AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cuestión de confianza [Privado]
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Cuestión de confianza [Privado]
Saint-Pierre de Montmartre, París.
Invierno.
La iglesia quedó bastante diezmada por la revolución. Ahora no quedaba nadie más que Fabian para cuidar de ella. Se había encargado de reparar lo que pudo con el poco dinero que pudo conseguir. Por lo menos ahora no entraba el agua cuando llovía y la chimenea ya no estaba obstruida por piedras y algunos de los bancos que allí habían desmenuzado y quemado.
Sin duda habían sido unos años difíciles, tuvo que permanecer mucho tiempo escondido en la ruinosa iglesia, pero eso le dio tiempo para conocerla mejor, cada rincón, cada piedra. Las cristaleras con motivos religiosos habían sido sustituidas por ventanales sin ningún color, pero por lo menos entraba la luz.
De todas maneras a Fabian no le hacía falta más gente para cuidar del que era su hogar y seguramente se sentiría incómodo con gente nueva y desconocida rondando por ahí.
Daba las misas todos los domingos, apenas venía gente y la que venía no era precisamente de clase alta por lo que dejó de pasar el cepillo y en su lugar colocó una urna para la caridad. Ese dinero lo empleaba con los pobres y desamparados, cosas necesarias como ropa para el crudo invierno de París, y comida. Todo aquél que quisiera refugiarse en la iglesia era bienvenido. Pero el párroco tenía bastante claro que la gente había perdido la fe, si es que alguna vez la tuvieron. Allí acudía todo tipo de personas, prostitutas, familias en desamparo, gente que está sola, gitanos... Todos tenían un sitio allí si así lo deseaban, y él era feliz pensando que brindaba algo de luz y calidez a sus vidas.
Esa mañana se encontraba barriendo el podio cuando reparó en que, en uno de los bancos de la izquierda se encontraba una muchacha. No solía hablarle a los feligreses a menos que ellos le dirigieran la palabra, cuando uno está rezando es importante no estorbar. La miraba de reojo de vez en cuando, frunciendo el ceño por la curiosidad. Tan concentrado estaba que al final golpeó el altar con la escoba y cayó al suelo el único cáliz que ahí había, haciendo un ruido estrepitoso en la silenciosa iglesia.
Última edición por Fabian Valverde el Sáb Mar 05, 2016 3:39 pm, editado 1 vez
Fabian Valverde- Condenado/Licántropo/Clase Media
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Re: Cuestión de confianza [Privado]
A pesar de las infinitas veces que me decía a mi misma que todo cambiaría, que algún día lograría dejar atrás el pasado éste siempre volvía para morderme. Hiciera lo que hiciera siempre era así. Era cierto que con el paso de los años había aprendido a soportar y vivir con mis propios recuerdos, aquellos que sabía bien que nunca dejarían de perseguirme aunque fuera en los momentos en los que era mas débil, en los momentos en los que me encontraba, simplemente, dormida. Recordaba bien las veces que despertaba sobresaltada, en mi lujosa y enorme cama, momentos en los que me reprendía mentalmente a mi misma por dejar que “éso” me siguiera afectando tanto después de todos los años que habían pasado desde ese fatídico día. Dejando escapar un suspiro ahogado, intenté concentrarme de nuevo en mis pensamientos; ésa pesadilla se había repetido últimamente con demasiada frecuencia, demasiadas veces en los últimos meses y eso ya no era algo que pudiera pasar por alto.
Necesitaba, por lo menos, dejar salir eso, sacarme una parte de ese peso de encima. Sabía que tal vez lo único que podía hacer era encontrar a alguien en quién confiar, pero, no podía evitar mi reticencia de confiar tanto mis miedos como mis pesares a alguien a quién apenas conocía, a quién no pudiera estar segura de que pudiese confiarle esa información. La gran mayoría de las personas que se habían cruzado en mi camino durante los últimos años, me creían alguien superficial, vacía. Y así era, o por lo menos, así quería que lo pensaran. Dejando escapar otro suspiro, mi atención fue llamada por un sonido que provenía de la parte delantera del lugar en dónde me encontraba: una iglesia. Si, ése era un lugar que a duras penas me había dignado a pisar desde hacía mucho tiempo, a fin de cuentas... si realmente existía un dios ¿por qué había permitido que mi vida se convirtiera en un infierno de la noche a la mañana? Había perdido toda mi fe en ello, y ¿quién podría culparme?
