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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Sybil E. Crawley Lun Dic 02, 2013 11:25 pm


Rue des roses. 10:00 am. París, Francia.

Era en las mañanas, cuando su espíritu se encontraba nostálgico por el hogar y melancólico por la vida a la que era obligada a sobrellevar, que Sybil deseaba más que nada escuchar la risa de la única cosa pura de su existencia, Thomas, el niño de tres años, de cabellera rubia y ojos azules, que correteaba contento alrededor del pianoforte tratando de huir de su nana. El infante se carcajeaba al notar las pisadas cercanas a él, sobre la alfombra persa que cubría toda la sala de estar. Él ni siquiera reparaba en el rostro de su madre, que lo vigilaba desde un diván color crema fingiendo que leía la más exquisita poesía de su preciada biblioteca en el segundo piso. Sus diminutos pies sorteaban toda clase de obstáculos que encontraba a su paso y sus manitas se sostenían al filo del enorme instrumento musical. De vez en cuando, el niño tocaba las teclas, provocando que la estancia se llenase de sonidos dispares y poco armoniosos pero que, sin embargo, a Sybil le parecía música tocada por ángeles. Su pequeño y travieso ángel rubio.

Si bien toda esa escena de inocencia podría parecer bella a los ojos de cualquiera, para Sybil era un martirio tener que permanecer en la misma habitación que la amante de su esposo, la joven y hermosa institutriz francesa de cabellos rojizos que, en ese momento, alcanzaba a Thomas y le hacía cosquillas. La mujer inglesa observaba con detenimiento a la muchacha que parecía gozar con el desprecio de su señora y con el favor del patrón de la casa. Aidé, como se llamaba la nana, era prácticamente intocable y eso le enervaba a Sybil. No poder correrla y gritarle que no deseaba suripantas en su hogar la convertía en una mujer impotente.

En el interior de la casa, que se alzaba orgullosa en una de las calles más transitadas de todo París, el ambiente distaba mucho del exterior. Las calles y los jardines de la ciudad estaban repletos de gente que paseaba con su pareja o de familias que decidían pasar un momento de ocio en compañía de esposos, esposas e hijos. Mientras que Madame Crawley estaba ebria de cólera, fúrica porque su hijo era tocado por una cínica cualquiera.

Sybil se levantó de su diván y cerró de un golpe fuerte el libro que llevaba entre las manos. Aidé detuvo las cosquillas y Thomas miró a su madre, quien con una sonrisa perfectamente fingida, estiró ambos brazos hacia el infante.
Viens ici, mon amour. Mon beau garçon—. Dijo ella con voz alegre — Iremos a la Plaza Tertre y te compraré un dulce —. Finalizó con la faz iluminada por la sonrisa que su hijo le dedicaba para, inmediatamente, correr a sus brazos.
Aidé se preparó para salir, pero Sybil la detuvo.
No, iré sola con mi hijo. Volveremos dentro de unas horas, tiempo en el que quiero que prepares su habitación y su baño. No pierdas el tiempo en nimiedades—. Ordenó y salió con el infante en brazos antes de darle oportunidad a la nana para replicar o desobedecer.

Plaza de Tertre. Montmartre. 12:15pm.

La plaza de Montmartre era un festival de colores que se mezclaban con lo níveo del invierno. Entre las pieles que portaban aquellos que paseaban por la plaza, los vestidos multicolores de las mujeres que tomaban delicadamente el brazo de sus acompañantes y las carrozas que pasaban con sus cabellos galopando sobre la nieve, París era, sin duda, una ciudad indiscutiblemente bella. No obstante, Sybil parecía no sentirlo. Lo único que le daba un poco de júbilo a su corazón era la felicidad que reflejaba Thomas.

