba segura que de disponer de corazón palpitante, en aquella ocasión se me habría salido por la boca.
Y me quedé unos instantes escondida tras un armario viejo, acercándome a la única ventana que había en aquella sala. Corrí un poco las cortinas, lo suficiente para comprobar que todo parecía normal más allá de las paredes de mi casa. La gente iba y venía por la calle, el día se presentaba un tanto gris y quizás pronto llovería, por lo que tendría que sacar a las vacas a pastar antes de que cayera la tormenta y tuviera que encerrarlas por quizás, varios días.
Lo cierto es que me había inmiscuido tanto en mis pensamientos cotidianos que no me percaté de su presencia, ahora más cerca de mí que nunca antes. Al menos, así lo sentí cuando su piel rozó la mía por la espalda, estremeciéndome sutilmente. Contuve el aliento y me paralice, sin saber muy bien cómo actuar en consecuencia. ¡Casi juraría que mis rodillas me temblaban como flanes ante su imponente presencia! Tragué saliva y solté una risa nerviosa, dando un paso al frente y localizando en un estante inferior de aquél armario yuxtapuesto una camisa blanca enorme, parecía un camisón. No dudé en ponérmelo y abrochármelo con rapidez, con tanta rapidez que los botones no encajaban con los agujeros de la camisa, así que quedó muy desigual. ¡Sería torpe! Mordí mi labio inferior, mirándole cuando le tuve enfrente, perdiéndome en sus ojos una vez más.
- Me... me debes una demostración...- repetí con un hilo de voz mientras retrocedía hasta que mi espalda tocó la pared.
Tu lencería era roja, un color muy poco virginal. La taberna se llamaba blå drage “El dragón azul” Y tienes una marca de nacimiento en el costado, en forma de runa…y de hecho no es en forma de cualquier runa, sino en la forma de Sigel...Me hace gracia, porque yo tambien tengo una marca de nacimiento en forma de runa, asi como Johannes....
Indique mientras salía de la barrica, vestido con el pantalón solamente. La camisa la había dejado a un lado, sobre el mismo borde de madera de la improvisada bañera. Me eche los cabellos hacia atrás y suspire mientras le veía a ella darme la espalda, aun evitando su gran pregunta mientras continuaba bromeando con ella, acercándome más.
Quieres amor carnal. ¿Por qué no lo dijiste antes? Bromee mientras me acercaba a su figura atrapándola con mi cuerpo para posicionar mis brazos a lado a lado de su rostro, mirándola hacia abajo con los ojos entrecerrados y una sonrisa torcida, a la vez que mis cabellos aun goteando le empapaban ante mi cercanía.
Lo intente, de veras que intente, seguir ahí presionándole un poco mas. Pero no pude hacerlo. No cuando en sus ojos veía tanta inocencia y dulzura como para derretir el mas duro corazón.Por lo que deje de bromear y le mire unos minutos manteniéndome en silencio. Observando cada atisbo de sus ojos sin querer perderme ni el mas mínimo detalle de ellos.
Me fui aquella mañana, porque mi creador vino a por mí… Él se coló en nuestra habitación y te manipulo mientras dormías porque no quería que me recordaras. Luego uso sus dones conmigo y después de eso ni siquiera recuerdo lo que pasó. Pues pasó mucho tiempo y el me tuvo bajo su influjo hasta que me transformo en lo que soy. Cuando abri los ojos, cuando desperté. No sabía donde estaba y apenas podía percibir quien era yo mismo, ni siquiera mi nombre…Todo estaba lleno de lagunas y entonces entendí que jamás podría recuperar el tiempo perdido. Me había convertido en el monstruo que el deseaba formar y había perdido parte de mi pasado. No pude volver a por ti porque no te recordaba. Ni tampoco pude volver a mi vida, porque el sol ya no me añoraba…
Baje el rostro un tanto cabizbajo ante aquel recuerdo, pues no era uno que realmente me gustara recordar. Pero hice de tripas corazón y le contemple, acercando mis dedos a su rostro para acariciarle con suavidad.
Pero créeme cuando te digo. Que no habría existido absolutamente nada, que me hubiera separado de ti a partir de aquella noche. Pues fui sincero y realmente me enamoraste como jamás creí que me podría pasar. Yo quería quedarme contigo ahí, quería empezar una vida desde cero y anclarme a ti hasta que fuera el fin de mis días…Es una lástima que hayan tenido que pasar casi ochocientos años para poder volver a encontrarte y para poder decirte cuanto te amo…
Me ergui, me cruce de brazos y sonrei mientras miraba hacia un lado. No se si te vale como respuesta, pero si no es asi....yo como alucinación y fantasma...Creo que tengo talento.