Pero ahora, realmente necesitaba que alguien me escuchara, que no me juzgara y que, de la misma manera, no tuviese permitido divulgar nada de lo que le pudiera decir y solo había alguien que pudiese encajar en ese perfil; un sacerdote. Dirigiendo mi mirada hacia de dónde había provenido el sonido que me había sacado de mis pensamientos, mi mirada se quedó en un alguien bastante joven con una escoba en las manos. Su vestuario definitivamente, podría encajar con la posibilidad de qué él fuera el que estaba al cargo del lugar. Tomando una profunda respiración, me levanté del banco en el que me había sentado, para pensar detenidamente cómo iba a abordar el tema, y me alisé con cuidado el vestido que llevaba. No había nada en mi vestuario que pudiera hacer denotar cuál era mi profesión, que mostrara ni remarcara el hecho de que me dedicaba a vender mi cuerpo con tal de pagarme la vida... sólo se podía detectar la buena calidad de las telas con las que éste estaba confeccionado.
Caminando con lentitud, avancé hasta dónde se encontraba y, en cuando llegué a dónde se encontraba, paré a unos escasos metros, respetando su propio espacio propio puesto que lo último que deseaba era acercarme demasiado e incomodarlo. —Necesito hablar con usted, padre —musité sin mirarle de forma directa— necesito alguien en quién pueda confiar, que no me juzgue ni que divulgue aquello de lo que quiero hablarle —mi voz sonó completamente serena, firme y segura de mi misma a pesar de que, en mi interior, aún tenía dudas a la vez que mi desconfianza hacia los hombres se revolvía ante la idea de confiar en uno aunque éste pudiera ser un inofensivo cura.
Necesitaba, por lo menos, dejar salir eso, sacarme una parte de ese peso de encima. Sabía que tal vez lo único que podía hacer era encontrar a alguien en quién confiar, pero, no podía evitar mi reticencia de confiar tanto mis miedos como mis pesares a alguien a quién apenas conocía, a quién no pudiera estar segura de que pudiese confiarle esa información. La gran mayoría de las personas que se habían cruzado en mi camino durante los últimos años, me creían alguien superficial, vacía. Y así era, o por lo menos, así quería que lo pensaran. Dejando escapar otro suspiro, mi atención fue llamada por un sonido que provenía de la parte delantera del lugar en dónde me encontraba: una iglesia. Si, ése era un lugar que a duras penas me había dignado a pisar desde hacía mucho tiempo, a fin de cuentas... si realmente existía un dios ¿por qué había permitido que mi vida se convirtiera en un infierno de la noche a la mañana? Había perdido toda mi fe en ello, y ¿quién podría culparme?
Pero ahora, realmente necesitaba que alguien me escuchara, que no me juzgara y que, de la misma manera, no tuviese permitido divulgar nada de lo que le pudiera decir y solo había alguien que pudiese encajar en ese perfil; un sacerdote. Dirigiendo mi mirada hacia de dónde había provenido el sonido que me había sacado de mis pensamientos, mi mirada se quedó en un alguien bastante joven con una escoba en las manos. Su vestuario definitivamente, podría encajar con la posibilidad de qué él fuera el que estaba al cargo del lugar. Tomando una profunda respiración, me levanté del banco en el que me había sentado, para pensar detenidamente cómo iba a abordar el tema, y me alisé con cuidado el vestido que llevaba. No había nada en mi vestuario que pudiera hacer denotar cuál era mi profesión, que mostrara ni remarcara el hecho de que me dedicaba a vender mi cuerpo con tal de pagarme la vida... sólo se podía detectar la buena calidad de las telas con las que éste estaba confeccionado.
Caminando con lentitud, avancé hasta dónde se encontraba y, en cuando llegué a dónde se encontraba, paré a unos escasos metros, respetando su propio espacio propio puesto que lo último que deseaba era acercarme demasiado e incomodarlo. —Necesito hablar con usted, padre —musité sin mirarle de forma directa— necesito alguien en quién pueda confiar, que no me juzgue ni que divulgue aquello de lo que quiero hablarle —mi voz sonó completamente serena, firme y segura de mi misma a pesar de que, en mi interior, aún tenía dudas a la vez que mi desconfianza hacia los hombres se revolvía ante la idea de confiar en uno aunque éste pudiera ser un inofensivo cura.