La joven madre se tapó el cuello con la piel de zorra blanca de su enorme abrigo al dejar a su hijo sobre la nieve, quien comenzó a correr por entre la espesura. Sybil lo miraba de lejos, lo vigilaba con la sonrisa siempre abierta. El infante no tardó en hacer amigos y Sybil decidió que era momento de sentarse en un banco, cercano al área, para permanecer atenta a la criatura que le hacía palpitar el corazón.
Era cierto que podía pasar por una mujer contenta en un paseo con su hijo, no obstante, dentro de sí lo único que podía pensar era en su cama de finas cobijas de seda siendo profanadas. En su mente podía ver a Aidé revolcándose en las sábanas blancas, con los pechos insípidos y casi nulos al aire y Françoise abriéndose paso en el lecho, carcajeándose mientras ronronea con su voz grave el nombre de la amante, para finalmente pertenecerse el uno al otro en un torbellino de caricias que a Sybil ya no le correspondían ni por la más tímida muestra de piedad.
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Mensaje por Rashid Sayf al Dîn Miér Dic 11, 2013 12:57 pm

Detrás de un enorme ventanal, de aquellos cristales penetrables, se podía vislumbrar una sombra. El ser yacía inmóvil, con la vista pérdida en lo que antes era un jardín repleto de rosas. Su cuerpo  estaba inclinado hacía el ventanal, las manos eran las únicas que estaban apoyadas a cada lado del marco.  Arqueó su espalda y su musculatura se tensó en cuestión de segundos. Estaba furioso consigo mismo. Tenía la obligación de salir a alimentarse de aquello que tanto amaba y añoraba; humanos. Bajó el rostro con lentitud y desvió la vista de la niebla . Le afectaba la llegada de la noche, no poder dormir con su amada ,despertar a su lado y…no poder hacer aquellos paseos por sus tierras cuando el sol le brindaba brillo a su bronceada piel.  El silencio era un martirio. Sus pensamientos le torturaban, la conciencia no se silenciaba ni siquiera con las ventajas de ser …lo que era. Esta vez apretó la mandíbula con fuerza, no podía hacer nada al respeto. No tuvo elección de elegir pero si aun la tuviese, desearía haber estado muerto. Retar a Aláh era como decirle a Nacyra que tenía razón en todo. Con brusquedad, se apartó del ventanal ahogando un grito de desesperación – Mi Señor …- se escuchó en el marco de la puerta una voz temblorosa . Rashid suspiró y dejó caer su cuerpo en uno de los sillones de sus aposentos. Era su mayordomo, Pierre, preocupado por la situación del vampiro se hizo escuchar de nuevo – Tenemos un problema…- logró apenas murmurar con el miedo clavado en su corazón. El musulmán frunció sus cejas de tal manera que su rostro parecía al de un demonio furioso  - ¿Qué ocurre? – preguntó entre dientes . Pierre no dijo nada ,solo hizo una ademán con la mano . En cuestión de segundos entraron dos hombres de Rashid sujetando a Nacyra como a una prisionera. El primer pensamiento de Rashid era la pregunta de qué demonios había echo ahora esa mujer insensata.  Los hombres tiraron a Nacyra al suelo, a los pies del vampiro.

Nacyra era una de sus criadas en la cual depositaba bastante confianza. De origen marroquí, ella tenía que  acatar las leyes de estos. Su cabeza tenía que estar cubierta del burka, una especie de velo opaco que se ata a  la cabeza y cubre la cara a excepción de una franja situada a la altura de los ojos . El burka cubre el cuerpo y la cara enteramente, llegando hasta los tobillos. Las mujeres solían utilizarlo cuando salían fuera de casa y por lo que Rashid estaba informado, Nacyra tuvo que salir a comprar unas cuantas cosas para la casa. Estaba obligada a llevar ese tipo de velo y ella ,no tenía ni siquiera el Hiyáb (el vuelo simple ,que no suele cubrirle la cara si no solo el cabello) – Aláh dijo.. “Y diles a las mujeres creyentes que bajen su mirada y que sean modestas, y que muestren de su belleza solo lo que es aparente, y que se pongan sus velos , sobre sus pechos, y que no revelen su belleza...”…¿dónde está tu velo ,Nacyra? – en un final el vampiro se hizo escuchar, con  voz cansina pero con el matiz frío e inalcanzable de siempre. Nacyra levantó la mirada con frialdad – Lo olvidé..-mintió con descaro. Rashid se levantó y con la mirada mandó que todos abandonaran sus aposentos . Levantó las cejas incrédulo - ¿Lo olvidaste? – Preguntó con una mueca – Aláh prohibió que toda mujer marroquí utilizase ropa llamativa e insinuantes con el fin de llamar y seducir . Tienes que proteger tu honor, tus creencias Nacyra…y tu religión.  ¿Acaso quieres ser una pagana? – preguntó empezando a caminar alrededor de su criada – Estás bajo mi techo, yo te doy de comer e incluso te dí más libertad que a mis mujeres. A partir de ahora quiero verte con el velo puesto hasta el resto de tus días …- sentenció furioso – Pierre! – Llamó  a su mayordomo de inmediato, el castigo que tenía para Nacyra iba a ser duro tanto para el como para ella – Esta mujer debería ser apedreada por todos los hombres de mi casa, pero  no estamos en Marruecos si no en Francia – habló una vez que Pierre hizo su aparición en los aposentos. Este afirmó con la cabeza respetuosamente – Quiero que reciba diez latigazos para  que nunca olvide lo importante que es comprometerse con la religión y con Aláh..- finalizó y salió sin mirar atrás ,deseando de todo corazón no escuchar súplicas de su criada.