Jerarld Délvheen
Vampiro/Realeza
Mensajes : 476 Fecha de inscripción : 14/08/2011 Edad : 794 Localización : Paseando por el techo de casa...
No pude evitar sonreír de medio lado ante su último comentario, pues adoraba su buen humor, por lo que quise recuperar esa faceta y rechazar toda nostalgia o malos sentimientos que pudieran enturbiar nuestro reencuentro.
Me crucé de brazos, fingiendo un mohín con mis labios fruncidos y mis ojos entrecerrados, negando con la cabeza.
- Así pues, ¿no te gustó mi lencería? ¡Qué decepción! Si supieras la que luzco ahora...- bromeé, mordiéndome el labio inferior mientras le miraba con picardía.- No eres una alucinación, ahora lo sé.- admití con gracia.- Si lo fueras... me estarías haciendo ya el salto del tigre, descuida.- reí todavía, acercándome a él para pasar mis brazos por su cadera, rodeándola para abrazarle, colocando mi cabeza sobre su pecho.- Ahora ya no tienes excusa, nadie vendrá a por ti, así que... quédate conmigo. Deja que te enamore una vez más, Jerarld.
Mis manos acariciaban entonces su vientre, ascendiendo por sus costados sin que realmente yo me percatara de su paso. Su piel era suave, húmeda aun por el remojo en agua. Su piel, sin embargo, seguía destilando su inconfundible aroma, aquél que tanto me había recordado a una sensación hogareña. Era un aroma cálido, como al fuego de una chimenea, como a las almendras tostadas. Cerré los ojos, aspirando su olor mientras las yemas de mis dedos seguían subiendo por su torso desnudo, deambulando por sus pectorales hasta sus clavículas, llegando luego hasta sus hombros hasta reencontrarse tras su nuca, momento en el que alcé mi mentón hacia su rostro y aunque tímidamente, me puse de puntillas para acercarme más a él, tragando saliva a medida que su nariz rozaba ya la mía, siendo su aliento el aire que respiraba entrecortadamente.
Sus manos se movieron a mi cintura, aferrándome delicadamente mientras yo dejaba que mis párpados cedieran poco a poco y mi cabeza se ladeara, encontrando al fin la textura de sus labios, los contornos de su boca. Él despegó sus labios y pronto su lengua traviesa se infiltró en los recovecos de mi boca, buscando mi lengua para enredarse con ella y juguetear, navegando entre mi saliva y la suya, empapándose de ella mientras mi cuerpo reaccionaba a sus estímulos, sintiendo mi piel hervir ante su simple roce, ante el abrazo y ante el voraz beso que llenaba mi ser de su amor. Los latigazos eléctricos recorrieron mi espalda de principio a fin y sin darme cuenta, mis piernas se habían enredado ya a su cadera y mis brazos a su cuello, apretándole con firmeza, con necesidad y anhelo mientras me consumía en su beso, mientras me colaba en su boca y clavaba en ella la bandera con mi nombre, marcando ese lugar como mi propiedad, mi terreno, el hogar en el que deseaba quedarme a vivir por siempre jamás, mi particular nidito de amor.
- Ámame, Jerarld, Ámame como me amaste antaño. ¿Podrás?- le supliqué en un suspiro sobre su boca húmeda, tierna y suave en un instante en el que tomé aire y le miré a los ojos, encontrando mi reflejo en ellos.
Y ahí, entre roces, vueltas y encontronazos con la pared, el sonido de algo pequeño y frágil caer a nuestros pies desvió nuestra atención de aquello que traíamos entre manos, descubriendo al instante que se trataba de un anillo que con el roce se me había caído del dedo anular. Contuve el aliento, intentando distraer a Jerarld para que no se percatara de que aquél anillo en cuestión era el suyo, el que una vez me regaló cuando yo seguía bajo los influjos de Éir: el anillo de Osiris. ¿Se molestaría al saber que aun lo lucía? ¿Rompería aquella torpeza mía el mágico momento que vivía junto a él?
Observe el anillo caído de sus manos y -aun con ella aferrada a mi cintura y cuello-, le miré con asombro y sorpresa.
Aun lo guardabas… Después de todo este tiempo…Aun guardabas el anillo que te di…Mire sus ojos con curiosidad, para después bajar la mirada a sus labios, como si esperase realmente que ella hablara.