Anaïs Favre- Prostituta Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/02/2016
Re: Cuestión de confianza [Privado]
Según se acercaba la muchacha el párroco pudo comprobar que era joven, me explico; joven para la gente que normalmente frecuentaba el lugar.
Normalmente era gente mayor, ancianos que, todavía a esas alturas, confesaban haber matado a alguien durante la Revolución. El párroco, a pesar de haberlo pasado realmente mal por cosas como aquella, los perdonaba a todos. No creía que hubiera nada peor que el remordimiento de haberle arrebatado la vida a alguien.
Antes de que la jovencita estuviera lo suficientemente cerca de él como para poder oírla se retiró unos pasos y aprovechó la oscuridad para cubrir su rostro, tampoco soltó la escoba, aquello era lo que tenía más a mano. Fabian había aprendido que la gente con rostro más cándido son los más peligrosos, y por su condición ya habían intentado acabar con él. Sin embargo el aura de la chica era cálida, por lo que apoyó la escoba en la pared y salió a la luz de los candelabros ahí encendidos.
Mantenía las manos entrelazadas y le ofreció una media sonrisa, en señal de cordialidad.
- ¿Qué puedo hacer por ti, hija mía? -. La miró unos segundos más y luego, gracias a sus habilidades pudo comprobar que no había nadie más allí dentro-.
Alzó una mano y, con dos dedos, le indicó que podía acercarse.
Parecía que Fabian siempre tenía un gesto de preocupación en el rostro, y a decir verdad era así bastante a menudo. Las angustias y tormentos de sus feligreses más fieles y queridos se habían convertido en los suyos propios. París estaba lleno de niños huérfanos por la guerra y la Revolución, pero para la pena del párroco muchos de estos permanecían en guetos o en manos de mafias que los obligaban a trabajar por un salario miserable y no habían aceptado su ayuda ni una sola vez, ya fuera por la reputación de la iglesia años atrás, por el miedo a represalias o simplemente porque no estaban interesados en aprender a leer y escribir aunque fuera a cambio de cobijo, comida y protección. Una verdadera lástima.
Normalmente era gente mayor, ancianos que, todavía a esas alturas, confesaban haber matado a alguien durante la Revolución. El párroco, a pesar de haberlo pasado realmente mal por cosas como aquella, los perdonaba a todos. No creía que hubiera nada peor que el remordimiento de haberle arrebatado la vida a alguien.
Antes de que la jovencita estuviera lo suficientemente cerca de él como para poder oírla se retiró unos pasos y aprovechó la oscuridad para cubrir su rostro, tampoco soltó la escoba, aquello era lo que tenía más a mano. Fabian había aprendido que la gente con rostro más cándido son los más peligrosos, y por su condición ya habían intentado acabar con él. Sin embargo el aura de la chica era cálida, por lo que apoyó la escoba en la pared y salió a la luz de los candelabros ahí encendidos.
Mantenía las manos entrelazadas y le ofreció una media sonrisa, en señal de cordialidad.
- ¿Qué puedo hacer por ti, hija mía? -. La miró unos segundos más y luego, gracias a sus habilidades pudo comprobar que no había nadie más allí dentro-.
Alzó una mano y, con dos dedos, le indicó que podía acercarse.
Parecía que Fabian siempre tenía un gesto de preocupación en el rostro, y a decir verdad era así bastante a menudo. Las angustias y tormentos de sus feligreses más fieles y queridos se habían convertido en los suyos propios. París estaba lleno de niños huérfanos por la guerra y la Revolución, pero para la pena del párroco muchos de estos permanecían en guetos o en manos de mafias que los obligaban a trabajar por un salario miserable y no habían aceptado su ayuda ni una sola vez, ya fuera por la reputación de la iglesia años atrás, por el miedo a represalias o simplemente porque no estaban interesados en aprender a leer y escribir aunque fuera a cambio de cobijo, comida y protección. Una verdadera lástima.