Tras unos minutos, Rashid estaba sentado sobre un banco en Plaza de Tertre en un silencio molesto. Nacyra era como su segunda madre o como una tía lejana que nunca tuvo y ese era un motivo de resignarse a no castigarla. Tenía que hacerlo o todos podrían ver que era débil y el miedo y respeto se esfumaría con el tiempo. Frunció sus cejas enfadado tanto con el tiempo como con todo el mundo. Prefería los sitios desérticos , donde lo único que podías ver eran las estrellas en todo su esplendor . Quiso marcharse del lugar pero una diminuta mano lo detuvo. Giró el rostro y lo único que vio fue un niño pequeño que casi iba a caerse y para no hacerlo se agarró del vampiro. Estaba atónito y no sabia la razón, tal vez por sus ojos pequeños e inocentes o por su rostro levemente ruborizado por el frío. No se movió, buscó con la vista a sus padres . No había ni rastro de ellos,  tal vez se trataba de un pequeño vagabundo pero eso era imposible pues sus ropas no indicaban que pertenecía a una clase baja y ni siquiera media  .Cogió  la mano del pequeño en sus propias manos y le sujetó con firmeza, sin  llegar a apretar - ¿Dónde están tus padres? – susurró inclinándose para verle mejor. Tal vez estaba asustado por su tono serio y por la expresión propia. Esbozó una pequeña sonrisa para relajar al chico .

{Siento la tardanza ,espero que no te moleste haber adaptado el tema a mi condición...O.o}
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Mensaje por Sybil E. Crawley Miér Dic 11, 2013 11:59 pm


El viento frío movió tenuemente la felpa que protegía el cuello de Sybil, cubriéndola de pequeñas volutas blancas. Copos que viajaban con el destino que el aire les marcaba, danzando, girando y finalmente posándose sobre aquello que se interponía en su camino. Las copas de los árboles estaban llenas de nieve y las vestimentas de aquellos que realizaban actividades recreativas parecían salpicadas de pintura. Y a unos cuantos metros de donde Sybil se encontraba, el pequeño Crawley alzaba las manitas tratando de atrapar con dedos y lengua aquél helado en polvo que caía del cielo.

¿Cómo era que aquella criatura tan inocente y hermosa había sido producto de dos personas tan destrozadas? Eso se preguntaba ella a menudo. ¿Había sido amor? ¿Había sido un golpe de lujuria? ¿O tal vez un deber? Para ella, el niño era simplemente la razón de su existencia, toda su vida y lo que sucediera en ella estaba en función a los pasos que el pequeño infante decidiera tomar. Pero ahora que lo veía tan libre, tan pleno y tan lejano, era cuando realmente se preguntaba cómo una persona tan pura había sido engendrada por una mujer llena de mentiras, tan hipócrita tanto con los otros como consigo misma, repleta de deseos que podrían significar su desaparición social. Y de un hombre cuya hambre carnal sobrepasaba su deber en la familia y el hogar, de un macho que manipulaba, que utilizaba y desechaba. ¿Cómo era posible?