Eyra pareció alarmarse ante mi comentario, pero yo, me sentí como si me hubieran hecho el más grande de los halagos…Pues aunque ella no me recordaba, aunque ella no era consiente de aquel momento en que yo le di aquel presente, aun lo mantenía consigo. Como si hubiera significado algo para ella…. Sus ojos me miraron con aprensión y sentí como su cuerpo se tensaba, mas no le di motivos para preocuparse cuando mi boca volvió a atrapar la suya, devorando su carne con devoción. Y es que si algo me demostraba aquel anillo -ahora en el suelo- era que pese a todo seguía recordándome o queriendo hacerlo al conservar algo mío. Eso me servía como muestra de que pese al pasado, aun seguía ahí, en algún rincón de su corazón.
Deslice mis manos por su espalda. Atrapando los pliegues de su camisa entre mis dedos a la vez que mi cuerpo aun húmedo empapaba su camisa pegándola a su piel.
Como había extrañado ese abrazo, esa cercanía, sentir que ella se anclaba a mi cuello sin querer soltarme, sentir que mis brazos la rodeaban, apretándola contra mi. Mas mi agarre quería ir mas allá, quería tocar su piel, acariciarla, besarla, palparla…
Me deslice con ella por la misma estancia, chocando su espalda contra la pared cuando le arrincone allí con mi cuerpo. Deslizando mis besos hacia su mentón, bajando por su cuello a la vez que mis dedos rasgaban la tela de su camisa, rompiéndola, haciéndola girones a la vez que me deshacía de ella para palpar la piel de sus brazos y su torso aun cubierto por aquel corsé.
Entreabrí los ojos, encontrándome con la cálida y chispeante mirada que me dedicaba, mientras que yo deslizándome un poco por la pared, le acercaba hacia un mueble cercano. Sentándole en el borde mientras ella aun me mantenía sujeto por la cintura con sus piernas.
Eres realmente perversa. Pues si yo soy una alucinación y te torturo, tu quieres hacerme pensar que nada te recordaba a mi…Indique bromeando mientras entrecerraba los ojos, hablando con tono acusador. Hermosa y perversa...
Suspire ante aquella sonrisa que tanto me reconfortaba.
Mis manos vagaron por su cintura, buscando con cuidado las tiras de su corsé, enredándose en ellas, pese a que no pude evitar subir la mirada. -Como si aun le pidiera permiso por mis actos- Me reí sin poderlo evitar y es que, ¡seguíamos siendo dos extraños! Por lo que le acerque un poco hacia mí, y comencé a tirar de las cintas lentamente, deleitándome con la tensión de aquel momento. Sintiendo como la tela cedia para ir soltando y liberando su piel de aquel encarcelamiento. Mientras que Eyra deslizaba sus manos por mi pecho, bajando suavemente por mi vientre hasta encontrar el primer botón de mi pantalón. Di un respingo que me hizo parpadear ante ese simple gesto. ¿Quién es ahora el que está nervioso? Decía mi mente traicionera, pero hice callar aquella voz quisquillosa de mi cabeza, como hacia callar las voces que oía con la telepatía y seguí quitando las cuerdas de su corsé. Haciéndome un pequeño lio que me hizo terminar con los dedos enredados en la cinta ante la risa que ella intentaba aguantarse y que me contagió.
Oh no puede ser... ¿De veras me ocurre esto a mi? .... ¡Esto no tiene gracia! ¡Me estoy comportando como un maldito novato!.... Indique entre risas, mientras ella me miraba y yo intentaba salir del enredo en el que sus cintas y mis manos me habían metido…
Un anillo, una mirada, un roce suyo y volvía a ser el idiota de antaño. Casi ocho siglos y la torpeza de mis orígenes seguía ahí… Intacta. Definitivamente me merecía un premio.
Jerarld Délvheen
Vampiro/Realeza
Mensajes : 476 Fecha de inscripción : 14/08/2011 Edad : 794 Localización : Paseando por el techo de casa...