Fabian Valverde- Condenado/Licántropo/Clase Media
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Re: Cuestión de confianza [Privado]
Dejando escapar un suspiro, y tras un momento de silencio, el cual necesité para armarme de valor. Volví a mirarle tras convencerme de que era lo mejor, que necesitaba quitarme ese peso de encima lo mas pronto posible si realmente quería rehacer mi vida. Éste era, el primer paso que debía dar y sólo estaba en mi mano hacerlo. —He perdido toda mi fe en el señor Padre —musité finalmente— el tiempo y mi propia experiencia me ha hecho llegar hasta esta situación. —Dije mientras empezaba a jugar con la delicada tela de una de mis mangas en busca de la serenidad que no tenía, a fin de cuentas, había cosas de las que nunca había llegado a decir en voz alta, cosas que había ocultado y encadenado a un lugar recóndito de mi memoria y que había mantenido por un largo tiempo así. Pero quería darle esquinazo a ese pasado, quería simplemente desterrarlo—. ¿Porqué el Señor tiene que castigar a aquellos que no tienen la culpa de las acciones y avaricias de otros? —pregunté con un leve hilo de voz, tan frágil que parecía que se fuera a romper en cualquier momento.
—Esta es una historia que sucedió hace varios años —me mordí ligeramente el labio mientras intentaba elegir las palabras correctas— todo empezó hace mucho mas de diez años —mi mirada vagó por un momento por el lugar antes de fijarse de nuevo en él—. A pesar de que mis padres eran unos adinerados comerciantes, no tenían suficiente con lo que habían conseguido, ansiaban llegar a formar parte de la nobleza —dejé escapar un leve suspiro ante el recuerdo— desde que apenas era una niña, me pusieron tutores y profesores para hacer de mi toda una dama, educación que se intensificó cuando crecí y mi aspecto físico empezó a llamar la atención de los hombres. —Había empezado a lidiar con ello cuando mi cuerpo había empezado a convertirse en el de una mujer y siempre era algo que me había desagradado, pero con el tiempo no había tenido de otra que usar eso a mi favor, convertirlo en mi manera de sustentarme—. Con bastante facilidad, consiguieron aquello que tanto habían soñado, llamar la atención de un noble.
Dejé escapar todo el aire en mis pulmones, siendo consciente de que, la parte mas difícil, era la que venía a continuación y no el haber empezado con el relato—. Mis padres, queriendo agradar al noble que parecía interesado en casarse conmigo, invirtieron toda su fortuna en una mercancía que acabó hundiéndose en el fondo del océano —me mordí el labio— nada pareció cambiar a pesar de que mis padres hubieran quedado en la ruina. —Negué con la cabeza mientras mi expresión se volvía ligeramente sombría— pobres ilusos que creyeron que todo seguía igual —dejé escapar un suspiro, que podía transmitir una cantidad enorme de sentimientos desde la tristeza a la frustración—. Lo peor estaba por llegar —musité mientras una lágrima rodaba por mi mejilla sin que yo apenas me diera cuenta— el único que consiguió lo que quería desde un principio fue el noble, quien nunca tuvo la verdadera intención de casarse conmigo. —Me estremecí ante el recuerdo, y tras un momento de silencio, mientras mas lágrimas rodaban por mis mejillas, volví a dirigir mi mirada hacia él— dígame, Padre, ¿porqué tuvo que pagar el peor de los precios quién menos culpa tenía en todo? —pregunté mientras mi voz se rompía en un sollozo contenido y mi mirada buscaba sus ojos en busca de una respuesta que me pudiera sanar.
—Esta es una historia que sucedió hace varios años —me mordí ligeramente el labio mientras intentaba elegir las palabras correctas— todo empezó hace mucho mas de diez años —mi mirada vagó por un momento por el lugar antes de fijarse de nuevo en él—. A pesar de que mis padres eran unos adinerados comerciantes, no tenían suficiente con lo que habían conseguido, ansiaban llegar a formar parte de la nobleza —dejé escapar un leve suspiro ante el recuerdo— desde que apenas era una niña, me pusieron tutores y profesores para hacer de mi toda una dama, educación que se intensificó cuando crecí y mi aspecto físico empezó a llamar la atención de los hombres. —Había empezado a lidiar con ello cuando mi cuerpo había empezado a convertirse en el de una mujer y siempre era algo que me había desagradado, pero con el tiempo no había tenido de otra que usar eso a mi favor, convertirlo en mi manera de sustentarme—. Con bastante facilidad, consiguieron aquello que tanto habían soñado, llamar la atención de un noble.