Ella estaba rota y él estaba más que roto. Pero Thomas, estaba entero. Tarde o temprano alguien daría un paso en falso y cortaría aquella diminuta perfección para reducirla a escombros, como sus padres, como sus abuelos y sus tíos. Como los antepasados, cuyos secretos más oscuros habían tenido que mantenerse ocultos hasta ser hallados por una generación más joven. Eran simples humanos. Criaturas a la merced de un dios que gustaba jugar con ellas como un niño lo hace con las hormigas. Frágiles, deteriorados, corruptos hasta la médula. Putrefactos sólo hasta tener conciencia de todo. Entes pensantes y paranoicos a cierta edad, la cual por fortuna, aún no había tocado al pequeño Crawley. A Sybil le alarmaba que esa aura de inocencia se viese rota cuando el niño comenzara a hacer demasiadas preguntas. Cuando ya tuviera suficiente edad como para darse cuenta que su madre no lloraba por que le dolía algo físico, sino algo más adentro y que no se podía ver, pero sí sentir. Cuando el niño, ya no tan niño, se cuestionara las frecuentes visitas de su padre a la alcoba de la nana y por qué sus padres no dormían juntos. O por qué no tenía hermanos.

Sybil había sido una mujer llena de  miedos, pero en ese instante estaba mortificada por la realidad. La delicadeza que rodeaba a su hijo y que en un par de años se rompería. Estaba en ella el deber de no manchar al infante como lo estaban los demás alrededor. Sus ojos azules pronto se movieron vivaces entre la gente, entre la espesura de la nieve y lo blanquizco de todo lo demás.  Había cometido un tremendo error: enfrascarse demasiado en sus pensamientos y perder de vista a un niño de tres años.

Se levantó rápido, como si el asiento le estuviera quemando. Buscó al niño y lo llamó por su nombre. El ruido y la gente no ayudaban en mucho, así que se internó en el parque. Ahora se sentía tonta, se sentía mala madre. Dejar a un niño con tanta libertad podría matarlo. El corazón le daba vuelcos una y otra vez, mientras que su respiración se iba a acabando junto con el color en su rostro. El susto la tenía tan pálida como el paisaje. Al momento de su mirada encontrar la silueta del pequeño perdido y reparar con quién se encontraba, un sentimiento de culpa royó su corazón.
¡Thomas! — gritó corriendo para hincarse en la nieve y besar a su niño en toda la cara — ¡Pero qué susto me has dado! Nunca te alejes así de mí ¿entendiste? Niño malo… tan malo. — decía ella casi sin aire, entonces dejó de mimar al infante y se incorporó para encontrarse con alguien más. Un hombre de tez morena y facciones duras que le hacía compañía al niño. — Lo siento tanto, me distraje un momento y ya no estaba. Espero que no haya causado molestias. — comentó apresuradamente sosteniendo a Thomas de una mano — Soy Sybil Crawley, la madre del niño. De verdad lo siento mucho, me ha dado un susto de muerte. — finalizó tratando de calmarse. No sabía quién era el hombre que tenía frente a ella, pero no le daba buena espina, así que, pensó, tal vez sería mejor idea agradecer y retirarse de una buena vez.

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Mensaje por Rashid Sayf al Dîn Jue Ene 23, 2014 6:57 pm

El echo de no poder tener un niño ,compartir la felicidad de una de sus esposas embarazadas y besar su vientre le mataba poco a poco. Debido a su condición ,el no podía concebir ningún hijo y para los marroquíes todo aquello formaba parte de su vida. ¿Quién iba a heredar toda la fortuna del vampiro (si le iba a pasar algo)? . En sus manos había demasiado poder ,en especial en el Reino Marroquí como en otros países y dejarlo todo a mano de un desconocido que no tenía su sangre era realmente una tortura como una vergüenza. El niño que seguía sujetando la mano del moreno transmitió en el una serie de sensaciones de tormento, tristeza que nunca antes había sentido . Impotente y sin saber que mas decir escuchó unos balbuceos del pequeño . Voz tierna que parecía no haber roto un plato en toda su vida y unos ojos demasiado expresivos. No temía al vampiro. Estaba seguro de que si enseñaría sus colmillos ,no huiría, intentaría toquetearlos o simplemente se reiría - Eres valiente.. - susurró agachando su cuerpo para observarle mejor ,embriagandose de toda su ternura. Como respuesta, el pequeño llevó una de sus manos diminutas a una de sus mejillas.  El momento en sí, se paró para el vampiro. Su boca parecía necesitar agua a pesar de que solo se alimentaba de sangre, su corazón dio la impresión de que podría revolcarse y por unos segundos creyó que de nuevo era humano. El tacto fue cálido ,su mano aunque hacía frío seguía poseyendo aquel calor corporal tan amado por nuestro protagonista. Cerró sus ojos y apartó la mano mientras se incorporaba en el banco ,necesitaba alejarse de aquel diminuto humano - No deberías hacer eso..- le  espetó con una mueca en su rostro. No estaba asqueado, estaba dolido .