Cuando movía ya mis dedos hacia las cuerdas de mi corsé con la intención de socorrer a Jerarld, algo se posó en la ventana. Algo más grande que un pájaro, pues su sombra en los cristales eclipsó todo sol que por ellos pudiese filtrarse, oscureciendo la estancia al instante. Antes siquiera de poder ladearme, la ventana cedió y el vidrio se rompió en mil añicos que cayeron al suelo, muy cerca mío. Alcé el mentón, bien aferrada a Jerarld, cuando vislumbré una figura humana con un extraño atuendo formado por una larga capa con una capucha tras la que se escondía el rostro del intruso... Y no sé qué fue. Quizás el aroma que la brisa matinal trajo a mis pulmones tras acariciar sus cabellos alborotados. Quizás el atisbo de sonrisa que logré divisar pese a su propia sombra. Quizás sus ojos, brillantes y penetrantes. Sí, debió ser eso lo que me llevó a soltar el agarre de Jerarld, identificando al fin aquella mirada gélida. Su orden fue clara y directa. Yo no vacilé. Giré mi rostro hacia Jerarld y clavé mis ojos en él, concentrándome como mi Maestro me había enseñado, desarrollando así mi potencial como mentalista. Sobre el pelirrojo descargué mi don, infligiéndole un perturbador dolor que le recorrió desde la punta de los pies hasta su cabeza, haciéndole retorcerse hasta caer arrodillado ante mí, tomándose la cabeza con sus manos mientras gritaba y cuestionaba mis actos. ¿Cómo decirle que no tenía respuesta a sus llamados? ¿Que simplemente todo cuanto había supuesto para mí había sido congelado en el preciso instante en el que Klaus se presentó ante mí? Ya nada me importaba de él, de aquél hombre. Lo recordaba todo de él, todo de nosotros, más Klaus estaba allí, robándome todo sentimiento que por Jerarld yo sintiera. Y ni siquiera eso me supo mal. No extrañé sentirme viva. Me sentía bien junto a mi Maestro.
Klaus rió entre dientes, cayendo agazapado sobre la madera. Se irguió despacio, apoyando una mano sobre su rodilla como si le costara esfuerzo ser tan ágil como lo era, como si en realidad fuera viejo y le pesaran los años. ¿Era eso algo posible para un inmortal? No pude evitar reír mientras le miraba de refilón, esperando una señal por su parte que no tardó en llegarme en forma de guiño, por lo que me abalancé sobre él en un efusivo abrazo a su cuello, colmándole de besos y caricias que, sin darme cuenta, empezaban a tomar cierto tórrido sentido. Klaus me frenó con dulzura, apartando mis manos de su pectoral mientras me sonreía gustosamente, hablando ahora a aquél que aun se aquejaba en el suelo. ¡Casi me había olvidado de su presencia!
- Ni imaginas lo sencillo que es manipular a alguien que lleva tantos siglos siendo sometida por otra persona.- rió de nuevo, contagiándome aunque no entendiera muy bien de qué hablaba. ¿Importaba? No, lo único que importaba era que Klaus estaba allí, junto a mí, ocupando el centro de mi mundo. ¿Pero qué digo? ¡Él era mi mundo!- Supongo que te habrás fijado en que ahora ella me pertenece, ¿cierto? No pensé que fuera tan poderoso el vínculo creado con un esclavo de sangre... ¿Lo sabías tú, Jerarld? Oh, ¡por supuesto que lo sabes! Lo llevas a la práctica con tu hermana Roxanne, por supuesto... ¿Que cómo sé yo eso? ¿Qué?- preguntaba Klaus, echándose una de sus orejas hacia adelante con su mano para indicar a Jerarld que no entendía sus balbuceos. Yo reía.- Ah, ¿que quién soy yo? Verás, ya nos conocimos hace unos meses, ¿no me recuerdas? ¡Sí, hombre, soy el que le reconstituyó la cabeza a tu Creador! Luego me llevé a esta morena a mi cama y bueno, después de salvarle la vida, decidí quedármela. ¡Y la de guerra que me da en la cama, madre mía! Bueno, eso ya lo sabrás... ¿verdad? Tú y medio planeta.- rió, agarrándome entonces mis nalgas con firmeza, dando yo un brinco por la sorpresa.- No sois tan distintos. Ambos fuisteis creados con un fin. Sois la arcilla en las manos de un dios creador, sólo que yo lo soy para Eyra y tú para Ambrose. Ambos nos debéis mucho...
- Klaus, mira que te gusta acaparar protagonismo, ¿eh?
Giré el rostro, contemplando a Ambrose apoyando su hombro derecho contra el marco de la puerta de aquella sala, cruzado de brazos y con expresión aburrida. Klaus se encogió de hombros y dijo algo sobre los minutos de gloria. Ambrose se llevó una de sus manos hacia su largo cabello dorado, peinándolo hacia atrás antes de resoplar y erguirse, caminando pausadamente hacia nosotros. En realidad, los tres ignorábamos al que aun se retorcía.
- Bien hecho, querida.- me dijo con cierto desdén, acariciando mi mentón por un instante.- Ahora dejadnos a solas. Tenemos mucho de lo que hablar. ¿Verdad, gorrioncito mío?
Ambrose se posicionó frente a Jerarld, acuclillándose ante él para mirarle como si se tratara de un bicho extraño o en peligro de extinción, realmente alucinado con él. ¿Qué le vería de especial? En realidad, no me importaba demasiado lo que pasara entre esos dos. Me conformaba con salir de aquella sala de brazos de Klaus, quién me susurraba algunas obscenidades a medida que nos desplazábamos y abandonábamos la estancia, dejando atrás gran parte de mi vestimenta, muchos de mis sentimientos y sobre todo, a mi pasado.