Dejé escapar todo el aire en mis pulmones, siendo consciente de que, la parte mas difícil, era la que venía a continuación y no el haber empezado con el relato—. Mis padres, queriendo agradar al noble que parecía interesado en casarse conmigo, invirtieron toda su fortuna en una mercancía que acabó hundiéndose en el fondo del océano —me mordí el labio— nada pareció cambiar a pesar de que mis padres hubieran quedado en la ruina. —Negué con la cabeza mientras mi expresión se volvía ligeramente sombría— pobres ilusos que creyeron que todo seguía igual —dejé escapar un suspiro, que podía transmitir una cantidad enorme de sentimientos desde la tristeza a la frustración—. Lo peor estaba por llegar —musité mientras una lágrima rodaba por mi mejilla sin que yo apenas me diera cuenta— el único que consiguió lo que quería desde un principio fue el noble, quien nunca tuvo la verdadera intención de casarse conmigo. —Me estremecí ante el recuerdo, y tras un momento de silencio, mientras mas lágrimas rodaban por mis mejillas, volví a dirigir mi mirada hacia él— dígame, Padre, ¿porqué tuvo que pagar el peor de los precios quién menos culpa tenía en todo? —pregunté mientras mi voz se rompía en un sollozo contenido y mi mirada buscaba sus ojos en busca de una respuesta que me pudiera sanar.
Anaïs Favre- Prostituta Clase Alta
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Re: Cuestión de confianza [Privado]
Tomó a la muchacha de las manos y le dedicó una sonrisa casi forzada. Había oído ese tipo de historias con anterioridad, bien sabido era que muchos de los nobles y mercaderes no jugaban limpio y dedicaban todos y cada uno de sus esfuerzos a conseguir más de aquello que deseaban casi con locura, como si fuera una enfermedad: el dinero.
- No es Dios el que lleva a esas desgracias -. apretó con suavidad las manos de la chica y caminó hacia el banco más cercano, llevándola a ella-. Verás, el Señor nos dio el don del libre albedrío ¿lo sabes, verdad? Entonces, no es Dios quien hace que ese tipo de desgracias ocurran, sino el hombre.
No puedo ni imaginar las penurias por las que habrás tenido que pasar, querida, pero puedo asegurarte que después de la tormenta, por muy fuerte, aterradora y devastadora que ésta sea, siempre llega la calma. No puedo decirte "no te preocupes", pues si dejas de hacerlo quizá por descuido la cosa vaya a peor. Pero tienes que ser fuerte, eres una mujer fuerte, puedo verlo. Pisa fuerte allá donde vayas, pero nunca a los demás. Sé siempre piadosa, aunque tal vez no recibas la misma piedad. Nunca agaches la cabeza, tenla siempre alta. No eres objeto de mercado, tienes el fuego dentro, no lo olvides, déjalo salir.
Si había algo a lo que el párroco siempre invitaba era a la fortaleza, no viendo ésta como un castillo físico en el que pudiera meter a todo aquél que sufre, sino a la fortaleza de uno mismo. La muchacha parecía bastante joven y estaba seguro de que, aunque le ocurrieran mil y una desgracias, podría salir airosa de la situación. Su aura brillaba cálida y con fuerza, era toda una luchadora.
- No es Dios el que lleva a esas desgracias -. apretó con suavidad las manos de la chica y caminó hacia el banco más cercano, llevándola a ella-. Verás, el Señor nos dio el don del libre albedrío ¿lo sabes, verdad? Entonces, no es Dios quien hace que ese tipo de desgracias ocurran, sino el hombre.
No puedo ni imaginar las penurias por las que habrás tenido que pasar, querida, pero puedo asegurarte que después de la tormenta, por muy fuerte, aterradora y devastadora que ésta sea, siempre llega la calma. No puedo decirte "no te preocupes", pues si dejas de hacerlo quizá por descuido la cosa vaya a peor. Pero tienes que ser fuerte, eres una mujer fuerte, puedo verlo. Pisa fuerte allá donde vayas, pero nunca a los demás. Sé siempre piadosa, aunque tal vez no recibas la misma piedad. Nunca agaches la cabeza, tenla siempre alta. No eres objeto de mercado, tienes el fuego dentro, no lo olvides, déjalo salir.