La mente del vampiro se vio saqueada por un mar de pensamientos que no provenían de su dios, precisamente si no de un espíritu maligno.¿Que pasaría si intentara robar al niño ?. Resignó sentir todos aquellos dolores de sus padres y abandonó la idea en cuanto pidió a  Aláh perdón por sus malos pensamientos. El mal trago que estaba pasando ,reflexionó, que tal vez provenía de que últimamente sus horas de devoción ante su único dios habían sido escasas, casi nulas. Uno de sus mejores amigos , Mohamed (que compartían la misma condición ), intentaba hacerle entrar en razón ante el tema de la religión. ¿Que mas daba si rezaban horas y no comían por el simple echo de sentirse impuros?.Seguían condenados. Rashid era el único que no pensaba igual, era consciente, pero su fé se mostraba de piedra. Por un par de minutos creyó que el niño ya no se encontraba a su lado pero se equivocaba. Una vez mas fue testigo de un dolor descomunal y una dulzura que solo un niño de cabello rubio podía transmitir. Le estaba sonriendo juguetón . Suspiró profundamente - Seras un buen hombre - predijo con una voz ronca ,ladeando el rostro con el intento de averiguar quién demonios era aquel diminuto humano.¿ Quién podrían ser sus padres?. De seguro la madre era poseedora de una belleza apreciable. No necesitó hurgar en el árbol genealógico del pequeño, sus instintos se alertaron con la llegada de una mujer. Con el corazón brincando ,rostro pálido y un sentimiento de preocupación que helaba hasta las propias venas del vampiro, la mujer dejó caer sus rodillas ante el pequeño,besándolo y acariciando el delicado rostro de este. Conmovedor, aquella imagen era de apreciar enormemente y Rashid guardaría el momento en su baúl de recuerdos intocables .

¡Por fin el nombre del chiquitín acaramelado! .Thomas. Rashid esbozó una sonrisa apenas visible. Le resultaba familiar su nombre, tal vez en su larga vida por todo el sendero de la eternidad conoció a alguien con el mismo nombre. Posó su mirada sobre el infante que hacia muecas ante los afectos exagerados de lo que parecía ser su madre. Fue entonces cuando desvió la vista, encontrándose con los de la mujer. Por respeto y educación, se levantó del banco sin dejar de observar los ojos desconfiados de la dama - No se preocupe, por favor deje de regañar a..Thomas. No hizo nada del otro mundo y no se culpe, suele pasar - intentó tranquilizarla con un tono aterciopelado y con un brillo enigmático. Escuchando atentamente el nombre de la madre, unos cuantos pensamientos provenientes de la cabeza de esta hizo al vampiro sentirse diminuto. Raras veces le ocurría escuchar pensamientos sin prestar atención y eso solo podía pasar cuando sus defensas e instintos estaban por los suelos. Defenderse contra lo que pensaba la mujer era alterar la situación mas de lo normal. Decidió hacer una pequeña reverencia, ni siquiera se planteó besar el dorso - Un placer,señora Crawley ..soy Rashid  Sayf al Dîn - se presentó incorporando su cuerpo ,desviando de nuevo la vista al infante - También fue un placer conocerte,Thomas - inconscientemente su tono de voz se suavizó . Decidió que era mejor irse, los pensamientos de la señora chocaban con fuerza y si algo no permitía era ser juzgado por su apariencia ,religión y cultura. Por una parte lo entendía,estaba maldito - Disculpe si le e causado molestias. No castigue al niño, todos hemos tenido momentos en los que nos separábamos de los padres ,jugueteando.Necesitaba compañía - la última frase fue dirigida hacia el mismo, que con una tristeza profunda, bajó la vista hacia Thomas . Deseaba quedarse pero por una parte su mente intentaba prevenirlo de algo que seguramente lamentaría toda su vida.
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