Tomé su mentón entre mi pulgar y la falange proximal de mi dedo índice, instando así a Jerarld que alzara su rostro pálido hacia mí, ignorando las convulsiones eléctricas que aun recorrían sus múltiples músculos pese a que Eyra hubiera deshecho su influjo en él al salir de la habitación. El pobrecito mío parecía aturdido, algo que me conmovió pese a que no dije nada al respecto, deteniéndome de más en su mirada vacía y un tanto perdida. ¿Seguiría consciente al menos, no? De pronto, él pestañeó, como si así quisiera responder mi duda mental, aliviándome por ello sin evitar que una cómplice sonrisa asomara en la comisura de mis labios, dulcificando mi rostro. Negué con la cabeza, aun sosteniendo su mentón.
- ¿Me has echado de menos, pollito mío? Yo te he extrañado mucho...- balbuceé con voz infantil, haciendo un puchero antes de que las yemas de mis dedos se deslizaran desde su mentón por su cuello y su torso desnudo, ahora expuesto a mis ojos fisgones y morbosos que pronto provocaron en mi boca una gran salivera. Me mordí el labio inferior, fantaseando con su cuerpo, con cada uno de sus rincones, con los contornos de sus músculos, con cada insignificante detalle de su piel. Suspiré, recorriendo ahora las sendas de su brazo empezando por su hombro, deleitándome con sus estremecimientos a mi paso.- No tienes derecho a hacerme esto. Y lo sabes. Eres mío, Jerarld, asúmelo. Eres tan mío como yo tuyo.
Jerarld pareció despegar los labios al fin, frunciendo el ceño. ¿Pretendía rechistarme? ¿A mí? ¡Já! Se lo impedí. Y lo hice tomándole del pelo con fiereza, tirando de él hacia mi rostro, atrapando su boca con mis labios ardientes, húmedos al haberme relamido antes de hacerlo. Mis labios devoraron los suyos con ansias, con ímpetu, con necesidad, con pasión desmedida. ¡Habían pasado tantos siglos desde nuestro último beso! Desde luego, no pensaba dejar que algo así nos sucediera de nuevo, así que mientras le besaba, ideé mil planes y estrategias para que él se quedara a mi lado. No asumiría jamás su pérdida. Él me pertenecía. Era mío. Y sólo mío.
- Quizás debería refrescarte la memoria. Quizás deba recordarte cuán mío eres.- le susurré con melosidad cerca de su oído una vez me separé de su boca, dándome entonces un pequeño impulso cuando mis manos se aferraron a sus hombros y ambos salimos despedidos hacia el muro paralelo de dónde nos encontrábamos, tropezando con unos barriles que se interponían entre su espalda y la pared. La fría pared en la que le apoyé erguido, sosteniéndole por el cuello a cierta distancia, contemplándole una vez más, sintiendo como algo en mí tomaba forma y tamaño contundente. ¡A ese paso, tendría que buscarme otro pantalón!
Solté su agarre, seguro de que Jerarld no haría estupidez alguna, al menos, no en su estado. Desabotoné uno a uno los botones de mi chaleco, lanzando luego a un lado el sombrero de copa que había acomodado sobre mis cabellos. Me deshice de la corbata verde de satén y me desprendí también de mis guantes negros, continuando luego por mi camisa blanca. Jerarld me miraba con fijeza, con cierto atisbo desconcertante, pero en silencio. ¿Habría deseado tanto que llegara ese momento como yo? Ese pensamiento me satisfacía.
Desabroché entonces el botón de mis pantalones, acercándome de nuevo a él e ignorando su cara de jugador de póker, sonriendo de hecho por ese gesto casi inocente. Ais... No sabía qué tenía ese mocoso pero... le adoraba. Irremediablemente lograba despertar algo en mí incapaz de ser saciado por otro que no fuera él. Él era todo cuanto yo codiciaba realmente. El resto eran sólo formas de acercarme más a él o a su mundo. ¿Algún día podría sentir lo que yo sentía por él?
Argh. Odiaba cuando me ponía cursi por su culpa. Le abofeteé el labio por ello, ladeando su cabeza y viendo cómo un hilillo carmesí emergía de su comisura, resbalándole por el mentón hasta que caer sobre su pecho. Torcí una sonrisa pícara y me incliné hacia él, pasando mi lengua por el riachuelo hasta llegar a su labio, mordiéndoselo suavemente, pues sin insistir mucho la herida se agrandó y pude beber lentamente de su sangre, de su elixir, deleitándome con su sabor inigualable, dulce pero con un punto amargo cautivador, sin duda.