Si había algo a lo que el párroco siempre invitaba era a la fortaleza, no viendo ésta como un castillo físico en el que pudiera meter a todo aquél que sufre, sino a la fortaleza de uno mismo. La muchacha parecía bastante joven y estaba seguro de que, aunque le ocurrieran mil y una desgracias, podría salir airosa de la situación. Su aura brillaba cálida y con fuerza, era toda una luchadora.
Fabian Valverde- Condenado/Licántropo/Clase Media
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Re: Cuestión de confianza [Privado]
Sin decir nada por un momento, me dejé conducir hacia uno de los bancos a la vez que escuchaba sus palabras y asentía levemente con la cabeza, intentando encontrar de nuevo la calma, la voz y las palabras. Sin poder evitarlo, ante sus últimas palabras mientras el pensamiento de que ya era demasiado tarde para que yo no fuera un “objeto de mercado”. Mordiéndome el labio, levanté de nuevo la mirada y, de nuevo, me armé de valor para dejar salir el resto de la historia y la que, sin duda alguna era la que mas daño me estaba causando. —No iba tras el dinero padre —musité finalmente en un tono que me resultó ligeramente tembloroso, no le había visto desde que sucedió todo, pero había habido momentos en los que había temido que reapareciera en mi vida con la intención de acabar con lo que había empezado—. Lo que deseaba era mi cuerpo —desvié la mirada mientras una traicionera lágrima surcaba una de mis mejillas— si mis padres no hubieran sido imprudentes y temerarios en cuando su fuente de ingresos y su fortuna habrían conseguido aquello que anhelaban y yo habría terminado siendo la infeliz esposa de ese patán.
Dejé escapar un doloroso suspiro a la vez que, esta vez, era yo la que apretaba sus manos, necesitando algo a lo que aferrarme— con mis padres arruinados y sin nadie que me defendiera, solo tenía que tomar aquello que deseaba, aunque fuera a la fuerza, y satisfacer sus mas bajos deseos. —Desvié la mirada, a pesar de que no solté sus manos en ningún momento— realmente no se cómo es que sobreviví ese día, pero las palabras que le dirigió a una mujer rota, tirada en el suelo como una muñeca de trapo me han perseguido por años —dejé escapar otro suspiro, y le volví a mirar— nadie vino a buscarme, y cuando días después fui capaz de levantarme y moverme por mi misma; me encontré con que mis padres se habían quitado la vida y yo me encontraba sola y en la miseria en medio de un mundo hostil y cruel.
Las lágrimas, de forma silenciosa, hacía ya un rato que rodaban por mis mejillas, pero me había encontrado tan sumida en mi propio dolor que no había sido capaz de darme cuenta de que estas ya corrían libremente. —No puedo evitar preguntarme una y otra vez qué es lo que hice para merecer tal castigo —dije reprimiendo un sollozo y buscando las respuestas en él aunque también comprendía que no podía tenerlas todas—. Por mucho tiempo creí que sería capaz de superarlo y seguir adelante con mi vida, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que me equivocaba, que solo estaba huyendo del pasado en vez de enfrentarlo —suspiré de nuevo— y no quiero seguir haciéndolo —me mordí el labio—. No pude pensar en otro lugar en dónde buscar esa ayuda, con mi experiencia me cuesta mucho confiar en las intenciones de los hombres —dije en tono de disculpa— pero supongo que los sacerdotes, con su entrega hacia Dios, no son tan... corruptibles, como el resto —musité mientras estrechaba de nuevo su mano, acción que me había dado la entereza para hablar.
Dejé escapar un doloroso suspiro a la vez que, esta vez, era yo la que apretaba sus manos, necesitando algo a lo que aferrarme— con mis padres arruinados y sin nadie que me defendiera, solo tenía que tomar aquello que deseaba, aunque fuera a la fuerza, y satisfacer sus mas bajos deseos. —Desvié la mirada, a pesar de que no solté sus manos en ningún momento— realmente no se cómo es que sobreviví ese día, pero las palabras que le dirigió a una mujer rota, tirada en el suelo como una muñeca de trapo me han perseguido por años —dejé escapar otro suspiro, y le volví a mirar— nadie vino a buscarme, y cuando días después fui capaz de levantarme y moverme por mi misma; me encontré con que mis padres se habían quitado la vida y yo me encontraba sola y en la miseria en medio de un mundo hostil y cruel.