Y mientras me entretenía en su boca, en su sangre y en todo cuanto lograba aquél hombre despertar en mí, una de mis manos se inmiscuyó bajo sus pantalones, palpando aquello que allí se alojaba, acariciándolo delicadamente, tomándolo entre mi puño y encerrándolo antes de masajearlo sutil pero profundamente, excitándome cuando algún gemido escapó de sus labios. Desabroché sus pantalones al fin, queriendo más espacio y libertad manual, bajándoselos con cierta brusquedad del mismo modo en el que yo descendí por su cuerpo erguido aun y contra la pared, acuclillándome frente a su ya erecto miembro viril que por tantos años había extrañado. Lo tomé entre mis labios, sonriendo gustosamente cuando con la punta de mi lengua me inmiscuí dentro de la abertura de la uretra, moviendo mi más húmedo músculo por ella antes de envolver el glande por completo, jugando con su frenillo, deleitándome con su asta cuando mi boca se aferró a él, moviendo entonces mi cabeza a un ritmo ascendente, agarrando mientras sus nalgas con mis uñas incrustadas en su piel, arañándole ante el vaivén de mi cabeza, excitándome cada vez que de Jerarld escapaba un gemido tras otro...
Ambrose de Thíra
Vampiro/Realeza
Mensajes : 33 Fecha de inscripción : 23/09/2012 Localización : Sin perder el Norte
Me deslice por la tienda de los hombres que acampaban antes de dar un salto hacia el improvisado techo de piel. Dándome prisa en acuclillarme y sacar mi mandoble, alzándolo hasta que la luna reflejo su brillo en el filo de mi arma. La alcé por el mango con ambas manos, apuntando hacia abajo con semejante arma blanca. Rasgue el cuero en un corte limpio y sujetándome con solo una mano di un salto en el interior para caer de cuclillas aun con el arma desenfundada. A la vez que mis ojos brillaban en la oscuridad de la sala haciendome parecer mas bien un felino.
Mire a todos lados hasta que visualice la ornamentada caja de oro y esmeraldas que contenía lo que yo venia buscando. El tesoro dentro del tesoro…
Me acerque sin perder un instante y abri la caja para visualizar la amarillenta hoja enrollada -cual pergamino-, que descansaba sobre el cojin de terciopelo rojo. Tome el tubo con sumo cuidado ante su fragilidad, lo desenrolle, lo lei rápidamente y lo guarde en el interior de mi abrigo antes de escuchar como los perros comenzaban a ladrar y las antorchas se encendían caminando en mi dirección.
Sin embargo cuando aquellos hombres entraban en la tienda -colericos y enfadados ante mi intromision- yo ya cabalgaba libre e inclinado en mi negro corcel, pasando veloz por los innumerables charcos del espeso bosque pantanoso en aquella región de Transilvania. Lugar donde habia ido a buscar el fragmento del libro de Nod. Un fragmento mas del libro que no solo nos daría mas pistas, sino que aclararia otros fragmentos que ya poseíamos…
El galope de mi bestia no amainó salvo por la luz del sol, hasta que después de muchas lunas entré en las salvajes y frías tierras de Islandia. Lugar al que me dirigia.
El galope resonó fiero sobre la tierra congelada, mientras mi paso sin descanso llegaba hasta aquella modesta casa donde se hallaba la pequeña perla. Hice detenerse a mi bestia, haciendo que esta relinchara mientras contemplaba bajo la capucha como un hombre salía junto a Eyra, cogiéndola de forma posesiva mientras ella le seguía con un aire ausente y una sonrisa de autómata. Me baje del caballo y camine a paso rápido hacia el par, sacando mi mandoble.
Eyra Nikté. Hver er þessi maður?
Ella me miro con la misma sonrisa y no dijo nada, como si realmente no me viera. Aprecie el brillo en su mirada vacia de sentimiento alguno, entendiendo que estaba siendo manipulada.
Yo no era precisamente un hombre paciente, no pensaba preguntar amablemente que que estaba pasando ahí. No conocía a aquel hombre que iba con ella, más su gesto de empujar a un lado a Eyra, el trance de ésta y la cara de pocos amigos del rubio repeinado me hizo saber que aquella visita, no podía ser una visita de amigos y organizada. Y es que por lo visto habia llegado justo a tiempo para sacar la basura de su casa.
El hombre en cuestión se puso en una posición defensiva y yo sin demora me adelanté hacia él, dándole un empujon para acariciar su mejilla con mi mandoble haciéndole un ligero corte. Pasé fugazmente la lengua por el filo para degustar la sangre inmortal del repeinado, e hice una mueca de asco ante la sangre tan sumamente joven. Mas aquel jovenzuelo se giro sacando una ballesta que no dudo en disparar a mi dirección. Guarde el mandoble en una fracción de segundo en mi cinto, pues no valía la pena usarla con aquel sujeto, y cogí en el aire la flecha de aquella arma, sujetándola entre mis dedos. Haciendo uso de mi habilidad en cuanto a rapidez para llegar ante el en menos de un segundo. Clavando la misma flecha que éste me había obsequiado en su ojo izquierdo. Enterrándolo profundamente. El cuerpo del hombre cayó al suelo mientras yo le miraba hacia abajo, contemplando los borbotones de sangre.
Gracias por el presente. Pero te queda mejor a ti…
Me puse de cuclillas y examine los ropajes del intruso mientras Eyra corria hacia el cuerpo con lagrimas en los ojos, gritando, pataleando, acercándose posteriormente a mi mientras yo me ponía en pie y observaba, -arqueando una ceja- como golpeaba mi pecho con sus puños, exigiendo respuestas y gritándome que era un desconocido malnacido.
Aquella no era mi dulce perla, aquella era una loca desatada manipulada por el que se echaba una siesta en el suelo.
Le agarre de la muñeca y comencé a arrastrarle conmigo ante sus gritos y forcejeos, pero ante sus estirones y blasfemias me tuve que girar hacia ella, sujetando su rostro tan solo un instante para hacer que su vista se clavara en la mía. Sus parpados comenzaron a cerrarse poco a poco mientras sus rodillas flaqueaban inclinando su cuerpo que caia hacia atrás. Le sujete por la cintura impidiendo que cayera y la posé sobre el caballo, sentándome yo detrás de ella mientras la aferraba con firmeza contra mí, abrigándola con mi propia capucha mientras marchaba una vez más al rápido galope. Y es que por lo visto, habían pasado cosas en mi ausencia, que me hacían pensar que nada estaba en su orden natural cuando yo me iba. Blasfemé contra los dioses mientras salía del pueblo, preguntándome que demonios habría pasado en mi ausencia... aunque poco importaba ya. Pues me llevaba conmigo a la pequeña perla a un lugar seguro en las afueras.
Pero una tormenta comenzó a desatarse en la zona y la nieve no tardó en caer sobre nosotros en la tempestad. Por lo que apresurándome al galope, encontré en las afueras una granja abandonada. Parecía estar en gran parte en ruinas, pero era eso o seguir bajo la nieve…Por lo que me conduje hacia allí y me adentre en lo que parecía ser un establo, bajando del caballo y sujetando a Eyra mientras la tomaba en brazos. Llevándola conmigo para depositarla con sumo cuidado sobre un gran monton de paja acumulada. Retrocedí para cerrar los grandes portones. Até al caballo y éste se tumbo agitado ante la carrera que le había dado. Acaricié su pelaje mientras avanzaba hacia Eyra, contemplándola en el suelo plácidamente dormida ante el sueño al que le había inducido.
Me acuclillé a su lado. Y moví su rostro.
Eyra. EYRA … ¡Despierta Eyra!
Por lo visto le había sumido en un sueño bastante profundo, pues ni siquiera después de la suave bofetada que le proferí se inmuto. Suspire cansado. Después de todo no había parado en todo el viaje desde Transilvania. Por lo que después de abrir mi muñeca y depositar mi sangre en los labios de Eyra. Me tumbé a su lado sobre la paja seca. Sujetando su cuerpo para acomodarlo y taparlo con mi capa. Depositando mi cabeza sobre la suya mientras esperaba que el sueño me invadiera. Pero ella se removió, acomodándose como si estuviera en su lecho, y no dudo en llevar sus brazos a mi cintura rodeándome y acomodando su rostro contra mi pecho. Una efímera sonrisa cansada nació ante aquel gesto suyo, que tanto me recordó a Alawa cuando de pequeña se acomodaba contra mi ante el frio de su tierra.
Movi uno de mis fuertes brazos y le rodee sujetando su espalda. Por lo que enterrando la nariz en sus cabellos, me dormí poco a poco junto a ella con el aroma de las flores que impregnaba en su pelo…
Mamá tomó mis pequeñas manos entre las suyas, apoyando su mentón en mi hombro derecho, notando en mi mejilla cómo las comisuras de sus labios se expandían formando una sonrisa que sin duda me contagió. ¿O quizás me reía por las cosquillas que su respiración fría provocaba en mi cuello a su contacto? Mamá besó entonces mi sien, abrazándome con fuerza mientras comenzaba a tararearme la melodía de aquella flauta de Pan.