Las lágrimas, de forma silenciosa, hacía ya un rato que rodaban por mis mejillas, pero me había encontrado tan sumida en mi propio dolor que no había sido capaz de darme cuenta de que estas ya corrían libremente. —No puedo evitar preguntarme una y otra vez qué es lo que hice para merecer tal castigo —dije reprimiendo un sollozo y buscando las respuestas en él aunque también comprendía que no podía tenerlas todas—. Por mucho tiempo creí que sería capaz de superarlo y seguir adelante con mi vida, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que me equivocaba, que solo estaba huyendo del pasado en vez de enfrentarlo —suspiré de nuevo— y no quiero seguir haciéndolo —me mordí el labio—. No pude pensar en otro lugar en dónde buscar esa ayuda, con mi experiencia me cuesta mucho confiar en las intenciones de los hombres —dije en tono de disculpa— pero supongo que los sacerdotes, con su entrega hacia Dios, no son tan... corruptibles, como el resto —musité mientras estrechaba de nuevo su mano, acción que me había dado la entereza para hablar.
Anaïs Favre- Prostituta Clase Alta
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Re: Cuestión de confianza [Privado]
"Si tú supieras, hija mía...", eso fue lo que quiso responder ante sus palabras de que los curas son más incorruptibles. Eso no era del todo cierto. Ni del todo, ni cierto. Pero esas cosas rara vez salían a la calle, ni rumores, ni nada. Y si salían se encargaban de acallarlos más rápido de lo que canta un gallo.
- Me hago una idea de a lo que te dedicas. No eres la primera que asiste -. Pasó su pulgar por el dedo de la chica, tratando de reconfortarla un poco.- No te preocupes, aquí estás a salvo -. Tomó la barbilla y la alzó para que lo mirase a los ojos. Fabian sonrió, no lo hacía a menudo, pero cuando lo hacía era sincero.- Puedes venir siempre que quieras.
Consolar a la gente era algo que se le daba bien de forma natural, con el paso de los años había perfeccionado su técnica. Dentro de la iglesia era una persona, pero fuera de ésta, sobretodo cuando la luna llena se acercaba, era otra muy distinta.
- ¿Vives en el burdel o tienes otro sitio?
En esa iglesia si había algo que sobrase eran las dependencias. Con el paso de los años se había quedado él solo en la habitación de siempre. Fabian es una persona a la que, después de su huida de España, los cambios de ese tipo le agobian de sobremanera.
La muchacha parecía bastante joven. La vida en París no es fácil para las personas de clase media-baja, los nobles y burgueses a menudo aplastan sus derechos, los tratan como a esclavos en caso de trabajar para ellos, o usan sus cuerpos, como hicieron con ella. París, la ciudad del vicio.
Aunque no todas la gente era así, por supuesto. Más aún todavía después de la Revolución. El pueblo se había impuesto a los aristócratas. Los pobres habían vencido a los ricos.
- Me hago una idea de a lo que te dedicas. No eres la primera que asiste -. Pasó su pulgar por el dedo de la chica, tratando de reconfortarla un poco.- No te preocupes, aquí estás a salvo -. Tomó la barbilla y la alzó para que lo mirase a los ojos. Fabian sonrió, no lo hacía a menudo, pero cuando lo hacía era sincero.- Puedes venir siempre que quieras.
Consolar a la gente era algo que se le daba bien de forma natural, con el paso de los años había perfeccionado su técnica. Dentro de la iglesia era una persona, pero fuera de ésta, sobretodo cuando la luna llena se acercaba, era otra muy distinta.
- ¿Vives en el burdel o tienes otro sitio?
En esa iglesia si había algo que sobrase eran las dependencias. Con el paso de los años se había quedado él solo en la habitación de siempre. Fabian es una persona a la que, después de su huida de España, los cambios de ese tipo le agobian de sobremanera.
La muchacha parecía bastante joven. La vida en París no es fácil para las personas de clase media-baja, los nobles y burgueses a menudo aplastan sus derechos, los tratan como a esclavos en caso de trabajar para ellos, o usan sus cuerpos, como hicieron con ella. París, la ciudad del vicio.
Aunque no todas la gente era así, por supuesto. Más aún todavía después de la Revolución. El pueblo se había impuesto a los aristócratas. Los pobres habían vencido a los ricos.
Fabian Valverde- Condenado/Licántropo/Clase Media
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