- ¡Yo quiero!- protesté de pronto, arrancando varias carcajadas de los allí presentes alrededor de la hoguera. Mamá le hizo un gesto a aquél joven que la tocaba, acercándose a nosotras para alargarme el instrumento.
- Sopla, hija.- me animó ella, colocando sobre mis labios de piñón aquellas cañas atadas con hilos vegetales. Yo reí antes de soplar con todas mis fuerzas, sin que eso bastara para hacer sonar una bonita melodía como la de aquél muchacho. Me enrabieté y lancé la flauta al suelo entre un gran puchero infantil. Mamá recogió el instrumento, limpiándolo del polvo que al caer al suelo lo impregnó, acercándomelo de nuevo a la boca con una sonrisa conciliadora.- La música es libertad, es el corazón hablando de amor. Los hombres podrán robarte muchas cosas: tus pertenencias, tu cuerpo, tu lengua, tus instintos incluso. Podrán manipular tus deseos, tus sueños. Podrán forjar en ti una roca y dentro de ella sólo hiel. Podrán doblar tu valentía y rebeldía, podrán callar tu voz y abofetear tu ser. Pero la libertad, vida mía, eso sólo depende de a qué distancia misma pongas tus ojos de dónde estés. Utiliza las armas más honradas que dispongas para lograrla y ahora... prométeme que siempre serás cómo un ave cóndor: fuerte, inteligente e inmortal.
- ¿Qué significa inmortal, mamá?- pregunté inocentemente, llevándome sin pensarlo la flauta a los labios, mordiendo las cañas.
- Significa ser como el sol, cariño. Renacer y nunca perecer.
- ¡Yo quiero ser como el sol, mamá! ¡Radiante como el sol!- grité eufórica, alzándome de sus brazos para gesticular cuán grande y luminosa deseaba ser.- ¡Para así darte mi calor y que nunca tengas frío, mamá!- añadí risueña, abalanzándome a su cuello para estrecharla en un ferviente abrazo, enredando mis manitas entre su largo cabello negro mientras su risa invadía todo mi inocente y pequeño mundo.
Su risa... se apagó aquella noche.
Desperté con mis mejillas humedecidas y mis ojos llorosos derramando ríos de lágrimas. Me faltaba el aliento. Juraba que mi pecho se había encogido y mi cuerpo entero se hallaba marchitado, frágil como una hoja seca de otoño. Me sentía pequeña, como aquella niña de corta edad de mi sueño, de mi recuerdo. Quizás no había cambiado tanto. Quizás seguía siendo aquella niña inocente de antaño. Sólo que ahora había roto aquella promesa. Ni siquiera había podido salvaguardar mi propia libertad. ¡Incluso eso me habían robado! Me habían mantenido esclava durante siglos y guiado mis actos al antojo de terceros. ¿Dónde estaba aquella fortaleza? ¿A dónde se había ido mi inteligencia? Quizás, pensé, todo se había ido al traste junto al sol. ¿Y si durante mi vida encadenada a la oscuridad de la noche, el sol había dejado de renacer? ¿Y si mi sol había muerto conmigo aquella noche en la que yo misma me lancé a los brazos de la muerte? Dejé de ser su sol. Dejé de alumbrarla y de alumbrar mi destino. Ahora sólo me quedaba una triste inmortalidad que en realidad no deseaba ya. No si ella no estaba conmigo. No si ya no podía calentar su piel tostada del gélido invierno de Gríndavik.
Suspiré, contrayéndome sin darme cuenta, quedando cuál ovillo refugiado contra un pecho que no recordaba haber encontrado antes. Me agité sorprendida, empujando a aquél que me abrazaba sin ser yo consciente de su gesto, impulsándome hasta chocar mi espalda contra un poste de madera que sujetaba el techo de aquél granero dónde entonces me ubiqué, rodeados de heno y un familiar aroma que tardé en reconocer, quedándome anonadada, contemplándole aun ahí tumbado, ahora mirándome como si esperara mi siguiente reacción. Escapó un jadeo de mi boca, incontrolable.
- ¡Achilles!- logré decir al fin.- ¿Cómo has...? ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué ha ocurrido?- le pregunté atropelladamente, aun manteniendo las distancias como si temiera que él fuera otro de mis recurrentes sueños de mi niñez, como si temiera el dolor al percatarme de que realmente, sólo era un sueño. Tragué saliva como si lo necesitara realmente, dejando que los segundos transcurrieran silenciosos entre ambos, aprovechando para limpiar con el dorso de mi mano las lágrimas traicioneras que me recordaban cuán frágil y débil era todavía. Una deshonra para mi madre y probablemente, también para Achilles.
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